1 de febrero de 2020

VISIONES URUGUAYAS SOBRE LA CUESTIÓN MALVINAS (*)




Por José Ramiro Podetti

Los vínculos del Uruguay con las islas Malvinas son históricos y vienen de muy lejos. Los puertos naturales de Maldonado, Montevideo y Colonia fueron puntos de recalada de navegantes en sus itinerarios por el Atlántico Suroccidental desde el siglo XVI. A partir del auge de la industria ballenera y foquera, en la segunda mitad del XVIII, el incremento de esa navegación fue enorme; ya no se trataba solo de usufructuar la condición de ser un punto del tránsito en la ruta marítima hacia y desde el océano Pacífico, sino que las pesquerías convirtieron al Atlántico Suroccidental en un destino en sí mismo. Las islas Malvinas y la costa patagónica cobraron inusitado valor y estimularon diversas tentativas de colonización, legales e ilegales. Los puertos uruguayos fueron entonces la última escala para el reabastecimiento antes de lanzarse hacia las inmensidades desoladas del Atlántico Sur. A partir de la creación del Apostadero Naval en 1776, las Malvinas quedaron bajo la jurisdicción naval montevideana, lo que ha permitido incluso postular a algunos estudiosos una posible reivindicación uruguaya de soberanía, reiterada en un libro de reciente publicación.

La cuestión Malvinas, derivada de su ocupación violenta por Gran Bretaña en 1833, y la reivindicación de su soberanía por Argentina desde entonces, ha motivado muchas veces a historiadores, diplomáticos e internacionalistas uruguayos. En especial, como es lógico, desde que en 1965 las Naciones Unidas recomendaron a Gran Bretaña y la Argentina “proseguir sin demora las negociaciones” en torno al diferendo, aunque la inclusión de Malvinas entre los territorios sujetos a descolonización data de 1946.

Todo ese material representa un aporte de interés porque expresa puntos de vista de la cuestión desde una perspectiva proveniente de un tercer país, no involucrado directamente en la controversia, pero para el que las islas Malvinas no resultan un territorio ignoto, sino por el contrario, unido a su historia. Por otra parte, Uruguay, junto con Brasil y la Argentina, en tanto ribereños del Atlántico Suroccidental, comparte el interés por esas aguas, y no debiera sentirse ajeno a la responsabilidad internacional sobre su seguridad, que implica naturalmente en primer lugar a sus ribereños. Ello lo convierte en un interesado directo en el desenlace de la cuestión Malvinas.

En el año 2012 fui invitado a participar de la creación del Foro Malvinas en Uruguay, una instancia de diálogo, estudio y difusión sobre el tema, cuya acta constitutiva está transcripta al final. Me pareció un excelente ámbito para proponer la edición de un libro que recopilara algunos de esos materiales. La fundación de este Foro se llevó a cabo en la Azotea de Haedo, en Punta del Este, un lugar especialmente apropiado para la circunstancia, por la historia de esa casa, por las ideas que en materia de política internacional sostuvo siempre su creador, Eduardo Víctor Haedo, y por el compromiso sostenido con la causa Malvinas del embajador Benito Llambí, de querida memoria.

Bastaría recordar que la acción parlamentaria de Eduardo Víctor Haedo detuvo en dos oportunidades, en 1940 y 1944, la instalación de una base aeronaval estadounidense en el Uruguay, o su defensa consecuente, a lo largo de cuarenta años de vida política, de la unión suramericana y latinoamericana, para saber que hubiera formado parte con gusto de este Foro, que integra su hija, Beatriz Haedo de Llambí.

Como colaborador del embajador Benito Llambí me tocó coordinar algunas actividades referidas a las Malvinas en la sede de la embajada argentina en Montevideo, y fui editor de un pequeño volumen en que se publicaron diversas conferencias pronunciadas en 1991 y 1992. Ello me puso en conocimiento de la existencia de numerosos textos, de distintas épocas, géneros y procedencias, producidos por uruguayos, sobre la cuestión Malvinas.

Teniendo en cuenta este antecedente, propuse al Foro Malvinas en Uruguay, en su segunda reunión, la publicación de un volumen que recogiera algunos de esos textos. Agradezco a sus integrantes el interés y la aprobación de la iniciativa, del mismo modo que al embajador argentino Dante Dovena, que de inmediato la apreció y apoyó.

Antes de hacer una breve presentación de los autores seleccionados para esta compilación, quisiera insistir en el valor e importancia de la relación histórica entre el Uruguay y las islas Malvinas. Es importante atender al hecho de que la creación del Apostadero Naval estuvo vinculada a los intentos de Francia e Inglaterra de establecer colonias en las Malvinas. Ya la pequeña flota con la que el primer gobernador español de las islas, Felipe Ruiz Puente, tomó posesión de Puerto Luis, rebautizado Nuestra Señora de la Soledad, el 2 de abril de 1767, había recalado en Montevideo para su abastecimiento y preparación final antes del viaje a Malvinas.

Lo mismo sucedería con la armada de Juan Ignacio de Madariaga, que permaneció casi cinco meses en el puerto de Montevideo antes de partir, el 14 de mayo de 1770, hacia las islas, de las que desalojaría, luego de pocas horas de combate, a la fuerza británica que se había instalado tiempo antes. Esta primera expulsión de los ingleses de Malvinas suscitó además precauciones defensivas adicionales en Montevideo, entre ellas el refuerzo de su dotación militar, debido a la posibilidad de represalias británicas.

El conflicto entre España y Gran Bretaña por las islas Malvinas, entre 1765 y 1774, tuvo mayor importancia de la que registra la memoria pública en Uruguay y la Argentina. Para el historiador español Octavio Gil Munilla, la instalación británica en las islas era inaceptable para España debido a la creación de la ruta marítima del Cabo de Hornos, parte de las políticas marítimas y comerciales del reinado de Carlos III. Por ello fue uno de los principales conflictos suscitados entre las coronas de España e Inglaterra luego de la Paz de París (1763) y antes de la declaración de guerra de 1779. De hecho, Gil Munilla afirma que el conflicto tuvo una enorme trascendencia en las relaciones diplomáticas de España con Francia e Inglaterra. En sus propias palabras:

La política emprendida por Carlos III, a partir de este momento [1770], está determinada por la necesidad de considerar la vertiente atlántica suroccidental como el punto clave cuya posesión permitiría el disfrute tranquilo de los dominios españoles del Pacífico. Es causa de la lenta pero progresiva expansión, que, partiendo de Lima y Buenos Aires, conduce a las tierras meridionales de América. Y sobre todo, de un mejor conocimiento de las exigencias estratégicas americanas, que se plasmará, con el tiempo, en la creación del virreinato del Río de la Plata[1].

En este contexto debe ubicarse el relativamente poco conocido alegato del doctor Samuel Johnson, tal vez el mayor crítico literario inglés de todos los tiempos, “Reflexiones sobre los últimos acontecimientos relativos a las islas Falkland”, escrito en 1771, cuando la noticia del desalojo de la fuerza británica allí instalada estuvo a punto de suscitar una nueva guerra entre España y Gran Bretaña. De este texto se ocupa el doctor Héctor Gros Espiell en uno de los artículos incluidos en la presente compilación.

Ahora bien, cuando se concreta la expedición española de recuperación de las islas en 1770, los vecinos de Montevideo tenían aún fresca en la memoria la incursión en el Río de la Plata de una escuadrilla al mando del capitán británico John McNamara, ocurrida apenas siete años antes. Esta expedición, que algunos historiadores han llamado la “primera invasión inglesa”, y cuyo propósito era la invasión y captura de Buenos Aires, despertó desde entonces preocupación, en ambas orillas del Plata, con respecto a los designios británicos en esta parte del mundo. Como es sabido, el intento del capitán McNamara -antiguo funcionario de la Compañía de las Indias Orientales- fue repelido con éxito por la artillería de Colonia del Sacramento, y tuvo un alto costo de vidas para los atacantes, incluido su propio capitán, que murió como gran parte de la tripulación tras el incendio de su nave insignia. La Lord Clive – rebautizada de este modo por McNamara en honor al creador del dominio británico en la India, también funcionario de la Compañía de las Indias Orientales- era una veterana de muchas campañas, y había participado en la invasión y captura del Peñón de Gibraltar por los británicos en 1704. Fue ubicada en el fondo del Río de la Plata frente a Colonia hace algunos años.

Una historia del reinado de Jorge III, publicada en Londres en 1825 –pocos años antes de la invasión de Malvinas en 1833- consideraría al intento del capitán McNamara como el “único fracaso” británico en las batallas angloespañolas de la Guerra de los Siete Años[2].

Es importante agregar el dato de que la expedición de McNamara fue financiada por la Compañía de las Indias Orientales, ya que la misma empresa pagaría los gastos de la invasión y captura del puerto de Adén, en el extremo suroccidental de la península arábiga y llave de la ruta comercial entre el océano Índico y el mar Mediterráneo. Esta ocupación, realizada seis años después de la de Malvinas, en 1839, obedeció a las mismas razones que ésta y la de Gibraltar: el control de pasos marítimos fundamentales de las rutas oceánicas.

De las rutas oceánicas.

Vale la pena leer la Real Orden del 9 de agosto de 1776 por la que la corona española creó el Apostadero Naval de Montevideo, porque permite apreciar el peso que en ese hecho tuvieron las islas Malvinas. La mayor parte de su texto, así como el de sus instrucciones anexas, está dedicada a especificar la rotación de las naves entre Montevideo y Malvinas, establece las que deberán quedar fijas en Puerto Soledad, se ocupa de los detalles de las instalaciones en las islas y del aprovisionamiento de su dotación marinera, y fija las rutinas de vigilancia del archipiélago y sus costas. La Real Orden se inicia con la explicación de que sus disposiciones derivan de la entonces extinguida ocupación británica y en virtud del riesgo de nuevos intentos en ese sentido:

Real Orden. Verificada ya por la Corte de Londres la evacuación del establecimiento que hizo en la Gran Malvina *…+ ha resuelto S. M. que deben continuar en todo tiempo dos fragatas destinadas al resguardo de este Río de la Plata y a la conservación de Malvinas… reducida a la continua existencia de una de ellas en aquella colonia, con dos bergantines que cuando se tenga por conveniente y en las estaciones oportunas, recorran con cautela y disimulo la costa y puertos para observar lo que pueda ocurrir y asegurarse de si efectivamente no vuelven los ingleses en lo sucesivo a su antiguo establecimiento.

Otro dato relevante del vínculo entre Montevideo y el Atlántico Suroccidental, incluidas las islas Malvinas, es la creación de la Real Compañía Marítima en 1789, para la pesca y procesamiento de ballenas y focas. Tuvo un establecimiento importante en Puerto Deseado, actual provincia de Santa Cruz, pero a partir de 1792 mudó su centro de operaciones al puerto de Maldonado, donde construyó, en la isla Gorriti, oficinas, galpones y hornos. Aunque ello diversificó su actividad, no dejó de fletar naves dedicadas a la captura de la ballena en el Atlántico Suroccidental, y hay evidencia documental de la presencia de operarios de la Compañía en Malvinas, así como remesas de subproductos como aceite de lobo al puerto de Montevideo. El centro operativo de la Real Compañía Marítima en isla Gorriti tuvo un trágico final en la invasión británica de 1806, cuando después de sufrir el bombardeo enemigo, la isla fue ocupada, y sus instalaciones saqueadas y destruidas.

La magnitud y variedad de la actividad desplegada durante el período español en las islas Malvinas, a lo largo de más de cuarenta años, puede apreciarse a través de oficios, cartas, rendiciones de gastos, listas de envíos a y desde Malvinas, conservados en el Archivo General de la Nación en Montevideo. Más de quinientos documentos, catalogados hace algunos años, dan cuenta del tráfico que durante todo ese período se mantuvo entre Montevideo y el puerto Nuestra Señora de la Soledad, denominado en la documentación de modo abreviado como Puerto Soledad, o Soledad de Malvinas. Involucró en primer lugar la movilidad de personas, como el recambio de funcionarios –el gobernador, el ministro de la Real Hacienda, el médico cirujano- los dos religiosos franciscanos a cargo de la capilla, y las dotaciones naval y militar.

También operarios de distintos oficios, como albañiles, canteros, ladrilleros, yeseros, carpinteros, herreros, peones para atender el ganado, panaderos, etc. Se enviaron regularmente presidiarios –algunos de los cuales cubrían a su vez oficios- e incluso aparecen algunos personajes desterrados, remitidos desde España.

En segundo lugar, hubo un tráfico significativo de suministros que permitieron construir los edificios necesarios (ladrillos, tejas y cal), equiparlos (muebles, tablas, maderas y clavos, vidrios, cañas, hojas de lata, vasijería, lona, tiendas de campaña, calderos), y sostener a su población. Son numerosas las remesas de ganado (vacuno, ovino y aviar) junto con el forraje para mantenerlo, así como víveres de muy variado tipo. En las listas aparecen también medicinas y utensilios de medicina, ropas y vestuarios, telas y frazadas, carbón y leña, ruedas herradas para carretas, frenos y espuelas, piezas y munición de artillería, pólvora, armas.

También figuran remesas de dinero para pago de sueldos y otros efectos. Para todo este tráfico, que involucró lo que se denominaba la “carrera de Malvinas”, se construyó en Puerto Soledad un muelle de piedra y estuvieron afectadas numerosas embarcaciones de distinto tipo y tonelaje. Para la defensa del sitio se construyeron cuatro baterías con cañones de varios calibres, cuya munición era proporcionada regularmente desde Montevideo.

De acuerdo al inventario que recibe el oriental Francisco Javier de Viana, cuando se hace cargo de la gobernación de las Islas en 1800, había por entonces veintiséis edificios en total, doce de ellos de piedra, entre los que se contaba la casa del gobernador, el hospital, la capilla y casa de los religiosos, cuatro casas de oficiales, el cuartel de marina, el cuartel de tropa y presidiarios, dos obradores y varios almacenes. De acuerdo al inventario que recibe el Teniente de Navío Pedro Pablo Sanguineto en 1791, el ganado vacuno ascendía entonces a 3.460 cabezas. Luego de la retirada española en 1811, estas instalaciones fueron nuevamente ocupadas, y continuada la actividad en Puerto Soledad, a partir de 1820, a través de resoluciones adoptadas por el nuevo gobierno en Buenos Aires y de dotaciones previstas y provistas desde allí.

Con la ocupación británica de 1833, desde Uruguay hubo otros vínculos ocasionales con las islas, además de los referidos a la navegación y emergencias sanitarias de sus habitantes, frecuentemente atendidos en Montevideo. En 1836 Luis Vernet, el último gobernador argentino en Malvinas, que por unos años intentó defender sus intereses después de la ocupación británica, le propuso asociarse, para la explotación de ganado lanar en las islas, al general Juan Antonio Lavalleja. La iniciativa -relatada por el historiador argentino Ricardo Caillet-Bois en base a su trabajo sobre la correspondencia de Vernet- finalmente se frustró, pero incluye un detalle de interés: el ministro inglés en Buenos Aires H. Ch. James Hamilton le advirtió a Vernet que tuviese cuidado con Lavalleja, porque podría tener alguna “siniestra intención” sobre las islas, en combinación con el Gobernador Rosas...

Pero hubo en las islas acción colonizadora de origen uruguayo muy importante, a iniciativa de la sociedad de Samuel Lafone, que en virtud de un convenio con la corona británica se dedicó a la explotación lanar en la parte sur de la isla Soledad. De hecho, el fundador de la actual Falkland Island Company fue su medio hermano Alejandro Ross Lafone, y el área mencionada, en donde concentró inicialmente su actividad, es llamada hoy Lafonia. En Lafonia se disputó una batalla de la guerra de las Malvinas, y allí se encuentra el cementerio donde reposan los restos de 237 soldados argentinos.

Más allá de todo lo que representan los antecedentes mencionados, los textos elegidos para componer este libro son apenas una parte de lo mucho escrito y publicado en Uruguay sobre el tema. Razones de tiempo y de posibilidades lo han decidido así. El asunto merecería una investigación más amplia, y ojalá exista la oportunidad de hacerlo. Voy a hacer mención de algunos textos que forman parte de las ricas y variadas voces de uruguayos hablando de Malvinas que no han podido incluirse en esta edición.

En primer lugar, corresponde mencionar el libro Treinta años de vida malvinera, del sacerdote salesiano uruguayo Mario Luis Migone, publicado en 1948. El padre Migone, educado en el Colegio Pío, hizo luego su carrera sacerdotal en Argentina y fue finalmente destinado como párroco a las Malvinas en 1905, donde ejerció su ministerio hasta su muerte en 1937. Además del cuidado pastoral de los fieles católicos residentes, gestionó la presencia de religiosas en Malvinas -que regentearon por varias décadas una escuela- y también iniciativas de desarrollo urbano en la capital de las islas: la primera usina eléctrica del archipiélago y también el primer cine. El padre Migone fue un convencido defensor de los derechos argentinos sobre las islas, y es tan meritorio que haya sostenido públicamente esa posición en las propias islas Malvinas, como la tolerancia para con él de los distintos gobernadores ingleses con los que debió convivir.

Como relata en su libro, se aplicó a estudiar la cuestión, sin conocer nada sobre ella, luego de su designación en Malvinas, y su conclusión, después de trabajar sobre diversas fuentes, en especial las británicas, no le dejaba margen para ninguna duda acerca de los fundamentos de los derechos argentinos. Cabe señalar que la parroquia que por tantos años estuvo a su cargo, y que, por supuesto sigue ofreciendo su servicio pastoral al día de hoy, pertenece a la Prefectura Apostólica de las Islas Malvinas, creada en 1952 por Pío XII, y que depende directamente de la Santa Sede.

Con posterioridad al célebre discurso del embajador uruguayo ante Naciones Unidas Carlos María Velázquez en 1964, que abre esta compilación, hay otros discursos de significación sobre el tema, pronunciados por los embajadores uruguayos en Naciones Unidas José Luis Bruno (1974), Manuel Lessa Márquez (1975) y Baltasar Brum (1976), que no han podido ser incluidos.

Los tres expresan la posición uruguaya de defensa de los derechos argentinos. En 1970, el doctor Augusto Legnani, en el mismo carácter que los anteriores, elaboró un proyecto de documento de consenso sobre la cuestión Malvinas para resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

En 1974 se publicó el libro del historiador Leslie Crawford, El Uruguay atlanticense y los derechos sobre la Antártida, que tuvo el gran mérito de tratar ampliamente, y con perspectiva histórica, la importancia del Atlántico Suroccidental para el Uruguay. La argumentación de Crawford se apoya en una abundante recopilación de datos históricos, que incluye la política marítima y atlántica española en los siglos XVI, XVII y XVIII, y haciendo eje en el significado geopolítico de la creación del Apostadero Naval, señala la importancia del archipiélago de Malvinas en todo ello.

Con motivo de la guerra de 1982 hubo numerosos pronunciamientos, públicos y privados, de distinto carácter y procedencia. Menciono los más importantes entre los que he podido ubicar, aunque seguramente se trata de una lista incompleta.

En primer lugar, deben considerarse varios pronunciamientos uruguayos en las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos, como la intervención del canciller Estanislao Valdés Otero en la II Sesión Plenaria de la XX Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores americanos, el 28 de abril de 1982 (cabe recordar que había sido elegido por unanimidad Presidente de la Asamblea); el discurso del mismo canciller en la III Sesión Plenaria de la misma XX Reunión de Consulta, el 27 de mayo de 1982, y la intervención del ministro Jorge Azar Gómez –en ese momento titular interino de la Misión Permanente de Uruguay ante las Naciones Unidas-; sin que fuera por entonces Uruguay miembro del Consejo de Seguridad, se lo invitó a participar de la sesión convocada para tratar la crisis de Malvinas, el 22 de mayo de 1982. Como es obvio, todos ellos son piezas de gran valor jurídico e histórico sobre la cuestión Malvinas.

La Dirección de Política Exterior del Ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay solicitó, con motivo de la recuperación incruenta de las islas Malvinas por parte de Argentina, el 2 de abril de 1982, algunos informes a profesionales calificados. He tenido acceso a “Antecedentes históricos sobre la posesión de las islas Malvinas”, elaborado por el historiador Washington Reyes Abadie y que está fechado el propio 2 de abril; “Posibles consecuencias jurídicas para la República derivadas del desencadenamiento de hostilidades en el Atlántico Sur”, escrito por el internacionalista Manuel A. Vieira el 4 de mayo, y “Situación del problema Malvinas. Enfoque primario del mismo” a cargo del también internacionalista Heber Arbuet, fechado el 20 de abril.

La revista Geosur dedicó una edición íntegra, en diciembre de 1982, a la cuestión, bajo el título “Las Malvinas y América Latina. Opiniones uruguayas”. Incluye los siguientes artículos: del propio director de la publicación Bernardo Quagliotti de Bellis, “América Latina, seguridad y defensa con soberanía”; “Las Malvinas, un hito histórico”, por Washington Reyes Abadie; “Las Malvinas, nueva frontera latinoamericana” de Alberto Methol Ferré; “Las Malvinas son argentinas, sí; pero la paz es universal” de Héctor Payssé Reyes; “América después de las Malvinas” de José Claudio Williman; “Un conflicto que también nos atañe” de Julio María Sanguinetti; “Malvinas, la reina Victoria era una adulta” de Manuel Flores Mora; “Declaración de la Asociación Uruguaya de Derecho Internacional”; “Malvinas, una bofetada al colonialismo” de Rubek Orlando y “Aludir a la autodeterminación sería una burla”, del embajador Julio César Lupinacci.

Cuadernos del Claeh dedicó también un espacio al tema en su edición N° 22, aparecida en diciembre de 1982, con un artículo de Romeo Pérez y Ernesto Rodríguez, “Malvinas: nuevo impulso al no alineamiento”. Se trata de un trabajo que analiza el conflicto en clave mundial, destacando el valor estratégico y geopolítico del archipiélago y encuadrándolo en las relaciones norte-sur. Más allá que el fundamento de este análisis pase por el conflicto entre la NATO y el TIAR que planteó la guerra de Malvinas, es destacable esta mirada, elaborada varios años antes que la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética desdibujaran la línea de tensión este-oeste en la lógica de las relaciones internacionales. Desde la perspectiva jurídica, los autores respaldan los derechos argentinos, con varias citas del discurso de Carlos María Velázquez.

Al año siguiente, 1983, se editó el opúsculo “América Latina y las superpotencias en el conflicto de las Malvinas”, del profesor Washington Reyes Abadie, por el Comité Uruguayo pro Integración Latinoamericana. Se trata de la versión impresa de una exposición irradiada por la emisora CX 30 de Montevideo el 4 de junio de 1982. También en 1982 publicó Alejandro Rovira Malvinas ahora, un estado de la situación que repasa la historia del conflicto y evalúa su futuro a partir de la política internacional.

En 1985 se publicó, en la Revista Argentina de Estudios Estratégicos (II, 5) el artículo del geopolítico uruguayo Daniel Castagnin “El conflicto de Malvinas desde la perspectiva uruguaya”. En el libro que recogió las conferencias de 1991 y 1992 en la embajada argentina, aludido más arriba, se publicó el texto de la participación de José Claudio Williman “La cuestión Malvinas y la doctrina Monroe”.

Con motivo de los doscientos años del Apostadero Naval de Montevideo, en 1996, la Academia Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial auspició un ciclo de conferencias que luego publicó en forma de anuario. Varios de sus textos tocan la cuestión Malvinas, entre ellos el de Julio César Cotelo, “El Apostadero de Marina de Montevideo y las islas Malvinas” y “Las batallas del Apostadero de Montevideo”, del entonces capitán de fragata Alberto Caramés. Julio César Cotelo tiene una decena de otros artículos que tratan, directa o indirectamente, sobre la cuestión Malvinas, la mayoría publicados.

Hay otras publicaciones de la misma Academia atinentes al tema. “La depredación pesquera del Atlántico Sur por balleneros ingleses y estadounidenses y el concepto del derecho de pesca de José Bonifacio de Andrada e Silva en 1820” (2003) y “Piratas ingleses en Gorriti y las costas de Rocha” (2007), ambos del historiador Oscar Abadie-Aicardi, ofrecen datos significativos sobre la importancia de la industria ballenera a partir de la revolución industrial. Hay también información atinente en “Actividad corsaria en el Río de la Plata (1797-1805)” de José Antonio Varese (2003). Ana María Musicó Aschiero –miembro correspondiente de la Academia de Historia Marítima y Fluvial- en “Avances anglo-portugueses en el Río de la Plata durante los siglos XVII y XVIII” (2004), además de reseñar los hechos de 1763 y 1770, incluye la descripción de un curioso libro publicado en Inglaterra en 1711, “Una propuesta para humillar a España”.

La propuesta era la conquista de Buenos Aires, y entre las citas que la autora reproduce, vale destacar la convicción del ignoto autor de que “el Río de la Plata será la más importante y la menos gravosa de las colonias que la corona de Inglaterra haya poseído jamás”. Otra publicación que ofrece datos significativos es “Las pretensiones francesas sobre el Río de la Plata en tiempos de Luis XIV” (2006), de Alfredo Köncke Miranda, que también incluye referencias sorprendentes, como el informe que un comerciante de Saint-Malo –la ciudad que dio su nombre español a las Malvinas, que es una castellanización de Malouines- presentó a la corte francesa en 1697, en el que proponía la ocupación militar de Buenos Aires, destacando las enormes ventajas que representaría para el comercio francés. La Academia de Historia Marítima y Fluvial publicó también en 2008 la obra del investigador de temas navales y estratégicos, capitán de navío Francisco Valiñas Malvinas, una visión desde Uruguay, que ofrece una pormenorizada historia de la puja por la posesión de las islas.

En años más recientes, deben mencionarse dos investigaciones en marco académico: la de Miguel Lagrotta, “La cuestión de Malvinas y la diplomacia uruguaya: viejos pleitos, orgullos nacionales y la diplomacia en muletas” (para la Maestría en Investigación en Historia Contemporánea del Claeh, 2010) y la de Bárbara Stanley y Ernesto Messano, “La política exterior del gobierno uruguayo ante la Guerra de Malvinas” (para la Licenciatura en Relaciones Internacionales, Universidad ORT Uruguay, 2011). En el curso de este año apareció el libro de Juan Ackermann y Alfredo Villegas Las Malvinas, ¿son uruguayas?, que retoma la idea de que la jurisdicción naval del Apostadero de Montevideo permitiría alegar derechos uruguayos de soberanía sobre las islas.

El material reunido en el presente volumen se inicia, como ya se ha dicho, con el discurso pronunciado por el embajador uruguayo en Naciones Unidas Carlos María Velázquez en 1964.

Muchas razones lo justifican, pero basta con señalar que su hondura conceptual, la claridad de su argumentación y su forma prudente y moderada de sostener los títulos argentinos sobre las Malvinas, tuvieron un impacto sumamente favorable en el tratamiento posterior de la cuestión, no solo en el ámbito de las Naciones Unidas.

El discurso de Velázquez cobró nueva notoriedad, como es natural, en abril de 1982, al ser citado e invocado reiteradamente como expresión de la posición del Uruguay frente a la cuestión Malvinas. El diario colorado El Día lo reprodujo íntegramente en su edición del 3 de abril de 1982, y el periódico blanco La Democracia hizo lo mismo en su número 16, de abril del mismo año, con un título de tapa que reza así: “Embajador Velázquez. Carta Magna del anticolonialismo”. En el interior, la transcripción del discurso es parte de una nota titulada “Colonialismo en América: la posición del Partido”.

La posición de Velázquez pudo desplegarse con los atributos indicados porque respondía a convicciones muy fundamentadas sobre la política internacional moderna y sobre el colonialismo y el proceso de descolonización. Su pensamiento en esta materia puede estudiarse en el volumen Las Naciones Unidas y la descolonización (Montevideo, M.B.A., 1964, 202 pp.), como en La política internacional en el pensamiento de Luis Alberto de Herrera (Shrewsbury, Wilding and Son Ltd., 1968) y en su libro póstumo El Uruguay y las Naciones Unidas 1959-1965 (Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1978, 182 pp.). José Rilla ha incluido a Velázquez –dentro del apartado “Nacionalismo institucionalista y revisión histórica”- en su reciente artículo “Revisionismos e izquierdas en Uruguay y Argentina” (Revista Uruguaya de Ciencia Política, XIX, 1, 2010).

Velázquez formó parte de un distinguido grupo de estudiosos de las relaciones internacionales; vínculos de amistad personal, política e intelectual lo ligaron con Héctor Gros Espiell y con Felipe Ferreiro, en cuya casa sostuvieron por muchos años una tertulia los miércoles por la noche, y de quien Velázquez fue discípulo. Entre los varios y distinguidos hitos de su carrera diplomática deben señalarse su participación, junto a Eduardo Jiménez de Aréchaga, en la elaboración del primer proyecto de “Convención Interamericana de Derechos Humanos” (1959) y junto a otros distinguidos internacionalistas latinoamericanos, en la elaboración del Tratado de Tlatelolco.

Merece especial destaque, por su directa relación con la cuestión Malvinas, su discurso en la Comisión de Descolonización de Naciones Unidas sobre el Peñón de Gibraltar, planteando que debía ser devuelto a España en aplicación de la Resolución 1514 (XXI) de Naciones Unidas. Gros Espiell, a quien sigo en estas referencias, sostiene que “se ha reconocido en España que la contribución del Uruguay a la afirmación de los derechos de España sobre Gibraltar fue el aporte más serio, importante y sistemático, en base al Derecho Internacional, hecho en las Naciones Unidas”.

Por último, para completar esta semblanza de la carrera diplomática de Velázquez, debe señalarse su reconocida actuación en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –del que Uruguay fue miembro entre 1963 y 1965- frente a la invasión estadounidense a la República Dominicana. Se atribuye a ese discurso influencia en el tono que adquirieron las deliberaciones del Consejo y especialmente en el contenido de la Resolución 2131 (XX), “Declaración sobre la inadmisibilidad de la intervención en los asuntos internos de los Estados y protección de su independencia y soberanía” del 21 de diciembre de 1965. Gros Espiell ha sostenido que este discurso de Velázquez en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas debe considerarse “medular en la historia de la política internacional del Uruguay”.

El artículo “Las islas Malvinas: historia de una usurpación” de Oscar Abadie-Aicardi fue publicado en la revista América Meridional en 1983. No es el único en que su autor se ocupa del tema Malvinas, como lo muestran las referencias hechas más arriba y “Sobre los títulos argentinos a la soberanía de las Islas Malvinas” de 1992. Las investigaciones de Oscar Abadie sobre temas marítimos del período hispánico fueron significativas, del mismo modo que sobre los conflictos hispano-lusitanos en los siglos XVII y XVIII.

Diversos libros y publicaciones en revistas académicas así lo acreditan. Formado en la Universidad de la República y con estudios de posgraduación en Lovaina, desarrolló la docencia en la Universidad de la República, el Instituto de Ciencias y Letras de la Universidad Católica y la Universidad de Montevideo, donde dictó por varios años Historia de América I dentro de la licenciatura en Humanidades opción Historia.

De los seis artículos de Héctor Gros Espiell, cuatro se escribieron y publicaron entre abril y junio de 1982, de modo que reúnen el interés por la visión del distinguido internacionalista uruguayo y su contemporaneidad con el transcurso mismo del conflicto. Se trata por otra parte de materiales publicados en México, de poco o ningún conocimiento en Uruguay. Los otros dos son apenas posteriores, de octubre de 1982 y febrero de 1983. Todos aportan puntos de vista técnicos, que analizan el conflicto desde categorías del Derecho Internacional o desde perspectivas históricas de interés. Resulta especialmente significativa la comparación que establece entre la recuperación de la colonia de Goa por la India en 1961 y la recuperación argentina de Malvinas en 1982. También el rescate, ya aludido, del olvidado texto del doctor Samuel Johnson, criticando la posibilidad de una guerra entre España y Gran Bretaña a raíz de la primera recuperación de Malvinas en 1770. Por último, “El caso de las Malvinas y el derecho a la libre determinación de los pueblos”, texto correspondiente a la conferencia que pronunció en Caracas invitado por la Academia de Ciencias Políticas y Sociales de Venezuela, se ocupa de un asunto que ha vuelto a tener actualidad debido al reciente plebiscito realizado en las Malvinas, al argumentar que la aplicación válida del principio debe ajustarse a lo determinado por las Naciones Unidas en los casos de desmembración de una porción de territorio soberano a manos de otra potencia.

Sería una pretensión imposible resumir en pocas líneas la trayectoria de Gros Espiell. Internacionalista de vasta actuación profesional dentro y fuera del país, profesor emérito de Derecho Internacional de la Universidad de la República, recibió numerosas distinciones académicas internacionales, incluyendo a la Academia de Derecho Internacional de la Haya. En el campo internacional fue director ejecutivo del Instituto Interamericano de Derechos Humanos en Costa Rica, juez y presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y miembro en representación del Uruguay de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Fue también Subsecretario General de las Naciones Unidas y representante especial del Secretario General para la cuestión del Sahara Occidental. Fue titular del Ministerio de Relaciones Exteriores del Uruguay entre 1990 y 1993, y tuvo un rol destacado en la creación del Mercosur. En sus últimos años tuvo a cargo la representación diplomática uruguaya en París, y presidió la actuación de Uruguay ante el Tribunal Internacional de La Haya con motivo del conflicto con Argentina en torno a las pasteras ubicadas sobre el río Uruguay. Su producción científica está publicada en diversos libros y órganos de difusión jurídica, así como en su
participación en resoluciones de organismos internacionales en que participó, discursos y conferencias y dictámenes profesionales.

El texto de Alberto Methol Ferré “Las Malvinas y la unidad sudamericana” proviene de una conferencia pronunciada en Argentina en 2002.Tampoco es la única ocasión en que Methol se ocupó del tema. El artículo integra la cuestión en su marco global e histórico, muy acorde con el método de análisis de la actualidad que aplicó siempre, y formula a la vez una hipótesis sobre el conflicto Malvinas que involucra de modo bastante explícito a Estados Unidos. La trayectoria de Methol no podría tampoco ser resumida razonablemente aquí, por su diversidad y amplitud: preocupado desde muy joven por la búsqueda de visiones e interpretaciones de la historia uruguaya y regional que fueran capaces de abarcar sus relaciones con el proceso global, produjo diversos textos de interés geopolítico e histórico a partir de los tempranos “La crisis del Uruguay y el imperio británico” (1959) y “El Uruguay como problema” (1967). Actuó por más de veinte años como consultor del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), aunando su militancia católica con su vocación latinoamericanista. Su magisterio, expresado en alta medida a través de sus clases (fue profesor del Instituto Artigas del Servicio Exterior, del Claeh, de la Universidad de Montevideo y de la Universidad Católica del Uruguay) y de sus innumerables conferencias por toda América Latina, está afortunadamente siendo publicado digitalmente en el sitio metholferre.com. La Universidad de Montevideo, a su vez, está organizando su Archivo y diversas entidades, entre ellas la Fundación Vivián Trías a través del Espacio Methol Ferré, el CEFIR por medio de la Cátedra Methol Ferré y la propia Asociación Alberto Methol Ferré, desarrollan actualmente actividades regulares de investigación y difusión de su obra.

Los textos de Felipe Ferreiro, Rolando Laguarda Trías, Edison González Lapeyre y Julián González Guyer se justifican, pese a su extrema brevedad, por su relación con aspectos específicos e interesantes de la cuestión Malvinas. En el caso de Felipe Ferreiro, distinguido historiador, docente y publicista, ya mencionado varias veces, por ser tal vez el primer planteo que contrastó el caso con la doctrina Monroe. Integró su libro Estudios Históricos e Internacionales, pero fue originariamente publicado en el periódico del Partido Nacional “El Debate” –en el que Ferreiro colaboró muchos años- en 1948.

Las páginas del militar e historiador Rolando Laguarda Trías son la dedicatoria de su libro Nave Española descubre las Islas Malvinas en 1520, publicado en Montevideo en 1983. Se trata de una investigación sumamente valiosa para la historia del litigio malvinense, ya que aportó, en base a documentación existente en la Biblioteca Nacional de París, la prueba definitiva del descubrimiento de las islas Malvinas por parte de un barco integrante de la expedición de Magallanes. Laguarda Trías ha dejado una copiosa obra de investigación, con énfasis en la Geografía histórica y en la cartografía histórica.

La inclusión de la carta del doctor Edison González Lapeyre a un semanario, en 2012, se explica, pese a su brevedad, por la extraordinaria importancia del asunto del que se ocupa, muy poco o nada conocido, que es el intercambio de notas entre el Uruguay y el Reino Unido en torno a la soberanía y jurisdicción del Río de la Plata, realizado mientras la flota británica se hallaba en el Atlántico en dirección a Malvinas. La firme actitud del gobierno uruguayo tuvo implicancias de peso para el alcance de los hechos posteriores, como lo explica muy bien el texto. Edison González Lapeyre es un internacionalista de vasta trayectoria profesional, como investigador, docente y consultor. Fue integrante del equipo negociador uruguayo para la elaboración y redacción del Tratado del Río de la Plata entre Uruguay y Argentina en 1973, y también para el Estatuto del Río Uruguay en 1975, y recientemente fue parte del equipo legal que sostuvo la posición de Uruguay en el Tribunal Internacional de La Haya en el conflicto de las pasteras.

El artículo de Julián González Guyer “Islas Malvinas. La solidaridad de Uruguay con el reclamo argentino”, publicado en 2012 en la revista de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO, Guatemala), analiza brevemente la decisión del gobierno uruguayo de no permitir el acceso al puerto de Montevideo de buques con bandera de las Malvinas, sus implicancias económicas y políticas. El autor es docente e investigador del Instituto de Ciencia Política de Universidad de la República, donde dirige el Programa de Investigación sobre Seguridad Regional, Fuerzas Armadas Política y Sociedad. Es consultor de diversas instituciones oficiales uruguayas y organismos internacionales, compilador de varios libros y autor de numerosos artículos sobre su especialidad, publicados en revistas académicas y en libros editados, tanto en diversos países de América Latina como en Estados Unidos y Europa.

El libro se cierra con su texto más extenso, Malvinas, última frontera del colonialismo, del doctor Camilo Rodríguez Berrutti. Se trata seguramente de la más ambiciosa publicación de autor uruguayo sobre la cuestión Malvinas. Publicada originalmente por la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba) en 1975, ha desaparecido hace años de las librerías, y de allí su inclusión en esta compilación. Elaborado desde la especial óptica de la aplicación del principio de Derecho Internacional denominado “estoppel” o “preclusión”, esta obra recorre minuciosamente la historia del litigio desde 1765, indicando con precisión cada hecho en que se genera necesariamente la aplicación del principio a Gran Bretaña. Otra razón del interés de este texto es que contiene una puesta al día de la cuestión a mediados de la década de 1970, y permite recordar el contexto previo a los hechos de 1982: los grandes avances en el relacionamiento de las islas con el resto del territorio continental argentino, contrastando con la pertinaz reticencia y negativa del Reino Unido a entablar la negociación reclamada por las Naciones Unidas. El doctor Rodríguez Berrutti es también un prominente internacionalista, graduado en la Universidad de la República, donde fue docente antes de radicarse en la Argentina, donde ha enseñado en varias universidades. Mantiene una regular producción en distintas materias de Derecho Internacional, que puede apreciarse en su sitio en internet (http://www.rodriguezberrutti.com.ar/). Sigue de cerca la cuestión Malvinas (diecinueve artículos de publicación reciente, entre junio de 2010 y febrero de 2012).

Debo algunos agradecimientos a personas que apoyaron la elaboración del trabajo de distintos modos. Además de reiterar el agradecimiento a los miembros del Foro Malvinas en Uruguay y al Embajador Dante Dovena, debo dejar constancia del apoyo y colaboración inestimables del Ministro Máximo Gowland, sin el cual hubiera sido muy difícil realizar este trabajo en tan corto tiempo. También al responsable del Archivo Histórico Diplomático del Ministerio de Relaciones Exteriores Álvaro Corbacho, cuyo conocimiento del Archivo y diligencia para resolver cualquier duda facilitaron mi trabajo sobre las cajas que contienen material referido a Malvinas. Del mismo modo a la Prof. Beatriz Eguren, Directora de la División Documentación del Archivo General de la Nación, y a la bibliotecóloga Alicia Sanginés, que integró el equipo que catalogó la documentación referente a las islas Malvinas, por su preocupación y asistencia en mis consultas sobre esos materiales, así como al personal del AGN por su disposición y cordialidad.

Debo asimismo agradecer la autorización para las correspondientes publicaciones facilitadas por Beatriz de Abadie-Aicardi, Mercedes Gros Cibils, Belén Sastre de Methol y Marcos Methol Sastre, Camilo Rodríguez Berrutti, Edison González Lapeyre, Eduardo Panizza, Julián González Guyer y Soledad Velázquez. A Mercedes Gros Cibils agradezco además muy especialmente su disposición para buscar entre los papeles de su padre materiales referidos a Malvinas, que sumó cinco artículos al único con que yo originalmente contaba, y a Edison González Lapeyre su colaboración para el contacto con el doctor Rodríguez Berrutti. Al doctor Heber Arbuet debo un intercambio muy interesante con relación a su posición sobre la soberanía argentina de las Malvinas, que ha variado con relación a la que sostuvo en su informe de 1982, y hoy abre espacio a algunas dudas sobre la cuestión, en atención a variaciones en el concepto de soberanía, materia sobre la que ha estado trabajando los últimos años. Al profesor Julio César Cotelo agradezco las referencias sobre publicaciones de la Academia de Historia Marítima y Fluvial.

Espero que esta recopilación pueda contribuir a un mejor conocimiento de la cuestión Malvinas, y al mismo tiempo estimule el interés por la situación y el destino del Atlántico Suroccidental, un espacio oceánico de enorme importancia para sus tres ribereños, Brasil, Uruguay y la Argentina.

(*) Publicado en Podetti, J. R. comp. (2013): Visiones uruguayas de Malvinas. Montevideo, Fin de Siglo.

Fuente: https://www.academia.edu


[1] GIL MUNILLA, O. (1948): Malvinas. El conflicto anglo-español de 1770. Sevilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, p. 269 y 422.
[2] El autor se ocupa del tema bajo el título “Failure of an expedition against Buenos Ayres”. Miller, J. R. (1825): The History of Great Britain from the death of George II to the Coronation of George IV. Londres, Jones & Company, pág. 29 y ss. Es interesante la forma en que explica James Miller, en 1825, las razones que impulsaron el proyecto de la conquista de Buenos Aires de 1763. También la sencillez con que este autor inglés, contemporáneo de la expulsión de las autoridades argentinas en Malvinas en 1833, calificaba la invasión y captura de territorios extranjeros; simplemente, “enterprises”: “It was deemed expedient to encourage some private adventurers to add to the other operations against so extensive a sphere of commerce, an attack upon the colony of Buenos Ayres in South America. The conquest of this place was doubly desirable, as it would afford great security to the Portuguese settlements, and prove, at the same time, an excellent station for farther enterprises against the dominions of Spain upon the SouthSeas”.

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