25 de noviembre de 2018

LA PREPARACIÓN DE LA FUERZA AÉREA SUR


Luego de la recuperación de las islas Malvinas, conforme a la doctrina militar desarrollada para enfrentar un hecho de naturaleza bélica, y ante la posible reacción británica, la conducción estratégica militar argentina creó diversos comandos militares operativos para hacer frente a su defensa.

Uno de ellos fue el Comando Aéreo Estratégico, integrado por medios exclusivos de la Fuerza Aérea, y con una concepción de su misión de carácter defensivo, “ya que no se apreciaba la reacción bélica de Gran Bretaña en toda su intensidad”, al decir del Comodoro Rubén Moro en la Historia del Conflicto del Atlántico Sur - La Guerra Inaudita. Dicho comando implementó, a su vez, el Comando Aéreo del Teatro de Operaciones Sur, destinado a ejecutar aquellas misiones de carácter táctico que fueran necesarias.

En tiempos de paz, el Jefe de la IV Brigada Aérea con base en Mendoza tradicionalmente era también el Comandante, en el aspecto aéreo, del Teatro de Operaciones Sur; era el que apoyaba la maniobra terrestre. Su asiento estaría en la ciudad de Comodoro Rivadavia, y sus bases de despliegue, en toda la Patagonia argentina, desde Trelew a Río Grande. En este caso la designación recayó en el Brigadier Ernesto Horacio Crespo.

Crespo había nacido en San Rafael, provincia de Mendoza. En el año 1948, ingresó a la Escuela de Aviación Militar porque quería ser aviador. Allí le enseñaron principios que son fundamentales, no sólo para un soldado, sino para cualquier persona de bien: amar a la patria, el valor de los símbolos, el respeto, la subordinación, la jerarquía, y una cosa que es muy importante, le enseñaron que el juramento a la bandera no era una mera frase porque sí, sino que era un juramento de sangre, porque el juramento así lo expresa. Esos valores, continuaron creciendo durante su vida profesional y finalmente se exteriorizaron cuando tuvo la difícil tarea de conducir la Fuerza Aérea Sur, durante la guerra del Atlántico Sur.

El día 1º de abril, a las 23.30 horas, el Brigadier fue citado con urgencia al Edificio Cóndor, sede de la Fuerza Aérea Argentina en Buenos Aires, donde le explicaron que en ese momento se estaba desarrollando una operación anfibia con el objetivo de tomar las Islas Malvinas. Para él, esa noticia resultó una tremenda sorpresa. Le informaron que un equipo había trabajado con el máximo secreto; las decisiones ya se habían tomado; un General comandaba el movimiento de traslado anfibio y un Almirante era el Jefe de Teatro de Operaciones terrestre.

Acto seguido recibió la orden de implementar todas las bases de operaciones, y de despliegue que había establecido el Comando Aéreo Estratégico en la Patagonia, es decir Trelew, Comodoro Rivadavia, Río Gallegos, Río Grande, San Julián y Santa Cruz. Recibiría personal y material para hacer ese trabajo.

Cabe mencionar que en el año 1969, mediante la Resolución 1/69, se había determinado el ámbito operacional de las Fuerzas Armadas; el Ejército había recibido la responsabilidad de operar en todo el ámbito terrestre; la Armada en el ámbito marítimo, que incluía la superficie y los espacios  submarino y aéreo sobre esa superficie y la Fuerza Aérea debía ejercer esa responsabilidad en el espacio aéreo sobre la superficie terrestre, el cual se extendía hasta las quince millas de la costa, aunque podía llevar a cabo las operaciones de Exploración Aérea Lejana. Esta Resolución regía, no sólo el adiestramiento de cada Fuerza en su ámbito, sino que también normaba la adquisición del material necesario para ejercer sus responsabilidades.

Antes de retirarse, Crespo preguntó a su superior: “¿Señor Brigadier, me podría decir, si hay guerra, porque yo creo que va a haber guerra, y vienen los ingleses, la Fuerza Aérea tiene que combatir?”. La respuesta fue clara y concisa: “No, porque no es una responsabilidad primaria de la Fuerza Aérea”. Lo cual, por lo expresado en el párrafo anterior, era cierto.

Aún mayor fue su sorpresa cuando requirió la Orden de Operaciones para hacer funcionar su Comando y le contestaron que no existía ese documento, ya que todo se había basado en dos cosas: un Plan de Trabajo, confeccionado secretamente por un equipo integrado por seis oficiales, dos de la Armada, dos de Ejército y dos de la Fuerza Aérea, para la toma de Malvinas, y en un Juego de Guerra, que utilizaron como elemento de juicio.

A su arribo a Comodoro Rivadavia, recibió una copia del Plan de su Comando Superior, que había sido confeccionado a inicios de 1982, sin contemplar el caso Malvinas, pero que establecía algunas de las tareas que le habían ordenado realizar. El plan detallaba la conformación del Estado Mayor con parte del personal que ya había sido trasladado a Malvinas. No obstante, solicitó, y obtuvo la autorización para designar a un nuevo Estado Mayor que fuera de su total confianza, que luego pasó a ser, la Fuerza Aérea Sur (FAS).

Ya en ese momento el Brigadier Crespo tenía el pleno convencimiento que iba a haber guerra, y que los pilotos que tendrían que aceptar esa situación violenta, deberían tener una fuerte conexión con el Comando, a través de un Estado Mayor, integrado por hombres, especialistas en sus áreas, a los cuales respetaran, aceptaran y que además fuesen capaces de hacer lo mismo o mejor que lo que les estaban ordenando. Por ello hizo que viajaran al Sur, los Comodoros José Julia, Juan Manuel Correa Cuenca, Tomás Rodríguez, Rolando Ferri, Manuel Rivero, Jorge Espina, José Marcantoni, y otros oficiales de menor jerarquía, pero de reconocida experiencia. 

En el área de Comodoro Rivadavia, en ese momento convivían siete Comandos, por lo cual era imposible coordinar las operaciones. En lo que respecta a la Fuerza Aérea, se decidió que el Comando Aéreo Estratégico, el Comando Aéreo de Transporte y el Sistema de Defensa se integraran, quedando todos bajo un único comando todos los aspectos defensivos y ofensivos de la guerra aérea.

La Fuerza Aérea Sur desplegó 72 aviones de combate más sus escalones técnicos, artillería antiaérea y tropas para la defensa de instalaciones a las siguientes bases y aeródromos patagónicos:

   El escuadrón de bombarderos Canberra en Trelew.
  Los escuadrones de transporte Hércules C-130, de búsqueda y salvamento, el Escuadrón Fénix, integrado por pilotos militares y civiles y 35 aviones también militares y civiles, estos últimos pertenecientes a distintas empresas argentinas, y un escuadrón de caza interceptora en Comodoro Rivadavia.
   Dos escuadrones de ataque con aviones A-4C Skyhawk y M-5 Dagger en San Julián.
  Un escuadrón de ataque de aviones IA-58 Pucará en Santa Cruz, para realizar tareas de vigilancia y defensa costera, así como para reemplazar las pérdidas de la unidad similar desplegada en las Islas Malvinas.
   Dos escuadrones de aviones A-4B Skyhawk y un escuadrón de caza interceptora en Río Gallegos.
   Un escuadrón de aviones M-5 Dagger en Río Grande.





En las Islas Malvinas, el 29 de abril, fueron desplegados 12 aviones Pucará a la BAM Cóndor, en previsión de un probable ataque masivo a la BAM Malvinas; se mantenían a la orden del Centro de Información y Control, para tareas de reconocimiento ofensivo y ataque a objetivos terrestres, especialmente, para repeler cualquier intento de desembarco por parte de las fuerzas de asalto de la Task Force.

El resto de los aviones de la Fuerza Aérea Argentina permanecieron en sus asientos de paz, listos para producir los reemplazos que fuesen necesarios.

No eran pocos los retos que debía enfrentar la FAS. Prácticamente contra reloj debía, en un muy corto plazo, organizar, adiestrar y planificar sus medios aéreos y terrestres para hacer frente en combate a un enemigo notablemente superior en tecnología y medios; todo ello en un teatro de operaciones predominantemente naval, sin estar dotados ni adiestrados para la lucha en el mar. Esto último era realmente una cuestión relevante, casi la totalidad de los pilotos de la Fuerza Aérea, no habían visto nunca un buque o una embarcación en el mar, ya que por Resolución 1/69, no era su responsabilidad. Para ellos, el perfil de un buque en el mar era una incógnita. Desconocían cómo estaban pintados, qué largo tenían, además debían aprender a distinguirlos con lluvia, llovizna o niebla.

Los integrantes del Estado Mayor tampoco conocían las capacidades del enemigo; no sabían cómo adiestrar a los pilotos en las técnicas particulares de ataque a buques; debían coordinar pruebas operativas; adaptar los sistemas de armas a la tarea que se avecinaba; reconocer las limitaciones propias, que no eran pocas, y buscarles solución; estudiar las posibilidades operativas de sus aviones de ataque, que apenas podían llegar a las islas por la distancia que las separaba del continente; familiarizar a los pilotos con los problemas de la operación sobre el mar y reconocer el archipiélago en vuelos de práctica.

Mientras los aviones Boeing 707 de transporte, desde Buenos Aires, comenzaron a realizar misiones de exploración y reconocimiento llegando hasta las proximidades de la isla Ascensión, a fin de avistar la flota británica, la Fuerza Aérea Sur hacía frente al problema de encarar operaciones aeronavales.

“Ahora, a medida que sus unidades aéreas de combate desplegaban al nuevo esquema, desde sus asientos de paz al litoral patagónico - operación que, en sí misma, demanda un gran esfuerzo logístico y operacional - nuestros aviadores de combate practicaban las tácticas y los procedimientos de ataque a objetivos navales, que hacía años se habían dejado de lado, dado que la Fuerza Aérea Argentina había sido limitada (en 1969) en esa responsabilidad aeromarítima y sólo podía actuar con el antiguo armamento diseñado para blancos terrestres. Un reto a la imaginación profesional”, al decir de Pio Matassi.

Se coordinó con la Armada la realización de ataques simulados a buques propios, se sacaron a alta mar los destructores de la Armada Argentina, gemelos a los del tipo 42 que integraban la Fuerza de Tareas inglesa y que eran el puntal de su defensa antiaérea. Con ellos, se probó todo tipo de acercamiento con diversos aviones, desde distintos puntos. Durante las primeras prácticas, los resultados no fueron exitosos, los pilotos no encontraban la flota, a pesar que se habían establecido coordenadas, ubicación, frecuencias y todo lo demás, otras veces los aviones eran detectados con mucha anticipación.

¡Que vuelen más bajo! – fue la orden del comando de la Fuerza Aérea Sur.

Consiguieron evitar la detección por un mayor tiempo, pero seguían siendo descubiertos, aunque a menor distancia del buque.

¡Que bajen más!

La orden se repitió, hasta que con los aviones volando casi al ras de la superficie del mar, consiguieron llegar hasta los buques sin que los radares de éstos repararan en su presencia.

Fue la imaginación, lo que llevó a dar con el plan para el ataque a la flota británica. Finalmente habían dado con el modo de atacar, con lanzamiento de bombas convencionales, sobre la flota británica. Pero quedaba por ver si tales ejercitaciones, podían materializarse en condiciones operativas reales.

Entonces el Comandante de la FAS solicitó, y le fue concedida, la primacía total en la selección de los medios, personal y material, para operar la naciente Fuerza Aérea Sur. Su Comandante también informó que, no obstante, los problemas que presentaba la situación, si la guerra finalmente se producía, sus hombres lucharían hasta las últimas consecuencias, fuesen los que fueren los peligros a enfrentar y las bajas que se sufrieran. Se pelearía hasta el último avión.

En el Estado Mayor, en tanto, se habían tomado algunas decisiones respecto a cómo se llevaría a cabo la campaña aérea. Se había descartado la posibilidad de disputar la superioridad aérea a baja altura sobre las islas, enfrentando a los aviones Harrier con los Mirage, dado las limitaciones de combustibles de éstos últimos para operar. Tal decisión dejaba a la defensa de las unidades propias en Malvinas, primariamente, y casi en exclusiva, a los medios de la artillería antiaérea allí desplegada.

Otra de las decisiones difíciles: las escuadrillas propias que arribaran a la zona de Malvinas, en misiones de ataque a los objetivos navales o terrestres, no contarían con protección aérea real. Si bien se enviarían aviones de cobertura con misiles aire-aire y cañones, por su escaso tiempo de permanencia en el área, poco resguardo podría brindar. En tales condiciones, la advertencia de los controladores de radar, sobre la aproximación de interceptores Harrier, constituía el principal medio de su defensa de ataques aire-aire.

En igual sentido, la acción de diversión o engaño que los aviones interceptores podían ejercer al ser dirigidos hacia los Harrier, quedaba en manos de los radaristas. Tal recurso, se revelaría sumamente efectivo en los días de guerra por venir.

El 30 de abril al atardecer, todos los hombres, que provenían prácticamente de la totalidad de las unidades de la Fuerza Aérea, se hallaban en una tensa vigilia, listos para enfrentar su hora de prueba. Informes de inteligencia daban por hecho, un ataque en las próximas horas.

En palabras de Pio Matassi: “Todos siendo uno…con natural modestia, con algo de elegancia y buena artesanía y que, asidos de la mano de Dios, se lanzarían a probarse en combate sobre nuestro Atlántico Sur.”

Así lo hicieron. Y tal como puede leerse en el párrafo 652 del Informe Ratembach, referido al accionar de los Comandantes de Nivel Táctico: “La Fuerza Aérea Sur, aunque no poseía los medios apropiados y el adiestramiento necesario para la guerra en el mar, desarrolló operaciones aéreas incluso inéditas contra los medios navales enemigos. Pese a la disparidad de fuerzas, le infligió daños fuera de toda proporción con respecto a los análisis previos de poder relativo (Medios propios, Medios en oposición e influencia del ámbito operacional)”.

A esta altura cabe preguntarse: ¿Por qué la Fuerza Aérea Sur tuvo tan sobresaliente participación que mereció el reconocimiento de todas las Fuerzas Armadas del mundo, incluso la de Gran Bretaña?

Ciertamente existen varios motivos. El primero, sin lugar a dudas, está dado por el hecho de que todos los miembros de la Fuerza Aérea Argentina estaban perfectamente consustanciados con la misión de un soldado en la defensa de la Patria y no dudaron en cumplir con el juramento que hicieron ante su bandera: “Defenderla hasta perder la vida”.

Segundo, los miembros de la Fuerza Aérea estaban adecuadamente adiestrados. Durante muchos años la Fuerza Aérea Argentina, planificó y realizó distintas ejercitaciones de gabinete o juegos de guerra, con dos bandos oponentes, donde participaban todos, o la mayoría de sus miembros. Estos ejercicios permitieron un conocimiento profundo entre el personal que desarrollaba tareas en los Estados Mayores y los de las Unidades Aéreas. También familiarizó al personal en el manejo de todos los aspectos logísticos, que, en teoría, serían necesarios para afrontar una situación bélica. Oficiales, Suboficiales y personal civil se preparaban durante muchos meses para cumplir una destacada labor.

Con el paso del tiempo, los ejercicios de gabinete se transformaron en periódicas ejercitaciones prácticas, que incluían el despliegue de las distintas unidades a las bases de operación previstas en las planificaciones. De manera que cuando, en 1982, se le ordenó a la Fuerza Aérea cumplimentar su despliegue, todos los integrantes de los Estados Mayores, Unidades y escuadrones operativos, estaban perfectamente familiarizados con los lugares de operación. 

El tercer motivo, estuvo dado por el acierto del Comandante de la Fuerza Aérea Sur, en conformar su Estado Mayor con personal altamente capacitado para esas funciones. Adicionalmente, el comando de los escuadrones aéreos de combate estuvo a cargo de pilotos reconocidos profesionalmente por sus subalternos. Esa situación hizo que las órdenes impartidas se cumplieran sin discusión.

Fuente: Fundación Malvinas, Malvinas Historias Ocultas de la Guerra, Ediciones del Boulevard, 2012

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