El periodista y docente santiagueño, ganador de la última Beca Michael Jacobs de Crónica Viajera entregada por la Fundación Gabo, fue en busca de los fantasmas y los rostros que se esconden detrás de la guerra.
Por Diego Fernández Romeral
“Mirar a las islas con mis propios ojos ha sido como mirar a la Medusa: las Malvinas que me habían enseñado a querer, las que me imaginaba y creía que conocía, se han convertido en piedra”. En el tramo final de su flamante libro, Soñar con las islas. Una crónica de Malvinas más allá de la guerra, el periodista y docente santiagueño Ernesto Picco, ganador de la última Beca Michael Jacobs de Crónica Viajera –entregada por la Fundación Gabo–, acusa el golpe en clave mitológica. La parafernalia bélica, los Gurkas, las trincheras y los heridos, la añoranza de esa tierra inhóspita y sacudida por los vientos atlánticos, todo se ha desvanecido. En este punto, la primera persona –usada en cuentagotas al interior del libro– funciona como la parábola de una nación entera: para los argentinos, parece decir el autor, las Malvinas son una obsesión distorsionada que se refleja sobre el estanque.
“Fue una inquietud puramente periodística. De advertir que había una cara de un asunto tan presente, tan denso como es Malvinas, al que no estábamos prestando atención”, dice Ernesto Picco en videollamada con Página 12, acerca del origen de Soñar con las islas. Bordeando el filo de los aniversarios, desembarcó por primera vez en Malvinas pocos días después del 2 de abril de 2018. Llevaba más de ocho años merodeando el asunto: entrevistas a isleños vía mail, llamadas telefónicas a las autoridades y un inmenso archivo digital que engrosaba el misterio. “Me llamaba la atención por qué no conocíamos sus nombres, sus rostros, sus historias. Ese viaje lo hice un poco desprevenido, abierto para ver qué había. Lo que encontré fue un pueblo perdido al lado de una base militar monstruosa, con muchos fantasmas atrás”.
Durante los siguientes dos años y con el impulso de la beca, Picco recaló otra vez en Malvinas y se embarcó en un periplo que lo llevó por los andariveles del abismo: desde Tierra del Fuego, Córdoba y la Patagonia hasta Londres, Portsmouth y Newcastle. En el centro, esas islas que se le presentaban como un fantasma y un deseo, le revelaron una trama hecha de piratas de ultramar, disputas coloniales, una empresa mastodóntica, la esclavitud al interior de los barcos pesqueros, una ola de abusos sexuales, enfrentamientos diplomáticos, el estallido económico en un territorio desolado. Y la guerra que lo cambió todo.
“Las Islas Malvinas, como tema, ha sido absolutamente superado por la guerra. Y tiene siglos de historia para atrás y medio siglo de historia para adelante. Hay una dificultad en mirar Malvinas críticamente, que en nuestro país es uno de los pocos temas donde hay consenso, donde aparentemente no hay grieta. Entonces buscar los detalles de la foto es algo incómodo” dice Picco sobre el foco de su investigación. “Se prefiere contar el mismo cuento que conocemos, el del sufrimiento, que mirar más allá y encontrar cosas que no nos gusten”.
Editado por Prohistoria y con prólogo de Jon Lee Anderson, Soñar con las islas es una pesquisa en territorio minado. Apenas comenzado el libro, entre las ráfagas etílicas de un bar escondido en Puerto Stanley –porque allí nadie considera que haya existido Puerto Argentino–, Picco debe camuflarse como turista chileno para salvar su pellejo. “Definitivamente en las islas nadie quiere ser parte del territorio argentino”, asegura el autor. “La sensación que tenía era la de ser el enemigo, alguien que representaba una amenaza”.
Con ese recelo avanza en busca de los fantasmas y los rostros que se esconden detrás de la guerra. Encuentra jóvenes que recorrieron el mundo para darle una identidad política a las islas, funcionarios que le abren cada puerta que le interesa, maestras que le revelan con soltura lo que sucede en las aulas: “La guerra fue un punto de inflexión. Pero eso no se enseña aquí. Ya estamos en otra cosa”. Esa otra cosa aparece en datos inesperados que se van hilando con las historias de ex combatientes –a ambos lados del océano– que se definen como víctimas y no como héroes. Por ejemplo, que las Malvinas registraron en 2017 el PBI per cápita más alto del planeta. O que el empresario argentino Eduardo Elsztain estuvo a punto de quedarse con la firma que regula el pulso económico de las Malvinas, esa suerte de Gran Hermano isleño: la Falkland Island Company.
“La historia de Malvinas y de las Falkland Island Company están despersonalizadas por completo. Conocemos apenas alguna figurita. Pero no tenemos nombres, nada. Esta empresa que es una presencia casi fantasmal, inexplicable, es también un símbolo que resume todo lo que ocurre en las islas”, asegura Picco. “En este libro hay un intento de ponerle nombre, cuerpo, a toda esa historia”.
-En un punto de Soñar con las islas recuperás una noticia de The Guardian donde se señala: “En 1982, las Malvinas estaban económicamente quebradas, políticamente marginadas de toda consideración en el viejo centro del imperio y prontas a ser transferidas de alguna forma a la República Argentina. La guerra logró que esto no sucediera”. ¿Cómo se explica esta afirmación?
-Poco antes del ochenta y dos, los británicos no querían saber nada de Malvinas. Para ellos representaban un lastre y lo que se estaba dando a través de la diplomacia era un acercamiento a Argentina. Los isleños, en las marchas que hacían, le apuntaban sus pancartas a Gran Bretaña. Keep the Falklands British, reclamaban. Exigían que mantuvieran las islas dentro del imperio. Después de la guerra a ellos les otorgan un reconocimiento inesperado, obtienen la ciudadanía, llegan inversiones gigantescas, se vuelve una revolución política. Los isleños ven la guerra como una bisagra que les cambió la vida para bien. Lo que sucede hoy es que, a la par de esa certeza que ellos tienen, hay una generación de jóvenes de la posguerra que acceden a los puestos de liderazgo en el gobierno, las empresas, la diplomacia, y tienen otra relación con Argentina y con el mundo, mucho más abierta. No llevan las cicatrices ni las heridas que tienen sus padres y abuelos.
-¿Qué prejuicios desarmaste y confirmaste sobre Malvinas durante el proceso de escribir este libro?
-Lo que se me ha confirmado es que sí hay un sentimiento muy "antiargentino". Pero me sorprendió la buena onda con la que me recibieron. He hablado con todas las autoridades sin ningún problema, paseé por la casa de gobierno solo, recorrí los salones. Si bien con sus sombras, sus dilemas, sus oscuridades, incluso pude hablar con las autoridades de la Falkland Island Company. Expresado en términos de series, que hoy tienen el dominio como género narrativo, la sensación que me quedó es que las Malvinas son un cruce entre Fargo y Lost. Una isla extraña, alejada, donde hay una base militar inexplicable, impenetrable. Donde los civiles pueden ir al cine, pero nadie sabe cuántos militares hay, cuánto armamento hay. Todo marcado por una guerra que parte el relato hacia atrás y hacia adelante. Y al mismo tiempo un pueblito chico con sus crímenes, su historia, sus familias que crecieron económicamente de una forma que nadie hubiese esperado.
Fuente:
https://www.pagina12.com.ar
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