El desastre del Atlántico Sur puso la puntilla a la ya debilitada Junta Militar argentina al tiempo que reforzó el poder de Margaret Thatcher
El hundimiento del buque General Belgrano cuestiona las supuestas intenciones de negociación de Gran Bretaña
Por Pablo F. de Mera Alarcón
Seguramente pocas cosas unan al militar y dictador Leopoldo Galtieri, presidente de la Argentina entre 1981 y 1982, y a la primera ministra británica Margaret Thatcher. Al menos, no a simple vista. Más de 11.000 kilómetros separan Buenos Aires de Londres, pero hubo un momento de la historia reciente en el que ambas naciones se encontraron y chocaron de frente: la Guerra de las Malvinas.
Este 14 de junio se cumplen 36 de años de la rendición de las tropas latinoamericanas en un conflicto que se alargó 74 días hasta la final capitulación de su país. Con un mandato británico sobre su territorio, las Islas Malvinas (Falklands en inglés) son un archipiélago ubicado al sur del Océano Atlántico (sudeste de la Argentina) y, por ende, un lugar lejano y desconocido por gran parte de la sociedad británica de entonces.
Sin embargo, cuando la Argentina invadió las islas el 2 de abril, Thatcher no dudó en responder sin titubeos a la agresión del General Galtieri. “La gente de las islas Malvinas, como el pueblo del Reino Unido, son una raza isleña. Son pocos en número, pero tienen derecho a vivir en paz, a escoger su modo de vida y determinar a quién deben lealtad. Su modo de vida es británico, su lealtad es con la Corona. Es la voluntad del pueblo británico y el deber del Gobierno de Su Majestad hacer todo lo que podamos para sostener ese derecho”, declaró la máxima mandataria del Reino Unido a la Cámara de los Comunes.
La
disputa de las Malvinas esconde causas más profundas que el mero carácter
patriótico
Cuando el oficial británico Jeremy Moore y su homólogo argentino Mario Benjamín Menéndez firmaron el alto al fuego, no se puso únicamente el punto y final a la contienda. Más bien se desataron a la postre unas consecuencias políticas que están en el origen mismo de la refriega.
La Argentina presentó la ocupación como una acción en favor de un derecho histórico sobre las Malvinas que, en plena época de descolonización, se oponía a las pretensiones imperialistas del Reino Unido. Por su parte, la contestación británica fue planteada como una defensa de la dignidad y la soberanía sobre su territorio. Pero todo esto da igual. El análisis distante y concienzudo que propicia el paso de los años ha hecho intuir y casi aseverar que la disputa de estas cuasi intrascendentes ínsulas esconde motivaciones más ocultas y de mayor calado que el patrioterismo beligerante y banal.
Vía
de escape para la dictadura
Retrocedamos un poco en el tiempo. El Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 (“Operación Aries”), perpetrado por un grupo de militares encabezado por Rafael Videla, derrocó al gobierno legítimo de Isabel Perón, elegida presidenta de la Argentina de manera democrática dos años antes. No obstante, la lucha contra la subversión guerrillera que asolaba al continente sudamericano, amén de la recuperación de una economía gravemente afectada por la crisis del petróleo de 1973, objetivos fijados por la Junta Militar instaurada inmediatamente después del golpe, hizo que la sociedad argentina, confiando en que una vez respuesta la estabilidad los militares regresarían a los cuarteles, no viese con malos ojos la dictadura cívico-militar que estaba emergiendo. A esto se le llamó Proceso de Reorganización Nacional.
Pero la jefatura de Videla se fue sumiendo en un descrédito generalizado a raíz de la inducción de una forma de gobierno autoritaria; la economía regresiva del país, con una apertura a las inversiones foráneas que debilitó la industria nacional y provocó un descenso de los emolumentos de los argentinos, tampoco ayudó a elevar el prestigio de la autocracia militar.
La erosión fue completa al conocerse deplorables acciones como el terrorismo de Estado, las desapariciones, las torturas y otros crímenes contra los derechos humanos. Y es que no solo las unidades guerrilleras eran potenciales elementos subversivos para el sistema, también fueron perseguidos colectivos como los intelectuales, los homosexuales, los ateos, etc. Así, aunque la Junta Militar justificó la política de redadas, apresamiento y ocultación contra la población en la necesidad de una “guerra sucia” para debilitar los intentos de revueltas y perturbación del orden, al finalizar el mandado de Videla en 1981 el fracaso del régimen autoritario era evidente y, como consecuencia, también su carácter innecesario.
Los sucesivos gobiernos de Viola y Galtieri únicamente pudieron alargar la agonía. Precisamente fue este último quien vio en las Malvinas la oportunidad de recuperar la confianza popular confiando todas sus cartas a una operación que no calculó los pros y los contras de la intervención y con escasa vistas de éxito.
El Belgrano y la consolidación
A principios de los años 80, la continuidad de Margaret Thatcher en el 10 de Dowing Street, cuestionada incluso dentro del Partido Conservador, no estaba clara. La línea ascendente del desempleo convertía en inciertas las posibilidades de la primera ministra de reeditar la victoria electoral de 1979.
Pero la incertidumbre plebiscitaria que sobrevolaba Westminster fue disipada cuando la Argentina invadió las Islas Malvinas. Aunque la decisión irrevocable de Thatcher de mandar tropas al Atlántico Sur parecía ir en consonancia con la postura oficialista del gobierno británico, consistente en forzar la negociación con las autoridades militares argentinas a través de la presión, en realidad, la primera ministra siempre optó por la toma total del archipiélago y la retirada sin condiciones de los invasores. “No he perdido algunos de mis mejores barcos y algunas de las vidas más excelentes para irnos calladamente bajo un alto el fuego sin que los argentinos se hayan marchado”, protestó ante los intentos de mediación del presidente norteamericano Ronald Reagan.
De hecho, según explicó ABC al inicio de la refriega, Francis Pym, ministro británico de Asuntos Exteriores, afirmó ante las Naciones Unidas que la flota británica se encontraba en el Atlántico Sur para defender “territorio británico” y no se iría hasta la entrega sin exigencias de las huestes argentinas.
El hundimiento del General Belgrano no favorecía una teórica postura negociadora
El hundimiento del ARA General Belgrano es más acorde con la recuperación firme e incondicional de las Malvinas que con el deseo de alcanzar una solución pactada. Thatcher y su gabinete decidieron el 2 de mayo que el submarino HMS Conqueror de la Royal Navy arremetiese contra dicho crucero de la Armada Argentina, el cual recibió el impacto de dos torpedos MK8 que provocaron la muerte de 323 tripulantes. Pero la polémica que rodeó al ocaso del Belgrano, calificado por la Argentina como un crimen de guerra, radica en el hecho de encontrarse fuera de la zona de exclusión en el momento del ataque, esto es, más allá de las 200 millas náuticas fijadas por el gobierno británico.
El 5 de mayo de 1982, ABC se hacía eco de los reproches a Pym por parte de Denis Healey, portavoz británico de Asuntos Exteriores de la oposición, al dudar que se hubiera aplicado el principio de mínima fuerza en la operación contra el acorazado argentino. El político creía que la ofensiva, más que ayudar a la negociación, lo que haría sería dificultarla. No iba errado.
Crucero ARA General Belgrano
Las secuelas de la contienda
El cese de las hostilidades se saldó con un balance de 649 combatientes argentinos caídos, más del doble de los británicos que fenecieron. Pero Malvinas no fue únicamente un campo de batalla, más bien se trató de un tablero de ajedrez que contó con Galtieri y Thatcher -y sus respectivos intereses políticos- como jugadores. La victoria fue de la primera ministra británica, sin duda más hábil.
Leopoldo
Galtieri y sus correligionarios idearon una salida de fervor nacional a la
asfixia insostenible de su doctrina dictatorial, pero, como informó ABC a la
conclusión del conflicto, no midieron las consecuencias de sus acciones. El
gobierno argentino confió en la no reacción militar de Gran Bretaña, así como
en el apoyo de los EEUU a su causa mientras que, en realidad, estaban enviando
a una derrota segura a unos soldados jóvenes, inferiores en armamento y aptitud
al profesional ejército del Reino Unido.
En las Malvinas, Thatcher no solo derrotó a la Junta Militar argentina y su Proceso de Reorganización Nacional, también se impuso a aquellos que, dentro del partido, dudaban de su capacidad para afrontar las dificultades que atravesaba el Reino Unido y recuperó una opinión pública favorable a su gestión.
“Nuestros soldados lucharon con esfuerzo supremo por la dignidad de la nación”, dijo Galtieri al pronunciar el discurso de rendición. Esta bandera patriótica izada por los militares argentinos sirvió a Thatcher para consolidar su posición. “El espíritu del Atlántico Sur fue el espíritu británico en su mejor expresión, Gran Bretaña es grande de nuevo”, proclamó al finalizar la guerra.
A
raíz del éxito en las Malvinas, nadie volvería a dudar de su liderazgo. Su
firmeza y mano dura a la hora de afrontar la agresión argentina le valieron
para despejar las dudas en torno a su figura y vencer de manera aplastante en
los comicios de 1983, una victoria electoral que repetiría cuatro años más
tarde. La guerra en el Atlántico Sur forjó la figura de la “Dama de Hierro”.
Fuente:
https://www.abc.es
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