A 39 años de la guerra del Atlántico Sur, cómo se combatió en una guerra improvisada, inaudita y jamás pensada. Y cómo quedó en evidencia la incompetencia de la estrategia nacional -política, diplomática y militar- a partir del 2 de abril de 1982. ¿Dónde estaban los altos jefes de las Fuerzas Armadas cuando silbó la metralla?
Por Martín Balza
En el Conflicto del Atlántico Sur, la incompetencia de la estrategia nacional -política, diplomática y militar- quedó evidenciada a partir del 2 de abril de 1982, y en la crisis desembocó el 1° de mayo en una guerra improvisada, inaudita y jamás pensada, entre una potencia nuclear que contaba con el apoyo de los Estados Unidos y del resto de los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte -OTAN-, y un país periférico gobernado por una alicaída dictadura cívico-militar desprestigiada en el mundo por la violación a los derechos humanos.
Tras 44 días de combate, el 14 de junio se produjo la inevitable derrota. Hoy, a casi 40 años de los acontecimientos librados por el sentimiento Malvinas, aprecio que tienen vigencia los versos de Antonio Machado: “Se miente más de la cuenta/ por falta de fantasía/ también la realidad se inventa”. Ello impone responder a la pregunta: ¿peleamos en Malvinas? Y la respuesta, según inobjetables fuentes británicas, estadounidenses y argentinas, entre otras, es: ¡Sí, peleamos!, pero en el nivel táctico, que es donde mueren las palabras.
En extrema síntesis, recordemos que la estrategia “es la lucha de voluntades para resolver un conflicto (…) El arte de la conducción y el empleo del potencial nacional por el gobierno de la Nación, durante la paz y la guerra, para concretar la obtención sus objetivos políticos (…) Implica disponer libremente de todas las fuerzas en amplio dominio de espacio-tiempo, con miras a un fin lejano que es precisamente una situación táctica”.
Esta última es la conducción que se realiza en los niveles de mando inferiores al nivel estratégico, donde se aplican las reglas y los procedimientos a los que deben ajustarse las operaciones de combate, en una situación definida en el espacio y en el tiempo. Cuando concibió su Plan Continental, el Libertador era un estratega; cuando conducía las batallas de Chacabuco y Maipo, era un táctico. Para Edward Mead Earle, “la estrategia difiere de la táctica en forma muy similar a como una orquesta se diferencia de sus instrumentos tomados individualmente”. Para Antoine Henri Jomini, “La táctica es el arte de pelear en el terreno donde se efectúa el choque”. Y en Malvinas ese “choque” se dio en las islas y en las aguas del Atlántico Sur.
Las pérdidas británicas permiten apreciar la entrega y profesionalidad de nuestros hombres en el nivel táctico: 5/6 buques hundidos y no menos de 8/9 averiados; 14/15 aviones Harrier derribados por el moderno sistema de armas de la artillería antiaérea del Ejército y un derribo atribuido a un misil portátil tierra-aire disparado por la Compañía de Comandos 601; 23/ 25 helicópteros destruidos en distintas circunstancias; el número de muertos oscila entre 270/ y 300, la mayoría de ellos durante los combates terrestres entre el 8 y el 14 de junio.
Así lo consigna el reconocido Informe Rattenbach, que señala: “Es importante destacar que hubo Unidades conducidas con eficiencia, valor y decisión. En esos casos, ya en la espera, en el combate o en sus pausas, el rendimiento fue siempre elevado. Tal el caso, por ejemplo, de la Fuerza Aérea Sur, la Aviación Naval, los medios aéreos de las tres Fuerzas destacados en las islas, el Comando Aéreo de Transporte; la Artillería de Ejército (Grupos de Artillería 3 y 4) y de la Infantería de Marina; la Artillería Antiaérea de las tres Fuerzas Armadas, correcta y eficazmente integradas, al igual que el Batallón de Infantería de Marina 5, el Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada 10, las Compañías de Comandos 601 y 602 y el Regimiento de Infantería 25. Como ha ocurrido siempre en las circunstancias críticas, el comportamiento de las tropas en combate fue función directa de la calidad de sus mandos”. Fuentes británicas también han reconocido el comportamiento de los soldados argentinos.
“Sentimos una sensación espléndida porque, después de la larga y dura serie de batallas en las islas, sobre tan considerable extensión de terreno especialmente inhóspito, todo haya concluido así. No cabe duda de que los hombres que se nos opusieron eran soldados tenaces y competentes y muchos han muerto en su puesto. Hemos perdido muchísimos hombres”, dijo el General Anthony Wilson, Comandante de la Brigada 5 de Infantería británica.
“Nos encontramos con 300 prisioneros, incluido el Jefe del Regimiento de Infantería 4 y varios oficiales. Esto muestra las mentiras de las informaciones de la prensa, según las cuales todos los oficiales huían dejando a sus soldados conscriptos para que fueran masacrados o se rindieran como ovejas (…) Oficiales y suboficiales se batieron duramente”, aportó el General Julian Thompson, Comandante de la Brigada 3 de Comandos británicos. El Jefe del Regimiento 4 era el Teniente Coronel Diego Soria, quien concurrió a la guerra dejando en el continente a un hijo adolescente afectado por una enfermedad terminal.
La socióloga estadounidense doctora Nora K. Stewart es elocuente cuando concluye: “Ambos, argentinos y británicos, son profundamente leales, patriotas, tienen una herencia militar orgullosa, una convicción religiosa profunda y un arraigado sentido del valor y heroísmo. Pero la larga historia británica de guerras, el adiestramiento permanente de sus fuerzas armadas con la OTAN, combinados con la fresca memoria de la Segunda Guerra Mundial, Corea, y Suez (…), hacen a las fuerzas británicas más actualizadas en tácticas y rápidas respuestas en el campo de combate. Los argentinos no carecían de valor o lealtad, pero no ostentaban, lamentablemente, la experiencia necesaria”. Los que carecían, y carecen, de valor o lealtad fueron, y son, quienes no reconocieron a los que combatieron.
Otros autores británicos expresaron: “Los cuentos sobre un ejército fascista (sic) argentino cometiendo monstruosidades no tenían fundamentos (…) La campaña de las Malvinas se peleó con notable respeto hacia las normas morales por los dos bandos”, describen Hastings y Jenkins en La batalla por las Malvinas (Emecé, Bs.As.1984, pág. 334 y 343).
Comparto totalmente lo consignado. Durante todo el conflicto, con el grado de Teniente Coronel, me desempeñé como jefe de una unidad táctica, el Grupo de Artillería 3, y como coordinador de todos los fuegos de apoyo terrestre y de aerocooperación con los aviones Pucará basados en Puerto Argentino. Fui testigo y partícipe de los principales acontecimientos en la zona de combate de Malvinas, y en la zona marítima adyacente del Atlántico Sur. Mis fuentes de información han sido abundantes, diversas y muchas de ellas inéditas, pero siempre han estado tamizadas por mi formación profesional, conocimiento de muchos de los actores y una vivencia personal de los hechos.
Los altos mandos de la Fuerzas Armadas, que visitaron las Islas y se fotografiaron en ellas antes de que se iniciara la guerra, se “borraron” cuando comenzó el ruido de combate y silbó la metralla. No asumieron su responsabilidad ante la derrota, en el Ejército iniciaron un proceso de desmalvinización y no rescataron los valores de la gesta.
Buscaron chivos expiatorios entre los jefes tácticos que combatieron; muchos Generales olvidaron que no podían justificarse y eludir sus responsabilidades por la derrota, e invocaron estériles argumentos, como por ejemplo que, contrariamente a su voluntad, tuvieron que cumplir órdenes de Galtieri. En ese caso, les quedaba el camino de la “desobediencia debida”, que no se produjo. Carecieron del valor necesario para hacerlo, escondieron sus cabezas en la arena y buscaron víctimas propiciatorias en las tropas combatientes.
Los británicos evidenciaron profesionalidad e hidalguía en todo momento. En la guerra fueron mis enemigos, pero con el más alto respeto.
Fuente:
https://www.infobae.com
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