“Yo no me rendí ante los ingleses”, le dijo a
Infobae el Mayor (RE) Jorge Vizoso Posse al narrar la cruenta emboscada de la
Compañía de Comandos 602 donde cayó su compañero. La misma en la que él logró
preservar su vida y por la que fue condecorado con la Medalla al Heroico Valor
en Combate. Este es su testimonio
Por Loreley Gaffoglio
En la Casa histórica de San Miguel de Tucumán, el
teniente del Ejército Argentino, Jorge Vizoso Posse, fue designado abanderado
un 9 de julio de 1975. Años después se convertiría en un destacado comando y
combatiría en la Guerra de Malvinas
Vestido de combate, su fusil al hombro y con su
rosario al cuello abordó un vuelo comercial de Aerolíneas Argentinas. Iba de
Neuquén a Buenos Aires. Los pasajeros lo observaban con una mezcla de
conmiseración y perplejidad. Era el 24 de mayo y el estrépito de la guerra se
atizaba en cada escondrijo del archipiélago austral.
El Teniente hacía un año que le rezaba a la Virgen
en un ámbito lleno de misticismo. Trepaba al trote hasta la cima del Cerro
Negro y allí le ofrendaba el esfuerzo de su adiestramiento en su curso de
comando. Quería honrarla y que le concediera una petición: deseaba ser
reconocido por su valentía en combate cuando todavía no se había precipitado la
conflagración. No lo había logrado durante los tres años (1975-1977) que peleó
contra la subversión en la selva tucumana y cargaba con esa frustración.
A Jorge Vizoso Posse sus camaradas de entrada lo
apodaron Sun Tzu por su estudio minucioso de la estrategia militar que aún
pasados los años continuaba releyendo en El arte de la guerra. Más tarde lo
llamaban irónicamente El Yanqui por su enemistad con los norteamericanos y sus
insalvables dificultades con el inglés.
24 de mayo de 1982, la CC 602 antes de subir al
Hércules que los trasladaría a Malvinas
Rezagada su presencia en el conflicto, el Teniente
se sumaba, finalmente, a una nueva compañía de comandos: la 602 (CC602), creada
especialmente en Malvinas y liderada por el Mayor Aldo Rico. El conjunto debía
repeler, mediante operaciones especiales minuciosamente planificadas, distintos
núcleos en la avanzada británica.
Ni bien aterrizó en las islas, apenas pudo
acomodarse en "la Halconera", un gimnasio requisado a los kelpers en
Puerto Argentino, cuando se sucedieron con vértigo las misiones comando. El
conjunto se movía entre las estribaciones de los montes Wall, Kent y Dos Hermanas.
Mayo de 1982: los comandos reunidos en la
Halconera, como bautizaron al gimnasio de Puerto Argentino requisado a los
kelpers y convertido en el cuartel de los comandos del 601
Las penetraciones en el terreno, casi siempre
nocturnas, a través de patrullas de observación formaban parte de la faena
diaria. Salvo por una noche de descanso y fastidio en la que se sintió
degradado al tener que custodiar la casa del gobernador. Esa no era tarea para
un comando táctico, se irritaba. Nada debía hacer allí un soldado de elite,
paracaidista, montañista y buzo. Pero el tedio de aquella noche obtuvo su
recompensa: una barrita de chocolate Águila, entregada en la cocina de la
gobernación, que El Yanqui guardó como un tesoro.
Ahora el CC 602, golpeado por numerosas bajas,
planificaba el montaje de una emboscada cerca del río Murrell, entre los montes
Kent y Dos Hermanas.
Los ingleses habían sido divisados: pasaban
camuflados, apoyados por su tecnología, frecuente-mente por allí en sus
incursiones. Cumplían el propósito de exterminar de forma metódica y veloz a
los observadores argentinos, para así ahorrarse el derramamiento de sangre
británica.
Al Yanqui le habían asignado la ametralladora MAG
como apuntador y a un catamarqueño brioso, con fama de eximio solado, como
abastecedor de la munición. Vizoso Posse conoció allí al Sargento Mario Antonio
Cisnero. Apodado El Perro, por la lealtad a su principios y camaradas, era
querido y respetado como uno de los cuadros más sobresalientes dentro de la
fuerza. Pero también se le encomiaba su conducta moral y solidaria.
Se lo conocía, además, por su frase de cabecera que
alguna vez transcribió en su libreta: "No sé rendirme, después de muerto
hablaremos".
El Sargento compartía con el oficial la devoción
católica y los orígenes. También coincidían en un mismo sentir: no existía afrenta más grave, repetían, que
la ocupación de un territorio soberano por parte de un país extranjero. Ambos
estaban dispuestos a morir para expeler al invasor. Pero ambos también
aspiraban a morir con gloria.
El legendario Sargento y comando Mario Antonio
Cisnero
Las buenas migas entre ambos enfrentaron de golpe
una fisura. Solapada. Contenida. Indescifrable. Mientras El Yanqui limpiaba en
silencio la MAG, sentía la mirada "irritante y distante" del
Sargento. Al notarlo, el Teniente desvió con mansedumbre su vista, en un
intento por diluir la fricción, hasta que el Sargento no pudo contener sus
ansias y le propuso algo inusual a su superior.
Mi Teniente, hasta ahora tuve a mi cargo la
ametralladora. La conozco bien y soy buen tirador. ¿Por qué no me permite que
siga siendo el apuntador?
El oficial respondió con evasivas hasta que la
insistencia del Perro por tercera vez lo convenció. Después de todo, se dijo,
no dejaba de ser un punto a favor la familiaridad del subordinado con el arma,
la novia del soldado.
Gracias, mi Teniente, le prometo que nunca olvidará
este gesto, cerró, mucho más extrovertido, y con una amplia sonrisa que le
ensanchaba el bigote.
Esas palabras, así proferidas, de alguna manera
intranquilizaron al Yanqui.
La patrulla de 18 comandos encabezada por Rico se
escindió aquel 10 de junio en cuatro grupos estratégicos. Los había de apoyo,
de asalto, de seguridad y de recibimiento. Los grupos se desplegaron con sigilo
en diferentes alturas dispersas en un radio amplio de la turba. Solo el equipo
de seguridad contaba con los visores nocturnos. Pero eso se transformaba en una
desventaja al momento del tiro por la gran luminosidad en una noche diáfana.
La luna llena resplandecía y salvo por las piedras
en las elevaciones, proyectando sus sombras, el campo aparecía despejado como
una mesa de billar. El frío seco, punzante, corroía los huesos y en el tedio de
la espera para emboscar al enemigo, los cuerpos ateridos bregaban por calor.
La dupla de apoyo integrada por El Yanqui y Cisnero
se ocultaba en otra loma al amparo de un filón de piedra. Se acomodaron espalda
contra espalda persiguiendo el calor. El Teniente sacó su barrita de chocolate;
la partió equitativamente por la mitad y se la extendió al Perro. Ambos
escudriñaban cada uno su flanco, anticipando la irrupción enemiga.
Los comandos con sus emblemáticas boinas en el
regreso de día tras una de sus incursiones nocturnas en Malvinas
Monótona, la espera se estiró un par de horas. El
Perro aferrado a la MAG y el Teniente a su Fal. Ambos inmóviles, como
petrificados. Cada uno con una visión de 180° que se complementaba con los
centinelas de las otras posiciones de observación.
De improviso, cerca de la 1 de la madrugada, el
Yanqui sintió un estremecimiento; la contracción violenta del cuerpo del Perro.
Su espalda enhiesta, súbitamente tensa como un tablón, anunció la alerta.
Una patrulla, de unos 8 marines, había logrado
penetrar por la derecha de la roca mientras que el resto del pelotón enemigo
esperaba el resultado de la exploración.
Al ver a los ingleses, Cisnero disparó inmediatamente
una ráfaga de fuego. La respuesta fue un cohete Law de 66 mm que le pegó de
lleno, abriéndole un buraco en el medio del tórax. La onda expansiva revoleó
por el aire a Vizoso Posse y cayó sobre las rocas a metros de él.
¿Cómo estás, hermano?, inquirió. Lo tomó con ambas
manos, giró el cuerpo con impotencia y comprobó que el Perro estaba muerto. Los
ojos abiertos, la cara perfecta, sin ningún rasguño; el torso musculoso,
ultrajado por la pólvora y el acero.
Aturdido, El Yanqui se arrastró en posición larvada
y buscó la MAG. Pero la pieza más grande era apenas un retazo de la culata. El
cohete también había destripado el arma.
A través del murmullo nervioso que se aproximaba
hacia él, cuyas palabras no lograba comprender, tomó conciencia de la situación
en la que se hallaba.
Este es el final, pensó, pero rendirme, jamás.
Antes prefiero estar muerto.
Un soldado argentino cae prisionero de los ingleses
En un segundo de lucidez, se dejó caer sobre la
piedra y se acomodó de costado, acercando su nariz al cuerpo todavía tibio del
Perro. En esa posición extraña, simuló estar muerto. La sangre de su camarada
le humedecía el rostro. Pero no podía olerla siquiera. La potencia de la
explosión, con su constelación de pólvora, le había anulado tanto el gusto como
el olfato.
Lentamente y de forma agazapada, los agresores,
seis u ocho, se aproximaban. Pero el trauma acústico le impedía escuchar o
medir sus pasos.
El mundo se había detenido en ese instante. Aunque
en el campo de combate arreciaba una tempestad de gritos y fuego cruzado. La
patrulla inglesa había logrado penetrar en lo que en la guerra se conoce como
"la zona de muerte".
Al llegar a la elevación donde se hallaban,
"uno de los ingleses se paró frente al Perro, mientras su compañero se
ubicó detrás de mí. Sin emitir palabra, sin siquiera inspeccionar el estado en
que se encontraba Cisnero, el primero aligeró su munición, descargándole una
innecesaria ráfaga con su fusil. El cuerpo del Perro, otra vez mancillado, se
sacudió como electrificado por la potencia de los impactos".
El otro inglés esperó su turno de disparo. Y en un
claro afán por rematar al enemigo, en automático acribilló a quemarropa al Teniente.
Luego volteó con una violenta patada la anatomía del comando. Buscó cerciorarse
de que su presa ya no respiraba. Emulando la última imagen del Perro, el
oficial contuvo la respiración y mantuvo, sin parpadear, los ojos abiertos.
Las esquirlas de las piedras le habían lacerado el
rostro. Pero Vizoso Posse, milagrosamente, aún respiraba. Los ingleses ya
habían roto la emboscada. Aunque, contrariando la estrategia militar, en vez de
continuar a la vanguardia, descendieron por el mismo lugar por donde habían
venido. Buscaban socorrer a su tropa, que combatía con denuedo contra los
comandos de Rico.
Vizoso Posse (arriba, a la izquierda) y sus
camaradas del CC601, con una de las motos de enduro Kawasaki con las que se
movilizaban en las operaciones especiales
Aturdido, con alguna dificultad para respirar e
incrédulo por estar vivo, Vizoso Posse buscó su fusil y agotó un primer
cargador hacia sus verdugos en retirada. Extrajo otro más del chaleco del caído
y también lo vació con furia. Recién en ese instante un hilo de sangre le
advirtió que estaba herido.
La contraofensiva permaneció acallada desde aquel
sector. Si bien no pudo corroborar con sus ojos la efectividad de sus disparos,
por la ausencia de fuego pensó que había acabado, o al menos magullado, a
algunos de ellos.
Sin cobertura, aferrado a su Fal, El Yanqui trotó
hasta donde estaba su jefe. Le comunicó
que su Sargento dilecto yacía muerto, que él estaba herido y que debía cambiar
de posición.
Necesitaba que el médico de los comandos, el Mayor
Hugo Ranieri, frenara la hemorragia con un apósito.
Su desplazamiento atrajo como un imán más fuego
británico. El paredón de piedra con el que se cubría el médico, no alcanzaba
para resguardar a los dos hombres.
Eh, me trajiste el fuego para acá, se quejó
espontáneamente Ranieri.
¡Estoy herido!, lo atajó.
Ranieri le tanteó con su mano la espalda.
Tenés una herida grande, pero si llegaste hasta
acá, estás bien. Podés seguí combatiendo, lo tranquilizó.
El Yanqui volvió a asomar su cabeza y ahora a
distancia de tiro observó dos siluetas británicas. Bajó uno y después al otro.
Esta vez las muertes enemigas las atestiguaron su camarada y el resto de los
comandos.
El combate se extendió unos 30 minutos hasta que
cesó la resistencia enemiga. Del pelotón argentino, además del Perro, sucumbió
el Sargento Ramón Gumersindo Acosta y una esquirla lesionó al Gendarme Pablo
Daniel Parada, del grupo Alacrán.
El Sargento Ramón Gumersindo Acosta, comando de la Gendarmería
Nacional, caído en acción el 10 de junio de 1982
El ministro de defensa británico reconoció
oficialmente 4 bajas británicas y tres heridos. Aunque la versión argentina
arriesga que fueron más.
La herida
El Yanqui solo entregó su fusil tras alcanzar la
primera línea argentina. Allí le practicaron las primeras curaciones.
Durante seis horas de caminata, sentía
acrecentársele el dolor punzante en la espalda. En el hospital de campaña de
Puerto Argentino, el médico al desvestirlo halló, enredado entre sus ropas, el
rosario que portaba, desprendido de su nuca. Ninguno reparó en ese momento que
le faltaba una cuenta.
El rosario hallado entre sus ropas
Al revisarlo, el médico, sin otro instrumental que
su mano, le extrajo cerca de la clavícula un proyectil de 2 cm de largo. Como
la munición era trazante al ingresar por el omóplato derecho fue cauterizando
la carne en un recorrido ascendente y oblicuo hasta quedar alojada a la altura
del cuello, del lado izquierdo. Fue ahí, cuando al observar el proyectil, el
médico habló, literalmente, de un milagro.
La munición había impactado primero en una de las
cuentas plásticas del rosario y se mantenía todavía fundida y adosada al acero.
Ese obstáculo, a corta distancia, no solo amortiguó el impacto; también
ralentizó y desvió el recorrido. El rosario, aseguraron los médicos, le salvó
la vida o, al menos, de quedar cuadripléjico.
El proyectil con la cuenta de plástico fundida al
acero
Vizoso Posse fue evacuado de Malvinas hacia el
continente en el último Hércules el 13 de junio, un día antes de la caída de
Puerto Argentino. Por eso asegura que él
nunca se rindió ante los ingleses.
“Yo no me rendí ante los ingleses” dice a Infobae
el Mayor (RE) Jorge Vizoso Posse
Fuente: https://www.infobae.com
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