17 de agosto de 2021

GUERRA DE LAS MALVINAS: LA GUERRA QUE FORJÓ A LA “DAMA DE HIERRO”

 

El desastre del Atlántico Sur puso la puntilla a la ya debilitada Junta Militar argentina al tiempo que reforzó el poder de Margaret Thatcher 

El hundimiento del buque General Belgrano cuestiona las supuestas intenciones de negociación de Gran Bretaña 

Por Pablo F. de Mera Alarcón 

Seguramente pocas cosas unan al militar y dictador Leopoldo Galtieri, presidente de la Argentina entre 1981 y 1982, y a la primera ministra británica Margaret Thatcher. Al menos, no a simple vista. Más de 11.000 kilómetros separan Buenos Aires de Londres, pero hubo un momento de la historia reciente en el que ambas naciones se encontraron y chocaron de frente: la Guerra de las Malvinas. 

Este 14 de junio se cumplen 36 de años de la rendición de las tropas latinoamericanas en un conflicto que se alargó 74 días hasta la final capitulación de su país. Con un mandato británico sobre su territorio, las Islas Malvinas (Falklands en inglés) son un archipiélago ubicado al sur del Océano Atlántico (sudeste de la Argentina) y, por ende, un lugar lejano y desconocido por gran parte de la sociedad británica de entonces. 

Sin embargo, cuando la Argentina invadió las islas el 2 de abril, Thatcher no dudó en responder sin titubeos a la agresión del General Galtieri. “La gente de las islas Malvinas, como el pueblo del Reino Unido, son una raza isleña. Son pocos en número, pero tienen derecho a vivir en paz, a escoger su modo de vida y determinar a quién deben lealtad. Su modo de vida es británico, su lealtad es con la Corona. Es la voluntad del pueblo británico y el deber del Gobierno de Su Majestad hacer todo lo que podamos para sostener ese derecho”, declaró la máxima mandataria del Reino Unido a la Cámara de los Comunes. 

La disputa de las Malvinas esconde causas más profundas que el mero carácter patriótico

Cuando el oficial británico Jeremy Moore y su homólogo argentino Mario Benjamín Menéndez firmaron el alto al fuego, no se puso únicamente el punto y final a la contienda. Más bien se desataron a la postre unas consecuencias políticas que están en el origen mismo de la refriega. 

La Argentina presentó la ocupación como una acción en favor de un derecho histórico sobre las Malvinas que, en plena época de descolonización, se oponía a las pretensiones imperialistas del Reino Unido. Por su parte, la contestación británica fue planteada como una defensa de la dignidad y la soberanía sobre su territorio. Pero todo esto da igual. El análisis distante y concienzudo que propicia el paso de los años ha hecho intuir y casi aseverar que la disputa de estas cuasi intrascendentes ínsulas esconde motivaciones más ocultas y de mayor calado que el patrioterismo beligerante y banal. 

Vía de escape para la dictadura

Rafael Videla  

Retrocedamos un poco en el tiempo. El Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 (“Operación Aries”), perpetrado por un grupo de militares encabezado por Rafael Videla, derrocó al gobierno legítimo de Isabel Perón, elegida presidenta de la Argentina de manera democrática dos años antes. No obstante, la lucha contra la subversión guerrillera que asolaba al continente sudamericano, amén de la recuperación de una economía gravemente afectada por la crisis del petróleo de 1973, objetivos fijados por la Junta Militar instaurada inmediatamente después del golpe, hizo que la sociedad argentina, confiando en que una vez respuesta la estabilidad los militares regresarían a los cuarteles, no viese con malos ojos la dictadura cívico-militar que estaba emergiendo. A esto se le llamó Proceso de Reorganización Nacional. 

Pero la jefatura de Videla se fue sumiendo en un descrédito generalizado a raíz de la inducción de una forma de gobierno autoritaria; la economía regresiva del país, con una apertura a las inversiones foráneas que debilitó la industria nacional y provocó un descenso de los emolumentos de los argentinos, tampoco ayudó a elevar el prestigio de la autocracia militar. 

Leopoldo Galtieri

La erosión fue completa al conocerse deplorables acciones como el terrorismo de Estado, las desapariciones, las torturas y otros crímenes contra los derechos humanos. Y es que no solo las unidades guerrilleras eran potenciales elementos subversivos para el sistema, también fueron perseguidos colectivos como los intelectuales, los homosexuales, los ateos, etc. Así, aunque la Junta Militar justificó la política de redadas, apresamiento y ocultación contra la población en la necesidad de una “guerra sucia” para debilitar los intentos de revueltas y perturbación del orden, al finalizar el mandado de Videla en 1981 el fracaso del régimen autoritario era evidente y, como consecuencia, también su carácter innecesario. 

Los sucesivos gobiernos de Viola y Galtieri únicamente pudieron alargar la agonía. Precisamente fue este último quien vio en las Malvinas la oportunidad de recuperar la confianza popular confiando todas sus cartas a una operación que no calculó los pros y los contras de la intervención y con escasa vistas de éxito. 

El Belgrano y la consolidación 

A principios de los años 80, la continuidad de Margaret Thatcher en el 10 de Dowing Street, cuestionada incluso dentro del Partido Conservador, no estaba clara. La línea ascendente del desempleo convertía en inciertas las posibilidades de la primera ministra de reeditar la victoria electoral de 1979. 

Pero la incertidumbre plebiscitaria que sobrevolaba Westminster fue disipada cuando la Argentina invadió las Islas Malvinas. Aunque la decisión irrevocable de Thatcher de mandar tropas al Atlántico Sur parecía ir en consonancia con la postura oficialista del gobierno británico, consistente en forzar la negociación con las autoridades militares argentinas a través de la presión, en realidad, la primera ministra siempre optó por la toma total del archipiélago y la retirada sin condiciones de los invasores. “No he perdido algunos de mis mejores barcos y algunas de las vidas más excelentes para irnos calladamente bajo un alto el fuego sin que los argentinos se hayan marchado”, protestó ante los intentos de mediación del presidente norteamericano Ronald Reagan. 

De hecho, según explicó ABC al inicio de la refriega, Francis Pym, ministro británico de Asuntos Exteriores, afirmó ante las Naciones Unidas que la flota británica se encontraba en el Atlántico Sur para defender “territorio británico” y no se iría hasta la entrega sin exigencias de las huestes argentinas. 

El hundimiento del General Belgrano no favorecía una teórica postura negociadora 

El hundimiento del ARA General Belgrano es más acorde con la recuperación firme e incondicional de las Malvinas que con el deseo de alcanzar una solución pactada. Thatcher y su gabinete decidieron el 2 de mayo que el submarino HMS Conqueror de la Royal Navy arremetiese contra dicho crucero de la Armada Argentina, el cual recibió el impacto de dos torpedos MK8 que provocaron la muerte de 323 tripulantes. Pero la polémica que rodeó al ocaso del Belgrano, calificado por la Argentina como un crimen de guerra, radica en el hecho de encontrarse fuera de la zona de exclusión en el momento del ataque, esto es, más allá de las 200 millas náuticas fijadas por el gobierno británico. 

El 5 de mayo de 1982, ABC se hacía eco de los reproches a Pym por parte de Denis Healey, portavoz británico de Asuntos Exteriores de la oposición, al dudar que se hubiera aplicado el principio de mínima fuerza en la operación contra el acorazado argentino. El político creía que la ofensiva, más que ayudar a la negociación, lo que haría sería dificultarla. No iba errado. 

Crucero ARA General Belgrano

Las secuelas de la contienda 

El cese de las hostilidades se saldó con un balance de 649 combatientes argentinos caídos, más del doble de los británicos que fenecieron. Pero Malvinas no fue únicamente un campo de batalla, más bien se trató de un tablero de ajedrez que contó con Galtieri y Thatcher -y sus respectivos intereses políticos- como jugadores. La victoria fue de la primera ministra británica, sin duda más hábil. 

Leopoldo Galtieri y sus correligionarios idearon una salida de fervor nacional a la asfixia insostenible de su doctrina dictatorial, pero, como informó ABC a la conclusión del conflicto, no midieron las consecuencias de sus acciones. El gobierno argentino confió en la no reacción militar de Gran Bretaña, así como en el apoyo de los EEUU a su causa mientras que, en realidad, estaban enviando a una derrota segura a unos soldados jóvenes, inferiores en armamento y aptitud al profesional ejército del Reino Unido.

Margaret Thatcher visita las Malvinas tras la rendición argentina

En las Malvinas, Thatcher no solo derrotó a la Junta Militar argentina y su Proceso de Reorganización Nacional, también se impuso a aquellos que, dentro del partido, dudaban de su capacidad para afrontar las dificultades que atravesaba el Reino Unido y recuperó una opinión pública favorable a su gestión. 

“Nuestros soldados lucharon con esfuerzo supremo por la dignidad de la nación”, dijo Galtieri al pronunciar el discurso de rendición. Esta bandera patriótica izada por los militares argentinos sirvió a Thatcher para consolidar su posición. “El espíritu del Atlántico Sur fue el espíritu británico en su mejor expresión, Gran Bretaña es grande de nuevo”, proclamó al finalizar la guerra. 

A raíz del éxito en las Malvinas, nadie volvería a dudar de su liderazgo. Su firmeza y mano dura a la hora de afrontar la agresión argentina le valieron para despejar las dudas en torno a su figura y vencer de manera aplastante en los comicios de 1983, una victoria electoral que repetiría cuatro años más tarde. La guerra en el Atlántico Sur forjó la figura de la “Dama de Hierro”.

 

Fuente: https://www.abc.es

FRANCOTIRADORES ARGENTINOS CONTRA PARACAIDISTAS INGLESES: LA BATALLA MÁS “INFERNAL” DE LAS MALVINAS

 


El 14 de junio de 1982 Argentina capituló oficialmente ante Gran Bretaña y reconoció su soberanía sobre las Islas Malvinas. La Junta Militar que regía el país lo hizo después de que las tropas inglesas conquistaran Puerto Argentino. La contienda comenzó el 2 de abril de 1982 

Por Manuel P. Villatoro 

El 2 de abril de 1982. Esa fue la fecha en la que la Argentina comenzó una contienda que puso en jaque el país. Poco después, el 14 de junio, capituló ante el Reino Unido y, tras una guerra que duró poco más de dos meses, abandonó las islas Malvinas. El enfrentamiento, breve en el calendario, marcó sin embargo un antes y un después en la historia colonial británica. Y es que, los militares enviados por Margaret Thatcher se enfrentaron a un enemigo que, aunque carecía de una formación equiparable a la suya, exprimió hasta la extenuación el valor en batallas como la de monte Longdon. 

En esta lid unos pocos soldados y francotiradores argentinos lograron detener durante doce horas el avance de una de las unidades de élite “british” más reputada: los paracaidistas ingleses. Conscriptos sin formación, jóvenes de 18 años... Todos ellos plantaron cara (e hicieron sudar sangre) a unos soldados que se habían curtido contra enemigos tan temibles como el IRA. Sin embargo, tras la capitulación de la Argentina fueron olvidados por un país deseoso de desterrar de la memoria aquella derrota. Así fue hasta la década de los noventa, cuando empezaron a alzar la voz y se reivindicaron como veteranos de guerra. 

Conflicto latente 

Las Malvinas (o las Falklands, como las denominan los británicos) son, en la práctica, un conjunto de pequeñas islas ubicadas a 480 kilómetros de la Argentina continental y a 12.000 de Gran Bretaña que también incluyen las Orcadas y las Shetlands del Sur. Tan solo dos de ellas –las más grandes- logran hacerse un hueco en la mente colectiva: la “Soledad” y la “Gran Malvina”. El resto, al menos en Europa, han caído bajo el oscuro velo de la indiferencia que provoca la lejanía. Sin embargo, su soberanía (ejercida desde el XIX por el Reino Unido) ha causado a lo largo de la historia una extensa lista de enfrentamientos entre ingleses y argentinos. No en vano, en 1965 la resolución 2065 de la ONU confirmó que este era un “territorio en disputa” y llamó a las dos partes a llegar a un acuerdo político. 

Informe para arriba, documento para abajo, las hojas del calendario fueron cayendo sin que se hallara ninguna solución diplomática al conflicto. Y así siguió hasta 1982. Año en el que la Junta Militar argentina (dictadura, en términos profanos) esgrimió la soberanía de las Malvinas para, bajo la cálida sombra del orgullo patrio, esquivar problemas sociales como las desapariciones masivas, la inflación o el hartazgo popular. Con ese caldo de cultivo solo hubo que esperar a que un incidente prendiera la mecha del conflicto. Y este se sucedió el 19 de marzo, cuando una cuarentena de obreros enviados por el empresario Constantino Davidoff desembarcó en una isla cercana a las Malvinas (previa autorización inglesa) con objetivos comerciales y empresariales. 

En la popular obra “Malvinas. La trama secreta”, los autores afirman que el grupo izó la bandera argentina en dicha isla. Un hecho que fue tomado por las bravas por los ingleses. 

A las pocas horas la “Royal Navy” envió un buque para obligar a los trabajadores a marcharse. Acción que, a su vez, contrarrestó el país latinoamericano movilizando a varias unidades militares. Así dio comienzo el conflicto. Un enfrentamiento que, a pesar de extenderse poco más de 70 días, acabó con la vida de un millar de personas y provocó decenas de miles de bajas. 

Los movimientos de tropas se materializaron finalmente el 2 de abril cuando (según se narra en el libro “Las grandes batallas de la historia” -editado por History Channel-) unos 70 infantes de marina argentinos y “100 integrantes de las fuerzas especiales” doblegaron a los Royal Marines ingleses que protegían las Malvinas. 

“Un territorio de soberanía británica ha sido invadido por una potencia extranjera. El gobierno ha decidido enviar a una gran fuerza expedicionaria tan pronto como todos los preparativos estén completados” 

La primera ministra del Reino Unido Margaret Thatcher (que se había ganado a pulso el apodo de “Dama de Hierro” por su peculiar forma de hacer política) no titubeó. A pesar de la distancia, movilizó a más de un centenar de buques de guerra (entre barcos militares, de transporte y submarinos) y casi 30.000 infantes. Su declaración ante la Cámara de los Comunes fue clara: “Un territorio de soberanía británica ha sido invadido por una potencia extranjera. El gobierno ha decidido enviar a una gran fuerza expedicionaria tan pronto como todos los preparativos estén completados”. Sus palabras resonaron como un trueno. 

Solo cuatro días después, el General de Brigada Mario Benjamín Menéndez asumió el gobierno de las Malvinas e inició la construcción de las defensas para resistir el alud inglés que se le venía encima. 

En pocas jornadas posicionó en las Malvinas a más de 10.000 combatientes dispuestos a enfrentarse a los británicos. La mayoría, eso sí, conscriptos: soldados reclutados a toda prisa entre la población para engrosar las filas del ejército. Así lo señala el autor Fernando A. Iglesias en su obra “La cuestión de Malvinas”. Bruno Tondin, en su libro “Islas Malvinas, su historia, la guerra y la economía, y los aspectos jurídicos su vinculación con el derecho humanitario”, tilda a estos combatientes de “jóvenes sin preparación”, aunque también de “valientes” que no dudaron en enfrentarse a los ingleses en nombre de su país.

 


En mayo llegó la avanzadilla británica a las Malvinas. Y lo hizo sabiendo que debía asegurar el espacio aéreo si quería llevar a cabo un desembarco anfibio de forma segura. Para su desgracia, Reino Unido solo contaba con los cazas y bombarderos que podía desplazar en sus dos portaviones (unos 34), mientras que los argentinos sumaban más de un centenar de aparatos. Por entonces todavía se respiraba en el ambiente cierta calma, pues sobre la mesa no había una declaración oficial de guerra. 

Pero esa tranquilidad duró poco. Concretamente, hasta el 2 de mayo. En esa aciaga jornada, los británicos hundieron el crucero argentino “General Belgrano” al considerar que estaba llevando a cabo una serie de movimientos militares con intención de atacar a sus portaaviones. El ataque causó la muerte de 323 argentinos. Así definió la situación Rodolfo Hendrickse (destinado en el navío): “Había multitud de hombres heridos. La mayoría se había quemado. Había hombres cubiertos de aceite. Cuando llegué al bote salvavidas le dije a un marinero que viniese conmigo a buscar a algunos desaparecidos, como el comandante”. 

La Junta Militar respondió tomando los cielos. A pesar de que los Harrier “british” dieron más de un quebradero de cabeza a sus enemigos, el enfrentamiento se saldó, para empezar, con la destrucción del “HMS Sheffield” a principios de mayo. Fue el primer buque inglés hundido en acción de guerra tras la Segunda Guerra Mundial. 

Ya era más que oficial. La guerra había llegado a las Malvinas. Un hecho que quedó todavía más cristalino cuando, el 21 de mayo, los británicos desembarcaron en el Puerto de San Carlos (al noroeste de la isla Soledad) inutilizando o derribando hasta 12 aviones y 3 helicópteros enemigos. Una vez en tierra, las tropas “british” se dispusieron a recorrer a pie los 80 kilómetros que separaban la cabeza de playa del premio final: Puerto Argentino (la capital de la resistencia). 

Hacia Monte Longdon 

En las semanas siguientes los británicos comenzaron su lento pero inexorable avance hasta Puerto Argentino. Lo hicieron a base de fusil y experiencia militar. La misma que escaseaba entre unos defensores que, por otro lado, rebosaban sentimiento patrio y valor. 

Posición tras posición, los ingleses superaron a los latinoamericanos hasta lograr ubicarse a principios de junio a poco más de una veintena de kilómetros de la capital. Sin embargo, en su camino hacia la victoria se interponían varias unidades acantonadas en ubicaciones como el monte Harriet o el Dos Hermanas. De todas ellas, no obstante, la más destacable era la del monte Longdon, una de las últimas elevaciones antes de llegar al corazón de la resistencia y, por tanto, clave en la defensa. Si los británicos lograban dominar este terreno, tendrían a tiro su objetivo final. 

Lo que no sabían es que aquella conquista les iba a costar sangre y sudor. Y eso a pesar de que el monte Longdon estaba defendido únicamente (y según afirma Pablo Camogli en su libro “Batallas de Malvinas”) por una sola compañía reforzada. Un total de 278 hombres (la mayoría conscriptos) pertenecientes a las siguientes unidades: el Séptimo Regimiento de Infantería, la Primera Sección de la Compañía de Ingenieros Mecanizada 10 y una sección de seis ametralladoras Browning de la Infantería de Marina. 

Las condiciones de los defensores eran más que precarias ya que, además del frío (soportaron una sensación térmica de hasta -4 grados, según explicó posteriormente el inglés Nick Rose), carecían de armas decentes y vituallas. “En lo único que pensábamos era en comer. Solo consumíamos sopa que, realmente, era más agua que caldo. Un par de veces nos dieron chicle”, señalaba el soldado Luis Lecesse en el reportaje “Viaje al infierno. Batalla del Monte Longdon”. 

Para enfrentarse a estas tropas, los ingleses enviaron al 3er Regimiento de Paracaidistas (o 3 PARA). Una unidad que, según explica en un dossier sobre la batalla Eduardo C. Gerding (militar y antiguo Jefe de la División Prestacional de la Subgerencia de Veteranos de Guerra), “constituye un cuerpo de élite hermético e intensamente competitivo”. “Su rol como unidad de asalto frontal se ve reflejada a través de un arduo y prolongado proceso de selección que elimina a todos los postulantes excepto a los más dedicados y agresivos”, añade. Estos hombres estaban reforzados, a su vez, por seis piezas de artillería de 105 mm. 

A pesar de que la ventaja de los ingleses era, en principio, de poco más del doble, Camogli señala que la realidad era bien diferente: “Una sola compañía reforzada (278 hombres) tuvo que enfrentarse a todo un batallón (de casi 600 efectivos). La proporción inicial a favor de los británicos era de 2 a 1, pero si extendemos el análisis al poder de combate relativo, la proporción se ampliaba a 5 a 1”. 

El comienzo 

El ataque comenzó en la noche del 11 de junio. Aproximadamente a las 20:01 (según explica Camogli), los ingleses avanzaron sobre la ladera del monte Longdon. Su objetivo era conquistar la cima avanzado sin ser vistos hasta las posiciones argentinas. Una vez allí, destrozarían sus líneas defensivas a quemarropa. Sencillo sobre el papel, pero más que complejo en realidad. 

En mitad de la oscuridad, la compañía A del 3 PARA avanzó por el norte, la compañía B lo hizo por el oeste, y la compañía C quedó en reserva. 

El paracaidista inglés Mark Eyle Thomas definió así el plan: “Se esperaba que la moral argentina y su resistencia fuese débil. Nos aseguraron que no habría campos minados. Los 3 PARA atacarían a pie […] Para contribuir al factor sorpresa el ataque sería silencioso. Cubierto por la oscuridad, nuestro pelotón […] avanzaría campo a través a lo largo del borde norte del monte antes de desplazarse al sur [...]. Allí uniría fuerzas con el 5to Pelotón y continuaría avanzando hacia la cima [...]. Nuestra Compañía A atacaría la cima más pequeña”.

 

HMS Hermes, durante la guerra de las Malvinas  

Apenas unos minutos después se sucedió el desastre cuando un soldado inglés entró de lleno en un campo de más de 1.500 minas que los argentinos habían instalado a los pies del monte. Sin percatarse de la trampa mortal en la que se había metido, pisó un explosivo. 

Así definió el suceso el hoy Teniente General Hew Pike -al mando de la operación-: “El avance inicial hacia el pie de la montaña fue silencioso y sin problemas, hasta que un Cabo de la compañía B pisó una mina. La explosión le arrancó una pierna y el elemento sorpresa se perdió”. Thomas, por su parte, explicó así el suceso: “Poco después de la medianoche avanzamos en formación escalonada. Cinco minutos después escuchamos una explosión seguida de gritos de dolor. Mi jefe de sección, el Cabo Brian Milne, había pisado una mina”. 

Primeros disparos 

Tal y como relata Thomas, a partir de ese momento se “desató el infierno”. Desde la cima los argentinos comenzaron a disparar sus armas pesadas contra los paracaidistas de la compañía B: “El caos reinaba. Los argentinos gritaban las órdenes desde lo alto, seguido por ráfagas de armas automáticas, balas trazadoras y explosiones”. Por si el nutrido fuego de fusilería fuese poco, los defensores dirigieron contra el 3 PARA una letal ametralladora de calibre 50 ideada, en palabras del inglés, para abatir aviones en pleno vuelo. La compañía B se vio detenida en seco. 

Mientras sus compañeros sufrían un torrente de cartuchos, la compañía A (ubicada en el flanco izquierdo) logró avanzar y superar la primera línea de defensa argentina. Posteriormente, la unidad se lanzó de bruces contra las posiciones enemigas ubicadas en el flanco derecho de los defensores, las cuales conquistó tras duros combates. 

En medio de aquel caos, los dos bandos lanzaron bengalas para iluminar el campo de batalla y distinguir a sus enemigos en la lejanía. Pero ya era tarde, pues la compañía A ya había entrado en lid a bayoneta calada. 

Un feroz ataque... detenido 

Mientras la compañía A avanzaba, la compañía B se vio obligada a cargar contra las ametralladoras pesadas argentinas. Thomas definió así el asalto, que se llevó a cabo también a bayoneta: “Los hombres estaban detrás de mí y a mi izquierda, sus bayonetas brillando bajo la luna. […] Todos esperando la orden de atacar. En la Primera Guerra Mundial se dio la orden de ataque por el sonido de un silbato, con lo cual los chicos se lanzaban contra el enemigo. Más de 60 años más tarde estábamos haciendo básicamente lo mismo, pero sin el silbato. "¡Carga!" Pasamos la cresta y corrimos hacia el enemigo. Disparaba mi arma y no pensaba en nada. Sin dudas, sin miedo, como un robot. Seguimos como imparables, sin inmutarnos por las grandes armas”. 

El ataque logró desalojar a los argentinos. Sin embargo, el 3 PARA no pudo continuar su avance debido a dos contrincantes inesperados. El primero fueron las baterías de artillería que, de improviso, empezaron a apoyar desde la lejanía a los defensores. El segundo fue mucho más determinante: el continuo fuego de los francotiradores. Combatientes entrenados que hicieron buen uso de los escasos visores nocturnos que habían puesto a su disposición los mandos. 

Tanto Camogli como Gerding hacen hincapié en el papel de estos militares. El último, de hecho, se deshace en elogios hacia ellos: “La totalidad de una compañía británica fue detenida durante horas por la acción de uno solo de estos francotiradores. Dentro los pocos francotiradores conocidos se encuentra el Cabo de Infantería de Marina Carlos Rafael Colemil”. 

Animado por el fuego aliado, los argentinos trataron de recuperar las posiciones perdidas, sin lograrlo. 

La compañía A 

Paralelamente, la compañía A continuó su avance hasta toparse con una línea defensiva formada por una sección de infantería que le paró los pies. Esa pequeña victoria dio un respiro a los argentinos, quienes se hallaban desbordados en todos los frentes. En un intento de restablecer las líneas, los oficiales ordenaron a las reservas de ingenieros cargar contra los paracaidistas para evitar la debacle. El plan funcionó a medias. Aunque estos hombres no lograron recuperar las pociones perdidas, sí detuvieron al enemigo. 

En las siguientes dos horas las balas surcaron los cielos y los francotiradores no alejaron el dedo del gatillo. Así lo explicó uno de los soldados argentinos presentes en la contienda, Alberto Ramos: “Esto es un infierno. Hay ingleses por todos lados y me cuesta identificar si los proyectiles que caen son los de nuestra artillería que nos apoya o de la artillería inglesa que los apoya a ellos”. 

La contienda se estancó para la compañía A. Mientras, la compañía B se lanzó una y otra vez contra las posiciones defensivas argentinas, aunque fue detenida por el fuego de las ametralladoras y de los letales tiradores de élite. “En cada nueva carga, caían dos o tres soldados por el efectivo fuego de los francotiradores. Ante esa situación solicitaron fuego de apoyo a la artillería, la que respondió con rapidez y precisión logrando que sus hombres se reacomodaran en el terreno”, completa Camogli. 

A la conquista del monte 

A las cinco de la mañana, tras múltiples horas de contienda, el sol comenzó a alzarse sobre el monte Longdon. Por desgracia, lo que sus rayos iluminaron fue un campo de muerte. Para entonces, la insistencia de los paracaidistas había acabado con la resistencia. Casi sin munición y con la defensa desbaratada, los mandos argentinos dieron la orden de retirada a eso de las seis y media. Aunque eso sí, sabiendo que habían resistido durante casi medio día a la élite de las tropas inglesas. 

Hasta las 9 los paracaidistas ingleses no aseguraron el campo de batalla. Al final, lo hicieron a punta de bayoneta mediante una ofensiva que acabó con los escasos defensores que todavía había en el campo.

Soldados argentinos, en las Malvinas 

“En esta carga final se registraron, según la denuncia efectuada por los veteranos de guerra argentinos, que fue confirmada en 1991 por Vincent Bramley -ametralladorista del PARA 3-, numerosos casos de fusilamientos de prisioneros y heridos argentinos. Bramley cita unos diez casos, pero es factible que hayan sido más”, añade Camogli. Aquellos que ofrecieron resistencia fueron sacados de los búnkers y ejecutados a bayonetazos. 

Así explica los momentos finales de la contienda Russell Phillips en su libro “Un asunto muy reñido. Una breve historia sobre el conflicto de las Malvinas”: “La dura batalla resultante duró doce horas. El comandante británico del Comando 3, el Brigadier Julian Thompson, se acercó con la orden de retirada. Sin embargo, al final, con apoyo de fuego de artillería y fuego naval del arma de 4.5" del HMS Avenger, los británicos tomaron la montaña. Las pérdidas británicas ascendieron a 18 muertos y 40 heridos, mientras que las argentinas fueron 31 muertos, 120 heridos y 50 tomados prisioneros. Se otorgaron varias condecoraciones a los paracaidistas británicos por las acciones en la batalla, incluyendo una Cruz Victoria en forma póstuma”. 

Tras esta batalla se tomó la capital. La capitulación se firmó el 14 de junio.

 

Fuente: https://www.abc.es

14 de agosto de 2021

MALVINAS: LOS MISTERIOS SIN RESOLVER DE LA GUERRA MÁS CRUENTA PARA LOS LETALES PARACAIDISTAS INGLESES



Francisco Cancio publica "Enmienda", una investigación exhaustiva sobre la Guerra de las Malvinas que enfrentó a la Argentina y Gran Bretaña


 

Por Manuel P. Villatoro 

“¡Es la guerra! 40 buques preparados. Los paracaidistas, convocados”. Con estas palabras del “The Sun” desayunaron los ingleses el 3 de abril de 1982, la segunda de las 74 jornadas a lo largo de las cuales se extendió un conflicto que enfrentó a la Argentina del dictador Leopoldo Galtieri y a la Gran Bretaña de Margaret Thatcher por el control de las Islas Malvinas. O Falkland Islands, como los británicos llaman a este pequeño archipiélago ubicado a 13.000 kilómetros de Londres. El diario se quedó corto. Al final, soltaron amarras en varias oleadas hasta un centenar de bajeles (entre ellos, tres submarinos atómicos) con la élite del ejército en sus tripas: los Royal Marines y los versados soldados aerotransportados. 

 

No era una broma. Tras los dos meses y medio en los que la Guerra de las Malvinas mantuvo en tensión a la sociedad hubo que lamentar unos 700 fallecidos argentinos y casi 300 ingleses. En la prensa, las instantáneas de los combates aeronavales entre los Harrier y los Mirage tomaron las portadas. Sin embargo, el investigador español Francisco Cancio está convencido de que la Junta Militar de Galtieri no ansiaba entrar en conflicto con la todopoderosa Gran Bretaña cuando arrebató las Falkland al gobierno de Thatcher. Más bien, y según explica en declaraciones a ABC, pretendía hacer una demostración de fuerza y negociar con un país que, creía, estaba demasiado lejos para plantarles cara. 

Pero no contaron con que la “Dama de Hierro” no podía mostrar debilidad ante la URSS y que aquel era un escaparate idóneo para lucirse ante el bloque del Este. Así lo corrobora Cancio en su nueva obra: “Enmienda” (editada con mimo por Robinson Librería Náutica). Una investigación de años en la que trata de desentrañar los enigmas que todavía existen sobre este conflicto y para la que ha contado con los testimonios de altos oficiales británicos como el Brigadier Julian Thompson (comandante de las fuerzas terrestres durante la operación) o, entre otros tantísimos, el militar argentino Mario Menéndez. El resultado es un ensayo concienzudo, ameno y divulgativo destinado a que la sociedad entienda los claroscuros de un conflicto en el que la élite del ejército británico pasó su prueba más dura frente a los conscriptos latinoamericanos.  

Comienza la guerra 

A nivel oficial, y aunque Cancio dedica varios capítulos a explicar algunos antecedentes como el determinante incidente Davidoff, la Guerra de las Malvinas comenzó el 2 de abril de 1982, cuando dos centenares de soldados argentinos tomaron posesión de las Falklands, entonces bajo bandera inglesa. “¡Argentinazo: las Malvinas, recuperadas!”, afirmó la prensa local. Thatcher llamó a la batalla y, a principios de mayo, la avanzadilla de una gigantesca armada, en la que destacaban dos portaaviones y tres submarinos atómicos, arribó a la región. El objetivo: desembarcar por el norte de la Isla Soledad (la más grande) y conquistar Puerto Argentino, donde estaba afincado el grueso del ejército enemigo. 

La calma previa a la tempestad se extendió hasta el 2 de mayo, cuando los británicos hundieron el crucero argentino General Belgrano. Aquel desastre provocó la muerte de tres centenares de marinos e hizo que la Junta Militar tomara la decisión de volver a puerto y no salir de nuevo. A cambio, tomaron los cielos y, a golpe de caza, intentaron evitar que los ingleses pisaran tierra. En el marco de estas operaciones se produjo uno de los hechos más controvertidos del conflicto: el presunto impacto de un misil Exocet sobre el portaaviones HMS Invincible. Algo que el gobierno de Thatcher siempre negó. El 21 se produjo el desembarco y, tras dos cruentas contiendas en Pradera del Ganso y Puerto Argentino, llegó la rendición el 14 de junio. 

1-¿Cuál es la gran mentira que todavía está extendida sobre la Guerra de las Malvinas? 

No creo haber identificado ninguna, pero si pongo en cuestión algunos tópicos. Quizá el más extendido es el que afirma que la decisión de hacerse con las Malvinas la tomaron los miembros de la Junta Militar desde la Casa Rosada con una copa de Brandy en la mano. No fue así. La Argentina, con sus claroscuros, era un país organizado, con una cancillería y su política exterior. Se vio atrapada en un caos provocado por la cuestión Davidoff; la llegada a las Georgias del Sur, en posesión de los ingleses, de 39 obreros argentinos para desarmar unas factorías balleneras. Los británicos afirmaron que junto a ellos arribó un contingente militar que buscaba conquistar la zona. Eso desencadenó todo. Se creó un torbellino incontrolable que hizo que se aceleraran todos los planes sobre las Malvinas. 

Francisco Cancio 

2-En su libro afirma que los argentinos no barajaron, en principio, el conflicto armado 

Pensaban que, si no derramaban sangre inglesa, podrían entablar un proceso de negociación. Y no era una locura. En las dos primeras semanas estaban convencidos de que no habría guerra. Al ser dos islas, no hubiera sido descabellado que la ONU hubiese puesto un contingente de intermediación que administrase el territorio. O que diese una isla a cada país. Para los argentinos ya habría sido una victoria. 

3-¿Por qué los ingleses enviaron toda su flota para reconquistar unas islas tan recónditas? 

Hay un capítulo dedicado a ello. La versión oficial establece que fue herida la dignidad como nación de Inglaterra, que el territorio era británico y que había que recuperarlo. Pero hablamos de unas islas perdidas a 8.000 millas náuticas de Reino Unido y de solo 1.000 habitantes que se podían considerar súbditos de la corona en la región. ¿Eso justificaba el envío de toda la flota? Seguro que hubo algo más que, por el momento, no se ha admitido. 

4-¿Qué podría ser? 

Muchas cosas. Por ejemplo, la proyección que les ofrecían las islas hacia la Antártida. Existe un tratado en vigor por el cual nadie puede reclamar soberanía sobre ella hasta 2040. Pero, a partir de entonces, es un libro abierto. ¿Qué hacen los países? Tratar de preconsolidar derechos; y uno de los caminos es a través de las proyecciones antárticas de tu territorio. En el caso de Inglaterra, Malvinas. 

También está el control territorial. Por entonces el mundo se comunicaba a través de los canales de Suez y Panamá, el Estrecho de Magallanes y el Cabo de Buena Esperanza. La Unión Soviética, que era un enemigo real en plena Guerra Fría, había tomado posiciones en dos de ellos a través de Angola, Etiopía y Somalia. Reforzar el control de las Islas, que daban acceso al Estrecho de Magallanes, podría ser otra posibilidad. 

Otra de las más plausibles es la necesidad de dar una lección a los rusos. La interpretación que hicieron los soviéticos de la firmeza de la OTAN para alcanzar un objetivo complicado, como era expulsar a los argentinos, fue muy útil para Inglaterra. Los oficiales británicos de entonces confirmaban que se hallaban en una situación prebélica. Estaban en los años más tensos desde la crisis de los misiles de Cuba. El enviar el mensaje de “estamos dispuestos a luchar, estas son mis armas y esta mi capacidad logística” puede explicar la guerra. 

Ataque al Invincible 

5-¿Por qué volvió a puerto la armada argentina tras la destrucción del Belgrano? 

Margaret Thatcher reconoció que el hundimiento del crucero ARA General Belgrano fue un punto de inflexión fundamental para poder llevar a cabo el resto de las operaciones. Su siniestro, que coincidió con una diferencia de pocos días con la destrucción del ARA Alférez Sobral, evidenció dos capacidades frente a las que los argentinos no podían combatir. 

La primera era el submarino atómico como amenaza invisible. Los ingleses tenían tres, lo que les otorgaba una capacidad de operación espectacular en términos de velocidad y autonomía. Los argentinos, por su parte, contaban con pocos medios de detección antisubmarina. Solo algunos “Neptune”, que pronto quedaron fuera de servicio por el exceso de uso y por su estado de conservación no óptimo. Al final, en la práctica, el Belgrano ni se enteró de que un sumergible le llevaba siguiendo tres días antes de ser hundido. 

La segunda fue que, en un momento determinado, los argentinos empezaron a estar convencidos de que alguien les estaba observando desde el cielo. Existe mucha controversia sobre la observación satelital que los norteamericanos, parece ser, trasladaron a los ingleses. Personalmente estoy convencido de que fue así. ¿Por qué? Porque estamos hablando de los dos principales miembros de la OTAN. En una conferencia, el secretario de marina de la US Navy, John Lehman, nos confirmó que, en cuanto estalló el conflicto, Ronald Reagan le expuso: “Dile a Maggie que la ayudaremos en lo que haga falta, pero que, por favor, sin demasiados papeles”. Desde entonces, una buena parte del “staff” de la US Navy destinado en Londres pasó a centrar sus esfuerzos en las Malvinas. Pensar que los norteamericanos no redirigieron sus satélites para observar el área es un poco ingenuo. 

6-Por el contrario, se ha extendido la idea de que la flota argentina se refugió en puerto por miedo… 

Eso es algo que no se ha explicado bien. Se ha dado a entender que la Armada Argentina se achantó y se escondió. No fue así. Lo que no hizo fue sacrificarse inútilmente. Tras la destrucción del Belgrano, el Almirante Anaya y el Vicealmirante Lombardo llegaron a la conclusión de que no podían exponer ninguno de sus buques porque, en caso de hacerlo, serían atacados y hundidos. Ante esa evidencia, y ante el riesgo de que pudieran tener algún conflicto posterior con su enemigo secular, Chile, impusieron el sentido común. Prefirieron no lanzar acciones ofensivas porque sabían que los ingleses podían destruir sus unidades navales sin problema. Eso llevó a una decisión lógica: la flota a puerto, porque si está en el mar, acabarán con ella. 

7-Otro de los mitos es el que habla del escaso entrenamiento de las fuerzas argentinas y de que solo el 5º Batallón de Infantería de Marina (BIM) estaba capacitado para hacer frente a la guerra. 

Hay que ser muy cuidadoso con la gente que combatió. Es cierto que la mayor parte de las fuerzas argentinas desplegadas estaban integradas por conscriptos; pero no podemos desmerecer el esfuerzo y el sacrificio de los que estuvieron allí. Lo intentaron hacer bien, pero tenían en frente a los Royal Marines y a los paracaidistas británicos, primera línea de batalla del Reino Unido. El BIM 5, en todo caso, sí era una unidad muy profesional y con un porcentaje de suboficiales mayor. 

Con todo, es cierto que había unidades especiales, de comando, de buzos tácticos... ¿Por qué no enviaron todo lo que tenían? Por dos razones. En primer lugar, porque no pensaban que iban a luchar. En los primeros 15 días del mes de abril se confiaron a una secuencia lógica de los hechos: he retomado las islas y negociaremos. Por otro lado, hubo una reserva de capacidad por un posible enfrentamiento con Chile que casi había acaecido en el 78. 

Guerra aérea en las Malvinas

8-No pasaba lo mismo con la Fuerza Aérea… 

La Argentina tenía un modelo de fuerzas armadas muy poliédrico. Desde los 70 la Armada era la mejor del continente, y los mismo pasaba con la Fuerza Aérea. Pero es entendible. Un piloto de caza nunca es un conscripto, es un profesional que ha dedicado mucho tiempo a formarse. Eran, por ello, expertos con años de entrenamiento a sus espaldas y muy hábiles. Los aviones A4 comenzaron a llegar en el 73. Los Mirage y los Dagger poco después. Es decir, que tuvieron una década para entrenarse con ellos. 

La Fuerza Aérea fue un verdadero quebradero de cabeza para los ingleses, pero sus pilotos estuvieron muy comprometidos por la imposibilidad de usar la pista de aterrizaje en las islas. Debían partir desde el continente, y eso les dejaba una autonomía de operación de 3 o 4 minutos. En ellos debía identificar al objetivo, lanzar las bombas y volver. En caso contrario, se quedaban sin combustible. Si se enfrentaban a una patrulla de Harrier no tenían apenas tiempo. Pero eso no evitó que el número de buques dañados fuese altísimo. 

9-¿Qué aviones utilizaba la Fuerza Aérea Argentina? 

Los A4 y los Dagger eran utilizados para el bombardeo naval. El problema era que los pilotos de Fuerza Aérea no se habían entrenado en este tipo de ataques. Estaban formados para lanzar explosivos desde altura y acabar con instalaciones de tierra firme como fábricas, no para hacer fuego sobre el mar. El Mirage era el interceptor; un aparato que les protegía cuando llegaban los Harrier británicos. 

10-¿Harrier o Mirage, cuál fue el más letal? 

Los Harrier partían con ventaja. En el combate disponían de un misil, el Sidewinder Lima, la última versión del Sidewinder americano, que les permitía disparar en oblicuo contra el contrario. El piloto no necesitaba ponerse justo detrás para hacer blanco. El Matra argentino tenía muchas más limitaciones. Por eso el nivel de éxito inglés fue altísimo, porque siempre daba en el blanco. Si a esto le sumas que unos salían directamente de los portaaviones y otros solo tenían cuatro minutos para luchar (lo que les estresaba mucho), el resultado es obvio. 

Soldados argentinos caminan el 13 de abril de 1982 para ocupar la base de los Marines Reales capturados en Puerto Argentino

11-¿Una vez que desembarcaron… cómo de letales eran los paracaidistas y los Royal Marines británicos? 

Todos los ejércitos del mundo tienen su orden de batalla. Cuando estalla un conflicto está establecido qué unidades serán las encargadas de combatir para tratar de frenar al enemigo. Los Royal Marines y los paracaidistas eran el primer orden de batalla de las fuerzas armadas del Reino Unido. Eran una fuerza profesional que había estado en combate en el Ulster. Eso les había dado un sentimiento de equipo y una experiencia increíbles. No se le puede exigir lo mismo a una fuerza que lleva cinco años unida, que una que es conscripta y lleva ocho meses compartiendo barracón. 

La prueba palmaria de la importancia de esas fuerzas fue que, cuando los ingleses enviaron a la 5ª Brigada, la cual no pertenecía al primer orden de batalla, sus hombres cayeron derrengados al tercer día ante las exigencias del mando. Los paracaidistas, por ejemplo, anduvieron 80 kilómetros (desde bahía de San Carlos hasta Puerto Argentino) con unas mochilas que pesaban una barbaridad. El resto no pudo seguir el peso de la marcha. 

12-¿Podían los argentinos haber resistido los asaltos ingleses? 

Nadie discute que, en un golpe de mano, los argentinos podrían haber retrasado el avance en tierra, pero el frente era muy amplio y Thompson lo tenía muy controlado. Como ellos admitieron después, consiguieron la victoria en el mismo momento en el que pusieron un pie en tierra. A partir del 21 de mayo el combate estuvo muy condicionado porque los defensores no podían reforzar sus fuerzas por mar. 

El mismo Thompson me confirmó en una entrevista que los Royal Marines y los paracaidistas tenían la situación controlada y que la 5ª Brigada, que llegó después, era innecesaria. Sin desmerecer a los argentinos, que se dejaron la piel y combatieron de forma muy inteligente. 

13-¿Y si los ingleses no hubiesen pisado las islas? 

Si no hubieran llegado a tierra las cosas sí habrían podido cambiar. El ejemplo más claro fue el incidente del buque de transporte Sir Galahad, que fue hundido por la Fuerza Aérea argentina el 8 de junio y provocó 53 bajas. Otro más de esos y quién sabe si la opinión pública podría haber rechazado aquella “guerra extraña” que no entendían. Cuando hablas con los ingleses, muchos te dicen que pensaban que las Malvinas eran unas pequeñas islas al norte de Escocia. Hay un contrasentido entre ese despliegue y la percepción de la sociedad. El ciudadano no entendía por qué se hacía ese despliegue. Si hubiera habido otro desastre al gabinete Thatcher le hubiera costado explicar qué estaba haciendo. 

Incendio del destructor británico HMS Sheffield tras recibir el impacto de un misil Exocet lanzado por el ejército argentino

14-El otro gran misterio es el del hundimiento del HMS Invincible. ¿Qué ocurrió con él? 

Es el más llamativo. Tenemos a los ingleses, que niegan el hundimiento, y a dos pilotos argentinos (Gerardo Isaac y Ernesto Ureta) que vieron el impacto del misil. Al margen de la contradicción, la realidad es que, durante 40 años, no ha habido testimonios británicos de peso que hayan confirmado que el buque recibió daño. Solo un marino cuya declaración tiene cierta falta de credibilidad. 

También es real que todos los misiles que habían lanzado hasta entonces los argentinos habían dado en el blanco. Eso nos hace pensar que, si es cierto que hicieron fuego, es muy probable que impactaran contra el portaviones. Es sospechoso que el barco, además, volviera más tarde que el resto, y como nuevo, a Gran Bretaña. No seré yo quien afirme categóricamente que fue tocado, pero alguna solución hay que darle. Hasta que se liberen los archivos soy partidario de que, en efecto, el misil golpeó, le hizo un agujero al buque, explotó en el hangar (que estaba protegido contra incendios) y los marineros pudieron extinguir el fuego. 

15-¿Y por qué habrían ocultado los hechos? 

Puede ser que silenciaran el ataque para no volver a agitar a la sociedad. Al fin y al cabo, ya tenían a las tropas en tierra y, si se hubiera conocido, no sabemos si podría haberse forzado una retirada. A partir de ahí fueron rehenes de su decisión. Pero es solo una tesis. Lo que no comparto son las teorías que afirman que fue hundido o que se construyó un barco nuevo para reemplazar al Invincible. Eso es conspiración. 

16-¿Fue Pradera del Ganso la batalla más cruenta? 

Fue un experimento de tienta. Los ingleses no conocían a su enemigo, lo probaron y se percataron de que no iban a entregar las islas sin combatir de forma dura. Desde esa batalla, los británicos no volvieron a combatir de día. Lo hicieron de noche, aprovechando su preparación y sus medios, para disminuir la cantidad de bajas. Allí combatieron los paracaidistas y tropas de primerísimo nivel. Unidades muy compactadas a raíz de la guerra del Ulster. Pero los argentinos se lo hicieron pasar muy mal. 

Soldados británicos izan la bandera de Reino Unido en las Islas Malvinas.

17-¿Cómo nació este libro? 

El origen del libro se encuentra en casa. Mi padre era un apasionado de la historia naval. De cuatro hermanos, yo fui el que captó esa afición desde muy pequeño. Por eso, cuando estalló la Guerra de las Malvinas y descubrimos a aquella gigantesca armada inglesa dirigiéndose hacia las islas con todos sus portaviones y su flota de escolta, quedamos perplejos. Después de la Segunda Guerra Mundial, las contiendas que se habían dado nunca enfrentaron a un país occidental contra otro. Malvinas era algo diferente. 

Aquello me sedujo mucho y, poco a poco, fui comprando libros sobre el tema, investigando… Me resultaba intrigante porque la guerra tenía mucho de enigmático. Había una infinidad de áreas difíciles de entender. Ya de mayor le quise dar una vuelta de tuerca y asistí a un congreso en Inglaterra sobre el tema. Me metí poco a poco en él hasta que surgió la posibilidad de viajar a Argentina, donde había estado durante el servicio militar de joven. 

En ese viaje me propuse escribir el libro, que en principio iba a ser el fruto de la investigación que realizara. Pero me di cuenta de que podía contar algo más. Y ese algo fue “Enmienda”: una revisión de algunas cuestiones de la guerra que se consideran como inmutables, pero todavía plantean dudas. Temas como el “stock” de misiles Exocet (¿por qué solo había cinco?) o la retirada de la armada argentina a puerto. Eran cosas que había que preguntar. 

18-¿Cómo llevó a cabo la investigación? 

Hice una extensa investigación de campo. Tuve suerte porque muy buenos amigos me ayudaron a llegar a personajes como el ya fallecido Menéndez, Lami Dozo (el único miembro vivo de la junta militar cuando estuve allí) o el Vicealmirante Lombardo (al mando del teatro de operaciones durante buena parte del conflicto). Entrevisté a muchos protagonistas. No solo altos mandos, sino marinos, pilotos, diplomáticos… 

Toda esa información la combiné con la parte inglesa. Al principio costó bastante conocer a militares británicos, pero, al final, rompí la corteza y contacté con protagonistas destacados como Thompson, el principal mando de operaciones terrestres, y otros tantos. En contra de lo que la gente piensa, una vez que dieron luz verde fueron muy transparentes y amables. Me ofrecieron todo su tiempo. Eso enriqueció muchísimo la obra, que hoy ve la luz gracias al loable compromiso de Robinson Librería Náutica por estimular la publicación de todo cuanto tenga que ver con el mar y su historia. Les estoy también muy agradecido.

 

Fuente: https://www.abc.es