Luego de la recuperación de las islas Malvinas,
conforme a la doctrina militar desarrollada para enfrentar un hecho de
naturaleza bélica, y ante la posible reacción británica, la conducción
estratégica militar argentina creó diversos comandos militares operativos para
hacer frente a su defensa.
Uno de ellos fue el Comando Aéreo Estratégico,
integrado por medios exclusivos de la Fuerza Aérea, y con una concepción de su
misión de carácter defensivo, “ya que no se apreciaba la reacción bélica de
Gran Bretaña en toda su intensidad”, al decir del Comodoro Rubén Moro en la
Historia del Conflicto del Atlántico Sur - La Guerra Inaudita. Dicho comando
implementó, a su vez, el Comando Aéreo del Teatro de Operaciones Sur, destinado
a ejecutar aquellas misiones de carácter táctico que fueran necesarias.
En tiempos de paz, el Jefe de la IV Brigada Aérea
con base en Mendoza tradicionalmente era también el Comandante, en el aspecto
aéreo, del Teatro de Operaciones Sur; era el que apoyaba la maniobra terrestre.
Su asiento estaría en la ciudad de Comodoro Rivadavia, y sus bases de
despliegue, en toda la Patagonia argentina, desde Trelew a Río Grande. En este
caso la designación recayó en el Brigadier Ernesto Horacio Crespo.
Crespo había nacido en San Rafael, provincia de
Mendoza. En el año 1948, ingresó a la Escuela de Aviación Militar porque quería
ser aviador. Allí le enseñaron principios que son fundamentales, no sólo para
un soldado, sino para cualquier persona de bien: amar a la patria, el valor de
los símbolos, el respeto, la subordinación, la jerarquía, y una cosa que es muy
importante, le enseñaron que el juramento a la bandera no era una mera frase
porque sí, sino que era un juramento de sangre, porque el juramento así lo
expresa. Esos valores, continuaron creciendo durante su vida profesional y
finalmente se exteriorizaron cuando tuvo la difícil tarea de conducir la Fuerza
Aérea Sur, durante la guerra del Atlántico Sur.
El día 1º de abril, a las 23.30 horas, el Brigadier
fue citado con urgencia al Edificio Cóndor, sede de la Fuerza Aérea Argentina
en Buenos Aires, donde le explicaron que en ese momento se estaba desarrollando
una operación anfibia con el objetivo de tomar las Islas Malvinas. Para él, esa
noticia resultó una tremenda sorpresa. Le informaron que un equipo había
trabajado con el máximo secreto; las decisiones ya se habían tomado; un General
comandaba el movimiento de traslado anfibio y un Almirante era el Jefe de
Teatro de Operaciones terrestre.
Acto seguido recibió la orden de implementar todas
las bases de operaciones, y de despliegue que había establecido el Comando
Aéreo Estratégico en la Patagonia, es decir Trelew, Comodoro Rivadavia, Río
Gallegos, Río Grande, San Julián y Santa Cruz. Recibiría personal y material
para hacer ese trabajo.
Cabe mencionar que en el año 1969, mediante la
Resolución 1/69, se había determinado el ámbito operacional de las Fuerzas
Armadas; el Ejército había recibido la responsabilidad de operar en todo el
ámbito terrestre; la Armada en el ámbito marítimo, que incluía la superficie y
los espacios submarino y aéreo sobre esa
superficie y la Fuerza Aérea debía ejercer esa responsabilidad en el espacio
aéreo sobre la superficie terrestre, el cual se extendía hasta las quince
millas de la costa, aunque podía llevar a cabo las operaciones de Exploración
Aérea Lejana. Esta Resolución regía, no sólo el adiestramiento de cada Fuerza
en su ámbito, sino que también normaba la adquisición del material necesario
para ejercer sus responsabilidades.
Antes de retirarse, Crespo preguntó a su superior:
“¿Señor Brigadier, me podría decir, si hay guerra, porque yo creo que va a
haber guerra, y vienen los ingleses, la Fuerza Aérea tiene que combatir?”. La
respuesta fue clara y concisa: “No, porque no es una responsabilidad primaria
de la Fuerza Aérea”. Lo cual, por lo expresado en el párrafo anterior, era
cierto.
Aún mayor fue su sorpresa cuando requirió la Orden
de Operaciones para hacer funcionar su Comando y le contestaron que no existía
ese documento, ya que todo se había basado en dos cosas: un Plan de Trabajo,
confeccionado secretamente por un equipo integrado por seis oficiales, dos de
la Armada, dos de Ejército y dos de la Fuerza Aérea, para la toma de Malvinas,
y en un Juego de Guerra, que utilizaron como elemento de juicio.
A su arribo a Comodoro Rivadavia, recibió una copia
del Plan de su Comando Superior, que había sido confeccionado a inicios de
1982, sin contemplar el caso Malvinas, pero que establecía algunas de las
tareas que le habían ordenado realizar. El plan detallaba la conformación del
Estado Mayor con parte del personal que ya había sido trasladado a Malvinas. No
obstante, solicitó, y obtuvo la autorización para designar a un nuevo Estado
Mayor que fuera de su total confianza, que luego pasó a ser, la Fuerza Aérea
Sur (FAS).
Ya en ese momento el Brigadier Crespo tenía el
pleno convencimiento que iba a haber guerra, y que los pilotos que tendrían que
aceptar esa situación violenta, deberían tener una fuerte conexión con el
Comando, a través de un Estado Mayor, integrado por hombres, especialistas en
sus áreas, a los cuales respetaran, aceptaran y que además fuesen capaces de
hacer lo mismo o mejor que lo que les estaban ordenando. Por ello hizo que
viajaran al Sur, los Comodoros José Julia, Juan Manuel Correa Cuenca, Tomás
Rodríguez, Rolando Ferri, Manuel Rivero, Jorge Espina, José Marcantoni, y otros
oficiales de menor jerarquía, pero de reconocida experiencia.
En el área de Comodoro Rivadavia, en ese momento
convivían siete Comandos, por lo cual era imposible coordinar las operaciones.
En lo que respecta a la Fuerza Aérea, se decidió que el Comando Aéreo
Estratégico, el Comando Aéreo de Transporte y el Sistema de Defensa se
integraran, quedando todos bajo un único comando todos los aspectos defensivos
y ofensivos de la guerra aérea.
La Fuerza Aérea Sur desplegó 72 aviones de combate
más sus escalones técnicos, artillería antiaérea y tropas para la defensa de
instalaciones a las siguientes bases y aeródromos patagónicos:
• El
escuadrón de bombarderos Canberra en Trelew.
• Los
escuadrones de transporte Hércules C-130, de búsqueda y salvamento, el
Escuadrón Fénix, integrado por pilotos militares y civiles y 35 aviones también
militares y civiles, estos últimos pertenecientes a distintas empresas
argentinas, y un escuadrón de caza interceptora en Comodoro Rivadavia.
• Dos
escuadrones de ataque con aviones A-4C Skyhawk y M-5 Dagger en San Julián.
• Un
escuadrón de ataque de aviones IA-58 Pucará en Santa Cruz, para realizar tareas
de vigilancia y defensa costera, así como para reemplazar las pérdidas de la
unidad similar desplegada en las Islas Malvinas.
• Dos
escuadrones de aviones A-4B Skyhawk y un escuadrón de caza interceptora en Río
Gallegos.
• Un
escuadrón de aviones M-5 Dagger en Río Grande.
En las Islas Malvinas, el 29 de abril, fueron
desplegados 12 aviones Pucará a la BAM Cóndor, en previsión de un probable
ataque masivo a la BAM Malvinas; se mantenían a la orden del Centro de
Información y Control, para tareas de reconocimiento ofensivo y ataque a
objetivos terrestres, especialmente, para repeler cualquier intento de
desembarco por parte de las fuerzas de asalto de la Task Force.
El resto de los aviones de la Fuerza Aérea
Argentina permanecieron en sus asientos de paz, listos para producir los
reemplazos que fuesen necesarios.
No eran pocos los retos que debía enfrentar la FAS.
Prácticamente contra reloj debía, en un muy corto plazo, organizar, adiestrar y
planificar sus medios aéreos y terrestres para hacer frente en combate a un
enemigo notablemente superior en tecnología y medios; todo ello en un teatro de
operaciones predominantemente naval, sin estar dotados ni adiestrados para la
lucha en el mar. Esto último era realmente una cuestión relevante, casi la
totalidad de los pilotos de la Fuerza Aérea, no habían visto nunca un buque o
una embarcación en el mar, ya que por Resolución 1/69, no era su
responsabilidad. Para ellos, el perfil de un buque en el mar era una incógnita.
Desconocían cómo estaban pintados, qué largo tenían, además debían aprender a
distinguirlos con lluvia, llovizna o niebla.
Los integrantes del Estado Mayor tampoco conocían
las capacidades del enemigo; no sabían cómo adiestrar a los pilotos en las
técnicas particulares de ataque a buques; debían coordinar pruebas operativas;
adaptar los sistemas de armas a la tarea que se avecinaba; reconocer las
limitaciones propias, que no eran pocas, y buscarles solución; estudiar las
posibilidades operativas de sus aviones de ataque, que apenas podían llegar a
las islas por la distancia que las separaba del continente; familiarizar a los
pilotos con los problemas de la operación sobre el mar y reconocer el
archipiélago en vuelos de práctica.
Mientras los aviones Boeing 707 de transporte,
desde Buenos Aires, comenzaron a realizar misiones de exploración y
reconocimiento llegando hasta las proximidades de la isla Ascensión, a fin de
avistar la flota británica, la Fuerza Aérea Sur hacía frente al problema de
encarar operaciones aeronavales.
“Ahora, a medida que sus unidades aéreas de combate
desplegaban al nuevo esquema, desde sus asientos de paz al litoral patagónico -
operación que, en sí misma, demanda un gran esfuerzo logístico y operacional -
nuestros aviadores de combate practicaban las tácticas y los procedimientos de
ataque a objetivos navales, que hacía años se habían dejado de lado, dado que
la Fuerza Aérea Argentina había sido limitada (en 1969) en esa responsabilidad
aeromarítima y sólo podía actuar con el antiguo armamento diseñado para blancos
terrestres. Un reto a la imaginación profesional”, al decir de Pio Matassi.
Se coordinó con la Armada la realización de ataques
simulados a buques propios, se sacaron a alta mar los destructores de la Armada
Argentina, gemelos a los del tipo 42 que integraban la Fuerza de Tareas inglesa
y que eran el puntal de su defensa antiaérea. Con ellos, se probó todo tipo de
acercamiento con diversos aviones, desde distintos puntos. Durante las primeras
prácticas, los resultados no fueron exitosos, los pilotos no encontraban la
flota, a pesar que se habían establecido coordenadas, ubicación, frecuencias y
todo lo demás, otras veces los aviones eran detectados con mucha anticipación.
¡Que vuelen más bajo! – fue la orden del comando de
la Fuerza Aérea Sur.
Consiguieron evitar la detección por un mayor
tiempo, pero seguían siendo descubiertos, aunque a menor distancia del buque.
¡Que bajen más!
La orden se repitió, hasta que con los aviones
volando casi al ras de la superficie del mar, consiguieron llegar hasta los
buques sin que los radares de éstos repararan en su presencia.
Fue la imaginación, lo que llevó a dar con el plan
para el ataque a la flota británica. Finalmente habían dado con el modo de
atacar, con lanzamiento de bombas convencionales, sobre la flota británica.
Pero quedaba por ver si tales ejercitaciones, podían materializarse en
condiciones operativas reales.
Entonces el Comandante de la FAS solicitó, y le fue
concedida, la primacía total en la selección de los medios, personal y
material, para operar la naciente Fuerza Aérea Sur. Su Comandante también
informó que, no obstante, los problemas que presentaba la situación, si la
guerra finalmente se producía, sus hombres lucharían hasta las últimas
consecuencias, fuesen los que fueren los peligros a enfrentar y las bajas que
se sufrieran. Se pelearía hasta el último avión.
En el Estado Mayor, en tanto, se habían tomado
algunas decisiones respecto a cómo se llevaría a cabo la campaña aérea. Se
había descartado la posibilidad de disputar la superioridad aérea a baja altura
sobre las islas, enfrentando a los aviones Harrier con los Mirage, dado las
limitaciones de combustibles de éstos últimos para operar. Tal decisión dejaba
a la defensa de las unidades propias en Malvinas, primariamente, y casi en
exclusiva, a los medios de la artillería antiaérea allí desplegada.
Otra de las decisiones difíciles: las escuadrillas
propias que arribaran a la zona de Malvinas, en misiones de ataque a los
objetivos navales o terrestres, no contarían con protección aérea real. Si bien
se enviarían aviones de cobertura con misiles aire-aire y cañones, por su
escaso tiempo de permanencia en el área, poco resguardo podría brindar. En
tales condiciones, la advertencia de los controladores de radar, sobre la
aproximación de interceptores Harrier, constituía el principal medio de su
defensa de ataques aire-aire.
En igual sentido, la acción de diversión o engaño
que los aviones interceptores podían ejercer al ser dirigidos hacia los
Harrier, quedaba en manos de los radaristas. Tal recurso, se revelaría
sumamente efectivo en los días de guerra por venir.
El 30 de abril al atardecer, todos los hombres, que
provenían prácticamente de la totalidad de las unidades de la Fuerza Aérea, se
hallaban en una tensa vigilia, listos para enfrentar su hora de prueba.
Informes de inteligencia daban por hecho, un ataque en las próximas horas.
En palabras de Pio Matassi: “Todos siendo uno…con
natural modestia, con algo de elegancia y buena artesanía y que, asidos de la
mano de Dios, se lanzarían a probarse en combate sobre nuestro Atlántico Sur.”
Así lo hicieron. Y tal como puede leerse en el
párrafo 652 del Informe Ratembach, referido al accionar de los Comandantes de
Nivel Táctico: “La Fuerza Aérea Sur, aunque no poseía los medios apropiados y
el adiestramiento necesario para la guerra en el mar, desarrolló operaciones
aéreas incluso inéditas contra los medios navales enemigos. Pese a la
disparidad de fuerzas, le infligió daños fuera de toda proporción con respecto
a los análisis previos de poder relativo (Medios propios, Medios en oposición e
influencia del ámbito operacional)”.
A esta altura cabe preguntarse: ¿Por qué la Fuerza
Aérea Sur tuvo tan sobresaliente participación que mereció el reconocimiento de
todas las Fuerzas Armadas del mundo, incluso la de Gran Bretaña?
Ciertamente existen varios motivos. El primero, sin
lugar a dudas, está dado por el hecho de que todos los miembros de la Fuerza
Aérea Argentina estaban perfectamente consustanciados con la misión de un
soldado en la defensa de la Patria y no dudaron en cumplir con el juramento que
hicieron ante su bandera: “Defenderla hasta perder la vida”.
Segundo, los miembros de la Fuerza Aérea estaban
adecuadamente adiestrados. Durante muchos años la Fuerza Aérea Argentina,
planificó y realizó distintas ejercitaciones de gabinete o juegos de guerra,
con dos bandos oponentes, donde participaban todos, o la mayoría de sus
miembros. Estos ejercicios permitieron un conocimiento profundo entre el
personal que desarrollaba tareas en los Estados Mayores y los de las Unidades
Aéreas. También familiarizó al personal en el manejo de todos los aspectos
logísticos, que, en teoría, serían necesarios para afrontar una situación
bélica. Oficiales, Suboficiales y personal civil se preparaban durante muchos
meses para cumplir una destacada labor.
Con el paso del tiempo, los ejercicios de gabinete
se transformaron en periódicas ejercitaciones prácticas, que incluían el
despliegue de las distintas unidades a las bases de operación previstas en las
planificaciones. De manera que cuando, en 1982, se le ordenó a la Fuerza Aérea
cumplimentar su despliegue, todos los integrantes de los Estados Mayores,
Unidades y escuadrones operativos, estaban perfectamente familiarizados con los
lugares de operación.
El tercer motivo, estuvo dado por el acierto del
Comandante de la Fuerza Aérea Sur, en conformar su Estado Mayor con personal
altamente capacitado para esas funciones. Adicionalmente, el comando de los
escuadrones aéreos de combate estuvo a cargo de pilotos reconocidos
profesionalmente por sus subalternos. Esa situación hizo que las órdenes
impartidas se cumplieran sin discusión.
Fuente: Fundación Malvinas, Malvinas Historias Ocultas de la Guerra,
Ediciones del Boulevard, 2012
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