Introducción
El
2 de abril de 1982 la Junta Militar de la Argentina decidió recuperar las islas
ubicadas en
el Atlántico Sur en poder de Inglaterra. El inicio de la Guerra de Malvinas, su
transcurso y desenlace produjo un debate al interior del catolicismo local.
Las
posturas de las autoridades militares difirió del camino que adoptó el Vaticano
y el Episcopado
argentino, produciéndose una situación difícil de resolver para los distintos
sectores del tradicionalismo católico[1],
que veían en el fracaso del Proceso de Reorganización Nacional un posible avance
de la “subversión” y un desenlace precipitado hacia la transición democrática.
El
conflicto del Beagle con Chile ya había mostrado estas diferencias, con la
salvedad de que el mismo no había alcanzado la salida armada.
En
el presente artículo nos proponemos indagar los posicionamientos de los tradicionalistas
católicos ante el conflicto bélico, tanto de los obispos miembros del
Episcopado, de las autoridades del Vicariato Castrense, quienes compartían un
imaginario bélico común con las Fuerzas Armadas desde hacía décadas, como de
los grupos laicos.
En
la primera parte reflejaremos las posturas de los tradicionalistas al iniciarse
el conflicto, sus diferencias internas como las mantenidas con el sector
mayoritario de la jerarquía católica. En la segunda observaremos las reacciones
ante la visita papal y la búsqueda de solución pacífica del conflicto impulsada
por el Vaticano y seguida por el Episcopado. Por último, nos detendremos en el
debate abierto luego de finalizada la guerra entre dos posiciones contrapuestas
al interior de los grupos estudiados.
A
lo largo del trabajo utilizaremos publicaciones periódicas de los grupos
católicos, documentos oficiales emitidos por la Conferencia Episcopal Argentina
(CEA), como prensa periódica de circulación masiva.
Este
caso particular nos permitirá desagregar la heterogeneidad que existió al
interior de un sector del catolicismo al que generalmente se lo percibió como
un bloque homogéneo y sin diferencias internas, “aliado” y “cómplice” de la
última dictadura militar argentina.
Inicio
y desarrollo del conflicto armado
Al
iniciarse la contienda bélica, el Proceso se encontraba en una pendiente
descendente en su aceptación frente a una porción importante de la sociedad.
Los grupos tradicionalistas no estaban al margen de las críticas a la Junta
Militar, pero sus quejas, en algunos sectores más marcadas que en otros, corría
por andariveles disímiles al resto de los sectores insatisfechos. Sin embargo,
la sorpresiva ocupación del archipiélago significó para gran parte de los
tradicionalistas una renovación de expectativas respecto al futuro del Proceso.
A
diferencia del conflicto por el canal del Beagle, la reivindicación de la
ocupación de las islas
Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur[2]3
gozaba de un gran respaldo popular, no siendo el “enemigo” a vencer un país
vecino, sino una antigua potencia colonialista como Inglaterra, con quien se
arrastraba desde 1833 el conflicto por la soberanía sobre los archipiélagos del
Atlántico Sur: “mientras que el conflicto con Chile en 1978 era un componente
del nacionalismo de los nacionalistas, la redención de las islas australes lo
era de los argentinos en general (…)”[3].
Hacia
el interior de los tradicionalistas, sin duda era el grupo nucleado en torno a
la revista Cabildo quién más había levantado las banderas de la recuperación de
las islas[4].
Como
señala Saborido (2005:259) “al producirse la invasión de las islas Malvinas,
todas las críticas al Proceso que habían arreciado durante los meses anteriores
quedaron en suspenso. El acontecimiento se vislumbró como una oportunidad para
que se hallara el camino correcto”.
Para
Cabildo la inesperada invasión significó posiblemente el momento de mayor esperanza
y euforia desde su aparición. Ni el golpe militar de marzo de 1976 había producido
tantas expectativas como el 2 de abril de 1982:
“Es
un gesto cuasi fundacional. La sangre derramada en las Malvinas, la sangre argentina,
es un agua lustral: estamos al comienzo de todo, por lo mismo que hemos restablecido
la vinculación perdida con lo mejor de nosotros mismos. Somos, seremos dignos
de nuestra mejor tradición”[5].
Además
de mostrarse embarcados en esta gesta, dejaban en claro que “… un mal pacto
ante cualquier foro internacional, ante cualquier mal aliado o ante cualquier
enemigo, ha de arruinarla por generaciones. La soberanía sobre las Malvinas no
se puede perder sino por la suerte desgraciada de las armas”[6].
No
se trataba solamente de recuperar la soberanía sobre las islas, sino de hacerlo
por vía de las armas.
La
“gesta de Malvinas” representaba para el Proceso volver a punto cero, dándole
una nueva legitimidad con la que no contaba hasta el momento y la posibilidad
de desandar pasos mal dados y que habían valido tan duras críticas por parte de
la publicación:
“…
la situación interna se ha revertido en 180 grados y hoy el Proceso dispone de
un nuevo espacio político impensable días y horas antes. Se puede decir, a la
vista de este clima triunfante en que se mueve el gobierno y de las inmensas
expectativas que ha abierto, que ha refundado el Proceso al otorgarle una nueva
legitimidad, al proponerle nuevos objetivos, al disponer de nuevas
perspectivas. Es como si se hubiera penetrado en el túnel del tiempo para
regresar a seis años atrás”[7].
Desde
el 2 de abril se retomaba el “verdadero” camino, no el del liberalismo sino el
de la “cruz y el sable”. Antonio Caponnetto en un artículo titulado “Soberanía
o Muerte” reflejaba de manera más clara la evocación de la “Nación católica” y
del “Ejército cristiano”, que Loris Zanatta (1996) remite su origen a la década
de 1930, y que encontraba en Malvinas una nueva oportunidad para consolidarse:
“El
gesto ejemplar del Operativo Rosario nos revela, nos demuestra y nos convoca a reconocer
los verdaderos gestos soberanos. La Patria es a Cruz y Sable; es Fe y Milicia;
Fortaleza heroica y lealtad a Dios. Es vísperas de combate, vigilias a la intemperie
y alegría de bandera izada. No es urna, voto, sufragio y apostasía”[8].
Sin
embargo, a pesar de que “lo mejor que le pasó a la Argentina pasó el dos de
abril de 1982”[9]10
también era necesario encender luces de alarma. A pesar de volver a recuperar
la legitimidad perdida, el Proceso “¡se vuelve a equivocar!”, ya que convocaba
a un amplio arco de dirigentes partidarios para la asunción como nuevo gobernador
de las islas Malvinas de Mario Benjamín Menéndez y para realizar misiones
diplomáticas en diferentes países con el objetivo de explicar las razones de la
invasión[10].
A
pesar del reparo por la presencia de la “partidocracia”, la invasión
representó, como dijimos, el punto de esperanza más alto desde los inicios del
Proceso.
Con
las mismas ilusiones, Ciudad Católica saludó la invasión[11].
En su editorial de abril y bajo el título de tapa “Las Malvinas son católicas y
argentinas”, avizoraba también que se iniciaba una nueva etapa:
“Para
nosotros esta gesta de 1982 sobrepasa nuestros cálculos humanos. Es inicio de algo
más grande. Seremos, pues, cabeza de puente de una gran resurrección: la de la Cristiandad.
El contrataque mariano hace sonar sus toques de atención. Por eso, quisiéramos
que las Islas sean nuestras y bien nuestras porque fueron consagradas a Nuestra
Señora de la Resurrección”[12].
Aunque
sin contraponerse, Cabildo resaltaba la recuperación de las islas como un gesto
de soberanía nacional sobre una potencia colonialista, mientras que Ciudad
Católica lo hacía como una conquista del catolicismo hispánico sobre el enemigo
protestante: “Así como España forjó su nacionalidad en la lucha contra el
Islam, Hispano-América se va conformando a través de un sórdido enfrentamiento
contra el Imperio Inglés (…) Hispanoamérica se pone de pie para respaldar a la
Argentina en la guerra contra la monarquía protestante”[13].
Si
bien las expectativas obtenidas con la invasión son puestas en lugares
distintos, para Ciudad Católica el empleo de las armas para conseguir el
triunfo era una posibilidad, aunque no la única:
“Si
es por la fuerza (todavía esperamos que no sea necesario) estamos tranquilos porque
nuestras FFAA han demostrado su capacidad y exactitud en la realización de los
objetivos. Si es por la diplomacia, la nuestra está más que a la altura de los acontecimientos”[14].
Estas
diferencias respecto a los caminos que debía adoptar la Junta Militar para
recuperar lo que consideraban un reclamo histórico, fueron más pronunciadas en
el caso de Tradición, Familia, Propiedad (TFP)[15].
A
los diez días de iniciado el conflicto, TFP publicaba una solicitada donde
dejaba sentada su posición, apartándose de los posicionamientos del resto de
los grupos tradicionalistas:
“Si
bien el acto de soberanía territorial sobre el archipiélago es importante, muchísimo
más importante es la supervivencia de todo el país como una nación independiente
del influjo y aún de la tiranía comunista. La cuestión comunismo/anticomunismo
es infinitamente mayor que la cuestión de las Malvinas”[16].
En
el marco de la Guerra Fría, TFP no estaba dispuesto a poner en riesgo la
soberanía nacional en manos del que consideraban el enemigo más peligroso: el
comunismo bajo el liderazgo de la Unión Soviética. Si la Argentina aceptaba la
ayuda del bloque comunista y los Estados Unidos inclinaba su apoyo por
Inglaterra, quedaría entonces del lado equivocado dentro del esquema del mundo
bipolar.
Hasta
el envío de tropas británicas a las Malvinas, las especulaciones sobre los
apoyos internacionales tuvieron un papel trascendente. Las autoridades del
Proceso previeron que, ante el hecho consumado de la ocupación del
archipiélago, los Estados Unidos o no intervendría o apoyaría una alianza con la
Argentina[17].
Los
inusitados apoyos internos ocurridos luego del 2 de abril, también pusieron una
señal de
alerta, y daban más argumentos para rechazar la invasión:
“Es
sintomático que hasta los terroristas ‘montoneros’, por boca de Mario
Firmenich, hayan apoyado al gobierno (…)”[18].
Por lo tanto, era imperioso el camino de la diplomacia para evitar la guerra:
“Es
necesario agotar todas las vías nobles y honestas que se nos presenten para
llegar a un acuerdo con el gobierno de los “conservadores británicos”, tan
odiados por los “montoneros”, que salve nuestros derechos, pero sobre todo
preserve a la Argentina del comunismo (…). Si nos atrevimos a enfrentar a
Inglaterra por amor a las Malvinas, ¿no nos atreveremos a rechazar las
solicitudes de Rusia por amor a Dios?”[19].
Dos
semanas después del desembarco, sesionó la Asamblea Plenaria de la CEA[20].21
En el primer día los obispos también consideraron necesario advertir al
gobierno contra “la presencia de Rusia”[21].
Concluida
la reunión, la CEA sentó su posición a través del documento “Exhortación a la paz”.
En la misma tesitura que el Vaticano, manifestaban “la preocupación de una
guerra de consecuencias imprevisibles (…) Por eso los obispos reiteran a los
fieles: sigamos construyendo la paz para ganar la paz”, y ésta “se la ganará en
la mesa de las negociaciones”[22].
En
boca de los obispos, la paz no era necesaria solamente para alejarnos de una
alianza con la Unión Soviética, sino para que “dos pueblos cristianos, a pesar
de sus divergencias, lleguen a ser pueblos hermanados que encuentren caminos
conducentes a una solución pacífica”[23].
Sin
embargo, algunos obispos tradicionalistas se diferenciaron del planteo. Antonio
Plaza, con posturas similares a las de Cabildo, sostuvo que “la Argentina no
puede renunciar a la soberanía sobre las Malvinas” y pidió a los ingleses “que
se queden en sus propias islas y terminen con esto del colonialismo que ya es
de otra época”, planteando que si Inglaterra nos ataca “para robarnos lo que
nos pertenece, reclamado por la Argentina desde hace casi 150 años, entonces
tenemos la obligación de defendernos”[24].
Por
su parte, para Octavio Derisi, “(…) Nuestro país ha reclamado continuamente, e
incluso en estos últimos 17 años ha tratado, de acuerdo con un mandato de las
Naciones Unidas, de llegar a un arreglo con Gran Bretaña. Pero esto no ha sido
posible. Entonces ya a la Argentina no le quedaba más remedio que tomar lo
suyo. Esto no es ninguna agresión (…) La Argentina no ha agredido a nadie, ha
ido a buscar lo suyo. Además de la parte jurídica histórica, también
geográficamente las Malvinas forman parte, se unen a la plataforma marítima
argentina y pertenecen a nuestro país”[25].
Al
igual que Plaza, Derisi aprobaba y justificaba la ocupación de las islas, pero
privilegiaba, en sintonía con el resto del Episcopado, la vía diplomática para
la recuperación definitiva:
“Ahora,
lo que hay que pedir a Dios es que este conflicto que se ha creado a raíz de
esta reivindicación
de un derecho argentino, justo, incuestionable, no derive en una acción bélica.
Esto tenemos que pedirle a Dios, que esta segunda parte se arregle
diplomáticamente para que no haya derramamiento de sangre”[26].
Por
su parte, el nuevo Vicario Castrense, José Miguel Medina, en la asunción del
cargo declaraba que “en estos días tan especiales para los argentinos, como
argentino, como obispo, como vuestro vicario, os agradezco lo que estáis
haciendo en nuestras Malvinas”[27].
En
conflictos como éste, y como el del Canal del Beagle, las posturas adoptadas
por las autoridades
y capellanes del Vicariato Castrenses se hallaban más cercanas a las Fuerzas Armadas
que al Episcopado. Si bien tenían la obligación de acompañar “espiritualmente”
acciones
bélicas en el continente y en el archipiélago, lo hacían desde un discurso
belicista enmarcado en las coordenadas del pensamiento tradicionalista
católico.
El
capellán Jorge Piccinalli era una muestra de esto. En una de las homilías que
pronunció estando
en las Malvinas afirmaba:
“Nuestro
pueblo argentino que es católico, porque es hispánico, porque es romano, hoy ha
prorrumpido en la gesta de la reconquista de un territorio para la Nación.
Nación que tiene como origen el cristianismo (…) Tenemos que ver esto como la gesta
de la defensa de la Nación para Jesucristo”[28].
Ante
la postura mayoritaria de los obispos de promover la solución pacífica, los
sectores católicos
que apoyaban la recuperación de las islas por la vía de las armas, comenzaron a
buscar un respaldo teológico a sus posturas. Como en ocasiones anteriores, para
combatir al “enemigo interno”, apelaron al concepto de guerra justa, ahora para
enfrentar al “enemigo externo”.
Es
Ciudad Católica que, en pleno conflicto y bajo el título “La herejía
pacifista”, dedicó su publicación a darle contenido teológico al apoyo de la
guerra. En el número de junio de Verbo, encontramos tres artículos donde se
explayaban sobre el tema[29].
Alberto Caturelli sostenía que “ciertas declaraciones sentimentales en defensa
de la paz a cualquier precio me irritan porque también conllevan una buena
carga de estupidez”[30].
En este caso la guerra no solo era justa, sino que también era “moralmente
obligatoria”, por recuperar un territorio que nos pertenecía:
“(…)
si se trata de la reparación de un derecho cierto violado, en el caso de las Malvinas
la guerra es esencialmente justa y, de nuestro lado, existe la búsqueda de una
justicia vindicativa, de una restitución que le es debida a la Patria tanto por
derecho natural cuanto positivo (…) En tal circunstancia, es no sólo legítimo
matar al enemigo sino obligatorio, como enseñaba San Agustín”[31].
Luego
de que fracasaran las tratativas diplomáticas en el Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas y posteriormente con los Estados Unidos como mediador, el
primero de mayo, comenzaron los enfrentamientos armados[32].
Al día siguiente se producía el hundimiento del buque General Belgrano por
parte de la flota británica.
Una
vez iniciado el conflicto armado, Ciudad Católica evaluaba la guerra
positivamente, no
sólo desde el punto de vista de la recuperación de un territorio, sino desde el
avance de la cristiandad:
“¿qué
está pasando con nuestra catolicidad vergonzosa y tibia, sino que comienza a entrar
en erupción como una fuerza volcánica que retoma de Trento la consigna de enfrentar
a la herejía protestante por todos los medios y donde quiera que se manifiesta?
(…) Esta guerra significa ante todo la liberación del alma cristiana de nuestra
Nación (…) La guerra justa es también camino de purificación. ¡HERID, COMPAÑEROS,
POR AMOR DE CARIDAD!”[33].
No
estábamos, entonces, ante la recuperación de la soberanía nacional de la mano
de las Fuerzas Armadas, sino ante la oportunidad de avanzar en la tan anhelada
edificación de la Nación católica de la mano del “Ejército cristiano”[34].
Despejado
el camino de las hipótesis y especulaciones sobre los apoyos internacionales, los
análisis pasaban por el conflicto bélico y sus implicancias. Cabildo vivió la
guerra con euforia:
“Hoy,
la Argentina sabe que está en guerra y se siente dichosa por eso”[35].
Era primordial una victoria por las armas para después sí sentarse a negociar:
“Sólo con el triunfo por la fuerza en el Atlántico Sur se podrá convocar a la
razón y proteger el derecho en Nueva York o donde sea”[36].
Este
espíritu de cruzada, donde se mezclaba la defensa de la patria, pero también de
la cristiandad, llevaba al director de la revista, Ricardo Curutchet, a
reclamarle al gobierno nacional a que “asuma, infunda e implante una moral de
guerra justa, tal como lo es y tal como lo siente el pueblo argentino, recta,
viva, espontánea y multitudinariamente”[37].
Sin
embargo, en esta hora trascendente no se podía dejar de lado a quien se venía combatiendo
en el ámbito local, el “enemigo interno”. El director de Cabildo instaba al
gobierno:
“A
que tenga clara conciencia de que hay enemigos internos disfrazados ocasionalmente
de patriotas, quienes no sólo nunca tuvieron la menor vibración nacionalista
exhibible respecto de ninguna reivindicación territorial (…) Que advierta que
tales aludidos enemigos de nuestra actual circunstancia heroica están
enquistados en diversos lugares de la retaguardia de la Nación combatiente, y
que deben ser drásticamente apartados de ella”[38].
Mientras
que para TFP el enemigo agazapado que buscaba aprovechar la situación pasaba por
el peronismo “Montonero”, para Cabildo había que buscarlo en “los reductos
financieros y económicos, en las direcciones gremiales (empresarias y
sindicales), (…) en los medios de difusión, en ciertos cenáculos pastorales o
pseudo espiritualistas, en los partidos políticos, y aún en los más altos
niveles de la conducción nacional”[39].
Es decir, era el momento oportuno para que el Proceso encuentre el rumbo
original, y para eso era necesario no solo “rectificar substancialmente la
política económica iniciada en abril de 1976” sino un cambio de hombres dentro
del gobierno. Se consolidaría el “frente interno” si se “integra el gobierno
con civiles, pero no con aquellos que provienen de cenáculos ideológicos,
partiditos con sello de goma, o supuestas ‘mayorías’ (…)”[40].
Concebía
la posibilidad de que el giro que había tomado el Proceso tenía que darse hacia
la dirección de las coordenadas ideológicas por las cuales bregaba desde su creación.
Por
eso consideraba que “esta guerra es quizás nuestra última chance. Valdrá la
pena morir por ella si nos purifica como Nación”[41].
Pero
donde Cabildo veía una oportunidad, TFP observaba un peligro:
“El
comunismo aguarda, pacientemente, que nos separemos de Occidente para lanzarse
sobre nosotros, o que el cansancio interno por los sacrificios desmesurados le permita
provocar una sublevación popular que implante el triunfo de la izquierda. Este
mal supremo debe ser evitado, éste sí, a cualquier precio[42]”.
Esta
carta pública del 18 de mayo que escriben al presidente Leopoldo F. Galtieri, continuaba
privilegiando el peligro de la injerencia comunista antes que la reconquista de
las Malvinas a cualquier precio:
“No
podemos ver la defensa de la soberanía sobre las islas Malvinas como un fin en
sí mismo, sin considerar el conjunto de la situación internacional en la que estamos
inmersos, o sea, la lucha comunismo-anticomunismo”, exigiéndola al presidente
de facto “que
informe al país cuál es el verdadero interés de Rusia en el área”[43].
El
camino propuesto por TFP era el de las negociaciones: “Y el tiempo, junto con
una perseverante diplomacia, nos podrá dar a un costo razonable, lo que hoy
perseguimos”[44].45
A pesar de bregar por la vía pacífica de resolución del conflicto, creían que
de seguir los enfrentamientos las Fuerzas Armadas Argentinas se impondrían, no
escapando a la euforia vivida en el continente difundida por los medios masivos
de comunicación: “(…) victoria, sin embargo, que es de esperar puesto que
nuestras Fuerzas Armadas y nuestra posición son superiores a las inglesas”[45].
Será
durante la segunda semana de junio, cuando se produjo un acontecimiento
significativo en el desarrollo de la guerra, a partir de la visita de Juan
Pablo II.
La
visita del Papa Juan Pablo II
El
11 y 12 de junio de 1982 Juan Pablo II visitó el país, por primera vez desde su
consagración como máxima autoridad de la Iglesia Católica. Las lecturas acerca
del “mensaje” que vino a transmitir fueron divergentes.
Para
la CEA claramente el sentido de su visita fue elevar “entre nosotros y con
nosotros, la
misma plegaria de la victoria de la paz sobre la guerra”[46].
Los obispos argentinos aprovecharon la visita papal y exhortaron “a todos los
fieles y hombres de buena voluntad (…) a que se unan espiritualmente a su
plegaria por la paz”[47].
Una vez iniciados los enfrentamientos armados, era difícil encontrar posiciones
divergentes entre los obispos.
Para
Cabildo no tuvo ninguna relación con un pedido de paz:
“¿a
qué vino realmente el Papa? Dejemos de lado las convencionales, fáciles y, un tanto
estúpidas, respuestas que quieren ver en la gira del Sumo Pontífice una empresa
de paz y amor (…); se trató más bien de una excursión con clara intención
política, motivada por una preocupación política. (…) el Santo Padre vino a
recomponer su imagen ante una grey que justificadamente podía sentirse
desplazada o pospuesta en las preferencias vaticanas”[48].
Enmarcado
en su anhelo de recuperar las islas por vía de las armas, lo que menos necesitaba
el país era un mensaje de paz: “(…) un pueblo lanzado a una guerra y embriagado
en la ilusión de la gloria nada necesita menos que le vengan a hablar de paz”[49].
Esperaban, por ser el Papa la cabeza de la Cristiandad, un discurso belicista
en defensa de “la Cristiandad austral, en guerra con una potencia hereje”, sin
embargo, “la palabra papal cayó desencarnada, fuera de la realidad emocional y
aún intelectual que vivía el hombre argentino en ese momento”[50].
Contrariamente
a lo afirmado de que todos los tradicionalistas “pretendían que Juan Pablo II
bendijera las armas argentinas y declarara que libraban una guerra justa”[51],
TFP no dudaba al ver en la presencia del Papa el camino de solución del
conflicto por una vía pacífica, como venía sosteniendo desde los inicios de la
guerra: “Juan Pablo II habló de la paz, tema necesario en estos momentos tan
tristes para la nación (…). Esperamos que sea escuchado”[52].
A pesar de coincidir en este punto con los obispos argentinos, Beccar Varela
(h) se diferenciaba de éstos al reclamarle una denuncia contra el peligro
comunista: “La TFP lamenta que sus palabras contra la colaboración con los
rusos no haya tenido eco en declaraciones de ningún obispo argentino(…)”[53].
Desde
el órgano de difusión del Seminario de Paraná, se aceptaba el mensaje de paz
que contenían las palabras del Papa, pero no se lo interpretaba como un
discurso “pacifista”. Para las autoridades del seminario, paz no significaba
rendición sin combate:
“Media
pues un abismo entre el concepto que el Papa tiene de la paz y aquel del que hacen
gala los que están dispuestos a dejar que el honor nacional y la justicia sean hollados
por quienquiera con tal de que se evite el menor derramamiento de sangre (…) La
invitación del Papa a ser ‘hacedores de la paz’ no es pues un llamado a la cobardía
o a la defección, como algunos parecieran haberlo interpretado, sino a la valentía
y el coraje propios de quien sabe integrar todos los valores que merecen ser integrados,
el valor de la catolicidad (universal) y el valor del patriotismo(nacional)”[54].
Como
sucedía al interior del catolicismo en otros temas, la interpretación de cada
sector sobre
los discursos y mensajes del Papa variaban considerablemente. Para un sector de
los tradicionalistas, la breve visita no fue leída como un mensaje de solución
del conflicto de forma pacífica, abandonando el uso de las armas. Esto marchaba
en el sentido opuesto del mensaje oficial del Episcopado, que comenzaba a
buscar otra salida que no sea la prolongación de la guerra o una derrota
militar que deje debilitadas a las autoridades de la Junta Militar, como finalmente
terminó sucediendo.
La
rendición y el debate TFP-Cabildo
A
los dos días de la partida de Juan Pablo II, el gobernador militar de las islas
Mario Benjamín Menéndez, sin el consentimiento del presidente Galtieri,
aceptaba la rendición ofrecida por las fuerzas inglesas, poniendo fin a la
guerra. Las tropas británicas habían llegado hasta Puerto Argentino y su
triunfo era inevitable.
El
22 de junio el Ejército designaba unilateralmente a Reynaldo Bignone como nuevo
presidente, iniciando el diálogo con fuerzas políticas pensando en la
transición hacia la democracia. La Armada y la Fuerza Aérea, en desacuerdo con
la decisión, abandonaron la Junta Militar finalizando la experiencia de
participación de las tres fuerzas en el ejercicio del gobierno. El Proceso
entraba en su peor crisis política desde marzo de 1976[55].
La
precipitada rendición produjo un crítico análisis sobre el conflicto, muchas
veces matizado durante su desarrollo, e inició un profundo debate entre las
posiciones más contrapuestas.
Desde
Ciudad Católica diferenciaron entre el valor demostrado por los soldados y las “gravísimas
fallas” de los oficiales superiores:
“Tenemos
un cuerpo vigoroso, pero nuestra cabeza no condice todavía con él (…) No falló
el ejecutor. Falló aquel a quien incumbía pensar”.
Si
bien no temían por una crisis del “Ejército cristiano”, sí era necesario una
reorganización:
“Si
queremos estar a la altura de nuestras obligaciones de Nación Grande y
Soberana, y campeona de Cristo y de María, debemos elevar mucho más el nivel de
la formación de los responsables de nuestro destino, tanto en lo técnico como
en lo intelectual y lo espiritual”[56].
Sin
embargo, fue desde donde se recibió con mayor júbilo la guerra donde surgieron
las críticas más duras tras la rendición. Cabildo las centró en dos planos: en
el “enemigo interno” y en la conducción de las Fuerzas Armadas.
Al
igual que otros grupos tradicionalistas, el enfrentamiento con Inglaterra no
había implicado que desatiendan los peligros de un avance del “enemigo interno”
y un aprovechamiento del mismo para debilitar la “Nación católica”. La derrota
de las Fuerzas Armadas
facilitaba que la “subversión” recobrara fuerzas. Para Cabildo este enemigo era
uno de los culpables del fracaso:
“Lo
dramático, lo lamentable, es que la guerra no la ganó Gran Bretaña, sino
aquella porción de la Argentina que nunca quiso la guerra y trató voluntaria o involuntariamente,
de perderla. Ya es sabido que no hay peor enemigo que el interno…”[57].
Ahora
éste no era sólo el “enemigo ideológico y subversivo” sino el “derrotista, apátrida, que
nunca pudo entender la guerra y en eso demostró ser un activo conspirador para
que perdiéramos (…)”[58].
Otra
parte importante de las críticas recayó sobre los responsables de la conducción
militar. La prédica del “Ejército cristiano” como estandarte de la Nación
católica, encontraba en sus conductores actitudes contrarias al “espíritu de
milicia” que se esperaba de ellos. Como no era posible la edificación de la
misma sin sus Fuerzas Armadas custodiándola, se tornaba imprescindible la
“purificación” interna:
“El
generalato (y sus equivalentes en las otras dos armas) no es hoy más que una oligarquía
que tapona la vida de las fuerzas armadas, las debilita y las desnaturaliza (…)
Las Fuerzas Armadas deben también iniciar una severísima etapa de purificación (…)
No habrá reconstrucción de la Nación sin reconstrucción del Estado, pero no habrá
reconstrucción del Estado sin reordenamiento purgativo de sus Fuerzas Armadas”[59].
A
pesar de criticar duramente a los responsables militares y de buscar respuestas
al fracaso que llevó a la rendición, los redactores de Cabildo no estaban
dispuestos a aceptar la derrota. A comienzos de julio, e impulsado por Ricardo
Curutchet, publicaron una “Solicitada contra la rendición”, firmada por una
importante cantidad de miembros de la revista y de dirigentes políticos y
personalidades cercanas a sus posiciones. Allí se sostenía:
“No
estamos dispuestos a aceptar tal rendición, porque ella: Cancelaría definitivamente
toda aspiración a la Soberanía, no ya sobre las islas, sino sobre la Nación
misma; Significaría la liquidación de las Fuerzas Armadas, que no podrían sobrevivir
a la vergüenza de consentirla y al descrédito consiguiente; Crearía las condiciones
internas de la guerra civil, al reproducir, centuplicadas, las tensiones existentes
al 30 de marzo”[60].
La
gran oportunidad que visualizaban en el conflicto con Inglaterra hasta el 14 de
junio pasó a convertirse al día siguiente en la posibilidad de la disgregación
nacional en manos de la “partidocracia”. Ante esta situación la salida era
profundizar el enfrentamiento, sin claudicar en los reclamos:
“Por
eso nosotros (…) 1º) Exigimos la continuación del esfuerzo bélico, en los tiempos,
formas y oportunidades idóneas, hasta que el enemigo sea totalmente expulsado
del Atlántico Sur; 2º) Exigimos que la gesta de recuperación de la soberanía
iniciada el 2 de abril se extienda al territorio continental y abarque todos
los aspectos de la vida nacional”[61].
Estas
posiciones beligerantes sólo fueron promocionadas por la revista dirigida por Curutchet.
Ningún otro sector del tradicionalismo propuso la prolongación del conflicto
armado a pesar de la desazón por la derrota, aceptando todos, críticamente, la
nueva etapa que se abría.
TFP,
saludando el fin de la guerra, felicitaba a las Fuerzas Armadas: “Nuestras
Fuerzas Armadas después de luchar valientemente, tuvieron el coraje moral de
aceptar la derrota, sin permitir que la pasión cegara las inteligencias,
evitando sacrificios inútiles”[62].
Y en la carta que le enviaron a Nicolaides criticaban la postura de Cabildo:
“Sin
duda V.E. deberá enfrentar como seguro timonel la tormenta de incitaciones de los
que sólo piensan en la reivindicación armada ahora mismo y por tiempo indefinido
de nuestros indudables derechos a las Malvinas, pero no ven la necesidad imperiosa
de conservar la civilización cristiana en todo el territorio nacional, para bien
de todos los argentinos. Algunas de esas incitaciones, proviene de un
patriotismo mal entendido (…)”[63].
Antonio
Caponnetto, oponiéndose y denunciando a los “pérfidos” que no se opusieron a la
rendición, confrontaba con el grupo de Beccar Varela (h):
“Pérfidos cuantos
sollozaban por el Occidente de sus tradiciones, familias y propiedades… desde
los bufetes de la extranjería, y hoy enjugan sus lágrimas con indisimulado
gozo”[64].
Las
divergencias entre ambos grupos, que ya venían manifestándose en el transcurso
del conflicto, se transformaron luego de la rendición en un debate abierto. El
mismo nos permite analizar y poner a la luz tensiones coyunturales e históricas
del sector del catolicismo estudiado.
La
polémica se inicia a partir de dos notas aparecidas en La Prensa. A los pocos
días de terminada
la guerra, Vicente Massot analizaba la posibilidad de recibir ayuda de la Unión Soviética:
“Quienes
se han opuesto a la idea, básicamente han enarbolado dos argumentos de distinta
naturaleza y peso. Por un lado, se ha dicho, confundiendo el plano particular y
contingente de la política con el universal y necesario de la filosofía, que el
marxismo es nuestro principal enemigo (…) Abrir la puerta a la posibilidad de
un entendimiento o alianza con la Unión Soviética no supone abrazar el marxismo,
leninismo (…) De hecho existe una relación bilateral con la Unión Soviética que
permite sostener la idea según la cual a los mariscales del Kremlin no les
interesa tanto las pautas ideológicas como los factores geopolíticos (…) A
priori es imposible juzgar si las condiciones que puedan sernos impuestas son tolerables.
Primero hay que sentarse a la mesa y negociar en términos concretos, de lo
contrario nunca sabremos si los peligros más arriba expuestos son reales”[65].
Massot
privilegiaba la continuidad del conflicto con Inglaterra recurriendo pragmáticamente
a las relaciones internacionales que consideraba necesarias. Minimizaba la capacidad
y las intenciones de la Unión Soviética de ganar influencia dentro de la
política y la economía nacional. Ante el artículo del por entonces hijo de la
dueña del diario La Nueva Provincia y primer secretario de redacción de
Cabildo, TFP se opone en una nota donde embiste contra lo que denomina el
nacionalismo argentino, colocándose ellos, de esta manera, como el “verdadero”
tradicionalismo católico:
“Massot
dice que ‘en 1982 nadie en su sano juicio tiene derechos a confundirse, en materia
de política exterior, intereses con ideologías’. Diríamos que es lo contrario.
O bien, que quien se alía con los comunistas alegando tan frágiles excusas está
cometiendo un grave pecado contra el primer mandamiento de la ley de Dios y un grave
entreguismo de la patria, puesto que implica aproximarla al horrible cautiverio
en que yacen los países en que domina el comunismo (…)”[66].
Luego,
se centraron en confrontar con las posturas de Cabildo donde consideraban que fomentaban
la guerra contra Inglaterra sin evaluar posibles consecuencias:
“Las
palabras de ‘Cabildo’ recuerdan ciertas frases de aquel otro jefe que lanzó a Europa
en el horror de la Segunda Guerra Mundial, a partir de la lucha por el famoso ‘corredor
de Danzig’ (…) Hitler no reparó en aliarse con Rusia comunista para obtener sus
fines (…)Traemos a colación este recuerdo para pedirle a los jóvenes nacionalistas
que reflexionen (…) Si, por el contrario, el espíritu ciegamente nacionalista
prevalece, la cuestión de las Islas Malvinas permanecerá indefinidamente abierta,
como una espina clavada en el cuerpo de la Nación, que la va infectando y que
cualquier aventurero puede clavar aún más, y provocar la muerte de numerosos jóvenes
argentinos en un nuevo conflicto. Mientras tanto, el comunismo aguarda a que
ese conflicto se desate para entrar en nuestro territorio, de la mano de los nacionalistas”[67].
La
respuesta de Cabildo abrió el debate a cuestiones más profundas atinentes a la
relación del catolicismo con el nacionalismo, la soberanía nacional, el
patriotismo y la Patria. Con un lenguaje característico de la publicación,
inicialmente fustigan a TFP:
“Otra
vez debemos ocuparnos de los jóvenes (ya no tanto) inmaduros de Tradición, Familia,
Propiedad, más conocidos por sus estandartes rojos con el león dorado del conocido
juego infantil- aunque tan sólo porque se meten con nosotros. En efecto, una
vez más, estos curiosísimos engendros de un ideologismo destilado y tan bizarro
como reducido (en el tiempo y en el espacio, en los que no se ubican concreta y
cabalmente) se sienten obligados a pedir esta vez a Nuestra Sra. de Luján que
ilumine a los jefes nacionalistas. ¡Habrase visto semejante paternalismo de
parte de estos intelectual y espiritualmente imberbes anticomunistas que no
tienen enemigos a la derecha, en lo que revelan no ser nacionalistas de ninguna
clase, ni menos aún a la derecha económica, que los mantiene y subsidia a
condición de que condenen al comunismo internacional pero no digan una solo
palabra contra el Capitalismo que engendra a aquél!”[68].
Seguidamente
a estas denuncias, Cabildo reivindicaba la importancia de la defensa de la soberanía
y la Patria desde posiciones católicas:
“Sin
duda alguna es impensable esperar que estos ‘cruzados’ de pacotilla valoren lo que
es la soberanía nacional porque, en el fondo, están bien adheridos al mundo del
supercapitalismo internacional que los tolera y les arroja algunas migajas de
tanto en tanto, siempre a condición de que sostengan una posición seudo
católica cómplice con la plutocracia sin patria. Si fueran verdaderos católicos
sabrían que el valor Nación, el valor Patria, el valor patriotismo, están
enraizados en lo más íntimos de la doctrina (…)”[69].
En
su respuesta TFP buscó encauzar la discusión sobre el asunto que originó la
polémica, determinando
quién era el “enemigo principal” para ellos:
“Cabildo
pasa en un embarazoso silencio varios puntos de nuestro artículo (…) Tampoco
dicen cómo se podría ganar una nueva batalla. Sólo afirman que fue la ‘traición
de los intereses comerciales y financieros’ los que impidieron una guerra victoriosa
(…) Estos silencios y estas evasivas, son suficientes para descalificar al artículo
que venimos comentando y a la revista que lo publica. Por nuestra parte, continuaremos
combatiendo al comunismo, enemigo bien concreto y actual, mil veces más
peligrosos que los propios abusos del capitalismo”[70].
En
el mismo número dejan la posibilidad no ya de rechazar la ayuda soviética
contra Inglaterra, sino de recibir ayuda de los Estados Unidos para rechazar al
comunismo, colocándose en el lugar opuesto al grupo de Curutchet:
“¿En
qué medida el perjuicio sufrido por nosotros al colocarnos en tirantez diplomática
con los EEUU no es un perjuicio mayor, inclusive en América Latina?
No
debemos olvidar que los EEUU, a pesar de que rechazamos la filosofía laica y
liberal que
modeló sus instituciones, es la mayor potencia occidental, sin cuya ayuda es imposible
resistir un ataque ruso”[71].
El
debate se cierra desde Cabildo con la publicación de la carta de un colaborador
de TFP que
decide su alejamiento del grupo en desacuerdo con el “frontal y virulento
ataque al Nacionalismo”,
y por interpretar que es un “profundo e indiscriminado odio para todos quienes estamos
en defensa de lo nacional”[72].
Este
acalorado debate entre TFP y Cabildo revelaba la profunda crisis que comenzó a transitar,
luego de la guerra de Malvinas, el conjunto del tradicionalismo católico argentino.
Se abría así un período donde la dictadura tenía los días contados, y donde las
decepciones que tenían los tradicionalistas con el Proceso antes del 2 de abril
se ahondarían aún más al entrar en el camino hacia la transición democrática.
Conclusiones
La
guerra de Malvinas decidió la suerte del Proceso, acelerando las tratativas
para buscar un
camino de transición con las fuerzas políticas. Para los distintos sectores del
tradicionalismo también significó un punto de inflexión y la desaparición de la
última esperanza, para los que aún la conservaban, respecto al rumbo del
Proceso. Como afirma Saborido (2005:263) refiriéndose a Cabildo: “La guerra fue
por lo tanto el momento de mayor apoyo y la instancia de distanciamiento
final”.
Para
justificar el acompañamiento del conflicto, desde los sectores tradicionalistas,
especialmente desde Ciudad Católica, se apeló al concepto de “guerra justa”.
Este sirvió para justificar tanto la represión clandestina de las Fuerzas
Armadas contra el “enemigo subversivo” como el enfrentamiento bélico contra
Inglaterra, encontrando repercusión y difusión en sectores católicos que
también apoyaban la guerra.
Las
tensiones respecto al significado de conceptos como nacionalismo, soberanía, patriotismo,
catolicismo y anticomunismo cobraron una dimensión inusitada, como quedó reflejado
en el debate entre TFP y Cabildo. El conflicto planteó un escenario donde las diferencias
que sostenían en el plano teórico fueron llevadas a un terreno concreto.
La
posibilidad real de recibir ayuda de la Unión Soviética en el marco del
aislamiento internacional desató una disyuntiva clave. Sabiendo que si el
Proceso salía derrotado las fuerzas políticas se aprestaban a retomar el centro
de la escena y prepararse para gobernar: ¿Aceptaban la ayuda del centro del mundo
comunista y ateo para vencer a otra potencia colonialista y protestante? ¿O era
preferible una derrota para no caer en los “tentáculos” comunistas?
El
nacionalismo y un exacerbado anticomunismo eran dos rasgos característicos del universo
de ideas de los tradicionalistas. Fue durante la guerra de Malvinas, y ante la
realpolitik implementada por las autoridades militares, donde ambos entraron en
contradicción. Las fracturas en el interior de los sectores católicos
estudiados cobraron dimensiones no vistas anteriormente, sumadas a que la
visita del Papa y su incómodo mensaje de pacificación replicado por la mayoría del
Episcopado local, agravaba aún más sus diferencias internas, confrontando con
el discurso de “guerra justa” levantado por gran parte de estos sectores.
Ante
la derrota algunos prefirieron criticar a las “cúpulas” y a los responsables
militares, solicitando
una “autodepuración” del “Ejército cristiano”; otros optaron por resaltar las
virtudes de éste, fundamentalmente del sector que había demostrado –por su
supuesta arraigada fe católica, un mejor desempeño, como la Fuerza Aérea; y
otros recibieron aliviados el final del conflicto, alejándose así el peor
peligro para nuestra sociedad occidental y cristiana: el comunismo soviético.
Sin embargo, nadie podía evaluar como positivo el saldo del enfrentamiento con
Inglaterra, principalmente cuando a las pocas semanas de finalizado, la “partidocracia”
a través de la Multipartidaria comenzaba a reclamar una pronta transición a la democracia
liberal, sistema político que permitiría el avance, una vez más, del “enemigo
interno”.
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(*)
Profesor de Historia, Universidad de Buenos Aires (UBA). Cursando actualmente
el Doctorado en Ciencias Sociales en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA).
Docente en la cátedra de Historia Argentina (titular Nora Pagano) de la carrera
de Ciencias Políticas (UBA) y de la cátedra de Problemas de Historia Argentina
(titular Ernesto Salas) en la carrera de Historia (UBA).
Fuente:
https://www.academia.edu
[1] El concepto de
tradicionalismo católico lo tomamos de Martín Obregón quien lo utiliza para
describir las líneas
internas del Episcopado durante los
años del Proceso. Aquí se utilizará no sólo para referirse a los obispos que se
inscribieron en esta corriente del catolicismo sino también a sacerdotes y
laicos que compartieron tales ideas. Según Obregón, los tradicionalistas eran
aquellos que “permanecían dentro de las coordenadas ideológicas del tomismo y que
concebían a la Iglesia como una ‘sociedad perfecta’ que se oponía a los
“errores” propios de una modernidad con la que se mostraban intransigentes.
Inspirada más por una idea de ‘conquista’ que por una de ‘diálogo’ con el mundo
moderno, esta fracción episcopal permanecía aferrada a concepciones que habían
madurado en el contexto de las primeras décadas del siglo XX. Estas
concepciones no sólo se adecuaban mal a los profundos cambios operados en la sociedad
y en la cultura a lo largo de las décadas transcurridas desde entonces, sino
que además (…) habían quedado ‘por detrás’ de las orientaciones generales
promovidas por la Iglesia universal”. Obregón, 2005:40.
[2] En adelante Islas
Malvinas.
[3] Novaro-Palermo,
2003:438.
[4] Desde su creación en
mayo de 1973, la defensa de la soberanía fue uno de los pilares de la temática
de sus páginas, siendo el diferendo con Chile por el Canal del Beagle, las
relaciones con Brasil en torno a la construcción de la represa de Itaipú y el
reclamo de soberanía sobre las islas Malvinas los tópicos a los que destinó más
cantidad de espacio. Cabildo es la revista de este sector del catolicismo de mayor
duración y conocimiento público. Luego de transitar por tres épocas (1973-1975;
1976-1991; 1998-cont.), en la actualidad continúa publicándose.
[5] “Editorial”, Cabildo,
nº 52, 1982.
[6] Ibidem.
[7] Ibidem, p. 18.
[8] Antonio Caponnetto,
“Soberanía o Muerte”, Cabildo, nº 52, 1982, p. 21. [Resaltado en el original]
[9] Ibidem.
[10] Quiroga, 2004:296.
[11]
Ciudad Católica
era una obra de laicos, de origen francés que llegó a la Argentina en 1959. Los
Cooperadores
Parroquiales de Cristo Rey, una
congregación religiosa, cumplieron un rol central en su llegada al país. Su publicación
era la revista Verbo y apuntaban a formar élites e insertarse dentro de las
Fuerzas Armadas, de la Iglesia Católica y del mundo empresario a través de una
organización celular.
[12] Verbo, nº 221, abril
de 1982, p. 7.
[13] Verbo, nº 222, mayo
de 1982, p. 13.
[14] Ibidem, p. 52.
[15] Grupo de laicos que
el 3 de abril de 1967 crearon la Sociedad Argentina de Defensa de la Tradición,
Familia y Propiedad (TFP), a partir del grupo nucleado en la revista Cruzada, y
siguiendo los lineamientos de su homónima brasilera surgida en 1960 bajo el
liderazgo de Plinio Correa de Oliveira. Tradición, Familia y Propiedad serían
los tres valores centrales de la civilización cristiana.
[16] Solicitada publicada
en La Nación, 13 de abril de 1982, p. 4.
[17] Para un análisis
detallado sobre las relaciones diplomáticas en torna al conflicto consultar
Cardoso-KirschbaumVan der Kooy, 1983; y Novaro-Palermo, 2003:445-449.
[18] Ibidem.
[19] Ibidem.
[20] En la Asamblea
Plenaria realizada entre el 19 y 24 de abril se eligieron las nuevas
autoridades del Episcopado. Luego de cuatro votaciones fue consagrado el
cardenal Juan Carlos Aramburu como nuevo presidente en reemplazo de Raúl F.
Primatesta, quien es elegido vicepresidente 1º; y el arzobispo de Corrientes
Jorge Manuel López como vicepresidente 2º. Para los detalles de la elección ver
Verbitsky, 2006:329 y Verbitsky, 2010:371.
[21] Archivo del obispo de
Goya Alberto Pascual Devoto, pp. 71-84, citado en Verbitsky, 2010:365.
[22] Documentos del
Episcopado Argentino: 1982-1983, 1988:9-10.
[23] Ibidem.
[24] AICA, nº 1323, 29 de
abril de 1982, p. 6.
[25]Ibidem, p. 12.
[26] Ibidem.
[27] AICA, nº 1322, 22 de
abril de 1982, p. 12.
[28] Kasanzew, 1982:160.
Durante el conflicto Piccinalli era capellán de las Compañías de Comandos 601 y
602 del Ejército, bajo la jefatura del Teniente Coronel Mohamed Alí Seineldín,
altamente entrenadas y con una impronta marcadamente nacionalista y católica.
Durante 1981 y 1982 dirigió retiros espirituales organizados por Ciudad Católica.
Ver Verbo, nº 212, 1981, p. 51 y nº 230, 1983, p. 76. Sobre la actuación de
Seineldín en Malvinas ver Kasanzew, 1982:151-158.
[29] Ver Miguel L.
Speroni, “La herejía pacifista y la guerra justa”; Alberto Caturelli, “La
noción de guerra justa y la recuperación de las Malvinas”; Bernardino
Montejano, “Francisco de Vitoria y la guerra del Atlántico Sur”. En: Verbo, nº
223, 1982.
[30] Alberto Caturelli,
“La noción…”, Verbo, nº 223, 1982. Caturelli fue uno de los filósofos más
destacados del tradicionalismo católico argentino. Colaboró
en la revista del Padre Meinvielle, Presencia, en su segunda época. Discípulo y biógrafo de Octavio Derisi,
hacia 1975 era profesor en la Universidad Nacional de Córdoba. En 1979 organizó el Congreso Mundial de
Filosofía Cristiana y hacia 1983 era Presidente de la Sociedad Católica
Argentina de Filosofía.
[31] Ibidem, pp. 31-32. En
Kon, 1982:155-169, se puede leer el testimonio de “Carlos”, un conscripto que
fue enviado a las islas y que era miembro de la Vanguardia Obrera Católica.
Allí afirma que la guerra no entraba en contradicción con el magisterio de la
Iglesia, porque ésta habla de “guerras justas”, “y la reconquista de las
Malvinas por la Argentina fue algo justo”.
[32] El 3 de abril el
Consejo de Seguridad a través de la resolución 502 condenó la ocupación militar
unilateral de las tropas argentinas a las islas. Para un detalle de las
tratativas diplomáticas desde la ocupación hasta el 1º de mayo ver
Cardoso-Kirschbaum-Van der Kooy, 1983: II parte.
[33] “La guerra con
Inglaterra: cruz y bendición”, Verbo, nº 223, 1982, p. 6-7 [Mayúsculas en el
original].
[34] En Túrolo, 1982;
Kasanzew, 1982; Carballo, 1983 y Verbitsky, 2002: cap. 31 se pueden encontrar
abundantes testimonios acerca de la impronta católica de los soldados,
manifestadas durante el conflicto, consecuencia de décadas de ser formados en
las coordenadas del nacional catolicismo.
[35] “Editorial”, Cabildo,
nº 53, 1982.
[36] Ibidem.
[37] Ibídem.
[38] Declaración de la Confederación Nacionalista, en Cabildo, nº 53, 1982, p. 5.
[39] Ibídem.
[40] Cabildo, nº 53, 1982,
p. 16. El artículo titulado “La retaguardia en la guerra” aparece en la revista
sin firma, pero su autor es Patricio Randle, quien luego compila los artículos
escritos en Cabildo y La Prensa durante la guerra en un libro titulado La
guerra inconclusa por el Atlántico Sur (Buenos Aires, Oikos, 1982), cuyo
prólogo lo escribe el ex presidente Roberto Marcelo Levingston. Randle es
arquitecto. Hacia 1978, se desempeñó como Director de la Unidad de
Investigación para el Urbanismo y la Regionalización (OIKOS) dependiente del
Conicet. Colaborador de Cabildo desde su aparición, además escribe en Verbo y
Mikael.
[41] Ibidem.
[42] Pregón de la TFP, nº
70, 1982, p. 5.
[43] Ibidem.
[44] Ibidem.
[45] Ibidem. Para
profundizar sobre la manipulación de la prensa y de las autoridades militares
acerca del desarrollo de los enfrentamientos ver Verbitsky, 2002.
[46] Documentos…, 1988:27.
[47] Ibidem, p. 29.
[48] Cabildo, nº 54, 1982,
p. 19.
[49] Ibidem.
[50] Ibidem.
[51] Verbitsky, 2010:375.
[52] Pregón de la TFP, nº
72, 1982, p. 2.
[53] Reportaje realizado a
Cosme Beccar Varela (h) como presidente del Consejo Nacional de la TFP por la
revista L’Express de París, reproducido en Pregón de la TFP, nº 72, 1982, p. 8.
[54] “Editorial”, Mikael,
nº 30, 1982, p. 3. Hacia mediados de 1982 Adolfo S. Tortolo, había dejado de
ser Vicario Castrense y Arzobispo de Paraná por
motivos de salud. El seminario, que dependía de su arzobispado, continuaba siendo
-junto al de San Juan a cargo de Ildefonso Sansierra-, el lugar de formación de
seminaristas con una línea marcadamente tradicionalista. La revista Mikael era
dirigida por el rector del seminario, el Presbítero Silvestre C. Paul.
[55] Para más detalles de
las disputas internas entre las tres armas, consultar Quiroga, 2004:304 y
Canelo, 2008:193.
[56] Verbo, nº 224, 1982,
6-8.
[57] Cabildo, nº 54, 1982,
p. 14.
[58] Ibidem
[59] “Editorial”,
Cabildo, nº 55, 1982, p. 3.
[60] La
Prensa, 7 de julio de 1982, p. 7.
[61] Ibidem.
[62] Pregón
de la TFP, nº 77, 1982, p. 2.
[63] Pregón
de la TFP, nº 73, 1982, p. 8.
[64] Antonio Caponnetto,
“¡Pérfidos!”, Cabildo, nº 54, 1982, p. 13.
[65] Vicente Massot, “La
conveniencia o desventaja de una ayuda soviética”, La Prensa, 17 de junio de
1982, p. 12.
[66] “Las Malvinas y los
nacionalistas”, Pregón de la TFP, nº 74, 1982, p. 2.
[67] Ibidem, p. 4.
[68] “Del
‘Royal Ludo’ a la Malvinas”, Cabildo, nº 55, 1982, p. 11. [Resaltado en el
original]
[69] Ibidem,
p. 12.
[70] “Slogans,
denuestos y silencios: el estilo de ‘Cabildo’”, Pregón de la TFP, nº 77, 1982,
p. 3.
[71] Pregón de la TFP, nº
77, 1982, p. 2.
[72] 73 José C. Marone, “A
propósito del ‘Royal Ludo y las Malvinas’”, Cabildo, nº 57, 1982, p. 15. Según
el testimonio anónimo de un ex miembro de TFP, este posicionamiento frente a la
guerra produce el alejamiento de muchos miembros del grupo: “(…) mi ruptura
definitiva fue durante la guerra de Malvinas. Creía en aquel entonces, lo sigo creyendo
hoy, que la guerra, más allá de Galtieri, fue una guerra contra el imperialismo
inglés y en defensa de la patria. Me acuerdo que los dirigentes en aquél
entonces estaban muy nerviosos. Ellos se oponían a la guerra, pero muchos de
sus simpatizantes que eran nacionalistas a ultranza creían en ella. Por
entonces perdieron mucha gente”. Silletta, 1986:104.
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