8 de mayo de 2022

“¡ESTE BOMBARDEO LO AGUANTAMOS JUNTOS!”: EL PRIMER DÍA QUE NUESTROS SOLDADOS ESTUVIERON BAJO FUEGO EN MALVINAS

 

 

El 1º de mayo de 1982 comenzó el ataque sobre Puerto Argentino. Los vuelos rasantes de los Sea Harrier y las bombas de los Vulcan. Los contraataques de la aviación. La primera aeronave británica derribado y la ayuda de la Virgen al artillero. Los heridos que pedían seguir combatiendo. Una carta familiar en medio de la pista. Y el recuerdo estremecedor del primer muerto, que había jugado al fútbol horas antes. 

Por Nicolás  Kasanzew 

1º de mayo en el aeropuerto de Puerto Argentino: el hangar aeronaval en llamas después de los primeros bombardeos británicos

En la madrugada del 1° de mayo, por fin pasó lo que estaba esperando: un gran estruendo me despierta a las cinco menos cuarto de la mañana. 

Los ingleses arremetían contra Puerto Argentino. 

Veo correr soldados por la calle, veo nuestros misiles que están saliendo en persecución de enemigo, veo las explosiones, veo grandes humaredas en el aeropuerto. Era asombroso presenciar como nuestros misiles Tiger Cat perseguían a los atacantes. Parecían buscapiés con forma de estrella de Belén. Nunca pensé que se pudiera seguir la trayectoria de un misil con la vista. Uno de ellos se pega a la cola de un Sea Harrier y lo persigue encarnizadamente en sus evoluciones. Baja el Harrier, baja el misil; sube el Harrier, sube el misil. La distancia que los separa se acorta a cada momento hasta que se pierden de vista por sobre las nubes.

Kasanzew (a la derecha), junto al Capitán Adolfo Gaffolio (de casco) en una trinchera

Nos recoge el Capitán Adolfo Gaffoglio, jefe del Apostadero Naval y llegamos al aeropuerto. La entrada era la imagen de la desolación. Hay cráteres de unos quince metros de diámetro por otro tanto de profundidad, producto de las bombas arrojadas por un avión Vulcan. El Mayor Héctor Rusticcini me dice que la pista sigue perfectamente operable. No consiguieron su objetivo principal. Luego del primer ataque, el “Rusti” – muy querido por toda la tropa - se había lanzado a rescatar heridos, pero dada la oscuridad reinante cayó rodando al fondo de un cráter, donde el olor a cordita y el calor de la tierra contrastaban con el frío del ambiente. Al salir, siguió auxiliando heridos, a pesar del peligro que entrañaba moverse a tientas y a ciegas en un área sembrada de bombas antipersonales. 

El cuerpo de uno de los soldados muertos estaba tendido cerca de la carpa en que lo sorprendió el ataque inglés. Su nombre era Bordón y el día anterior habíamos jugado con él y otros conscriptos un picadito de fútbol en ese mismo lugar. Me estremecí. Era el primer argentino muerto en combate que yo veía. Absurdamente, cerca del cadáver, en medio del caos de carpas destrozadas y restos dispersos, estaba la pelota con los colores de Boca Juniors que él había pateado en la víspera. 

Kasanzew y su entrevista al Mayor Rusticcini, que le aseguró que la pista seguía operable pese a los ataques de los Sea Harrier y los Vulcan

Me cruzo con el capellán de la Fuerza Aérea Gonzalo Pacheco. Tiene los ojos inyectados de sangre y una herida en la frente. Quieren evacuarlo, pero el cura empieza a los gritos: “¡Los ingleses no me sacan de acá, si no es muerto!”. 

Me paro frente a uno de los gigantescos cráteres dejados por el bombardeo del Vulcan y quiero meterme para filmar desde ahí. Les explico a mi camarógrafo Lamela y al ayudante Novo que, por el cálculo de probabilidades, una bomba jamás puede caer en el mismo lugar donde cayó otra. Pero la enorme hendidura en la tierra los tiene impresionados y no me creen ni un ápice; no quieren meterse allí por nada del mundo. 

Puedo ver cómo el Capitán Gaffoglio entra, impertérrito, al hangar aeronaval en llamas y logra rescatar el equipo de radio, a pesar de que el piso está cubierto de combustible JP1. Y mucho más me asombra que, al rato y cuando el incendio era aún mayor, un conscripto afronta el mismo peligro para recuperar sus pertenencias. 

El Cabo "Moncho" Ortíz, primero desde la izquierda, que salió de su refugio para estar junto al Capitán Dovichi, que estaba herido y a la intemperie, mientras arreciaba el ataque de los Sea Harrier

En el primer raid inglés, al Capitán Rafael Dovichi de la Fuerza Aérea, que estaba dentro de la aeroestación, la onda expansiva lo arroja por la ventana, provocándole traumatismos en la columna. Inmediatamente es trasladado al puesto sanitario que estaba a unos doscientos metros de la cabecera de pista, donde se lo inmoviliza en una camilla. Cuando al rato está por ser transportado a Puerto Argentino en una Ford 4 x 4, junto a otros heridos, se anuncia la alerta roja de la segunda incursión británica. Los demás heridos son precipitadamente regresados al refugio, pero Dovichi, que era muy pesado, queda solo, olvidado, a la intemperie. 

Al darse cuenta de ello, el Cabo Carlos “Moncho” Ortiz sale a la carrera del refugio. Llega hasta Dovichi y le dice: “No se haga problema, yo me quedo con usted, este bombardeo lo aguantamos juntos”. No alcanza a pronunciar esas palabras, cuando ve venir desde el este a dos Sea Harrier ametrallando en vuelo rasante. Ortiz y Dovichi quedan entre los dos aviones, que no llegan a acertarles, y pueden observar que unos quinientos metros más adelante uno de los Harrier es alcanzado por un cañón antiaéreo de 20 milímetros, comienza a echar humo y cae. En ese momento el Suboficial ve que se acerca otro par de Sea Harrier, esta vez desde el norte. También vienen rasantes y ya están casi encima. El sol saliente pega en las cabinas de los pilotos y sus cascos despiden un brillo enceguecedor. Como en cámara lenta, el “Moncho” ve desprenderse las bombas. Entonces se tira sobre el Capitán y lo cubre con su cuerpo. Una de las bombas cae a pocas decenas de metros, pero afortunadamente el blando terreno de turba absorbe en parte la explosión. Se produce un momento de silencio, hasta que Dovichi, intensamente conmovido, con lágrimas en los ojos, inquiere: “¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te arriesgaste tanto?” Y el bravo Suboficial, humildemente, contesta: 

–Solo cumplí mi función.

 

1º de mayo en Malvinas, el comienzo de los ataques británicos

A las cuatro de la tarde, desde el aeropuerto, vi por primera vez a las naves británicas. Tres de ellas se perfilaban en el horizonte, pero demasiado lejos como para que las captara la cámara de Lamela. En ese momento, como caballería que llega al rescate, arribaron los aviones argentinos desde el continente. Los Mirage V Dagger aparecieron volando rasantes frente al grupo de buques enemigos, se elevaron súbitamente y atacaron. La escuadrilla estaba integrada por los halcones Norberto Dimeglio, César Román y Gustavo Aguirre Faget. Vi con claridad cómo una fragata era alcanzada de lleno y se alejaba humeante. 

Cuando tiempo después le pregunté a Dimeglio, cuál había sido su motivación en ese momento, me contestó: “No lo hice por la gloria, ni por la victoria, ni por el honor, ni por la Patria. Lo hice porque dos semanas antes había estado en Malvinas, había visto a mis camaradas cavando trincheras ¡y no los iba a dejar solos!” 

César Román, Norberto Dimeglio y Gustavo Aguirre Faget, la escuadrilla de Mirage V Dagger que luchó el 1º de mayo contra las fragatas inglesas

De repente advierto un avión que venía haciendo señas desesperadamente con sus alas como queriendo alertar a nuestras defensas que no se proponía atacar. Mi camarógrafo “Triqui” Lamela comienza a filmarlo. Pensé que podía ser una de nuestras máquinas, pero como estábamos bajo intenso bombardeo naval, desde las posiciones argentinas se desató un fuego huracanado contra la aeronave. Obviamente le dieron. Era, en efecto, un Mirage III nuestro que venía sin combustible y quería intentar un aterrizaje forzoso en Puerto Argentino. Según algunos, cuando descargó sus tanques suplementarios, confundió a la defensa antiaérea y esta lo abatió. El jefe del radar de Malvinas, Mayor Silva, había instado al piloto, Gustavo García Cuerva, que se eyecte. Pero el aviador repetía: “¡No, no! Tengo que salvar el avión”. Para él, la obligación número uno era tratar de salvar la máquina que le había sido confiada. Y lo pagó con su vida, bajo “fuego amigo”. 

Gustavo García Cuerva, piloto de Mirage III que venía sin combustible pero en vez de eyectarse prefirió llegar con su avión. Lamentablemente, la defensa lo confundió y cayó bajo fuego amigo. Un héroe

En el hospital militar de campaña hablé con uno de los heridos graves. El Suboficial Juan Carlos Hidalgo, a pesar del dolor -una esquirla le había destrozado la pierna izquierda- lucía una sonrisa luminosa. Le pregunté: 

–¿Temió perder su pierna? 

–En ese momento a uno le entra la desesperación de verse ensangrentado, siente un poco de miedo, pero después la cosa pasa, no es tampoco para desmayarse o morirse. 

–Sabe, Suboficial, cuando nosotros llegamos, estaba incendiado el hangar de ustedes, pero la bandera flameaba con el fondo de esas llamas... 

–¡Y va a seguir flameando! Aunque el fuego siga... 

A los dos o tres días llevaron a Hidalgo al hospital de Puerto Belgrano, en el continente, pero tenía una infección incontrolable y terminaron amputándole la pierna. 

1º de mayo: el periodista Nicolás Kasanzew en la trinchera

Le pregunté al Capitán médico Pignataro cómo estaban los heridos. Su respuesta me pareció exagerada: “Con un optimismo brutal. Nos encontramos con soldados con heridas múltiples, producto de las esquirlas y esos mismos soldados tienen un gran entusiasmo para seguir combatiendo”. 

–¿Heridas múltiples de esquirlas, con el dolor que eso supone y quieren seguir peleando? –le pregunté incrédulo. 

Pero el oficial insistía en lo mismo. En ese momento puse en duda sus palabras. Pero tiempo después escuché un testimonio que no desentonaba con lo dicho por Pignataro. Gustavo Piuma Justo, piloto de Dagger derribado sobre Malvinas, me contó que estando en el hospital de Puerto Argentino, el soldado que se encontraba al lado de su catre, con el antebrazo derecho destrozado, le insistía a los médicos que hacían la ronda: “¡Doctor, doctor, primero atiendan al piloto!”. 

El Cabo Principal Almada tenía una imagen de la Virgen de Luján en su pieza de artillería de 20 mm. Con ella derribó al primer Sea Harrier que perdieron los británicos en la guerra

Sobre su pieza de artillería de 20 milímetros, el Cabo Principal Almada había pegado una imagen de la Virgen de Luján, y la tocaba piadosamente, mientras me contaba cómo había abatido a un Sea Harrier. “Cuando uno está pegado al visor del cañón, el espacio que abarca la vista es muy pequeño”, me explicaba. “Por eso, recién al levantar la vista del visor noté que el Harrier venía por el costado. Entonces giré la pieza casi a ciegas, bruscamente. Y no pude creer lo que veía: con ese manotazo había ‘enganchado’ al avión, lo tenía en el visor. Y ahí nomás le pude colocar una ráfaga de siete proyectiles: viró a la izquierda y cayó, mientras se le desprendía material del fuselaje. Fue la Virgen que me ayudó”, decía Almada con los ojos humedecidos y la voz temblorosa. Y volvía a acariciar la imagen.

 –¿Cómo fue que pudo acertar? 

–Sinceramente, honestamente, y pensándolo bien, todavía no lo puedo entender. 

Yo deambulaba por la pista cuando vi que el viento empujaba una hoja de papel contra una bomba antipersonal de tipo Beluga. Me acerqué. Era una carta. Evitando tocar la bomba pude leer las primeras líneas. Estaba fechada en Daireaux, el 18 de abril, y empezaba diciendo: “Querido hermano, te mando unas...” no alcanzaba a leer más y tampoco podía retirar la carta que se apoyaba sobre la bomba todavía activada. Pero el viento desprendió la hoja y logré leerla entera: “Querido hermano, te mando unas golosinas y unas máquinas en la encomienda. Mándame decir si te hace falta algo más, también te mando plata. Te extrañamos mucho, queremos que vengas pronto. Bueno, no tengo más que decirte. Te mandamos muchos saludos y besos. Pocha, Cholo y Juanjito”. 

Kasanzew, Lamela y Novo, el equipo periodístico que cubrió la guerra de Malvinas

Vislumbré un símbolo en el hecho de que esa carta tierna, fraternal, se hubiera interpuesto entre la bomba homicida y nosotros. Como para protegernos. ¿Dónde estaría el soldado que la recibió? ¿Cómo había perdido la carta? ¿Había alcanzado a responderla? 

Décadas después supe que el soldado había sobrevivido y me encontré con él. Nuestro abrazo fue memorable.

 

Fuente: https://www.infobae.com

No hay comentarios: