10 de marzo de 2020

LA RECUPERACIÓN DE LA FRONTERA PERDIDA. LA DIMENSIÓN MÍTICA EN LOS DERECHOS ARGENTINOS A LAS ISLAS MALVINAS.





Por Rosana Guber (*)

Según los libros de texto corrientes en el sistema escolar argentino, la Argentina limita al este con el Océano Atlántico. Junto a la frontera occidental, bastante más extensa, con la República de Chile, el borde atlántico ha sido particularmente controversial: por él la Argentina fue en 1982 a la única guerra internacional en la que participó en el siglo XX. El diferendo argentino-británico por la soberanía sobre las Islas Malvinas o Falklands, data según algunas versiones de 1833 y según otras de 1774, continúa pendiente. Como sostiene la mayoría de los pobladores de este suelo, y como se sostenía también entre abril y junio de 1982, las Malvinas e Islas del Atlántico Sur son argentinas, aunque se hallen bajo ocupación británica desde 1833.

En estas páginas examinaré en el relato histórico que funda los derechos argentinos a las Malvinas, un aspecto de su vigencia. Intentaré mostrar que la imagen de la difusa frontera sudoriental argentina resulta de la dimensión mítica de una historia donde se yuxtaponen una frontera externa y una frontera interna, en una temporalidad cíclica que permite revivir la urgencia de la demanda territorial. Este análisis puede contribuir a esclarecer parte del sentido que los comandantes de la tercera junta militar del Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) y los argentinos pretendieron concretar con la recuperación del archipiélago irredento en 1982.

I. El relato de los hechos

Los derechos argentinos a las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur, han reunido a geógrafos e historiadores, legistas y diplomáticos, políticos y académicos, en numerosas obras de distinto carácter, como opúsculos y libelos de tono militante, tratados jurídicos, geográficos e históricos. De este vasto conjunto he elegido las obras de tipo historiográfico por ser la historia el campo preferido en el cual se esgrimen los argumentos de soberanía y por constituir el género de ensayo histórico la forma más usual para expresar esos argumentos. La síntesis que presento fue elaborada con las obras de aquéllos que la historiografía oficial argentina califica como expertos en la materia[1].

Las Malvinas fueron "avistadas", "descubiertas" y "exploradas" dentro del mismo proyecto que impulsó a Cristóbal Colón. Para descubrir una vía occidental a las Indias Orientales, los marinos surcaban los mares australes buscando puertos naturales de reparación y abastecimiento. Esta carrera no fue menguada ni por la bula de Alejandro VI (1493) que asignaba a España las tierras descubiertas y vacantes más allá del meridiano de las islas Azores o de Cabo Verde, ni por el Tratado de Tordesillas de 1494 que asignaba a Portugal las tierras descubiertas a "370 leguas al oeste del archipiélago de Cabo Verde" (Taiana 1985:144-155). Los reinos de Inglaterra, Francia y Holanda no aceptaron la autoridad del Vaticano para dirimir cuestiones territoriales, por lo que los jefes de estado establecieron como base del derecho internacional la precedencia de descubrimiento y de ocupación efectiva o colonización.

Las versiones sobre el descubrimiento de las Islas difieren en la persona y en la “nacionalidad” del monarca en nombre del cual se hacía el descubrimiento: Américo Vespucio (1501-2) por Portugal; Esteban Gómez, desertor de la expedición de Hernando de Magallanes (1520) o la nave “incógnita” del Obispo de Plasencia (1540) por España; Sebald de Weert (1600) por los Países Bajos (Groussac); y John Davis (1592) o Richard Hawkins (1594) por la corona inglesa. Un segundo período de descubrimientos se atribuye con mayor unanimidad a los navegantes procedentes del puerto francés de Saint-Malo, quienes desde 1698 realizaron un centenar de viajes (Dahlgrenm en Del Carril 1986:14) a la región magallánica e identificaron a las dos islas mayores como “las nuevas islas descubiertas” y luego como “Malouines” (Frézier en Groussac 1982:108).

Con respecto a la ocupación efectiva de territorios “deshabitados” (por europeos), los autores coinciden en que Louis Antoine de Bougainville, matemático, militar y navegante, fue el primero en asentar una colonia. Autorizado por el Rey Luis XV llevó personas, principalmente a soldados y marinos, y dos familias acadias que dejaron Canadá tras la derrota de Inglaterra sobre Francia. El fuerte y puerto de San Luis se fundó el 5 de abril de 1764 en la Bahía Francesa (“de la Anunciación” para España, “Berkeley Sound” para Inglaterra) al nordeste de la isla oriental.

Al año siguiente, Bougainville regresó a la naciente colonia con herramientas, madera, plantas y animales, y volvió a zarpar hacia el Estrecho de Magallanes por más madera, elemento ausente en las islas. Allí encontró las naves del comodoro John Byron que se dirigían al Mar del Sur (Océano Pacífico), y que también procedían del archipiélago.

En la Isla Saunders Byron acababa de fundar “Port Egmont” (en honor al Primer Lord del Almirantazgo y Segundo Conde de Egmont) el 15 de enero de 1765; tras izar la bandera inglesa, tomó posesión formal “de todas las islas vecinas bajo el nombre de “Falkland Islands‟ para el Rey Jorge III de Inglaterra” (Destefani 1982:53).

Cuando Bougainville regresó nuevamente a Francia su rey se disponía a entregar Puerto San Luis a España, que reclamaba sus dominios insulares en América del Sur; las Malvinas, se argumentaba, eran dependencias de los “dominios continentales en idéntica condición a la Tierra de los Estados, las islas de Juan Fernández” y la costa patagónica (Groussac 1982:152). España compensó monetariamente a Bougainville ni bien se retiraron los efectivos franceses, y tomó posesión en la persona de su nuevo gobernador, el Capitán de Navío D. Phelipe Ruiz Puente, quedando las islas bajo jurisdicción de la Capitanía de Buenos Aires, y tiempo después, del gobierno de “Puerto Deseado y Malvinas” (Ibid.:155).

Entre 1767 y 1811 se sucedieron 19 gobernadores españoles, 17 de ellos oficiales de la Real Armada Española, cuyas 32 gestiones no excedieron el año (Destefani 1982:133-135). Puerto San Luis fue rebautizado el 2 de abril de 1767 como “Puerto de Nuestra Señora de la Soledad”, bajo la advocación de la Virgen María.

A fines de 1769 (Ibid:55) ocupantes de Puerto Soledad y de Port Egmont se encontraron por azar, tomando ingleses y españoles conocimiento mutuo de su coexistencia en las islas. En respuesta, el gobernador de Buenos Aires Francisco Bucarelli y Uruzúa, dependiente del Virreinato del Perú, envió por propia decisión al Capitán de Navío Juan Ignacio Madariaga el 26 de marzo de 1770 a localizar y expulsar a los ingleses. El 10 de junio 1400 hombres y 140 cañones desalojaron a los británicos bajo la jefatura de un tal A. Hunt, de la Isla Saunders, poniendo a España e Inglaterra al borde de un conflicto armado. Inglaterra exigió la devolución de Port Egmont para compensar la deshonra al pabellón inglés. España aceptó, aunque su embajador dejó asentado que la devolución de la posesión de Port Egmont “no puede ni debe en manera alguna afectar la cuestión del derecho previo de soberanía sobre las islas Malvinas, denominadas también Falkland” (Ibid:55). Por su parte, Inglaterra se comprometía, sin asentarlo por escrito, a abandonar Puerto Egmont en un lapso breve pero indeterminado. Antes de concretar su retiro el 22 de mayo de 1774, el comandante inglés dejó una placa que decía:

“Sepan todas las naciones, que las islas Falklands, con su puerto, los almacenes, desembarcaderos, puertos naturales, bahías y caletas a ellas pertenecientes, son de exclusivo derecho y propiedad de su más sagrada Majestad Jorge III, Rey de Gran Bretaña. En testimonio de lo cual, es colocada esta placa y los colores de Su Majestad Británica dejados flameando como signo de posesión por S. W. Clayton Oficial Comandante de las Islas Falklands. A.D.1774” (Ibid:59).

En 1775 un piloto español en viaje de reconocimiento halló la plancha y la llevó a Buenos Aires, donde fue depositada en el Archivo oficial. Cuando los ingleses tomaron esta ciudad en la incursión militar de 1806, el capitán británico la llevó consigo; una duplicación permaneció en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (Ibid:137).

Desde el retiro inglés de 1774 los gobernadores hispanos debían visitar la zona de Port Egmont para evitar su reocupación, así como controlar un nuevo presidio y a la población insular integrada por un par de capellanes, tropa, marinería, presidiarios, y la familia del gobernador, además de pescadores, balleneros y cazadores furtivos de fauna marina. El ganado vacuno traído por Bougainville y por los españoles crecía doméstico y cimarrón, alcanzando las 3460 cabezas en 1791 (Ibid:68).

Con la revolución del 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires, la junta española en Montevideo resolvió evacuar Puerto Soledad y dejar una placa de plomo en el campanario de la Real Capilla de Malvinas, donde decía:

“Esta isla con sus Puertos, Edificios, Dependencias y quanto contiene pertenence a la Soberanía del Sr. D.Fernando VII Rey de España y sus Indias, Soledad de Malvinas 7 de febrero de 1811 siendo gobernador Pablo Guillén” (Ibid:71).

Entre 1811 y 1820 merodeaban las islas los cazadores de pingüinos, lobos marinos y focas, y los balleneros, por lo general norteamericanos. El 6 de noviembre de 1820 otro estadounidense pero que prestaba servicios a la Marina de las Provincias Unidas del Río de la Plata, David Jewitt (o Jewett) tomó posesión de las Malvinas y comunicó la novedad a los pescadores y cazadores furtivos (Figueira 1985). Lo sucedieron dos militares de Ejército (Teniente Coronel Guillermo Mason y el Capitán de Milicias Pablo Areguatí) hasta que Luis Vernet, comerciante y comisionista hamburgués de ascendencia francesa retomó el proyecto de Bougainville. El 10 de junio de 1829 Vernet fue investido por el gobernador de Buenos Aires, General Martín Rodríguez, como primer Comandante Político y Militar de las Malvinas, las islas adyacentes al Cabo de Hornos, incluyendo la Isla de los Estados, y Tierra del Fuego (los anteriores gobernadores habían sido sólo comandantes militares). Su gobernación duró tres años, pero su nombramiento generó la primera protesta formal del embajador inglés en Buenos Aires, Woodbine Parish, por ser una decisión tomada sobre territorios que consideraba bajo su jurisdicción. Vernet ocupó Puerto Soledad, que rebautizó Puerto Luis, asentando colonos, peones, servidumbre y personal militar y exportando carne salada, grasa, pescado en salmuera, cueros de vacunos y lobos marinos (Destefani 1982:87).

El conflicto decisivo se inició a fines de 1831 cuando Vernet apresó tres buques loberos estadounidenses y les entregó una circular de “la República de Buenos Aires” (Ibid:87). El cónsul norteamericano en Buenos Aires, George Slacum, “individuo carente en absoluto de experiencia diplomática y tan falto de tacto como de buen juicio” (Goebel en Destefani 1982:88), inició la protesta que derivó al Ministerio de Guerra y Marina. Un mes después del incidente la corbeta de guerra estadounidense Lexington ancló en Puerto Luis y desembarcó su tropa, que destruyó edificios, inutilizó pólvora y cañones, saqueó las viviendas de los particulares, apresó a siete colonos y se retiró del lugar. El gobierno argentino exigió reparación, pero los EEUU ignoró el reclamo. Vernet permaneció en Buenos Aires. En su lugar el mayor Esteban F. Mestivier ocupó la comandancia, pero sólo por un mes pues fue asesinado. Lo sucedió el Tcnl. de Marina José M. Pinedo.

El 2 de enero de 1833 la corbeta inglesa Clío comandada por el Capitán Onslow arribó a Puerto Luis e intimó a sus ocupantes a desalojar la isla. El 3, los ingleses arriaron la bandera argentina, que entregaron a Pinedo. La autoridad de la nueva posesión inglesa recayó en un escocés traído por Vernet, William Dickson, a quien se le encomendó izar la bandera británica todos los domingos y ante el arribo de cada embarcación. En 1843 la capital de las islas, sede de la gobernación sucesiva de tres oficiales navales y 49 civiles británicos (entre 1833 y 1982), se trasladó a Puerto Williams. El nuevo asentamiento fue rebautizado en honor al Ministro de Colonias de entonces, como “Port Stanley”.

Desde 1833 la Argentina reclama su soberanía sobre las Malvinas, logrando que las Naciones Unidas incluyera al archipiélago en la Resolución 1514 como territorio colonial pendiente de descolonización (Del Carril 1986).

II. Las dimensiones de una historia.

Este relato, la versión más extendida sobre los derechos argentinos, reaparece en cada nueva publicación sobre el tema, incluso en los análisis del conflicto de 1982, pues “todo cuanto se haga en este sentido servirá para demostrar la solidez de los títulos argentinos y para evidenciar, al mismo tiempo, cómo la República no olvida que existe un trozo de su territorio sobre el cual no ondea el pabellón nacional...” (Caillet-Bois 1948:15).

En una primera aproximación, el sentido de la reiteración obedece a la necesidad jurídica de impedir que prescriba la demanda argentina. Sin embargo, la articulación de este relato con el sentido de su reiteración intenta comprometer tanto a los foros internacionales como a los mismos argentinos. Así, el relato se arraiga y retroalimenta en los modos en que los argentinos imaginan su argentinidad; en el relato de Malvinas los argentinos no sólo recuerdan sus derechos, sino que argentinizan a las islas malvinizando su argentinidad. La argumentación jurídica deja entonces de apoyarse en una normativa jurídica aplicada a “los hechos”, y cobra un valor subjetivo, aunque igualmente social, que logra el mayor compromiso de la población. En este proceso en que la cuestión diplomática se convierte en causa nacional, interviene la dimensión mítica de este relato.

Los episodios que desembocaron en esta disputa territorial suelen debatirse en torno a evidencias históricas, pues se afirma que tanto la ocupación actual de las islas como los derechos de los reclamantes se fundan en hechos del pasado. Esta “historia (narración) histórica” recorre una secuencia aparentemente lineal: los viajes de descubrimiento, la ocupación francesa, la española y la argentina, la crisis de la Lexington y el arribo de la Clío, la corbeta cuyo nombre es precisamente la musa inspiradora de la historia. Pero este encadenamiento de hechos no presenta una secuencia desnuda de hechos, sino que funda una verdad histórica la cual está constituida por el “sentido” que exhibe su composición. Esta afirmación implica que toda producción histórica admite narraciones alternativas (Barthes 1991, Trouillot 1995). Ello se debe a la naturaleza de la ocurrencia histórica y a la posición de la ocurrencia en el discurso histórico global; esto es, las diversas versiones no surgen sólo de casos controvertibles, del tipo de fuentes o del acceso más o menos directo a los “hechos”: “la historia podía haberse narrado de otro modo porque lo que se dice que ha ocurrido es, en sí, parte de un nuevo campo de significación” (Trouillot 1995:3-4, mi traducción). Por eso, la narración del pasado no captura el hecho tal cual fue, sino como un fenómeno discursivo ubicado en un nuevo campo de significación cuyo sentido pertenece al presente del narrador.

Según los autores ejemplificados aquí por Caillet-Bois, el sentido general actual del relato es afirmar los títulos argentinos en el ámbito internacional y en el nacional a través de la memoria. ¿Pero qué es lo que haría que valga la pena recordar y repetir? Su dimensión mítica. Es cierto que los argentinos no concederían llamar "mito" a la “historia” de sus derechos sobre Malvinas, pues mito se asocia a ficción, cuento fantástico o mera falsedad[2].

La de Malvinas no es una historia de dioses ni de héroes, sino de poderes imperiales, de agentes de Estados nacionales monárquicos y republicanos, y de empresarios privados. Sin embargo, la historia de Malvinas es mítica porque es una historia de la Nación Argentina que, como otras historias nacionales, suspende el tiempo.

Las historias nacionales son teleológicas pues sus episodios son narrados de forma que conduzcan a un objetivo emancipatorio, o refieren a algún hecho dramático que se considere aleccionador sobre la constitución de la nacionalidad. Anthony Smith llama "mythomoteurs" a los relatos que confieren un sentido de comunidad. Esos mythomoteurs actualizan en las naciones modernas el argumento de la soberanía, permitiendo establecer y controlar las diferencias con respecto a otras sociedades con otros nombres, lenguas, geografías y símbolos, y construir a los sujetos nacionales dándoles objetivos e ideales, un sentido de frontera, inclusión y exclusión (Smith 1986:58). La historia es un signo diacrítico con que se edifica la primordialidad de la nación, no tanto porque “reconstruye el pasado tal cual fue” sino porque marca los términos nacionales de su constante plausibilidad.

Al equiparar el pensamiento mítico a la ideología política, “Tal vez ésta reemplazó a aquél en nuestras sociedades contemporáneas”, Claude Lévi-Strauss advertía que el historiador se refiere a la Revolución Francesa como “una sucesión de acontecimientos pasados, cuyas lejanas consecuencias se hacen sentir todavía a través de una serie no reversible de acontecimientos intermediarios” (1968:189). En vez “para el hombre político ... la Revolución Francesa es una realidad de otro orden: secuencia de acontecimientos pasados, pero también esquema dotado de una eficacia permanente, que permite interpretar la estructura social de la Francia actual y los antagonismos que allí se manifiestan y entrever los lineamientos de la evolución futura” (Ibid.).

En este sentido, afirma, los mitos son “aparatos supresores del tiempo” (Ibid:190); “el valor intrínseco atribuido al mito proviene de que estos acontecimientos, que se suponen ocurridos en un momento del tiempo, forman también una estructura permanente. Ella se refiere simultáneamente al pasado, al presente y al futuro” (Ibid:189).

La temporalidad mítica es entonces reversible, cíclica y repetitiva. Por eso, los mitos suelen ubicarse en la liminalidad, en un 'más allá' del alcance humano. El estado de “liminalidad” (Van Gennep 1960), de estar ni aquí ni allá, ha sido la imagen preferida para expresar los grandes misterios y angustias de la vida humana. Sin embargo, la suspensión o inversión de todo orden es sólo pensable porque el orden será reestablecido próximamente (Turner 1969). Así, las historias etno-nacionales están hechas de momentos originarios, héroes civilizadores, campos morales y símbolos (Smith 1986:15), en cuyos episodios las fuerzas del mal, enemigas, extranjeras, se baten contra las del bien, patrióticas, liberadoras, justicieras. No se trata de dilucidar la veracidad histórica del mito sino de identificar “la presencia” del concepto, su sentido a la vez verdadero e irreal (Barthes 1991:221-2); se trata de analizar las mitologías como reveladoras de paradojas y contradicciones de la vida social y cultural (Neiburg 1998).

III. La frontera externa.

El relato que funda los derechos argentinos a las Malvinas puede analizarse como un mito de la nacionalidad argentina. La razón más evidente es que aparece como el relato de una nación soberana ante una demanda territorial para lograr su completud. Más que un conjunto de fundamentos jurídicos que afirman la nacionalidad de las islas, la secuencia y el sentido de su reiteración muestran que el de Malvinas es, más bien, el relato de la pérdida y suspensión o inconclusión de la nación. El misterio de este mito reside en las razones de esta pérdida y la plausibilidad de su recuperación. En una primera aproximación esas razones se remiten a un plano externo, pero después penetran al interior de las fronteras nacionales yuxtaponiéndolas, operando como causas recíprocas de una causa pendiente de conclusión.

En cuanto a su aspecto externo, el relato de Malvinas es el de la perplejidad argentina ante un mundo de naciones supuestamente iguales pero desenmascarado como desigual. La pérdida de las islas responde al acto arbitrario de una potencia imperial contra una joven nación en vías de consolidación. Este abuso es condenado por Paul Groussac quien afirmaba que se puede tener la fuerza de un gigante pero que es atroz usar la fuerza como un gigante (1982). Radicaría aquí la inmoralidad de un mundo que habiendo dejado atrás el colonialismo, preserva de él importantes marcas.

El uso de la fuerza, hilo conductor de esta historia, se atribuye siempre al lado anglosajón. Al recurrir a la fuerza, Gran Bretaña incurre en un acto inmoral e ilegal que es ratificado por la presencia de balleneros y pescadores de origen norteamericano en las costas malvinenses. Esta presencia se reitera durante la última etapa del dominio español, en el intervalo de la primera década de vida independiente argentina en que las Islas están deshabitadas, y bajo el gobierno de Vernet (1831) quien sanciona a los cazadores generando la réplica de la Lexington. En el encadenamiento de los hechos los balleneros son una figura intermedia entre el aventurero solitario y sin patria, y el representante de un estado nacional. Su sanción es seguida por el arribo de la Clío británica.

¿Por qué el relato argentino no se limita a la etapa independiente? Porque la etapa pre-nacional de los viajes de descubrimiento y del período colonial español sirven como antecedentes para dar mayor profundidad temporal a los reclamos de una joven nación, mostrando en esa experiencia pre-nacional que el sentido último de la pérdida es su eventual recuperación. La Argentina sólo puede devenir en una nación joven con viejas raíces en alianza con Francia y España, dos viejos imperios, equiparándose así a la vieja Inglaterra, pues para ésta el argumento de la antigüedad es central para justificar su acción de 1833. El 27 de abril de ese año, el Visconde Palmerston a cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores británico respondía a un reclamo del embajador Moreno afirmando que la Clío fue enviada “para ejercer allí el derecho antiguo e indudable de Su Majestad de soberanía ...” (Ferrer Vieyra 1992:166)[3].

En respuesta, el gobierno argentino destacó la cesión francesa de 1766 a España, incorporando el lapso Bougainvilliano al dominio hispano y haciendo de Bougainville un caballero en cuestiones de soberanía (Del Carril 1986). Asimismo, para integrar el período español, Groussac refiere a Jacinto Altolaguirre, un gobernador del período colonial, como “nuestro joven oficial porteño”, primer gobernador criollo, fundador de los “vínculos de sangre argentina que, enlazados con los hechos políticos, hacen una sóla y unida historia argentina, la que comprende un período hispánico de civilización y un período independiente y soberano” (1982:63).

Esta mayor profundidad temporal, no limitada al tramo independiente, hace de Malvinas una historia de recurrencias expresada en una temporalidad cíclica y más próxima al mito, donde a un episodio de arrebato o usurpación sigue otro de devolución. Se suceden así arribo (1764) y salida (1766) de Bougainville; instalación (1771) y abandono (1774) de Port Egmont; y las dos recuperaciones, 1774 y 1820. Hasta 1833 las Malvinas son siempre y finalmente recuperadas, primero a España de Francia e Inglaterra, luego por las Provincias Unidas a los balleneros. El sentido de la historia es ahora evidente: ¿cuándo se completará el ciclo iniciado por la dupla Lexington-Clío?

El período abierto el 2 de enero de 1833 es en términos nacionales una etapa liminal y de incomplitud, una transición entre dos posesiones efectivas y legítimas, la inaugurada por Jewett en 1820 y otra por venir. Veamos algunas manifestaciones de este pasaje a la completud de la nación y recuperación de las islas, que se expresa en la afirmación de continuidad del reclamo y en la afirmación de la inminente recuperación.

En 1869, el poeta gauchesco y periodista José Hernández publicaba en su periódico El Río de la Plata que “deber es muy sagrado de la Nación Argentina, velar por la honra de su nombre, por la integridad de su territorio y por los intereses de los argentinos. Esos derechos no se prescriben jamás” (1952:25). Según Groussac “Para Inglaterra en efecto, el lado grave, el verdadero fracaso de la ocupación, consiste en esto: cumplido tres cuartos de siglo, el despojado no se ha conformado aún con el despojo” (1982:15). Si bien al finalizar su estudio, el autor sugiere que “La República Argentina /.../ pide que su litigio sea juzgado por jueces, rehusándose a tener por tales a los oficiales y funcionarios ingleses que le han impuesto la ley brutal del más fuerte” (Ibid:166), también da por descontado “el derecho primitivo y sin igual que exhibe la República Argentina a la prioridad de las Malvinas: la comprobación inmediata y tangible de que el territorio disputado participa de su propio organismo geográfico” (Ibid:164). Cuando en 1934 el socialista Alfredo Palacios presentó ante el Senado un proyecto de ley para traducir y difundir a las bibliotecas populares y escolares argentinas, una versión compendiada de la obra de Groussac (Ley 11904/34)[4], inició su alegato afirmando que la Argentina ha observado una “orientación solidarista” según “normas de carácter universalista”, que el reclamo “no ha sido interrumpid(o) jamás por ningún gobierno”, y que decía esto “no como hombre de partido, sino como argentino” (Palacios 1934:35).

En suma, para estos intelectuales y políticos la inminencia de la recuperación radicaba en la continuidad de la decisión de los argentinos, pueblo y estado, de completar la nación.

En su estudio, el historiador Ricardo Caillet-Bois culminaba su advertencia señalando que “la República no olvida que existe un trozo de su territorio sobre el cual no ondea el pabellón nacional”, y que pueblo y gobierno abrigan la “esperanza de que ha de llegar la justiciera hora en la cual el país recuperará las Islas que sin ningún derecho le fueron arrebatados por la fuerza...”. En 1966, Caillet-Bois titulaba un artículo “La usurpación de las Malvinas y la respuesta nacional al atentado de 1833. Anhelo de recuperación en 1966” (1966:23-30). Ese año, también Juan R. Aguirre Lanari, vicepresidente segundo de la Cámara de Senadores y jurista internacionalista, tiempo después ministro de Relaciones Exteriores durante el Proceso de Reorganización Nacional, pronosticaba que “día llegará en que, en esas tierras nuestras, sin mengua para nadie, bajo el pacífico impulso de sentimientos de justicia y respeto a valores superiores, flameará otra vez nuestra enseña centenaria” (1966:17). “… Inglaterra, algún día, tarde o temprano, probará su amistad a la Argentina devolviendo lo que usurpa”, señalaba el historiador Enrique De Gandía en ese mismo año (1966:225). Hipólito Solari Yrigoyen, abogado de presos políticos, militante de la izquierda Radical de los 1970s y pariente de Hipólito Yrigoyen, recordaba a Ricardo Rojas porque “Siempre me acompañarán también los sentimientos y las enseñanzas que de él (de Rojas) he recibido desde mi infancia, entre las que se encuentra el triunfo final de la razón y de la justicia que terminarán reintegrando las islas Malvinas, al seno de la organización nacional” (1966:26). Estas y otras expresiones tienen la certeza de la inminente recuperación en mérito a la continuidad del reclamo, la memoria de los gobiernos y de la población argentina, pues que las Malvinas sean argentinas se debe a que “desde 1833 en que fuimos agredidos, nunca hemos renunciado a ellas, ni jamás lo haremos” (Destefani 1982:5).

Por su parte, la literatura muestra continuidad, memoria y recuperación inminente en la poesía de autores de las más diversas procedencias ideológicas. Veamos algunos extractos. En "Las Malvinas" el poeta santafecino y socialista José Pedroni escribía:

"El pingüino la vela, la Gaviota le trae cartas de libertad.
Ella tiene los ojos en sus canales fríos.
Ella está triste de esperar. /…/
Hasta que el brazo patrio no ancle entre sus alas,
ella se llama soledad” 
(Pedroni en Figueira 1978:68-9).

La Junta de Recuperación de las Malvinas, creada en 1939, convocó a un concurso a la mejor composición sobre el tema. En 1941 se dio a conocer la ganadora, la Marcha de las Malvinas, con letra de Carlos Obligado y música de José Tieri.

Tras su manto de neblinas
no las hemos de olvidar!
“Las Malvinas Argentinas!”
clama el viento y ruge el mar.
Ni de aquellos horizontes
nuestra enseña han de arrancar,
pues su blanco está en los montes
y en su azul se tiñe el mar. /…/
Quién nos habla aquí de olvido,
de renuncia, de perdón?
Ningún suelo más querido
de la Patria en la extensión! 
(Obligado en Figueira 1978:92).

El compositor, autor e intérprete de folklore, largamente afiliado al Partido Comunista Argentino y conocido como “Atahualpa Yupanqui”, escribió en París en 1971 con el sugestivo título de “La Hermanita Perdida”:

De la mañana a la noche
De la noche a la mañana.
En grandes olas azules
y encajes de espumas blancas,
te va llegando el saludo
permanente de la patria.
Ay, hermanita perdida,
hermanita: vuelve a casa. /…/
Malvinas tierra cautiva
de un rubio tiempo pirata.
Patagonia te suspira.
Toda la pampa te llama.
Seguirán las mil banderas
del mar, azules y blancas.
Pero queremos ver una
Sobre tus piedras clavada.
Para llenarte de criollos.
Para curtirte la cara
hasta que logres el gesto
tradicional de la patria.
¡Ay, hermanita perdida!
Hermanita: vuelve a casa” 
(Yupanqui en Figueira 1978:121).

En el estribillo de “Malvinera Cautiva”, el capitán de fragata Eduardo Mittelbach decía:

“Malvinera, Malvinera,
zambita de los varones
por no verte prisionera
montarán los escuadrones.
Alegra, que viene el día
en que juntas, Malvinera
tu mano y la mano mía
izarán nuestra bandera.
Apronta, niña adorable,
ponte prendas de domingo
que tu coraje y mi sable
sobran para echar a un gringo” 
(Mittelbach en Figueira 1978:114).

Pese a su variada estirpe ideológica, estos artistas comparten la inminencia de la recuperación basada en que para pueblo y gobierno las Malvinas son prenda de unidad.

IV. La Frontera Interna

La apelación de los argentinos a la continuidad del reclamo por Malvinas no sería tan llamativa si no fuera por su contraste con la discontinuidad política argentina. Aunque vistas más de cerca las versiones contienen las divergencias políticas de sus autores. Dos son los principales puntos de controversia: las razones de la pérdida territorial y el episodio del Gaucho Rivero. Con respecto al primero, Groussac reprochaba en 1910:

“Se ha dicho, y todo el mundo lo repite, que los pueblos tienen los gobiernos que merecen. Esto no es más que una triste y vana palabra, una paradoja peligrosa, como la mayor parte de estos dichos ingeniosos en que la forma prevalece sobre el fondo.

Sería más verídico decir que el pueblo que se ha rebelado bajo los buenos gobiernos, se prepara por eso mismo a inclinar la nuca bajo los malos. Los bonaerenses no merecían, por cierto, a Rosas, ni siquiera al Rosas ése, todavía embozalado, del tiempo que nos ocupa; pero era necesario que fuesen castigados por haber desconocido a Rivadavia quien ... significaba la civilización que intenta detener a la barbarie. El castigo, sobre todo para los veteranos de la Independencia, que aún existían, pero ya no mandaban, fue contemplar la patria abatida hasta tornarse un objeto de desprecio y acaso una presa ofrecida al extranjero. He aquí la razón de los desembarcos autoritarios, como en tiempo de los Drake y de los Cavendish; de las explicaciones apenas coloreadas de un pretexto; “con un largo silencio, apenas interrumpido por dos o tres semi-explicaciones más desdeñosas que el silencio mismo, por toda respuesta a las justas reclamaciones de los expoliados!” (Groussac 1934/82:47).

Veinticuatro años después, Palacios afirmaba en su discurso senatorial que “La arrogancia, la violencia, la destrucción se reservaban para emplearlos contra un país débil que se debatía en luchas intestinas realizando esfuerzos heroicos para constituirse, pero que se movía a impulsos de un noble sentimiento patriótico, cada vez más vigoroso, que no le permitió, nunca, olvidar las ofensas a la dignidad nacional” (1934:70).

Sobre la colonización de Malvinas, Destéfani destacaba la iniciativa de Vernet, advirtiendo que “Lamentablemente los gobiernos y los argentinos se hallaban muy ocupados en guerras civiles, donde se destruían mutuamente” (1982.80). Tal es la concepción que, a diferencia de la versión consensuada, funda la pérdida territorial en un conflicto interior.

Como adelantamos en la segunda sección, el fundamento de dichas perspectivas corresponde a la época de la pérdida de las Islas y a la de los analistas.

Entre 1820 y 1833 las Provincias que ocupaban el otrora Virreinato español del Río de la Plata, fueron el escenario de “luchas intestinas” que enfrentaron a Buenos Aires con las provincias del Litoral, Entre Ríos, Santa Fe, la Banda Oriental del Uruguay y Corrientes, y del interior, en el noroeste y en la región de Cuyo, sobre el límite con Chile.

Durante su breve ocupación, Malvinas se mantuvo ajena a los enfrentamientos entre el poder centralista (llamado “unitario”) del Puerto de Buenos Aires, que concentraba los dividendos de la Aduana, controlaba la navegación de los ríos del nordeste, y las exportaciones e importaciones de “los frutos del país”, por un lado, y los “caudillos” provinciales que bregaban por una organización federal y por el control del poder portuario y aduanero, por el otro. Que Jewett hubiera reocupado las islas por instrucción del gobierno de Buenos Aires, precisamente en 1820, año que los historiadores argentinos califican como de “la anarquía”, remite Malvinas a la unidad pese a la fragmentación. Entre 1820 y 1833 transcurrieron no menos de diez gobernadores, la guerra contra el Brasil (1825-1828), sucesivos tratados interprovinciales y el contrato de la primera deuda externa. En suma, lejos de presentar unidad y continuidad, la situación bullía de enfrentamientos y persecución (Halperín Donghi 1972).

Los autores afirmaban que Malvinas difícilmente permanecería dentro de una Nación que apenas se sustentaba a sí misma, y también que su soberanía sólo podía resguardarla cierto proyecto político que, para Groussac y Palacios era el liberalismo y para los Irazusta y otros revisionistas era el proteccionismo de “gobiernos fuertes”. Siguiendo la genealogía política argentina expresada según un patrón dualista (Shumway 1992), esta oposición refleja la contienda entre una Argentina democrática, europea y liberal, y una Argentina populista, hispana y criolla.

Esta oposición emerge también en Malvinas con la discutida sublevación del 26 de agosto de 1833 en Puerto Luis, protagonizada por el peón Antonio Rivero, otros dos gauchos y cinco indígenas charrúas llevados por Vernet para cumplir faenas de campo. En un acto repentino, atribuido a que la nueva administración insular sólo aceptaba en los almacenes moneda británica y no los vales de la anterior gestión, los gauchos dieron muerte a tres blancos llevados por Vernet y que ahora integraban el nuevo gobierno.

Los demás pobladores se refugiaron en un islote vecino mientras una milicia inglesa comenzó la persecución de los rebeldes hasta que apresó a Rivero y lo deportó a Gran Bretaña. Rivero fue devuelto a Montevideo donde fue puesto en libertad (Academia Nacional de la Historia 1967, Destefani 1982).

La rebelión de Rivero es interpretada por los historiadores “revisionistas” y “populistas” como un clamor patriótico contra el invasor y sus lugartenientes (Almeida 1966, Campos 1966, Moya 1966). La historiografía “liberal”, en cambio, la interpreta como un acto de simples forajidos (Academia Nacional de la Historia 1967). El caso no sólo muestra lo ya señalado acerca de los sentidos diversos que puede cobrar una misma secuencia de hechos; también suministra datos del presente del autor, ya que Rivero cobró especial relieve cuando los partidos políticos mayoritarios, peronista y radical, y organizaciones políticas juveniles intentaban bajo el régimen autoritario del General J. C. Onganía el “regreso” de un gobierno popular.

Malvinas empezó a alcanzar mayores audiencias desde 1934 cuando gobernaba la Argentina un régimen militar que propiciaba un intercambio comercial desigual con Gran Bretaña (Irazusta e Irazusta 1934). El Tratado Roca-Runciman garantizaba jugosas ventajas para Inglaterra a cambio de asegurar la continuidad de compra de la carne argentina. El Tratado se firmó en 1933, cuando el Reino Unido celebraba el centenario de su presencia en las Falklands (Ciria 1969, Ciria et.al. 1972). Desde el otro polo del espectro ideológico, el Senador Palacios también condenaba la política de “entrega” económica del gobierno del General Justo, pero desde una óptica liberal y democrática.

El segundo momento de auge de las versiones de la contra-historia malvinera fueron los 1960s, cuando la figura de Rivero vino a inspirar desde aquel territorio irredento a los defensores de la revolución antiimperialista latinoamericana. Rivero, una réplica isleña del Che Guevara o Martín Fierro, tenía sus propios expertos y promotores (Tesler 1966), particularmente cuando en 1966 un grupo de jóvenes peronistas y nacionalistas desvió un avión de línea hacia Port Stanley y rebautizó a la capital isleña como “Puerto Rivero”. En este episodio, conocido como “Operación Cóndor”, se vertían sucesivas proclamas que anunciaban la inminencia de dos regresos, el argentino desde 1833 a las islas y el de Perón de su exilio desde 1955 (Así 1966, García 1993).

En suma, la historia de Malvinas fue interpretada en sentido hermenéutico y dramático, como la épica de la división argentina, fronteras adentro de la Patria. Unidad y fragmentación intentarían ser resueltas en un Teatro (de operaciones) en 1982.

V. Los hechos del relato

En su Islas de Historia, Marshall Sahlins muestra que los nativos de Hawái realizaron con la muerte de John Cook el relato mítico de su dios. La fuerza del mito en la historia, sin embargo, no se limita a los pueblos aborígenes sino también a las sociedades modernas. En nuestro caso, fue el Proceso de Reorganización Nacional el que puso en práctica y, en este sentido, realmente “interpretó” la temporalidad cíclica e inminente de la zaga malvinera. La misión territorial reveló su doble sentido como nunca antes, y es que unir lo dividido era una y la misma cosa que definir, de una vez, los confines de la Patria.

Primero se procedió a la siquiera imaginaria unidad de pensamiento y para ello se cometió a la limpieza de enemigos internos a la Argentina. Luego siguió el ensayo bélico de 1978 con Chile por las Islas Picton, Nueva y Lennox del Canal de Beagle, interrumpido por la mediación papal. Finalmente, en 1982 el Estado y sus “varones armados”, como decía Mittelbach, acometieron la tan anunciada “gesta”. El gran relato de Malvinas, sin embargo, retomaba los episodios anteriores tanto de su propia historia como del pasado reciente.

“Operación Cóndor” fue el nombre que se auto-asignó el grupo comando nacional-peronista de 1966 y también el de las operaciones militares coordinadas por los gobiernos del Cono Sur entre 1974 y 1980. El gobernador británico deportado el 2 de abril de 1982 se apellidaba “Hunt”, igual que el jefe inglés expulsado por Bucarelli en 1770 (Busser 1987). La reactuación del pasado en el presente se planteaba como la definitiva conclusión de un ciclo pendiente.

La “recuperación”, como se llamó a los episodios de 1982, fue apoyada por la vastísima mayoría de los argentinos dentro y fuera del territorio nacional, pero desde la rendición argentina del 14 de junio de ese año se suele menoscabar a dicho respaldo como parte de la estrategia oficial de perpetuar al gobierno del General Leopoldo F. Galtieri. Se ignora así el enorme éxito que significó la recuperación, éxito porque logró interpretar y actualizar la causa que el relato de Malvinas había fundamentado, durante más de un siglo, en boca y pluma de las más diversas orientaciones políticas. Quizás porque los argentinos necesitábamos destacar la unidad sobre la fragmentación y dejar de ser los enemigos de nuestro propio Estado, recurrimos a la única prenda de unión, Malvinas, un mito real y tangible que evocara la fuerza de la historia … aunque más no fuera temporariamente.

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(*) CONICET-IDES

Fuente: https://www.academia.edu


[1] Para realizar esta síntesis he consultado, en primer lugar, dos estudios de extranjeros prestigiosos en el medio diplomático e historiográfico argentino, cuyo mérito ha sido -según ese medio- obtener una vasta evidencia y presentar una interpretación objetiva. Las conclusiones de estos autores son invalorables para la fundamentación nacional e internacional, no sólo porque ratifican los derechos argentinos sino porque siendo extranjeros a las naciones en conflicto, se vuelven insospechables de toda subjetividad nacionalista y, por lo tanto, investigadores moralmente intachables. Las obras del estadounidense Julius Goebel The Struggle for the Falkland Islands (1927) y del francés Paul Groussac (1982) Las Islas Malvinas, son consideradas por los “malvinólogos” referentes obligados de toda argumentación pública nacional e internacional sobre el tema. La primera, publicada por dos editoras de prestigio académico, la Universidad de Yale, y la de Oxford, fue traducida al castellano y publicada en 1950, bajo el título La Pugna por las Islas Malvinas. Un estudio de la Historia Legal y Diplomática, por el Servicio de Informaciones Navales perteneciente al entonces Ministerio de Marina. La segunda obra es una traducción argentina de Les Iles Malouines. Nouvel expose d'un vieux litige avec une carte de l'archipel de Paul Groussac, director entre 1885 y 1929 de la Biblioteca Nacional, en cuyos anales se guarda la obra original escrita en francés.
Para construir este relato consulté también las obras de diplomáticos, historiadores, marinos militares, geoestrategas y educadores. De ellas, los trabajos centrales de mi referencia fueron La cuestión de las Malvinas (1986) del Canciller y jefe de la delegación argentina ante las Naciones Unidas en 1965, Bonifacio del Carril; los tres volúmenes de la Historia completa de las Islas Malvinas (1966) del embajador José Luis Muñoz Azpiri; Una Tierra Argentina. Las Islas Malvinas (1948) del historiador y director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de Buenos Aires en los años '60, Ricardo Caillet-Bois; Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur ante el conflicto con Gran Bretaña (1982) del Contraalmirante (RS) Laurio H. Destéfani, volumen producido por la Marina, con la adhesión de las direcciones de estudios históricos del Ejército y de la Fuerza Aérea Argentina, que fue publicado en castellano, portugués, inglés, alemán, italiano y francés "frente a la necesidad de una difusión masiva y esclarecedora de la verdad argentina"; Malvinas, la guerra inconclusa (1987) del comandante del desembarco argentino de 1982, la "Operación Rosario", el contraalmirante de Infantería de Marina Carlos Busser; El peón de la reina (1985) de la geoestratega argentina Virginia Gamba, y La gran aventura del Atlántico Sur (1985) del educador y ministro de Educación en 1973, Jorge Taiana, quien escribió el volumen estando en prisión durante los primeros años del PRN. Otros trabajos fueron consultados por atender y esclarecer puntos específicos, y se citan oportunamente.
[2] Trouillot 1994. Buena parte del debate historiográfico entre "positivistas" y "constructivistas" gira en torno a estas observaciones, las cuales para algunos llegan a negar al conocimiento histórico su peculiar articulación con el mundo social. Si, como sostienen los constructivistas, la narrativa histórica importara sólo como narración persuasiva, y no por su pretensión de verdad, lo mismo valdrían la Historia que la novela, el ensayo que la ficción. Sin embargo, la fuerza de la Historia radica en una legitimidad fundada en la apelación al uso de "evidencias" que se suponen independientes del sentido que desee imprimirle el historiador, y que asignan "autenticidad" al argumento general.
[3] Tras la primera protesta del embajador Moreno del 17 de junio, Philip G.Gore, encargado británico de negocios en el Río de la Plata, señalaba que "Los derechos de S.M. a las Islas Falkland son de una larga data, no habiendo sido nunca renunciados, sino al contrario, recientemente comunicados al Gobierno de Buenos Aires ..." (Ibid:169. Mi énfasis). Y en 1842, Lord Aberdeen respondía a la tercera protesta de Buenos Aires que "El gobierno británico no puede reconocer a las Provincias Unidas el derecho de alterar un acuerdo concluido, cuarenta años antes de la emancipación (sic) de estas, entre la Gran Bretaña y España” (Ibid: 175; mi énfasis), refiriéndose al episodio de la restitución española de Puerto Egmont. El argumento inglés pretende fundarse en la devolución del establecimiento británico de 1771, que Gran Bretaña interpreta como restitución de su soberanía sobre la totalidad del archipiélago (y que España interpreta como compensación al honor mancillado del pabellón inglés y restitución de la soberanía sobre Port Egmont, en la Isla Saunders).
[4] El alegato y un estudio preliminar de Jorge Cabral Texo, se publicaron en Las Islas Malvinas – Archipiélago Argentino, en 1934/84, por Editorial Claridad.

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