Ezequiel Martel Barcia perdió a su padre el 1º de
junio de 1982 en Malvinas. Era el piloto del único Hércules derribado en
combate. Se hizo amigo del inglés que mató a padre y fue dos veces a surfear a
las islas. Una historia de paz
Por Fernando SORIANO
¿Habrá pensado Rubén Martel en el último instante,
antes de que la balacera inglesa terminara por estrellarlos a él y a su
Hércules sobre el mar de Malvinas, aquel 1º de junio de 1982, en el futuro de
Ezequiel sin él? ¿Se habrá preguntado el día que partió a la guerra sin saber
si volvería si su hijo de 10 meses recordaría su cara cuando creciera?
Ezequiel Martel Barcia mira el horizonte del mar
Atlántico. Exactamente en el mismo lugar donde hace 36 años, en brazos de su
padre, con el sol de una mañana de enero encima, él, un bebé de 10 meses,
posaba para la última foto juntos.
Ezequiel está agachado, plantado sobre la arena,
mira el Atlántico y navega mentalmente hasta el extremo sur. Ahora tiene casi
la misma edad que la que tenía su padre en la última foto. Se parecen mucho. La
misma sonrisa, el mismo cuerpo y las mismas marcas. Solo que en el cuerpo de
Ezequiel se ven sus tatuajes: remiten al escuadrón de su padre, piloto de la
Fuerza Aérea, al escuadrón inglés que lo mató, al Sol Inca de la bandera, a los
55 aviadores caídos sobre las islas por ponerle el pecho al delirio de Galtieri
y sus secuaces.
"Mi relación con Pinamar es personal. Es bajar
a la playa y meterme al agua. Ese momento es especial porque es en el mar, en
el mismo espacio donde él se quedó para siempre", explica Ezequiel, con
los pies en el agua y los tres duplex blancos con tejas rojas de fondo tal como
aparecen en la foto de 1982.
Ezequiel, en la misma orilla de la última foto con
su padre (Diego Medina)
El cuerpo de Martel Barcia se monta sobre su tabla
de surf. Es mediodía de enero de 2019, hace calor. Su mirada apunta al
horizonte. Su voz pide permiso a los fantasmas oceánicos. Su memoria viaja a
1982, al día en que la guerra de Malvinas sacrificó a su padre, y vuelve al
presente, en un trabajo que es como el ida y vuelta de las olas, ritual de cada
verano: evocar la foto, reencontrase con aquel abrazo.
"Todos los veranos me meto en la misma playa,
donde me saqué la foto con él. Pido permiso por dentro para entrar para estar
cerca suyo. El avión cayó sobre el mar. Ahí descansan los restos de mi
viejo", comenta, envuelto en el traje de neoprene.
Héctor Rubén Martel era Capitán de la Fuerza Aérea
e integraba la tripulación del avión Hércules C-130. El 1º de junio de 1982,
trece días antes del final de la guerra, despegó de Comodoro Rivadavia en una
misión de exploración y reconocimiento junto al Vicecomodoro Hugo Meisner, al Capitán
Carlos Eduardo Krause, a los Suboficiales
Julio Jesús Lastra y Manuel Alberto Albelos y a los Cabos Principales Miguel
Ángel Cardone y Carlos Domingo Cantezano.
El piloto Rubén Martel, caído el 1º de junio de
1982
Se llamaba "la misión del loco" porque
debían reconocer posicionamientos de barcos ingleses en la zona de Malvinas.
Volaban con los equipos apagados y a muy baja altura cuando fueron
identificados por dos aviones caza Sea Harrier. En uno de ellos volaba el jefe
de escuadrón Nigel Ward, quien bajó al Hércules de los argentinos gracias al
impacto de un misil y una descarga de municiones que hundió al avión de la
Fuerza Aérea en el mar.
En el barrio de Belgrano, Ezequiel crecía junto a
su mamá y a sus hermanas mayores. Era un bebé ajeno a las atrocidades humanas,
obligado por la fuerza a alimentarse y crecer sin la presencia paterna.
"Mi infancia fue complicada como la de
cualquier chico que pierde un papá o una mamá. Todos sufrimos igual. Y como
todo chico en la adolescencia esa ausencia la sentí mucho. Me hubiese gustado
charlar muchas cosas, preguntar, y no lo pude hacer", cuenta Ezequiel, su
voz sale en el tono que tienen aquellos que han trabajado y se han esforzado
por convivir de la mejor manera con las tragedias de la vida.
-Mi viejo representa el orgullo de saber que tu
apellido es parte de la historia y lo tenés que honrar de la mejor manera, como
a los 649 apellidos que quedaron allá. Ellos, en el caso de los tripulantes del
Hércules, se habían entrenado para eso.
- ¿Y qué sentís cuando te metés al mar?
-La sensación de cuando entro en Pinamar es que
estoy en paz, tranquilo. El surf tiene eso, es un deporte tan natural que te
implica el desafío de agarrar una ola, ponerte de pie sobre la tabla y sabés
que te vas a caer y te tenés que levantar y volver a buscar la ola. Es como en
la vida. Es como mi vida.
El proceso de construcción de identidad que
atraviesa Ezequiel incluye la capacidad de comprender al otro, de borrar las
nociones marciales del enemigo, de suprimir el odio y el rencor.
Para eso, Martel Barcia hizo mucho. Se contactó con
el militar británico que derribó el avión Hércules, generó un vínculo con él,
se peleó con algunos compañeros de su padre por eso, y también viajó a
Malvinas, a correr aquellas olas, a sentirse cerca del hombre de la foto una
vez más, a entender la vida y la historia de los kelpers. A perdonar.
Ezequiel en Malvinas, en 2017, con el escudo del
escuadrón de su padre a punto de lanzarlo al mar
"Para mí viajar ahí era lo más cercano que
podía estar. A mí el cementerio de Darwin no me mueve. Él se quedó en el
mar", explica.
A Malvinas fue dos veces. En 2015 y en 2017. La
segunda es para Ezequiel la experiencia más emotiva y fuerte. "Antes de
viajar estaba con miedo porque sabía que me iba solo. Enfrenté la situación con
las ganas de decir llegué lo más lejos que podía llegar. Hice surf en la isla
Borbón, apenas a 70 kilómetros de donde bajaron el Hércules. Fui el primer
argentino en correr una ola en esa isla, es el punto más lejano", cuenta Ezequiel,
y agrega: "Y es el más cercano a donde cayó mi viejo".
- ¿Y los isleños?
-De mi parte me sentí muy a gusto con los kelpers.
Si me decís con qué me vine del viaje, te voy a decir que me trataron muy bien.
Yo fui a buscar que me trataran bien. Me puse a disposición de ellos. Yo quería
que me acompañaran. Fui con esa postura. Y ellos sabían y me sorprendieron
todos los gestos que tuvieron conmigo.
Los habitantes de las islas lo recibieron con
respeto y afecto. Lo llevaron en sus camionetas hasta las playas para que él
pudiera surfear, lo acercaron a un sitio secreto donde aparecieron restos del
avión, le sacaron fotos mientras surfeaban.
- ¿Qué conclusiones sacas del viaje y del encuentro
con los kelpers?
-Que estos tipos tienen guerra desde hace siglos. Y
Malvinas fue una más. Y que se las vieron fea, pero si me preguntas a quién le
tengo bronca, no es a los ingleses, yo le tengo bronca a Galtieri, que se quedó
mirando la guerra por la tele, que dijo "si quieren venir que vengan"
y los tipos vinieron.
Ezequiel en la isla Borbón, en Malvinas, es el
único argentino que surfeó allí
Él sabe que su postura causa polémica, sobre todo
en la Fuerza Aérea o entre los ex combatientes o en la "familia
militar". "Tuve que aprender, crecer y analizar. No tengo derecho a
tratarlos mal. Lo que pasó en el 82 quedó en el 82. De algo triste saquemos
algo bueno, hay que tratar de sacar algo bueno", reclama, y cuenta:
"Mis mejores amigos son hijos de caídos. ¿Sabés qué nos duele? La ausencia
física, no poder abrazarlos, charlar. Pero por otro lado sé que ellos están y
son parte de la historia y no se cagaron, fueron y dejaron lo más preciado que
tenían a cambio de nada, por la bandera, cumplieron con el juramento, defender
la bandera con la vida".
Ezequiel se llevó un escudo del Escuadrón Hércules,
al que pertenecía su papá, para lanzarlo al mar en 2015. "Pero pasó algo
muy loco", cuenta.
Martel Barcia unió la insignia a una piedra y la
arrojó, pero apenas se despegó de su mano el escudo cayó solo a su lado, sobre
la playa. Ezequiel pensó que no se quería despegar de él y se lo guardó.
"Como diciendo acá no fue. Lo agarré y vi que era una señal y me lo
llevé", aclara.
Dos años después lo encintó a una piedra de la isla
Borbón. Antes de entrar a surfear tiró el escudo al mar. Gritó: "¡Sesenta
y tres!", por el nombre de la matrícula del avión. El escudo cayó en las
aguas heladas del mar del sur y se hundió adherido a la piedra.
Ezequiel sintió que tenía el permiso para surfear y
entró. Pasó algo para lo que hoy no tiene otra explicación que la mágica.
"Yo sentía que estaba en la playa de Pinamar,
pero sabía a la vez que estaba lejos de casa. Empecé a sentir la cercanía de mi
viejo. Estaba esperando el oleaje y de repente se ponen a sobrevolar en
círculos encima mío siete albatros", describe. Hace silencio y termina la
frase: "En el avión de mi papá murieron siete". El kelper que lo
alojaba le sacó una foto sin saber la coincidencia. "Es creer o
reventar", dice Ezequiel.
Los siete albatros encima de Martel Barcia en
Malvinas
Hace unos años Martel Barcia encontró a Ward en
Facebook y se pusieron en contacto. "La guerra es un absurdo. Yo me hablo
con el inglés que bajó a mi papá, con el hijo, con algunos tripulantes del
barco que detectó al avión de mi papá. Me hablo con los verdugos de mi papá.
Nigel tiene dos hijos, el más grande se suicidó hace poco, y yo lo acompañé en
ese momento a la distancia, nos escribimos, no tengo odio, al contrario",
explica.
No piensan igual algunos ex combatientes de la
Fuerza Aérea. A Ezequiel lo entristece esa postura. "Tuve enfrentamientos
con otros pilotos porque ellos se enojaron cuando se enteraron que estoy en
contacto con Nigel. Yo perdí a mi papá, nosotros perdimos a nuestros viejos. Y
la guerra terminó, lo tienen que entender", dice.
Ezequiel mira las profundidades del mar
pinamarense. Ya no se esfuerza por recordar momentos de su viejo. Su cara la
tiene grabada, su espíritu lo lleva en la piel. Dice: "La foto la sacamos
acá".
La pensadora Susan Sontag escribió alguna vez que
"la mayor vocación de la fotografía es explicar el hombre al hombre".
Ese es el viaje surfer de Ezequiel, quien habla
antes de buscar de nuevo las olas: "Tuve un superior que me dijo que
tendría que ir a matar a Nigel, que él podía armar un comando para ir a
asesinarlo. Le respondí: 'Respeto su jerarquía, pero en estos 37 años que vengo
construyendo y elaborando, si hago semejante pelotudez todo lo que construí lo
tiro a la basura y me convertiría en un asesino, con odio y venganza'".
-De alguna manera sos un hijo de la guerra, ¿cuál
creés que es tu misión?
-Yo estoy para unir, para buscarle la vuelta, para
otra cosa. Estoy para buscar la forma de sanar. Y cuesta, duele, pero hay que
buscársela. Si no te quedás hundido en que somos todos una mierda. Por eso
vengo a surfear, a recordarlo. El agua sana. De algo triste saquemos algo
bueno, hay que tratar de sacar algo bueno.
Fuente: https://www.infobae.com
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