31 de mayo de 2022

EL FEROZ COMBATE EN TOP MALO HOUSE, LA MUERTE DE UN COMANDO Y UN VÍNCULO DE SANGRE INESPERADO DESPUÉS DE LA GUERRA

 

El Suboficial Mateo Sbert murió el 31 de mayo de 1982 en el brutal enfrentamiento de trece comandos argentinos con un grupo de choque de la brigada de comandos británicos. La noche anterior le había contado al Capitán José Vercesi lo que quería hacer cuando volviera de la guerra. Cómo el destino compensó, en parte, la pérdida de uno de sus hombres al Teniente Coronel. 

Por Nicolás  Kasanzew 

Durante la batalla de Top Malo House cayeron el Teniente Ernesto Espinosa, el Sargento Mateo Sbert y seis comandos resultaron heridos

El 23 de mayo el Capitán José Vercesi recibió el radiograma de movilización en su casa, el 27 llegó a Malvinas, el 28 le ordenaron la misión y el 31 entraba en combate. Es decir, ocho días después de estar viendo la guerra por TV. Sin conocimiento del terreno, ni de muchos de sus hombres, y sin aclimatación. 

Cuando le pregunté al comando de la Compañía 602, si a casi 40 años de la guerra, estaría dispuesto a pelear de nuevo, me contestó: “Yo en realidad estoy esperando la segunda oportunidad. Jamás pensé en no volver a combatir. Nunca voy a dejar de prepararme, entrenarme y estar listo para combatir al día siguiente. La única condición que pondría esta vez es no tener subalternos que fueran amigos. Sobrevivir a un subalterno debe ser comparable –ojalá no me toque nunca– al dolor por la muerte de un hijo”. 

Es que entre los hombres que el “Tano” Vercesi había alcanzado a escoger para integrar su 1ª Sección de Asalto estaba su amigo del alma, el Suboficial Mateo Sbert, caído aquel 31 de mayo en el combate de Top Malo House. Una herida que nunca va a cicatrizar para el comando. 

La misión encomendada a José Arnobio Vercesi era ocupar la cresta del Monte Simmons, el más alto de la Isla Soledad y desde ahí transmitir los movimientos de los ingleses. Complementariamente, destruir algún helicóptero -los brits habían perdido mucho al hundirse el Atlantic Conveyor- para así reducir más su movilidad. 

"Además de tener un corazón y un espíritu solidario, le ponías una tira de Capitán y no le quedaba grande. Por su don de mando, por la formación que tenía, por su capacidad intelectual", dijo el Capitán Vercesi sobre Mateo Sbert

El poncho con que se abrigaban solo tenía de impermeable el nombre. Se mojaban aún más con la condensación, al recibir la nieve sobre el cuerpo, con temperatura bajo cero, a casi 800 metros de altura. Más de la mitad de los efectivos estaba con principio de congelamiento. Guiado por el baqueano Helguero, agregado de la Compañía 601, Vercesi decide dirigirse al puesto ovejero conocido como Top Malo House, donde había municiones y víveres. Mojados hasta la cintura por haber tenido que vadear dos veces el arroyo Malo, que tiene un ancho de 50 metros en ese lugar, pasan la noche ahí tratando de secar la ropa sin prender fuego, retorciéndola. A la mañana, cuando se aprestan a salir, escuchan ruido de helicópteros. Las máquinas no se veían debido a las ondulaciones del terreno. “¿Serán nuestras?”. 

En la planta alta estaban Espinosa, Brun, Castillo, Pedrozo y Gatti; el resto abajo. Espinosa, tirador especial, había armado su posición en una de las ventanas. Desde ahí observó sombras que se movían. Miró con su fusil de mira telescópica, gritó “¡ahí vienen!” y abrió fuego. Gatti le ordenó bajar, pero prefirió cubrir a sus camaradas. 

Al seguir disparando se convirtió en el blanco principal. Los ingleses le tiraron con sus armas antitanque, los lanza cohetes Law y los lanzagranadas de los fusiles M16. Es un tubo grueso que viene debajo del cañón del M16, que dispara granadas de 40 mm, equivalentes a las granadas de mano argentinas, pero con muchísimo más alcance. Una de ellas pegó en el pecho de Espinosa e hizo explotar las granadas que el comando llevaba en su correaje. 

Brun recibió las esquirlas de esas explosiones, sufriendo heridas en la mano y en la espalda, y la onda expansiva lo arrojó fuera de la casa. Cayó desde 5 metros, se paró y siguió combatiendo. Como en la caída había perdido el fusil, ensangrentado, revoleó granadas y tiró con su pistola de 9 mm. 

A todo esto, el autosacrificio de Espinosa les había dado tiempo para salir a quienes estaban en la planta baja. Podían haber huido hacia atrás, pero prefirieron arremeter para adelante, enfrentando el fuego. Eso frenó el avance inglés. 

Después, el combate los fue llevando hacia el río, que era el lugar natural para juntarse. Pero del otro lado del curso de agua, que estaba a sus espaldas, se encontraba otro escalón inglés, al mando del Teniente Haddow. 

Los comandos argentinos prisioneros de los ingleses en Top Malo House luego de un sangriento combate

Estaban rodeados. 

Haddow comandaba el puesto de observación que los había detectado inicialmente, cuando le pasaron por arriba con los helicópteros de Sánchez Mariño y Anaya. 

Ese puesto le avisó al Brigadier Thompson, quien a su vez ordenó al Capitán Boswell, jefe del Escuadrón para el Combate en la Montaña y el Ártico, que atacara. Originalmente habían pensado eliminarlos con Harrier, pero esas aeronaves estaban abocadas a otras operaciones. Además, Boswell insistió para poder probar a sus hombres, que venían de un curso. 

Era una tropa especial que llevaba 8 meses de entrenamiento; la Sección de Vercesi, apenas 8 días. 

También había una desventaja numérica, eran 23 anglosajones contra 13 argentinos. 

Sin embargo, hay una fórmula en los análisis militares para sacar el cálculo de la relación de poder de combate entre una fracción y otra, basada no sólo en lo numérico, sino también en el entrenamiento, armamento y características generales como experiencia, aclimatación en el terreno, etcétera. De acuerdo a esa fórmula, los británicos nos superaban 5 a 1. 

La batalla de Top Malo House lleva ese nombre por el refugio que utilizaron para esconderse

- ¿Hoy vos hubieras hecho las cosas diferentes? 

- Sí. Hay errores. Como dice Martiniano Duarte, si no hubiéramos tenido errores, hubiéramos ganado. 

- La famosa frase, “nunca en una casa”… 

- Claro, por ejemplo… 

- ¿Tenías una alternativa? 

- No quiero que suene a excusa. Yo sabía que no era lo correcto refugiarse en la casa, pero tampoco tenía certeza de que iba a llegar con toda la gente, en la condición en que estaba, de vuelta a Puerto Argentino. No quería perder a mis hombres sin siquiera combatir. Y tengo la certeza de que eso iba a pasar. No todos iban a llegar. 

- De alguna manera a ustedes los mandaron al muere… No habían tenido tiempo para afiatarse como equipo. 

- A los comandos nos decían los locos de la guerra, pero estábamos desperdigados en unidades administrativas, antes de ir a la guerra. El Turco Sbert estaba en el Estado Mayor, preparándose para ir al año siguiente a una agregaduría militar. Yo estaba en la Policía Militar. Tomás Fernández estaba en la Prisión Militar -del lado de afuera- otro puesto administrativo. No estábamos bien aprovechados. 

- ¿Por qué? 

- En esa época políticamente éramos mala palabra. Éramos gente molesta, porque siempre estábamos pensando que al día siguiente se iba a combatir. Y además, había toda un aura nacionalista que identificaba a los comandos y eso molestaba a la cúpula liberal del denominado gobierno del Proceso. 

En la madrugada del 30 de mayo, Sbert junto a los 12 hombres de elite, emprendieron el difícil regreso. Al día siguiente fueron descubiertos por ingleses mientras se escondían en una casa de chapa y madera

- Y por eso los relegaban, está muy claro. Pero volvamos al combate… 

- Uno tiene sólo la visión de su zona de acción, de su sector de tiro. Y casi naturalmente cada uno comenzó a actuar sobre su propio sector. 

- Vos tirabas sin cubrirte. 

- No lo pensé en ese momento. Además, si me tiraba al suelo, perdía más visión. Tengo muchos baches en la memoria sobre ese combate, quizá se produjeron para poder mantener la cordura. 

- ¿Cuánto tiempo duró? 

- Los ingleses hablan de 30 minutos, nosotros pensamos que fueron unos 40. Cuando comenzaron a escucharse menos disparos, miré alrededor, y vi parte de mi gente caída, uno o dos continuaban tirando, el resto estaba herido, desvanecido, o había agotado munición. Así que levanté el fusil y ordené el alto al fuego. 

- Losito había tirado hasta desangrarse… 

- Sí, hasta el último momento siguió tirando. Incluso después que yo ordené el cese de fuego, el Gordo Medina todavía disparaba. Es que estaba sordo por las explosiones y no me había escuchado. 

- ¿Cómo era el Turco Sbert? 

- Era el apuntador de la ametralladora MAG, el arma que mayor poder de fuego tenía dentro de la fracción. El auxiliar de Sbert, el que tenía que pasarle la munición, era el Teniente Martínez. Un Teniente era el abastecedor de un Sargento Primero. 

- Eso me dice algo… 

- Sí. Además de tener un corazón y un espíritu solidario, le ponías una tira de Capitán y no le quedaba grande. Por su don de mando, por la formación que tenía, por su capacidad intelectual. Habíamos estado destinados juntos en la Policía Militar en Córdoba y era el encargado de la Compañía. A pesar de que había cuatro suboficiales más antiguos que él. Y los cuatro le decían “Mi Sargento Primero”, subordinándose. 

- ¿Cómo muere? 

- Cuando se coloca en posición para tirar con la ametralladora y abre fuego, eso provoca la respuesta del enemigo. Todos apuntan hacia su boca de fuego. La muerte del Turco se produce cuando un cohete pasa por arriba de Medina, y pega entre Medina y Sbert. Creo que fue roto por dentro, por la onda expansiva. Cuando recogí el cadáver con Gatti, no tenía heridas externas, pero lo portábamos como si fuera una bolsa, daba la sensación de no tener el esqueleto. Estaba completamente desarticulado. 

Claudio Avruj, ex ministro de Cultura, junto a Maximiliano Sbert, hijo de héroe Mateo y papá de Tatiana, quien a su vez es nieta del Capitán Verseci

- Tus camaradas cuentan que llorando sobre su cuerpo, le decías: “¡¿Qué me hiciste, Turco?!”

- La noche anterior, en la guardia más difícil, que es entre las dos y tres de la mañana, porque te corta el sueño y nadie la quiere, habíamos charlado una hora larga, sobre la familia, lo que íbamos a hacer a la vuelta… 

- Pero en algo la vida te compensó ese dolor, ¿no es cierto? 

- Sí. El único privilegio inmerecido que he recibido en la vida es que muchos años después mi hija, la más antimilitar de la familia, la que más me cuestionaba por haber ido a Malvinas, inesperadamente se enamoró del hijo del Turco, por ese entonces Capitán, Maximiliano Sbert, y como fruto de esa unión hoy tengo una nieta. Tatiana comparte mi sangre con la del Turco. 

- Me contó Horacio Losito que cuando los ingleses lo estaban evacuando para operarlo, al lado de él había en el suelo del helicóptero tres “body bags”, bolsas de cadáveres. Tres bolsas llenas, se entiende, pero los brits sostienen que no tuvieron bajas fatales en ese combate. ¿No pensás que ellos minimizan sus bajas? 

- Sí, Nicolás. Aunque no lo quiero poner en términos de quien mató más y quien mató menos. Yo sé a quién le tiré, pero eso es algo entre Dios y yo. 

- Hay muchos testimonios de que los ingleses ocultan sus bajas… 

- Eso es exactamente cierto. Lo hacen en todos los conflictos, no sólo en el de Malvinas. 

-¿Qué sentimientos te produce que algunos de tus bravos hombres en aquel combate, como Horacio Losito y Lucho Brun, estén hoy privados de su libertad, bajo cargos falsos? 

-Te digo que añoro los tiempos de la guerra. Y te lo digo de corazón, porque me he sentido mejor tratado por el enemigo que por mi propia gente. Nuestra sociedad es caníbal y devora a sus mejores hijos. Es triste decirlo, pero se trata de una sociedad muy hipócrita. 

Aun así, el día en que esa sociedad -que no lo merece- necesite ser defendida, el comando Tano Vercesi responderá nuevamente al llamado. Todos los fines de semana, quien vaya a Lobos, lo podrá ver saltando en paracaídas. Y practica tiro. Como cuatro décadas atrás, él sigue estando listo para entrar en combate al día siguiente. 

Fuente: https://www.infobae.com

28 de mayo de 2022

VIDEO: LA RECONSTRUCCIÓN DEL ATAQUE AL PORTAAVIONES INVENCIBLE EN LA VOZ DE SUS SOBREVIVIENTES

 

Durante una operación puntillosamente planificada entre la Armada y la Fuerza Aérea Argentina, un grupo de militares dio en el blanco de la flota británica. El ataque jamás fue reconocido por los ingleses. 

Por Redacción DEF 


 

El 30 de mayo de 1982, un grupo de militares argentinos lanzó bombas de 250 kilos y el último misil Exocet con el que contaban las Fuerzas Armadas al portaaviones británico HMS Invincible. Fue durante una operación sigilosamente planificada entre la Armada y la Fuerza Aérea Argentina; en aquella misión, participaron dos aviones Súper Etendard y cuatro A4C Skyhawk; mientras que, en materia de apoyo, dos Hércules KC 130 se encargaron de realizar el reabastecimiento de combustible en vuelo para que las aeronaves pudieran alcanzar el blanco y regresar al continente. 

La misión fue extremadamente arriesgada: los pilotos de la Armada debían lanzar el misil –sin antes haber sido detectados por los ingleses– y, posteriormente, y con las alarmas de la defensa británica activadas, los pilotos de A4C, sí o sí, debían sobrevolar por encima del blanco para lanzar sus bombas. 

En una edición especial de dos entregas, DEF reunió a los sobrevivientes del ataque para que pudieran reconstruir esta verdadera hazaña, que jamás fue reconocida por los británicos. 

El último Exocet 

La Armada Argentina participó de esta operación con dos aviones Súper Etendard. Estas aeronaves, esencialmente navales, habían sido adquiridas a Francia en el año 1981. De hecho, las primeras unidades contaban, cada una, con un misil Exocet, todas habían sido entregadas a fines de ese año y se esperaba que el resto de la compra llegase en 1982; sin embargo, esas aeronaves arribaron una vez finalizado el conflicto. 

¿Cómo funcionaba el misil? “El misil tiene un comportamiento autónomo y se dirige a la última posición que le informó el radar. Por supuesto, durante el vuelo del misil, de aproximadamente dos minutos, el blanco sobre el que fue lanzado se va a desplazar. Por esa razón, unos 15 o 20 km antes de llegar al blanco al que fue lanzado, el misil abre su propio radar, corrige su posición y se dirige al encuentro”, detalla el hoy Capitán de Navío retirado Alejandro Francisco, que, en la guerra de Malvinas, y ya con más de una década de experiencia como aviador naval, participó de la operación a bordo de un Súper Etendard. Su aeronave sería la responsable de lanzar el último Exocet con el que contaba la Argentina. “No podía fallar”, completa. 

“Era una tecnología absolutamente nueva” 

“Ser portador del Exocet fue una responsabilidad muy grande. No solamente porque teníamos una cantidad limitada, en total eran cinco, sino porque era un arma muy importante. Además, esta era una tecnología absolutamente nueva para nosotros”, cuenta Francisco y detalla que el procedimiento para lanzar el misil comenzaba mucho antes. “Uno empieza a encender el sistema de calefacción y otro tipo de cosas. Después, hay toda una serie de operaciones con el radar para lanzar el misil, era algo novedoso para nosotros y no teníamos mucho adiestramiento. Confieso que para mí era una responsabilidad, y el hecho de lanzar el último misil sobre un portaaviones era una preocupación muy grande porque implicaba cumplir adecuadamente con todo el procedimiento”, agrega. 

Francisco no iba solo. Junto a él volaba, con otro Súper Etendard, el entonces Teniente de Navío Luis Collavino. Como detalla Francisco, por doctrina, los vuelos sobre el mar se hacían con un par de aeronaves por cuestiones de seguridad y tácticas: “En el caso de nuestro vuelo, que fue con un misil, la presencia del otro avión era necesaria no solo por el apoyo en el caso de falla del avión, sino por el apoyo en la información radar y en el equipo de navegación. Era necesario tener dos sistemas de navegación”. Para Collavino, la correcta detección del blanco también suponía una gran presión: “Tratábamos por todos los medios de estar a la altura de lo que se esperaba de nosotros. En lo personal, no tuve miedo, pero sí tenía la presión de la responsabilidad de cumplir con la misión. El poder intercambiar información y decir ‘veo lo mismo que está viendo el otro piloto’ era algo… Era ser dueños de esa certeza de tener un blanco grande y otro chico, y dirigirnos al grande sabiendo que los dos veíamos lo mismo en nuestros respectivos radares”. 

Un pacto 

Además de los Súper Etendard, también volaron cuatro aviones A4C Skyhawk. El hoy Brigadier Ernesto Rubén Ureta era piloto de uno de estos aviones y, en 1982, se ofreció como voluntario para participar de la operación: “Se sabía que era una misión importante porque el portaaviones se suponía bien defendido. El riesgo se consideró mucho mayor a la posibilidad de poder regresar del ataque. Entonces, el Comando de la Fuerza Aérea Sur ordenó que los dos pilotos de más experiencia fuéramos voluntarios. Con mi amigo y compañero de promoción José Daniel ‘Pepe’ Vázquez nos ofrecimos. Se nos dijo que podíamos designar a los otros pilotos numerales de la escuadrilla, que nos debían acompañar para cumplir la misión. Junto con Vázquez, designamos al Primer Teniente Omar Castillo, al Teniente Daniel Paredi y al Alférez Gerardo Isaac”. Cabe destacar que, si bien Paredi fue elegido, él era el responsable de un quinto A4C, que constituiría una aeronave de reserva en caso de que una de las otras cuatro fallara, lo cual no ocurrió. 

Durante una operación puntillosamente planificada entre la Armada y la Fuerza Aérea Argentina, un grupo de militares dio en el blanco de la flota británica. (Gentileza Rubén Ureta)

Ureta sabía los riesgos que corría y su amigo, Vázquez, también. Por ello, antes de partir, sellaron un pacto: “Con Pepe Vázquez, acordamos que, si le pasaba algo a uno de los dos, el otro debía, personal o telefónicamente, avisar a la familia. Fue así como me tocó a mí tener que llamar a Liliana, su esposa, quien estaba con sus tres hijos en Mendoza, y le tuve que dar la noticia de que Pepe no había vuelto y que no era posible que regresara. Fue un pacto entre los dos, de grandes amigos, de asumir esa difícil tarea de tener que avisar a la esposa que nuestro amigo y su marido no había vuelto”. 

Las horas previas 

Para mantener el efecto sorpresa, no todos los participantes tenían información sobre la operación. El entonces Alférez Gerardo Guillermo Isaac, hoy Comodoro Retirado de la Fuerza Aérea, había sido designado por Ureta para participar a bordo de uno de los A4C: “El día 28 de mayo, en horas de la tarde, había volado una misión de combate de ataque a un barco que se encontraba al norte de las islas Malvinas. En el sistema de nuestro escuadrón, al que volaba una misión de combate real, al día siguiente lo exceptuaban de estar de turno. Así que el 29 de mayo yo fui a la base sabiendo que ese día iba a estar de descanso y no iba a volar. Pero alrededor de las 10:30 de la mañana, me llamó un soldado y me dijo que me estaba llamando el Primer Teniente Ureta”. Ya reunido con su jefe, le informaron que participaría de una misión que tenía “algo que ver” con un portaaviones. “Me dijeron que posiblemente se trataría de una ‘misión de diversión’, que son misiones en las que se provoca la reacción y el desgaste de la defensa del enemigo. Y que lo teníamos que hacer desde Río Grande porque debía ser en forma conjunta con los aviones Súper Etendard”, relata Isaac. 

Mientras, los pilotos de los Hércules KC 130 también fueron alertados. Uno de ellos, Roberto Noé, hoy Brigadier Mayor Retirado, describió a DEF aquel momento: “Con las últimas horas de la tarde, se acercó un vehículo, bajó un oficial y me transmitió que, por orden del comandante, tenía que entrar en alerta. Lo único que se me informó es que se había comenzado a planificar para atacar un blanco indeterminado”. Al otro día, muy temprano, Noé quiso averiguar qué pasaba y le explicaron que estaban esperando el momento oportuno para poder realizar un ataque sorpresa. “Se me pidió que el navegador que integraba mi tripulación se trasladara a Río Grande para contribuir en la planificación, con rutas alternativas, para que se pudiera realizar el ataque. Por supuesto, ya nos imaginamos que algo importante estaba ocurriendo, que verdaderamente salíamos de los cánones normales, así que el blanco tenía que ser uno de los dos portaaviones. Pero eran meras suposiciones”, recuerda. 

Ya en Río Grande, y hacia el 29 de mayo, los integrantes de las distintas tripulaciones se reunieron para definir los detalles de lo que sería una de las más importantes operaciones conjuntas en la guerra de Malvinas. 

Hacia el blanco 

“Lo que nosotros teníamos que determinar era, a las distintas alturas de aproximación, a qué distancia nos detectaban. De esa manera, podíamos definir un perfil de aproximación para poder ingresar por debajo del lóbulo radar y evitar ser detectados. Establecimos que debíamos despegar de Río Grande, ascender a unos siete mil metros y dirigirnos hacia donde estaba el blanco”, detalla Francisco. En el camino, tenían que encontrarse con los Hércules para reabastecer combustible. Y, a unas 200 millas del blanco, debían descender para ingresar por debajo del lóbulo radar: “Así, a 130 millas y a entre 100 y 200 pies, estar rasantes. Eso nos permitía aproximarnos sin ser detectados por el buque al que íbamos a atacar”. 

Además de los aviones Súper Etendard de la Armada Argentina, en aquella misión participaron cuatro A4C Skyhawk de la Fuerza Aérea. (Gentileza Rubén Ureta)

Sin embargo, durante este vuelo, hubo un momento clave: el misil, para ser lanzado, necesitaba del radar. “En algún momento de esa aproximación rasante, nosotros debíamos ascender y encender nuestros radares para localizar el blanco. En ese momento, nuestro ataque se hacía evidente porque los buques tienen capacidad para recibir los impulsos radar. Y, además, entre los dos pilotos intercambiábamos información sobre lo que veíamos y la decisión sobre qué buque íbamos a lanzar el misil”, explica el piloto de Súper Etendard. 

Para mantener la sorpresa, las aeronaves se aproximarían por el sudeste de la posición del portaaviones. “Para atacar desde la retaguardia”, cuenta Ureta. Y agrega: “Nosotros teníamos la posición tentativa del portaaviones y fuimos hacia ese punto. Digamos, en el medio, estaban los dos Súper Etendard formados; a la izquierda, estaban Vázquez y Castillo; y a la derecha, Isaac y yo. Y así íbamos avanzando en una sola línea, que era la forma de atacar. De esta manera, pasaban en forma simultánea todos los aviones. Porque, si uno se quedaba rezagado, y los otros pasaban primero, lo iban a estar esperando”. 

“20 millas en la proa” 

Las aeronaves pasarían en forma simultánea y lanzarían sus bombas. Sin embargo, los Súper Etendard debían tomar altura para ubicar los blancos. “Por una frecuencia muy baja de VHF los dos pilotos navales, Francisco y Collavino, se pudieron comunicar y confirmaron que lo que estaban detectando eran los buques que estábamos buscando. Ellos pudieron ver, en la pantalla de radar, un eco más grande y otros dos más chicos. Sabiendo que buscábamos un portaaviones, tomaron la posición de ese eco grande. Corregimos un poco el rumbo de ataque, y ahí le pasaron electrónicamente la posición al misil. Francisco dijo ‘20 millas en la proa’ y lanzó el misil”. 

Fuego y columnas de humo. Eso fue lo que vieron los pilotos argentinos tras el impacto del Exocet en el portaaviones inglés. Sin embargo, todavía restaban el ataque de los cuatro aviones A4C de la Fuerza Aérea y la difícil misión de volver de regreso. Un capítulo aparte de este especial de DEF sobre una operación cuyo resultado, aun hoy, sigue sin ser reconocido por los británicos. 

Fuente: https://www.infobae.com

LA BATALLA DE PRADERA DEL GANSO: LA NECESIDAD DE UNA “VICTORIA RÁPIDA” DE LOS INGLESES QUE SE CONVIRTIÓ EN UN INFIERNO

 

Ante el “peligro” de que la ONU ordenase un cese de fuego, después de desembarcar las tropas, Gran Bretaña decidió atacar la guarnición argentina de Pradera del Ganso-Puerto Darwin para eliminar la posibilidad de un acuerdo de paz. El heroísmo de los soldados argentinos les causó una resistencia inesperada de 36 horas de fuego. Cómo fue la caída de “Rayo de Sol”, el militar británico de mayor rango en la batalla. 

Por Marcelo Larraquy *

El Regimiento 25 en Pradera del Ganso-Darwin

El 21 de mayo de 1982, con buques de asalto, destructores, fragatas y cientos de marines apostados en las playas con motonaves, se inició́ el desembarco inglés. También, como parte de la operación, se desplegaron submarinos nucleares frente a bases militares argentinas en el continente: Río Grande, Río Gallegos y Bahía Blanca. 

La respuesta argentina fueron cinco oleadas de ataques, cuatro de la Fuerza Aérea y una de la escuadrilla aeronaval, que dañaron varias naves británicas. El costo de la batalla de ese día fue alto: la Fuerza Aérea perdió nueve unidades y la Armada tres. 

Al anochecer del 21 de mayo los británicos ya disponían de la cabecera en San Carlos con alrededor de cuatro mil hombres y mil toneladas de suministros. 

La Argentina persistió en el ataque aéreo por el “corredor de bombas” que representaba el estrecho San Carlos. Los cuatro días siguientes se produjo una intensa descarga de fuego. Cuando las tropas inglesas se disponían a iniciar la marcha terrestre de treinta y cinco kilómetros hacia Puerto Darwin-Pradera del Ganso, las aeronaves hundieron el destructor inglés HMS Coventry, otro destructor tipo 42 y el Atlantic Conveyor, que transportaba trece helicópteros Chinoox. La andanada aérea produjo una significativa pérdida en la logística británica, aun cuando se estima que entre el 60% y el 70% de las bombas argentinas no estalló. Los costos también fueron altos para las fuerzas argentinas: en doscientos cincuenta y dos salidas, perdieron veintidós aviones y nueve pilotos. 

Era un momento clave de la guerra: si la Argentina continuaba con sus ataques sobre los helicópteros, el combustible y los morteros, los misiles y las municiones británicas ya desembarcados en tierra, podían dejar a sus tropas con menor respaldo logístico y romper la unidad de abastecimiento entre los soldados que se desplazaban y la cabecera de playa de San Carlos. 

La marcha hacia Puerto Argentino podría verse comprometida. 

A partir de entonces, Londres aumentó la presión sobre el jefe de las fuerzas terrestres, Comandante Jeremy Moore, y sobre el Brigadier Julian Thompson, a cargo de la Tercera Brigada de Comandos, para dar inicio a las operaciones militares. No admitían más demoras. Suponían que a partir del desembarco rodearían Puerto Argentino en cuestión de días. La comunidad política inglesa se impacientaba. Querían una victoria militar rápida. Temían que una inminente resolución de la ONU llamara al “cese de fuego” y obligara a sus fuerzas a salir del escenario bélico sin haber recuperado las islas. Esta posibilidad generaba constante tensión en el alto mando británico. La Argentina, en cambio, prefería que los combates terrestres se retrasasen y se resolviese una tregua. 

J

Julian Thompson cuando fue condecorado después de la guerra

Pero las tropas todavía estaban inmovilizadas y el General Thompson temía ataques por sorpresa cuando se iniciara la expedición. Para Thompson Darwin-Pradera del Ganso carecía de importancia estratégica. Prefería iniciar la marcha hacia monte Kent, en camino a Puerto Argentino, y dejar una fuerza que rodeara la guarnición del sur para evitar una batalla innecesaria. Con la caída de Puerto Argentino, Puerto Darwin se rendiría por efecto recíproco. Esto transmitió Thompson al cuartel general Northwood, centro de control de la Operación Corporate. 

Pero Gran Bretaña necesitaba una victoria terreste para terminar con la complejidad en el campo de batalla y eliminar el riesgo de un obligado acuerdo de paz, para luego sí, avanzar hacia el noreste con la retaguardia asegurada. 

De este modo, en una comunicación satelital, Northwood le ordenó al Segundo Batallón de Paracaidistas (Para 2) una inmediata incursión a Darwin-Pradera del Ganso para destruir la guarnición argentina y lo que quedaba de su flota aérea. La aproximación por mar y por aire tenía demasiadas complicaciones. Debían avanzar a pie, con el apoyo de la artillería naval, sobre la turba helada. 

En Puerto Darwin estaba ubicada la base aérea militar Cóndor, ya afectada por los bombardeos del 1º de mayo, que resguardaba a algunos aviones Pucará. Otros habían sido desplazados a la isla Borbón. 

La guarnición en Darwin era una obsesión para el Teniente Coronel Herbert “H” Jones, jefe del Para 2. Necesitaba vencer la primera batalla terrestre y romper el “muro moral” de las tropas argentinas. Dominar Darwin para luego iniciar el avance de la infantería hacia Puerto Argentino. Una expedición de cien kilómetros con la amenaza aérea argentina, pero también con la retaguardia asegurada. Del mismo modo, a Londres, en términos políticos, le servía un rápido y claro triunfo militar en esa batalla para demostrar la superioridad de sus fuerzas. 

El “asalto total” sobre Puerto Darwin-Pradera del Ganso, en cambio, no era un objetivo que interesara al Brigadier Thompson. Creía que bastaba con destruir el aeródromo. El día 26 de mayo, Thompson canceló la maniobra por las condiciones meteorológicas adversas. Era uno de los peores otoños en muchos años. Thompson no quería operar sin helicópteros. 

La decisión enfureció al Coronel H. Jones, que expresó su punto de vista delante de toda la infantería. “Esperé por veinte años esta oportunidad y ahora estos hijos de puta la cancelan”, afirmó.

La guarnición en Darwin era una obsesión para el Teniente Coronel Herbert “H” Jones, jefe del Para 2. Necesitaba vencer la primera batalla terrestre y romper el “muro moral” de las tropas argentinas. Murió en esa batalla

El 27 de mayo, finalmente, partieron tres columnas de infantes desde San Carlos con tres destinos: el Para 2, hacia Darwin-Pradera del Ganso; el Para 3, hacia la caleta Teal, y el Batallón 45, hacia Douglas. 

Darwin y Pradera del Ganso eran dos pequeños caseríos de pocas viviendas separados cinco kilómetros uno del otro. No tendrían más de veinticinco familias de granjeros, que habían sido tomados prisioneros. Dormían en una amplia sala comunal escuchando los sonidos de la guerra. Habían pintado el techo con una cruz roja. 

La inteligencia británica indicaba que Darwin estaba defendida por cuatrocientos o quinientos hombres. Eran datos errados o, mejor dicho, desactualizados. Se habían ido agregando refuerzos de última hora: las tropas argentinas sumaban más del doble. Los Para 2, en cambio, sumaban alrededor de seiscientos hombres, con artillería terrestre y naval, y apoyo aéreo. Se agruparon en el caserío de Camilla Creek, a cinco kilómetros de las fuerzas argentinas. 

Desde allí comenzaron a avanzar. 

El ataque sobre Puerto Darwin comenzó en plena oscuridad, cerca de las dos y media. Hacia las seis, los británicos ya habían destruido la primera línea de defensa y sometían a las compañías enemigas(Foto: Libro The Falklands War Then and now. Gordon Ramsey)

El 26 de mayo, Mario Benjamín Menéndez había ordenado al General Omar Parada que se movilizara hacia Darwin para respaldar a la Fuerza de Tareas Mercedes, que reunía distintas compañías de infantería y artillería; un conjunto de más de medio millar de soldados que también contaba con el apoyo aéreo desde Puerto Argentino. Parada explicó a Menéndez los peligros que acarreaba un desplazamiento por aire o mar hacia el istmo. En cambio, emitió una Orden de Operaciones para el Teniente Coronel Ítalo Piaggi, al mando de la Fuerza de Tareas Mercedes, para que reorganizara la defensa y hostigara al enemigo mientras este preparaba su ataque, y lo desconcertara. 

La Argentina ya tenía la noticia de la ofensiva británica. La había filtrado un periodista de la cadena BBC, presente en el campo de batalla. 

El trascendido de sus planes disgustó a Jones. La filtración rompió la sorpresa. Pero los planes de Jones no se modificaron. Comenzó a avanzar en la madrugada del 28 de mayo. La maniobra, según su evaluación, concluiría en pocas horas. Jones esperaba el rápido colapso de las fuerzas argentinas. 

El ataque sobre Puerto Darwin comenzó en plena oscuridad, cerca de las dos y media. Hacia las seis, los británicos ya habían destruido la primera línea de defensa y sometían a las compañías enemigas. La batalla parecía concluida. Para salir del encierro, Piaggi ordenó que la reserva, liderada por el Subteniente Roberto Estévez, realizara un contraataque en diagonal. 

Estévez, que conducía cuarenta hombres, cruzó el campo de batalla bajo fuego enemigo, con sucesivos repliegues y contraataques, y bloqueó durante varias horas la penetración territorial del Para 2 de Jones. Luego lo hirieron. Al salir de un pozo, Estévez recibió un tiro en el brazo y otro en la pierna izquierda, pero con un FAL continuó disparando e impartiendo órdenes por radio, bajo el fuego de los morteros y los francotiradores de los Para 2. 

El tiro mortal lo recibió en el pómulo derecho. 

Dos meses antes Estévez le había escrito la última carta a su padre. 

Querido papá: Cuando recibas esta carta, yo estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios Nuestro Señor. Él, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en el cumplimiento de mi misión. Pero, ¡fijate vos qué misión! ¿No es cierto? ¿Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todos destinados a recuperar las islas Malvinas y restaurar en ellas Nuestra Soberanía? 

El Teniente Estévez en Pradera del Ganso

A Estévez lo reemplazó el Cabo Mario Castro. Tomó su equipo de comunicaciones y pidió instrucciones. Piaggi le pidió que soportara el fuego cuanto pudiera; pronto llegarían aviones Pucará para dar respaldo aéreo. Dos unidades ya habían sido derribadas el día anterior. Castro también perdió la vida. Lo alcanzó un proyectil de fósforo y lo quemó vivo. La fuerza de reserva quedó al mando del soldado Fabricio Carrascull. Moriría minutos después. 

Al amanecer del día 28 de mayo, la luz permitió ver con claridad la posición británica. Esto representó un alivio para las fuerzas nacionales, que no contaban con armamento con mira nocturna. La línea de defensa estaba al mando del Subteniente Juan José Gómez Centurión. Las posiciones estaban equilibradas. Hubo una pausa en el fuego. Los ingleses detuvieron el avance y se reagruparon; recibieron municiones. Los argentinos obtuvieron refuerzos. 

Entonces se produce la muerte del Teniente Coronel Herbert Jones en un hecho controversial. 

Una versión indica que, al frente de un pelotón de quince hombres y después de más de ocho horas de combate, Jones decidió enfrentar el fuego que partía desde las trincheras y mantenía inmovilizadas dos de sus cuatro compañías del Para 2. Jones quiso tomar los “nidos de ametralladoras” por asalto, en una muestra de arrojo y exceso de confianza. Una loma le impidió ver uno de los “nidos”, y, desde veinte metros a su izquierda, recibió una ráfaga de ametralladora. Jones intentó tomar su granada. Otra ráfaga a la altura de la cintura volvió a sacudirlo. 

Entierro en Darwin-Pradera del Ganso luego de la batalla

La otra versión afirma que en la pradera se alzaron algunos cascos ingleses con voluntad de parlamentar. El combate se detuvo. Jones ofreció a Gómez Centurión respetar la vida de todos los argentinos a condición de que se rindiesen. El Subteniente, confiado en su mejor posición relativa respecto de la noche anterior, rechazó la oferta. Incluso le mencionó que creía que él quería rendirse. Le indicó que en dos minutos reabriría el fuego. Mientras ambos se retiraban, el fuego, de manera inesperada, alcanzó a Jones desde una trinchera a veinte metros de distancia. Recibió una ráfaga mortal. 

“Rayo de sol ha caído”, afirmó el radiooperador en la mañana del 28 de mayo para informar la muerte de Jones. La noticia causó estupor y confusión en las filas británicas. Un helicóptero que intentó recoger al jefe de los Para 2 fue abatido por un Pucará. 

El ataque inglés había sido detenido. Pero desde ese momento, el Mayor Chris Keeble, que reemplazó a Jones en la conducción, cambió la estrategia debido a la resistencia argentina, que era mayor que la esperada. Keeble dejó de empeñar fuerzas en frentes dispersos, y las concentró, con todo el poder de fuego disponible —artillería, morteros, misiles antitanque, bombardeo naval— hacia un solo punto de ataque —Puerto Darwin—, para acorralar la guarnición enemiga. 

Los soldados argentinos, ya casi sin municiones, intentaron esquivar el ataque británico cambiando de posiciones. Hasta que, con el fuego enemigo al frente, y el agua a sus espaldas, ya no tuvieron por dónde salir.

La tumba de los soldados argentinos que cayeron en la feroz batalla de 36 horas

El General Parada ordenó una retirada de las fuerzas nacionales, pero Piaggi, que se sentía incomprendido por su superior frente al cuadro de situación, no contaba con alternativas de escape para semejante empresa. El alto mando inglés no admitió demoras. Le hizo saber que tenía orden de Londres de bombardear y aniquilar no solo a las tropas argentinas sino también a los isleños que mantenían prisioneros. 

Entonces, el jefe de la FT Mercedes decidió entablar diálogo y pactar la rendición. Las bajas fueron numerosas por ambas partes —cuarenta y siete muertos y noventa y ocho heridos en las fuerzas nacionales; diecisiete muertos y treinta y cinco heridos en el bando británico—. Casi mil prisioneros argentinos fueron encerrados en el galpón donde se esquilaban las ovejas, en Puerto Darwin, y luego trasladados a bahía San Carlos. 

El combate, que se presumía rápido, duró treinta y seis horas. 

A partir de entonces, con la retaguardia asegurada y el dominio naval y también aéreo, se inició la marcha terrestre británica hacia Puerto Argentino. 

* Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA) Su último libro publicado es “La Guerra Invisible. El último secreto de Malvinas”. Ed. Sudamericana. 

Fuente: https://www.infobae.com

27 de mayo de 2022

EL “DÍA MALDITO” DE LA GUERRA: EL FEROZ ATAQUE DE DOS PILOTOS QUE OBLIGÓ A LOS INGLESES A CAMBIAR DE PLANES EN MALVINAS

 

Fue el 25 de mayo de 1982, cuando los Súper Etendard lanzaron sus misiles contra el Atlantic Conveyor. Fue considerada una de las pérdidas más graves para la flota. Las fuerzas británicas tuvieron que cambiar su estrategia y se vieron obligados a una marcha de 105 kilómetros hasta Puerto Argentino 

Por Marcelo Larraquy * 

El Atlantic Conveyor navegando hacia el Atlántico Sur

La Fuerza de Tareas británica no había tenido más noticias de los Súper Etendard después del impacto contra el Sheffield. Desde aquel día, los aviones Neptune mantuvieron la exploración por el sureste de las islas, pero el comandante Sandy Woodward ya había alejado la flota. Faltaban blancos. Después los dos aviones empezaron a reducir su prestación por fallas mecánicas. Consumían aceite en exceso. Nunca los habían exigido con tanta frecuencia e intensidad como en los últimos dos meses. Su mantenimiento requería más trabajo que el de un avión nuevo. Por cada hora del Súper Etendard en el aire se requerían cuatro horas de revisión. El Neptune necesitaba de diez horas de mantenimiento por hora de vuelo. Y en cada salida volaba entre siete y nueve horas, en condiciones límites de combustible y meteorología. 

Un Neptune había dejado de volar el 12 de mayo. El otro, el 15. Fueron llevados al taller de la Base Espora para hacerles reparaciones. Sus ausencias resintieron las misiones de los SUE. Los dos aviones Neptune que habían participado en el salvataje de los náufragos del crucero Belgrano y habían detectado al Sheffield quedaron definitivamente fuera de servicio luego de cincuenta y tres salidas y cuatrocientas veinticinco horas de vuelo desde el 23 de marzo. 

Los pilotos del Electra reemplazaron la búsqueda de Superficie del Neptune, pero este avión no contaba con equipos de contramedidas electrónicas; también podía convertirse en blanco fácil de los buques. 

La información sobre la flota británica comenzó a llegar desde la estación radar aire móvil AN/TPS-43, enmascarada en el terreno. Cada vez que detectaban la proximidad de un avión que volaba en dirección a su posición, apagaban y encendían varias veces el radar para evitar ser localizados. Los operadores observaban que, cuando un Harrier se alejaba después de bombardear sobre las islas, el radar perdía el eco en determinado punto, en una distancia compatible con su autonomía de vuelo. Esta desaparición del eco los hizo suponer que descendía sobre una embarcación. “Abajo tiene que haber algo”, dedujeron. Podía ser un portaviones o un transporte de aeronaves. 

Súper Etendard en 1982, Guerra de Malvinas

El AN/TPS-43 podía detectar el vuelo de un avión a 200 millas de distancia. De inmediato, los radaristas daban aviso al Centro de Información y Control (CIC) y este transmitía el blanco a las baterías de defensa aérea. Cuanto mayor fuera la distancia de detección mayor era el margen de reacción disponible para disparar, aunque era difícil que las baterías lograran impactar sobre el avión con un cañón, aun cuando tuvieran un radar de control de tiro. 

El 21 de mayo, desde el CIC comenzaron a informar a Comodoro Rivadavia la altitud y la distancia en que desaparecían los aviones del radar de Malvinas. Lo hacían por radio o teléfono, generalmente con soldados correntinos que hablaban guaraní, para evitar que las comunicaciones fuesen decodificadas. 

Las novedades llegaron al búnker (de la base de Río Grande). El 22 de mayo las condiciones meteorológicas no fueron buenas. Se detectaron pocos vuelos británicos. El 23 los radaristas ya tenían elaborado un ploteo, un dibujo envolvente que precisaba la ubicación de los descensos. Los vuelos desaparecían siempre en el mismo lugar. Dentro de esa “envolvente”, se presumía, estaba la plataforma de aterrizaje. El Neptune ya no podía volar para verificarlo. 

Se decidió el ataque a esa posición, a ese punto dato. 

El 23 de mayo despegaron desde la base los pilotos Roberto Agotegaray y Juan José Rodríguez Mariani. Era el tercer despegue de los Súper Etendard a veintitrés días del inicio de las acciones bélicas. El primero había sido el del comandante Colombo, con su numeral Machetanz. El segundo fue el de Bedacarratz-Mayora, que había hundido al Sheffield. 

En esta tercera misión despegaron a las tres de la tarde; cuarenta y cinco minutos después recibieron combustible desde el Hércules KC-130, y desde la milla 130 se pegaron al mar hasta la milla 55. Emitieron radar, pero ninguno de los dos pilotos vio un eco en su pantalla, ni en la milla 38 ni en la 23 encontraron ninguna referencia del supuesto blanco. Regresaron a la base. 

Esa misma noche, los dos Exocet volaron a la Base Espora para su revisión técnica. Y al día siguiente fueron devueltos a Río Grande.

Roberto Curilovi, alias Toro, al regresar de la misión del 25 de mayo. El atraco había sido letal, aunque todavía el resultado era un enigma

La mañana del 25 de mayo de 1982 los pilotos se levantaron y desayunaron como cada día. Se pusieron el traje de goma, participaron de la formación militar de ceremonia y un rato después Colombo les informó sobre una posición determinada. Existía la posibilidad de una misión. 

El turno era para la dupla del Capitán Roberto Curilovic y su numeral, el Teniente de Navío Julio Barraza. Se habían adiestrado un año en Francia. En sus inicios en la Escuela de Aviación Naval, Curilovic había volado un avión T-28 a hélice. Su primer vuelo. “Esto no va a ser para mí”, había comentado cuando salió de la cabina. 

Se puso en marcha la rutina, las tareas de prevuelo en la sala del hangar, el mapa sobre la mesa. Curilovic pidió al resto de los pilotos que fumaran afuera. “A partir de ahora, acá adentro no se fuma más”, dijo. La llegada de cada blanco generaba tensión. Había mucha gente trabajando en la sala, el personal de Operaciones, Meteorología, Comunicaciones. Un rato después sonó el teléfono de pared. Colombo informó las coordenadas del probable blanco. Curilovic pidió un Hércules para las once de la mañana. Lo encontrarían mar adentro, a la altura de Puerto Deseado, para el traspaso de combustible. 

Ya eran las diez. Cada piloto se subió a su avión y prepararon el instrumental para el despegue. Esperaron la orden, pero se demoraba. Hasta que les avisaron que el Hércules estaba en operaciones. Lo podrían interceptar en las coordenadas previstas a las tres de la tarde. No antes. 

Barraza descendió del Súper Etendard, fue al comedor y comió un plato de guiso. Curilovic no tenía hambre. Prefirió hacer tiempo y no comer. Se sentó en la sala del hangar. Allí recibió una nueva información desde el búnker. En la entrada del estrecho San Carlos había dos buques “piquete”, uno de clase 42 y otro de clase 21, dispuestos para detectar aviones con sus radares y dispararles en su aproximación al este. “La trampa de misiles”. Era un nuevo escudo de protección para la Fuerza de Tareas.

Barraza, alias Mate, al arribar ya de noche el 25 de mayo de 1982. Todavía no sabía a cuál buque de la flota había impactado

Los pilotos habían decidido que no volarían en línea directa. El Sheffield había sido hundido desde una incursión por el sur. El nuevo diseño de vuelo sería desde el norte, ingresando por un lugar inesperado para la formación de buques. Después de la hora del almuerzo despegaron. 

Sin coordinación previa con la Aviación Naval, los aviones de la Fuerza Aérea comenzaron a atacar al norte de la isla Gran Malvina. Las bombas cayeron sobre el Coventry. 

Al momento del ataque, los Súper Etendard cargaban combustible en el horario previsto tras casi una hora de vuelo. Ya no había diálogo entre los pilotos. El Hércules solo les corrigió las coordenadas. El radar de Malvinas había transmitido una nueva posición. Continuarían el vuelo con el perfil previsto, 20 mil pies, a seis mil metros de altura, hasta llegar a las 150 millas y después bajar a 60 pies, 20 metros por encima del mar, y seguirían rumbo al blanco, como indicaba la doctrina. 

Los aviones iban casi pegados. Entre uno y otro habría cien metros de distancia lateral. Volaban en línea y en silencio. No tenían nada que decirse. Ya sabían dónde estaba el objetivo, cuándo debían descender a ras del mar, cuándo trepar en altura, cuándo emitir radar, cuándo lanzar los misiles. 

A 55 millas del blanco, Curilovic miró a la cabina de Barraza y le hizo una seña. Arriba. Treparon en altura y emitieron radar. Fueron tres barridos. Y allí estaban. En la pantalla aparecieron los buques. Vieron tres ecos. Se sintieron seguros. Pero desde esa distancia no podían disparar. Volvieron a bajar, a pegarse al agua hasta llegar a la milla 35. Fue un minuto, quizás un minuto y medio más de vuelo a máxima potencia, y subieron otra vez hasta 400 pies, 120 metros de altura. A partir de entonces ya podían realizar el lanzamiento. También estaban expuestos al alcance de un misil enemigo. Había que ver quién lanzaba primero, como en un duelo de cowboys.

Así fue la ruta de ataque: desde Río Grande volaron mil kilómetros hasta la latitud de Puerto Deseado donde reabastecieron combustible. Luego viraron hacia el este y a un distancia de 37 km del blanco dispararon los misiles. Fueron 4.10 horas de vuelo

Volvieron a emitir con el radar. En la pantalla de Curilovic aparecieron dos ecos chicos y uno más grande. Con el radar abierto, avisó a Barraza. “Top al mayor”, le dijo. No tenía tiempo de sentir nada. En ese momento, cada segundo que se perdía era una concesión. Un segundo menos para él, un segundo más para el enemigo. El SUE ya estaba en condiciones de ser impactado con misiles desde los buques, pero si no había sido interceptado por un radar en la trepada de la milla 55 era improbable que lo detectaran y dispararan en la segunda, en la milla 27. 

Los destructores británicos tenían el Sea Dart como defensa antiaérea, un misil diseñado para batir blancos de hasta 40 millas en altura. El sistema de defensa funcionaba así: el radar detectaba el eco de la aeronave enemiga y el operador daba autorización para el disparo automático del misil. Si era un avión que volaba en altura, lo iba trackeando en la pantalla, lo seguía, lo miraba, no le perdía pisada, y, cuando se aproximaba, le apuntaba y lo enganchaba con el radar de control de tiro. Apretaba el botón y disparaba. Este era el procedimiento contra aviones que transportaran armas convencionales, que debían sobrevolar las unidades para lanzar sus bombas, u otros que volasen en altura. 

Pero el sistema de defensa antiaérea tenía menos opciones para parar aviones que lanzaban misiles Exocet a distancia. Solo el chaff podría engañar su dirección, o los misiles Sea Wolf, para defensa puntual, contra blancos que se aproximaban, aunque cuando los detectaban ya tenían el misil encima del buque.

Atlantic Conveyor instantes después del ataque

En la milla 33, Curilovic llevó la alidada sobre el eco mayor que aparecía en pantalla. Pero no disparó. Siguió volando. El radar quedó enganchado sobre el blanco y comenzó su comunicación con el misil. Le dio entrada. Curilovic lanzó a 23 millas de distancia al top mayor. La computadora informó al misil adónde debía dirigirse. El misil se desprendió del ala en caída libre, 660 kilos hacia abajo. Luego encendió su motor y se desplazó hacia su blanco. Barraza también disparó. Luego colocaron el avión a máxima potencia y giraron a ras del agua para alejarse de la zona de operaciones. 

Curilovic vio el sol y los dos misiles en el aire; se quedó mirándolos, atraído por su vuelo. Después empezó a establecer la frecuencia para la comunicación con el Hércules. Aunque con lo que aún tenía en el tanque podría llegar a Puerto Deseado, prefería regresar a Río Grande para concentrar la logística en la base. Pero necesitaba combustible. El piloto del Hércules le indicó la posición donde lo encontraría. Cuando empezó a cargarla en la computadora, se encendió la alarma de detección de señal radar en su indicador. Estaba siendo iluminado por un radar: lo habían detectado. Lo estaban viendo. Dejó de operar sobre la computadora. En ese segundo supuso que podría ser un Sea Harrier. Sintió angustia e incertidumbre, hasta que vio el avión de Barraza listo para formarse y alinearse junto al suyo. 

Barraza hizo un gesto con el dedo en alto, señal de que la misión había estado bien. Curilovic dedujo que la señal radar detectada correspondía al Súper Etendard de su piloto numeral. 

El área de popa por donde ingresó uno de los Exocet

Arriba, en el cielo, todavía había luz cuando encontraron al avión tanque. Pero abajo ya era de noche. El piloto del Hércules no le dijo nada. Ninguna información desde tierra. Nadie sabía qué había ocurrido con los dos misiles. 

A las 6:10 de la tarde aterrizaron en Río Grande. Habían volado casi cuatro horas para cumplir la misión. Fueron a la sala del hangar a esperar novedades. Dejaron la radio BBC encendida. 

El Atlantic Conveyor se hundió el 28 de mayo. El Brigadier Julian Thompson, que acababa de asumir el mando de las tropas terrestres desembarcadas, lo consideraría la pérdida más grave de la flota naval. Complicó su estrategia. Tuvo que cambiar el plan de batalla. Ahora los soldados tenían que desandar cien kilómetros en marcha terrestre. 

El Atlantic Conveyor era un buque que en la práctica obraba como un portaviones. En el ataque se habían perdido seiscientas bombas, misiles Sidewinder, misiles para helicópteros, cohetes antitanques, combustible, municiones, abastecimiento logístico para cuatro mil quinientos hombres que habían desembarcado, una planta potabilizadora de agua, y placas de aluminio y equipos eléctricos para montar la pista de aterrizaje vertical sobre la costa de San Carlos, a fin de que los Harrier pudieran operar desde tierra. 

También, y sobre todo, se perdieron tres helicópteros Chinook y otros cinco Wessex, que iban a ser descargados esa misma noche en la costa del estrecho para el traslado de tropas hacia Puerto Argentino. Un solo helicóptero Chinook sobrevivió al ataque. En ese momento estaba en vuelo, transportando equipos y personal a barcos logísticos. El Chinook podía cargar hasta diez toneladas. Tenía cinco veces más capacidad que un Sea King. Con esa única unidad, en diferentes misiones sobre la isla, trasladaría a mil quinientos soldados, además de baterías antiaéreas y cañones, entre otros materiales de guerra. 

El buque ardió durante tres días. Luego, el Atlantic Conveyor se fue a pique y ello significó la mayor pérdida logística unitaria en la guerra

El Almirante Woodward también lamentaría el ataque. Había mantenido al Atlantic Conveyor en la retaguardia para protegerlo de los Súper Étendard, luego lo haría navegar durante la noche en velocidad hacia San Carlos para descargar material de guerra y retornó a una posición más segura, hacia el este de las islas. 

Se suponía que era un área inalcanzable para aviones que despegaban desde Río Grande. No imaginaba que el ataque llegaría desde el norte. “¡Maldición, todavía es 25 de mayo! ¿Acaso este maldito día no terminará nunca?”, escribiría en su diario. 

En el balance, al 25 de mayo, la flota británica había perdido cinco barcos y las tropas en tierra todavía permanecían alrededor de la cabecera de puente. La expedición a Puerto Argentino no se iniciaba. Los planes de movilización se habían desecho tras la pérdida de los helicópteros Chinook. Ahora debían atravesar pantanos, arroyos y cerros con mochilas, granadas y armas pesadas, además de convivir con la tensión de un inminente ataque aéreo argentino. 

Julio Barraza y Roberto Curilovic en Río Grande

JEl gabinete político y la Cámara de los Comunes entraron otra vez en pánico, como el día del ataque al Sheffield. ¿Estamos perdiendo la guerra?, preguntaban a funcionarios de Defensa. La comunidad política se impacientaba. La peor pesadilla era volver a vivir una experiencia semejante a la del canal de Suez en 1956, cuando la presión diplomática de la ONU había obligado a Gran Bretaña a retirar sus tropas luego de la victoria militar, en alianza con Francia e Israel. 

La maldición, ahora, sería que las Naciones Unidas resolvieran el “cese de fuego” y obligaran a sus fuerzas a salir de las islas sin haber resuelto su recuperación militar. Argentina, en cambio, esperaba que los combates terrestres se retrasasen y se resolviera una tregua. 

* Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA) Su último libro publicado es “La Guerra Invisible. El último secreto de Malvinas”. Ed. Sudamericana

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