10 de abril de 2022

ENTREVISTA DESDE LA GUERRA DE UCRANIA A MI PAPÁ, 40 AÑOS DESPUÉS DE QUE COMBATIÓ EN MALVINAS

 

Horacio Sánchez Mariño es mi viejo. Cuando nací, él ya era ex combatiente. Fue piloto de helicóptero del Ejército Argentino durante la guerra de Malvinas y fue quien me acompañó al aeropuerto de Ezeiza, desde donde partí para cubrir otra guerra, la de Ucrania. Hablamos cincuenta minutos. Volví a agradecerle y a decirle que lo quiero mucho 

Por Joaquín Sánchez Mariño 

Horacio y Joaquín, después de Malvinas, antes de Ucrania

La guerra es una palabra pesada que me acompañó toda la vida. Cuando nací, en 1985, mi padre la llevaba consigo. En 1982 él era piloto de helicóptero del Ejército Argentino y fue desplegado a las Islas Malvinas. Estaba casado con mi madre y era padre de Rodrigo, mi hermano mayor. Volvió a su casa distinto. Yo ya lo conocí ex combatiente. 

Mi padre es la persona más cariñosa y buena que conozco. De él puedo decir que aprendí muchas cosas y la mayor parte tienen que ver con el amor a la familia, a la literatura y a la conversación. Sin embargo, también hubo otras cosas que fui tomando sin que nos diéramos cuenta. Se llama Horacio Sebastián Sánchez Mariño y es conocido entre sus camaradas como Manucho, su nombre de vuelo. 

Después de Malvinas le tocó ir a la guerra de los Balcanes, años más tarde estuvo destinado en Haití. En cada uno de sus destinos fue incorporando más guerra, pero sus recuerdos de ella no tienen nada que ver con la violencia sino más bien con algo que falta. Con los años se puso además a estudiarla: cursó la carrera de Ciencias Políticas en la UBA y luego hizo una maestría y finalmente el doctorado. ¿El tema de sus tesis? Siempre la guerra. 

En Ucrania no es fácil tener conversaciones con los militares que están en el frente. La mayoría de ellos tiene prohibido hablar y los que no, dicen pocas palabras. Tampoco sé si es posible hablar de una guerra que se está peleando. 

La de Malvinas en cambio se peleó hace exactos 40 años. Quiso el destino que yo estuviera cubriendo otra guerra mientras mi viejo y sus camaradas rememoran la nuestra. Me hubiera gustado estar ahí con él el 2 de abril, me hubiera gustado ver a los ex combatientes desfilar con honores por las calles de Buenos Aires, si es que hubiera habido desfile, o acompañarlo al acto en la UBA en el que le entregaron un diploma a los veteranos allí graduados. 

Mi viejo es la persona que me llevó al aeropuerto para que yo partiera rumbo a Ucrania, aunque no quería que viniera. Entrevistarlo ahora, antes de salir de esta guerra, me pareció el mejor corolario posible para la cobertura. Al fin de cuentas, todos vamos por la vida buscando entender nuestra propia historia. Esta es una charla para entenderlo un poco más a él todavía, para entender un poco más a todos los hombres de uniforme que, en cada rincón de Ucrania, no pudieron -o no supieron- expresarme sus emociones en medio de esta locura. 

Horacio Sánchez Mariño:- ¿Cómo estás? 

Joaquín Sánchez Mariño:- Yo bien, acá, es mi último día en Ucrania, estuve 40 días. 

H:- Me alegro mucho. 

J:- ¿Te alegrás mucho de que sea el último día o de que haya estado 40 días? 

H: Me alegro mucho de que hayas estado 40 días y de que sea el último día, que ya te vuelvas. A mí me estaba preocupando porque, cuando uno se va agotando es cuando comienza a cometer errores, por supuesto, como en el tenis, errores no forzados, y lamentablemente en este caso, en este juego, cuesta muy caro. 

J: Yo tenía ganas de charlar con vos hace unos días porque coincidió el aniversario del 2 de abril, los 40 años de Malvinas, con esta guerra, esta simetría del destino, como decía Borges. Acá hay muchos militares a los que intenté entrevistar, en algunos casos pude entrevistar a algunos, pero son bastante cerrados porque están con la guerra sucediendo. Entonces, tenía ganas hace rato de poder entrevistarte a vos y que me cuentes cómo fue, quería entrevistar a un soldado de otra guerra de hace 40 años ahora, entendiendo un poco más o pudiendo hacer otras preguntas que antes quizás no entendía. 

H: Muy bien, estamos aquí para eso. 

Horacio Sánchez Mariño es el del medio. Estuvo en la guerra de Malvinas desde el 23 de abril hasta el 13 de junio.  Acumuló durante el conflicto 31 horas de vuelo en helicóptero

J: ¿Cómo recordás tu paso por las islas hace 40 años? ¿Cómo te pegó este 2 de abril, este aniversario? 

H: 40 años es un número. Con un amigo que vos conoces, Alberto Astorga, fuimos a ver campos minados de nuevo y la verdad fue muy impactante. La cantidad de años también pega mucho, 40 años es mucho tiempo, pero, al mismo tiempo, las memorias y las cosas que viví en aquel momento es como que están ahí adentro fosilizadas, y cuando hay algún impulso externo reviven. Eso fue. Tuve por supuesto muchas interacciones con veteranos, me han invitado a colegios, y es una situación que se mantiene viva bien adentro, no es solamente un recuerdo, sino que es una situación. Ya vas a ver que a vos te va a pasar lo mismo. 

Es algo muy estudiado, muy sabido desde varios campos de la ciencia, la medicina, la psiquiatría, el psicoanálisis. Las situaciones así traumáticas, las situaciones tan estresantes durante toda la vida quedan flotando en el inconsciente, y, de alguna manera, reaparecen. En algunos casos hay dos psicoanalistas lacanianos franceses que reconocen esos rasgos del estrés post traumático en locura: ellos estudiaron a locos. En la instancia que corresponda, en la medida de la locura que podemos acarrear, todavía hoy hay sustos, de los cuales mis hijos son muy adeptos, me trastornan, me hacen perder el control de mí, me pone intranquilo. 

J:- ¿Te asustan? 

H:- Me asustan mucho. Y, por supuesto, ustedes se ríen, pero en mi es una marca de aquella época. El ruido fuerte de un auto, por ejemplo, todas esas cosas son rémoras, cosas que quedan. Me ha pasado estando en Haití, por ejemplo, en circunstancias estresantes también, difíciles, soñar con la guerra de las Malvinas, soñar con bombardeos. 

J:- ¿Cuántos días estuviste en las Islas? 

H:- Del 23 de abril al 13 de junio. Me da como 50, 52 días, no lo sumé. 

J:- ¿Estabas en Puerto Argentino? 

H:- Estábamos en el cuartel de la Royal Marine, esa era nuestra base. Dormíamos por supuesto vestidos, y cuando había ataques nos poníamos los borceguíes y saltábamos a los pozos. Luego vinieron los ataques de los aviones, también impactantes. Entonces nos sacaron de ahí, nos mandaron a Monte Kent, donde estuve 21 días. 

J:- ¿Cómo fueron los ataques de los aviones? Cuando te despierta el primer bombazo, ¿sabías qué tipo de bomba era? 

H:- Sí. Por supuesto nos levantamos sin saber qué había ocurrido, pero imaginándonos porque sabíamos que la flota se acercaba y que en algún momento iban a atacar. A las ocho de la mañana aproximadamente, estando en los pozos, aviones Harrier pasaron por el valle, era un valle que terminaba en Puerto Argentino, ametrallando las posiciones y, también, las armas de defensa aérea empezaron a tirarles, así que fue un pandemónium de tiros por todos lados. Pero esa visión de los aviones que venían hacia nosotros, nosotros estábamos en el Royal Marine y venían hacia nosotros tirando con sus cañones, que yo siempre digo “parecían esos juguetitos que, al moverlos, tiran como chispas”. Me pareció algo alucinante, era algo nuevo. Inmediatamente, a las 9 de la mañana, nos ordenaron abandonar el Royal Marine, juntamos todos nuestros bolsos y nos fuimos a los helicópteros y partimos hacia Monte Kent. Ahí mi helicóptero empezó a largar humo cuando lo puse en marcha, el mecánico me había enseñado a cortar y un colega amigo, el Tanque Fernández, se acercó a mi helicóptero, cortamos y nos fuimos con el helicóptero de Fernández. Era una junta que se había quemado, los mecánicos lo arreglaron y dos días después lo fui a buscar. Pero, desde Monte Kent estábamos como en una platea viendo cómo todas las noches venían los barcos a bombardear las posiciones argentinas. Veíamos los barcos, veíamos las trayectorias, veíamos los impactos, era impresionante. Eso hasta el 21. El 21 volvimos al Royal Marine, y de ahí hasta que terminó la guerra, prácticamente, todos los días recibimos bombardeos en todos los lugares que estuvimos. 

J:- ¿Qué hacías? ¿Entrabas en la trinchera cabeza abajo? A mí me enseñaron acá qué hacer, pero claro, vos estabas entrenado. 

H: Al principio íbamos bastante asustados. Normalmente era desde las once de la noche hasta las tres de la mañana, que era el horario de los bombardeos, que se acercaban los barcos, y después volvíamos a dormir. Entrábamos al pozo, normalmente yo iba al pozo con un amigo mío que se llama Eduardo, y, al principio, estábamos mirando, esperando, tratando de reconocer los sonidos. Después empezamos a reconocer los sonidos, y sabiendo los silbidos podíamos imaginarnos dónde iba el impacto y cuándo el impacto iba a ser cercano. Era una cuestión que rezábamos mucho en esa época, le rezábamos al rosario, y nos poníamos en manos de Dios, en manos de La Virgen básicamente. 

Con el tiempo, por eso te digo que mejor te vuelvas, nos fuimos acostumbrando, y ya entrábamos al pozo a las puteadas, nos metíamos con una manta y a los cinco minutos estábamos dormidos. Pasaba el bombardeo, que era alerta gris, “fin de alerta gris” decían, y volvíamos a dormir. 

Horacio Sánchez Mariño tiene casco y antiparras. Actuó en la guerra de Malvinas y en la guerra de los Balcanes. "La guerra, lo vas a conocer cuando vuelvas, es una palabra cancelada en la sociedad, es como el cáncer, no se puede pronunciar", me dijo

J:- Noto que hay un paso entre el primer y segundo bombardeo hasta que uno empieza a naturalizar los bombardeos, pero hay un punto en que esa naturalización se vuelve un poco enfermiza. Yo me acuerdo un día que terminé en Járkov, donde los bombardeos no eran a nosotros, pero eran permanentes. Todo el día estuve muy sobresaltado y me acordaba de vos cuando de pendejo te asustabas y te volvías loco. Me di cuenta de que no estaba bueno porque estuve como todo el día agachando la cabeza. ¿Cuándo sentís que fue el momento que te empezó a afectar demasiado ese bombardeo permanente? 

H:- El estrés continuo es lo que afecta mucho a la psiquis. Es una cosa ascendente desde que empezaron los bombardeos, y ya los últimos quince días estábamos todos locos, todos totalmente histéricos. Los últimos quince días estuvimos en una casa que el gobernador alquiló para nosotros los pilotos, y de noche el refugio era en un sótano. Yo dije “acá estamos cubiertos”, era un piso de material, pero después empecé a pensar “llega a caer una bomba acá o al lado y el piso este se viene abajo arriba nuestro”, entonces, no sabía si era tan seguro en todo momento. A pesar de que nosotros no tuvimos problemas para conseguir víveres, tuvimos la oportunidad de comer relativamente bien, bajé muchos kilos. 

J:- Antes hablaste de tu bautismo de fuego. Luego de ese primer bombardeo del que saliste indemne, ¿te agarró ese momento de experimentar adrenalina, aceleración, después de darte cuenta de que habías sobrevivido? 

H:- En todo momento porque, a diferencia de la infantería, nosotros teníamos una situación bastante “agradable” en los lugares donde estábamos. En el Monte Kent estuvimos 21 días, estuvimos en una carpa, que, si bien era rústica, también era calentita, comíamos una vez al día. Ahí el peligro eran los ataques de los comandos británicos, ya habían atacado un aeropuerto de la fuerza aérea y destruyeron once aviones. Entonces nosotros pensábamos que podían atacar la reserva de los helicópteros. Estábamos fuera del alcance de la artillería de los barcos, pero podían ocurrir estos ataques de comandos británicos. Algunos lo vivieron mejor y otros peor. En la infantería estuvieron todo el tiempo mojados, sin comida, con frio, con poca protección, y encima recibiendo bombardeos, teniendo bajas permanentes. 

Nuestra atención empezaba con las misiones. Creo que volamos todos los días, salvo dos o tres días que no se pudo volar, todas las misiones que nos dieron nosotros las cumplimos. 

J:- ¿En cuántas misiones estuviste? 

H:- Yo volé alrededor de 31 horas en esos cerca de 50 días. Una misión dura dos horas porque no da más la autonomía del helicóptero, así que estuve aproximadamente en quince misiones. No hice ese estudio estadístico, pero ante cada misión estaba la sensación esa de que podíamos morir, estábamos bajo un cielo inglés, los aviones británicos dominaban el cielo de Malvinas. 

J:- Vos estudiaste mucho en la guerra, ¿existe la matemática en la guerra? Porque en algunas situaciones acá, tratando de ir a cubrir el frente de batalla, tuve la sensación de que era todo azar, de que no había nada controlado, de que en cualquier momento podía caer un misil donde estuvieran las defensas y se acababa. Pero los tipos hablaban como si tuvieran certezas: “no, acá estamos a salvo”, “estamos fuera del alcance”, “el enemigo está a 10 kilómetros”. ¿Existe una matemática que te diga donde estás a salvo? 

H:- Matemática no, pero hay posibilidades de conocer la situación, saber dónde está el enemigo, dónde se están combatiendo y saber si uno está más o menos seguro. El mayor filósofo de la guerra, Clausewitz, que es un autor que yo le enseño habitualmente a mis alumnos, decía que la guerra tenía tres ingredientes que conformaban una extraña trinidad. La trinidad era: primero el pueblo, o, mejor dicho, la pasión que estaba personificada en el pueblo, luego la racionalidad, que estaba personificada en el gobierno, que tomaba decisiones teóricamente racionales, y luego el azar, que estaba materializado en las operaciones militares. Eso es así. Uno inicia una operación militar y no sabe cómo va a terminar. El azar es fundamental para comprender cualquier operación militar. Aún en el caso de Ucrania, muchas de las cosas que habrá pensado Putin al lanzar esta ofensiva salvaje no tuvo en cuenta, y otras que azarosamente le han salido mal también. Nosotros decimos que el plan termina cuando suena el primer tiro. Así que no hay forma matemática de saber si uno está a salvo o no, pero sí es importante, eso se enseña muy habitualmente en los ambientes aeronáuticos, lo que se llama la consciencia situacional. Por supuesto para el soldado también es importante saber dónde está, a qué distancia está el enemigo, cuál es su capacidad, cuáles son las vías de aproximación, etc., tener consciencia de realmente lo que está ocurriendo. Para el piloto es fundamental, si no tiene una consciencia de lo que está ocurriendo, ocurren los accidentes, si el piloto cree que está subiendo y en realidad está bajando, evidentemente eso va a terminar en un accidente. Es fundamental y uno en eso se entrena, y vos, corresponsal de guerra, también te has entrenado en esta campaña. 

J:- Pero creo que el momento de mayor peligro que corrí, que fue una situación muy extrema, fue justamente por no tener información, por estar en una zona donde había militares escondidos, pero nosotros no lo sabíamos. Nos detuvimos en el lugar equivocado y a los 30 segundos de que nos fuimos cayó un misil ahí. 

H:- O sea, tenías una consciencia de la situación equivocada que lleva a estos errores. Hay otro pensador de la guerra, que se llama Martin van Creveld, es israelí, que dice que la guerra es un juego, y que es el juego más excitante porque uno pone en juego su vida. Él cree que es una característica antropológica en que los seres humanos tienen esa atracción por ese juego. Es una visión lúdica de la guerra. No es uno de mis autores favoritos, de hecho, siempre discuto sus opiniones que me parecen muy equivocadas, pero en esto tiene razón, la adrenalina que yo sentí en la guerra de las Malvinas, la que habrás sentido vos en tu campaña como corresponsal, no se vuelve a sentir nunca más. 

Joaquín Sánchez Mariño en Irpin, Ucrania

J:- Los primeros días salí a recorrer Kiev con Juan Carlos, un fotógrafo con mucha experiencia de quien me hice muy amigo. Estábamos por entrar al hospital de niños y sonó un bombazo muy fuerte que cayó cerca, después vimos el humo, sentimos el olor, yo me sobresalté, él salió a buscar el humo porque es un perro de caza y yo le dije que estaba asustado. Él cubrió Afganistán, cubrió Irak, y me dijo: “tranquilo, esta guerra es mejor porque si te pasa algo es que te cae un misil encima, y eso dura muy poco”. Y yo le dije “sí, dura muy poco para nosotros, pero para los que quedan es un quilombo”. Y me respondió algo que me mató: me dijo “bueno, si estás acá es porque no te importa los que quedan”. Algo con lo que no estoy de acuerdo y tampoco creo que él sienta eso, pero tiene que ver con no ponerlos como prioridad en el momento de tomar ciertas decisiones. Yo en la guerra de Malvinas no existía, solo había nacido Rodrigo, tu hijo mayor, vos estabas casado con mi madre, pero ¿qué pensabas de tu familia? De tu madre, padre incluso, ¿pensabas en ellos? 

H:- En mi familia parental no, mi madre y mi padre sé que sufrieron mucho, mi padre se enteró de que yo volvía al continente, él trabajaba en una draga rusa y estaba frente a Bahía Blanca trabajando, él estaba en el puente y por el micrófono dijeron “el Teniente Sánchez Mariño está en el continente”, y mi padre, al cual yo vi llorar una sola vez, me contaron que se puso a llorar. Yo no pensaba tanto en ellos porque me daba la impresión de que eran personas que estaban preparadas para saber que su hijo era militar, pero sí pensaba todo el tiempo en mi mujer y mi hijo. Pensaba no solamente en mejor salir vivo de acá, sino también pensaba todo el tiempo, en la medida de lo posible, de avisarle a tu madre fundamentalmente que yo estaba bien. Mandé varias cartas. Las veces que pude ir a Puerto Argentino y hablar por teléfono, llamé: decía “bueno, es un día más que va a estar tranquila”. Yo sé que tu madre y tu abuela estaban muy asustadas. 

Si pensaba en eso. Pero, por supuesto, y esto también lo debo decir con la misma frialdad que vos decís que te dijo tu amigo, uno está tan, tan preparado, la vocación y profesión militar nos forma y estamos tan preparados de entender esa frase: “Cuando el clarín de la Patria llama, hasta el llanto de la madre calla”. Uno sabe que se va a la guerra y el resto pasa a un segundo plano. Es duro, es difícil, pero es la realidad, por eso un soldado tiene que estar preparado espiritualmente y también la familia tiene que estar preparada espiritualmente. 

J:- Para terminar: pasaron 40 años, saliste de Malvinas, después tuviste otras participaciones en la guerra de los Balcanes, en Haití, te dedicaste a estudiar Ciencias Políticas, hiciste un doctorado en la guerra. Está claro que la guerra va con vos a nivel personal e intelectual, ¿qué aprendiste de la guerra?, ¿creés que te podés desprender de ella? 

H:- Ahora ya creo que no. Fue una obsesión, primero, al regresar, saber qué había ocurrido en Malvinas. Creo que leí todos los libros que se publicaron, por lo menos en Argentina, y traté de enterarme realmente bien qué había pasado ahí, más allá de lo que yo había vivido con mis compañeros. Y luego, cuando me tocó hacer la escuela de guerra, por algo se llama así. Tuve una visión profesional, una visión militar de lo que significa el fenómeno de la guerra, desde todo punto de vista, desde los niveles más altos, de las decisiones políticas, los niveles estratégicos militar, el nivel operacional, el nivel táctico, y eso me despertó la necesidad de comprender el fenómeno político, por eso al salir de la escuela de guerra comencé a estudiar Ciencias Políticas y no paré más. Hice la licenciatura, después hice una maestría, escribí sobre la guerra, que fue un trabajo bastante intensivo, me costó unos buenos disgustos porque cerré esa tesis en unas vacaciones en Punta del Este, que todo el mundo se iba a la playa y yo llegaba a las tres de la tarde, y por supuesto yo era el loco, y sí, pero tenía que terminar eso. Luego, con dos compañeros decidimos que teníamos que hacer el doctorado. En el momento de elegir el tema para mi tesis de doctorado estuve entra la guerra de Malvinas y la guerra de Balcanes, pero pensé que la guerra de Malvinas era demasiado cercana y que no iba a poder tener la objetividad suficiente, por eso escribí sobre la guerra de los Balcanes. Pero después, ya retirado, me ofrecieron ser profesor en la escuela de guerra conjunta y la materia es “teoría de la guerra”, además de en una maestría dar clases sobre estrategia. Es una obsesión que, dentro de todo, socialmente no es tan perjudicial, al contrario, la guerra, lo vas a conocer cuando vuelvas, es una palabra cancelada en la sociedad, es como el cáncer, no se puede pronunciar. Pero, como les vengo diciendo a mis alumnos, espero que lo que he venido enseñándoles les sirva para comprender un poco lo que ocurre en Ucrania, es un fenómeno social, eterno y que va a seguir entre los seres humanos mientras sigamos conviviendo en grandes comunidades. Esta obsesión que reconozco, tengo muchos años de psicoanálisis, creo que sirve para algo. 

J:- Me respondiste académicamente, y yo quiero que me respondas emocionalmente. ¿Qué aprendiste de la guerra o qué te quitó la guerra? 

H:- La guerra me sirvió muchísimo. Hay una teoría, esto no es académico, justamente de un señor que abandonó la academia, se puso a estudiar la mitología. Él decía que había una línea de unión entre todas las mitologías, y lo llama “el viaje del héroe”. El viaje del héroe tiene cuatro etapas: primero la iniciación, luego la partida, luego la apoteosis y el regreso. La iniciación es un acto donde uno pasa de ser adolescente a ser adulto. Luego, inicia el viaje y tiene diferentes desafíos. En la mitología son los dragones: cuando ese hombre los va venciendo, se va convirtiendo en un verdadero hombre. Yo creo que la primera gran prueba que yo pasé fue la guerra de las Malvinas, y creo que al haberlo atravesado como lo viví me hizo estar mucho más seguro de mi condición humana. Por supuesto viví otras aventuras, pero fueron de otra característica. La guerra de las Malvinas creo que fue el primer gran dragón que yo vencí. Más allá de eso también tiene que ver con el corazón, el hecho de poder decir cosas que en esta sociedad no son muy valoradas. He peleado para defender a mi Patria, y vos lo habrás visto en los ucranianos que están por ahí dando vueltas, que están muertos de miedo y sin embargo están motivados, convencidos y orgullosos. Se lo ve a Zelenski, un hombre al que aprendí a admirar, que creo que ha ocupado un lugar entre mis ídolos, pelear por la Patria. Es un orgullo que yo siento, lo llevo en mi corazón y lo voy a llevar siempre el hecho de haber combatido para defender a mi Patria. 

J:- Para cerrar te cuento que, vos me conocés, yo no soy un nacionalista de ese estilo, y detesto la guerra, no soy un fanático de lo bélico. Sin embargo, estando acá aprendí algunas cosas. Yo ya te admiraba mucho, siempre te lo dije, por el hombre que sos y por tu actuación en las islas, pero con esa admiración recelosa de quien no cree en la utilidad de la guerra. Pero estando acá y viendo todo en primera mano, viendo a los ucranianos que están realmente defendiendo a su patria, que creen en la causa, viéndolos, viendo hombres y mujeres con armas, chicos en refugios, viendo el convencimiento y viendo el peligro en el que se ponen por ese convencimiento, he aprendido a admirarte sin ese recelo del que no lo vio de cerca. Así que si de algo sirvió esto es para sacar ese prejuicio y decirte que se necesitan huevos para defender así la patria. Gracias viejo, de vuelta, por lo que hiciste hace 40 años, a vos y a tus camaradas. Te quiero mucho, te admiro mucho y gracias por esta charla. 

H:- Yo te agradezco a vos y te puedo asegurar que todos estamos muy orgullosos de tu conducta, de tu actuación, de las notas que has enviado, de ser los ojos y los oídos de la humanidad, que muchas de estas cosas si no se cuentan es como que no hubieran ocurrido, y en eso estoy sumamente orgulloso de vos. Ya celebraremos cuando vuelvas. 

Fuente: https://www.infobae.com

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