Elma
Pelozo, mamá de Gabino Ruiz Díaz, nunca pudo honrar a su hijo en la tumba
recientemente identificada por un grave problema de salud. Hoy los médicos la
autorizan a ir a las islas. La Fundación No Me Olvides lanzó una campaña para
que pueda volar en un avión sanitario. Su hijo fue clave en la identificación
de los cuerpos en Darwin
Por
Gaby Cociffi
Elma
Pelozo es la madre del soldado Gabino Ruiz Diaz, muerto en la batalla de Goose
Green, el 28 de mayo de 1982. Desde Colonia Pando, un paraje en Corrientes,
sueña con viajar a las islas para honrar a su hijo
“Si
Dios me levanta en este lugar, mami, si ya no regreso, no llore por mí porque
estoy luchando por la Patria”.
La
apretada letra de Gabino Ruiz Díaz, en la amarillenta hoja de Encotel, Empresa
Nacional de Correos y Telégrafos, que con franqueo pago había llegado desde las
Islas Malvinas, le anunció a su madre que debía esperar lo peor. “Cambacito
sabe que no va a volver”, se dijo Elma Pelozo (hoy 80), sentada en la cocina de
su casita de adobe y chapa, en Colonia Pando, a 140 kilómetros de la ciudad de
Corrientes.
“Siento
orgullo, mami. Yo juré por nuestra bandera y tengo que cumplir. Si Jesús luchó
por nosotros y nos liberó, yo lo haré por mi Patria”, estiró las palabras para
llenar el renglón con su caligrafía infantil en aquel lejano 1982.
En
soledad Elma dejó escapar una lágrima, que rápidamente secó con el repasador.
No quería que su familia la vea triste. Su Cambacito (“por negrito”, aclara)
estaba en Malvinas y se había transformado en el orgullo de la humilde colonia
donde cosechaban tabaco y sandías.
A
su memoria regresaron esa tarde todas las imágenes del día en que su hijo se
fue a la guerra para siempre.
“La
última vez que lo vi fue el 10 de marzo del ’82. Se vino para la casa arriba de
su tordillo negro para despedirse de los hermanos, hablar con su padre y darme
un beso lleno de amor”, recuerda y busca la única foto que Gabino se sacó en
toda su vida. Gastada por los años, con los colores apagados por el paso del
tiempo, allí se lo ve, con solo 19 años, posando orgulloso en su uniforme del
Regimiento de Infantería 12 de Mercedes, Corrientes, donde le tocó hacer el
servicio militar. Serio y firme en su camisa blanca, el pantalón y el corbatín
caquis, el birrete con el escudo nacional apenas ladeado hacia la derecha, luce
con honor su vestimenta de soldado.
La
muerte al grito de Sapucay
Elma
acaricia la foto de su hijo. “En ese entonces éramos una familia feliz”,
suspira. Casi 38 años después, esa familia ya no es la misma. Su marido, don
Gabino, murió en 2011 luego de una penosa enfermedad que lo tuvo postrado
durante una década. Pero ella encuentra otra explicación para el sufrimiento
del único hombre que amó, que va mucho más allá de la medicina: “Empezó a
apagarse el día en que le dijeron que su hijo estaba desaparecido en la guerra,
que ya no volvería”.
Los
recuerdos, entre mates y pastelitos de queso y dulce caseros, se cuelan por
todos los rincones de esta casa que, gracias al dinero que recibieron de la
pensión por el hijo muerto, tiene cielorraso, machimbre, cerámicos y ladrillos.
"Hicimos
una cena para despedirlo. Fue como un cumpleaños. A la mañana siguiente ensilló
el caballo muy tempranito y en silencio. Me vio en la cocina, callada y triste.
Y vino y me abrazó”, recordó Elma el último día que vio a su hijo
Elma
relee aquella carta y llora en silencio. “Yo lucharé por mi Patria”, escribió
Cambacito pocos días antes de morir en la cruenta batalla de Goose Green, el 28
de mayo de 1982. Llevaban días enfrentando al Segundo Batallón de Paracaidista
británico cuando el joven correntino saltó de su trinchera y al grito de
sapucay “les puso el pecho a los ingleses y salió a pelear a campo abierto,
mientras nosotros nos quedábamos en el pozo”, recordó frente a Infobae Ramón
Alegre, compañero en el Regimiento 12.
Mi
hijo se fue a la guerra
Fue
en el tiempo de Pascuas de Resurrección cuando Gabino se despidió de su
familia. "Llegó cuando ya caía la tardecita y me dijo: ‘Mañana me voy al
Regimiento en un camión que lleva fruta’. Me acuerdo que tenía ese pulóver azul
con botones de madera que le quedaba tan lindo… A la hora de la cena se sentó
en la cabecera de la mesa, y todos nos sentamos rodeándolo para despedirlo. Fue
como un cumpleaños. Comimos estofado de pollo y yo le herví unos fideos",
recuerda Elma cada detalle con una precisión que conmueve.
La
única foto que Gabino se sacó en su corta vida de 19 años: orgulloso en su
uniforme del regimiento 12 de Corrientes
“A
la mañana siguiente ensilló el caballo muy tempranito y en silencio. Me vio en
la cocina, callada y triste. Y vino y me abrazó”, cuenta. Antes de partir habló
a solas con su padre, a quien siempre había obedecido sin cuestionar una sola
de sus palabras, y cargó un pequeño bolso con todas sus pertenencias: un
pantalón de abrigo, la camisa de fondo blanco con estampado en colorado y negro
que usaba para los bailes, su pulóver azul y las botas del uniforme recién
lustradas.
“Lo
vi irse por ese camino. La imagen se fue haciendo chiquita y él cada tanto se
daba vuelta y saludaba con la mano”, relata con angustia. En ese entonces Elma
no sabía que su hijo se iba a la guerra. “Nadie del Regimiento llamó para
decirme que se iban a las islas. Y tendrían que haberlo hecho…. Seguro ahora
Galtieri está pagando en el infierno porque dejó morir a nuestros chicos y
enlutó la Argentina”, finaliza con la voz quebrada.
Desaparecido
en acción
Los
mates siguen de mano en mano mientras cae la tarde. Elma, entrañable y
cariñosa, casi susurrando confiesa: “Mi hijo murió en las Malvinas, pero vino a
casa esa noche a despedirse”. Y relata que una mañana de mayo del 82′ se fue
caminando por el baldío hacia la casa de su madre. Doña Lucía estaba angustiada
y la recibió con una frase que sería premonitoria: “Tu hijo no va a volver”.
Ella la cortó con dureza: “¡Cállese mamá! No hable de eso que de usted no
depende”.
Esa
noche se quedó a dormir en la cama que su hijo había usado desde los diez años,
allí en la casa de la abuela. "Y sentí que Gabino vino, se acostó a mi
lado y me besó. Sentí muy claramente la tibieza de su cuerpito", murmura.
Era la madrugada del 29 de mayo de 1982, la misma fecha en la que su hijo cayó
peleando en la batalla de Pradera del Ganso.
“Hoy
sé que me visitó para despedirse. Yo sentí el calor de mi hijo que no quería
irse sin decirme adiós”, cuenta.
La
batalla en Pradera del Ganso. Fue la primera batalla terrestre que libraron
ambos contendientes luego de que las fuerzas británicas desembarcadas
consolidaran su cabecera de playa en San Carlos
Y
un día la guerra terminó. Los soldados volvieron al Continente. Los llevaron en
trenes y camiones a sus pueblos. Pero Cambacito no regresó. Desesperada, Elma
llegó jadeando al Regimiento: “¿Dónde está mi hijo?”, imploró. “El soldado
Gabino Ruiz Díaz está desaparecido”, informaron los oficiales a cargo. Elma se
quebró: “¿Desaparecido? ¿Dónde? ¿Va a volver? ¿Alguien lo vio?”. La única
respuesta que obtuvo fue el silencio.
Mucho
tiempo después de la guerra, tanto que ya no recuerda, le entregaron en la
Municipalidad un sobre certificado con el remitente del Regimiento de Mercedes.
En el mismo instante en que lo abrió, se desvanecieron todas sus esperanzas:
“Esperé hasta el último momento que Gabino un día golpeara la puerta y
regresara a casa. Figuraba como ‘desaparecido’ y eso me daba esperanzas. Pero
en esa carta me vino la medallita de identificación. Tenía su nombre y su
número de documento. Era una chapita de zinc, partida al medio, y estaba
manchada de sangre seca. Ahí me di cuenta que Cambacito ya no volvería”.
En
unas islas lejanas
Durante
años nadie volvió a hablar de Cambacito en la casa. Como si el silencio, el no
nombrarlo, pudiera tapar el dolor de la ausencia. “Tenía algo atragantado en la
garganta, se me hacía un nudo y se me atoraban las palabras”, asegura. En 1997
pudo viajar a Malvinas por primera vez. En el cementerio de Darwin recorrió las
237 cruces blancas, sin derramar una sola lágrima. “Allí sentí que estaba
cumpliendo con lo que él me había pedido en sueños: no llorarlo en el lugar que
sufrió y murió”.
Se
abrazó a la placa que había llevado, y en la que había grabado su nombre, y
caminó entre las tumbas. Ninguna cruz tenía el nombre de su hijo. “¿Dónde tengo
que poner este recordatorio?”, se preguntó. “Esperaba sentir algo, una señal.
Ahí, en la tercera fila, supe que debía apoyar el bronce. Fue algo interno,
como si mi hijo me dijera: ‘Estoy acá, mami’. Entonces me arrodillé, dejé la
placa y le recé”, recuerda.
Elma
no pudo, en ese primer viaje, honrar a su hijo en una tumba con nombre. Durante
casi cuatro décadas el cuerpo de Gabino Ruíz Díaz, como el de otros 122 caídos,
no estaba identificado. Su cruz rezaba simplemente: “Soldado argentino solo
conocido por Dios”
Cementerio
de Darwin
En
2017 los restos de Gabino fueron identificados gracias al Plan Proyecto
Humanitario, luego de un acuerdo entre la Argentina y el Reino Unido. Con el
trabajo de la Cruz Roja Internacional y del Equipo Argentino de Antropología
Forense se supo finalmente que Gabino descansa en la parcela A, fila 2, tumba
15. Pero Elma nunca pudo visitarla.
La
causa para devolverle el nombre a los caídos en Malvinas fue impulsada desde
2008 por el veterano Julio Aro, con el apoyo de esta periodista, Roger Waters y
el Coronel inglés Geoffrey Cardozo, luego de volar a las islas para cerrar su
propia historia de guerra. Al visitar el cementerio quedó conmovido por las
placas sin nombres ¿Dónde estaban sus compañeros? ¿Dónde estaban los que allí
habían quedado?
Ese
mismo año Aro creó la Fundación No me Olvides en Mar del Plata, y viajó, junto
a José Raschia y José Luis Capurro, ex combatientes, a Londres para reunirse
con veteranos ingleses de gran experiencia en la post guerra. El destino quiso
que se cruzara con el Coronel Cardozo, que oficiaba de traductor y en 1982
había sido enviado a las islas con la difícil tarea de recoger los cuerpos de
los campos de batalla y darles honorífica sepultura en el cementerio. El
militar británico les entregó su gran informe sobre las sepulturas de los
argentinos en Darwin: “Ustedes van a saber qué hacer con esto”.
Las
listas mostraban números, ubicaciones en el cementerio, detalles de dónde
fueron las batallas y dónde se habían encontrado los muertos. En una columna
aparecía un número: 16404614. Era el documento de Gabino. Aro recuerda:
“Averiguamos que su mamá vivía en San Roque y fuimos a visitarla. Si había una
posibilidad de hallar a su hijo ella debía saberlo”. Cuando llegaron al paraje
correntino, Elma Pelozo no dudó: “Por favor, encuentren a mi hijo”.
La
campaña por Elma
El
pedido de esa madre fue el puntapié inicial que concluyó en el Plan Proyecto
Humanitario. Fue la aguja que comenzó tejer esta historia que terminó con, hasta
hoy, 115 soldados identificados.
Los
familiares de estos soldados realizaron dos vuelos históricos a las islas, en
2018 y 2019. Los viajes humanitarios fueron organizados en toda su dimensión
por Eduardo Eurnekian y Aeropuertos Argentina 2000. Pero Elma no pudo viajar.
Por esos años su diabetes se había agravado y tuvieron que amputarle las
piernas. Roberto Curilovic, director de desarrollo de nuevos negocios de
AA2000, veterano de guerra y fundamental en la organización de estos vuelos,
ofreció siempre un lugar para ella, pero los médicos no aconsejaron que hiciera
la travesía.
Hoy,
los doctores le han dicho que lo más difícil ya pasó, que puede volar. Julio
Aro, quien siente a Elma como a una madre, y ella lo llama "hijo, decidió
entonces lanzar una campaña para que finalmente pueda despedir a Gabino frente
a la blanca cruz en Malvinas.
Elma
Pelozo y el veterano Julio Aro, impulsor de la identificación de los caídos y
quien hoy encabeza la campaña para que esta madre pueda visitar la tumba de su
hijo por primera vez desde que fue identificada
“Necesitamos
un avión sanitario por su tema de salud, explica Aro. El Ejército Argentino nos
facilitó un helicóptero que la llevará desde Colonia Pando al aeropuerto de
Corrientes. Y de allí organizaremos el vuelo. El embajador inglés Mark Kent nos
ayudó con todos los trámites en las islas. La compañía Royal Class de vuelos
privados, a través de su dueño Miguel Livi, nos ofreció cobrar solamente el
costo operativo del viaje. El veterano Celso Farías, colabora
incansablemente... Necesitamos dinero para cubrir esos gastos y todos los
costos en las islas. Muchas fundaciones nos están ayudando y todo aporte, sea
difundiendo la historia, sea con un peso, es importante. Estamos muy
agradecidos y solo queremos que Elma pueda visitar la tumba de su hijo”.
En
el patio de la casa de Elma Pelozo hay un árbol florido. La madre lo señala y
cuenta: “Cuando Cambacito estaba en las Malvinas yo miraba este árbol y pensaba
que Dios suele cortar la flor que más quiere para llevarla a su lado. Entonces,
yo elegía una flor cada día y se la dedicaba a Nuestro Padre celestial pensando
que quizá así no se llevaría a mi hijo. Pero nadie escapa a su destino, hija,
nadie”.
″Saber
dónde está el cuerpo de Cambacito me trajo paz, dice la madre. Sueño con poder
despedirlo frente a su cruz. Rezarle una oración a Dios para que lo tenga a su
lado y me lo cuide en el Cielo. Y dejarle una flor. Será una de tela, como
piden en las islas, pero no importa: es una flor que yo sueño ofrendarle desde
que la guerra me lo quitó".
Fuente:
https://www.infobae.com
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