Un
cuarto blindado, una trampa cazabobos, un sello de la Reina… En la residencia
del representante de la Corona, los militares encontraron una bóveda, una
habitación sellada en cuyo interior había varios armarios cerrados. El relato
jamás contado de Alberto Iazurlo, uno de los técnicos que viajó para abrirlos.
Por
Claudia Peiró
“Yo
estaba en mi local, eran las seis y media, siete de la tarde, después de las
dos me iba para la cerrajería, todos los días. Veo entrar a tres compañeros y
pensé en algo de rutina, que venían a encargarme un trabajo o a retirar algo.
Me miran y me dicen: “Prepará el bolso, cerrá y vení”. “¿Adónde?” “Vos prepará
el bolso”. Pregunto: “¿Qué herramientas llevo?” “El bolso con todo lo que
tengas”, me dicen. “Tenés que viajar al Sur”. Le digo: “Vos me estás cargando”.
“No -me dice-, vamos a la dependencia que te están esperando”. Cerré y me fui
con ellos al Departamento Central, en la calle Moreno”. Así empieza su relato
Alberto Iazurlo.
El
cerrajero, hoy jubilado, recibió a Infobae en su casa para contar esta historia
a la prensa por primera vez. Un episodio que hasta ahora había mantenido como
anécdota familiar, de esas que se evocan una y otra vez en los almuerzos
domingueros, y de la que conserva algunos recuerdos en el salón del dúplex de
Villa Luro donde vive. Las paredes están llenas de testimonios de ese viaje y
del oficio de cerrajero que dejó hace 15 años: entre otras cosas, una colección
de llaves y candados, el diploma que le dio el Senado y una foto tomada en la
gobernación de Malvinas junto al General Mario Benjamín Menéndez, que fue el
gobernador de las islas desde el desembarco hasta el final de la guerra.
Alberto
Iazurlo y los recuerdos de su oficio y de su viaje a Malvinas
Aquel
10 de abril de 1982, cuando llegaron a Moreno, estaba toda la cúpula de la
Policía Federal. “El jefe de policía, que entonces era un General del Ejército (Luis
Santiago Martella), y los superiores que le seguían. Y ahí me informan que
tenía que viajar a Malvinas”.
En
ese momento conoció al que sería su compañero de viaje, también cerrajero en la
Policía, pero que revistaba en otro sector: Julio José Derito.
¿Qué
tenemos que hacer?, ¿qué hay que llevar?, ¿qué vamos a tener que abrir?,
preguntaban los cerrajeros. Pero fue poco lo que les pudieron informar. “De
allá no sabían qué decir, porque ellos no veían nada. Todo lo que había estaba
adentro de una bóveda. Nos dijeron: “No podemos ver porque no podemos entrar”.
La bóveda que querían abrir estaba en la casa del gobernador que era también la
sede de la gobernación de la isla”.
La
Casa de Gobierno de Malvinas y residencia de la autoridad colonial
Al
día siguiente tenían que presentarse en Aeroparque. Cargaron dos o tres bolsos
con todas las herramientas que podían llegar a necesitar.
Así
empezó un viaje discreto cuyo destino y objeto no pudieron comunicar ni
siquiera a sus familias. “Me voy a Bahía Blanca”, le dijo Alberto Iazurlo a su
esposa. Sin embargo, ella se enteró de dónde estaba él realmente, de un modo
casual, por una infidencia involuntaria.
Enfrente
de la casa de los Iazurlo vivía un matrimonio cuyo hijo estudiaba en el Colegio
Militar. “En una clase -cuenta Alberto- uno de los profesores anuncia que dos
cerrajeros de la Policía habían viajado a la isla, que los estaban esperando
porque nadie había podido abrir las cajas de seguridad de la gobernación. Dos
cerrajeros de la Policía Federal están comprometidos para ir, contó el
profesor. Ahí se entera mi señora por la vecina de que yo había viajado a la
isla, no a Bahía Blanca”.
Alberto
Iazurlo
Era
fácil deducirlo: Alberto Iazurlo era auxiliar superior de 4a de la
Superintendencia de Interior de la Policía Federal; allí desempeñaba su oficio
de cerrajero. Su inesperado viaje al sur no podía tener otro objeto más que
ese.
Las
comunicaciones con la isla se hacían mayormente por radio de modo que, durante
su estadía en Malvinas, la familia casi no tuvo noticias. Eran otros tiempos,
de llamadas mucho más esporádicas, cuando todavía los celulares no habían
creado la costumbre -o la manía- de contactarse todo el tiempo.
Desde
Aeroparque partieron en un avión de la Policía Federal hacia Bahía Blanca,
donde hicieron una escala técnica de tres horas. “Ahí estaban todos los Pucará,
que después vi allá en la isla, estaban todos ahí estacionados. Salimos de vuelta,
volando sobre el océano, a lo largo de la costa hasta Comodoro Rivadavia. Allí
fuimos a la delegación de la Federal a pasar la noche para salir hacia Malvinas
al día siguiente”, recuerda Iazurlo.
Un
bocallave de bronce que Alberto Iazurlo conservó como recuerdo de su viaje a
Malvinas
El
viaje de tres horas hasta la isla se hizo en un Fokker F-28 y de noche; un
vuelo rasante para evitar ser detectados. El avión llevaba armas y otros
pertrechos hacia las islas. Y también dos pasajeros insólitos considerando el
contexto: una mujer de Malvinas que regresaba a la isla con su hijo, al que
había traído para una consulta y asistencia médica. “Eran de la isla, pero se iban
a curar a Comodoro”, dice Iazurlo.
Una
cooperación hasta aquel momento frecuente del continente con Malvinas que la
guerra dejó atrás y que lamentablemente no se ha podido reconstruir aún.
“De
la base se comunican con el gobernador. “Llegó la gente que estaban esperando”.
Nos vinieron a buscar con un jeep y nos llevaron a la gobernación. Ahí estaba
Menéndez, charlamos con él a solas. Nos dio la instrucción de que solo debíamos
reportarnos a él, exclusivamente. A nadie más. Nos llevaron al hotel. A la mañana
siguiente, ocho y media, ya estábamos en la gobernación”.
Alberto
Iazurlo
Allí
vieron finalmente lo que había que traspasar: un cuarto sellado, con paredes de
concreto y puerta blindada como las de los tesoros de los bancos. “Era como si
fuera esto -dice Iazurlo, abarcando con las manos el salón-, todo de cemento
armado. Un cuarto blindado digamos. Empezamos a ver por dónde podríamos entrar
porque la puerta no la podíamos abrir. Vimos que había una ventanita cerca del
techo, como una ventilación, con rejas”.
Ni
soplete había a disposición. A los kelpers no podían pedirles nada.
Evidentemente los militares no habían previsto antes que iban a encontrarse con
esa bóveda, reflexiona Iazurlo, “porque nos tuvieron que llamar después del desembarco,
cuando ya toda la isla estaba controlada”.
El
hotel Upland Goose donde se alojaron los cerrajeros durante su estadía en
Puerto Argentino
“Me
sorprendí, claro, cuando me vienen a buscar y me dicen “tenés que ir a abrir
cerraduras”. “¿Cerraduras hasta la isla?”, les decía yo. “Y sí, te están
esperando”. Palabra eh…”, comenta risueño.
“Nosotros
habíamos llevado una sierra, una sierra común. Tras varias horas de trabajo,
logramos limar tres o cuatro barrotes. Y ahí entra mi compañero, que era más
delgado que yo. Sube, se tira y cae en un canasto que estaba lleno de
papeles….” Eran los documentos sensibles que los ingleses alcanzaron a triturar
en ese cuarto que albergaba varias cajas fuertes y armarios bajo llave, además
de las máquinas teletipo y sus decodificadores.
Rex
Hunt era el gobernador delegado de la Corona británica en Malvinas en abril de
1982 (Shutterstock)
Una
vez adentro, Derito pudo abrir la puerta del cuarto que en su interior contenía
otra bóveda. “Las cerraduras eran numéricas, como las que llevan las cajas
fuertes, ese tipo de cerraduras. Y las puertas eran así (hace un gesto para
ilustrar el grosor, de entre 20 y 30 centímetros). Y al abrir esa había otra
bóveda, pero ya estábamos adentro. Había una caja ahí, otra allá, otra acá,
armarios, cajas, armarios, cajas, todo había que abrir”.
Durante
los siguientes cinco a seis días, Iarzulo y Derito se dedicaron a abrir cada
caja y cada armario y entregar el contenido al General Menéndez que ocupaba el
despacho frente a la habitación secreta, separado apenas por un pasillo, y
desde donde podía incluso supervisar el trabajo de los cerrajeros.
Alberto
Iazurlo: “Me sorprendí, claro, cuando me vienen a buscar y me dicen “tenés que
ir a abrir cerraduras”. “¿Cerraduras hasta la isla?”. “Y sí, te están esperando”..."
La
trampa cazabobos
“Un
armario se nos complicó porque cuando mi compañero puso una tarjeta plástica
entre la puerta y el marco, que se acostumbra a hacer eso, se dio cuenta de que
había algo, era el hilo de una de esas trampas cazabobos… Se pone por dentro de
la puerta un hilo o cable tensor que la atraviesa en diagonal y del que cuelga
una granada. Cuando abrís la puerta, estalla”, explica Iarzulo.
De
inmediato dieron aviso al gobernador que hizo venir a personal del equipo
antiexplosivos del Ejército. “Ellos lo desactivan, mientras nosotros
esperábamos afuera; efectivamente era un cazabobos. El único que encontramos”,
agrega.
Algunas
cajas estaban vacías, otras contenían casi exclusivamente documentación. Debía
tratarse del archivo administrativo de la gobernación.
Recuerdos
de su misión a Malvinas: llaves, monedas, billetes. Abajo a la derecha, un
bocallave de bronce
Durante
el operativo, hubo un “acoso” de oficiales superiores que querían indagar sobre
el contenido de las cajas abiertas.
“Había
papeles, pero nosotros no los poníamos a mirar -dice Iarzulo-. Todo lo que
encontrábamos, al gobernador. Al gobernador. Exclusivamente a él”. Pero no
faltaron los que quisieron hacer valer su influencia o sus jinetas para obtener
información. “Venían, nos preguntaban… “Mire que soy el teniente tal”, “el
coronel tal”. “Discúlpeme, pero nosotros sólo podemos informar al gobernador”...”,
era el diálogo.
Finalmente,
quedaba una última caja de dos puertas. De un metro y medio de ancho
aproximadamente y dos de altura. “Con esa empezamos a las ocho de la mañana y
terminamos de abrirla a las doce y media, una del mediodía. Todo con máquina de
agujerear. Ya las mechas no daban más. No teníamos con qué afilarlas. No
teníamos nada. Sólo las herramientas que habíamos llevado nosotros. Ahí
encontramos un paquete envuelto en papel madera, atado. Vino el gobernador, lo
abre en la oficina de él, nos lleva con él. Un almohadón de pana roja todo
bordado con hilos de oro y el sello de la reina, por un aniversario que se
cumplía ese año…”
El
diploma que le otorgó la Policía
“Un
lunes nos volvimos para Comodoro. Ahí nos estaba esperando el Cessna que nos
había llevado. Los tres pilotos que nos llevaron hasta ahí, que eran del
Escuadrón Aéreo de Policía, querían viajar con nosotros, nos querían llevar con
el Cessna, pero les dijeron que no, porque no iban a tener autonomía de vuelo.
Porque el viento en contra arriba del océano era tremendo”.
El
domingo previo al regreso, Alberto y su colega pudieron pasear un poco. “Nos
pasamos el día recorriendo la base militar y otros lugares. El viento, sopla y
sopla. En un sólo día se pueden tener las cuatro estaciones del año: amanece
con lluvia, frío, levanta un poco de temperatura, vuelve a llover a la noche;
al día siguiente es al revés. Y el frío se siente”.
Paisaje
de Malvinas (Foto de archivo)
El
día del regreso, mientras esperaban para abordar el avión, empezaron a sonar
las sirenas. Se apagaron las luces. “Los soldados corrían de un lado a otro.
Carrera mar, cuerpo a tierra, todo. Yo digo “la guerra”. Le digo a mi amigo “agarrá
la máquina de agujerear” -recuerda sonriendo- Era todo lo que teníamos. En eso
veo que un oficial que estaba sentado enfrente escribiendo ni se movía. Seguía
escribiendo, nos miraba a nosotros y se sonreía… Era un simulacro de combate… Y
el oficial estaba escribiendo a su esposa. Me pidió el favor de llevarle en
mano la carta, cosa que hice apenas volví”.
Mayo
de 1982- Soldados de la compañía 601 se disponen a abordar un helicóptero para
una misión de vigilancia en el estrecho de San Carlos (FOTO ARCHIVO: EDUARDO
FARRÉ)
A
Iazurlo le quedó la pena de no saber qué habrá sido de la vida de los cinco
soldados que los asistían mientras trabajaban en la Gobernación. Se ocupaban
también del correo que llegaba en forma incesante a la isla: pilas y pilas de
cartas de aliento que los argentinos enviaban a los combatientes en Malvinas…
Eran tantas, que en un momento decidieron que no podían procesarlas más,
recuerda Alberto.
La
emotiva despedida de un soldado que partía hacia las islas (Foto: Juan
Sandoval)
Mundo
policial y una tumba profanada
Les
pidieron discreción sobre lo que habían hecho. De hecho, ni él ni Derito
supieron qué contenían esos archivos. Disciplinadamente, remitían todo al
Gobernador.
Pero
años después, ya en democracia, la propia Policía rescató la historia. “Yo llego
una mañana a la oficina, allá en Moreno, y me llaman los chicos de arriba, de
la administración, y me dicen Beto, Beto, subí que saliste en la revista. Yo
digo ¿qué revista?. Y resulta que era ésta, Mundo policial - recuerda entre
risas- Y ahí publicaron la foto que nos habíamos sacado con Menéndez en la
gobernación”.
Según
el artículo, titulado “El rebelde tesoro colonial”, “algunos papeles que no
habían llegado a ser destruidos” les revelaron a los militares argentinos que
“los británicos tenían detectado perfectamente el potencial de nuestra flota y
la ubicación de objetivos estratégicos”.
El
artículo de Mundo Policial ilustrado con la fotografía tomada en el despacho
del gobernador. De izq a der: Mayor A. Buitrago, Alberto Iazurlo, Julio Derito
y el General Mario Menéndez
Tiempo
después, a Julio José Derito lo volvió a cruzar la historia. Le tocó actuar
como perito cerrajero en el caso de la profanación de la tumba y robo de las
manos del General Juan Domingo Perón. Fue en 1987. En concreto, Derito tuvo que
certificar la violación de uno de los portones del cementerio de la Chacarita,
el que da a la calle Garmendia, por donde se presume escapó un vehículo
sospechoso en la tarde del domingo 21 de junio.
El
artículo en la revista policial sobre el viaje de los cerrajeros a las islas
venía además con una sorpresiva reivindicación, algo que Iazurlo no se
esperaba. De regreso de Malvinas, hizo el parte a sus superiores, y volvió a su
trabajo de siempre, olvidándose del tema. “Ahí terminó todo”, dice. Pero no,
faltaba un capítulo.
Señalando
la fotocopia de la nota, enmarcada en la pared del comedor, explica: “Ahí hay
un recuadro chiquito, donde dice que nosotros estábamos encuadrados como
combatientes. La hija del Comisario General, que es abogada, nos había hecho el
trámite para certificar que estábamos encuadrados en esa ley (N° 23848), por
haber estado trabajando dentro del teatro de operaciones”.
Se
los consideró veteranos de guerra. En los años 90, el Senado de la Nación les
otorgó dio un diploma y una medalla. Además de corresponderles la pensión como
veteranos.
Detalle
del diploma que le dio el Senado, y la correspondiente medalla
Cuando
Derito y Iazurlo estuvieron en Malvinas, todavía no habían estallado las
hostilidades. Fue el destino.
“Si
en aquel momento, qué sé yo, se armaba revuelo - señala Alberto- me decían: dejá
la máquina de agujerear, tomá el rifle…. "
Fuente:
https://www.infobae.com