En 1982, Juan Alberto Matsumoto tomó el lugar de un compañero que tenía familia y fue a la guerra. Ocho años más tarde ganó una beca, viajó a Japón, se enamoró, se casó y hoy es profesor universitario allí. Su recuerdo de Malvinas, la nostalgia de la tierra donde aún vive su padre, pero a la que sólo vuelve “de vacaciones” y una detallada descripción de la sociedad, la economía, la vida cotidiana y la inserción de un extranjero en el país que lo adoptó.
Por Hugo Martin
Alberto Matsumoto y su esposa Riko el 1° de enero de 2020, justo antes de la pandemia
En los primeros días de abril de 1982, Alberto Matsumoto tenía 19 años y era soldado conscripto en el Regimiento VI de Infantería de Mercedes, provincia de Buenos Aires. Dice ni lo pensó: tomó el lugar de un compañero que tenía familia y se sumó al listado de aquellos que irían a combatir a las Malvinas. Su voz, hoy, llega clara y bien argentina desde su departamento de Yokohama, Japón. Hace 31 años que dejó nuestro país y su relato emociona. “¿Por qué lo hice? Todos estábamos eufóricos, cantábamos la Marcha de Malvinas. Ninguno sabía lo que iba a pasar. Y cuando estuvimos ahí, la verdad, tampoco teníamos demasiada información. Lo que sí sabíamos es que teníamos frío y hambre”.
Matsumoto es nikkei (hijo de japoneses), nació en Escobar en 1962 e hizo la primaria en la Escuela N° 38, donde. recuerda preciso, “un tercio éramos descendientes de japoneses”. Hoy es director de la Consultora Idea Network, Profesor de Español en la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad de la Prefectura de Shizuoka; de Economía y Derecho Latinoamericano y de Sociedad Latinoamericana y Problemas Jurídicos en la Facultad de Derecho de la Universidad Dokkyo, entre múltiples actividades. Pero dice que Malvinas, aún pasado el tiempo, “es un recuerdo recurrente, pero no tan traumático para mí como se suele describir en algunas notas que aparecen de tanto en tanto. Estuve desde el 13 de abril hasta el 18 de junio, porque cuatro días fui prisionero. En los últimos días tuvimos muchos bombardeos de los ingleses, aunque no llegamos a entrar en combate directo, cuerpo a cuerpo”.
En la escuela N° 38 de Escobar
“La experiencia fue dura -añade-, pero ya era estudiante universitario, estaba en la UBA. Después me pasé al Salvador, en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales y seguí estudiando. Al año siguiente que terminé la carrera gané la beca para venir a Japón y desde entonces estoy aquí. Es decir, siempre me mantuve activo y ocupado. Eso me permitió asumir esa experiencia. Claro que cada vez que me entero que un muchacho se quitó la vida, o falleció por descuidos en la salud, me entristece. Deberían estar bien y activos. Los años posteriores ayudé a una fundación para que la reinserción social de mis compatriotas no fuera tan traumática, por ejemplo, en buscar trabajo. Incluso hice gestiones ante el ministerio de Defensa para que hubiera una ley que ayude a los ex combatientes. No fue mucho lo que pude hacer”.
Lo que no hace es olvidar: “Hay que canalizar esa
experiencia de la forma más positiva posible, porque si no se hace muy duro
pensar que fue en vano que 649 hombres hayan ofrendado su vida en esa guerra
por defender lo que es nuestro. Nosotros, los que hemos regresado, somos los
que tenemos la responsabilidad de canalizarlo en forma positiva para la
sociedad argentina”.
En el Regimiento VI de Infantería de Mercedes
Matsumoto suena como si aún viviera acá. Pero se fue en 1990 después de recibirse en la Universidad del Salvador y ganar una beca del gobierno de Japón, que le hizo obtener, en 1997, la Maestría de Derecho Económico y Laboral en la Universidad Nacional de Yokohama. Está casado con Riko y no tiene hijos, y cada dos o tres años viene a visitar a su padre a Escobar, que tiene 85 años. Este 2020 debería haber viajado, pero la pandemia por el COVID-19 puso en pausa al mundo. En Japón, cuenta, "se manejó bastante bien. A finales de enero, cuando llegó el crucero Diamond Princess a la costa hubo muchas críticas. Pero en ese mes y medio se prepararon los hospitales y las salas de terapia. Y si bien es una situación nueva y desconocida y dentro del gobierno y el comité de expertos hubo desacuerdos y opiniones diversas, las cosas no se fueron de control.
¿Hubo una cuarentena estricta?
-No hubo un lock down total por parte de las
ciudades, municipios y prefecturas. El gobierno nacional declaró una situación
de emergencia sanitaria, pero fue un pedido de colaboración para que la gente
se abstuviera en lo posible de salir de la casa, pero no estaba prohibida la
circulación ni el movimiento general. De todos modos, hubo una reducción muy
grande de la actividad económica. Hoy ya hay clases en las escuelas, donde hay
poca cantidad de alumnos en las universidades ya hay clases presenciales. Yo di
clases de español en Shizuoka. No estamos impedidos de ir de un lugar a otro.
El gobierno ha dado un montón de estímulos y bonos para que las personas puedan
viajar y usar esos descuentos en hotelería, gastronomía y tickets para
reactivar las economías de las zonas turísticas.
Desfile del 9 de julio de 1982 en Escobar, con sus compañeros veteranos de Malvinas. Matsumoto, el único de traje y corbata
¿Y cómo se ve lo que sucede ahora en la Argentina?
-No hay una mirada sobre Argentina en sí. Acá los medios dieron una gran manija primero a Italia, después a España, y ahora ven el caso de Brasil, sobre el que se hace algún reporte. La imagen de América Latina es, entonces, la de Brasil o a veces Perú. Eso sí, cuando ven las protestas que se hacen sin usar tapabocas, acá se horrorizan. Creo que el tema es mantener ciertas pautas sanitarias básicas. Porque cuando se controla tanto, cuando se prohíbe tanto, después de seis meses la gente se cansa y se desmadra todo. Y los organismos de control ya no pueden controlar más. Eso pienso que pasa en nuestra región.
¿Por qué te quedaste a vivir en Japón?
Mi primera experiencia en la facultad de Tsukuba no
fue tan buena. Pero me cambié de facultad, hice la maestría en Yokohama y
bueno, me casé, por eso me radiqué en Japón… Ese proceso inicial de ensayo y
error me duró cinco años.
En marzo del 2012 estuvo en Malvinas. Aquí, en el cementerio de Darwin
¿Fue muy distinto tu noviazgo a lo que hubiera sido acá?
Si bien ella es japonesa, en esos momentos trabajaba en la embajada de Ecuador en Tokio, había estado tres años en España y conocía nuestro idioma y un poco nuestra forma de ser. En ese sentido, incluso la relación con mis suegros fue bastante amena. Además, nos casamos muy rápido. Nos conocimos, noviamos y en seis meses ya estábamos en el Registro Civil de la municipalidad (ríe). Así que mis suegros ni siquiera tuvieron la posibilidad de oponerse... Yo tomé la iniciativa de todo y fue bastante rápido y armónico. Gracias a Dios, con ellos mantuve una relación muy buena. Lamentablemente mi suegro falleció hace seis años, y mi suegra en estos momentos está internada en un geriátrico con síntomas bastante avanzados de demencia senil. Mantuve una relación, digamos, como la que nos gusta tener en la Argentina… Allá reunirse, hacer un asado, festejar el cumpleaños, es bastante más asiduo. En Japón no lo es tanto, a los suegros se los va a saludar el 1 de enero por ser el año nuevo. Yo mantuve una pauta más argentina, le llevaba flores a mi suegra en los cumpleaños, en el día de la madre los llevaba a almorzar o cenar en un restaurante. Y ellos lo disfrutaban mucho. O yo iba a su casa y me quedaba a tomar el té, como nos gusta, esa sensación de familiaridad. Y no me ha ido nada mal. En las generaciones más jóvenes no hay tantos prejuicios ni barreras de tradición como antes. Se acercan más al mundo occidental o latino. Pero claro, siempre manteniendo cierta distancia prudencial y de respeto que acá son importantes.
¿Cómo fue tu inserción en la sociedad japonesa?
Hace 30 años para un extranjero buscar trabajo e
integrarse no era tan fácil, No había información ni siquiera en inglés, o muy
poca. Hoy en día es mucho más accesible, hay más permisividad, voluntad y buen
trato incluso a los extranjeros en general, pero principalmente a los que
tienen estudios universitarios y posgrados. El año pasado hubo 310 mil
estudiantes extranjeros registrados y matriculados en Japón en distintas
universidades, la cifra más alta histórica. Y todos los años, entre 20 y 30 mil
jóvenes extranjeros con título se insertan laboralmente.
Alberto Matsumoto junto a su mujer y sus suegros, en 2012
¿Es sencillo?
Es un trabajo que hay que hacer. Se debe tener paciencia y entender los valores que tienen los japoneses y como los implementan. No es cuestión de leer un manual y aplicarlo. Es un proceso de aprendizaje diario en la convivencia y uno mismo debe hacer un esfuerzo para comprender y dejarse ayudar, para que ellos también puedan tener su participación en ese trato. Si bien en Tokio, Yokohama, Osaka o Nagoya hay presencia de extranjeros, para el japonés común no es usual tener trato en el día a día o de vecinos, por ejemplo.
¿Cuáles son esos valores?
Son aquellos que están grabados dentro de esta sociedad. Aún con los cambios que se producen, hay una jerarquización en el trato hacia las personas. No solo hacia los mayores, sino si tienen un cargo, si es un profesor, o un maestro. Uno debe saber ubicarse en cada lugar y situación para no ser irrespetuoso. Se puede ser simpático, pero también hay que ser cauto, mucho más si es una relación inicial. Ser más humilde, tratar que la otra persona pueda entender cuál es la intención de alguien en querer relacionarse con un japonés. No es algo muy difícil, son pautas. Y tampoco es que sean tan cerrados como uno puede pensar. Al contrario, si uno logra su confianza y credibilidad, aquí tiene muchas posibilidades. Y ellos también necesitan la presencia de extranjeros, quieren conocer cómo pensamos, cómo actuamos, por qué a veces actuamos de una manera que para ellos es inentendible. En ese sentido hay muchas diferencias con la Argentina. Además, hay ciertas modalidades y formalidades en la relación y la comunicación con los japoneses. Hay que ir cultivando esa relación, que puede terminar en una buena amistad. Pero la manera en que se manifiesta esa amistad es muy diferente al mundo argentino o latino.
¿Pero te conoces con tus vecinos, por ejemplo?
Yo personalmente, por mi forma de ser, me conozco con la señora que atiende en la tienda de conveniencia, el 7 Eleven, en la tintorería, en algunos bares o restaurantes de la zona, porque vivo hace más de 20 años aquí. Pero no es tan familiar o ameno como puede ser un barrio de Buenos Aires. Y el otro tema es que, por ejemplo, yo vivo en un edificio de tres pisos, donde hay 18 departamentos, y salvo con una o dos familias no nos conocemos. Los jóvenes se mudan muy seguido, hay una movilidad muy importante. En este tipo de grandes ciudades es muy difícil tener una relación con los vecinos.
Matsumoto en Yokohama. Hace 31 años se fue a Japón
¿Dónde vivís?
En la ciudad de Yokohama, a 25 kilómetros del centro de Tokio. Pertenece a la prefectura o provincia de Kanagawa. Es una ciudad grande, tiene 3.700.000 habitantes, son barrios con muchos edificios. Yo vivo en una zona más residencial, no de edificios torres, pero sí de 15 pisos, como si fueran monoblocks para clase media o media alta. Yo acá soy clase media. Los que vivían desde antes, que tenían un terreno, pueden tener una casa con un pequeño jardín. Pero por la alta densidad que tiene Tokio y este conurbano, la propiedad es muy cara. principalmente la tierra. Las casas son más pequeñas, y sólo pueden tener garaje para un vehículo. Y no sé si saben, pero aquí el que no tiene un garaje no puede comprar coche. Es una regulación que existe a nivel país.
¿Cómo es eso?
Claro, el que va a comprar un coche debe demostrar, con un comprobante, que en su vivienda tiene un garaje, y si es un departamento alquilado, que tiene un parking o lugar para guardarlo. Y la policía local va a constatar que es así, con eso puede comprar un vehículo.
¿Cuánto gana en promedio un japonés?
Según las estadísticas, en promedio unos 40 mil
dólares. Sin embargo, en realidad esa cifra no representa lo que realmente se
gana en las grandes ciudades. Yo considero que es de 50 o 55 mil dólares. Pero
una cosa es la gente que vive en Hokkaido, al norte, o aquí en Tokio. Y otra en
Okinawa, al sur, donde es mucho menor el ingreso. Allí el promedio será de 30
mil dólares.
En una estación de subte cercana a Tokio
¿Es fácil ahorrar?
Sí, como hay mucha estabilidad económica, se puede ahorrar. Los intereses que el banco da son mínimos, pero la estabilidad y la misma economía lo hacen posible. En sí, los japoneses son de ahorrar bastante. Incluso las generaciones jóvenes. Pero claro, eso depende de cómo uno quiera vivir. El margen de ahorro ahora es un poco menor en comparación de las décadas anteriores. Y la principal razón es que en los últimos 10 o 15 años no hubo mucho aumento del salario. Pero claro, al estar en deflación y al haber tanta estabilidad es más difícil que los haya. Las grandes empresas que han tenido beneficios sí han pagado salarios elevados con bonificaciones, como un aguinaldo. Han sido generosas. Aunque supongo que ahora, con la pandemia, eso quedará reducido a su mínima expresión.
¿Cuánto cuesta una casa?
Depende de la zona. En Tokio y Yokohama la
propiedad es muy cara. Estará entre 400 y 600 mil dólares. Acá se suele hacer
un crédito hipotecario a 25 0 30 años, entonces uno trabaja toda su vida para
pagar esa hipoteca. Y si es conveniente comprar o alquilar dependerá de cómo
cada uno planee su familia, la composición familiar, porque de por sí acá la
cantidad de niños es bastante baja, de 1,35 hijo por pareja. Y lo que es
alquiler, seguridad social, impuestos, van sumando.
En el subte, de Yokohama a Tokio
¿La paternidad se planea en forma muy minuciosa?
No es tan así. Las japonesas están bien informadas de los costos que implica tener un hijo. El tema es, como familia, cómo mantener los gastos de la hipoteca y la educación. Acá es cierto que la educación es gratuita, pero hay un montón de costos adicionales, aun siendo la escuela pública, que deben ser asumidos por los padres. Desde luego, si es una familia de muy escasos recursos, con ingresos muy bajos, de 20 o 15 mil dólares para abajo, y tienen dos o tres chicos, el Estado ofrece subsidios y ayuda. Pero aún para una clase media o media alta, si uno quiere vivir con las comodidades que ofrece la civilización de hoy, se hace difícil tener muchos chicos. Esto se viene dando desde hace 25 o 30 años. Cuando vine a Japón ya se hablaba de estos temas. Y desde el 2004 la tasa de fecundidad comenzó a bajar. Si esto sigue, de los 126 millones que somos ahora, en 25 años seremos 100 millones o tal vez un poquito menos. Como toda sociedad, en algún momento se encontrará el punto de equilibrio. Las distintas medidas de apoyo a la familia, a la crianza, a la educación de los hijos con programas de ayudas y subsidios no han dado los resultados esperados. Eso significa que también el estilo de vida de las últimas generaciones ha cambiado mucho. Y hasta que no se revierta esa conciencia, la tendencia seguirá.
¿Tuviste muchos llamados desde la Argentina para averiguar cómo radicarse en Japón?
Si. En estos días me ha escrito gente amiga preguntando si hay trabajo. Gente que tiene estudios, con bastante formación y experiencia. Y no nikkeis, como era yo. Personas que conozco desde hace años. Pero para alguien que no tiene ningún tipo de relación con Japón, o no tiene un muy buen manejo del inglés es muy difícil obtener un contrato de trabajo. Y sin ese contrato no podrá tener un visado. Algunos dicen “me mando como turista y una vez allá obtengo el visado”. Eso es casi imposible. Y por supuesto mucho menos ahora, en la pandemia. En líneas generales hay que estar atentos, porque hay bancos de datos donde ciertas empresas con transacciones internacionales quieran contratar extranjeros con ciertos conocimientos y experiencias. Pero la contratación de extranjeros calificados está mucho más abierta que hace 20 o 30 años, hay que hacerlo muy bien, por medio de una agencia o gente de confianza y la garantía de que le tramiten el visado de trabajo.
¿Qué sucede si alguien dice “me voy, aunque sea a trabajar en una cafetería”?
Hay un visado que se llama “working holiday”. Japón
y la Argentina tienen este convenio de reciprocidad y esto ha funcionado
bastante bien. Creo que hay un cupo de 200 o 250 personas al año. En el 2019
vinieron muchos argentinos con ese visado. Es más, de intercambio cultural,
pero permite trabajar part time en cafeterías, o enseñando inglés o español o
cualquier tarea. Pero lo fundamental es el intercambio cultural, idiomático o
de aprendizaje y no el trabajo en sí. En ese sentido, para un empleado raso
tomarse un vuelo y venir acá es imposible. Por eso digo, sin un contrato previo
no creo que alguien tenga chances de permanecer en Japón como empleado o
trabajador.
Visita a Buenos Aires: a punto de devorar una milanesa.
¿Qué es lo mejor de vivir en Japón?
¡Qué pregunta difícil! En Japón vivimos 126 millones de personas en una superficie como la provincia de Buenos Aires, aunque si se toma la superficie habitable es un poco menos que la provincia de Santa Fe. Por lo tanto, acá se hace necesario que la gente respete, tenga orden y disciplina social. Y a mí me gusta mucho que la sociedad tenga esos parámetros. No hay mucho ruido: los turistas extranjeros se asombran, aun estando en Tokio, en las avenidas principales me dicen “qué silencio”. O preguntan por qué no hay basura en el piso, y les respondo “porque la gente no ensucia”, tan simple como eso. Por eso no hay barrenderos en las calles, sólo servicio de limpieza para los edificios.
¿Hay seguridad?
Sí, es una sociedad sumamente segura. Por supuesto
que delincuencia, asesinatos y hechos bastante desagradables, pero en un año
los homicidios registrados rondarán los 500 o 600. Hoy por la mañana leí que en
Brasil el año pasado tuvieron 48 mil homicidios. Eso los japoneses no lo pueden
entender. Ya tener 600 para ellos es mucho. Por eso, para las personas que no puedan
cumplir con demasiados requisitos o exigencias, vivir en Japón puede ser un
poco duro. Debemos pensar que la población siempre está sometida a terremotos y
tifones, fenómenos naturales muy fuertes que causan daños. Siempre han tenido
que lidiar contra la naturaleza, pero se han levantado. Pueden enojarse y
protestar, pero saben que al día siguiente tienen que seguir poniendo el lomo.
Ahí se ven muestras de solidaridad, cooperación y ayuda mutua que, aunque han
cambiado algunas pautas, son elementos que están impregnados en la sociedad
japonesa.
El año pasado, con su papá de 85 años en su casa de Escobar. Los palitos para el arroz, y el mate. Toda una definición.
¿Y sentís nostalgia de la Argentina?
¡Claro que sí! Y no importa en qué momento del año. A veces extraño el fuego de un asado, del carbón, de la carne… Son imágenes que uno va teniendo a medida que pasan los años. Pero otra cosa es regresar definitivamente para vivir otra vez en la Argentina. Yo tengo 31 años en Japón y partí de Buenos Aires a los 28 años. O sea que tengo más vida aquí que en el país donde nací. Me sería muy difícil regresar en este momento. Acá tengo familia, tengo una suegra que debemos cuidar. Así que por el momento sólo pienso en regresar de vacaciones, como suelo hacer cada dos o tres años. Ojalá el año que viene podamos tener intercambio de vuelos y en el segundo semestre estar por un mes en Buenos Aires. Tengo a mi padre allá en Escobar, que no está mal, pero está decaído con lo que sucede con la pandemia, de no ver a sus amigos y necesita la compañía de nosotros.
Sos profesor e imagino que alguna vez hablarás de la Argentina con tus alumnos. ¿Qué les sorprende de nuestra forma de ser?
Yo les hablo más que nada de cómo son las leyes en América Latina. Cuando les digo que nuestras Constituciones tienen 200 artículos preguntan “¿por qué tantos?”. La constitución japonesa tiene poco más de 100, y muy simples. Y en la vida cotidiana no se judicializa todo. Los juicios son muy pocos en comparación con nuestros países o los Estados Unidos. ¡Ahí está! mis alumnos japoneses se asombran de la plata y el tiempo que perdemos en hacer juicios.
Fuente: https://www.infobae.com
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