El historiador abordó en su último libro “La Guerra Invisible” la incursión de un comando británico en la Argentina continental durante el conflicto en las islas. Reveló el plan de Margaret Thatcher para atacar el continente y matar a los pilotos de los aviones caza luego de comprar el diario de un capitán anónimo por solo 1,5 USD en una tienda online
Por
Milton Del Moral
El
4 de mayo de 1982 dos Exocet lanzados desde aviones de caza Súper Etendard
hundieron al destructor HMS Sheffield, la primera nave perdida por Gran Bretaña
después de la Segunda Guerra Mundial (AP)
Dividió
su viaje a Inglaterra entre el placer y el estudio. Fue el año pasado con sus
hijos y también con sus proyectos. Quería saber de qué hablaban sobre la Guerra
de Malvinas. Indagó en la bibliografía británica: encontró una vasta oferta y
aprendió que a los asuntos marginales del conflicto le asignan mayor
gravitación editorial. Hizo búnker en una biblioteca en Bloomsbury, un barrio
universitario cerca del Museo Británico. “Ojeaba los libros, veía qué contaban
y qué me podría interesar”. En una publicación antigua de inteligencia
británica halló la semilla de su propio libro. En forma anónima y en dos
páginas hablaban de un comando que había ido a atacar el continente.
Marcelo
Larraquy, frondoso historiador, periodista y profesor, había escrito doce
libros en los últimos veinte años. También había contado por fuera de su obra
el combate terrestre, había entrevistado a los soldados del desembarco, había
visitado Pradera del Ganso, Puerto Argentino, el estrecho San Carlos, había
conocido la geografía de la definición del conflicto bélico. Empezó a interesarse
por la guerra aérea y la guerra electrónica: descubrió que se había desatado
una guerra invisible, oculta, prohibida, negada. El enfrentamiento oficial
había sido en las islas y sobre el Mar Argentino. El otro, el no declarado, se
libró en el continente.
La
Guerra Invisible, el último secreto de Malvinas conduce progresivamente su
relato hacia la revelación. Para comprender el despliegue británico en la
Argentina continental hay dos partes y catorce capítulos. “Gran Bretaña tenía
que definir su superioridad aérea y naval antes del desembarco. Las tropas
terrestres británicas estaban en la Isla Ascensión mientras la Fuerza de Tareas
avanzaba, porque todavía no se había despejado el panorama”, narró Larraquy. El
panorama que debía despejarse eran los obstáculos de la fuerza aérea argentina
y de la aviación naval: los obstáculos eran los Súper Etendard.
El
décimo tercer libro de Marcelo Larraquy desde la publicación de Galimberti, en
el año 2000
“Se
preocuparon muchísimo por asegurarse que los misiles Exocet no funcionaran como
sistema de armas de los Súper Etendard. Ahí tiene que haber un diálogo
electrónico que no había provisto Francia a la Argentina por el bloqueo. En
cambio, Francia le había asegurado a Inglaterra que no funcionaban”. Los Exocet
significaban un cambio radical en la historia de la aviación de guerra: tiraban
desde 40 kilómetros cuando el resto de los aviones las descargas se realizaban sobre
el blanco. Y los Súper Etendard, según Larraquy la única arma de combate que
emparejaba el estándar tecnológico entre ambas naciones, fue la razón que
disparó la guerra invisible.
El
martes 4 de mayo de 1982 a las 9:45 dos Súper Etendard con misiles Exocet,
piloteados por el Capitán de Corbeta Augusto Bedacarratz y el Teniente de Navío
Armando Mayora, despegaron de la base de Río Grande. “Volamos muy bajo, con
suma discreción. No utilizamos prácticamente el radar, no hablamos por radio y
solo nos comunicamos de avión a avión por señas”, recordaría años más tarde
Bedacarratz. A las 11:05 y a unas 25 millas náuticas de su posición
(aproximadamente 48 kilómetros), la guerra cambió: al menos uno de los misiles
impactó en el destructor HMS Sheffield.
Lo
hirió de muerte. El fuego se propagó por toda la nave. La fragata HMS Arrow
rescató a los sobrevivientes y remolcó al buque fuera de la zona de peligro.
Murieron 20 soldados británicos. Hubo 63 heridos. El Sheffield se hundió
finalmente seis días después en aguas del Atlántico Sur. Cada 4 de mayo se
celebra en la Argentina el Día de la Aviación Naval por la proeza de
Bedacarratz, Mayora, los Exocet y los Súper Etendard. “La operación Sheffield
es una obra maestra de la guerra electrónica porque lograron detectar e
impactar a un destructor prácticamente en las sombras. Por eso, después al
Almirante Woodward (John Sandy, comandante de la Fuerza de Tareas británicas en
Malvinas) le empezaron a decir maliciosamente “el capitán de la flota de
Sudáfrica”, porque alejó la tropa hacia el continente africano”, narró
Larraquy.
La
principal preocupación británica durante la Guerra de Malvinas fueron los Super Etendard, y la razón de avanzada al continente
Woodward
se preocupó: dudó del real poderío armamentístico de su enemigo. “Gran Bretaña
pensó: ‘Si me pegan en el Hermes o en el Invencible, o en los buques donde está
toda la logística del combate, no hay guerra posible’”. Descubrieron su propia
vulnerabilidad y advirtieron que desconocían el potencial enemigo. “No sabían
cuántos misiles tenía la Argentina y también se suponía que no funcionaban,
porque Francia les había asegurado que no había forma de que sirvieran”,
relató. En el libro, el autor contó que el General Jacques Mitterrand, aviador
retirado, titular de la empresa estatal y hermano del presidente francés
François Mitterrand, le dijo a Margaret Thatcher, primera ministra del Reino
Unido, que no había manera de que el misil funcionara.
La
Argentina tenía solo cinco misiles Exocet. Pero Gran Bretaña solo sabía que dos
aviones que habían partido del continente habían hundido a su principal buque
de defensa antiaérea. Esa incertidumbre despertó la ofensiva. Rompieron con
todo el protocolo: vulnerar la zona de exclusión significaba una declaración de
guerra al continente. “Por eso lo llamo ‘Guerra invisible’ -dijo Larraquy-: no
podían declarar la invasión porque si no se acaba la guerra, por los conflictos
diplomáticos que surgirían en las Naciones Unidas y con los Estados Unidos”.
Incluso Ronald Reagan, por entonces presidente estadounidense, se entera del
plan británico para penetrar tierras continentales y le avisa a Thatcher que no
lo haga. No le hicieron caso.
“Nada
se hace porque sí. En ese momento, el centro de gravedad de la guerra era el
continente. Si Gran Bretaña no eliminaba todas las amenazas que provenían del
continente no podía desembarcar en las islas”, indicó el autor. Las fuerzas
británicas centraron su atención en las bases aeronavales del continente. Antes
del desembarco, debía corroborar superioridad aérea y naval. Procuraron
acorralar las fuerzas continentales. “Primero lo hicieron con submarinos que
hacían inteligente electrónica avisando sobre aviones argentinos que salían del
continente. Después intentaron un supuesto desembarco donde el destructor
Piedrabuena y el destructor Bouchard, que eran los que acompañaban al Belgrano,
se pusieron delante de la base aeronaval de Río Grande para protegerla. Ahí
detectaron patrullas y dispararon el único tiro de los buques en toda la
guerra. Esos ecos desaparecieron del radar inmediatamente”.

El
Capitán de Corbeta Augusto Bedacarratz desciende de su Super Etendard. Junto al
Teniente de Navío Armando Mayora en la historia de la guerra aeronaval moderna
Al
día siguiente, el 21 de mayo de 1982, se gestó la Operación Sutton, el
desembarco británico en el estrecho San Carlos y el primer combate terrestre de
la guerra. Inglaterra eliminó la resistencia dentro de las islas, bombardeó la
Base Calderón, azotó Pradera del Ganso, pero su preocupación viajaba desde el
continente en los Súper Etendard: el centro gravitacional de la guerra. “El
problema estaba en el continente, no en el Puerto Argentino”, sintetizó el
autor, que se sirvió de una comparación para contextualizar su análisis: desde
un profundo respeto contó que el Regimiento de Infantería número 7 estuvo
setenta días metido en un pozo y que pudo tirar solo dos tiros de mortero.
Cuando
Inglaterra entendió que podía perder, infringió toda convención y tratado de
guerra. Asignaron un comando de ocho hombres para que emprendiera una misión
imposible: infiltrarse en el continente, asaltar las bases aeronavales,
destruir los Súper Etendard y matar a los pilotos. Era el plan original y la
represalia ante un eventual segundo hundimiento. Así razonaron los británicos,
según Larraquy: “Si a nosotros nos embocan otro misil en el Hermes o en el
Invencible y no hicimos nada en el continente, sería una vergüenza. Tenemos que
dar todo porque así es la guerra”. Usar un comando como fusible era algo que
había que hacer.
El
libro rebosa de datos y de comprensiones técnicas. El autor, un obsesivo de la
precisión en la información, se preocupó más en que el relato no perdiera el
eje: el fondo de la historia es la guerra escondida. Lo describe como un
capítulo inédito en el prontuario Malvinas: la guerra electrónica, la guerra de
radares, la incursión en el continente con el propósito de reventar la base
aeronaval. Lo que no se sabe de Malvinas lo encontró hurgando bibliografía
británica y tesis doctorales de académicos en una biblioteca de Londres.
"El
libro es tan británico como argentino", relató el autor. El hundimiento
del destructor Sheffield motivó las operaciones comando en el continente
Es
la primera vez que un libro cuenta la historia de Andrew P. Legg sin apelar a
seudónimos. Los documentos británicos resguardaron su identidad. Su nombre real
se conoció en marzo de 2018 cuando publicó en la casa de subastas Wolley &
Wallis un lote de objetos personales y recuerdos de su carrera militar. Vendía
una boina del Special Air Services (SAS), la hombrera de Capitán, la insignia
roja y oro del regimiento, un cinturón de tela azul con hebilla de metal, las
alas azules que acreditan sus dotes de paracaidista, dos medallas, fotos de sus
misiones y el mapa de la isla de Tierra del Fuego que usó para planear su
ataque a la base de Río Grande.
También
un escrito de un tal William Barnes que se llamaba Ultimate Acceptance
(“Aceptación final”). La bajada decía: “Mayo de 1982. Basado en el verdadero
relato de una operación de inteligencia al continente sudamericano”. “Lo empecé
a rastrear -dijo Larraquy-. Subastaba un diario secreto con un nombre supuesto
de esta operación. No lo puede decir con su propio nombre porque firmó su
confidencialidad. Ese libro se vende a un dólar y medio: es una visión de
autor”. El historiador intercambió mails durante dos meses con una persona
cercana a Legg: comprobó que el capitán de la patrulla que entró a la Argentina
continental durante la guerra no quería hablar. Una frase del libro pone en relieve
el suceso: “Legg desembarcaba en tierra argentina como ya lo había hecho el
ejército británico en los años 1806 y 1807”.
“Tenía
28 años, juró confidencialidad con Gran Bretaña, tuvo que renunciar al
ejército, pasó 38 años en silencio y terminó trabajando como profesor de
matemática”, dijo Marcelo Larraquy. Lo que hizo y no hizo Legg en el continente
se dice en el libro. Pero su acción sobre la isla de Tierra del Fuego
desmantela la historia oficial británica. En los archivos nacionales, las únicas
operaciones que no describen son las desplegadas en el continente: se mantienen
como secreto de guerra. “El que escribe la historia oficial británica no cuenta
lo que pasó -apuntó el historiador-. Inglaterra no puede contar su invasión al
continente porque son secretos de guerra que la comprometen. Y la Argentina
tampoco la puede contar porque si no supondría que tendrían que haber pagado
las pensiones de todos los combatientes”. Fueron cuatro operaciones en
continente: Larraquy persiguió el rastro de un comando por el hallazgo casi
fortuito del diario de guerra de un Capitán anónimo.

El
libro tiene un agradecimiento especial a Nazareno Larraquy Yaques, hijo del
autor: "Lo tuve secuestrado porque su inglés es mucho mejor que el mío. En
esta pandemia estuvimos cuatro meses a full. No lo podría haber hecho sin
él"
Para
el autor, La Guerra Invisible, el último secreto de Malvinas puede ser una
gema: inspirar la revelación de nuevos últimos secretos. “Hay versiones que no
pude corroborar que dicen que hubo tres helicópteros y varios comandos en el
continente”, reparó y sostuvo: “En el continente se libró una guerra, una
guerra electrónica pero real. Incluso hubo la caída de un helicóptero con la
muerte de diez soldados que habían ido en busca de un supuesto desembarco
británico el 30 de abril en Caleta Olivia. Fueron declarados muertos en
combate”.
El
libro y los meses de estudio le enseñaron que la Guerra de Malvinas no se jugó
en las islas. Le asignó valor al conflicto oculto y comprendió el reclamo de
los veteranos: “Siempre se ninguneó todo lo que sucedió en el continente y
quedó como un reclamo marginal de soldados que pusieron una carpa en Plaza de
Mayo. En las bases se vivió un estado de guerra permanente. Ellos también
estuvieron en guerra, no estaban de paseo ahí. Gran Bretaña tenía los
submarinos surcando el Mar Argentino a once millas y también comandos que
pisaron el continente con la misión de atacarlos”.
Fuente:
https://www.infobae.com