Diego Arreseigor era Teniente en Malvinas. Quedó
prisionero y tuvo que levantar las minas de los campos. Allí halló el casco de
un inglés. Lo guardó durante 37 años como trofeo de guerra, hasta que supo que
su dueño había muerto en la batalla de Monte Longdon. Este es el conmovedor
encuentro con la hermana del caído
Por Gaby Cociffi
La sangre del soldado británico es una mancha
oscura y perenne en el casco de guerra. Un nombre, en grandes letras de
imprenta, está escrito con tinta azul en su interior. A. Shaw, dice. El Coronel
Diego Carlos Arreseigor lo tiene entre sus manos. Aunque lo intenta, no puede
contener las lágrimas que invaden sus ojos.
Entonces levanta ese objeto de guerra como si fuese
un frágil tesoro y se lo muestra a la mujer que, frente a una computadora, del
otro lado del océano en el Reino Unido, lo mira asombrada y comienza a llorar.
Ella es Susan Fleming, la hermana del ingeniero
mecánico Alexander Shaw del Regimiento de Paracaidistas 3, muerto unas horas
antes del fin de la guerra, el 13 de junio de 1982, en Monte Longdon. Su sangre
es la que tiñe ese casco.
"Este es el casco de tu hermano, voy a viajar
a Inglaterra para entregártelo. Siento un deber moral de devolverlo a tu
familia. Y para mí será un honor", se emociona quien era un joven Teniente
de la Compañía 10 de Ingenieros frente a la hermana de su antiguo enemigo.
Es la primera vez que están frente a frente. Pero
algo los une a pesar de la distancia y del idioma: ambos están sanando las
heridas que les dejó la guerra.
"Recuperar ese casco significa mucho para mí.
Yo tenía 15 años cuando Alex murió. Él era mi único hermano, mi querido hermano
mayor. Ese casco es lo último que él usó antes de que lo mataran. Tenerlo
conmigo me hará sentir que una parte de él regresó a casa", se conmueve la
mujer desde su hogar en la ciudad de Corby, 116 kilómetros al norte de Londres.
El Coronel y el casco de Alex Shaw (Santiago
Saferstein)
Pero esta historia comenzó hace muchos años. Casi
37 años antes.
Al finalizar la guerra, el 14 de junio de 1982, los
comandantes británicos hicieron una reunión con los oficiales ingenieros
argentinos para pedir que entregaran los informes de los campos minados.
Diego Arreseigor, junto a otros 30 oficiales, quedó
prisionero durante un mes en las islas. "Nos hicieron trabajar levantando
las minas de los campos hasta que hubo tres accidentes: dos ingleses y un
argentino perdieron las piernas. A partir de ahí nos dijeron de alambrar los
sectores y marcar las zonas de peligro", explica el militar.
Malvinas 1982: Diego Carlos Arreseigor en su
refugio en Monte Longdon
Recuerda con exactitud el día que encontró el
casco. Una mañana, mientras recogía las minas en la Isla Soledad, encontró un
puesto inglés de asistencia a los heridos donde había diferentes equipos
diseminados. Allí, abandonado entre las rocas y la turba, halló el casco
manchado de sangre.
"Con mis 23 años lo tomé y lo escondí en mi
campera. Estaba tan flaco que nadie lo notó", rememora.
"Durante 37 años lo guardé como un botín de
guerra. Cada tanto lo sacaba y lo mostraba, para que otros vean que dentro del
dolor de la derrota no había sido tan fácil para los ingleses: 'Acá está la
muestra, hicimos algo, nos derrotaron, pero les costó'", dice el soldado
que pasó el conflicto bélico en Monte Longdon y Wireless Ridge.
El joven Teniente colocando minas en una de las
playas de las islas
Pero un día Diego Arreseigor abrió ese cajón donde
guardaba el casco, leyó como tantas veces el nombre del soldado inglés escrito
en las correas interiores, y por primera vez en años sintió la necesidad de
saber quién era Shaw.
Lo buscó en internet. La foto de un joven que
sonreía apoyado en la baranda de un barco, el pelo revuelto por el viento, lo
conmocionó. Esa sangre ahora tenía un rostro.
Al poco tiempo descubrió que Alexander Shaw había
muerto el último día de la guerra, víctima de la artillería de mortero
argentina. Encontró, además, el relato de un compañero de los PARA 3 que
contaba cómo había sido su instante final. "También decía que Shaw tenía
25 años y un hijo que se llamaba Craig, de solo tres años cuando él cayó en la
guerra", dice conmovido.
Alexander Shaw, era mecánico electricista de los
PARA 3. Murió el 13 de junio de 1982, tenía 25 años y un hijo de 3 años llamado
Craig
El casco, entonces, dejó de ser un trofeo de
guerra. "Sentí que el destinatario era el hijo y empecé a buscarlo. Lo
hice en forma particular, quería llegar persona a persona, pero no pude dar con
la familia", recuerda.
Les pidió a varios amigos que viajaron a Londres
que lo ayudaran. No tuvo suerte. Buscó a la familia en las guías telefónicas.
El apellido Shaw era muy popular y no logró hallarla. “No quiero morirme
teniendo este casco", se dijo.
Una tarde, frente al Coronel Jorge Zanela, jefe del
departamento de Veteranos de Guerra del Ejército, contó la historia.
"Gracias a su gestión pude encontrar a la hermana de Shaw e inmediatamente
me puse en contacto con ella. Entonces lo decidí: voy a viajar a Inglaterra en
los primeros días de abril para devolverle el casco de Alexander. También
quiero visitar el cementerio donde descansan los restos del soldado inglés y
dejar una flor en su tumba", cuenta con emoción.
La tumba de Alex Shaw en el cementerio de Corby
"Me conmovió mucho saber cómo había muerto
Shaw, cuando faltaban solo unas horas para el cese el fuego, en el instante
final de la guerra. Había ido a reparar un mortero y llegó al infierno de
Longdon. Me conmovió también ver la emoción de Susan al enterarse de que
existía una pertenencia de su hermano en la guerra… Sentí el deber moral, como
militar y persona, de viajar para llevarle el casco", cuenta frente a
Infobae.
"Es muy importante esto que haces por
mí", le dice Susan atravesando los 12000 kilómetros de distancia en solo
segundos desde esa imagen que arroja el Skype.
"También es importante para mí. Me sirve para
cerrar una etapa muy dolorosa de mi vida", responde Diego.
El joven soldado inglés había escrito su nombre en
el interior del casco
Y cuenta casi como en una confesión: "En estos
últimos años me ha costado mucho dormir. Volver derrotado de una guerra es muy
duro. Tuve que guardar todo ese sufrimiento en un cajón bajo muchos
candados".
¿Ya pudo abrir esos candados?, pregunta Infobae.
Estoy cerrando una herida grande, sanando esa
tristeza de la derrota, borrando esos sentimientos de dolor que generan todas
las cosas que vi en la guerra. Hoy ya no me hace mal hablar de lo que viví. Lo
siento como un alivio, como una descarga. Puedo ver la guerra desde otro punto.
El tiempo cura.
Pero revela que ese proceso no fue fácil, que le
llevó muchos años superar ese sentimiento de derrota. "Ver el descrédito
hacia todo lo que era Malvinas, ver que se aprovechaba de una causa nacional
para meter ideologías y diferencias, era doloroso. Nos dividieron a los
soldados de los militares. Y todos pasamos la misma guerra, nos tiraron las
mismas bombas, sufrimos la misma hambre y el mismo frío… Es una enorme
ingratitud: el mayor porcentaje de muertos en Ejército es de oficiales".
Arreseigor (centro) junto a sus soldados: “Mi único
consuelo es que volvieron todos los hombres de mi sección”, dice
Diego Arreseigor no solo tuvo que levantar minas
cuando la guerra terminó. También le tocó recoger los cuerpos de algunos
soldados argentinos diseminados en los campos de batalla. "Un día no nos
tocó ir a desminar, y pedimos recoger a nuestros compañeros para enterrarlos.
Nos llevaron en un helicóptero. Al final de ese día los enterramos en una misma
fosa en Puerto Argentino. Solo uno de ellos estaba identificado. Fueron los
primeros soldados argentinos solo conocidos por Dios", recuerda con dolor.
Sabe que las esquirlas de la guerra también
lastimaron a su familia: "Para mis padres y mis tres hermanas que yo fuera
al frente de batalla fue algo muy duro, difícil de aceptar".
El Teniente Arreseigor dentro del gigantesco cráter
formado por las bombas lanzadas por la aviación británica
Cuando el conflicto bélico había terminado, cuando
las informaciones que llegaban al continente eran confusas, alguien se acercó a
la casa de sus padres para decirle que Diego no aparecía, que seguro estaba
muerto.
"Tengo muy presente a mi padre y pienso lo que
debe haber sido para él pensar que yo estaba muerto… Y el tipo se calló, no le
dijo nada a mi madre durante días, hasta que un compañero al que yo le había
dado mi número de teléfono llegó a Buenos Aires y los llamó. “Diego está bien,
quedó prisionero de los ingleses para levantar las minas”, les dijo. Y mi papá
se sintió feliz: no era grave que tuviera que caminar por los campos minados,
su hijo estaba vivo".
De regreso a casa: en el barco que los trajo hasta
Madryn, el 15 de julio de 1982
Si le digo Malvinas, ¿qué siente?, pregunta
Infobae.
Malvinas es lo más trascendente que me pasó en la
vida como militar y persona. Es lo máximo que pude vivir. Pero volver derrotado
fue muy duro.
¿Cuántas veces Malvinas lo hizo llorar?
El primer año sobre todo… Cuando se iban cumpliendo
aniversarios de cada cosa vivida: acá nos ametrallaron, acá murió tal
compañero, acá quedó otro herido, acá nos bombardearon…Vas reviviendo todo y es
muy difícil. Después, lloré alguna vez más. Pero con el tiempo me endurecí. Y
guardé todo bajo esos candados.
Sin embargo, el Coronel deja escapar ahora una
lágrima. "Todo esto me sacude, reviso un montón de cosas que viví allá,
que sufrí y te quedan adentro. El único consuelo que traje de Malvinas es que,
a pesar de haber estado en la unidad que más bajas tuvo, de mi Sección
volvieron todos: los 40 soldados y los 5 oficiales".
Susan Fleming (centro) en el homenaje que le
hicieron a su hermano en la Lodge Park Academy, en la ciudad de Corby, donde
estudió
Del otro lado de la pantalla, Susan saca un pequeño
pañuelo blanco y seca sus lágrimas. De este lado, el Coronel acaricia el casco
que guardó durante más de tres décadas.
"Muchas gracias. Estoy muy emocionada. No
puedo agradecerle a Diego lo suficiente por regresarme el casco de mi hermano.
Será un tesoro para toda la vida para mí, para mis hijos y para mis
nietos", se despide la hermana del caído inglés.
Diego Arreseigor deja una promesa: "Si Dios
quiere voy a viajar muy pronto. Para mí es un honor poder llevarte las
pertenencias de tu hermano".
“Para mí será un honor devolver el casco a la
familia del soldado inglés” (Santiago Saferstein)
Cuando la cámara se apaga, cuando ya Susan no puede
escucharlo, con la voz quebrada dice: "No encontraba cómo desahogarme,
cómo contar el sufrimiento de la guerra. Esto me sirve para sanar. Me vuelven
recuerdos, momentos vividos, amigos que ya no están. Este gesto de entregarle
el casco de su hermano quizás sea para todos, la forma de cerrar un camino de
dolor, una herida que hemos tenido abierta durante muchos años".
Fuente: https://www.infobae.com
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