Secretario
general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres. ¿A favor de la
autodeterminación en Malvinas? Foto: Garten/United Nations/dpa
Por
Andrés Cisneros (*)
De
72 iniciales, restan aún 17 procesos de descolonización y el pasado 21 de
febrero el Secretario General de la ONU, en los preparativos de la reunión
anual del Comité Especial de Descolonización, manifestó que “la gente en esos
territorios está todavía esperando que la promesa del autogobierno resulte
honrada”, en abierta coincidencia con a la tesis británica sobre Malvinas.
Repasó
a continuación varios casos, pero omitiendo a la diferente posición argentina,
con cita a “relevantes Resoluciones” del organismo, que detalla sin incluir la
histórica decisión de la Asamblea General. su máximo organismo, que en 1965
dictaminó que la autodeterminación no es aplicable al caso. Sin embargo, afirma
que “la Descolonización es un proceso que debe ser guiado por las aspiraciones
y necesidades de las comunidades que viven en los territorios”. Elige decir
“comunidades” y no habitantes, aspiraciones y no intereses, recitando la base
misma del argumento de la Corona.
Para
agravar la sorpresa, confirma que: “debemos continuar constituyéndonos en un
foro de diálogo provechoso entre los Territorios y las Potencias
administradoras para facilitar a la gente de los territorios el tomar
decisiones sólidas sobre su futuro”. De nuevo, ni una palabra sobre que
Malvinas de ninguna manera es el caso de un diálogo entre los habitantes (los
isleños) y Gran Bretaña (la Potencia administradora) sino declarada por la ONU,
oficialmente, como disputa entre dos estados, el Reino Unido y la Argentina,
respetando los intereses de los habitantes, pero no reconociéndole derecho a la
autodeterminación. Los isleños son ciudadanos británicos y, si se les
reconociera el derecho a tomar una decisión, los convertiríamos en juez y
parte, mecanismo no contemplado en la Carta de las Naciones Unidas ni en ningún
cuerpo normativo aceptado en el mundo. Finalmente, nada menos que un Secretario
General continúa con “nosotros estamos en deuda con la gente que vive en esos
Territorios para que puedan completar su objetivo histórico”. Y ya sin
anestesia, remata: “es nuestro deber atender a las preocupaciones y amplificar
la voz de quienes viven en esos territorios”.
Todos
los secretarios generales han tenido el mandato de aplicar sus buenos oficios
para que las partes se sienten a dialogar. Con excepción del peruano Pérez de
Cuéllar, históricamente sus aportes han sido menos que modestos. En ese mismo
Comité de los 24, la Argentina y el Reino Unido cumplieron, año tras año, en
redundar los archisabidos discursos, todos un eco del anterior, y luego las
autoridades del organismo como que nos acompañan gentilmente a la puerta
deseándonos suerte, los esperamos el año que viene, sigan participando.
Así
durante 55 años. De los limitados progresos, muy pocos, si alguno, se
produjeron a causa de la intervención de la Secretaría General. Y ahora nada
menos que un Secretario General reduce la solución a que simplemente la
Potencia administradora dialogue con los habitantes de las islas, ignorando la
existencia de un estado como Argentina que reclama el ejercicio de soberanía
efectiva en esas tierras.
Es
de suponer que el gobierno nacional reaccionará, pero no debemos engañarnos: no
estaríamos ante una postura meramente personal de un Antonio Guterres
eventualmente mal asesorado, sino de una nueva muestra del abierto progreso de
una tendencia universal de la opinión pública en apoyo de los derechos personales,
que llevan a favorecer a la autodeterminación, más que de los derechos
territoriales que reivindicamos nosotros.
Es
preocupante, pero, de todas maneras, el caso de Malvinas podría alcanzar una
solución en este siglo. Mucho menos por las astucias de abogados y diplomáticos
o los giros retóricos de algún Secretario General, que por el hecho previo de
que la Argentina supere la grieta que la inmoviliza y, en tres o cuatro décadas,
si a partir de ahora hiciéramos las cosas bien, vuelva a ocupar en el mundo la
posición de peso y prestigio que nunca debió perder, porque un país que no
exhiba una política interna que el mundo respete, no tiene posibilidad alguna
de imponer una política exterior que produzca resultados.
(*)
Internacionalista, ex vicecanciller.
Fuente:
https://www.clarin.com
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