22 de septiembre de 2010

DICHO POR PRIMERA VEZ - LA MÁS EXTRAORDINARIA E ÍNTIMA HISTORIA DE LA GUERRA DE MALVINAS






Por Mark EYLES-THOMAS

Cuando el Monte Longdon apareció en la oscuridad, mi corazón se aceleró y el miedo se estableció en mí. Entre las rocas, en la cima escarpada, protegidos por refugios fortificados, 600 soldados argentinos estaban esperando el ataque de mi batallón.

A pesar de nuestra moderna tecnología y sofisticado armamento, esta batalla iba a ser hombre a hombre, cara a cara, mano a mano, metro a metro.

¿Qué hacía yo en esta posición, a miles de kilómetros de casa y de la gente que amaba? A los 17 años, no tenía ni siquiera la edad para ver una película con clasificación X, o tomar una copa en el pub de mi barrio. Sin embargo, en cuestión de minutos, yo podría hacer el último sacrificio para mi país. ¿Cómo podrían mi madre y mi hermana hacer frente a la noticia de mi muerte?. Mi cuerpo se estremeció. Traté de controlar mi respiración, pero mi ansiedad era demasiado grande. Mi corazón latía con fuerza mientras esperaba la orden de avanzar.

Me había unido al Ejército, después de dejar la escuela a los 16 años, como un acto de rebelión en contra de mi padre que era un fuerte, disciplinado hombre, que había querido que yo fuera un jugador de críquet profesional. Jugué en el condado de Kent a la edad de diez años, pero la presión que puso sobre mí se hizo insoportable, así que me uní al Ejército.

Mi primer año lo pasé en la Compañía del Paracaídas Junior que era la responsable de la formación de muchachos de 16 años de edad que abandonan los estudios. Fue duro pero hice tres grandes amigos, todos de la misma edad que yo.

Jason Burt, de Walthamstow, el tipo más alegre que puedan conocer, apuesto, con tez Mediterránea y amado por las chicas.

Ian Scrivens, de Yeovil, era un tipo cabeza rapada, 1,80 metros de altura, era tanduro como el hierro, pero podía bailar como John Travolta su música favorita Motown. Scrivs era un líder natural, con un enorme poder de convencimiento para su edad y con gran presencia.
Neil Grose era el cuarto miembro de nuestra pandilla, cabello oscuro, tranquilo, confiable y un tirador con talento.

De todos nosotros, él era el más cercano a su familia, y la extrañaba terriblemente durante el entrenamiento. Una vez, esperando en la fila para llamar por teléfono a casa, oí que hablaba con su madre. Era obvio que la conversación fue difícil para él, así que hablé con ella. Ella me dijo que sentía nostalgia y yo le prometí que cuidaría de él.

Todos obtuvimos nuestras alas y fuimos enviados al Para 3. En aquel entonces, los muchachos de 17 años podían ingresar en el Ejército con el consentimiento de tus padres, como hoy en día, y también podían luchar en el frente, algo que ahora no se permite. En 1982, la única restricción era que no se podía servir en Irlanda del Norte. A nuestro batallón no se le permitió ir Ulster (Irlanda del Norte) durante algún tiempo. Siete meses más tarde, sin embargo, la Argentina invadió Malvinas, y en pocos días, el 08 de abril de 1982, fuimos embarcados en el crucero de línea SS Canberra, e íbamos camino hacia el Atlántico Sur.

Al principio, el viaje era alegre y divertido. Un acuerdo diplomático sería alcanzado, daríamos la vuelta y regresaríamos a casa. Pero la realidad de estar en guerra sería otra, cuando nos enteramos que el HMS Sheffield había sido hundido. A partir de entonces, supimos que el aterrizaje sería en las Malvinas.

El 21 de mayo, el Para 3 aterrizó, sin una respuesta defensiva, sobre la playa Verde Dos en San Carlos en la Isla Soledad y marcharon 80 millas tierra adentro a través de terreno hostil en el clima atroz.

A medida que el Para presionaba a una velocidad vertiginosa, el ejército de conscriptos argentinos se retiraban para ocupar una posición final en la herradura de montañas que rodean la capital, Puerto Argentino.

En la noche del 11 al 12 de junio, los hombres, del Para 3 fueron recibieron la tarea de tomar la fuertemente defendida cumbre del Monte Longdon, que cerraba el camino para la ofensiva final de liberación de la capital.

Longdon estaba cuatro millas al oeste de Puerto Argentino. La ventaja de la altura desde la cima significaba que cualquier ataque sobre la ciudad sería vulnerable, al menos que se tomara la parte posterior de las montañas.

Inteligencia sugirió que un batallón de soldados argentinos, de alrededor de 600 hombres del Regimiento de Infantería Mecanizada 7, ocupaban una serie de refugios fortificados y posiciones de ametralladora plantadas entre las rocas en la cima escarpada.

Su moral, se esperaba que fuera baja y de débil resistencia. Se nos aseguró también que no había campos de minas.

Con el apoyo de misiles Milan y morteros, además de fuego sostenido de nuestras propias ametralladoras, el Para 3 fue a atacar a pie.

Para agregar sorpresa, el ataque sería en silencio, lo que significaba que las posiciones argentinas no serían bombardeadas por la artillería.

Al amparo de la oscuridad, nuestro pelotón, Pelotón 4 de la Compañía B, avanzaría por el suelo limpio a lo largo del borde norte de la montaña antes de moverse hacia el sur hasta un punto intermedio conocido como Fly Half.

Allí nos uniríamos con las fuerzas del Pelotón 5 para continuar el avance hacia la cumbre, con nombre en código Full Back. Nuestra Compañía A atacaría una cumbre más pequeña, conocida como Wing Forward.

Justo después de la medianoche, avanzábamos en formación escalonada. Menos de cinco minutos más tarde hubo una explosión seguida de gritos de dolor. Mi comandante de sección, el Cabo Brian Milne, había pisado una mina anti-personal. La inteligencia se había equivocado y el elemento de sorpresa había desaparecido.

Inmediatamente, ronda tras ronda de balas de ametralladoras argentinas cayeron sobre nosotros y las bengalas iluminaron el cielo. Me dejé caer sobre el terreno.

Mount Longdon, previamente frío, oscuro y aún silencioso, estaba ahora vivo. La montaña y nuestro objetivo inicial, Fly Half, todavía se encontraba a 100 metros a mi derecha.

Nuestra sección, ahora en los espacios abiertos del campo de minas, era vulnerable a los disparos del enemigo.

El Cabo Milne gritaba apagando los horrendos gemidos de los hombres que sufrían graves heridas.

Nos quedamos tendidos allí en el frío, en la hierba húmeda, incrédulos de lo que se estaba desarrollando ante nosotros.

Tendido junto a mí, mi amigo Jason Burt se volvió y me dijo que iba hacia el cabo Milne para inyectarle su morfina.

Minutos más tarde Jas me dijo: "no parece fácil su dolor, voy a darle la mía". Como todo soldado sabe, la morfina que es llevada en el cuello, es para su propio uso. En ese camino iban las cosas, se trataba de ser muy valiente para dar su propia morfina en una fase tan temprana de la batalla.

El soldado Ron Duffy lo arrastró hacia nosotros. "Creo que ha perdido la parte inferior de la pierna", susurró Jas. "OK, muchachos, no digan nada de lo que han visto aquí", dijo Ron. "Seria malo para la moral".

Dejamos nuestra posición y lo hicimos hacia los pies de la montaña para unirnos al resto de nuestro pelotón. Se había desatado el infierno arriba de nosotros.

Los hombres gritaban "Muévanse a la izquierda" o "Contra el refugio de la derecha!", el caos reinaba. Los argentinos gritaban las órdenes desde lo alto, seguido por ráfagas de armas automáticas, balas trazadoras y explosiones.

De vez en cuando se oía el golpeteo, el fuerte sonido de una enorme bestia diseñada para destrozar aviones en pleno vuelo, una ametralladora pesada calibre 50. El enemigo había encontrado un nuevo objetivo para el arma: nosotros.

Se nos dijo que nos moviéramos alrededor de la esquina de una pared de roca formada por una pequeña cresta rocosa. Una vez en el lugar, llegó la orden de cargar de frente hacia el enemigo, teníamos una posición argentina de calibre 50 a sólo 30 metros de distancia.

Los hombres estaban detrás de mí y a mi izquierda, sus bayonetas brillando bajo la luna. Jas estaba a mi derecha inmediata todos esperando la orden de atacar.

En la Primera Guerra Mundial las ordenes se daban mediante un silbato, con lo cual los muchachos se lanzaban contra el enemigo, Más de 60 años más tarde, estábamos haciendo básicamente lo mismo, pero sin el silbato.

"¡Carga!" Como ya he aclarado, hacia la cresta y corriendo hacia el enemigo disparando mi arma, yo no pensaba en nada. Sin duda, sin miedo, como un robot. Mientras cruzaba la tierra delante de su posición, dispararon contra mí. Seguía imparable, sin inmutarme por las grandes armas.

A cubierto, detrás de un macizo de rocas, miré hacia atrás a través de la oscuridad sobre el terreno que recién había pasado, casi todos los integrantes del pelotón estaban heridos, a cubierta o yacían inmóviles. Consideré salir de mi refugio, vagamente recordaba a Jas, que estaba a mi derecha, durante la carga.

"Jas" "Lo llamé. No hubo respuesta.
"Tom, ¿eres tú?", preguntó una voz. Tom era mi apodo.
"¿Eres tú, Scrivs?" pregunté
Sí, yo estoy aquí con Grose, el ha recibido un disparo. Me arrastré de nuevo para buscar a Jas.
Lo encontré acostado boca abajo a 10 metros de donde yo me había puesto a cubierto. Lo llamé, pero no tuve respuesta. Mientras me acercaba temía lo peor. "Jas, pregunté, esperando que él me contestara. Una vez más, nada. Lo agarré de su campera, su cuerpo se desplomó hacia mí y uno de sus brazos cayó a su lado. Una bala de la ametralladora 50 había penetrado en su casco, matándolo instantáneamente.

Me quedé mirando a Jas, me sentía incapaz de abandonarlo. A medida que la sangre corría por su cara, me recordaba una de las muchos arroyos que había visto en las noches durante nuestra formación en el Brecon Beacons. Nos habíamos jurado que si uno de nosotros moría, el otro le quitaría las placas de identificación y se las entregaría a sus padres como un recuerdo, un recuerdo de un bravo, desinteresado y último acto.

Me dispuse a hacerlo, pero debido a sus lesiones, no podía. No me atreví a hacerlo. Mental y físicamente, la tarea era demasiado. Como con un aliento me disculpé y lo puse suavemente boca abajo. Luego me arrastré hasta Scrivs, que estaba con Grose en el medio del campo de batalla. "Creo que ha recibido un disparo en el pecho", dijo Scrivs. "Pero puedo encontrar el orificio de salida".

Cada vez que sonaba un disparo, Scrivs se echaba sobre Grose para protegerlo. Hay un francotirador que ha disparado contra nosotros todo el tiempo, se quejó. ¿Cómo está Jas?, Yo hice un movimiento negativo con la cabeza. Scrivs cerró los ojos por un segundo, a manera de acuse de recibo. Me sentí agradecido por su simple expresión de simpatía. Su fortaleza mental, y física, siempre fue evidente.

Con la ametralladora enemiga ahora en silencio, podíamos oír otros integrantes del pelotón heridos gimiendo y pidiendo ayuda. Comprobamos el estado del vendaje en la herida en el pecho de Grose. Él gemía de dolor y tenía dificultad para respirar. “Pongámoslo sobre su lado herido”, dije. Grose dio un grito de dolor y rogó para que no lo moviéramos.

Con una herida en el pecho, los pulmones pueden llenarse de sangre y Grose podría haberse ahogado. Tenía que ser colocado sobre su lado lesionado para que pudiera drenar líquidos internos, o el flujo en el pulmón dañado, dejando a su pulmón sano para funcionar.
"Grose, debe girar hacia el lado de la lesión," dije, tratando una vez más para cambiar su posición. ¡No me muevas, no me muevas!" gritó. Miembros de la Compañía B llegaron para asistir a los heridos.

"Tranquilo amigo, volverás a disfrutar de tu fiesta de cumpleaños". Scrivs en broma alentó a Grose. "Desde luego, sabes que hacer. Sin embargo creo que los vecinos se molestan con el ruido". Grose intentó reír, pero el dolor era demasiado grande. No me hagan reír, dijo él. "Vamos a tener que moverte", le dije a Scrivs. No podemos quedarnos aquí a la intemperie. Puse mi mano sobre el hombro de Scrivs, para acercar su cabeza a la mía. En ese mismo momento un disparo sonó. Scrivs cayó sobre mi regazo y la sangre salpicó mi cara. Empujé Scrivs con un repulsivo instintivo. Quedó inmóvil, como un arrugado montículo. Me quedé sin poder creer lo que había sucedido. Un minuto antes estaba hablando con Scrivs con mi mano en su hombro, el siguiente: ¡ZAP! se había ido.

Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Cuándo va a terminar esto?, Donde miraba, había soldados heridos. Pensé, no voy a hacer esto. Grose me miró y me preguntó ¿Dónde está Scrivs?. No quise decirle, pero él lo veía en mis ojos. Grose entornó los ojos, esta vez con el dolor de perder un amigo, se le cayeron unas lágrimas. Yo también lloré.

¿Dónde? esta el helicóptero?, preguntó. Ya viene, Grose, mentí, ya viene, quédate conmigo. Como los disparos de los francotiradores resonaban, otros miembros del pelotón me ayudaron, con un poncho, a llevar a Grose colina abajo, a un improvisado refugio del regimiento (RAP), escondido, al reparo del viento, en un conglomerado de rocas.

Alrededor de las 03:00 a.m. Grose comenzó a perder la conciencia. ¡Mantén tus ojos abiertos!, le dije, temeroso de que se fuera. Si te duermes perderás el helicóptero. Grose me miró y me dijo: "Está todo bien Tom, sé que el helicóptero no viene". Dejando a Grose por unos momentos, corrí alrededor de la RAP en busca de un médico. Contra una pared de roca junto a un grupo de heridos encontré al médico de la compañía, se encontraba con la cabeza entre las manos, totalmente agotado. "No hay vendas, la morfina se esta acabando, todo se ha acabado". Lo fulminé con la mirada y le rogué: "Venga y déle cierta tranquilidad. Dígale que va a estar bien".

A regañadientes, el médico me siguió hacia donde yacía Grose. Inspeccionó la boca a Grose para comprobar sus vías respiratorias. Grose tosió un coágulo de sangre. El médico se apartó, se volvió hacia mí, sacudió la cabeza y se retiró, resignado ante el hecho que no podía hacer nada. En ese momento, lo odié más que a los propios enemigos. Tomé la cabeza de Grosey y lo acuné como un hermano lo haría. Él se agitó en un último intento desesperado para luchar en contra de su herida.

¡Gracias, Tom!, se acomodó en mis brazos por un momento, antes de lanzar su último aliento. No lo podía liberar de mis manos, esperando en vano que el pudiera volver a la vida.
Lágrimas se formaron en mis ojos y después una enorme emoción me invadió. Lloré incontrolablemente. Lloré por Grose, lloré por sus padres, lloré por su hermano y lloré por su hermana.

Abracé firmemente a Grose por última vez, puse su cabeza suavemente en el suelo, besé a mi amigo en la mejilla y le dije adiós. Quedó acostado con la cabeza baja, usé el poncho para cubrir su cuerpo y su cara y me alejé unos metros gateando.

El Sargento Des Fuller, quien se había hecho cargo del Pelotón 4, después de la muerte del Sargento Ian McKay, y McLaughlin reunieron los hombres restantes para avanzar de nuevo.

La porción de tierra que habíamos disputado había sido ocupada de nuevo por las tropas argentinas.

El Cabo McLaughlin me colocó en una posición de vanguardia, yo había perdido mi rifle cuando llevaba a Grose al RAP, me ofreció una pistola Browning 9 milímetros con sólo nueve municiones.

Avanzando en el lugar de vanguardia solamente con esta arma sería suicida y sin sentido. Yo lamentablemente había perdido mi rifle, y me sentí culpable de que podría haber culpado a un amigo muerto por este evento.

Los hombres sobrepasaron mi posición mientras avanzamos con sigilo, con los fusiles listos. Inmediatamente un disparo sonó, seguido de una andanada de estampidos. El soldado que iba adelante fue asesinado con una bala en la frente. Otras víctimas se produjeron en el ataque. El avance se detuvo. ¡Estábamos perdiendo la batalla!. Nuestro avance fue rechazado y debimos regresar hacia el RAP. Grupos de apoyo reforzaron el ataque con misiles Milan y con fuego de ametralladoras. Una vez más, la compañía B se lanzó hacia delante. Desde su posición más alta en la ladera, el Pelotón 5 dio fuego de cobertura y se hizo cargo del asalto. Un contraataque argentino fue detenido y finalmente reprimido.

En las primeras horas de la mañana, la cumbre fue finalmente tomada. La compañía B recibió la orden de llevar a sus víctimas a un lugar más seguro, a los pies de la montaña. En total, 23 hombres del Para 3 murieron y 47 resultaron heridos. Los argentinos perdieron 31 con 120 heridos y 50 fueron tomados prisioneros.

Pensar en Jas, Grose y Scrivs. La realidad de no poder verlos nunca más me golpeó duro. A menudo se reproduce la batalla en mi mente, llegué a la conclusión que la única razón por la que había sobrevivido a la carga inicial fue que a medida que el artillero argentino vacíaba la munición de derecha a izquierda sobre nuestro pelotón que cargaba, yo simplemente corría entre las balas.

Una gran depresión me invadió. Me sentí culpable por no retirar las placas de Jas y por no comprobar el pulso de Scrivs. Me sentí responsable por no ser capaz de salvar Grose. He defraudado a mis amigos.

Las pesadillas y las alucinaciones son partes de la vuelta de un soldado a la batalla. Comenzaron la primera noche después de los combates en el Monte Longdon y he vivido con ellos desde entonces. Toman tu vida y te conviertes en un esclavo de ellas. Tienes miedo de apagar la luz, o cerrar los ojos, sabiendo que tan pronto como te relajes, la mente divaga y te devuelven al fondo de la batalla. A menudo me he despertado en medio de la noche sobresaltado, bañado en sudor o gritando. Una vez que el momento ha pasado, las lágrimas arrancan. No he recibido ningún tipo de apoyo psicológico del Ejército y me siento traicionado por el batallón, pero yo he firmado contrato por otros tres años y no podría dejarlo.

Aproximadamente seis meses después de Longdon, me casé con mi novia Laura. Pasé a tener dos hijos, pero el matrimonio no duró. Las Malvinas me han cambiado de manera irrevocable, y después de dos años y medio nos separamos. Al mismo tiempo, dejé el Regimiento de Paracaidistas y comencé a trabajar en la industria de la seguridad privada. Desde entonces me he vuelto a casar, tengo dos hijos más y fundé mi propia empresa, que emplea a 300 personas.

Mi espose Trish, con quien me casé, por coincidencia, en el aniversario de la Batalla de Longdon en 1990, ha sido testigo de las pesadillas, de las alucinaciones, de las depresiones, de la culpa y, por desgracia, de las inevitables ingestas de alcohol. Pero ella me ha apoyado en todo y somos extremadamente felices.

Nuestro hijo, Dominic, tiene 17 años y, en un giro irónico, ahora planea alistarse en el ejército como oficial. Soy muy consciente de que podría terminar en Irak o Afganistán, pero debe primar su decisión, para cuando el se enrole, el tendrá 18 años y no podré decirle qué debe hacer.

Nosotros eramos jóvenes e ingenuos en aquel entonces pero creo firmemente que jóvenes de 17 años no deberían tener que arriesgar su vida por su país.

A los 17 años, los padres tienen que dar su aprobación para que te unas a las Fuerzas Armadas. Ningún padre debe tener que vivir con el sentimiento que ellos dieron su aprobación para que tú puedas morir en la guerra.

Ojalá la guerra de Malvinas nunca hubiese sucedido, yo ahora estaría disfrutando de la compañía de mis tres amigos, a quien extraño mucho. No pasa un día en que no piense en ellos.

Espero que al describir los acontecimientos que rodearon sus muertes, no haya causado más dolor a sus familias.

A la tierna edad de 17 años, Scrivs, Grose y Jas dieron su vidas por su país en la circunstancias más valientes.
¡Ellos no deben ser olvidados!.


Fuente: http://www.dailymail.co.uk/news/article-448586/Told-time--extraordinary-compelling-story-Falklands-War.html#ixzz1027x3xE2

1 comentario:

gus dijo...

en fin la guerra es la guerra pero si lo piensas como militar solo cumplistes las ordenes,los sudamericanos fuimos porque es tierra nuestra,piensalo el colonialismo termimo hace mucho y lamentablemente ya no nosotros sino nuestros hijos tendran q volver a recuperarlas,un saludo pero es posible q nuestros hijos se encuentren en las malvinas