La mística y el valor de la enseña nacional llevó a que
varios argentinos trajeran las banderas de regreso de la guerra, aún sin importarles poner en riesgo su vida.
Por Patricia Fernández Mainardi
El veterano Abel Aguiar instantes previos al izamiento de la
bandera argentina, en la casa del gobernador británico en las Islas Malvinas.
Foto: Gentileza Teniente Coronel retirado Abel Aguiar.
“Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la
América el Sur será el templo de la independencia y de la libertad. En fe de
que así lo juráis, decid conmigo: ¡Viva la Patria!”, dijo el General Manuel
Belgrano la primera vez que enarboló la bandera, en 1812. Unos 170 años después,
los herederos de aquellos patriotas cayeron en Malvinas en cumplimiento de ese
juramento: la defenderían hasta perder la vida.
DEF recupera algunas historias que recogen las anécdotas y
los secretos detrás de aquellas “operaciones” que permitieron traer las enseñas
de nuevo al continente.
Un juramento marcado por el fuego
El Teniente Coronel retirado Abel Eduardo Aguiar, por
entonces SubTeniente y abanderado del Regimiento de Infantería 25, presenció el
izamiento de la bandera argentina una vez que desembarcaron las tropas en las
islas y fue testigo del juramento que hicieron los soldados clase 63, que no
habían llegado a hacerlo en el continente y que, por decisión de sus jefes,
juraron en las islas.
El 25 formando filas: Aguiar recuerda a cada integrante de
su sección con nombre y apellido. Foto: Gentileza Teniente Coronel retirado
Abel Aguiar.
“Me vinieron a buscar para llevarme a la casa del
gobernador, que era donde se iba a realizar la ceremonia oficial de izamiento.
Cuando se estaba por hacer, se trabó la driza del mástil, y el entonces Subteniente
Oscar Roberto Reyes se tuvo que trepar para solucionarlo. Tenía 21 años y sabía
que estaba viviendo algo único, pero pensamos que iba a ser permanente. Jamás
íbamos a imaginar lo que ocurrió después”, cuenta y detalla que mantuvo consigo
la bandera de la Unidad hasta después del 1º de mayo. Luego del bombardeo,
decidieron trasladarla junto al jefe del Regimiento. “La bandera no podía caer
en manos del enemigo, pero tampoco teníamos previsto perder”, responde el
oficial, oriundo de Tucumán.
Abel Aguiar fue abanderado del Regimiento 25, durante la
guerra de Malvinas y participó de momentos claves como el izamiento y la jura
de la bandera. Foto: Gentileza Teniente Coronel retirado Abel Aguiar.
“En la jura, los soldados forman solos y se comprometen a
defenderla hasta perder la vida”, relata, mientras recuerda que nunca imaginó
en aquel entonces que muchos de esos soldados morirían en cumplimiento de aquel
juramento.
El operativo retorno de la del “Bravo 25”
El Regimiento de Infantería 25, ubicado en la localidad
chubutense de Sarmiento, tuvo un papel protagónico en la guerra de Malvinas. La
unidad supo enfrentarse a los ingleses en Darwin y en San Carlos y, cuando el
enemigo pudo haberlo cruzado nuevamente en las cercanías de Puerto Argentino,
decidió evitarlo.
Por ese entonces, el Teniente Primero Julián Nicolás Lamas
(hoy Coronel retirado) tenía 33 años e integraba las filas de la Unidad. Fue un
domingo de marzo del año 82 que lo convocaron a la casa del jefe la Unidad, el Teniente
Coronel Mohamed Seineldín. Allí ya se encontraban algunos Generales que habían
viajado para la ocasión. En ese contexto, Lamas y otros oficiales juraron
preservar el secreto de la operación militar que tenía por objetivo recuperar
la soberanía de las Islas y terminar con la usurpación británica.
En Malvinas, describe que los días estuvieron marcados por
los recuerdos: “No olvido la rendición del Destacamento de Royal Marines, el
arrío de las banderas inglesas de los mástiles y el primer izamiento de nuestra
bandera en Puerto Argentino. En mí, conviven la inmensa alegría de ser un
humilde protagonista de la recuperación de nuestras islas irredentas y la
tristeza por la baja de nuestro primer mártir, el Capitán de Fragata Pedro
Eugenio Giachino”.
Antes de partir, el jefe les había ordenado a los oficiales
llevar sus sables. “Él nos contó que los soldados japoneses, pese a la
tecnología armamentista de la II Guerra Mundial, llevaban sus sables samuráis
al campo de batalla, y nos explicó, además, que su sentido simbólico posee
cierta similitud con la arenga que Napoleón les daba sus hombres en la previa a
la batalla. Les decía que ‘todo soldado lleva un bastón de mando en su mochila,
porque en el fragor del combate pueden tomar la conducción de su fracción por
la baja de su superior’”.
Los efectivos del Regimiento 25 fueron testigos del primer
izamiento de la bandera argentina en la casa del gobernador británico. Foto:
Gentileza Coronel retirado VGM Julián Lamas.
Producida la batalla final, y recibida la orden de deponer
las armas, Lamas cuenta que el jefe los reunió para juntar los sables con la
bandera nacional de guerra, que Juan Domingo Perón, como presidente, había
obsequiado a la Unidad en 1947, cuando el RI 25 era la “Agrupación Motorizada
Patagonia”: “En un solemne y sencillo acto, se procedió a separar los ‘soles
dorados’ de los ‘paños celeste y blanco’, separando también el escudo nacional
y la moharra. Con los paños, se envolvieron los sables con plástico, se los
colocó en un cajón de munición y, luego, se los enterró. Finalmente, nuestro
jefe nos tomó el juramento de preservar en secreto el lugar de la turba donde
se encuentran estas reliquias históricas ‘hasta que nuestros hijos o nietos
logren la soberanía de nuestras Malvinas’”.
El veterano tuvo el honor de traer al continente los soles
dorados, el escudo nacional y la moharra: “El único riesgo que corrí fue
durante el cacheo de las tropas inglesas, porque podrían haber encontrado los
objetos que llevaba escondidos entre mis prendas íntimas”.
Los objetos que trajo de regreso se exhiben el museo del
Regimiento de Infantería 25. “Para los que abrazamos la carrera de las armas,
nuestra bandera constituye ‘el manto digno de veneración’ que cobija a nuestra
Nación y por la cual miles de hombres y mujeres tiñeron con su sangre sus hilos
celestes y blancos por la libertad y la soberanía de nuestro suelo a lo largo
de la historia. Tal es el caso de nuestros héroes, quienes quedaron en la turba
malvinense como centinelas de nuestras islas”.
“Subteniente, entrégueme la bandera”
En la misma guarnición militar, en Sarmiento, estaba la
Compañía de Ingenieros 9. El hoy Coronel Mayor retirado Leandro Villegas
participó de la Operación Rosario con el grado de Subteniente y 21 años recién
cumplidos.
Tras la recuperación, en principio, permaneció en Puerto Argentino.
Luego, se instaló con los suyos en Bahía Fox. “Los abanderados son los
oficiales más jóvenes de una unidad. Yo era el Subteniente más moderno, así
que, durante la guerra, la insignia siempre la tuve yo”, explica el hombre que
también presenció la jura de los soldados de la unidad en Malvinas.
Algunas de las fotos de la Compañía de Ingenieros 9 fueron
recuperadas años después, luego de que el suboficial británico que las tenía en
su poder se las facilitara a un historiador argentino para que se contactará
con sus protagonistas. Foto: Gentileza Capitán retirado Marcelo Giglio.
Días antes de la rendición, el jefe de la Compañía, el Mayor
Oscar Minorini Lima, les repartió a sus oficiales una serie de tareas. “A mí,
me tocó destruir la bandera. Con uno de mis suboficiales, quemamos el moño, el
asta, enterramos los hierritos y, al momento de quemarla, se me ocurrió
proponerle al mayor que podía llevarla. Me dijo que hiciera lo que tuviera que
hacer. Así que, cuando empezó el proceso de rendición, arriba de la ropa
interior, me la coloqué como chiripá”, comenta.
Villegas hace memoria y dice que, a pesar de que los
palparon tres veces, los ingleses no notaron nada, pero que cuando fueron
embarcados en el Northland sus nervios salieron a flote por lo exhaustivo de
los controles. “Miré a mi jefe de Compañía y se dio cuenta de que yo estaba
inquieto, así que se paró frente a mí y me ordenó: ‘Subteniente, entrégueme la
bandera’. La tomó, se la entregó a un Mayor inglés y le dijo ‘se la entrego
como su responsabilidad’. El británico le respondió como un caballero y expresó
que esa bandera tendría un lugar destacado y que nos la volverían a entregar”.
Una vez de regreso, el Coronel Mayor continuó usándola en
los desfiles: “Siento el gran orgullo de haber podido participar y ser parte de
la reconquista. Valoro la decisión de los ciudadanos que se pusieron a
disposición de la Patria. Los soldados, principalmente, se plantaron ahí y les
hicieron frente a los bombardeos. La sociedad argentina debe ser merecedora del
sacrificio póstumo de nuestros héroes”.
“¡Cómo no salvar el pabellón!”
Con 80 años, el sacerdote José Vicente Martínez Torrens es
el único de los capellanes de Malvinas que continúa con vida y uno de los
protagonistas del regreso de la bandera del Regimiento de Infantería 4.
Cuando se desató la guerra, el jefe del servicio religioso
del Ejército del ámbito de la IX Brigada de Comodoro Rivadavia manifestó la
necesidad de la Fuerza de llevar sacerdotes para acompañar a las tropas
desplegadas. “Inmediatamente, me ofrecí como candidato”, confiesa Martínez,
quien por entonces tenía 42 años.
Martínez Torrens detalla que, a partir del 1º de mayo, el
hostigamiento del enemigo era constante. “En cierta oportunidad, crucé con el
jeep a los hombres del Grupo de Artillería 4 que cambiaban su puesto. Al notar
que en el interior del vehículo llevaba una imagen de la Virgen de Luján, me
pidieron unos minutos para orar. Al despedirse, me pidieron que los visitara al
día siguiente en su nueva ubicación. Los complací, pero a raíz de un aguacero,
les dije que suspendía la misa y la celebraríamos al día siguiente. Se
resistieron, la querían ya”, narra, mientras relata que esos efectivos habían
sido cañoneados por las naves británicas y no habían tenido tiempo de cavar ni
un solo pozo. “Me quedó claro que no tenían miedo a la muerte, sino a no estar
lo suficientemente preparados para presentarse ante Dios. Entonces, me dije
‘manos a la obra’ e inicié la misa con los ornamentos protegidos con la capa
poncho impermeable”, agrega.
El sacerdote Vicente Martínez Torrens fue uno de los
protagonistas del regreso de la bandera del Regimiento de Infantería 4. Foto:
Gentileza Martínez Torrens.
Tras la rendición, los efectivos del 4 pensaron que un
soldado podría esconder la bandera en un yeso simulado. Sin embargo, no había
tiempo. Era de noche y Martínez Torrens apenas pudo reconocer a quienes,
instantes previos al embarque, se le acercaron y le entregaron un bolso con la
enseña para que ocultara entre sus pertenencias. Mucho tiempo después supo que
se trató del Capitán Jorge Farinella y del Sargento Mario Ponce.
Una vez en el continente, recuerda haber tenido miedo de que
los británicos, al sentirse burlados, tomaran represalias con los prisioneros,
razón que lo llevó a preservar la bandera hasta que llegó el último de los
prisioneros. Allí, se comunicó con la Brigada para dar a conocer que la tenía
en su poder y que viajaría a Monte Caseros para llevarla a la unidad a la que
pertenecía.
“Monte Caseros es ‘el cofre de mi bandera’”. Ahora ellos son
los custodios de ese trozo de historia. Sitio de Montevideo, Tupiza, Los Pozos,
Juncal, Uruguayana, Estero Bellaco, Tuyutí, Humaitá, Lomas Valentinas, Chaco y
Malvinas son las condecoraciones de esa bandera. ¡Cómo no salvar el pabellón
que, desde mi cuarto grado aprendí, ‘jamás ha sido atado al carro triunfal de
ningún vencedor de la tierra’! Mi anhelo es poder despedirme de ella antes de
que el Gran Jefe me llame a su trinchera”, finaliza el sacerdote, quien
recientemente también participó del regreso de la imagen de la Virgen de Luján
que, tras la guerra, fue llevada a Gran Bretaña.
“Traerla fue una satisfacción personal”
Cerca del Regimiento 25, a aproximadamente 150 km, se
encuentra la ciudad de Comodoro Rivadavia, donde se emplaza el Regimiento de
Infantería 8. Allí, estaba destinado el entonces Teniente Primero Marcelo
Gustavo Giglio (hoy Capitán retirado), quien, con 29 años, era el oficial logístico
de la unidad.
Era uno de los pocos que tenía conocimiento de la Operación
Rosario, así que el 2 de abril estaba de turno en el Centro de Operaciones
Táctico. Cuando se produjo el desembarco, se dirigió al Casino de Oficiales y
anunció a los que estaban allí lo que había ocurrido. “Señores, recuperamos las
Malvinas”, alcanzó a decir e, inmediatamente, los presentes estallaron en
llanto y comenzaron a abrazarse. “Es un gran recuerdo”, confiesa Giglio.
La bandera del Regimiento 8 desfila durante el juramento que
se realizó en las Islas, en 1982. Foto: Gentileza Capitán retirado Marcelo
Giglio.
A partir del 6 de abril, el Regimiento 8 cruzó a Malvinas y
ocuparon una posición en Bahía Fox hasta el día de la rendición. “La guerra es
terrible, se ve lo mejor y lo peor del ser humano. Uno va a Malvinas por la
Patria, pero cuando estás ahí, no te digo que te olvidas de eso, pero la
prioridad es tu compañero”, confiesa el veterano, mientras recuerda que, por
aquellos días, le pidió a su esposa que se trasladase con sus cuatro hijos a
Buenos Aires, porque Comodoro estaba muy cerca de la guerra y, al tener una
pista de aterrizaje, era considerada un objetivo.
“La bandera de guerra de un regimiento es con la que desfila
con el abanderado. Es el bien más preciado de la unidad, ya sea argentina,
inglesa, o francesa. Lleva todas las condecoraciones y no debería ser tocada
por ningún enemigo”, afirma y sostiene que traerla fue un orgullo.
Un pedazo de la bandera que acompañó al Regimiento 8.
Giglio, a escondidas, pudo traer esta y, también, a la que pertenecía
históricamente de la Unidad. Foto: Gentileza Capitán retirado Marcelo Giglio.
¿Cómo lo logró? Tras el cese del fuego, le dieron la orden
de regresarla con la condición de que nadie debía saber que él tenía esa
responsabilidad. “La bandera es gigantesca. Entonces, me di cuenta de que no
podía hacerlo yo solo. Llamé al Teniente Primero Hernán Vechietti, al Teniente Primero
Rafael Barreiro, al Sargento Carlos Montivero y al Sargento Ayudante Mario
Ceballos. Les dije que me hacía cargo de ella, pero que debíamos repartirnos el
resto de sus partes”, confiesa.
Giglio descosió su campera y los paños, de manera tal que
pudiera colocarlos en el interior del abrigo: “Yo solo sé coser con la puntada
‘chorizo’. ¡Cualquiera se daba cuenta de que la campera había sido abierta! Así
que fui a ver al sastre. Él se reía, mientras me decía que se iba a encargar”.
Al momento de embarcar, el oficial del 8 ya tenía su campera lista. Los
llevaron al buque Northland, donde debían pasar por una exhaustiva requisa,
pero Giglio no solo llevaba esa bandera, sino que, entre la ropa sucia, había
escondido la que había flameado en el mástil de la posición. El militar inglés
dejó pasar la bolsa con las prendas y, cuando estaba por revisar el abrigo,
Giglio logró distraerlo con un atado de cigarrillos.
La bandera de guerra del Regimiento 8 se exhibe en el museo
de la Unidad, en Comodoro Rivadavia. Foto: Gentileza Teniente Coronel retirado
Abel Aguiar.
Finalmente, ya en Madryn, pasó por un quiosco: compró un
sándwich, hilo y aguja. En el trayecto, se dedicó a armar el pabellón. Cuando
llegaron a la unidad –donde los esperaban los familiares–, Giglio exhibió la
bandera, que hoy se encuentra en el museo de la unidad.
“Me encontré con mi mujer y el mayor de mis hijos varones,
porque no teníamos plata para que viajasen los cinco. Él tenía tres años y,
cuando nos abrazamos, ¡no sabes lo que lloró! Había entendido todo”, relata
emocionado, quien, desde hace varios años, todos los 2 de abril organiza con su
familia unas “pizzas malvineras”. “Son especiales, porque las hacemos el día de
Malvinas. Se brinda por los que quedaron, sus familias, y por los que
volvimos”, concluye.
Fuente: https://www.infobae.com
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