Por Patricia LEE WYNNE
Por la cabeza del entonces Capitán Horacio Mir
González jamás se cruzó la idea de participar en la primera batalla aeronaval
desde la II Guerra Mundial, ni que iba a hundir barcos de la potencia naval
británica, en la Guerra de las Malvinas.
Sin posibilidad de abastecimiento, volando al ras
de las olas, los vidrios tapados por la sal, con escasos minutos para atacar y
picar hacia el cielo, contando los segundos para llegar a la base antes de que
se acabara el combustible y con bombas adaptadas que habían sido hechas para
otros blancos, Mir González y sus compañeros realizaron heroicas misiones de
combate a través de los casi 700 kilómetros que separan a las Malvinas del
continente, y ocasionaron graves daños a los barcos ingleses.
El Brigadier retirado Horacio Mir González,
condecorado con la Medalla “La Nación Argentina al Valor en Combate”, era por
entonces Capitán y estaba asignado como Jefe de Escuadrilla en la VI Brigada Aérea
de Tandil, 300 kilómetros al sur de la ciudad de Buenos Aires. La Brigada
contaba con 36 aviones de combate Mirage 5 Dagger, una versión israelí del
avión francés, y era una fuerza muy profesional, recuerda Mir.
Los dos intensos meses de la Guerra de las
Malvinas, que duró del 2 de abril al 14 de junio de 1982, fueron para los
pilotos argentinos el desafío de sus vidas. Ya no se trataba de vigilar la
cordillera de los Andes por una eventual escaramuza con Chile, donde la disputa
por el Canal del Beagle casi termina en un enfrentamiento armado en 1978. Ahora
era Guerra de verdad y en mayúsculas, no contra un enemigo parejo, sino contra
la flota naval y aérea de Su Majestad, que atravesó todo el Atlántico a lo
largo de 12700 kilómetros para defender 150 años de ocupación. Era David contra
Goliat.
El valor de los pilotos argentinos produjo como
resultado los peores daños a la Armada británica en la posguerra: los barcos
Sheffield, Coventry, Ardent, Antelope, Sir Galahan, Tristam, Atlantic Conveyor,
hundidos, otros 15 averiados, sin hablar del portaaviones Invincible, del cual
Gran Bretaña nunca reconoció sus daños.
Días antes del comienzo del conflicto, en el
apacible ambiente rural y ganadero de Tandil, los pilotos de la Brigada no
tenían idea de la prueba que les iba a poner el destino. "Nosotros ni
siquiera estábamos enterados ni habíamos hecho ningún preparativo para el
conflicto. Llegamos a la base y nos encontramos con la novedad de que se habían
tomado las Malvinas", recuerda.
A partir del desembarco en las islas el 2 de abril,
"hubo una excitación muy grande y se empezaron a recibir directivas. El 6
de abril recibimos la orden de desplegarnos al sur, a Comodoro Rivadavia, donde
se organizó el Comando de la Fuerza Aérea Sur, y a Río Grande, Tierra del
Fuego, donde fui designado como jefe de una escuadrilla de 12 aviones, la
ubicación más austral de todas".
"Estábamos en una base de la Armada y todo
estaba tan improvisado, que los pilotos no tenían dónde dormir: era lo que se
llamaba “cama caliente”, porque había menos camas que gente. A lo largo de la
guerra, empezaron a sobrar las camas".
"Uno de los tantos errores de la guerra fue
que no hubo coordinación: la Fuerza Aérea manejó sus operaciones, la Armada
manejó las suyas y el Ejército hizo lo mismo", recapacita Mir.
El Brigadier (r) Horacio Mir González, quien fue
jefe de escuadrilla en la VI Brigada aérea de Tandil y combatió en la Guerra de
Malvinas, en su despacho en Buenos Aires
"La responsabilidad primaria de la Fuerza
Aérea Argentina no era el ataque a unidades navales", señala el expiloto,
sino "el combate aire-aire, interceptar los aviones que entraran en
territorio argentino, y ataques a unidades terrestres, pero no teníamos ningún
adiestramiento ni armamento para atacar unidades navales. Esto es muy
importante porque después vinieron los problemas en el conflicto" agrega.
El objetivo inicial de la escuadrilla era cubrir la
frontera con Chile, por temor a que el vecino pudiera aprovechar la situación.
"Mirábamos al Oeste pero nos preparábamos para el Este, por las
dudas".
"Desde el 6 de abril nos ordenaron prepararnos
para una guerra, aunque no la hubiera. Mi mujer no me perdona que, cuando me
despedí ese día, ella lloraba y yo le decía que era imposible que llegáramos
con los Mirages a las Malvinas, que eso era un problema naval. Hasta el día de
hoy me dice que soy un mentiroso", recuerda.
"Durante 20 días estudiamos los manuales de
las fragatas 42 inglesas de última generación y practicamos con las dos
fragatas 42 argentinas, intentando burlar los radares. Todos los manuales de la
OTAN decían que era imposible entrar a una fragata 42 sin una determinada
cantidad aviones, que no teníamos. Vimos que la única manera era entrando
rasante, a dos o tres metros sobre el mar, a 800 kilómetros por hora, para que
la fragata no nos viera. Pero nosotros no teníamos instrumental para volar
sobre el agua".
Esos días previos, los pilotos volaban a 35.000
pies de altura durante 45 minutos sin hablar para que no los detectaran, y
descendían muy rápido al ver las primeras estribaciones rocosas de las
Malvinas, pero no podían aterrizar en ellas porque los Mirage necesitan una
pista de 2400 metros, y volvían a la base calculando los minutos de combustible
que les quedaba en el tanque.
Por eso, ante un problema, la orden que tenían era
eyectarse, pero entre las Malvinas y el continente no había ningún barco que
los rescatara. "Si caíamos al mar, en invierno y en el sur, a los pocos
minutos nos moríamos", señala Mir.
La guerra de verdad empezó con el ataque inglés
contra Puerto Argentino el Primero de Mayo. "Toda la Fuerza Aérea salió a
defenderlo, y por eso desde entonces ese día se conmemora el bautismo de fuego
de la Fuerza Aérea".
Estos fueron los únicos combates aire-aire, porque
los pilotos argentinos recibieron "una sorpresa muy desagradable":
descubrieron que los ingleses tenían un misil de última generación, el famoso
Sidewinder, nombre de una serpiente venenosa del desierto de Estados Unidos,
que Ronald Reagan le había facilitado a la primera ministro Margaret Thatcher.
"Este fue el arma que bajó el 90% de nuestros
aviones. Para atacar un avión británico, nosotros teníamos que ponernos en la
cola de ellos. En cambio, los Sea Harrier podían disparar desde cualquier
lugar, de arriba, abajo, adelante, atrás, y siempre daban en el blanco con ese
misil de última generación", cuenta.
Al ver que no podían competir en una guerra
aire-aire, los pilotos argentinos cambiaron de estrategia y readaptaron bombas
hechas para otros propósitos con el fin de atacar los barcos británicos.
"En Malvinas siempre hay mal clima, llovizna,
viento. Cuando volábamos rasante sobre el mar, se nos pegaba sal en el
parabrisas y no veíamos nada. Como no podíamos reabastecernos en vuelo,
teníamos que ir al objetivo, atacar y con el ojo izquierdo mirar el combustible
que nos quedaba".
Así llegó el desembarco inglés en el Canal de San
Carlos, batalla que se prolongó desde el 21 al 29 de mayo y que marcó la suerte
del conflicto, complicando las cosas para los pilotos argentinos. En ese canal,
que luego fue apodado ‘valle de las bombas', la Fuerza Aérea perdió el 60 o 70%
de sus aviones.
Horacio muestra la foto de la cabina de su Dagger
en el momento en que atacó a la fragata HMS Ardent, hundida el 22 de mayo. En
la imagen se ve el barco británico en la mira a unos pocos metros, y se
observan las bombas disparadas desde la fragata contra el Dagger.
Decisivo para el triunfo británico fueron los datos
de inteligencia que les pasaban las fuerzas aéreas chilenas reportando los
despegues de los vuelos argentinos, señala Mir. "Esto lo dijo un
excomandante en jefe de la Fuerza Aérea chilena, el general Matthei". Con
esta información, los Sea Harrier calculaban 45 minutos de navegación y
esperaban, "era tiro al pichón", dice Mir.
A medida que avanzaba el conflicto, se perdían más
aviones y pilotos, "salían cuatro y volvían tres", hasta llegar a la
rendición del 14 de junio.
A pesar de no estar preparados para una batalla
naval el balance es que "los pilotos argentinos la hicimos, con todos los
errores que cometimos. Murieron 55 hombres de nuestra fuerza, de los cuales 43
eran pilotos. Todos éramos oficiales profesionales, como sucede en todas las
fuerzas aéreas del mundo".
El Brigadier (R) Horacio Mir González, quien fue jefe de cuadrilla en la VI Brigada aérea de Tandil y combatió en la Guerra de Malvinas, en su despacho en Buenos Aires
Mir, quien se retiró en 2003 con el grado de Brigadier,
el más alto de la Fuerza Aérea, recuerda
que, al cumplirse 20 años de la guerra, participó de un simposio en el Reino
Unido con excombatientes británicos. Ellos expresaron un enorme respeto por los
pilotos de combate argentinos.
"No podían creer que nosotros cargábamos casi
todo el avión de combustible y solo algunas bombas, al revés de lo que se hace
en un avión de combate. En lugar de 14 llevábamos dos o cuatro, porque si no,
después no podíamos volver".
Fuente: https://mundo.sputniknews.com
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