El argentino y el británico Geoffrey Cardozo están postulados al Nobel de la Paz por su trabajo para ayudar a identificar a los caídos enterrados en el Cementerio de Darwin. A ese trabajo, se le suma un nuevo desafío: ayudar a los padres de esos soldados.
Por Patricia Fernández Mainardi
El 14 de junio de 1982 finalizaba la guerra para los argentinos que se encontraban en Malvinas. A partir de ese momento, un oficial inglés, Geoffrey Cardozo, se encargó del armado del Cementerio de Darwin. Pero, ante la falta de objetos que permitieran la identificación de los cuerpos, quedaron 122 tumbas que solo llevaban la inscripción “soldado argentino solo conocido por Dios”. Años más tarde, cuando los familiares de los caídos visitaron las islas para despedir a sus hijos, hermanos y esposos, debieron elegir una cruz sin nombre para poder rezar y dejarles una ofrenda.
El marplatense Julio Aro había participado de la guerra con el Regimiento de Infantería 6. Al volver de las islas, en 1982, y sin varios de sus compañeros, Julio sintió que había dejado en el archipiélago parte de él. En diálogo con DEF, el hoy postulado al Nobel de la Paz junto a Cardozo –quien colaboró con él para poder concretar el Plan Proyecto Humanitario “Malvinas” a fin de identificar a los caídos enterrados en el cementerio de Darwin–, Aro contó detalles sobre las dificultades y los desafíos con los que se toparon en este camino, habló sobre la Fundación “No me olvides” y recordó su compromiso con las madres y padres que, en 1982, entregaron sus hijos a la Patria.
En caso de resultar premiados, los ganadores serían todos mis compañeros que no volvieron y cada una de esas madres que los parieron.
-¿Cómo empezó este trabajo?
-Arrancamos en 2008, sin saber qué es lo que íbamos a hacer. En abril de ese año, yo estaba en las islas. Había ido a buscar al Julio Aro que dejé. Fui también a buscar a compañeros que había enterrado y no encontré. Fui al cementerio y me desesperé al ver las 122 placas con la leyenda de “soldado argentino”. Me puse en el lugar de ellos, porque, si me hubiera tocado quedarme en las islas, yo hubiera sido uno más, ya que no tenía mi chapita.
-Ahí nació la Fundación “No me olvides”. Geoffrey nos contó quién era y, cuando nos acompañó al taxi, nos dio un sobre. “Sabrán qué hacer con él”, nos dijo. La información no era secreta, la tenían nuestros gobiernos y la Cruz Roja. Eran muchas hojas en inglés. Había fotos y coordenadas. Cuando regresamos al país, las hicimos traducir. La verdad es que te da impotencia porque, en ese informe, decía que ya se había llamado al gobierno argentino para que antes del 19 de febrero de 1983 fuera a reconocer a sus muertos, y no fue nadie.
Hubo una ceremonia con todos los honores, realizada por Geoffrey Cardozo, aquel 19 de febrero de 1983, en el Cementerio de Darwin. Cuando lo cuento, se me pone la piel de gallina.
-¿Qué ocurrió después?
-Al
ver esa información, uno de mis compañeros, José María, descubre que en la
parcela A, fila 2, tumba 15, donde estaba la leyenda de “soldado argentino”,
había unos números. Para él, era un documento. Lo googleamos y correspondía a
un soldado correntino llamado Gabino Ruiz Díaz. Pudimos localizar a quien
cobraba la pensión: una señora llamada Elma Pelozo. Agarramos el auto y fuimos.
La encontramos, vimos cómo vivía y en qué circunstancias estaba su esposo. La ayudamos con una silla de ruedas y volvimos con una cama ortopédica, pañales... Le preguntamos si ella estaba dispuesta a donar una gotita de sangre que le permitiría saber en cuál de las cruces estaba su hijo. Nos dijo que sí. Ella fue la primera mamá que nos abrió las puertas. Por otro lado, buscamos colaboración de distintos funcionarios, pero siempre se nos cerraban las puertas.
“MIENTRAS UN ARGENTINO NO OLVIDE, MIS COMPAÑEROS NUNCA VAN A ESTAR MUERTOS”
Fue por intermedio de Gabriela Cociffi (Infobae) y de una colega de ella que lograron que Roger Waters le alcanzara a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner una carta. Más tarde, el proyecto fue anunciado. Otros dos actores fundamentales serían la Cruz Roja Internacional y el Equipo Argentino de Antropología Forense.
-¿Cuál es la situación hoy?
-Tenemos 115 compañeros identificados, faltan 7. Estamos en la búsqueda de familiares. Además, pudimos hacer que Elma Pelozo, que no había podido viajar porque le amputaron ambas piernas, lo hiciera. El 5 de marzo del año pasado, antes de la pandemia, conseguimos un helicóptero que la fuera a buscar al campo y, luego, un avión privado, para que pudiera despedir a su hijo.
Esa madre nos dio una cátedra de amor. Tiene 82 años, pero desde entonces, tiene 10 menos y hasta quiere volver a Malvinas. Recién le acabo de conseguir la insulina que necesita y es probable que, si es necesario, cargue una heladerita desde acá y le lleve más. Porque para nosotros esas madres pasaron a ser nuestras. Queremos ayudarlas a que tengan, desde ahora hasta el día en el que no estén, la mejor calidad de vida posible.
-No debió haber sido fácil…
-Esto me puede llevar la vida entera, pero lo volvería a hacer un millón de veces más. Muchos de nosotros tenemos diferentes válvulas de escape, tal vez la mía es esto. Mis horas del día están dedicadas a los familiares. Tenemos jardines con los nombres de nuestros compañeros, fuimos a nadar a Malvinas para malvinizar, estoy largando una revista, además de una cerveza llamada “No me olvides”, y lo recaudado será destinado a una mamá. Hay cosas muy lindas. ¿Viste la Fundación? Si vos me preguntas con qué película identifico, esto es con Coco. Es bueno que la vean para que entiendan lo que sentimos. Coco entra al mundo de los muertos y ve que las personas desaparecen de allí cuando se olvidan de ellas. Entonces, mientras haya un argentino que no olvide lo que pasó en Malvinas, mis compañeros nunca van a estar muertos. Van a ser inmortales.
-¿Van a volver a Malvinas?
-Queremos hacer el viaje final de la Fundación. Pero que sea solo de padres, con los acompañantes que quieran. Para algunos de nosotros, quizá sea el viaje final porque algunos posiblemente no vuelvan a ir, ya sea por la edad u otras cuestiones. Será una forma de despedirse.
-¿Cómo viviste la exhumación?
-Fue un trabajo hecho con todo el respeto del mundo. Gabino, el hijo de Elma, estaba donde decíamos nosotros: parcela A, fila 2, tumba 15. A ella le entregaron las pertenencias: un pañuelo bordado por la abuela, el reloj y la mitad de su chapita. Ese día, hubo lágrimas de tranquilidad, paz y amor.
En el cementerio, veías a las madres arrastrando los pies para llegar, con la cabeza gacha… habían sido varias horas de viaje desde provincias como Chaco, Corrientes o Formosa. Llegaban con una gran carga emocional. Pero, luego de estar tres horas junto a la tumba de sus hijos, esas mamás ya no arrastraban los pies. Tenían un sesgo de felicidad, de paz y de alegría. Los padres y madres dieron lo más importante de sus vidas. Nosotros tuvimos la suerte de volver, así que creo que les debemos la mejor calidad de vida posible.
-¿Qué es Malvinas para vos?
-No hay un día en el que no me acuerde de las islas. Las Malvinas son argentinas y pondré las herramientas necesarias para reconquistarlas a través de la paz. Las guerras las hacen los Estados y son los pueblos los que pierden la vida. Hay que buscar de qué manera poder recuperar sus nombres, identidades, rostros. Ahora no solo los conoce Dios, sino muchas personas más. Si nosotros, que salimos del horror de una guerra, podemos seguir adelante… Si estas madres, que jamás se quejaron, siguen adelante… es tiempo de que hagamos algo por ellas y por sus familias. Tenemos que seguir trabajando en esto. Siempre pido que, cuando no esté más en la Tierra, ayuden a mis hijas a cumplir con un deseo: quiero que me entierren con los brazos estirados, porque ni aún muerto voy a bajar los brazos por la causa Malvinas.
* Esta nota fue escrita por una periodista de la redacción de DEF.
Fuente:
https://www.infobae.com
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