11 de febrero de 2020

COINCIDENCIAS Y DISIDENCIAS DE LOS TRADICIONALISTAS CATÓLICOS ARGENTINOS EN TORNO A LA GUERRA DE MALVINAS



Por Facundo Cersósimo (*)

Introducción

El 2 de abril de 1982 la Junta Militar de la Argentina decidió recuperar las islas ubicadas en el Atlántico Sur en poder de Inglaterra. El inicio de la Guerra de Malvinas, su transcurso y desenlace produjo un debate al interior del catolicismo local.

Las posturas de las autoridades militares difirió del camino que adoptó el Vaticano y el Episcopado argentino, produciéndose una situación difícil de resolver para los distintos sectores del tradicionalismo católico[1], que veían en el fracaso del Proceso de Reorganización Nacional un posible avance de la “subversión” y un desenlace precipitado hacia la transición democrática.

El conflicto del Beagle con Chile ya había mostrado estas diferencias, con la salvedad de que el mismo no había alcanzado la salida armada.

En el presente artículo nos proponemos indagar los posicionamientos de los tradicionalistas católicos ante el conflicto bélico, tanto de los obispos miembros del Episcopado, de las autoridades del Vicariato Castrense, quienes compartían un imaginario bélico común con las Fuerzas Armadas desde hacía décadas, como de los grupos laicos.

En la primera parte reflejaremos las posturas de los tradicionalistas al iniciarse el conflicto, sus diferencias internas como las mantenidas con el sector mayoritario de la jerarquía católica. En la segunda observaremos las reacciones ante la visita papal y la búsqueda de solución pacífica del conflicto impulsada por el Vaticano y seguida por el Episcopado. Por último, nos detendremos en el debate abierto luego de finalizada la guerra entre dos posiciones contrapuestas al interior de los grupos estudiados.

A lo largo del trabajo utilizaremos publicaciones periódicas de los grupos católicos, documentos oficiales emitidos por la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), como prensa periódica de circulación masiva.

Este caso particular nos permitirá desagregar la heterogeneidad que existió al interior de un sector del catolicismo al que generalmente se lo percibió como un bloque homogéneo y sin diferencias internas, “aliado” y “cómplice” de la última dictadura militar argentina.

Inicio y desarrollo del conflicto armado

Al iniciarse la contienda bélica, el Proceso se encontraba en una pendiente descendente en su aceptación frente a una porción importante de la sociedad. Los grupos tradicionalistas no estaban al margen de las críticas a la Junta Militar, pero sus quejas, en algunos sectores más marcadas que en otros, corría por andariveles disímiles al resto de los sectores insatisfechos. Sin embargo, la sorpresiva ocupación del archipiélago significó para gran parte de los tradicionalistas una renovación de expectativas respecto al futuro del Proceso.

A diferencia del conflicto por el canal del Beagle, la reivindicación de la ocupación de las islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur[2]3 gozaba de un gran respaldo popular, no siendo el “enemigo” a vencer un país vecino, sino una antigua potencia colonialista como Inglaterra, con quien se arrastraba desde 1833 el conflicto por la soberanía sobre los archipiélagos del Atlántico Sur: “mientras que el conflicto con Chile en 1978 era un componente del nacionalismo de los nacionalistas, la redención de las islas australes lo era de los argentinos en general (…)”[3].

Hacia el interior de los tradicionalistas, sin duda era el grupo nucleado en torno a la revista Cabildo quién más había levantado las banderas de la recuperación de las islas[4].

Como señala Saborido (2005:259) “al producirse la invasión de las islas Malvinas, todas las críticas al Proceso que habían arreciado durante los meses anteriores quedaron en suspenso. El acontecimiento se vislumbró como una oportunidad para que se hallara el camino correcto”.

Para Cabildo la inesperada invasión significó posiblemente el momento de mayor esperanza y euforia desde su aparición. Ni el golpe militar de marzo de 1976 había producido tantas expectativas como el 2 de abril de 1982:

“Es un gesto cuasi fundacional. La sangre derramada en las Malvinas, la sangre argentina, es un agua lustral: estamos al comienzo de todo, por lo mismo que hemos restablecido la vinculación perdida con lo mejor de nosotros mismos. Somos, seremos dignos de nuestra mejor tradición”[5].

Además de mostrarse embarcados en esta gesta, dejaban en claro que “… un mal pacto ante cualquier foro internacional, ante cualquier mal aliado o ante cualquier enemigo, ha de arruinarla por generaciones. La soberanía sobre las Malvinas no se puede perder sino por la suerte desgraciada de las armas”[6].

No se trataba solamente de recuperar la soberanía sobre las islas, sino de hacerlo por vía de las armas.

La “gesta de Malvinas” representaba para el Proceso volver a punto cero, dándole una nueva legitimidad con la que no contaba hasta el momento y la posibilidad de desandar pasos mal dados y que habían valido tan duras críticas por parte de la publicación:

“… la situación interna se ha revertido en 180 grados y hoy el Proceso dispone de un nuevo espacio político impensable días y horas antes. Se puede decir, a la vista de este clima triunfante en que se mueve el gobierno y de las inmensas expectativas que ha abierto, que ha refundado el Proceso al otorgarle una nueva legitimidad, al proponerle nuevos objetivos, al disponer de nuevas perspectivas. Es como si se hubiera penetrado en el túnel del tiempo para regresar a seis años atrás”[7].

Desde el 2 de abril se retomaba el “verdadero” camino, no el del liberalismo sino el de la “cruz y el sable”. Antonio Caponnetto en un artículo titulado “Soberanía o Muerte” reflejaba de manera más clara la evocación de la “Nación católica” y del “Ejército cristiano”, que Loris Zanatta (1996) remite su origen a la década de 1930, y que encontraba en Malvinas una nueva oportunidad para consolidarse:

“El gesto ejemplar del Operativo Rosario nos revela, nos demuestra y nos convoca a reconocer los verdaderos gestos soberanos. La Patria es a Cruz y Sable; es Fe y Milicia; Fortaleza heroica y lealtad a Dios. Es vísperas de combate, vigilias a la intemperie y alegría de bandera izada. No es urna, voto, sufragio y apostasía”[8].

Sin embargo, a pesar de que “lo mejor que le pasó a la Argentina pasó el dos de abril de 1982”[9]10 también era necesario encender luces de alarma. A pesar de volver a recuperar la legitimidad perdida, el Proceso “¡se vuelve a equivocar!”, ya que convocaba a un amplio arco de dirigentes partidarios para la asunción como nuevo gobernador de las islas Malvinas de Mario Benjamín Menéndez y para realizar misiones diplomáticas en diferentes países con el objetivo de explicar las razones de la invasión[10].

A pesar del reparo por la presencia de la “partidocracia”, la invasión representó, como dijimos, el punto de esperanza más alto desde los inicios del Proceso.

Con las mismas ilusiones, Ciudad Católica saludó la invasión[11]. En su editorial de abril y bajo el título de tapa “Las Malvinas son católicas y argentinas”, avizoraba también que se iniciaba una nueva etapa:

“Para nosotros esta gesta de 1982 sobrepasa nuestros cálculos humanos. Es inicio de algo más grande. Seremos, pues, cabeza de puente de una gran resurrección: la de la Cristiandad. El contrataque mariano hace sonar sus toques de atención. Por eso, quisiéramos que las Islas sean nuestras y bien nuestras porque fueron consagradas a Nuestra Señora de la Resurrección”[12].

Aunque sin contraponerse, Cabildo resaltaba la recuperación de las islas como un gesto de soberanía nacional sobre una potencia colonialista, mientras que Ciudad Católica lo hacía como una conquista del catolicismo hispánico sobre el enemigo protestante: “Así como España forjó su nacionalidad en la lucha contra el Islam, Hispano-América se va conformando a través de un sórdido enfrentamiento contra el Imperio Inglés (…) Hispanoamérica se pone de pie para respaldar a la Argentina en la guerra contra la monarquía protestante”[13].

Si bien las expectativas obtenidas con la invasión son puestas en lugares distintos, para Ciudad Católica el empleo de las armas para conseguir el triunfo era una posibilidad, aunque no la única:

“Si es por la fuerza (todavía esperamos que no sea necesario) estamos tranquilos porque nuestras FFAA han demostrado su capacidad y exactitud en la realización de los objetivos. Si es por la diplomacia, la nuestra está más que a la altura de los acontecimientos”[14].

Estas diferencias respecto a los caminos que debía adoptar la Junta Militar para recuperar lo que consideraban un reclamo histórico, fueron más pronunciadas en el caso de Tradición, Familia, Propiedad (TFP)[15].

A los diez días de iniciado el conflicto, TFP publicaba una solicitada donde dejaba sentada su posición, apartándose de los posicionamientos del resto de los grupos tradicionalistas:

“Si bien el acto de soberanía territorial sobre el archipiélago es importante, muchísimo más importante es la supervivencia de todo el país como una nación independiente del influjo y aún de la tiranía comunista. La cuestión comunismo/anticomunismo es infinitamente mayor que la cuestión de las Malvinas”[16].

En el marco de la Guerra Fría, TFP no estaba dispuesto a poner en riesgo la soberanía nacional en manos del que consideraban el enemigo más peligroso: el comunismo bajo el liderazgo de la Unión Soviética. Si la Argentina aceptaba la ayuda del bloque comunista y los Estados Unidos inclinaba su apoyo por Inglaterra, quedaría entonces del lado equivocado dentro del esquema del mundo bipolar.

Hasta el envío de tropas británicas a las Malvinas, las especulaciones sobre los apoyos internacionales tuvieron un papel trascendente. Las autoridades del Proceso previeron que, ante el hecho consumado de la ocupación del archipiélago, los Estados Unidos o no intervendría o apoyaría una alianza con la Argentina[17].

Los inusitados apoyos internos ocurridos luego del 2 de abril, también pusieron una señal de alerta, y daban más argumentos para rechazar la invasión:

“Es sintomático que hasta los terroristas ‘montoneros’, por boca de Mario Firmenich, hayan apoyado al gobierno (…)”[18]. 

Por lo tanto, era imperioso el camino de la diplomacia para evitar la guerra:

“Es necesario agotar todas las vías nobles y honestas que se nos presenten para llegar a un acuerdo con el gobierno de los “conservadores británicos”, tan odiados por los “montoneros”, que salve nuestros derechos, pero sobre todo preserve a la Argentina del comunismo (…). Si nos atrevimos a enfrentar a Inglaterra por amor a las Malvinas, ¿no nos atreveremos a rechazar las solicitudes de Rusia por amor a Dios?”[19].

Dos semanas después del desembarco, sesionó la Asamblea Plenaria de la CEA[20].21 En el primer día los obispos también consideraron necesario advertir al gobierno contra “la presencia de Rusia”[21].

Concluida la reunión, la CEA sentó su posición a través del documento “Exhortación a la paz”. En la misma tesitura que el Vaticano, manifestaban “la preocupación de una guerra de consecuencias imprevisibles (…) Por eso los obispos reiteran a los fieles: sigamos construyendo la paz para ganar la paz”, y ésta “se la ganará en la mesa de las negociaciones”[22].

En boca de los obispos, la paz no era necesaria solamente para alejarnos de una alianza con la Unión Soviética, sino para que “dos pueblos cristianos, a pesar de sus divergencias, lleguen a ser pueblos hermanados que encuentren caminos conducentes a una solución pacífica”[23].

Sin embargo, algunos obispos tradicionalistas se diferenciaron del planteo. Antonio Plaza, con posturas similares a las de Cabildo, sostuvo que “la Argentina no puede renunciar a la soberanía sobre las Malvinas” y pidió a los ingleses “que se queden en sus propias islas y terminen con esto del colonialismo que ya es de otra época”, planteando que si Inglaterra nos ataca “para robarnos lo que nos pertenece, reclamado por la Argentina desde hace casi 150 años, entonces tenemos la obligación de defendernos”[24].

Por su parte, para Octavio Derisi, “(…) Nuestro país ha reclamado continuamente, e incluso en estos últimos 17 años ha tratado, de acuerdo con un mandato de las Naciones Unidas, de llegar a un arreglo con Gran Bretaña. Pero esto no ha sido posible. Entonces ya a la Argentina no le quedaba más remedio que tomar lo suyo. Esto no es ninguna agresión (…) La Argentina no ha agredido a nadie, ha ido a buscar lo suyo. Además de la parte jurídica histórica, también geográficamente las Malvinas forman parte, se unen a la plataforma marítima argentina y pertenecen a nuestro país”[25].

Al igual que Plaza, Derisi aprobaba y justificaba la ocupación de las islas, pero privilegiaba, en sintonía con el resto del Episcopado, la vía diplomática para la recuperación definitiva:

“Ahora, lo que hay que pedir a Dios es que este conflicto que se ha creado a raíz de esta reivindicación de un derecho argentino, justo, incuestionable, no derive en una acción bélica. Esto tenemos que pedirle a Dios, que esta segunda parte se arregle diplomáticamente para que no haya derramamiento de sangre”[26].

Por su parte, el nuevo Vicario Castrense, José Miguel Medina, en la asunción del cargo declaraba que “en estos días tan especiales para los argentinos, como argentino, como obispo, como vuestro vicario, os agradezco lo que estáis haciendo en nuestras Malvinas”[27].

En conflictos como éste, y como el del Canal del Beagle, las posturas adoptadas por las autoridades y capellanes del Vicariato Castrenses se hallaban más cercanas a las Fuerzas Armadas que al Episcopado. Si bien tenían la obligación de acompañar “espiritualmente”
acciones bélicas en el continente y en el archipiélago, lo hacían desde un discurso belicista enmarcado en las coordenadas del pensamiento tradicionalista católico.

El capellán Jorge Piccinalli era una muestra de esto. En una de las homilías que pronunció estando en las Malvinas afirmaba:

“Nuestro pueblo argentino que es católico, porque es hispánico, porque es romano, hoy ha prorrumpido en la gesta de la reconquista de un territorio para la Nación. Nación que tiene como origen el cristianismo (…) Tenemos que ver esto como la gesta de la defensa de la Nación para Jesucristo”[28].

Ante la postura mayoritaria de los obispos de promover la solución pacífica, los sectores católicos que apoyaban la recuperación de las islas por la vía de las armas, comenzaron a buscar un respaldo teológico a sus posturas. Como en ocasiones anteriores, para combatir al “enemigo interno”, apelaron al concepto de guerra justa, ahora para enfrentar al “enemigo externo”.

Es Ciudad Católica que, en pleno conflicto y bajo el título “La herejía pacifista”, dedicó su publicación a darle contenido teológico al apoyo de la guerra. En el número de junio de Verbo, encontramos tres artículos donde se explayaban sobre el tema[29]. Alberto Caturelli sostenía que “ciertas declaraciones sentimentales en defensa de la paz a cualquier precio me irritan porque también conllevan una buena carga de estupidez”[30]. En este caso la guerra no solo era justa, sino que también era “moralmente obligatoria”, por recuperar un territorio que nos pertenecía:

“(…) si se trata de la reparación de un derecho cierto violado, en el caso de las Malvinas la guerra es esencialmente justa y, de nuestro lado, existe la búsqueda de una justicia vindicativa, de una restitución que le es debida a la Patria tanto por derecho natural cuanto positivo (…) En tal circunstancia, es no sólo legítimo matar al enemigo sino obligatorio, como enseñaba San Agustín”[31].

Luego de que fracasaran las tratativas diplomáticas en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y posteriormente con los Estados Unidos como mediador, el primero de mayo, comenzaron los enfrentamientos armados[32]. Al día siguiente se producía el hundimiento del buque General Belgrano por parte de la flota británica.

Una vez iniciado el conflicto armado, Ciudad Católica evaluaba la guerra positivamente, no sólo desde el punto de vista de la recuperación de un territorio, sino desde el avance de la cristiandad:

“¿qué está pasando con nuestra catolicidad vergonzosa y tibia, sino que comienza a entrar en erupción como una fuerza volcánica que retoma de Trento la consigna de enfrentar a la herejía protestante por todos los medios y donde quiera que se manifiesta? (…) Esta guerra significa ante todo la liberación del alma cristiana de nuestra Nación (…) La guerra justa es también camino de purificación. ¡HERID, COMPAÑEROS, POR AMOR DE CARIDAD!”[33].

No estábamos, entonces, ante la recuperación de la soberanía nacional de la mano de las Fuerzas Armadas, sino ante la oportunidad de avanzar en la tan anhelada edificación de la Nación católica de la mano del “Ejército cristiano”[34].

Despejado el camino de las hipótesis y especulaciones sobre los apoyos internacionales, los análisis pasaban por el conflicto bélico y sus implicancias. Cabildo vivió la guerra con euforia:

“Hoy, la Argentina sabe que está en guerra y se siente dichosa por eso”[35]. Era primordial una victoria por las armas para después sí sentarse a negociar: “Sólo con el triunfo por la fuerza en el Atlántico Sur se podrá convocar a la razón y proteger el derecho en Nueva York o donde sea”[36].

Este espíritu de cruzada, donde se mezclaba la defensa de la patria, pero también de la cristiandad, llevaba al director de la revista, Ricardo Curutchet, a reclamarle al gobierno nacional a que “asuma, infunda e implante una moral de guerra justa, tal como lo es y tal como lo siente el pueblo argentino, recta, viva, espontánea y multitudinariamente”[37].

Sin embargo, en esta hora trascendente no se podía dejar de lado a quien se venía combatiendo en el ámbito local, el “enemigo interno”. El director de Cabildo instaba al gobierno:

“A que tenga clara conciencia de que hay enemigos internos disfrazados ocasionalmente de patriotas, quienes no sólo nunca tuvieron la menor vibración nacionalista exhibible respecto de ninguna reivindicación territorial (…) Que advierta que tales aludidos enemigos de nuestra actual circunstancia heroica están enquistados en diversos lugares de la retaguardia de la Nación combatiente, y que deben ser drásticamente apartados de ella”[38].

Mientras que para TFP el enemigo agazapado que buscaba aprovechar la situación pasaba por el peronismo “Montonero”, para Cabildo había que buscarlo en “los reductos financieros y económicos, en las direcciones gremiales (empresarias y sindicales), (…) en los medios de difusión, en ciertos cenáculos pastorales o pseudo espiritualistas, en los partidos políticos, y aún en los más altos niveles de la conducción nacional”[39]. Es decir, era el momento oportuno para que el Proceso encuentre el rumbo original, y para eso era necesario no solo “rectificar substancialmente la política económica iniciada en abril de 1976” sino un cambio de hombres dentro del gobierno. Se consolidaría el “frente interno” si se “integra el gobierno con civiles, pero no con aquellos que provienen de cenáculos ideológicos, partiditos con sello de goma, o supuestas ‘mayorías’ (…)”[40].

Concebía la posibilidad de que el giro que había tomado el Proceso tenía que darse hacia la dirección de las coordenadas ideológicas por las cuales bregaba desde su creación.

Por eso consideraba que “esta guerra es quizás nuestra última chance. Valdrá la pena morir por ella si nos purifica como Nación”[41].

Pero donde Cabildo veía una oportunidad, TFP observaba un peligro:

“El comunismo aguarda, pacientemente, que nos separemos de Occidente para lanzarse sobre nosotros, o que el cansancio interno por los sacrificios desmesurados le permita provocar una sublevación popular que implante el triunfo de la izquierda. Este mal supremo debe ser evitado, éste sí, a cualquier precio[42]”.

Esta carta pública del 18 de mayo que escriben al presidente Leopoldo F. Galtieri, continuaba privilegiando el peligro de la injerencia comunista antes que la reconquista de las Malvinas a cualquier precio:

“No podemos ver la defensa de la soberanía sobre las islas Malvinas como un fin en sí mismo, sin considerar el conjunto de la situación internacional en la que estamos inmersos, o sea, la lucha comunismo-anticomunismo”, exigiéndola al presidente de facto “que informe al país cuál es el verdadero interés de Rusia en el área”[43].

El camino propuesto por TFP era el de las negociaciones: “Y el tiempo, junto con una perseverante diplomacia, nos podrá dar a un costo razonable, lo que hoy perseguimos”[44].45 A pesar de bregar por la vía pacífica de resolución del conflicto, creían que de seguir los enfrentamientos las Fuerzas Armadas Argentinas se impondrían, no escapando a la euforia vivida en el continente difundida por los medios masivos de comunicación: “(…) victoria, sin embargo, que es de esperar puesto que nuestras Fuerzas Armadas y nuestra posición son superiores a las inglesas”[45].

Será durante la segunda semana de junio, cuando se produjo un acontecimiento significativo en el desarrollo de la guerra, a partir de la visita de Juan Pablo II.

La visita del Papa Juan Pablo II

El 11 y 12 de junio de 1982 Juan Pablo II visitó el país, por primera vez desde su consagración como máxima autoridad de la Iglesia Católica. Las lecturas acerca del “mensaje” que vino a transmitir fueron divergentes.

Para la CEA claramente el sentido de su visita fue elevar “entre nosotros y con nosotros, la misma plegaria de la victoria de la paz sobre la guerra”[46]. Los obispos argentinos aprovecharon la visita papal y exhortaron “a todos los fieles y hombres de buena voluntad (…) a que se unan espiritualmente a su plegaria por la paz”[47]. Una vez iniciados los enfrentamientos armados, era difícil encontrar posiciones divergentes entre los obispos.

Para Cabildo no tuvo ninguna relación con un pedido de paz:

“¿a qué vino realmente el Papa? Dejemos de lado las convencionales, fáciles y, un tanto estúpidas, respuestas que quieren ver en la gira del Sumo Pontífice una empresa de paz y amor (…); se trató más bien de una excursión con clara intención política, motivada por una preocupación política. (…) el Santo Padre vino a recomponer su imagen ante una grey que justificadamente podía sentirse desplazada o pospuesta en las preferencias vaticanas”[48].

Enmarcado en su anhelo de recuperar las islas por vía de las armas, lo que menos necesitaba el país era un mensaje de paz: “(…) un pueblo lanzado a una guerra y embriagado en la ilusión de la gloria nada necesita menos que le vengan a hablar de paz”[49]. Esperaban, por ser el Papa la cabeza de la Cristiandad, un discurso belicista en defensa de “la Cristiandad austral, en guerra con una potencia hereje”, sin embargo, “la palabra papal cayó desencarnada, fuera de la realidad emocional y aún intelectual que vivía el hombre argentino en ese momento”[50].

Contrariamente a lo afirmado de que todos los tradicionalistas “pretendían que Juan Pablo II bendijera las armas argentinas y declarara que libraban una guerra justa”[51], TFP no dudaba al ver en la presencia del Papa el camino de solución del conflicto por una vía pacífica, como venía sosteniendo desde los inicios de la guerra: “Juan Pablo II habló de la paz, tema necesario en estos momentos tan tristes para la nación (…). Esperamos que sea escuchado”[52]. A pesar de coincidir en este punto con los obispos argentinos, Beccar Varela (h) se diferenciaba de éstos al reclamarle una denuncia contra el peligro comunista: “La TFP lamenta que sus palabras contra la colaboración con los rusos no haya tenido eco en declaraciones de ningún obispo argentino(…)”[53].

Desde el órgano de difusión del Seminario de Paraná, se aceptaba el mensaje de paz que contenían las palabras del Papa, pero no se lo interpretaba como un discurso “pacifista”. Para las autoridades del seminario, paz no significaba rendición sin combate:

“Media pues un abismo entre el concepto que el Papa tiene de la paz y aquel del que hacen gala los que están dispuestos a dejar que el honor nacional y la justicia sean hollados por quienquiera con tal de que se evite el menor derramamiento de sangre (…) La invitación del Papa a ser ‘hacedores de la paz’ no es pues un llamado a la cobardía o a la defección, como algunos parecieran haberlo interpretado, sino a la valentía y el coraje propios de quien sabe integrar todos los valores que merecen ser integrados, el valor de la catolicidad (universal) y el valor del patriotismo(nacional)”[54].

Como sucedía al interior del catolicismo en otros temas, la interpretación de cada sector sobre los discursos y mensajes del Papa variaban considerablemente. Para un sector de los tradicionalistas, la breve visita no fue leída como un mensaje de solución del conflicto de forma pacífica, abandonando el uso de las armas. Esto marchaba en el sentido opuesto del mensaje oficial del Episcopado, que comenzaba a buscar otra salida que no sea la prolongación de la guerra o una derrota militar que deje debilitadas a las autoridades de la Junta Militar, como finalmente terminó sucediendo.

La rendición y el debate TFP-Cabildo

A los dos días de la partida de Juan Pablo II, el gobernador militar de las islas Mario Benjamín Menéndez, sin el consentimiento del presidente Galtieri, aceptaba la rendición ofrecida por las fuerzas inglesas, poniendo fin a la guerra. Las tropas británicas habían llegado hasta Puerto Argentino y su triunfo era inevitable.

El 22 de junio el Ejército designaba unilateralmente a Reynaldo Bignone como nuevo presidente, iniciando el diálogo con fuerzas políticas pensando en la transición hacia la democracia. La Armada y la Fuerza Aérea, en desacuerdo con la decisión, abandonaron la Junta Militar finalizando la experiencia de participación de las tres fuerzas en el ejercicio del gobierno. El Proceso entraba en su peor crisis política desde marzo de 1976[55].

La precipitada rendición produjo un crítico análisis sobre el conflicto, muchas veces matizado durante su desarrollo, e inició un profundo debate entre las posiciones más contrapuestas.

Desde Ciudad Católica diferenciaron entre el valor demostrado por los soldados y las “gravísimas fallas” de los oficiales superiores:

“Tenemos un cuerpo vigoroso, pero nuestra cabeza no condice todavía con él (…) No falló el ejecutor. Falló aquel a quien incumbía pensar”.

Si bien no temían por una crisis del “Ejército cristiano”, sí era necesario una reorganización:

“Si queremos estar a la altura de nuestras obligaciones de Nación Grande y Soberana, y campeona de Cristo y de María, debemos elevar mucho más el nivel de la formación de los responsables de nuestro destino, tanto en lo técnico como en lo intelectual y lo espiritual”[56].

Sin embargo, fue desde donde se recibió con mayor júbilo la guerra donde surgieron las críticas más duras tras la rendición. Cabildo las centró en dos planos: en el “enemigo interno” y en la conducción de las Fuerzas Armadas.

Al igual que otros grupos tradicionalistas, el enfrentamiento con Inglaterra no había implicado que desatiendan los peligros de un avance del “enemigo interno” y un aprovechamiento del mismo para debilitar la “Nación católica”. La derrota de las Fuerzas Armadas facilitaba que la “subversión” recobrara fuerzas. Para Cabildo este enemigo era uno de los culpables del fracaso:

“Lo dramático, lo lamentable, es que la guerra no la ganó Gran Bretaña, sino aquella porción de la Argentina que nunca quiso la guerra y trató voluntaria o involuntariamente, de perderla. Ya es sabido que no hay peor enemigo que el interno…”[57].

Ahora éste no era sólo el “enemigo ideológico y subversivo” sino el “derrotista, apátrida, que nunca pudo entender la guerra y en eso demostró ser un activo conspirador para que perdiéramos (…)”[58].

Otra parte importante de las críticas recayó sobre los responsables de la conducción militar. La prédica del “Ejército cristiano” como estandarte de la Nación católica, encontraba en sus conductores actitudes contrarias al “espíritu de milicia” que se esperaba de ellos. Como no era posible la edificación de la misma sin sus Fuerzas Armadas custodiándola, se tornaba imprescindible la “purificación” interna:

“El generalato (y sus equivalentes en las otras dos armas) no es hoy más que una oligarquía que tapona la vida de las fuerzas armadas, las debilita y las desnaturaliza (…) Las Fuerzas Armadas deben también iniciar una severísima etapa de purificación (…) No habrá reconstrucción de la Nación sin reconstrucción del Estado, pero no habrá reconstrucción del Estado sin reordenamiento purgativo de sus Fuerzas Armadas”[59].

A pesar de criticar duramente a los responsables militares y de buscar respuestas al fracaso que llevó a la rendición, los redactores de Cabildo no estaban dispuestos a aceptar la derrota. A comienzos de julio, e impulsado por Ricardo Curutchet, publicaron una “Solicitada contra la rendición”, firmada por una importante cantidad de miembros de la revista y de dirigentes políticos y personalidades cercanas a sus posiciones. Allí se sostenía:

“No estamos dispuestos a aceptar tal rendición, porque ella: Cancelaría definitivamente toda aspiración a la Soberanía, no ya sobre las islas, sino sobre la Nación misma; Significaría la liquidación de las Fuerzas Armadas, que no podrían sobrevivir a la vergüenza de consentirla y al descrédito consiguiente; Crearía las condiciones internas de la guerra civil, al reproducir, centuplicadas, las tensiones existentes al 30 de marzo”[60].

La gran oportunidad que visualizaban en el conflicto con Inglaterra hasta el 14 de junio pasó a convertirse al día siguiente en la posibilidad de la disgregación nacional en manos de la “partidocracia”. Ante esta situación la salida era profundizar el enfrentamiento, sin claudicar en los reclamos:

“Por eso nosotros (…) 1º) Exigimos la continuación del esfuerzo bélico, en los tiempos, formas y oportunidades idóneas, hasta que el enemigo sea totalmente expulsado del Atlántico Sur; 2º) Exigimos que la gesta de recuperación de la soberanía iniciada el 2 de abril se extienda al territorio continental y abarque todos los aspectos de la vida nacional”[61].

Estas posiciones beligerantes sólo fueron promocionadas por la revista dirigida por Curutchet. Ningún otro sector del tradicionalismo propuso la prolongación del conflicto armado a pesar de la desazón por la derrota, aceptando todos, críticamente, la nueva etapa que se abría.

TFP, saludando el fin de la guerra, felicitaba a las Fuerzas Armadas: “Nuestras Fuerzas Armadas después de luchar valientemente, tuvieron el coraje moral de aceptar la derrota, sin permitir que la pasión cegara las inteligencias, evitando sacrificios inútiles”[62]. Y en la carta que le enviaron a Nicolaides criticaban la postura de Cabildo:

“Sin duda V.E. deberá enfrentar como seguro timonel la tormenta de incitaciones de los que sólo piensan en la reivindicación armada ahora mismo y por tiempo indefinido de nuestros indudables derechos a las Malvinas, pero no ven la necesidad imperiosa de conservar la civilización cristiana en todo el territorio nacional, para bien de todos los argentinos. Algunas de esas incitaciones, proviene de un patriotismo mal entendido (…)”[63].

Antonio Caponnetto, oponiéndose y denunciando a los “pérfidos” que no se opusieron a la rendición, confrontaba con el grupo de Beccar Varela (h): 

“Pérfidos cuantos sollozaban por el Occidente de sus tradiciones, familias y propiedades… desde los bufetes de la extranjería, y hoy enjugan sus lágrimas con indisimulado gozo”[64].

Las divergencias entre ambos grupos, que ya venían manifestándose en el transcurso del conflicto, se transformaron luego de la rendición en un debate abierto. El mismo nos permite analizar y poner a la luz tensiones coyunturales e históricas del sector del catolicismo estudiado.

La polémica se inicia a partir de dos notas aparecidas en La Prensa. A los pocos días de terminada la guerra, Vicente Massot analizaba la posibilidad de recibir ayuda de la Unión Soviética:

“Quienes se han opuesto a la idea, básicamente han enarbolado dos argumentos de distinta naturaleza y peso. Por un lado, se ha dicho, confundiendo el plano particular y contingente de la política con el universal y necesario de la filosofía, que el marxismo es nuestro principal enemigo (…) Abrir la puerta a la posibilidad de un entendimiento o alianza con la Unión Soviética no supone abrazar el marxismo, leninismo (…) De hecho existe una relación bilateral con la Unión Soviética que permite sostener la idea según la cual a los mariscales del Kremlin no les interesa tanto las pautas ideológicas como los factores geopolíticos (…) A priori es imposible juzgar si las condiciones que puedan sernos impuestas son tolerables. Primero hay que sentarse a la mesa y negociar en términos concretos, de lo contrario nunca sabremos si los peligros más arriba expuestos son reales”[65].

Massot privilegiaba la continuidad del conflicto con Inglaterra recurriendo pragmáticamente a las relaciones internacionales que consideraba necesarias. Minimizaba la capacidad y las intenciones de la Unión Soviética de ganar influencia dentro de la política y la economía nacional. Ante el artículo del por entonces hijo de la dueña del diario La Nueva Provincia y primer secretario de redacción de Cabildo, TFP se opone en una nota donde embiste contra lo que denomina el nacionalismo argentino, colocándose ellos, de esta manera, como el “verdadero” tradicionalismo católico:

“Massot dice que ‘en 1982 nadie en su sano juicio tiene derechos a confundirse, en materia de política exterior, intereses con ideologías’. Diríamos que es lo contrario. O bien, que quien se alía con los comunistas alegando tan frágiles excusas está cometiendo un grave pecado contra el primer mandamiento de la ley de Dios y un grave entreguismo de la patria, puesto que implica aproximarla al horrible cautiverio en que yacen los países en que domina el comunismo (…)”[66].

Luego, se centraron en confrontar con las posturas de Cabildo donde consideraban que fomentaban la guerra contra Inglaterra sin evaluar posibles consecuencias:

“Las palabras de ‘Cabildo’ recuerdan ciertas frases de aquel otro jefe que lanzó a Europa en el horror de la Segunda Guerra Mundial, a partir de la lucha por el famoso ‘corredor de Danzig’ (…) Hitler no reparó en aliarse con Rusia comunista para obtener sus fines (…)Traemos a colación este recuerdo para pedirle a los jóvenes nacionalistas que reflexionen (…) Si, por el contrario, el espíritu ciegamente nacionalista prevalece, la cuestión de las Islas Malvinas permanecerá indefinidamente abierta, como una espina clavada en el cuerpo de la Nación, que la va infectando y que cualquier aventurero puede clavar aún más, y provocar la muerte de numerosos jóvenes argentinos en un nuevo conflicto. Mientras tanto, el comunismo aguarda a que ese conflicto se desate para entrar en nuestro territorio, de la mano de los nacionalistas”[67].

La respuesta de Cabildo abrió el debate a cuestiones más profundas atinentes a la relación del catolicismo con el nacionalismo, la soberanía nacional, el patriotismo y la Patria. Con un lenguaje característico de la publicación, inicialmente fustigan a TFP:

“Otra vez debemos ocuparnos de los jóvenes (ya no tanto) inmaduros de Tradición, Familia, Propiedad, más conocidos por sus estandartes rojos con el león dorado del conocido juego infantil- aunque tan sólo porque se meten con nosotros. En efecto, una vez más, estos curiosísimos engendros de un ideologismo destilado y tan bizarro como reducido (en el tiempo y en el espacio, en los que no se ubican concreta y cabalmente) se sienten obligados a pedir esta vez a Nuestra Sra. de Luján que ilumine a los jefes nacionalistas. ¡Habrase visto semejante paternalismo de parte de estos intelectual y espiritualmente imberbes anticomunistas que no tienen enemigos a la derecha, en lo que revelan no ser nacionalistas de ninguna clase, ni menos aún a la derecha económica, que los mantiene y subsidia a condición de que condenen al comunismo internacional pero no digan una solo palabra contra el Capitalismo que engendra a aquél!”[68].

Seguidamente a estas denuncias, Cabildo reivindicaba la importancia de la defensa de la soberanía y la Patria desde posiciones católicas:

“Sin duda alguna es impensable esperar que estos ‘cruzados’ de pacotilla valoren lo que es la soberanía nacional porque, en el fondo, están bien adheridos al mundo del supercapitalismo internacional que los tolera y les arroja algunas migajas de tanto en tanto, siempre a condición de que sostengan una posición seudo católica cómplice con la plutocracia sin patria. Si fueran verdaderos católicos sabrían que el valor Nación, el valor Patria, el valor patriotismo, están enraizados en lo más íntimos de la doctrina (…)”[69].

En su respuesta TFP buscó encauzar la discusión sobre el asunto que originó la polémica, determinando quién era el “enemigo principal” para ellos:

“Cabildo pasa en un embarazoso silencio varios puntos de nuestro artículo (…) Tampoco dicen cómo se podría ganar una nueva batalla. Sólo afirman que fue la ‘traición de los intereses comerciales y financieros’ los que impidieron una guerra victoriosa (…) Estos silencios y estas evasivas, son suficientes para descalificar al artículo que venimos comentando y a la revista que lo publica. Por nuestra parte, continuaremos combatiendo al comunismo, enemigo bien concreto y actual, mil veces más peligrosos que los propios abusos del capitalismo”[70].

En el mismo número dejan la posibilidad no ya de rechazar la ayuda soviética contra Inglaterra, sino de recibir ayuda de los Estados Unidos para rechazar al comunismo, colocándose en el lugar opuesto al grupo de Curutchet:

“¿En qué medida el perjuicio sufrido por nosotros al colocarnos en tirantez diplomática con los EEUU no es un perjuicio mayor, inclusive en América Latina?

No debemos olvidar que los EEUU, a pesar de que rechazamos la filosofía laica y liberal que modeló sus instituciones, es la mayor potencia occidental, sin cuya ayuda es imposible resistir un ataque ruso”[71].

El debate se cierra desde Cabildo con la publicación de la carta de un colaborador de TFP que decide su alejamiento del grupo en desacuerdo con el “frontal y virulento ataque al Nacionalismo”, y por interpretar que es un “profundo e indiscriminado odio para todos quienes estamos en defensa de lo nacional”[72].

Este acalorado debate entre TFP y Cabildo revelaba la profunda crisis que comenzó a transitar, luego de la guerra de Malvinas, el conjunto del tradicionalismo católico argentino. Se abría así un período donde la dictadura tenía los días contados, y donde las decepciones que tenían los tradicionalistas con el Proceso antes del 2 de abril se ahondarían aún más al entrar en el camino hacia la transición democrática.

Conclusiones

La guerra de Malvinas decidió la suerte del Proceso, acelerando las tratativas para buscar un camino de transición con las fuerzas políticas. Para los distintos sectores del tradicionalismo también significó un punto de inflexión y la desaparición de la última esperanza, para los que aún la conservaban, respecto al rumbo del Proceso. Como afirma Saborido (2005:263) refiriéndose a Cabildo: “La guerra fue por lo tanto el momento de mayor apoyo y la instancia de distanciamiento final”.

Para justificar el acompañamiento del conflicto, desde los sectores tradicionalistas, especialmente desde Ciudad Católica, se apeló al concepto de “guerra justa”. Este sirvió para justificar tanto la represión clandestina de las Fuerzas Armadas contra el “enemigo subversivo” como el enfrentamiento bélico contra Inglaterra, encontrando repercusión y difusión en sectores católicos que también apoyaban la guerra.

Las tensiones respecto al significado de conceptos como nacionalismo, soberanía, patriotismo, catolicismo y anticomunismo cobraron una dimensión inusitada, como quedó reflejado en el debate entre TFP y Cabildo. El conflicto planteó un escenario donde las diferencias que sostenían en el plano teórico fueron llevadas a un terreno concreto.

La posibilidad real de recibir ayuda de la Unión Soviética en el marco del aislamiento internacional desató una disyuntiva clave. Sabiendo que si el Proceso salía derrotado las fuerzas políticas se aprestaban a retomar el centro de la escena y prepararse para gobernar: ¿Aceptaban la ayuda del centro del mundo comunista y ateo para vencer a otra potencia colonialista y protestante? ¿O era preferible una derrota para no caer en los “tentáculos” comunistas?

El nacionalismo y un exacerbado anticomunismo eran dos rasgos característicos del universo de ideas de los tradicionalistas. Fue durante la guerra de Malvinas, y ante la realpolitik implementada por las autoridades militares, donde ambos entraron en contradicción. Las fracturas en el interior de los sectores católicos estudiados cobraron dimensiones no vistas anteriormente, sumadas a que la visita del Papa y su incómodo mensaje de pacificación replicado por la mayoría del Episcopado local, agravaba aún más sus diferencias internas, confrontando con el discurso de “guerra justa” levantado por gran parte de estos sectores.

Ante la derrota algunos prefirieron criticar a las “cúpulas” y a los responsables militares, solicitando una “autodepuración” del “Ejército cristiano”; otros optaron por resaltar las virtudes de éste, fundamentalmente del sector que había demostrado –por su supuesta arraigada fe católica, un mejor desempeño, como la Fuerza Aérea; y otros recibieron aliviados el final del conflicto, alejándose así el peor peligro para nuestra sociedad occidental y cristiana: el comunismo soviético. Sin embargo, nadie podía evaluar como positivo el saldo del enfrentamiento con Inglaterra, principalmente cuando a las pocas semanas de finalizado, la “partidocracia” a través de la Multipartidaria comenzaba a reclamar una pronta transición a la democracia liberal, sistema político que permitiría el avance, una vez más, del “enemigo interno”.

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(*) Profesor de Historia, Universidad de Buenos Aires (UBA). Cursando actualmente el Doctorado en Ciencias Sociales en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Docente en la cátedra de Historia Argentina (titular Nora Pagano) de la carrera de Ciencias Políticas (UBA) y de la cátedra de Problemas de Historia Argentina (titular Ernesto Salas) en la carrera de Historia (UBA).

Fuente: https://www.academia.edu


[1] El concepto de tradicionalismo católico lo tomamos de Martín Obregón quien lo utiliza para describir las líneas
internas del Episcopado durante los años del Proceso. Aquí se utilizará no sólo para referirse a los obispos que se inscribieron en esta corriente del catolicismo sino también a sacerdotes y laicos que compartieron tales ideas. Según Obregón, los tradicionalistas eran aquellos que “permanecían dentro de las coordenadas ideológicas del tomismo y que concebían a la Iglesia como una ‘sociedad perfecta’ que se oponía a los “errores” propios de una modernidad con la que se mostraban intransigentes. Inspirada más por una idea de ‘conquista’ que por una de ‘diálogo’ con el mundo moderno, esta fracción episcopal permanecía aferrada a concepciones que habían madurado en el contexto de las primeras décadas del siglo XX. Estas concepciones no sólo se adecuaban mal a los profundos cambios operados en la sociedad y en la cultura a lo largo de las décadas transcurridas desde entonces, sino que además (…) habían quedado ‘por detrás’ de las orientaciones generales promovidas por la Iglesia universal”. Obregón, 2005:40.
[2] En adelante Islas Malvinas.
[3] Novaro-Palermo, 2003:438.
[4] Desde su creación en mayo de 1973, la defensa de la soberanía fue uno de los pilares de la temática de sus páginas, siendo el diferendo con Chile por el Canal del Beagle, las relaciones con Brasil en torno a la construcción de la represa de Itaipú y el reclamo de soberanía sobre las islas Malvinas los tópicos a los que destinó más cantidad de espacio. Cabildo es la revista de este sector del catolicismo de mayor duración y conocimiento público. Luego de transitar por tres épocas (1973-1975; 1976-1991; 1998-cont.), en la actualidad continúa publicándose.
[5] “Editorial”, Cabildo, nº 52, 1982.
[6] Ibidem.
[7] Ibidem, p. 18.
[8] Antonio Caponnetto, “Soberanía o Muerte”, Cabildo, nº 52, 1982, p. 21. [Resaltado en el original]
[9] Ibidem.
[10] Quiroga, 2004:296.
[11] Ciudad Católica era una obra de laicos, de origen francés que llegó a la Argentina en 1959. Los Cooperadores
Parroquiales de Cristo Rey, una congregación religiosa, cumplieron un rol central en su llegada al país. Su publicación era la revista Verbo y apuntaban a formar élites e insertarse dentro de las Fuerzas Armadas, de la Iglesia Católica y del mundo empresario a través de una organización celular. 
[12] Verbo, nº 221, abril de 1982, p. 7.
[13] Verbo, nº 222, mayo de 1982, p. 13.
[14] Ibidem, p. 52.
[15] Grupo de laicos que el 3 de abril de 1967 crearon la Sociedad Argentina de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (TFP), a partir del grupo nucleado en la revista Cruzada, y siguiendo los lineamientos de su homónima brasilera surgida en 1960 bajo el liderazgo de Plinio Correa de Oliveira. Tradición, Familia y Propiedad serían los tres valores centrales de la civilización cristiana.
[16] Solicitada publicada en La Nación, 13 de abril de 1982, p. 4.
[17] Para un análisis detallado sobre las relaciones diplomáticas en torna al conflicto consultar Cardoso-KirschbaumVan der Kooy, 1983; y Novaro-Palermo, 2003:445-449. 
[18] Ibidem.
[19] Ibidem.
[20] En la Asamblea Plenaria realizada entre el 19 y 24 de abril se eligieron las nuevas autoridades del Episcopado. Luego de cuatro votaciones fue consagrado el cardenal Juan Carlos Aramburu como nuevo presidente en reemplazo de Raúl F. Primatesta, quien es elegido vicepresidente 1º; y el arzobispo de Corrientes Jorge Manuel López como vicepresidente 2º. Para los detalles de la elección ver Verbitsky, 2006:329 y Verbitsky, 2010:371.
[21] Archivo del obispo de Goya Alberto Pascual Devoto, pp. 71-84, citado en Verbitsky, 2010:365.
[22] Documentos del Episcopado Argentino: 1982-1983, 1988:9-10.
[23] Ibidem.
[24] AICA, nº 1323, 29 de abril de 1982, p. 6.
[25]Ibidem, p. 12. 
[26] Ibidem.
[27] AICA, nº 1322, 22 de abril de 1982, p. 12.
[28] Kasanzew, 1982:160. Durante el conflicto Piccinalli era capellán de las Compañías de Comandos 601 y 602 del Ejército, bajo la jefatura del Teniente Coronel Mohamed Alí Seineldín, altamente entrenadas y con una impronta marcadamente nacionalista y católica. Durante 1981 y 1982 dirigió retiros espirituales organizados por Ciudad Católica. Ver Verbo, nº 212, 1981, p. 51 y nº 230, 1983, p. 76. Sobre la actuación de Seineldín en Malvinas ver Kasanzew, 1982:151-158.
[29] Ver Miguel L. Speroni, “La herejía pacifista y la guerra justa”; Alberto Caturelli, “La noción de guerra justa y la recuperación de las Malvinas”; Bernardino Montejano, “Francisco de Vitoria y la guerra del Atlántico Sur”. En: Verbo, nº 223, 1982.
[30] Alberto Caturelli, “La noción…”, Verbo, nº 223, 1982. Caturelli fue uno de los filósofos más destacados del tradicionalismo católico argentino. Colaboró en la revista del Padre Meinvielle, Presencia, en su segunda época. Discípulo y biógrafo de Octavio Derisi, hacia 1975 era profesor en la Universidad Nacional de Córdoba. En 1979 organizó el Congreso Mundial de Filosofía Cristiana y hacia 1983 era Presidente de la Sociedad Católica Argentina de Filosofía. 
[31] Ibidem, pp. 31-32. En Kon, 1982:155-169, se puede leer el testimonio de “Carlos”, un conscripto que fue enviado a las islas y que era miembro de la Vanguardia Obrera Católica. Allí afirma que la guerra no entraba en contradicción con el magisterio de la Iglesia, porque ésta habla de “guerras justas”, “y la reconquista de las Malvinas por la Argentina fue algo justo”.
[32] El 3 de abril el Consejo de Seguridad a través de la resolución 502 condenó la ocupación militar unilateral de las tropas argentinas a las islas. Para un detalle de las tratativas diplomáticas desde la ocupación hasta el 1º de mayo ver Cardoso-Kirschbaum-Van der Kooy, 1983: II parte.
[33] “La guerra con Inglaterra: cruz y bendición”, Verbo, nº 223, 1982, p. 6-7 [Mayúsculas en el original].
[34] En Túrolo, 1982; Kasanzew, 1982; Carballo, 1983 y Verbitsky, 2002: cap. 31 se pueden encontrar abundantes testimonios acerca de la impronta católica de los soldados, manifestadas durante el conflicto, consecuencia de décadas de ser formados en las coordenadas del nacional catolicismo.
[35] “Editorial”, Cabildo, nº 53, 1982.
[36] Ibidem.
[37] Ibídem.
[38] Declaración de la Confederación Nacionalista, en Cabildo, nº 53, 1982, p. 5.
[39] Ibídem.
[40] Cabildo, nº 53, 1982, p. 16. El artículo titulado “La retaguardia en la guerra” aparece en la revista sin firma, pero su autor es Patricio Randle, quien luego compila los artículos escritos en Cabildo y La Prensa durante la guerra en un libro titulado La guerra inconclusa por el Atlántico Sur (Buenos Aires, Oikos, 1982), cuyo prólogo lo escribe el ex presidente Roberto Marcelo Levingston. Randle es arquitecto. Hacia 1978, se desempeñó como Director de la Unidad de Investigación para el Urbanismo y la Regionalización (OIKOS) dependiente del Conicet. Colaborador de Cabildo desde su aparición, además escribe en Verbo y Mikael.
[41] Ibidem.
[42] Pregón de la TFP, nº 70, 1982, p. 5.
[43] Ibidem.
[44] Ibidem.
[45] Ibidem. Para profundizar sobre la manipulación de la prensa y de las autoridades militares acerca del desarrollo de los enfrentamientos ver Verbitsky, 2002.
[46] Documentos…, 1988:27.
[47] Ibidem, p. 29.
[48] Cabildo, nº 54, 1982, p. 19.
[49] Ibidem.
[50] Ibidem.
[51] Verbitsky, 2010:375.
[52] Pregón de la TFP, nº 72, 1982, p. 2.
[53] Reportaje realizado a Cosme Beccar Varela (h) como presidente del Consejo Nacional de la TFP por la revista L’Express de París, reproducido en Pregón de la TFP, nº 72, 1982, p. 8.
[54] “Editorial”, Mikael, nº 30, 1982, p. 3. Hacia mediados de 1982 Adolfo S. Tortolo, había dejado de ser Vicario Castrense y Arzobispo de Paraná por motivos de salud. El seminario, que dependía de su arzobispado, continuaba siendo -junto al de San Juan a cargo de Ildefonso Sansierra-, el lugar de formación de seminaristas con una línea marcadamente tradicionalista. La revista Mikael era dirigida por el rector del seminario, el Presbítero Silvestre C. Paul.
[55] Para más detalles de las disputas internas entre las tres armas, consultar Quiroga, 2004:304 y Canelo, 2008:193.
[56] Verbo, nº 224, 1982, 6-8.
[57] Cabildo, nº 54, 1982, p. 14. 
[58] Ibidem
[59] “Editorial”, Cabildo, nº 55, 1982, p. 3.
[60] La Prensa, 7 de julio de 1982, p. 7.
[61] Ibidem.
[62] Pregón de la TFP, nº 77, 1982, p. 2.
[63] Pregón de la TFP, nº 73, 1982, p. 8.
[64] Antonio Caponnetto, “¡Pérfidos!”, Cabildo, nº 54, 1982, p. 13.
[65] Vicente Massot, “La conveniencia o desventaja de una ayuda soviética”, La Prensa, 17 de junio de 1982, p. 12.
[66] “Las Malvinas y los nacionalistas”, Pregón de la TFP, nº 74, 1982, p. 2.
[67] Ibidem, p. 4.
[68] “Del ‘Royal Ludo’ a la Malvinas”, Cabildo, nº 55, 1982, p. 11. [Resaltado en el original]
[69] Ibidem, p. 12.
[70] “Slogans, denuestos y silencios: el estilo de ‘Cabildo’”, Pregón de la TFP, nº 77, 1982, p. 3.
[71] Pregón de la TFP, nº 77, 1982, p. 2.
[72] 73 José C. Marone, “A propósito del ‘Royal Ludo y las Malvinas’”, Cabildo, nº 57, 1982, p. 15. Según el testimonio anónimo de un ex miembro de TFP, este posicionamiento frente a la guerra produce el alejamiento de muchos miembros del grupo: “(…) mi ruptura definitiva fue durante la guerra de Malvinas. Creía en aquel entonces, lo sigo creyendo hoy, que la guerra, más allá de Galtieri, fue una guerra contra el imperialismo inglés y en defensa de la patria. Me acuerdo que los dirigentes en aquél entonces estaban muy nerviosos. Ellos se oponían a la guerra, pero muchos de sus simpatizantes que eran nacionalistas a ultranza creían en ella. Por entonces perdieron mucha gente”. Silletta, 1986:104.

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