REPORTAJE AL CAPITAN DE NAVIO (R) PEDRO GALAZI, SEGUNDO COMANDANTE DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO
Por Hernán Dobry
Drama. “Sentí una explosión terrible. El combustible se inflamó y reventó las cubiertas. Mató a la mitad de la gente que estaba tomando mate. En un segundo habrán muerto 290 de los 323.”
El crucero General Belgrano es uno de los grandes símbolos de la Guerra de Malvinas no sólo por las 323 personas que perecieron durante su hundimiento sino, también, por lo que debieron padecer quienes sobrevivieron a la tragedia, mientras esperaban que los fueran a rescatar.
El Capitán de Navío (R) Pedro Galazi era su segundo comandante ese 02 de mayo de 1982 y hoy, veintinueve años después, aún recuerda con detalle cómo fue cada uno de esos días desde que se lanzó la Operación Rosario para retomar el control de las islas hasta que los ingleses bombardearon su buque.
¿Cómo se enteró de la recuperación de las Malvinas?
El 23 de marzo me llamaron del Estado Mayor del Comando Naval diciendo que fuera urgente a una reunión. El Almirante Gualter Allara juntó a todos los comandantes de los buques y explicó que se iban a recuperar las Malvinas en forma incruenta. No dio más detalles. Nadie sabía nada. Nos dijo que nos iba a llegar la información y que el crucero se quedaba porque estaba en reparaciones.
¿Cuál era su misión?
Seguir con las reparaciones. Pero al poco tiempo nos ordenaron acelerarlas y prepararnos para zarpar. Vino el desorden organizado: mantener el secreto de lo que íbamos a hacer. A la gente no le puede decir: “Prepárense que vamos pelear con los ingleses”.
¿Qué pensó cuando vio a Galtieri alentando la guerra en Plaza de Mayo?
Ese entusiasmo era terrible. Qué distinto es querer la guerra con esa emoción y llevar a mil hombres a combatir. Pero mucho peor la pasé el 06 de junio, cuando vino el Papa, y fui a la Avenida del Libertador. Todos querían la paz y yo tenía 323 muertos.
¿Cuál fue la orden?
Posicionarnos en la Isla de los Estados. Navegábamos en silencio a menos de cien metros de profundidad, para evitar los submarinos. Comenzaba a llegar la información de lo que pasaba en Malvinas. Secuestramos todas las radios, porque los noticieros del Estado Mayor Conjunto eran terribles. Habíamos ganado la guerra sin tirar un solo tiro, algo milagroso, y eso le hace muy mal a la dotación. Había que prepararla para que tuvieran respeto hacia el enemigo y no menospreciarlo. Si los ingleses pasaban el paralelo de Río de Janeiro, había que prepararse. No iban a bajar hasta ahí para dar la vuelta sin hacer nada.
¿Qué cambió, entonces?
Nos preocupamos por tener siempre el combustible al máximo. Sabíamos que nuestro buque iba a ser utilizado. Nos preparamos hasta que llegó la orden de atacar a la flota enemiga.
¿Qué hicieron?
Pensamos que era conveniente tocar combate de madrugada para que estuvieran todos levantados, porque podía haber un submarino defendiendo a la flota inglesa. Nadie falló, no hubo un solo acto de temor. Hasta que a eso de las ocho, nos ordenaron volver a una zona de espera y quedarnos quietos aguardando novedades.
¿Dónde estaba cuando impactó el primer torpedo?
En mi camarote. A las cuatro de la tarde, siento un golpe, una explosión terrible cuando iba a tomar la guardia y creí que era un ejercicio de tiro que se hacía sin previo aviso. Vibró todo y el buque se escoró. Me puse mi capote y salí corriendo para el puente de comando.
¿Qué pensó?
Nos vamos a hundir. Fue instantáneo. Sentí el silencio y el olor a pólvora. El combustible se inflamó y barrió las cubiertas, reventándolas con la explosión. Mató a la mitad de la gente que estaba tomando mate. En el primer segundo, habrán muerto 290 de los 323.
¿Qué hizo?
Me fui a mi posición y le dije al comandante: “Vamos a mandar a puesto de abandono a todo el mundo”. Trabajaba con un megáfono porque no tenía cómo comunicarme. Gritaba y la gente retransmitía. Era un equipo. Veía que sacaban heridos, los médicos los atendían y les aplicaban morfina. Si hubiera fallado la planificación y alguien no hubiera cumplido con su tarea, habría sido un desorden total y hubieran muerto todos. El buque se hundió en veinte minutos.
¿En qué pensaba?
No tenía capacidad para pensar en otra cosa, era instintivo. La reacción de la gente fue muy buena, ahí se demostró su estado de ánimo, cómo soportaron todo lo que lo que padecieron en ese momento. Era una situación terrible, porque sonaba la campana del buque al viento, parecía la despedida del crucero, una marcha fúnebre. Salí corriendo a buscar al comandante a su camarote y no lo encontré y desembarqué a mi balsa. El barco ya estaba al lado del agua.
¿Qué sintió cuando lo vio hundirse?
Es como preguntarle qué pensó cuando enterró a su padre. Son tantas cosas que le pasan por la cabeza en un segundo, que es muy difícil. Fue muy emotivo. Hubo un griterío dándole vivas al buque. Las balsas se desplazan todas juntas, pero era tal el temporal que teníamos miedo de que se rompieran. Entonces, cortamos los cabos y que cada uno fuera donde pudiera. Uno tiene que tomar el liderazgo, si puede, si todavía le quedan fuerzas. Debía asumir la función y empezar a dar órdenes aunque no sabía qué nos iba a pasar.
¿Qué hacían para no desesperarse?
Cantábamos, rezábamos, decíamos pavadas para levantar el ánimo y no dormirnos. A partir de ahí, sabe que el tema no lo resuelve uno sino Dios, se deja lugar a la fe, que es lo que lo puede mantener.
¿En algún momento pensó que se iba a morir?
Sí, esa noche casi no la contamos porque hubo un temporal terrible. Habíamos quedado en manos de Dios, eso nos ayudó muchísimo. Hasta los ateos rezaron, porque se dieron cuenta de que hay un ser superior del cual dependen. No teníamos capacidad para hacer nada, estábamos sentados esperando que nos vinieran a salvar. Al mediodía, nos sobrevoló un avión y se fue.
¿Qué pensó?
Que había que poner orden e imponerse porque la gente una vez que encuentra que alguien lo puede salvar quiere ser la primera.
¿Cómo fue la recepción en Puerto Belgrano?
Me encontré con otro panorama. Me atiende un jefe que estaba ahí y me pregunta: “¿Quiénes merecen ser condecorados y sancionados?” Casi le doy una piña, porque para mí no existen las condecoraciones, sino el cumplimiento del deber. Y todos lo hicieron. Estaba orgulloso de haber tenido esa dotación. Era la guerra de oficina. Después, vinieron las críticas.
¿Cómo vivió el proceso de desmalvinización de las Fuerzas Armadas?
Con mucha bronca. La desmalvinización la produjo toda la sociedad. Los políticos se peleaban por ir a Malvinas, después se borraron todos. Todos querían estar en Plaza de Mayo y después desaparecieron. Muchos negaron lo que se había hecho o lo ocultaron.
¿Qué pensó cuando le cambiaron el nombre a la calle Mártires del Crucero General Belgrano por Caleta Olivia?
Me impactó mucho. Realmente, me ofende, porque no se guarda el respeto al honor, al sacrificio que tantos hicieron. Si una nación no respeta a sus héroes, nadie lo va a hacer por nosotros.
Fuente: http://www.diarioperfil.com.ar.
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