La del Subteniente Oscar Silva es una de las
historias de la guerra de 1982, en la que su heroísmo y entrega provocó la
admiración de sus compañeros y del propio enemigo al que combatió. Murió en la
batalla final. Encontraron su cuerpo dos días después con su dedo en el
gatillo. Iba a casarse ese año con su novia Patricia
Por Adrián Pignatelli
Oscar Augusto Silva murió en la cruenta batalla de
Tumbledown, el 13 de junio de 1982. Tenía 26 años
Exhausto. Esa fue la impresión que tuvo el Teniente
de Corbeta Carlos Vázquez, del Batallón de Infantería de Marina 5, cuando vio
venir, desde su posición en Tumbledown, al Subteniente Oscar Augusto Silva,
acompañado por los pocos soldados de su sección que aún lo seguían. Maltrechos,
agotados, se les notaba en sus uniformes las huellas del combate y bastaba un
simple vistazo para darse cuenta que tampoco habían comido decentemente.
La pregunta de Silva lo descolocó:
-¿Necesitás una mano? ¿Querés que me quede? Podemos
seguir peleando.
Silva tenía a su cargo una sección de tiradores de
la Compañía A del Regimiento de Infantería 4. Ante la respuesta afirmativa del
marino, con un puñado de soldados que se podían contar con los dedos de una
mano, de los 45 originales de su sección, ocupó pozos de zorros vacíos que
hasta hacía poco habían estado efectivos de la cuarta sección de Vázquez. Era
el 12 de junio.
Mientras el grueso de la tropa continuó con la
orden de aproximarse a Puerto Argentino, Silva y sus soldados, acoplados a los
infantes de marina, esperarían el ataque inglés. Junto con un pelotón de cinco
soldados le encomendaron cubrir el repliegue de la cuarta sección de la
Compañía Nácar.
"El Sapo"
Ya en su San Juan natal, sus familiares y amigos
supieron que el joven Oscar era especial. "Era muy querible", le
contó a Infobae su hermana Ana Clara. En la familia era el "gordito",
ya que había sido un bebé rollizo. En la escuela primaria, la Normal Sarmiento,
había sido elegido como el mejor compañero.
La primera comunión
Estudió en el Liceo Militar General Espejo, de
Mendoza, de donde egresó como Subteniente de reserva. Luego, entró a la Escuela
Naval y en cuarto año abandonó para cursar ingeniería en la Universidad de
Buenos Aires. Al año comprendió que no era lo suyo y, luego de rendir las
equivalencias, encaró los estudios como alumno de segundo año del Colegio
Militar. Estaba en la segunda compañía. Para todos era "El Sapo",
apodo que heredó de su padre.
Estudió en el Liceo Militar General Espejo, de
Mendoza. Luego, entró a la Escuela Naval. Finalmente, luego de un paso por la
Facultad de Ingeniería, encaró los estudios como alumno de segundo año del
Colegio Militar
El Teniente Coronel retirado Guillermo Abraguín,
quien compartió el cuarto con él en el último año, recuerda que era
"alegre, siempre dispuesto a ayudar y se tomaba las tareas muy en
serio". Resultó inolvidable el viaje que toda la promoción hizo, al final
del curso, a los Estados Unidos. "En un comienzo los superiores lo
reprendían, ya que tenía incorporadas costumbres y usos típicos enseñados en la
Escuela Naval, distintos a los del Ejército", contó Abraguín.
Oscar Silva junto a su novia Patricia, con quien
iba a casarse en 1982
Siempre que tenía franco, iba a su casa. "Su
comida preferida era el churrasco con un huevo frito. Era muy paternal y con
nosotras, sus hermanas, era muy celoso. Hacía un par de años estaba de novio
con Patricia, con quien tenía pensado casarse durante 1982", contó Ana
Clara.
Golpes de la vida
La vida le tendría preparado más de un golpe. Fue
el 25 de noviembre de 1981 cuando los cadetes ensayaban la ceremonia que se
realizaría unos días más tarde, donde recibirían sus sables de oficiales. Un
superior se le acercó a Silva y le susurró algo. Oscar desapareció. Esa noche
sus compañeros se enteraron que su familia había sufrido un grave accidente.
Habían salido de San Juan en auto para estar
presentes en la ceremonia y, en una mala maniobra, el automóvil en el que
viajaban volcó y su mamá Teresa Aída Rojo, "Chela", salió despedida
del vehículo y falleció en el acto.
Silva con su madre, Teresa Aída Rojo
En el velorio, se acercó al ataúd y emocionado
colocó entre las manos de su madre, una foto suya. "Para que me lleves con
vos", le susurró.
Días más tarde, en el despacho del director del
Colegio Militar, recibió el sable y los despachos de Subteniente. Su destino:
el Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros.
A Malvinas, sí o sí
Cuando ocurrió la recuperación de las Islas
Malvinas, el jefe del regimiento, el Teniente Coronel Diego Soria le ordenó
quedarse en el cuartel. "Fue tal el escándalo que provocó, que en realidad
nadie supo cómo, de un día para el otro, Oscar estaba embarcado para las
islas", rememoró Abraguín.
El Regimiento 4, que llegó a las islas al amanecer
del 27 de abril, estuvo originalmente destinado en Monte Well. Luego del
combate de Pradera del Ganso, la unidad -que formaba parte de la III Brigada de
Infantería- pasó a depender de la Agrupación Ejército Puerto Argentino. Su
misión era la de defender la capital, distante unos 17 kilómetros.
Sufrieron, durante días, violento fuego de
artillería, tanto de campaña como naval. Hasta que el 11 de junio llegó la
orden de repliegue.
El infierno en la tierra
Sería imposible comprimir en un solo relato el
combate de Tumbledown. En la noche del 13, en las trincheras junto a los
infantes del BIM 5 de Vázquez, 44 hombres vivieron un verdadero infierno que
había desatado el ataque de la tercera brigada de los Royal Marines, el segundo
batallón de la Guardia Escocesa y algunos gurkas.
Fueron encarnizados enfrentamientos con disparos de
fusil, ametralladora, morteros, bayonetas y hasta lucha cuerpo a cuerpo a puros
golpes.
A las 18 horas de ese día, según refiere el propio
Vázquez en un informe que elaboró tres años después, tuvo una última reunión
con sus oficiales, de la que participó Silva. Coordinaron los detalles finales
ante el inminente ataque británico.
El 13 de junio, en la batalla de Monte Tumbledown,
Silva decidió en un solo instante si vivir o morir luchando. Tuvo que repetir
la orden a sus soldados para que se replegasen. No lo querían dejar. Sólo pidió
una ametralladora y un FAL. Y los cubrió mientras los ingleses avanzaban
Los argentinos veían cómo, luego de rechazar un
ataque enemigo, otra oleada de soldados aparecía. Era una sucesión
interminable, en el que eran superados 6 a 1, pero aun así se continuaba
luchando.
Vázquez había pedido refuerzos, y en cada llamado
le respondían que los mismos estaban por salir. A las 23 horas, el bombardeo
provocó el corte de las líneas telefónicas.
Los británicos habían sobrepasado las posiciones
argentinas, y soldados de ambos bandos se mezclaban, muchas veces sin
distinguirse.
Cada tanto, Silva abandonaba su trinchera para
saber cómo estaban sus soldados.
"Nos alentaba para que no perdiéramos nuestro
valor, coraje y la confianza en nosotros mismos, al recordarnos que Dios nos
protegía para obtener nuestra noble meta", reseñaría unos años más tarde
en una carta el soldado Pablo Vicente Córdoba.
Además, el Subteniente se ocupaba de conseguir
relevos para el fusil FAP, dado que al menos tres soldados que lo operaban
habían muerto.
Cuando quiso asistir a uno de ellos, que había sido
gravemente herido, recibió un tiro en el hombro derecho.
Silva comprendió que nada podía hacerse. Estaba
herido y los ingleses avanzaban. Decidió en un solo instante si vivir o morir
luchando. Tuvo que repetir la orden a sus soldados para que se replegasen. No
lo querían dejar. Sólo pidió una ametralladora y un FAL.
La batalla de Tumbledown, por el artista Steve Noon
De lejos vieron cómo, sacando fuerzas de quién sabe
dónde, se incorporó y comenzó a disparar hacia las posiciones enemigas, al
grito de "¡viva la Patria, carajo!". Fueron sus últimas palabras,
antes de ser acribillado por el fuego inglés.
-Mi capitán, le dieron a mi Subteniente!
-¿Dónde le dieron? –preguntó Vázquez
-En el pecho, del lado izquierdo y tira mucha
sangre por la boca –respondió el soldado, cuyo nombre Vázquez nunca supo.
Eran las 3 de la mañana del 14 de junio. Horas más
tarde el General Mario Benjamín Menéndez firmaría la capitulación frente al
general Jeremy Moore.
Cuando Vázquez fue tomado prisionero por tres
ingleses, pidió llamar a sus hombres. Sólo seis se acercaron. El resto había
muerto o había sido herido.
Aferrado a su fusil
Al amanecer del 15, el propio Carlos Robacio – jefe
del BIM 5 y quien tuvo a su cargo a 700 efectivos de la Marina y a 200 soldados
del Ejército en Monte Tumledown, Sapper Hill y Monte William- y un oficial
inglés, recorrieron el campo de batalla, donde horas antes se había peleado con
coraje. Ya los cuerpos de los 9 británicos muertos y los 52 heridos habían sido
retirados.
Llamó la atención al jefe inglés el cuerpo de un
argentino que, de cara al cielo con los ojos abiertos, aferraba obstinadamente
su fusil y su dedo aún presionaba el gatillo. Quisieron quitarle el arma. Fue
imposible. El inglés ordenó que fuera sepultado así y le hizo la venia, en
señal de respeto.
Robacio le cerró los ojos y buscó la chapa
identificatoria, porque el uniforme no se correspondía con el de un infante de
marina. Era Oscar Silva.
Vázquez se lamentaría no haber podido identificar a
otros soldados de Ejército que habían combatido junto a los infantes de marina
en Tumbledown. Recomendó condecorar a Silva por "su heroico desempeño en
combate".
La guerra de Malvinas dejó 649 argentinos muertos,
255 soldados británicos y 3 isleños
Vázquez admitiría, tiempo después que "la
noche del 13 y la madrugada del 14 de junio la cuarta sección no hubiera podido
sostener la posición sino hubiera estado Silva".
Mientras tanto, la familia esperaba ansiosamente
noticias. Se ilusionaban imaginándolo entre los prisioneros o que, tal vez,
estuviera siendo atendido en un hospital. Fue un mes después que dos oficiales
llegaron hasta su casa con la triste noticia.
Silva, de 26 años, sería la única baja de la
promoción 112. Su regimiento tuvo 22 muertos y 121 heridos. Recibiría la
condecoración "La Nación Argentina al valor en combate (post
mortem)". Fue clave el testimonio del soldado Ramón Aguirre.
Homenajes
Cada cinco años, sus compañeros le rinden homenaje.
En 2002, inauguraron en la plaza principal de la ciudad de San Juan un busto a
su memoria; en 2007, colocaron un cuadro en el museo de la Segunda Compañía en
el Colegio Militar; en el 2012, erigieron otro monumento en el Liceo Espejo y
una placa en la Escuela Naval –uno de los oradores entonces fue el propio
Vázquez- y en el 2017 una placa en el Regimiento 4.
"Era muy querible", repite su hermana Ana
Clara. Ese es el motivo que en los actos en los que se lo recuerda, no sólo
participan viejos camaradas del Ejército, sino también antiguos compañeros del
Liceo Naval.
Uno de los bustos erigidos en su memoria
De todas maneras, el mejor homenaje es el que le
hacen en la escuela donde estudió en San Juan. El profesor de Historia siempre
habla de él y solicitó incluir en el plan de estudios, su desempeño en
Malvinas.
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