Publicamos la versión del piloto inglés Nigel “Sharkey”
Ward, quien el 1 de junio de 1982, 13 días antes del final de la Guerra de las
Malvinas, derribó el avión de carga argentino Hércules TC-63 cuando este volvía
hacia su base, cobrándose la vida del Capitán Rubén Martel y otros seis
tripulantes.
Ezequiel, hijo del piloto fallecido, viajó a
Malvinas esta semana y desde allí dio un sentido testimonio sobre su padre a
nuestro enviado especial.
Rubén Martel, piloto caído en Malvinas, junto a su
hijo Ezequiel en la playa.
En su libro "Sea Harriers sobre las Malvinas:
La muerte negra", “Sharkey” Ward describe el momento en que, desde su
avión de combate, dispara el primer misil Sidewinder, que impactó contra el ala
derecha y los motores del Hércules argentino. A renglón seguido, con el avión
de carga ya averiado e incendiándose, descargó la munición de sus cañones en la
cola del Hércules, que se hundió en el mar, eliminando toda posibilidad de
salvación de sus tripulantes.
"El primero de junio, mi sección había salido
después del amanecer y ya habíamos realizado nuestro trabajo de patrulla aérea
de combate sobre Falkland Sound, el estrecho de San Carlos, sin problemas. Todo
parecía tranquilo en los cielos al este mientras que dos jets comenzaban a
bajar al norte de San Carlos en ruta al barco […].
HMS Minerva era el barco de Control del Área Local
y todavía no habíamos salido de su radiofrecuencia. La peñascosa costa norte de
la Isla East Falkland, Isla Soledad, estaba bien abajo nuestro cuando los
auriculares de mi casco crepitaron con una llamada desde el Minerva.
“Tengo un contacto 40 millas al noroeste de
ustedes. Lo vi en tres barridas del radar y desapareció. ¿Quieren investigar?
Fuera”. Podía decir, por la voz del controlador, que realmente pensaba que
había algo, pero no quería que perdiéramos nuestro tiempo si estaba equivocado.
Después de todo, 40 millas náuticas era un largo camino en la dirección
equivocada cuando nuestro avión se podía quedar sin combustible.
No debía preocuparse; ni yo ni Steve dejaríamos
pasar la menor oportunidad de enfrentar al enemigo. Antes de que hubiera
terminado la llamada, ya había empezado a girar, con Steve siguiéndome […]
Con el controlador de mano del radar, bajé la
antena por debajo del horizonte y mientras que nos dirigíamos al norte en
orientación noroeste, ahí estaba el blanco. El blip verde del radar se mantuvo
en el centro de mi pantalla a no menos de 40 millas.
“¡Judy! Contacto en 38 millas. ¡Investigando!”.
Esta era una posibilidad que no podíamos perder. ('Judy' es el nombre usado
para informar al oficial de dirección de aire que el piloto de combate está a
cargo de la intercepción aérea)
Decidí bloquear el radar en el blanco para
conseguir información más precisa sobre la altura. El radar me indicó que el
objetivo debía ser grande y me respondió lo que yo quería saber: una diferencia
de altura de 4000 pies. Yo estaba a 12000, y el blanco a 8000. Desbloqueé el
radar para no alertar al objetivo, estaría escuchando en su receptor de
advertencia de radares, y aceleré a 500 nudos en una caída suave. El rango se
redujo rápidamente a 34 millas, 30 millas, y luego pareció mantenerse. Solo
había una razón para eso.
“Steve, creo que se está yendo. Está a la derecha a
10 grados a 28 millas y 4000 pies abajo”.
“Roger. Contacto”. ¡Bien! Steve también tenía
contacto.
Bloqueé el radar en el objetivo otra vez. Seguía 4000
pies por debajo, pero nosotros ya habíamos descendido a 10000 pies.
“Se está yendo y está descendiendo. Deben habernos
visto”. Los radares costeros de control de las fuerzas argentinas deben haber
monitoreado el comienzo de nuestra interceptación y les pasaron esta
información.
Ahora era una carrera contra el tiempo y el
combustible. El portaaviones Invincible estaba a 200 millas y deberíamos ya
estar dirigiéndonos hacia él. Pero había una alternativa fácil. Llamé al HMS
Minerva por la radio. “Vamos a estar cortos de combustible después de esto.
¿Pueden preguntar a los buques de asalto a ver si nos pueden recibir en San
Carlos?”
Corta pausa antes de la respuesta del Minerva. “Tenemos
pistas listas para recibirlos si lo necesitan”.
“Roger. Por favor verifique que las armas estén
bien aseguradas en la zona de misiles si lo visitamos”. Sabía que no era
necesario recordar al Minerva de esto, pero era mejor asegurarse que
arrepentirse […]
Habiendo resuelto el problema del combustible,
podía concentrarme en seguir al blanco, que ahora se dirigía al occidente y que
estaba descendiendo a un nivel por debajo de las nubes. Todavía estábamos
encima de las nubes con un cielo radiante. Verifiqué mis switches de misiles y
armas; los flaps de seguridad estaban arriba y todo estaba listo […].
Ya nos aproximábamos a la parte superior de las
nubes a 6000 pies, y nos estábamos acercando rápido a la nave en huida. Para
sobrevivir, el blanco, que era más lento, debería permanecer entre la capa de
nubes y tratar de evadirnos con maniobras difíciles. Pero había muy pocas
posibilidades de que tuviera éxito porque yo tenía mucha práctica contra
blancos grandes escapando entre las nubes de día y de noche […].
Bajé en picada entre la capa de nubes, hasta salir
por debajo, a 1800 pies. Todavía tenía al enemigo en mi radar; un blip gordo a
6 millas y acercándose rápido. Miré por arriba del radar y de los instrumentos
de vuelo, y ahí estaba, 20 grados a la izquierda, un Hércules que se dirigía a
tierra tan rápido como podía. Estaba a una altura de cerca de 300 pies sobre
las olas.
“¡Tally ho, un pájaro Herky! Ven junto a mí, Steve”.
Me acerqué muy rápido al transporte de cuatro
motores y cuando sentí que estaba en el alcance del misil […] disparé mi primer
Sidewinder. Como siempre, fue una eternidad antes de que saliera y se dirigiera
hacia el objetivo. La traza de humo blanco espeso se diluyó al quemarse el
motor y el misil continuó dirigiéndose hacia el ala izquierda del Hércules.
Estaba seguro de que iba a llegar, pero a último momento se quedó
increíblemente corto y bajo y cayó al agua.
No hubo error con el segundo misil. Dirigí el
Sidewinder a los motores derechos del avión, sentí su rugido al encenderse y
disparé desde una distancia menor a 1 ¼ millas. El misil salió de los rieles
con su ruido característico y se dirigió inevitablemente hacia el ala derecha
del Hércules, impactando entre los motores. Inmediatamente ambos motores y la
superficie del ala estallaron en llamas.
Ya nos quedaba poco combustible, por decir lo
menos. Había que terminar el trabajo y rápido. De otra manera, la nave
argentina con su carga de municiones y provisiones podría cojear y escapar
hasta su casa. Sabía que el Hércules tenía un excelente sistema de supresión de
incendios en las alas y no lo podíamos dejar escapar.
[…] Me puse nuevamente a rango de tiro y disparé el
gatillo. Mi objetivo era la puerta de atrás y la cola del avión, y todas las
240 piezas de municiones de 30 mm altamente explosivas dieron en su blanco. Ni
una sola cayó al mar.
Al terminar de disparar, con sus controles del
timón y su elevador destruidos, la aeronave se ladeó gentilmente a la derecha y
se precipitó al mar. No podía haber sobrevivientes.
[…] Llamé a Minerva. “¡Splash, un Hércules! ¡Bien
hecho por haberlo detectado!”
Mientras que la excitada voz del controlador
llegaba, podía escuchar las exclamaciones en la Sala de Control en tierra.
Ellos también sabían que los Hércules habían estado llevando provisiones a
Stanley diariamente, generalmente de noche y siempre volando a un nivel muy
bajo. Este Hércules mostró cierta ligereza subiendo a 8000 pies y pagó el
precio.
[…]En las semanas anteriores habíamos hablado mucho
entre nosotros sobre bajar a un Hércules u otro avión similar. Si teníamos la
posibilidad, todos estaban a favor de volar al lado de la cabina y hacerle
señales a la tripulación para eyectarse. No sentíamos ninguna animosidad frente
a los pilotos argentinos. Estaban haciendo lo que tenían que hacer y si sus
vidas pudieran salvarse, así se haría. Desafortunadamente en esta ocasión no
había tiempo para caballerosidad. La opción era darle al enemigo la oportunidad
de sobrevivir y, tal vez, de quedarnos sin combustible o de tener una rápida
victoria. Las circunstancias y en particular el nivel de combustible, imponían
la segunda opción. Sinceramente deseé que hubiéramos tenido más tiempo para
maniobrar.
29 años después del final de la guerra pude hablar
sobre esto con el hijo del piloto, Ezequiel Rubén Martel Barcia, que tenía solo
diez meses cuando su padre, el Capitán Rubén Héctor Martel, murió de manera tan
trágica.
Fue muy conmovedor para los dos y entiendo que le
ayudó a él, a su madre y a sus hermanas, lograr cierto cierre a su trágica
pérdida. Él me pidió con mucha cortesía si le podía enviar un ramo de flores
para colocar en el homenaje a su padre, era lo mínimo que podía
hacer".
Fuente: https://mundo.sputniknews.com
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