20 de agosto de 2010

MALVINAS: RECORDANDO AL SUBTENIENTE SILVA

Por Alberto Mansilla


El 15 de junio de 1982, el Capitán de Fragata Carlos Robacio, jefe del Batallón de Infantería de Marina (BIM) Nº 5 y el Comandante inglés recorrían el campo de batalla. Los muertos ingleses ya habían sido retirados y era el turno de los caídos argentinos. De pronto el jefe británico, sorprendido, lo llama al oficial argentino y le señala un cuerpo.

Tenía los ojos abiertos, el rostro sereno, una herida cerca del hombro y otra cerca de la cintura y la mano aferrada furiosamente al fusil. El infante de marina argentino tomó el arma por su culata y tironeó. Pero la mano no lo soltó.

Parecían una sola pieza. Espontáneamente, ambos combatientes se pararon frente al cadáver e hicieron el saludo militar. Rígidos y emocionados, en medio del silencio del campo de batalla. El argentino decidió que lo enterrarían con el arma que se negaba a devolver. Luego Robacio buscó la chapa de identificación que debía colgarle del cuello.

La encontró. La tomó con firmeza y se la arrancó; era el Subteniente Oscar Augusto Silva.

Desde su San Juan natal había partido Oscar con una definida vocación militar. Ya la había puesto a prueba cursando en el Liceo Militar General Espejo. Luego su camino se dirigió a la Escuela Naval. Pero no era ése su destino. No estaba a gusto. Comenzó a cursar la carrera de ingeniería. Tampoco lo satisfizo. Y decidió ingresar al Colegio Militar de la Nación. Rindió para segundo año por su pasado liceísta y entró. Era uno de los más grandes de su promoción (la 112) pero también uno de los más queridos. Porque si algo se destacaba de Silva era su intrínseca bondad. Siempre estaba dispuesto a ayudar a sus compañeros y eso le valía ser uno de los mejores camaradas. Su familia lo llamaba “gordito”, sus camaradas “el sapo”, pero para todos era una bonachón al que le costaba poner “cara de guerra”. De esos de los que se esperan constantemente buenas acciones.

El Colegio Militar lo formó técnicamente. Aprendió a combatir, a conducir hombres y veló las armas. Pero sus inquietudes fueron más allá, porque intuyendo que todo aquello era incompleto, buscó ayuda en el Centro de Estudios Nuestra Señora de la Merced. Allí, un profesor de historia, “maestro de combatientes”, le enseñó que era posible perder una batalla, pero con honor (1). Y le regaló unos versos de su autoría que decían, en una parte:

“Que no me ofrezcan lo que nunca tuve
por compensar lo que nos han quitado,
el honor de decir:
donde yo estuve flamea un estandarte soberano”.

Renglones que marcaron a fuego al joven cadete.

En noviembre de 1981 egresó del Colegio Militar como Subteniente del arma de Infantería. Pero, en medio de la alegría, tuvo que sufrir un enorme dolor. Cuando su familia se dirigía a Buenos Aires para compartir con él ese momento, un accidente automovilístico acabó con la vida de su madre y dejó internado a su padre y a una hermana.

Sus jefes le ordenaron que se dirigiera a su casa a hacerse cargo de la tragedia. Así lo hizo. Marchó a San Juan en compañía de su hermana Ana Clara, que vivía con él en Buenos Aires, y su novia. Allí fue una vez más lo que había sido siempre para sus hermanas: el puntal sobre el cual se asentaba la estructura del ánimo familiar. Con sus modales suaves pero firmes, sus palabras de aliento, su presencia tranquilizadora, navegó en medio de la tormenta familiar. Y fue un gran piloto.

Días después, en una ceremonia privada, el General Leopoldo Galtieri le entregó el sable. Ninguno de los dos sabía lo que le iba a pasar al joven oficial poco tiempo después. Porque tres meses más tarde se lanzaba el Operativo Rosario, se recuperaban las Islas Malvinas para la Patria y la Argentina se conmovía como nunca antes en sus últimos ciento cincuenta años de vida.

Mientras los argentinos se congregaban en Plaza de Mayo para apoyar a la empresa, el Ejército entero se movilizaba. Por eso Silva, destinado en el Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros, se comenzó a preparar para ir al sur primero, y luego para cruzar a las Islas.

Llegaron a Comodoro Rivadavia, luego a Río Gallegos, más tarde a las Malvinas. La primera noche en Puerto Argentino, la siguiente al norte del aeropuerto, en la península de Freycinet, para dar la temprana alarma de algún posible ataque por mar. En medio de todo el traqueteo, Silva se mantenía preocupado por sus soldados. Hacía todo lo que podía por mantenerlos bien física y espiritualmente.

Rezaba, consolaba, apoyaba. Porque todo era una larga espera en la que había lugar para el miedo y la incertidumbre.

Mientras esto ocurría, el avance inglés había tenido éxito. Desembarcados el 21 de mayo en la Bahía de San Carlos, habían avanzado hacia Darwin y allí, pese a los esfuerzos de la Fuerza de Tareas Mercedes, habían vencido a los defensores. En la noche del 28 de mayo se produjo el ataque inglés, en donde falleció el Teniente Estévez. Al día siguiente, los argentinos se rendían y dejaban que los ingleses siguieran su curso hacia Puerto Argentino.

El despliegue invasor se dirigía, entonces, hacia el este de la Isla Soledad, y se enfrentaría con dos cordones defensivos: el primero, en la línea imaginaria que unía de norte a sur, Monte Longdon, Dos Hermanas, Goat Ridge y Harriet. Más al este, el siguiente, que se articulaba en la misma dirección: Wireless Ridge, Tumbledown, Williams y Sapper Hill, todas pequeñas elevaciones que daban su espalda a Puerto Argentino.

En la primera de las posiciones nombradas estuvo el Subteniente Silva. Llegó el 08 de junio y pasó a cumplir la misión de patrullar Goat Ridge de noche, mientras que de día debía ocupar espacio en la zona oeste del Dos Hermanas, junto a la sección del Subteniente Llambías Pravaz, un oficial un año más moderno que Oscar y que ya había tenido escaramuzas que le daban aire de veterano de guerra.

Nuestro héroe venía de la tranquilidad de la vigilancia en la península de Freycinet y pasó, de la noche a la mañana, a cumplir agotadoras jornadas de patrullaje en las zonas nombradas. Pero nada logró bajar su ánimo. Al contrario, ahora era el puntal también para Llambías quien, al encontrarse con un militar más antiguo, descansó un poco su responsabilidad en él. Y de nuevo “el sapo” desplegó su mejor cualidad: la bonhomía.

Por otro lado, ya esperaban un ataque, porque tenían noticias de la caída de Darwin y entendían que, si el desembarco había sido al oeste de la Isla Soledad, ahora tendrían que venir en dirección a donde se encontraban ellos.

Cuando en la noche del 10 al 11 de junio, el Regimiento 3 de Paracaidistas británico atacó Monte Longdon; el Comando 42 de la Real Infantería de Marina hizo lo mismo contra Monte Harriet y el Comando 45 de la Real Infantería de Marina se dispuso a combatir hacia Dos Hermanas, nadie se sorprendió. Por eso no les fue fácil. En este último par de elevaciones, Silva patrullaba Goat Ridge de noche, Llambías resistió con su sección. Cerca de allí, la actitud del regimiento fue heroica. Muere el Teniente Martella y, uno tras otro, caen heridos, entre los jefes, los Subtenientes Nazer, Mosquera y Pérez Grandi. En medio de la confusa noche, con los hombres que puede, Llambías se replegó y se encontró casualmente con Silva.

Juntos y con los últimos hombres de ambas secciones, se replegaron hacia el segundo cordón defensivo de Puerto Argentino.

Los ingleses avanzaron, pero a costa de mucha sangre propia. Por eso, al día siguiente, se vieron obligados a descansar. Así, mientras los argentinos se reacomodaban en la línea ya muy cercana a la capital de las islas, los invasores se sobrepasaban y dejaban en primera línea a las tropas frescas del Regimiento de Paracaidistas 2, en dirección a Wireless Ridge, y los Guardias Escoceses y los Gurkhas, contra Tumbledown y Williams.

Mientras tanto, Silva no perdía la calma, como nunca lo hacía, pero demostraba algo de impaciencia por entrar en combate. No lo había podido hacer en la noche anterior, porque su misión lo alejó del mismo. Pero tenía su alma estremecida por la espera del momento de hacer la guerra. Siempre sin perder la magnanimidad en su trato con sus soldados y subalternos, a quienes seguía consolando y acompañando; animando y conduciendo.

Pudiendo replegarse a la ciudad para evitar el combate, el patriota hizo lo que debía hacer: pedir un puesto de combate en la defensa y quedarse con todos los soldados de su sección que estaban en condiciones de hacerlo.

Lo ubicaron en la fracción del Teniente de Corbeta Vázquez, dentro de las tropas del Batallón de Infantería 5, y desde allí se preparó para el combate final.

Con la oscuridad del 13 de junio comenzó el ataque inglés. Paracaidistas, Guardias escoceses y Gurkhas chocaron contra la última resistencia argentina.

Todo el poderío invasor se desató con su violencia y eficacia. Los argentinos resistían y mataban, los atacantes morían y volvían a aparecer como si nunca perecieran. Las posiciones fueron rodeadas, desgastadas, debilitadas por el fuego de artillería, lentamente, con mucho esfuerzo.

En el medio de todo ello, Oscar Silva había entendido que era su final. Ordenó, disparó, condujo a sus soldados, los animó permanentemente. Era un torbellino que no podía parar hasta encontrarse en el momento con el que había soñado toda su vida: el del máximo sacrificio por la Patria. Usó un arma, otra y otra. De pronto, se quedó sin munición. Miró alrededor. Vio a un soldado muerto con un fusil pesado a su costado. Saltó a esa posición. Lo tomó y decidió no separarse más de él. Volvió a la suya y siguió disparando. En eso, sintió algo caliente cerca de su cintura y comenzó a formarse un manchón rojo sobre su uniforme de combate. Luego, lo mismo, pero cerca de su hombro.

Tocó su sangre y se aferró aún más a su arma. En su entorno, los soldados fueron muriendo uno a uno. Pareció quedarse solo. Pero no era así, pues Dios estaba con él. Y el FAP, que era su compañía en el último instante. Era su “novia” como le decían en el Colegio Militar. Cayó. Con mucho esfuerzo, se incorporó a medias y ordenó a todos que se retirasen. Él tenía con qué proteger el repliegue. El enemigo siguió avanzando. Juntó fuerzas, disparó el arma que tenía tomada con una sola mano, apoyando a los que se retiraban.

Alcanzó a gritar: ¡Viva la Patria carajo! Y el bramido se escuchó desde Puerto Argentino… hasta el Cielo.

Finalmente, en Monte Tumbledown, la Poesía se convirtió en Historia y el cadáver del Subteniente Oscar Augusto Silva fue el estandarte soberano que flameó para siempre sobre nuestra tierra.

1) Se trataba de Antonio Caponnetto, quien por entonces dictó durante varios años un exitoso Curso de Historia Política Argentina, al que concurrió el entonces cadete, Oscar Augusto Silva.
Fuente: www.moglik.com

16 de agosto de 2010

OFENSIVA DESMALVINIZADORA


Por Enrique Oliva (*)






A pocos días de conmemorarse el cuarto de siglo de la recuperación de nuestras islas Malvinas, cuando la inmensa mayoría de los argentinos se dispone a rendir honores a los jóvenes que ofrendaron sus vidas por la Patria, una cantidad de escribidores se lanzan a una sospechosa campaña de desmalvinización de conciencias. Curiosa coincidencia.

Esos personajes concuerdan en moldes críticos repetidos, vulgaridades de lugares comunes. Que Argentina fue agresora, que no se trató de una gesta y se niegan méritos a muertos y sobrevivientes, faltándoles al respeto a ellos, sus familiares y al pueblo en general. Se insiste en cargar responsabilidades arbitrarias sin una propuesta de cómo ellos, los sabelotodo de café, recuperarían las Malvinas. Piensan que somos tan indignos e incapaces y mostrándose partidarios de dejárselas al colonialismo de las multinacionales.

Otro opinólogo famoso ha dicho, tan luego en estos días, que cuando él llegue al cielo, está seguro de merecerlo, a quien primero quisiera ver es a Liniers para reprocharle haber echado a los ingleses impidiéndoles que hicieran grandes a los argentinos. Menuda sorpresa se llevará cuando él le contestará con la verdad: para hacerla una colonia francesa.

Multiplican los recursos de siempre para desmoralizar al pueblo como si los sacrificios de los combatientes son fruto de engaños y no de un asumido ideal patrio que los llevó a ser protagonistas de una Gesta. Gesta con mayúsculas, la que no omite llegar a las últimas consecuencias. Según la Real Academia son gestas los "hechos señalados, hazañas y conjunto de hechos memorables".

La gesta de Malvinas tiene vigencia

La Guerra de Malvinas, más allá de la victoria o la derrota, ésta no olvidable, ni imposible de revertir, es hoy el ejemplo de un pasado reciente honroso para confiar en un mejor futuro. El mundo entero se asombró del valor desplegado al batirse Argentina contra los gobiernos de las mayores potencias del mundo, no de sus pueblos, ni siquiera el inglés que nunca se manifestó en las calles contra nosotros. Nunca. Eso si, casi cotidianamente ocupaban grandes espacios en protestas a veces multitudinarias contra la guerra en el Atlántico Sur, el colonialismo y las armas nucleares que llevaba la flota.

Nosotros lo vimos en Londres. Cuando Ronald Reagan visitó ese país, el propio alcalde, intendente, de la capital británica, el gran anticolonialista Kin Levington, lo llamó persona no grata. En aquellos años esa función era atribuida por el gobierno central y poco después la señora Thatcher lo despidió. Años mas tarde, como ocurrió en Buenos Aires, se convirtió el cargo de alcalde en electivo y Kin Levington fue alentado a postularse como candidato de su partido, el Laborista, pero Tony Blair impuso a un amigo. Entonces se presentó como independiente y ganó holgadamente en las urnas. Hasta el momento, ocupa ese cargo y sigue siendo muy popular.

¿Argentina agresora?

Resulta por demás incomprensible que un argentino sostenga con muestras de convencimiento, que nuestro país fue el agresor de una potencia colonialista europea, de vieja vocación imperialista.

¿Agresores cuando se retoma algo que les pertenece, que fuera arrebatado a sangre y fuego y en más de 130 años de ese despojo fueron vanos todos los intentos de procurar justicia por vías pacíficas a pesar de ser apoyados por el derecho internacional y las Naciones Unidas con su Comité de Descolonización?

Si los que buscan la independencia plena de sus territorios son calificados de agresores, en la Argentina como en infinidad de otros países nos quedaríamos sin próceres. A nuestro Libertador General San Martín, como a tantos patriotas que lucharon para hacernos libres habría que condenarlos. Todos fueron agresores, haciendo la guerra con los medios posibles y esfuerzos sobrehumanos. Los inspiraban principios y el justo derecho a manejar sus vidas y territorio como mejor lo entendieran.

Nadie actuó con indignidad sino todo lo contrario, invocando al mismo Dios. En los campos de batalla se enfrentaron con los estandartes hispanos mostrando a la Virgen del Pilar, patrona de España. Y aquí en nuestra América se hizo lo mismo, con la inmaculada madre de Jesús, que es única aunque se la representa con distintos nombres. Ese fue el caso de San Martín quien dejó su bastón de mando a la Virgen del Carmen de Cuyo, venerada en la región donde formó su ejército.

La corona española aplicó a los sublevados calificativos muchísimo más agraviantes que el de agresor.

La vida brindada a conciencia

Nuestros soldados en Malvinas no eran "chicos inimputables", mirándolos con lástima, cuando como fueron hombres hechos y derechos ofrendando sus vidas por algo que creían justo: lo que las mentiras de los manuales oportunistas quieren borrar. Pero nadie olvida cuanto nos enseñaron de niños las maestritas criollas a escribir: "las Malvinas son argentinas".

Así como en los libros, hoy la historia está de moda, también se la recrea insolventemente en programas televisivos farandulero, en especial mostrando aspectos negativos y falsedades de nuestro pasado. ¿Qué país puede enorgullecer más a su pueblo como cuando los argentinos vencieron a las dos potencias mundiales más grandes del Siglo XIX, Inglaterra y Francia, en sus repetidos intentos de años de tomar sin éxito a Buenos Aires y en cambio se vieron obligadas a retirarse rindiendo honores al pabellón nacional y firmando un reconocimiento de nuestra soberanía. Lamentablemente después llegaron los bancos de la usura internacional y aun debemos padecerlos para lo cual deben empañarse las grandezas criollas por los “escribidores cipayos”. Uno de sus objetivos es desmalvinizar nuestras conciencias por orden y pago del imperio.

Si vamos a desalojar de la historia a circunstanciales amantes del alcohol, aunque fueran valientes y responsables servidores patriotas, no nos referimos al vinculado a Malvinas, tendríamos que desmontar varios grandes monumentos bien ganados.

(*) CEES (Centro de Estudios Estratégicos Suramericanos).

Fuente: http://www.rebanadasderealidad.com.ar. Publicado el 27 de marzo de 1007

CIVILES EN MALVINAS



Por Lucio Eduardo Mancini

Cuando se habla de guerra, siempre se piensa en el combate entre las tropas enemigas, Sin embargo, si bien algunas de las antiguas acepciones gramaticales y etimológicas expresadas en los diccionarios dicen:

“Tropa: la organizada para combatir y maniobrar en el orden cerrado y por cuerpos”, es normal que junto a esas tropas se integren civiles que, indirectamente, por cumplir funciones específicas de trascendente interés para las acciones como comunicaciones, correo, petróleo y derivados, gas, agua, electricidad, vialidad, etc, sin portar arma alguna se conviertan también en “objetivos rentables” para el enemigo, Tal lo acontecido en Malvinas en el año 1982.

Esos civiles, profesionales, administrativos y técnicos silenciosa y metódicamente fueron “tejiendo la urdiembre” de su importante tarea, pero potencialmente la misma irradiaba un valor agregado que solidificaba la base de la operación política y bélica que el país necesitaba en esa oportunidad.

Por esas circunstancias, mayormente desconocidas, oportunamente expresé pormenores de esas tareas en un libro de mi autoría, y es bueno consignarlas nuevamente, aunque sólo sea en forma fragmentaria, para que lleguen a la luz del conocimiento público, y trascienda en que condiciones trabajaron aquellos hombres, que impulsaran al entonces Teniente Coronel Seineldín, a definirlos con la jerarquía de “Combatientes Civiles”.

Tal distinción, precisamente en aquella guerra, nos enorgullece por razones que es necesario explicitar, porque sin esa ella, al margen de las falencias logísticas que nos impidieron desarrollar armónicamente el potencial humano del que disponíamos en ideas, trabajo, alma y espíritu, no hubiéramos comprobado que éramos capaces de unirnos, sin distinción de clases sociales, económicas o religiosas, para llevar a cabo algo por y para nuestro país.. Que éramos capaces de distinguir verdades de falsedades, de hallar la verdad en la cruel guerra, de distinguir el íntimo sentimiento de identidad nacional ante la realidad de los muertos y sobrevivientes, compatriotas o circunstanciales enemigos.

Es duro decirlo, pero Dios nos igualó en el supremo momento en el que se expone la vida y se observa de cerca la Verdad Superior, que permite reconfortar “hermanos heridos” bajo ambas banderas, en el instante supremo que une a los hombres, en el Amén final.

Así sucedieron aquellos acontecimientos…. Repasemos los fragmentos consignados:

He de historiar sobre los funcionarios y radioaficionados que fueron desplegados para el cumplimiento de tareas específicas en el teatro de operaciones de la Guerra por las Malvinas, para aquellos que desconocen por no ser sus allegados; ya que, lamentablemente, pocos argentinos se han enterado de lo que realizaron en las Islas. Los mencionaré para ilustración de sus conciudadanos, para que sepan de su grado de adaptación, de sus cambios psíquicos, de sus flaquezas, de sus limitaciones, de su valor en especial de los que por su temperamento fueron líderes en los grupos en los que les cupo actuar.

De esos civiles que en el tiempo transcurrido, pese a la trascendencia que algunas de sus intervenciones han tenido, han estado solo escuetamente mencionados en diversas publicaciones, ocultándoseles por ende el lugar que merecen en nuestra historia, historia que tampoco tuvieron oportunidad de escribir o dar a conocer.

He comprobado en la práctica lo que siempre sustenté en mis informes laborales, la importancia del funcionario o radioaficionado integrante de una potencial reserva altamente capacitada, que ha sabido brindarse sin límites toda vez que el país ha necesitado convocarlo.

Sabido es que a un civil operando en una guerra no lo protege el acuerdo de Ginebra, y de ser hecho prisionero, le corresponde la pena máxima. Estos civiles efectuaron una entrega, que comprende desde sus vidas a sus bienes personales y afectivos, todo puesto a disposición de la misión que se les encomienda (automotores, equipos radioeléctricos de avanzada tecnología, trabajo, hogares, y la paz de sus seres queridos). Pusieron todo a disposición en aquella oportunidad y lo harían nuevamente con abstracción de ideologías políticas, gobiernos de turno, etc. No fueron preparados para ello profesionalmente, pero la entrega por su patria fue absoluta, sin medir riesgos ni pedir recompensas.

En el pasado por los acontecimientos vividos fueron reconocidos con distingos merecidos, pero a menudo, la abnegación desinterés y en caso valentía y heroicidad, no tuvieron en los medios informativos de difusión el énfasis merecido. Con el tiempo su participación se empequeñece y se olvida su significado histórico.

Ocupación de la Oficina de Correo Postal y Telegráfico

Cuando arribé a Malvinas Everto Hugo Caballero y José Manuel Chávez me pidieron los acompañara como representante de la Secretaría de Comunicaciones a fin de entrevistarnos con el Superintendente de Comunicaciones de la administración británica, Sr. Heterhige. Inicialmente no advertí la trascendencia del hecho, aunque no dejé de pensar en los matices que rodearían tal circunstancia.

Minutos después Caballero, en su condición de Directos General, Chávez como Encargado de Organismo Superior, ambos de La Empresa Nacional de Correos y Telecomunicaciones (ENCOTEL) y quien esto escribe como Jefe de Sección Principal de la Secretaría de Comunicaciones (SECOM), entramos en la dependencia de Correos, todavía bajo la jurisdicción inglesa, Caballero preguntó escuetamente en nombre de la administración argentina por Heterhige y rápidamente fuimos recibidos en un pequeño y modesto despacho. El hombre estaba bien afeitado y pulcramente vestido, lo noté pálido, aparentando seguridad y demostrando buena predisposición en sus modales.

Uno a uno nos fuimos presentando oficiando de traductores Caballero y Chávez que hablaban bien el idioma inglés, Con el admirable don que poseía el primeros de éstos, fue directamente al meollo de nuestra presencia y en inglés, palabras más o menos, según me tradujo, le expresó: “en nombre de la autoridad del gobierno de la República Argentina, asumimos por derecho soberano las actividades del Correo Postal, y Telegráfico de nuestras Islas Malvinas, seguidamente los tres tomamos posesión de las oficinas.

Asunción del Gobierno de las Islas 07/ABR/82

Himno Nacional y lectura del entonces Mayor Auditor Burlando (oficiaba como Escribano de Gobierno), del Decreto Nº 681/82, por el que se creaba la Gobernación Militar, la toma de juramento estuvo a cargo del Comandante del Teatro de Operaciones Malvinas General de División García, los Santos Evangelios depositados en el extremo izquierdo de la mesa. El acto fue transmitido por la Red Nacional de Radio y TV, por este medio solo por audio.

En mi recuerdo reviven las circunstancias del acto y varios hechos especiales: La parsimonia de Fernando Péndola, compañero de radiodifusión, quien tuvo a su cargo como operador la responsabilidad del montaje de los elementos desde el salón del centro Cívico, y desde éste la emisión de la Canción Patria, cosa que no era fácil porque debido a la precariedad de medios debía insertar la púa en la tercer banda de grabación a pulso. El control general estuvo a cargo de Ernesto Dalmau, también de Radiodifusión, realizando ambos un trabajo perfecto.

Dalmau con su personalidad especial y su gran experiencia, Péndola, jovencito enfrentando de un día para otro los sucesos que acontecían con la frescura de la inexperiencia pero con genuina responsabilidad, tenía un dejo de displicencia en su andar pero su mente era rápida, precisa y no erraba, no fallaron ninguno de ellos.

Los primeros disparos, la actividad del correo y radioeléctrica.

El 11 de abril todos supimos como era el ruido de la artillería antiaérea, se probaron entonces las piezas emplazadas y los servidores hicieron una práctica. Como sería el estruendo y la trepidación del suelo que me divertía mirando las gallinas que en los fondos de las viviendas saltaban al compás del sonido de los disparos y su cadencia, bom, bom, bom…, eran cinco seguidos, imaginé tirando todos a la vez y luego lo comprobé.

El día 12, por LRA Radio Nacional Islas Malvinas se informó la prohibición de toda la actividad radioeléctrica de los radioaficionados, a su vez se los convocó para el día siguiente a las 0800 horas al edificio Cívico a fin de hacer entrega de los equipos radioeléctricos que constituían sus estaciones. Con esta medida se concretaban cuatro aspectos fundamentales: el silencio radioeléctrico, la limpieza del espectro, la solicitud de licencia para operar y el lugar de operación. Era mi trabajo específico.

Al día siguiente a las 0750 horas, con asombrosa disciplina y puntualidad se encontraban en fila los radioaficionados malvinenses con sus paquetes dispuestos a la entrega y a diligenciar la documentación respectiva y si lo deseaban solicitar la licencia argentina de radiooperador.

Al día 26 de abril se recibieron por correo ínter isla (aéreo) y en forma personal cuarenta solicitudes. Esta documentación, parte de la cual conservo en mi poder, constituye cada una de ellas una reafirmación de nuestra soberanía, un reconocimiento, sin presión ya que de ellos era la decisión. Inglaterra no puede negarlo pues fue una autodeterminación.

Ellos tienen la verdad de lo que expreso en su poder y yo tengo parte de esa misma prueba. Son originales de solicitudes y he marcado en los listados de los radioaficionados malvinenses, a todos aquellos que nos han reconocido y lo efectuaron con la bandera argentina, ambas documentaciones son indubitables e innegables.

Para entonces Caballero informaba y está publicado, que se recibían 5.000 cartas simples, 2.000 certificadas y 400 encomiendas ¡por día!. Más tarde debido al bloqueo recibíamos el correo con intermitencia pero, en cada oportunidad nos tapaban.. Los días de ausencia de correspondencia postal eran ocupados por miles de telegramas que iban y venían, sin dejar de mencionar los benditos giros postales y telegráficos que se recibían para la tropa, Todo se clasificaba, registraba, separaba por unidad y se entregaba diariamente y sin interrupción, incluso durante los días mas duros del conflicto.

Respecto a mi trabajo específico y a las condiciones en que lo realizaba, la reorganización acorde a nuestras normas de los radioaficionados, la efectuaba en los lapsos en que me era posible sustraerme a la tarea de ENCOTEL. Desde el 01 de mayo aquélla quedó inconclusa debido al inicio de la guerra.

Nuestra actividad a partir del 01 de mayo

Hoy vuelven a mi memoria la movimientos que dentro de la oficina se realizaban; la tropa poniéndose los cascos, y nosotros continuando con indiferencia ante cada alerta roja u oscurecimientos la tarea, sintiendo por cierto, el estremecimiento de los estampidos y el retumbar de los pisos.

Al no veterano que lea esto, no le resultará fácil reconstruir aquellas escenas y menos aun comprender los que se experimenta hasta hacerse insensible a estas circunstancias. Pero así sucedían e igual se trabajaba, masticando la experiencia, asimilándola constantemente.

Esa “digestión” de la rutina de la guerra sin que lo percibiéramos, a algunos los transformó para el futuro que hoy debemos compartir con la “sociedad normal”. Seguramente esto no es comprendido y muchas veces tampoco admitido por quienes no estuvieron “allá”. No fue necesario haber estado en la primera línea para lograr esta modificación en la conducta. Sustentar un criterio contrario ha sido la solución fácil de la mediocridad, que todo lo minimiza porque ella no lo vivió. Nadie que haya seguido los acontecimiento fuera del teatro de las operaciones, desde el cemento de las ciudades, está realmente habilitado para definir como deberían actuar los que estuvieron, por respeto deberían callar. No molestamos y si por si acaso alguno realiza alguna acción marginada de la “normal conducta social”, deberían comprender que fuimos “unos” y volvimos “otros”. Al menos en mi concepto personal.

He asistido y participado en plena alarma y oscurecimiento, luego de cenar, sobrellevando cansancio, sueño y tensiones, debiendo a menudo interrumpir las tareas debido a los bombardeos navales que nos obligaban a analizar para que lado tiraban, de las tareas administrativas y contables que demandaba el hacer efectiva la entrega de dinero que se remitía a la tropa ….., y si el bombardeo comenzaba a picar en proximidades del local , el pozo de zorro era el destino de los ordenados y rápidos movimientos del grupo que constituíamos.

Esa tarea de clasificación de despachos telegráficos, obligaba a separar por columnas cientos de cifras y centenares de giros postales que al día siguiente imponían otras diligencias administrativas….¡y su entrega!…que no dejó de efectuarse hasta el último día de trabajo. Si la secuela de papeles en tiempo de paz son infinitos y tediosos piensen en tiempo de guerra y bajo las circunstancias descriptas.

Si bien las normas imponen procedimientos administrativos, es necesario admitir que si la burocracia es culpable, mas los es la “burrocracia”.

¡Y finalmente llegó!…, y hoy como ayer me pregunto si aquel equipo radioeléctrico que recibimos con tanta ansiedad, por el que transmitiríamos al continente los textos de los telegramas de servicio y de las Fuerzas desplegadas, no significaba un arma de características estratégicas…. La tarde de un sábado en la que instalamos el sistema irradiante en la parte posterior de la casa; el enemigo que lo espiaba todo desde sus satélites “gentilmente cedidos”, además de contar con los informantes que mimetizados en la población se infiltraban entre nosotros, efectuó varios ataques en dirección a nuestra posición…cuatro bombas detonaron en distintos sectores cercanos a la casa. Dos en el agua que nos prodigaron el “vistoso” panorama de poderosos surtidores del líquido elemento de unos cuarenta metros de altura, según la perspectiva de la distancia a la que nos encontrábamos; otra en el extremo derecho de la bahía, frente a la parte posterior de la casa y la restante frente a nosotros, junto a los tanques, que según comentarios, eran de agua potable.

Nos protegimos un poco ante la primer alerta roja, en la segunda apenas nos detuvimos mirando el cielo cubierto y en las dos restantes ni miramos, sino que proseguimos la tarea junto con el Suboficial Principal Saraza, un mecánico de equipos de comunicaciones de campaña perteneciente a la Compañía de Patricios, el que ordenó a la tropa que le dependía que se refugiara en los pozos.

Recuerdo con total nitidez, que a medida que ultimábamos los detalles para ubicar el mástil sobre una base plana, tomándolo de los tensores para vientos, desde las posiciones de las armas antiaéreas próximas nos gritaban los grados de aproximación de los aviones enemigos, los que a su vez Saraza nos los reiteraba en voz alta. Se trataba de un procedimiento rutinario, mecánico, que se cumplía metódicamente pero que en nada alteraba nuestra tarea.

Al comentarlo ahora, no puedo transmitir con elocuencia el razonamiento de cada uno de nosotros y que movimientos ejecutábamos…, no nos interesaban los ataques, por el contrario más de uno dirigía un buen insulto a las nubes que disimulaban la presencia enemiga. Se continuó el tremendo esfuerzo que demandó alzar el mástil metálico de casi quince metros de altura, sobre un piso que temblaba debido a la trepidación de las baterías antiaéreas, en medio del fragor ensordecedor que estremecía el espacio y nuestros sentidos. Parábamos sólo para no perder el espectáculo de los surtidores de agua impulsados desde las entrañas del mar y los destellos que producían las explosiones en el suelo.

Epílogo

Cuando oigo al “charlatán”, aquél que con facilidad maneja situaciones hipotéticas, lamento no haberlo tenido junto a mi, tan sólo dos minutos con la probabilidad de saltar por el aire reventado o simplemente arrojado a diez metros de distancia por la onda expansiva de una explosión, ¡tan sólo dos minutos con aquella realidad!, siempre alejada de lo que por la boca expresan y demuestran algunos argentinos de esta generación sin guerra, sin modelos reales, sin ídolos de la humildad y la cultura…generaciones de las que también formo parte, en las que muchos, lamentablemente han pretendido destruir, parte de los ideales, de la grandeza, de la heroicidad de aquellos hombres, quizás por ignorancia, soberbia, envidia o irremediable inferioridad.

Y así fueron aquellas cosas… y así esos hombres, con inmenso patriotismo, dejaron en la turba de Malvinas el mojón de sus ideales y de la Soberanía Nacional, que jamás podrá ser erradicada.


(*) Durante cuarenta años fue funcionario de carrera en la Secretaría de Comunicaciones. Durante la guerra se desempeñó en los cargos expresados en el relato. Es autor del libro “Una gaviota en Malvinas”, en mérito a su actuación recibió por parte de la Comisión Permanente de Homenaje a la Gesta del Atlántico Sur la Estatuilla Malvinas Argentinas.

Fuente: http://blogs.clarin.com

LA HISTORIA DEL SUBMARINO “SAN LUIS”


A continuación la Impresionante historia de un submarino argentino en Malvinas. el San Luis intentó pelear con torpedos que no funcionaban, y fue perseguido y atacado por la Royal Navy. El San Luis era comandado por un ídolo de Maegli, el capitán Fernando Azcueta.


Por Alejandro Maegli (*)
Testigo fundamental de una batalla submarina

A las siete y media de la mañana, Alejandro Maegli estaba a punto de entregar la guardia y meterse en la cama cuando de pronto el sonarista del submarino le dijo una frase que lo dejó helado: “Señor, tengo un rumor hidrofónico”. El Teniente de Fragata pegó un respingo queriendo creer que el operador se había equivocado.

A veces las ballenas o el krill producen “rumores biológicos” y pueden confundir al más experimentado de los técnicos del sonar. Pero el ruido venía del Noreste y sus características se iban confirmando con el correr de los minutos. Maegli era jefe de comunicaciones y tenía la obligación de despertar al comandante. Lo hizo: “Despiértelos a todos, uno por uno, y colóquelos en sus puestos de combate”, le ordenó el capitán.

A Maegli se le puso la piel de gallina. En ese momento sólo podía sospechar lo que iba a ocurrir. Pero no podía saber con certeza que comenzaría la primera batalla submarina del Atlántico Sur, que venían hacia ellos helicópteros ingleses a ras del mar, seguidos de cerca por los buques de la Royal Navy, y que los esperaban veintitrés horas de miedo, suspenso, persecución y explosiones.

Era el 01 de mayo de 1982 y el submarino ARA San Luis tendría su bautismo de fuego en la Guerra de las Malvinas.

Maegli es hoy Contralmirante y Director del Área Material Naval, y tiene a su cargo la difícil decisión de reparar o sacar de servicio para siempre a esa nave llena de fantasmas que espera en silencio, roja por la pintura antióxido, en una dársena del puerto de Buenos Aires. ¿Cómo resolver con la cabeza un asunto del corazón?

Alejandro encontró su vocación en Mar del Plata a los cuatro años, durante una visita escolar. Un submarino reposaba en silencio, pero traía consigo ecos de aventuras, y Alejandro se metió luego en la Escuela Naval con el único propósito de surcar bajo el agua los mares del mundo. Hizo una experiencia en un buque barreminas. “Para ser oficial barreminas no hay que ser loco, pero te ayuda bastante”, dice el refrán. Y después sirvió en un buque de apoyo. Finalmente, ingresó en la Escuela de Submarinos, que es muy exigente, y aprendió de memoria, uno por uno, los múltiples mecanismos internos de esa nave.

La primera vez que entró en el San Luis todo se le venía encima. Parecía realmente un lugar de confinamiento. El submarino es un cilindro que mide 50 metros desde el timón a la proa, 11 metros desde la quilla hasta el tope de la vela y 5 metros con veinte centímetros de lado a lado: ése es el diámetro de un caño donde deben vivir, trabajar, dormir y recrearse treinta y cinco hombres durante semanas y, a veces, meses de misión submarina. Travesía en la que se habla en voz baja, se come poco “porque la navegación te quita el hambre”, y donde luego de la vibrante marcha en superficie y las maniobras de inmersión sobreviene una extraña serenidad espacial.

El submarino había sido comprado a Alemania en los años setenta, había llegado desarmado a la Argentina y había sido montado pieza por pieza en Buenos Aires. Pero para la época de Malvinas presentaba algunos problemas: no podía desarrollar velocidades de inmersión superiores a los 14 nudos y uno de los cuatro motores diesel que permiten cargar las baterías a través de un snorkel no funcionaba. Así y todo, Maegli no estaba tan preocupado por estas limitaciones como por su mujer, que estaba a punto de dar a luz. En marzo de 1982, ese padre primerizo, que apenas tenía 27 años, tuvo que zarpar en misión de adiestramiento y subirse por las paredes del submarino esperando la buena nueva. Estaban haciendo ejercicios con tres corbetas cuando llegó la noticia de que había nacido su hija María Inés. Los festejos a bordo fueron discretos, pero afectuosos.

A mediados de mes llegó otra orden: debían suspender los simulacros y retornar a Mar del Plata. Un amigo se lo encontró en tierra. Partía al día siguiente en el submarino Santa Fe. “Flaco, le dijo a Maegli en un susurro, me voy a Malvinas.” Alejandro sospechaba que algo grande se avecinaba, pero no tenía tiempo de meditar demasiado: corrió a ver a su mujer y a conocer a su hija, y los acontecimientos del 02 de abril lo sorprendieron como a casi todos nosotros. Sintió entonces una íntima contradicción: alegría patriótica mezclada con angustia y extrañeza. Hacía pocos meses había confraternizado con los oficiales del submarino inglés HMS Endurance, que había hecho escala en Mar del Plata. El Endurance atacaría luego, con torpedos y el apoyo de helicópteros, al submarino Santa Fe.

Recibieron la orden de alistarse contra reloj y hacerse a la mar el 11 de abril. Salieron de noche, con órdenes secretas. Cuando abrieron el sobre descubrieron, tragando saliva y con los ojos bien abiertos, que debían patrullar el “Área Enriqueta”, frente a Puerto Deseado. La luna brillaba en la dársena: navegaron hasta la altura de cabo Corrientes y se sumergieron. Maegli preparó las cartas de navegación y leyó la consigna: “Autorizado uso de armas en defensa”. No podían atacar a nadie, porque las negociaciones diplomáticas no se habían agotado. Pero ese despacho lo obligó a procesar psicológicamente el hecho de que por primera vez no se trataba de un entrenamiento: era la guerra.

Pasaron varios días haciendo recorridos y subiendo el snorkel media hora para obtener energía y oxígeno: ésos eran los momentos de mayor vulnerabilidad de la nave. Luego todo fue esperar y madurar la idea del combate. Salvo, claro está, cuando sucedió lo imprevisto: una avería en la computadora de control de tiro. Llevaban a bordo 10 torpedos alemanes y 14 estadounidenses. Pero sin esa computadora, la única alternativa era lanzarlos de manera manual. Trataron de repararla, pero no tenían a bordo los elementos con qué hacerlo, y el 27 de abril recibieron otro mensaje: “Destacarse y ocupar «Área María». Todo contacto es enemigo”. Eso significaba que debían desplazarse a una zona cercana a la isla Soledad y que allí no había buques argentinos. Cualquier “rumor hidrofónico” tenía entonces que ser, forzosamente, una nave inglesa, y la orden era dispararle, sin dudar.

El 01 de mayo Maegli juntó a todo su equipo de informaciones de combate. Se sentaron alrededor de una mesa minúscula y él descubrió que le temblaban las piernas y que no podía levantar la cara. Cuando la levantó vio que sus camaradas estaban en idéntica actitud de pánico. Vadeó como pudo ese pantano y comenzó la reunión de análisis. Luego se colocó los auriculares: el blanco venía hacia ellos y el comandante ordenaba preparar tubos de torpedos y movimientos submarinos para encontrar la mejor posición de tiro. En un momento, el sonarista oyó explosiones y hélices de helicópteros. Se aproximaban tres helicópteros antisubmarinos con los sonares desplegados y largando cargas de profundidad a ciegas. A medida que analizaban los sonidos y señales se daban cuenta de que los Sea King avanzaban abriéndoles camino franco y seguro a varios buques británicos de guerra. Cuando estaban a 9000 yardas, Maegli le dijo a su capitán: “Señor, datos de blanco ajustados”. El comandante gritó: “¡Fuego!” Y el torpedo salió disparado con trepidaciones y ruidos escalofriantes. Llevaba consigo un cable de guía a través del cual se podía teledirigir su dirección. Pero a los pocos minutos un oficial informó que el cable se había cortado. El torpedo seguía ahora corriendo, aunque de manera autónoma, y estaba programado para ir ascendiendo con el objeto de asegurar el impacto. El problema es que, al hacerlo, se hacía visible. En cinco minutos absolutamente todos los buques ingleses desaparecieron del sonar, y el torpedo se perdió en la nada.

No era difícil para los helicopteristas ingleses ver el trazado del disparo y calcular la posición del San Luis. A Maegli se le secó la boca. Pasarían de cazadores a presas en segundos; los ingleses, a gran velocidad; los argentinos, en cámara lenta.

El capitán ordenó evasión a toda máquina y el sonarista dijo: “Splash de torpedo en el agua”. Les habían disparado y ya se sentían los sonidos de alta frecuencia que el proyectil inglés emitía al acercarse. “Máxima profundidad”, ordenó el comandante. Y a continuación mandó lanzar falsos blancos. Se usaban señuelos, pastillas gigantes que en contacto con el agua hacían burbujas y confundían con sus ecos apócrifos. Los llamaban “Alka Seltzer”. Después de expulsar los dos señuelos, el sonarista informó de algo que galvanizó a todos: “Torpedo cerca de la popa”. Maegli pensó: “Cag..., nos está persiguiendo, nos va a reventar”. El sonarista agregó: “Torpedo en la popa”.

Diez segundos y un año después, el operador dijo, con su voz metálica: “Torpedo pasó a la otra banda”. Una alegría silenciosa, un cierto alivio recorrió el cilindro: el torpedo inglés había pasado de largo y se perdía en el mar. Se habían salvado por un pelo.

En ese instante mismo comenzó el hostigamiento. Los Sea King se acercaron lanzando sus cargas y sacudiendo el océano. Tiraban todavía sin tener la posición exacta del San Luis, que bajaba y bajaba. Pescaban con bombas a unos quinientos metros del mentón del Teniente Maegli. El submarino fue reduciendo su velocidad y se asentó con un golpe en el fondo de arena. Cada veinte minutos los helicópteros llegaban y soltaban sus explosivos, reemplazándose los unos a los otros en la tarea durante horas y horas. Las ondas expansivas no llegaban y entonces el máximo problema era el oxígeno. Sin poder sacar el snorkel, el dióxido de carbono subía y el peligro aumentaba. El comandante ordenó que la tripulación abandonara sus puestos de combate y se metiera en la cama: había que gastar lo menos posible. Meterse en la cama y dormir en un submarino que está en el fondo del mar y al que le siguen disparando debe ser una de las experiencias más inquietantes de la vida. A pesar de ella, Maegli pensó: “El problema no es el miedo sino cómo controlarlo”, y se quedó dormido.

Veintitrés horas después del primer “rumor hidrofónico”, el sonarista anunció que el área estaba despejada. El San Luis emergió a plano de periscopio, sacó el snorkel y la antena, y recibió la triste información de que habían hundido al Santa Fe en las Georgias. El Teniente pensó en su amigo y en los oficiales del Endurance, y luego no pensó más que en hacerse fuerte y seguir haciendo su trabajo. “Ya teníamos callosidades en el alma, ya éramos diferentes”, dice hoy, al recordar aquel bautismo de fuego.

Cinco días más tarde, en un teatro de operaciones infestado de naves enemigas, los sensores acústicos volvieron a detectar “ruido hidrofónico”. “Posible submarino”, dictaminó el operador. Y el comandante ordenó de nuevo que todos ocuparan sus puestos de combate y que el San Luis avanzara hacia el blanco, que tenía un extraño comportamiento zigzagueante. “Blanco alfa muy cerca”, dijo el operador. Estaba a unos 1500 metros. Dispararon un torpedo antisubmarino de recorrido corto y escucharon una detonación tremenda. Pero nunca pudieron determinar a qué le habían pegado.

En la madrugada del 11 de mayo, Maegli estaba nuevamente de guardia cuando el sonar detectó una fragata misilística que venía del Este, y al rato otra del Norte. Todos estaban en sus puestos. Y allí, provisionalmente en pausa de combate, les sirvieron un memorable arroz con tomate que los submarinistas comieron con los músculos en tensión, como si fuera lo último que probarían antes de morir. Luego comprendieron que los dos buques británicos convergían sobre el estrecho de San Carlos y el capitán ordenó atacar el blanco más cercano a la costa. “¡Fuego!”, volvió a gritar, a una distancia de 5200 yardas. Tardó tres minutos en cortar cable. Pero todos los tripulantes acompañaban mentalmente la corrida del torpedo. Hasta que, de repente, Maegli escuchó un clanc. Un alarmante ruido de chapa. El sonarista informó que los blancos huían a toda máquina. El proyectil había pegado en el casco, pero no había explotado. El proyectil, una vez más, no estaba en buenas condiciones. Los dos buques ingleses venían de hundir con artillería al ARA Islas de los Estado, un barco argentino que transportaba municiones y combustible de avión. Habían muerto más de veinte hombres en ese naufragio.

Cuando el capitán comunicó al Comando de Operaciones Navales las fallas del torpedo y les recordó las dificultades en el sistema de tiro, recibió una directiva terminante: volver a casa. Regresaban a Puerto Belgrano de noche y en silencio: no habían logrado hundir ningún buque y aunque habían provocado, tal como confesaron luego los ingleses, una verdadera psicosis en el mar y habían logrado retardar con su amenaza submarina el desembarco en las islas, llevaban un regusto amargo. “La prevención, el desgaste de energía y el temor que genera un submarino es terrible”, me explica el contralmirante Maegli; se nota que aquella amargura no se le ha borrado de la boca.

Atracaron en secreto en la base naval y comenzaron a realistar el San Luis, metiéndolo a dique. El Teniente llegó estresado, barbudo y con la misma ropa con que había salido de Mar del Plata a su departamento de casado, y durante una semana no respondió preguntas ni salió de la cocina de dos por dos: sólo se sentía seguro en lugares reducidos.

Nunca el San Luis pudo volver al teatro de operaciones. Trajeron a dos expertos para repararlo, pero tardaron cuarenta días y eso dejó al submarino y a su tripulación fuera de la guerra. El 14 de junio los tapó la tristeza. Maegli siguió prestando servicio en el San Luis, y en 1983 lograron que los técnicos alemanes revisaran los mecanismos, explicaran las razones de los desperfectos en sus torpedos y en el sistema de tiro que habían fabricado, y pudieran hacerse las modificaciones necesarias.

Alejandro siguió una larga carrera de perfeccionamiento profesional. Fue comandante del ARA Salta, gemelo del San Luis, director de la Escuela de Submarinos y agregado de Defensa en Canadá. Un amigo de Ottawa le regaló un libro donde figuraban las grandes batallas submarinas de la historia. Un historiador británico, especializado en el tema, narraba las dramáticas aventuras de un submarino argentino que había escapado de milagro al acecho de la Royal Navy: el San Luis. Maegli no quiso leerlo así como no quiere visitar el submarino rojo que duerme en un astillero de la Costanera Sur a la espera de ser convertido en un museo o regresar al mar. “Es viejo, pero no es anticuado, lo defiende el director de Material Naval de la Armada argentina. Si me preguntás qué quiero te respondo algo muy simple: sólo un buen final.”

Volvió al astillero para hacerse unas fotografías. Pero lo hizo a regañadientes. Las ánimas vestían de rojo. Costó hacerlo subir al puente del San Luis. Maegli finalmente subió y recordó en un pestañeo el momento exacto en el que se abrió la escotilla y salió a la luz después de 37 días sumergidos en el Atlántico Sur sin ver el océano ni el cielo ni el sol. Maegli asomó su cara agotada de 1982 y respiró profundamente. Lo sorprendió en ese momento el olor puro del mar. El imborrable olor de la vida.


(*) Durante la Guerra de las Malvinas fue jefe de comunicaciones del submarino San Luis. Hoy es Contralmirante y Director ejecutivo de la Dirección General del Material Naval. Tiene tres hijos: Alejandro, María Leonor y María Inés.

Fuente: http://blogs.clarin.com

GRUPO DE OPERACIONES ESPECIALES DE LA FUERZA AÉREA ARGENTINA


Por Licenciado Luis Furlan
Dirección de Estudios Históricos de la Fuerza Aérea Argentina

Creado para realizar operaciones de tipo comando en la profundidad de las líneas enemigas y a su retaguardia y servir de apoyo a las operaciones aéreas, el 02 de abril de 1982 el Grupo de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea (GOE) fue desplegado a las islas Malvinas para recuperar el aeropuerto y sus instalaciones y evaluar las condiciones de seguridad del área ocupada por las fuerzas argentinas.

Durante todo el mes de abril los efectivos del GOE colaboraron activamente con la seguridad y el funcionamiento integral de la Base Aérea Militar Malvinas. Construyeron puestos de guardia y refugios, cavaron trincheras, prepararon sistemas de trampas con explosivos para evitar incursiones de tropas inglesas y se dedicaron a la instrucción del personal que cumplía tareas técnicas y logísticas en el aeropuerto. Los hombres del GOE tuvieron que cumplir con algunas tareas inusuales, como fue la de liberar al buque de ELMA Río Cincel, cuya hélice se había enredado en la cadena del ancla del pesquero polaco Goplo. En apoyo a las operaciones aéreas el grupo tuvo que participar activamente en tareas de balizamiento y seguridad de vuelo en la pista del aeropuerto de Puerto Argentino para permitir que se cumpliera exitosamente el puente aéreo de los aviones de transporte procedentes del continente.

La inevitable tensión por el inminente combate y el riguroso clima malvinense no significaron mayores dificultades para el férreo carácter de los hombres del GOE. En su Diario de Guerra*, uno de sus integrantes destacó que «lo más importante es el estado de ánimo; somos un grupo muy lindo, a cada rato se ven muestras de camaradería. Esto mantiene alto el espíritu. (…). El grupo nuestro está trabajando muy bien; la camaradería y el espíritu de equipo es maravilloso».

La disposición para luchar contra las experimentadas tropas inglesas y la seguridad de su victoria constituyeron otras características del GOE, tal como se expresa en los siguientes comentarios contenidos en el Diario de Guerra: “si tenemos que pelear con la infantería vamos a ganar seguro, estamos muy bien ubicados y entrenados además nos tenemos mucha fe. (…).
Si los ingleses atacan tendremos que defender esto cueste lo que cueste. Aquí estamos todos dispuestos física y espiritualmente listos para el combate”.

Consciente de la experiencia y el profesionalismo de los miembros del GOE, se les asignó la responsabilidad de instruir a los soldados, levantar su ánimo y mantener el espíritu y la moral para el momento del combate.

Entre el 23 y 28 de mayo un grupo de 14 miembros del GOE integró una patrulla que debía cumplir la arriesgada misión de penetrar e infiltrarse en las líneas inglesas, en dirección a San Carlos y Darwin, para reconocer las posiciones y determinar el potencial del enemigo. Esta operación se realizó en condiciones meteorológicas y geográficas sumamente difíciles, sumándole la constante observación y búsqueda que realizaban los helicópteros y tropas enemigas.

La labor de observación encomendada se dificultó notablemente por la intensidad y concentración de la niebla; además, al ser descubiertos por los ingleses, los elementos del GOE fueron forzados a efectuar una reinfiltración durante la maniobra de retirada.

La patrulla realizó sus desplazamientos especialmente por las noches, atravesando territorios escarpados con zonas pantanosas, de constantes lluvias y temperaturas extremadamente bajas. Al tercer día de navegación fueron avistados por una patrulla inglesa. Este episodio originó que se intensificara su búsqueda, especialmente, en horarios nocturnos, cuando la patrulla se desplazaba. El 27 se registraba en el Diario de Guerra del GOE que “caminamos toda la noche y a la madrugada no dábamos más estamos todo dolorido de los golpes y mojados tendremos que esperar que amanezca para hacer observación (…). Cuando amaneció había mucha niebla y llovizna (…). Se escuchan helicópteros muy cerca hemos sido sobrepasados por el enemigo tendremos que volver. No se ve nada, hay mucha niebla. No tenemos más comida tendremos que volver”. El regreso al punto de partida, lago Colorado Pond, se verificó el 28 y en las horas siguientes los participantes de esta difícil misión fueron recuperados y trasladados en helicóptero.

El 29 de mayo se transformó en la jornada más trágica para el Grupo. Las fragatas habían comenzado el cañoneo naval mas temprano que lo acostumbrado, con intervalos entre los ataques aéreos a distintos objetivos materiales. En estas circunstancias, la unidad más joven de la Fuerza Aérea que estaba contemplada en el Plan de Operaciones para recuperar nuestras islas Malvinas perdía a uno de sus integrantes, el Primer Teniente Luis Darío Castagnari, falleciendo en combate durante el ataque inglés a la BAM Malvinas.

En las últimas semanas del conflicto el GOE continuó con sus tareas de brindar apoyo a la BAM Malvinas y se le confió la responsabilidad de la seguridad del Centro de Información y Control (CIC), que a causa del continuo asedio inglés debió cambiar permanentemente de ubicación.

El 14 de junio, el Grupo de Operaciones Especiales se encontraba como la mayoría del personal de la Fuerza Aérea, en el aeródromo.

Habían regresado a ocupar las posiciones construidas en los primeros días de abril. En ese lugar esperaron, junto al personal de Ejército y Armada, la decisión sobre cual seria su destino.

Conscientes del celoso y estricto sentido de la responsabilidad y del deber, se hallaban en aquellos reductos cumpliendo su misión original: mantener la seguridad de la actividad de la BAM Malvinas.

Nómina de los integrantes del Grupo de Operaciones Especiales que desarrollaron acciones de combate durante el conflicto.

Vicecomodoro Esteban Luis Correa
Capitán PM Luis Darío Castagnari. Fallecido en combate
Primer Teniente Salvador Ozan
Primer Teniente Eduardo Spadano
Teniente Miguel Bruzzo
Teniente Alfredo Sidders
Teniente Osvaldo París
Teniente Víctor Gutiérrez
Teniente Hugo Amaya
Alférez José Alfredo Sorensen
Suboficial Ayudante Martín Yulman
Cabo Principal Guillermo Kormann
Cabo Principal Miguel Fonseca
Cabo Principal Rodolfo Villaverde
Cabo Principal Mario Rodríguez
Cabo Principal Juan Benaiges
Cabo Primero Mario Orequi
Cabo Primero Juan Chiantore
Cabo Primero Alfredo Vanzetti
Cabo Primero Alfredo Aguayo
Cabo Primero Omar Godoy
Cabo Primero Horacio Santucho
Cabo Primero Juan Vázquez
Cabo Primero Juan Costa
Cabo Primero Walter Abal
Cabo Primero Roberto Barrientos
Cabo Manuel Córdoba

(*) Diario de Guerra perteneciente al Cabo Primero Alfredo Vanzetti. Conservado en el archivo de la Dirección de Estudios Históricos de la Fuerza Aérea.

Fuente: www.aveguema.org.ar

15 de agosto de 2010

PUCARA EN MALVINAS

Por V. Cettolo, J. Mosquera, J. F. Nuñez Padín.


A comienzos de 1982, el grupo 3 de ataque estaba conformado por dos escuadrones con un total de 34 IA-58 operativos, El Grupo Aéreo 9 en Comodoro Rivadavia, estaba en proceso de formación y alistamiento del recientemente creado Escuadrón IV de Ataque al que se le asignaron inicialmente 7 aviones.

La participación del Pucará en la Guerra del Atlántico Sur comenzó el 01 de Abril, cuando el Comando de Operaciones Aéreas le ordenó al Grupo 3 de Ataque desplegar la escuadrilla Nahuel hacia las islas Malvinas antes de las 07:00 horas del día siguiente. De acuerdo a lo ordenado, hacia las 14:35 horas de 01 de Abril despegaron desde la B.A.M. Reconquista cuatro Pucará, A-523, A-529, A-552y A-556, tripulados por el Capitán Vila, Comandante de la agrupación, y los Tenientes Furios, Giménez y Cimbaro.

Luego de completar una escala técnica en la B.A.M. Tandil, se produce el arribo a la B.A.M. Río Gallegos a las 04:30 horas del 02 de Abril. Este mismo día, fue asignada una tripulación de integrada por el Capitán Benítez, Primer Teniente Navarro y los Tenientes Jukic y Calderón. Avanzada la mañana del 02 de Abril, por Orden Fragmentaria se dispuso el despegue hacia Puerto Argentino para las 14:00 horas.

De acuerdo a lo previsto los aviones despegaron con rumbo, a la por entonces rebautizada B.A.M. Malvinas, con el apoyo del KC 130H Hércules TC-70 del Grupo I de Transporte. Las tripulaciones de vuelo quedaron conformadas por el Capitán Benitez/Cabo Piaggi, A-532, Capitán Vila/Teniente Giménez, A-556, Teniente Jukic/Cabo Primero Toloza, A-529 y Teniente Calderón/Cabo. Ramos, A-523. Tras el arribo a las 16:00 horas, de los cuatro aviones, quedó conformado el Escuadrón Aeromóvil Pucará Malvinas que fue la primera escuadrilla de aviones de combate que aterrizó es las Islas.

El 04 de Abril se cumplió la primera misión de reconocimiento ofensivo sobre la Isla Gran Malvinas. La misma de 02:20 horas, fue ejecutada con los Pucará Capitán Benítez/Primer Teniente Navarro, A-523 y Capitán Vila/Teniente Jukic, A-556. Este vuelo y otros sucesivos tenían por objetivo detectar tropas británicas que se hubieran replegado al interior de las islas así como la adaptación en zona.

El 03 de Abril, a bordo del C 130H Hércules TC-68 habían arribado el resto de los pilotos y el personal de tierra. Con vistas a reforzar el destacamento en Malvinas, arribaron a Comodoro Rivadavia hacia las 20:00 horas del 08 de Abril una sección de 8 Pucará al mando del Mayor Navarro. Este grupo asignado a la Fuerza Aérea Sur, incluía al A-529, Mayor Navarro, A-527, Capitán Grunert, A-502, Teniente Cruzado, A-506, Teniente Brest, A-509, Teniente Russo, A-513, Teniente Alzogaray, A-517, Teniente Núñez y A-520, Teniente Hernández. Dos días después, se inició la aplicación de camuflaje en aquellas aeronaves asignadas al Teatro de Operaciones Malvinas, trabajo efectuado por personal del Grupo Aéreo 9 en Comodoro Rivadavia. Simultáneamente se verificaba el arribo a las Malvinas del Escuadrón Técnico a las órdenes del Capitán Robledo. También para la atención de novedades y reparaciones, se dispuso de personal de la Fábrica Militar de Aviones, cuyas tareas estaban encuadradas dentro del denominado “Operativo Azul”.

Desde un principio quedó claro que la pista de Puerto Argentino quedaría rápidamente congestionada y que por cierto sería el principal objetivo a atacar por las fuerzas enemigas. Por ello se encaró la búsqueda de campos de aterrizaje para uso de los Pucará. Mediante el empleo de BN-2 Islander VP-FAY, capturado de la FIGAS, tripulado por el Vicecomodoro Gámen y el Primer Teniente París se concluyó que resultaban inapropiadas para su uso, las pistas de Bahía Fox, Puerto San Carlos y del establecimiento San Carlos. No obstante el terreno anegadizo y ondulado, se determinó que el Campo de Puerto Darwin de 500 metros de longitud y recubierto de una esponjosa superficie de césped era la mejor opción. El terreno en la diagonal principal era tan malo, que se adoptó para uso un eje más corto de 450 metros, pero más seguro. La aspereza del terreno convertía cada despegue y aterrizaje en una pesadilla para los pilotos. De todas formas Puerto Darwin dio lugar a la Creación de la B.A.M. Cóndor el 15 de Abril, quedando al mando el Vicecomodoro Wilson Pedroso. El primer aterrizaje con Pucará se concreto el 24 de Abril, con el Mayor Navarro y el Capitán Vila en él A-529.

Como parte del programa de adiestramiento el 20 de Abril una sección de Pucara, A-523 y 556, fue asignada a una fuerza de ataque, integrada además por Skyhawks, Mirages y Daggers. El objetivo era, una formación naval encabezada por el Portaviones ARA 25 de Mayo, escoltado por el destructor ARA Santísima Trinidad y las Corbetas ARA Drummond y ARA Guerrico y ARA Granville. Esta maniobra no llegó a completarse debido a que la flota se encontraba navegando a 120 millas del área designada. Por otra parte, desde la isla se realizaban prácticas de tiro y bombardeo y lanzamiento con cohetes sobre un islote frente a Darwin.

El cruce de los ocho aviones alistados en Comodoro Rivadavia, se realizó a partir del 26 de Abril con el apoyo de un Fokker F-27, con una escuadrilla de 6 Pucará, A- 502, A-506, A-509, A-520, A-527 y A-528, al día siguiente efectuaron el cruce las dos unidades restantes, A-517 y A-528, en tanto que el despliegue del Escuadrón Aeromóvil desde Puerto Argentino hacia Darwin se realizó el 29 de Abril. Al día siguiente, quedó inoperativo el primer Pucara, tras el repliegue de la rueda de nariz del A-528, que rodaba en Puerto Argentino al mando del Capitán Vila.

Casi simultáneamente con el primer ataque aéreo contra la B.A.M. Malvinas, el Brigadier Castellanos le ordenó al Mayor Navarro que se alistara para evacuar la B.A.M. Cóndor hacia la Isla Pebble. Hacia las 08:00 horas cuando se inicia el despliegue de la primera sección, el A-506 al mando del Capitán Grunert en plena carrera de despegue sufrió la rotura del amortiguador del tren de nariz lo que obligó a suspender las operaciones. Una vez despejada la pista y en momentos en que la segunda sección se ponía en marcha se produjo la incursión inglesa con tres Sea Harrier que lanzaron bombas de 1000 libras y de fragmentación Belouga.

El Pucara A-527, Tigre 4, recibió un impacto directo de una bomba Cluster, que provocó su destrucción total y la muerte del Teniente Jukic, 7 suboficiales y heridas en otros 14. El Pucará A-502, sufrió numerosos impactos de esquirlas y daños en la carlinga. La perdida de aeronaves continuó, ya que él A-517, Teniente Giménez, rompió el tren de aterrizaje. Por su parte él A-513 se trasladó hacia Puerto Argentino con averías en un motor que le imposibilitaron volar nuevamente. Al día siguiente se iniciaron los trabajos de reparación en aviones, además de recuperar al A-529 que había quedado con su rueda de nariz enterrada. En tanto el A-506 y el A-517 quedarían para siempre en Darwin como fuente de repuesto sirviendo además de señuelo. Esta táctica fue acertada, al atraer la atención de los atacantes del 04 de Mayo. Esto resulto fatal para el Lt. Taylor quien murió al ser derribado su Sea Harrier FRS. 1 XZ450.

La B.A.M. Cóndor sería bombardeada posteriormente los días 08, 12, 17, 21, 25, 27 y 28 de Mayo en un intento de anular la amenaza que significaban los Pucará.

Por espacio de varios días las continuas lloviznas anegaron totalmente la pista de la Isla Pebble, anulando así cualquier actividad aérea del Escuadrón Pucará. Dicha circunstancia fue aprovechada por los hombres del Escuadrón D/22º SAS Regt. Que ejecutaron un audaz golpe de mano el día 15 de Mayo. Como resultado de ello, fueron destruidos los Pucará A-502 y A-520 quedando dañados además los aviones A-523, A-529, A-552 y A-556. Este raid, marcaría el fin de las operaciones aéreas desde la Isla Borbón.

Para recomponer el parque aéreo, ese mismo día la escuadrilla Poker al mando del Vicecomodoro Costa traslado hacia Malvinas otros cuatro Pucará, A-511, A-516, A-521 y A-533, guiados por un Mitsubishi MU-2, Alférez Quiroga y Meyer indicativo MICHU.


Entre el 16 al 20 de Mayo se cumplieron 19 salidas de reconocimiento ofensivo las que culminaron en ataques contra objetivos terrestres en la zona de Bahía Howard el 21 de Mayo.

El objetivo asignado a la Escuadrilla TIGRE eran posiciones terrestres desde las cuales se dirigía el fuego de la Fragata HMS Ardent contra Darwin. LA Escuadrilla Tigre quedó integrada por el Mayor Tomba, A-511, secundado por el Capitán Benítez, A-531, el Primer Teniente Micheloud, A-533 y el Teniente Brest, A-509, que no logró despegar. En el transcurso de la acción el Capitán Benítez fue derribado a las 09:30 horas sobre Flat Shanty, tras un impacto de misil FIM-92 STINGER. Mientras tanto una sección de tres Sea Harrier era vectoriada por la Fragata HMS Brillant, contra el Mayor Tomba y el Primer Teniente Micheloud, que batían eficazmente el blanco asignado. En el enfrentamiento el Sea Harrier FRS 1 XZ451 necesitó de tres corridas con tiro de cañón para derribar al Pucará A-511 que cayó a tierra próximo a Drone Hill, aunque el Mayor Tomba consiguió eyectarse a tiempo.

Debido al avance de las tropas terrestres enemigas sobre Darwin, se ordenó la evacuación del personal y equipo del Escuadrón II Aeromóvil Pucará hacia la B.A.M. Malvinas. Debido a la falta de refugios, las aeronaves sobre este Aeropuerto quedaban muy expuestas. De hecho el 24 de Mayo, a causa de un impacto de bomba el A-509 quedó fuera de servicio. El 27 de Mayo una sección, GAUCHO, integrada por él A-532 y 537 tripuladas por el Teniente Argañaraz y el Alférez Blanchet con la guía de un Mitsubishi MU-2 del Escuadrón Fénix se sumaron a la defensa de las Islas, a tiempo para tomar parte en los combates.

La jornada del 28 de Mayo caracterizada por una pésima meteorología con techos reducidos a sólo 50 metros no impidió que los Pucará apoyaran a la propia tropa que combatía en Darwin. La primera misión, Indicativo Nahuel, atacó con tres aviones, de los cuales él A-537, Capitán Vila, retornó con múltiples impactos. Luego fue el turno de la sección Bagre. De la cual el A-533, Capitán Grunert, quedó fuera de servicio tras recibir 58 impactos en el fuselaje y cuatro en el motor izquierdo. Poco después estaba en el aire la sección Sombra compuesta por los Tenientes Cimbaro y Jiménez que debía atacar objetivos terrestres en la zona de Camilla Creek. Sin embargo interceptaron dos Scout AHMK 1 del 3º CBAS /B FLIGHT del Royal Marines. El Teniente Jiménez, A-537, consiguió derribar al helicóptero Scout XT 629/DR; por desgracia debido al reducido techo, su avión impactó con una elevación del Cerro Azul entre Darwin y Puerto Argentino pereciendo en él. A última hora de la tarde fue el turno de la sección Fénix, Primer Teniente Micheloud y Teniente Cruzado, para un ataque con Napalm. En el transcurso de la misión él A-555 tras recibir numerosas impactos de armas terrestres cayó a tierra en Peter`s Park luego de una eyección exitosa del Teniente Cruzado.

Durante la jornada la guarnición había sido reforzada con tres Pucará: A-515, Primer Teniente Martínez, A-536, Alférez Manzur y A-555, Alférez Galván, en tanto que al día siguiente se sumaron el A-514, Alférez La Torre, el A-522, Alférez Hub y el A-549, Primer Teniente Ayerdi.

El 01 de Junio el Escuadrón Aeromóvil, recibió ordenes de proporcionar escolta armada al CH 47 Chinook indicativo Halcón asignado al recate del Flt. Lt. Mortimer derribado próximo a Puerto Argentino. Desafortunadamente en la carrera de despegue con hielo en la pista él A-514, Capitán Benítez, perdió el control de dirección impactando contra él A-532 que se hallaba a un costado de la pista, quedando ambos inutilizados.

Las últimas operaciones realizadas por el Escuadrón el 10 de Junio incluyeron misiones de reconocimiento, exploración marítima y un ataque contra posiciones de artillería terrestre en el Monte Kent. Esta última respondiendo a requerimientos del Ejército fue ejecutada por la Escuadrilla Fierro, Primer Teniente Micheloud, Primer Teniente Ayerdi y Teniente Morales. Para este ataque los aviones, serian artillados con 7 lanza cohetes LAU 61 además de carga completa de munición de 7,62 y 20mm. El blanco marcado por efectivos terrestres con granadas de humo, no recibió la totalidad de los cohetes, debido a que el ambiente marino y la intemperie habían inutilizado numerosos contactos eléctricos. Poco después, una escuadrilla de cuatro Sea Harrier fue enviada contra Puerto Argentino, con el objetivo específico de destruir a dichos aviones. Esto reflejaba la amenaza que representaban los Pucará para los Comandantes Británicos.

Durante el 13 de Junio y ante la inminencia del desenlace de la batalla, se decidió alistar a los últimos cuatro Pucará, A-515, A-522, A-533 y A-549, para una misión de ataque con posterior repliegue hacia el continente. Cada avión fue equipado con dos tanques subalares de 318 litros y tres lanza cohetes LAU 61 en el soporte ventral. Esta misión planificada para las primeras horas del 14 de Junio fue cancelada al cesar las hostilidades.

Mientras se desarrollaban las acciones de combate en las Islas Malvinas, el Grupo IV de Ataque tenía a su cargo la ejecución de misiones de patrullaje y reconocimiento armado a lo largo del litoral marítimo en previsión de acciones de infiltración enemiga. Durante uno de estos vuelos, cayó a tierra el Pucará A-540 el día 29 de Mayo, pereciendo su piloto el Alférez Valko.

Funciones similares a la del Escuadrón IV, realizó una sección de dos IA-58 desplegada al Aeródromo provincial de La Plata. Su misión consistió en vigilar los accesos al litoral fluvial del Río de La Plata. Mientras se cumplía un vuelo de observación, encuadrado dentro de esta zona, se produjo la pérdida del A-526, Alférez Marchesini, en proximidad del Atalaya.

Finalmente desde la B.A.M. Santa Cruz llegaron a operar hasta 18 Pucará, básicamente en funciones de exploración y reconocimiento.

Debido a las numerosas eyecciones de tanques subalares, ocurridas durante los primeros días de operaciones se hizo necesario la reposición de estos elementos a fin de no afectar la operación de los Skyhawks. El traslado de los Drops Aero 10, fue realizado entre Comodoro Rivadavia y Río Gallegos empleando a los IA-58 Pucará. El operativo se desarrollo sin contratiempos, asegurando la operación de los A4B con estos tanques, fácilmente identificables por su color gris claro.

Durante el mes de Mayo se realizaron experiencias conjuntamente con el Arsenal Naval Puerto Belgrano, con vistas a adaptar al Pucará como avión torpedero desde la Base Aeronaval Comandante Espora se efectuaron algunos vuelos con él AX-04 equipado con un torpedo inerte MK 45 tripulado por el Mayor Marcialetti. También se realizaron ensayos con torpedos en la Ría de Puerto Santa Cruz en Mayo y Junio. La técnica estudiada requería lanzamientos a muy baja velocidad, del orden de los 120/140 nudos, para evitar que el torpedo se partiera al impactar la superficie del mar. En general, el mayor problema que se presentó fue que los torpedos no seguían una trayectoria estable, por lo que se abandono la experiencia.

La operación de los Pucará en Malvinas quedo notablemente condicionada por las primitivas condiciones en el cual operaron. La falta de herramientas adecuadas, repuestos y otros medios de apoyo, forzaron la salida de servicio de numerosos aviones por desperfectos y averías menores. El continuo hostigamiento naval impidió realizar reparaciones nocturnas. Conviene recordar que solamente cuatro del total de las aeronaves perdidas en Malvinas fueron destruidas en combate. La ausencia total de protección natural o artificial fue un problema insoluble y causa de la mayor cantidad de bajas. En un ambiente tan hostil como la B.A.M. Cóndor, el Escuadrón Aeromóvil Pucará operó durante 46 días, cumpliendo un total de 186 salidas operativas, incluyendo las realizadas de Puerto Argentino. De tal forma la Fortaleza operativa demostrada hizo honor al nombre de Pucará.

Fuente: misvivenciasenlaguerrademalvinas.blogspot.com

OPERACIÓN ROSARIO - EL INICIO DE LA BATALLA DE LAS ISLAS MALVINAS

Por Carlos Llallera

Relato del Teniente de Fragata, Buzo Táctico, Diego Fernando García Quiroga, participante de la recuperación de las Islas Malvinas el 02 de abril de 1982, incluido en "Operación Rosario", obra compilada por el Contralmirante IM (R) Carlos Busser.

El 26 de marzo de 1982 me encontraba listo a asumir la guardia de Oficial Retén del Oficial de Guardia de la Base Naval Mar del Plata. Los últimos días habían sido algo movidos y había expectación entre los oficiales que se reunían en la Cámara de la Base, a raíz de los sucesos de Georgias.

Mi Comandante había sido llamado a Puerto Belgrano, y yo sabía que personal de la Agrupación Buzos Tácticos se encontraba trabajando en algún lugar que no conocía en detalle.

Sobre el filo del horario de retirada, una llamada telefónica del Comandante requirió: "Alistar la Unidad para una operación inmediata". Así las cosas, y apenas llegado el Comandante de la Agrupación, me ordenó presentarme al Capitán Sanchez Sabarots, Comandante de la Agrupación Comandos Anfibios, y ponerme a sus órdenes.

Me dirigí entonces al aula de la Agrupación de Comandos Anfibios convertida en Sala de Situación, donde sobre un pizarrón el Teniente Bardi, 2° Comandante, se hallaba llenando una planilla de Equipamiento para una operación de la cual yo no sabía nada aún. El Capitán Sánchez Sabarots me dijo entonces que yo, junto con 7 Buzos Tácticos que ya había elegido, íbamos a integrar una patrulla mixta de Buzos Tácticos y Comandos Anfibios cuyo Jefe sería el Capitán Giachino, a quien yo conocía. Esta patrulla actuaría a sus ordenes en el desembarco a realizarse en las Islas Malvinas.

Lineamientos más específicos de la misión asignada me serían dados por el Jefe de la patrulla con quien nos reuniríamos al día siguiente en Puerto Belgrano. Lo importante ahora era equiparse y prever la zarpada de la columna alrededor de las 23:00.

Al destacarme, mi Comandante me había adelantado que la operación consistiría en tomar Puerto Stanley, lo que prima facie era tarea clásica de los Comandos Anfibios, Combate en localidades, mientras que los Buzos Tácticos marcaríamos, limpiaríamos y aseguraríamos la playa para el desembarco de la Fuerza principal, operando desde un submarino.

Esta última tarea sí, era la típica operación de Buzos Tácticos, por lo que yo no dejaba de sentirme algo fuera de mi función, a lo que mi Comandante, Capitán Cufré, me aclaró que nuestra comisión a la Agrupación de Comandos Anfibios obedecía a dos razones fundamentales, como eran la capacitación técnica de algunos de nuestros hombres, había que tomar la usina de Puerto Stanley y mantenerla funcionando, y mi dominio de inglés.

Ya en claro con mi tarea, procedí a hacer algunos cambios, no precisaba nadadores, sino hombres serenos y maduros, capaces de cumplir su misión sin provocar bajas innecesarias, y a seleccionar nuestro armamento. Fui el único que eligió un arma corta, ametralladora Halcón, los demás llevaban a sus respectivas "novias", los fusiles F.A.L. Para, fusil especial de paracaidista.

Había logrado cambiar mi turno de guardia por el de otro día futuro, y me encontraba en estos preparativos cuando llegó el Teniente Robbio, mi 2° Comandante, con quien me une una amistad de 15 años Venía en su automóvil con su señora y la mía, ya que probablemente yo no pudiera pasar por mi casa antes de partir. Mi señora me trajo dos libros para el viaje: "De la Guerra" de Karl Von Clausewitz y "American Short Stories". No he vuelto a ver este último y a veces lo imagino como lectura de una trinchera posterior al desembarco.

Alrededor de las 22.00 se decidió posponer la zarpada de la columna hasta 01.00 del día siguiente, con lo que pudimos ir a nuestros domicilios durante 2 horas, vestidos con uniformes de combate.

A las 12.15 el Teniente Schweizer, de Comandos Anfibios, pasó a buscarme por mi casa. Acabábamos de festejar, con mi señora, 3 meses de casados. Llegados a la Base, embarcamos en los vehículos, abandonamos Mar del Plata y... me desperté en Puerto Belgrano.

Durante esa noche, me enteraría mucho después, zarpó el submarino ARA Santa Fe con la Agrupación de Buzos Tácticos a bordo, rumbo a su exitosa misión en las Malvinas.

Una vez que alojamos al personal que venía con nosotros en el BIM N° 2, nos dirigimos ala Cámara de Oficiales, donde encontramos a los demás presuntos participantes de la operación. El Capitán Giachino no se encontraba aún y, salvo por el Teniente Lugo, que parecía ser de mi grupo, yo me sentí algo fuera de la cuestión. No obstante, la camaradería reinante aumentaba, quizá por sabernos en vísperas de grandes sucesos.

Llegado el Capitán Giachino, estaba también con nosotros el Teniente Álvarez, nos aclaró la formación de la patrulla y nos dijo que, a medida que la operación se fuera aproximando, iba a precisarnos más datos. Es en Puerto Belgrano, nos aclaró, "Eso sí lo pueden decir". Con el Teniente Lugo hicimos esa tarde una visita al Santísima Trinidad, a fin de coordinar horarios, estiba, etc. Esa noche, dormimos todos casi vestidos y no fue un sueño fácil.

A la mañana siguiente, luego de embarcar todo el material, la mayoría del cual quedó estibado dentro del hangar de helicópteros junto con el armamento, tomamos posesión de nuestras cuchetas y dispusimos un lugar del camarote para ubicar planos, fotos y datos del objetivo.

El 28 de marzo llevando a bordo a los Comandos Anfibios y un grupo de 8 Buzos Tácticos, el destructor zarpó, hecho lo cual y de inmediato, nos pusimos a la tarea de armar los botes asegurándolos en cubierta, en previsión de temporales.

La navegación transcurrió sin mayores novedades, con los buques en constante formación. Hacia el 30 de marzo el Capitán Giachino nos reunió para detallar la Orden de Operaciones y distribuir la patrulla. En total éramos 16, se había agregado el Cabo Enfermero Urbina, cursante del Curso Comandos Anfibios, la patrulla se llamaba "Técnico", luego sería "Techo", y se dividía así:

Grupo Rojo
Capitán Giachino, Cabo Ortiz, Cabo Flores, Cabo Varga
Grupo Naranja
Teniente Lugo, Suboficial Salas, Suboficial López, Cabo Ledesma
Grupo Verde
Teniente García Quiroga, Suboficial Cardillo, Cabo Gómez, Cabo Urbina
Grupo Azul
Teniente Álvarez, Suboficial Mansilla, Suboficial Gutiérrez, Cabo Vargas

Rojo debía copar la comisaría, Naranja debía apoyar la acción de Verde, que era tomar la usina y apoyar luego a Rojo en su acción, para luego tomar la central telefónica. Azul debía destacarse antes de llegar al pueblo para neutralizar un campo de antenas al Este del mismo.

Esa tarde tuvimos acceso, en la Cámara de Oficiales, a fotografías de los objetivos, obtenidas por el Capitán Gaffoglio durante su gestión en Transportes Navales. Con ellas en mente y ante la carta, repasamos la operación hasta el cansancio. El Cabo Gómez llevaría la radio, con la que iríamos informando a la Fuerza mediante cortas frases en inglés.

Un día antes del desembarco, el 01 de abril, nos informaron un cambio de planes: debíamos tomar la casa del Gobernador, e inducirlo a convencer a la población acerca de lo inútil de una resistencia. Como misión colateral, debíamos marcar una pista de aterrizaje para el helicóptero que traería al primer escalón de apoyo, en una cancha de fútbol lindera.

El Capitán Gaffoglio se había transbordado y se encontraba con las fotos en el Almirante Irizar, con lo que no teníamos forma de saber cómo era el objetivo. No obstante, el Capitán Giachino se ingenió para obtener la mayor cantidad de datos posibles, y la sensación general era que no había custodia fuerte en la casa.

Hasta el momento de tocar la playa con los botes, la medianoche del 01 de abril, el gran miedo, aun para los que quedaban en los buques era que la operación no se realizara, cosa que sabíamos podía ocurrir en cualquier momento.

La noche del desembarco cenamos en forma ligera; algunas caras estaban manchadas por el camuflado innecesario a ciertas caras, como bromeaba el Teniente Bardi refiriéndose a algunos de nosotros de tez bastante criolla. Recuerdo la molestia profética del Capitán por la ausencia de una máquina fotográfica para documentar lo que ya llamábamos la última cena.

El ánimo estaba alto. Durante la reunión previa al desembarco, camuflarse bien, vestirse de traje seco, verificar el armamento, etc. el Capitán Giachino nos recordaba con voz serena en la penumbra de las luces rojas del taller en donde nos preparábamos: "Abran bien los ojos, porque para los que vuelvan, ésta será la primera vez que estarán en combate real y esa experiencia habrá que transmitirla."

Fuimos bajando a los botes a medida que nos llamaban, descolgándonos mediante pescantes construidos a ese fin. La noche era negra, oscura como pocas. "Ideal para un ataque" pensé. Manos que nos guiaban, que nos apretaban firmes, susurros de "Suerte" "Los esperamos", y alguien que me desliza un caramelo en la mano.

Los botes se encolumnan a popa del buque y una vez listos todos, zarpamos siguiendo las aguas del primero, Capitán Sánchez Sabarots. Eran 21 botes en total.

Hacía frío y la navegación era difícil, debido a la gran cantidad de cachiyuyos, invisibles en la noche, los cachiyuyos son una especie de algas que crecen en las rocas sumergidas. Este inconveniente desorganizó toda la formación quedándose atrás muchos botes y adelantándose otros. Al pasar al lado de un rezagado escuché el diálogo murmurado de sus ocupantes: ¿Che, Negro, pagarán Zona?, se refería en broma al suplemento que se cobra cuando se hacen trabajos especiales en la Zona Sur.

Llegamos a la playa en bastante desorden. Mi grupo y el del Teniente Álvarez éramos los encargados de dar seguridad, mientras los demás se quitaban la ropa de agua y luego rotábamos los puestos. Así se hizo y una vez que tomamos contacto todos, los botes habían llegado en cualquier orden, todos esperamos que la columna de marcha de la Agrupación de Comandos Anfibios desapareciera rumbo a Moody Brook, tragada por la oscuridad y nos pusimos en marcha.

Habíamos desembarcado algo más al Este de lo previsto, lo que impidió que diéramos con el alambrado al que habíamos referido nuestro camino en la carta, por lo que prescindimos de su uso y nos dirigimos directamente hacia la sombra de Sapper Hill, que adivinábamos al frente. El camino era difícil, tanto más que no se veía nada. La vanguardia de exploración estaba compuesta por el Capitán Giachino, los Cabos Ortiz y Alegre, a quienes seguía el Cabo Flores como navegante. Atrás seguía el grupo Naranja, luego el Verde y cerraba la marcha el Teniente Álvarez con el grupo Azul.

Durante la marcha, tropecé en la turba y caí de rodillas sobre una saliente rocosa, golpe bastante doloroso que hizo que el Capitán Giachino me destacara a la cabeza de la patrulla luego de los exploradores, en razón de la lentitud a que me obligaba el dolor. Deteníamos el avance más o menos cada 50 pasos, hasta escuchar los dos silbidos de los exploradores, indicándonos el camino libre. A medida que nos acercábamos al objetivo y el reflejo de las luces del pueblo permitía ver mejor, estas distancias de 50 pasos fueron agrandándose, lo que hacía que los exploradores se ausentaran por lapsos de hasta 20 minutos, en razón de lo cual volví a ocupar mi puesto en la patrulla.

Justo antes de ascender Sapper Hill, pasó un jeep Land Rover por el camino que seguía la base de la montaña, obligándonos a ascender a marcha forzada hasta la cima, en la cual hicimos el alto más prolongado de la marcha. Desde nuestra posición se observaba claramente el pueblo, y planeamos el desplazamiento en el frío de la noche.

El último alto significativo antes del asalto final se realizó al pie de una antena de radio situada al Sudoeste de la casa del Gobernador, aproximadamente a 1.500 metros. Allí caímos en cuenta de que habíamos perdido 2 hombres de "Azul", el Suboficial Mansilla y el Teniente Álvarez.

El tiempo apremiaba y seguimos adelante con esos hombres de menos, confiando en que se reunirían luego con nosotros, como afortunadamente sucedió.

El Capitán Giachino dio las últimas recomendaciones y recordó: "Usted Naranja, Lugo, ataca por la izquierda. Verde, yo: Déjeme llegar y venga conmigo." Azul no figuraba más, por lo que los hombres que quedaban se plegaron a mis movimientos.

El Capitán Giachino se destacó y lo siguió el Teniente Lugo con su grupo. Habrían pasado unos diez minutos cuando, al ver que Rojo no volvía, inicié el descenso hacia la casa. Durante ese descenso empezamos a escuchar muchos disparos desde el lado de Moody Brook. El Capitán Sánchez Sabarots estaba atacando. Casi inmediatamente, se inició el movimiento de vehículos en el pueblo y 2 camiones, uno de ellos con Marines, estacionaron en la parte trasera de la casa.

A esa altura, aún me hallaba a 400 o 500 metros de la casa, con mi patrulla sobre una elevación. Ya se escuchaban tiros entre lo que yo suponía era la patrulla de Lugo y los defensores de la casa de quienes me llegaban, con el viento, los gritos y las órdenes. Aún estaba decidiendo por dónde aproximarme, cuando escuché los gritos del Capitán Giachino que me llamaba hacia el frente de la casa.

Tras breve vacilación, ¿sería rehén, estaría herido?, bajamos a la carrera y cruzamos una arboleda para descubrir al Capitán Giachino y a su sección desplegados en abanico frente a la casa. Me acerqué, mientras a mis espaldas se destacaban el Suboficial Cardillo y el Cabo Urbina para marcar el helipuerto, un calzoncillo largo con las piernas abiertas para indicar la dirección del viento, como si fuera una flecha.

Me pegué a Giachino. Él me ordenó: "Háblele." Hice una bocina con mis manos y con toda mi voz grité el mensaje: "Mr. Hunt, somos marines argentinos, la isla está tomada, los vehículos anfibios han desembarcado y vienen hacia aquí, hemos cortado su teléfono y le rogamos que salga de la casa solo, desarmado y con las manos sobre la cabeza, a fin de. prevenir mayores desgracias. Le aseguro que su rango y dignidad, así como la de toda su familia serán debidamente respetados."

No hubo respuesta. A una señal de Giachino, repetí el mensaje. No hubo respuesta.

"Tírele un granadazo", me dijo y tiré una granada que explotó en el jardín. Una voz contestó: "Mr. Hunt is going to get out..."

Esperamos lo que habrán sido 2 minutos y el Capitán Giachino me dijo molesto: "¡Apúrelos, c...!" Repetí el mensaje y esta vez contestaron con ráfagas y con voces que decían: "Don't go, Mr. Hunt."

El tiroteo se generalizó, y de pronto vi a los Cabos Flores, Alegre y Ledesma como cubiertos por una sábana color naranja. De inmediato comprendí que eran proyectiles trazantes que se originaban en el pueblo. Nos disparaban a través de la cancha de fútbol.

Nos tiramos al suelo con el Capitán Giachino y comenté: "Jefe, si no entramos nos cocinan". Él me miró y me dijo: "sí, hay que entrar". Mientras lo decía, saltó una pequeña verja y llegó hasta la puerta. Atrás de él siguió el Suboficial Cardillo y luego los Cabos Flores, Ledesma y yo, pero no recuerdo en qué orden.

Derribada la puerta, nos enfrentamos a un pasillo largo y sin salida, salvo por una puerta lateral cercana a la entrada y que se hallaba cerrada. Cardillo trató de derribarla de una patada pero lo único que logró fue resentirse el pie, ante lo cual el Capitán Giachino rompió el vidrio con una granada y la abrió mediante el picaporte.

Esta puerta daba a una especie de sala aparentemente sin puertas, aunque luego los tres hombres que quedaron en la casa descubrieron en un rincón de la habitación una escalera que comunicaba con los altos.

A partir de este momento recuerdo todo como si fuera una película de cámara lenta: Giachino se dio vuelta y dijo: Por aquí no, hay que pegar la vuelta. Salió con una granada en la mano, la que usó para romper el vidrio. Atrás de él, casi pegado, salí yo. Lo veía un poco más adelante, a mi derecha. Giró de pronto, como cayéndose. Gritó: "Me dieron, Cristina, me dieron".

En ese instante sentí que me arrancaban el brazo. Fue como un hachazo, luego un empujón leve, indoloro y un fuego en el abdomen. Pensé en hablar, no sé que dije, llamé a mi mujer y me caí contra un pequeño cobertizo contra el que se incrustaban las balas. Vi el cielo, creí que me moría y pensé: ¿Será así?

El tiroteo seguía. A mi lado, mi Jefe de patrulla gemía, despacio. Me pregunté si él también moriría. Me desabroché la parka. No sentía mi brazo herido, solamente un fuerte dolor que lo anulaba. Quise moverme. Grité. Grité porque me dolía mucho y porque quería escucharme vivo. Me di cuenta de que Giachino llamaba al enfermero y empecé yo también a llamarlo a gritos, mientras me soltaba el cinto y me aflojaba el pañuelo del cuello. No dejamos de llamarlo hasta que escuchamos el grito de respuesta de ese valeroso cursante, informando que no podía, que lo habían alcanzado también.

Esperé, consciente de un dolor que crecía en mi espalda. Sentía que algo se movía detrás mío, sobre mi cabeza y alcancé a ver a un grupo de gansos, lo que aumentó mi angustia al imaginar la posibilidad de que picotearan en mis heridas, de las que no alcanzaba a ver ninguna.

De a ratos arreciaba el tiroteo y yo bajaba una pierna que tenía encogida para aliviar el dolor, consciente de que otro balazo sería demasiado.

Aparentemente, y como comprobé luego por declaraciones del Suboficial Cardillo, empecé a hablar en inglés, porque uno de los ingleses que nos había baleado me gritó que ordenase a los nuestros un alto el fuego y ellos mandarían al médico. Le contesté que no tenía aliento suficiente para gritar.

De pronto el Capitán Giachino me dijo: "Pibe, ojo por si me desmayo, que tengo en la mano una granada sin seguro". Yo le pedí: "Tírela, por Dios". Y él me contestó que no podía. Algo deben haber entendido los ingleses porque el que me hablaba me dijo que aquél de nosotros que tenía una granada la soltara. Al explicarle que no tenía seguro, él me dijo: "que la ate y la deje al costado porque si no lo hace disparo. Voy a contar hasta cinco". Traduje ésto lo más rápido posible y el Capitán Giachino tomó vueltas a la granada con la correa de sus binoculares, la colocó en el suelo y giró para alejarse. Al girar, vi que tenía la espalda llena de sangre.

El resto de ese período que duró tres horas fue de una lenta espera por un helicóptero, cuyo ruido escuchamos más de una vez pero que nunca cruzó nuestro cielo. Yo escuchaba al radioperador de la casa, un inglés, pero acabé por no entender nada de lo que decía. Lloviznaba y pensé qué efecto tendría la lluvia en nuestras caras manchadas.

De pronto escuché un grito: "Pedro, soy yo, Tito". Escuché que el Capitán Giachino contestaba: "Tito, apurate que no llego". Alguien se acercaba. Vi de pronto ante mí la cara del Almirante Büsser que me hablaba. Le dije: "El brazo no. Tengo un balazo". Vi al Suboficial Cardillo y al Cabo Ledesma que se apresuró a inyectarme. Un Marine rubio me cubría con una manta (¿Por qué? -pensaba yo, si no tengo frío. Alcancé a ver un jeep. Lo alzaban a Giachino. "Llegamos Jefe", creí decirle.

Me alzaron. Me metieron en un jeep. De nuevo el dolor. Una camilla. Los techos del hospital de Malvinas y dos médicos que me tijereteaban toda la ropa, haciendo caso omiso de mis quejas. Me dicen: "You're through, baby".

Luego el helicóptero. Ya todas son caras, algunas conocidas, otras no. El Rompehielos. La enfermería y más morfina. Comienza una sensación de asfixia que no me abandonará hasta el continente. Vuelvo a Malvinas y obtengo un pantallazo de los Buzos Tácticos con mi Comandante al ser subida mi camilla al avión. Quiero dormir.

Durante el trayecto, un hombre al que le debo la vida, me golpea constantemente la cara y me repite, a sabiendas de mi apellido: "Rodríguez, no te duermas".

Llegamos a Comodoro Rivadavia, ciudad que conozco desde mi infancia. Me recibe el doctor Zeballos, del Ejército Argentino. Me pregunta cómo estoy. ¿Qué puedo contestarle? Tuve la suerte de estar allí, con un grupo de valientes y probablemente tenga la suerte de vivir para contarlo. "Estoy feliz".

Salgo de un largo sueño para encontrar los ojos de mi señora, la cara de mi padre, el apoyo de mi Segundo Comandante, aún vestido de combate y con dos noches sin dormir. Me confirman el éxito de la operación. Pregunto por mi jefe y lo bendigo, ejemplo de muchos y orgullo de los pocos que tuvimos la suerte de conocerlo y estar a sus órdenes.

Semanas más tarde, convaleciente de otra intervención, mi 2° Comandante me entregó otra muestra de la fatalidad: es una navaja suiza que colgaba de mi cinto a la altura de la ingle. Tiene las cachas rotas, y un balazo justo en el centro. Sólo tengo la marca de la herida que me hubiera matado.

Aún así, hubiera valido la pena.

Fuente Program Radial Destino Malvinas - Facebook