27 de febrero de 2022

EL FRACASO DE LA CUMBRE ENTRE ARGENTINOS Y BRITÁNICOS QUE DECIDIÓ LA GUERRA: “EN UN MES TOMAMOS LAS MALVINAS”

 


Diplomáticos de ambos países se reunieron en Nueva York el 27 de febrero de 1982. La dilación británica aceleró los planes de la Junta Militar a pesar de los intentos de los Estados Unidos para que las negociaciones continuaran. La sorpresa de Margaret Thatcher y la destemplada reacción de Galtieri cuando le ofreció a Menéndez ser gobernador de las islas.  

Por Juan Bautista Tata Yofre 

Galtieri y Costa Méndez en la Plaza de Mayo el 10 de junio de 1982

Hace 40 años, un día como hoy, finalizaban en Nueva York los encuentros diplomáticos de la Argentina y el Reino Unido para intentar solucionar la cuestión de soberanía de las islas Malvinas, tal como lo disponía la Resolución 2065 (de 1965) de las Naciones Unidas. No era la primera vez que se encontraban, pero sí sería la última reunión antes del conflicto armado. Ese 27 de febrero de 1982, los diplomáticos, tanto de un lado como del otro, ignoraban que en el mayor secreto la Junta Militar que gobernaba la Argentina había decidido que, en el caso de fracasar las negociaciones, “se deberían comenzar los estudios para analizar la factibilidad y conveniencia de una ocupación de las islas”. 

La decisión se tomó el martes 5 de enero de 1982 y se consideró que debía adoptarse “una política agresiva” que “se debía mantener en el mayor secreto para que no fuera mal interpretada”. No era la primera medida ni sería la última: el 22 de diciembre de 1981, el día que asumió de facto la presidencia de la Nación el Teniente General Leopoldo Fortunato Galtieri, el comandante de la Armada, Jorge Isaac Anaya, disponía que se realice “un plan actualizado” para “la ocupación” de Puerto Stanley (más tarde Puerto Argentino). Tras estas dos decisiones la cuestión castrense se puso en movimiento y, semana a semana, fue tomando cuerpo. Por ejemplo, el martes 12 de enero, a las 9 de la mañana, la Junta Militar “por resolución no incorporada al Acta” designó a tres altos oficiales “para analizar la previsión del empleo militar para el caso Malvinas con un enfoque político-militar que especificara los posibles cursos de acción”. 

La antesala de la cumbre de Nueva York también fue iluminada por ciertos comentarios periodísticos que pocos tomaron en cuenta. Por ejemplo, Jesús Iglesias Rouco escribió en La Prensa, el 7 de febrero: “Si Londres no se aviene a ceñirse a un cronograma, Buenos Aires se reservaría el derecho de emprender otras acciones. Ya adelantamos hace quince días que entre esas acciones no es descartable, ni mucho menos, la recuperación de las islas por medios militares.” 

También, en su columna de tapa “El frente exterior”, habló de la presentación de un “cronograma” de las futuras negociaciones” (documento “bout de papier” presentado el 27 de enero) que Londres debería aceptar. Además, hizo uso de todos los argumentos disponibles que acompañarían a la ocupación, según la visión del gobierno militar. Entre otros que facilitaría una solución a la negociación del diferendo del Beagle y ofrecería “ventajas de orden doméstico” que son “simplemente adicionales, pero no por ello menos interesantes para quienes detentan el poder”. 

El miércoles 17, las tapas de los matutinos argentinos anunciaron que el 25 se reanudarían en Nueva York las negociaciones con Gran Bretaña por las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur. Un vocero del Foreign Office adelantó que ningún acuerdo sobre las islas será concluido sin el consentimiento de sus habitantes. “Las Malvinas, una necesidad” fue el título de tapa de la columna premonitoria de Jesús Iglesias Rouco en la primera página de La Prensa del jueves 18 de febrero. “No resulta fácil saber” —escribió— “hasta qué punto el nuevo gobierno está dispuesto a actuar, con firmeza y decisión, en pro de la rápida recuperación de las Malvinas. [...] Lo menos que se les puede pedir a los gobiernos militares es que no vacilen ante ninguna eventualidad militar cuando se trata de cuestiones de soberanía.” 

Al hablar de “la medida de la necesidad argentina”, el “gallego” Iglesias Rouco, en aquel momento con el auxilio de influyentes fuentes en el Palacio San Martín, hizo un escaneo de las razones que decidieron a los militares a tomar la decisión del 2 de abril: 

“1) El aislamiento que padece el país en lo que se refiere a los esquemas de concertación política y estratégica de Occidente, provocado por su errática política exterior de los últimos treinta años, su progresivo debilitamiento interior y más recientemente, los métodos empleados en la llamada guerra antisubversiva, que han colocado a la Argentina en una especie de ghetto internacional; 

2) los resultados desfavorables del arbitraje sobre el Beagle, y ahora de la mediación papal, que supone una amenaza inminente para nuestra posición en el Atlántico Sur; 3) la penetración soviética en la zona, con la consiguiente preocupación norteamericana [...]. 

En síntesis: si la Argentina no obtiene inmediatamente un nuevo punto de apoyo en el Atlántico Sur corre el riesgo de verse excluida de todo lo que allí se cocine”. 

La instrucción que el canciller Costa Méndez le fijó a los diplomáticos que presidían la delegación argentina, para las reuniones con los británicos del 25 y 27 de febrero en Nueva York, fueron determinantes: La delegación “tendrá permanentemente el hecho que es objetivo nacional y permanente de la República, el reconocimiento por parte de Gran Bretaña de la soberanía argentina sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur, y que por lo tanto es crucial para el desarrollo exitoso del proceso negociador que las tratativas versen de manera esencial sobre dicho tema”. Previamente, el 27 de enero, el gobierno argentino le había entregado al embajador británico un “bout de papier”, “para transmitirle la propuesta argentina sobre establecimiento de un nuevo mecanismo de negociación”. 

Respecto de “la voluntad política del gobierno argentino de encontrar una solución pacífica y negociada a la disputa [...]. Dejará bien en claro que esa voluntad no puede mantenerse indefinidamente y sin que se concreten progresos sustanciales en la negociación y en su caso transmitirá a la delegación británica que se aproxima un momento de seria crisis en el proceso, precisamente por esa falta de progresos, que puede provocar la quiebra de dicha voluntad política. [...] La delegación argentina tratará durante la reunión de lograr de la contraparte una definición respecto a su voluntad política de negociar seria y profundamente sobre el tema de la soberanía y respecto a la iniciativa argentina adelantada al embajador británico el 27 de enero”. 

La delegación argentina estuvo integrada por los embajadores Enrique Juan Ros, Carlos Ortiz de Rozas y Carlos Lucas Blanco; el ministro Atilio Molteni; el secretario Domingo Cullen y el asesor de la Dirección Antártica y Malvinas de la Cancillería, Coronel (RE) Luis González Balcarce. La británica fue presidida por el ministro de Estado, Richard Napier Luce; el embajador británico en Buenos Aires, Anthony Williams; el jefe del Departamento América del Sur, Robert Fearn y los funcionarios del Foreign Office, Colin Bright, John Anthony Penny y Jeremy Creeswell. También fueron integrados a la delegación del Reino Unido los kelpers Lionel G. Blake y John Edgard Check. Las sesiones formales se realizaron los días 26 y 27 en las sedes de ambos países ante las Naciones Unidas y dos almuerzos de trabajo. 

Las conversaciones demandaron horas y fueron volcadas en un informe escrito de 36 carillas. Los temas volvían a reiterarse de otras reuniones y volvían a tratarse en todas esas horas. La cuestión de la soberanía de las islas debía ser el corazón del encuentro diplomático. Otro era el papel de los isleños en las tratativas, sobre si debían considerarse sus “deseos” (posición británica) o sus “intereses” (posición argentina). 

En un momento (26 de febrero a las 10 horas), Luce dijo que “los deseos de los isleños tiene prioridad absoluta”. Una condición inaceptable para los argentinos, ya que sólo deberían tenerse en cuenta “los intereses” de los isleños. Tal la letra escrita de la resolución 2065 de Naciones Unidas que dio origen a las negociaciones en la década del sesenta (presidencia de Arturo Illia). Los términos de los diálogos daban a entender la difícil posibilidad de un entendimiento. 

Ministro de Estado Richard Napier Luce, el principal negociador británico

LUCE: Los deseos de los isleños son de absoluta prioridad para nosotros. No debe haber cambios sin el consentimiento de ellos y el Parlamento [...] No tienen dudas sobre la soberanía británica. 

ROS: La Argentina no tiene duda alguna sobre sus derechos de soberanía. En el futuro debemos llegar a un “común entendimiento”. [...] Es esencial el elemento del reconocimiento de nuestra soberanía. Debemos tener en cuenta que dicho problema subsistirá mientras no se alcance una solución. En la Argentina existe una presión cada vez mayor al respecto [...] Y nada debe interpretarse en Buenos Aires que pueda llevar a inferir que se deja de lado la disputa sobre soberanía. 

LUCE: No creo que no nos estemos comprendiendo. Entiendo la sensibilidad especial pero también existe en nuestro Parlamento. Nuestro objetivo común es trabajar hacia la solución. 

ORTIZ DE ROZAS: No subestimo la sensibilidad de vuestro Parlamento, pero está más agudizado en la Argentina. 

También se habló de otros puntos contenidos del “bout de papier” presentado por la Argentina un mes atrás, sobre los que la delegación británica presentó dudas. Por ejemplo, sobre el lugar de reunión (de las próximas negociaciones); nivel (de las delegaciones); periodicidad de los encuentros (la Argentina proponía citas mensuales) y el plazo para alcanzar una solución dentro de las negociaciones (la Argentina pretendía un año). Además, consideraba muy especialmente la cuestión de “confidencialidad” de los temas tratados. “¿Cuánto les tomará una respuesta?”, preguntó Enrique Ros. 

LUCE: Yo volveré a Londres y recomendaré a mi gobierno, al señor secretario de Estado y a mis colegas ministeriales. Nos gustaría hacerlo lo antes posible. 

ROS: ¿Cuál es vuestra idea sobre un período de duración de un año? 

LUCE: La primera impresión es que si nos fijamos un tiempo preciso podría ser contraproducente. 

ROS: Hemos comenzado a negociar hace 16 años y hemos realizado poco progreso. Si en un año no conseguimos puntos comunes, qué sentido hay de continuar. Toda solución que pueda ignorar nuestra posición tradicional no será aceptable. 

LUCE: Debe ser tan comprensiva como se pueda. 

Palabras del embajador Enrique Ros durante las negociaciones

El 27 de febrero, cuando finalizaban los encuentros en Nueva York, en el matutino Convicción, de conocida vinculación con la Armada, y especialmente con el proyecto político de Eduardo Emilio Massera, apareció un artículo en el que se concluye que la toma de las Malvinas ayudaría a resolver el problema del Beagle, dado que fortalecería la posición argentina. “Están dadas todas las condiciones: tenemos un presidente decidido y un excelente ministro de Relaciones Exteriores. Si después de ganar la guerra sobre el terrorismo, recuperamos las Malvinas, la historia olvidará las estupideces económicas. La Argentina estará viva, consciente de su vigor y dispuesta a tomar un lugar en el mundo.” 

El 1° de marzo las delegaciones emitieron un comunicado conjunto en el que admiten que “las dos partes reafirmaron su decisión de hallar una solución a la disputa de soberanía y consideraron en detalle una propuesta argentina sobre procedimientos para lograr mayores progresos en este sentido”. En un momento de las conversaciones, el viernes 26 a las 16:10, el embajador Ros dijo: “El canciller Costa Méndez desearía el 1° de abril para su inicio” (de las reuniones). Y el ministro Richard Napier Luce, jefe de la delegación británica respondió: “1° de abril es ‘April Fool’s Day’ (Día de los Inocentes). De todas maneras, debo consultar con lord Carrington y a mis colegas. Contestaremos lo antes posible.” 

El embajador Enrique Ros informó al canciller Costa Méndez, después de las negociaciones: “La importancia de esta rueda de negociaciones está dada por el hecho de que por primera vez la delegación británica aceptó a su nivel el establecimiento de una Comisión Permanente Negociadora. [...] Las razones que habrían llevado a los británicos a aceptar el nuevo procedimiento de negociación propuesto se relacionan con el aumento de la presión diplomática argentina, su interés de que el conflicto no se agrave por la interrupción de los contactos entre ambos gobiernos. [...] Debe finalmente indicarse que la delegación [argentina] ha obtenido los objetivos fijados en las instrucciones en cuanto a que la propuesta argentina ha sido aceptada en los siguientes aspectos: Constitución de una comisión negociadora permanente cuyas reuniones tendrán la suficiente periodicidad para negociar la disputa de soberanía.” 

El embajador Ros se sentía satisfecho por los avances alcanzados en las reuniones de Nueva York, pero no era esa la sensación, ni el deseo, que reinaba en la mente del canciller Nicanor Costa Méndez. Solo así se comprenden las comunicaciones que se sucedieron después. La primera fue la llamada de Ros al ministro Guillermo González, uno de sus diplomáticos asesores, a quien el subsecretario, desde Nueva York, le comentó todo lo logrado en la cita con el embajador Luce. Luego de esa conversación, el asesor se comunicó con el embajador Gustavo Figueroa y le relató lo que había escuchado. Pocas horas más tarde, Figueroa llamó a González y le dijo: “Mañana subí al avión en el que llega Ros y decile que no diga una sola palabra. Ponelo en un automóvil y traémelo al Palacio San Martín”. Si Ros daba una versión optimista se caía —o entraba en abierta contradicción— el comunicado que daría el canciller Costa Méndez rechazando los logros de Nueva York. La decisión de ir a un enfrentamiento estaba tomada y no habría marcha atrás. 

Declaración unilateral del canciller Nicanor Costa Méndez

Horas más tarde, el canciller dejó en el aire al subsecretario Ros al levantar la confidencialidad tan reclamada de los ingleses. Años después, Margaret Thatcher diría que el gobierno argentino “violó los procedimientos acordados durante la reunión” a través del comunicado de Costa Méndez. “El único punto favorable que se obtuvo en la reunión de Nueva York fue el tácito reconocimiento inglés de que ‘la cuestión’ Malvinas incluía a las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur”, escribió meses más tarde en un informe secreto el almirante Jorge Isaac Anaya. 

El 2 de marzo, el canciller Costa Méndez dobló la apuesta: después de consultar a la Junta Militar, emitió un comunicado sosteniendo que “el nuevo sistema constituye un paso eficaz para la pronta solución de esa disputa (soberanía). Por lo demás, si eso no ocurriera, la Argentina mantiene el derecho de poner término al funcionamiento de ese mecanismo y de elegir libremente el procedimiento que mejor consulte a sus intereses”. El mismo día, el comandante en jefe del Ejército mantuvo un encuentro con el jefe de Operaciones del Estado Mayor, General Mario Benjamín Menéndez. En la reunión, Galtieri le comunicó que la Junta Militar está preparando la ocupación militar de las Malvinas y que la operación dependía de cómo evolucionen las negociaciones diplomáticas con Gran Bretaña. De llevarse a cabo la ocupación argentina, él sería designado gobernador de las islas. “Fue algo completamente inesperado, una gran sorpresa y me sentí profundamente emocionado. Si la ocupación militar se realizaba sería gobernador. No comandante militar, porque el gobierno no preveía la posibilidad de ninguna operación militar importante.” 

GALTIERI: Dígame, Menéndez, ¿cómo anda su inglés? 

MENÉNDEZ: Más o menos, señor. Igual que cuando lo acompañé en su viaje a los Estados Unidos. 

GALTIERI: Bueno, repáselo. Le hará falta. 

MENÉNDEZ: ¿Por qué? 

GALTIERI: Hemos tomado la decisión de recuperar militarmente las Malvinas y la Junta aprobó mi propuesta de que usted se haga cargo de la gobernación militar de las islas. 

Sorprendido por la noticia, el jefe militar, entre otras cuestiones preguntó: “Después que recuperemos las islas, ¿cuál cree que será la reacción británica?”.

Como toda respuesta, Galtieri afirmó: “Ese no es problema suyo”. 

El General Luciano Benjamín Menéndez y el Contraalmirante Edgardo Otero en Malvinas

Cuando tomó conocimiento de los comentarios periodísticos y los informes del embajador Anthony Williams desde Buenos Aires, Margaret Thatcher, el 3 de marzo, consignó en un cable a Buenos Aires: “Debemos adoptar planes de emergencia”. Sin embargo, dijo años más tarde, “a pesar de mi inquietud, no esperaba nada parecido a una invasión, pensamiento coincidente con la evaluación más reciente de nuestra inteligencia”. Aprovechando que estaba en Nueva York, el embajador Richard Napier Luce viajo a Washington y logró hablar con el subsecretario de Estado para Asuntos de América Latina, Thomas Enders, que en pocos días más emprendería una visita a la Argentina y Chile. En la conversación, el funcionario británico le solicitó que durante sus entrevistas en Buenos Aires transmitiera un mensaje de tranquilidad en torno a la cuestión de Malvinas. 

Sin embargo, la Junta Militar relatará en su informe final que el 8 de marzo, durante la visita a Buenos Aires del subsecretario de los Estados Unidos para Asuntos Latinoamericanos Thomas Enders, el canciller y Enrique Ros conversaron sobre la cuestión de las Malvinas: “El Sr. Enders, que como hemos visto había sido informado por Luce en Washington, manifestó que a Estados Unidos no le inquietaba el tema Malvinas y que la posición de su país en el tema era de hands off (expresión que utilizó). A pesar de que se tenía conocimiento de que Gran Bretaña al parecer había pedido a Enders tratar sobre este tema con la Argentina, este no formuló manifestación alguna en Buenos Aires en relación a la posición o [los] pedidos británicos”. 

Síntesis del gobierno argentino sobre la visita del Subsecretario de Estado para Asuntos de América Latina de los Estados Unidos Thomas Enders

El informe de la Junta Militar no relata toda la secuencia. Entre los papeles que tenía Enders durante su visita se sostenía que, en cuanto al problema de Malvinas, la posición estadounidense era una sola: “Los Estados Unidos mantienen en esta cuestión una estricta posición de neutralidad entre Gran Bretaña y la Argentina y ambos países deben continuar resolviendo sus diferencias a través de negociaciones diplomáticas”. A pesar del escaso interés del Departamento de Estado, tanto Costa Méndez como el presidente Galtieri prestaron especial atención sobre la cuestión y con mayor profundidad lo hizo Enrique Ros, durante una exposición en el Salón Verde de la Cancillería. Sin embargo, el diálogo no terminó en esos encuentros. Por la noche del 8 de marzo, durante una cena que ofreció el embajador Harry Shlaudeman en su residencia, Costa Méndez reiteró el problema de Malvinas. Cómo habrán sido los interrogantes que invadieron a Enders, que este atinó a preguntar: 

—Por tanto, ¿no habrá guerra? 

—No habrá guerra —respondió Costa Méndez. 

—¿Seguro? 

—Absolutamente seguro. 

Nicanor Costa Méndez no decía toda la verdad. Años más tarde, el ex embajador y ex canciller Bonifacio del Carril contó que entre el 9 y 10 de marzo de 1982 —es decir, horas después de los encuentros del canciller con Enders— mantuvo una entrevista con Costa Méndez en su despacho. Lo sorprendió ver tantos mapas de los mares del Sur desplegados. Luego de dialogar sobre el tema que lo había llevado hasta ahí y cuando se estaba despidiendo, el canciller le dijo: 

—Con todos los líos que tengo, ahora se viene el de los chatarreros. 

—¿Qué chatarreros? —preguntó Del Carril. 

—Unos que van a las Georgias —respondió su amigo el canciller. Y luego de unos segundos, en voz baja, agregó: dentro de un mes tomamos las Malvinas.

 

Fuente: https://www.infobae.com

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