Por Roberto BRIEND
El mes de abril estaba muy próximo a finalizar.
Hasta ese momento, los tripulan-tes de los Hércules habíamos estado bastante
atareados cumpliendo el traslado, hacia Puerto Argentino, de toda la logística
requerida por las tropas terrestres y que no fue posible transportar por vía
marítima por el peligro que representaba la presencia, en la zona, de
submarinos nucleares ingleses. El puente aéreo ejecutado por la Fuerza Aérea
Argentina, con aquel fin, fue considerado uno de los más grandes desde la
finalización de la II Guerra Mundial, y solamente sería interrumpido por la
proximidad de la Fuerza de Tareas británica.
Después de haber completado catorce vuelos entre
Comodoro Rivadavia y Puerto Argentino, nuestra tripulación fue asignada para
cumplir otras tareas y nos encontrábamos en alerta en la Base Aérea Militar
Comodoro Rivadavia.
Días antes, en las primeras horas del 21 de abril,
el destructor Antrim se había acercado a las costas de las Georgias del Sur; de
él despegaron dos helicópteros Wessex-5 que transportaban tres patrullas de
tropas especiales. Este sería el inicio del ataque inglés a Grytviken.
El día 26 de abril amaneció frío y ventoso, nada
fuera de lo común en la Patagonia para esa época del año. Durante el desayuno,
recibimos una orden escrita emitida por el Comando Aéreo Estratégico,
conteniendo las instrucciones de una misión a realizar. La primera que
recibiríamos durante el conflicto, pero no nos sorprendió. Durante muchos años
nos habíamos preparado profesionalmente con ejercicios operativos, en los
cuales los Estados Mayores emitían estos documentos para ordenar tareas a sus
escuadrones operativos. Las conocíamos, podíamos interpretarlas correctamente y
sabíamos lo que ellas representaban. Esta, en particular, nos hacía presagiar
un largo viaje.
Participaríamos en una insólita misión de bombardeo
que realizarían tres aviones Canberra, guiados por un Boeing 707. El objetivo:
Buques enemigos localizados en las proximidades de las islas Georgias el Sur.
Nuestra tarea: “Llevar a cabo una misión de Exploración y Reconocimiento para
detectar la formación de buques ingleses e informar su posición a la
escuadrilla de aviones Canberra”. Esta tarea, doctrinariamente conocida como
Exploración y Reconocimiento Lejano, era una de las tantas que nuestro noble
C-130 sería llamado a cumplir durante el conflicto.
Tres Canberra, posicionados en su base de
despliegue, fueron adecuadamente preparados para cumplir su misión. Se les
instaló un tanque auxiliar de 3300 litros combustible en el interior de su
portabombas, aumentando a 13000 litros la cantidad de combustible. Esta
configuración reducía su capacidad de bombardeo a solamente dos bombas de 1000
libras cada uno, las que fueron colocadas en sus anclajes externos, bajo las
alas.
Al amanecer despegaron rumbo a la Base Aeronaval de
Río Grande, aeródromo continental más cercano del objetivo, ubicado a 2000
kilómetros de distancia. Allí, sus tripulantes se reunieron con los del Boeing
707 que los apoyaría durante su navegación hacia el blanco. Mientras todo ello
ocurría, nuestro KC-130 despegaba desde Comodoro Rivadavia hacia un punto
ubicado próximo a las islas Georgias. El 707 y los tres Canberra despegaron de
Río Grande pocos minutos antes del mediodía.
Nuestro vuelo se cumplió dentro de los parámetros
normales, enfrentamos una meteorología adversa, pero eso no nos impidió llevar
adelante el vuelo programado. Durante los primeros minutos del vuelo,
coordinamos los detalles de la orden recibida, luego el silencio invadió el
interior del avión, cada uno se dedicó a realizar las tareas de la mejor forma posible,
hablando solamente cuando era necesario. Éramos conscientes que participábamos
en la primera operación de guerra del Conflicto del Atlántico Sur.
Las coordenadas establecidas en la orden recibida
representaban un punto ubicado aproximadamente a 90 kilómetros al norte de la
Bahía de Cumberland, en cuyo interior se encuentra el puerto de Grytviken. Allí
establecimos un patrón de espera manteniendo una altura de tres mil metros. En
nuestro rumbo de aproximación hacia el puerto, hacíamos funcionar nuestro
radar para visualizar los ecos producidos por los buques. Estos, para tener
mejores posibilidades de defenderse, debían abandonar el reparo que les proporcionaba
la bahía. Esa sería la oportunidad que tendrían los bombarderos para realizar
su ataque. Cuando notábamos que los buques comenzaban a salir de la bahía,
iniciábamos un giro y nos alejábamos del lugar.
Luego de realizar dos o tres circuitos, rompimos el
silencio de radio para comunicarnos con el guía de la escuadrilla de Canberra.
Lamentablemente la meteorología en la zona impidió que la singular y compleja
misión se pudiera cumplir. Pocos minutos antes de alcanzar el punto inicial de
ataque, la misión fue cancelada por orden del Estado Mayor de la Fuerza Aérea
Sur.
Los dos bombarderos, que volaban próximos al
extremo occidental de la Isla San Pedro, emprendieron el regreso con proa a
Puerto Argentino, lugar previsto para reabastecerse de combustible. El tercero
había sufrido un temprano desperfecto técnico y debió regresar a Río Grande
poco después del despegue. Reunidos nuevamente con el Boeing 707, y
aproximadamente a unos 150 kilómetros antes de llegar a las Islas Malvinas,
previo meticuloso cálculo de combustible, decidieron dirigirse directamente a
Río Grande. Los tres aviones aterrizaron a las 5.30 de la tarde luego de haber
volado un poco más de cinco horas y recorrido cuatro mil kilómetros. Nosotros
aterrizamos en Comodoro Rivadavia a las 6 de la tarde, tras haber volado diez
horas.
El personal técnico trabajó arduamente hasta altas
horas de la noche para acondicionar nuevamente los aviones, ya que las
previsiones indicaban que la misión se repetiría al día siguiente.
A mediodía del día 27 de abril, con los aviones en
cabecera de pista, listos para despegar, con mejores condiciones
meteorológicas, con un planeamiento minucioso y con información de la ubicación
de los blancos, se nos ordenó suspender la misión. Los Canberra regresaron a su
base de despliegue, el B-707 y el KC-130 quedarían listos para realizar otras
misiones.
De esta forma se frustró la que podría haber sido
la primera misión de ataque contra la flota inglesa. De haberse concretado, la
fecha del Bautismo de Fuego de la Fuerza Aérea Argentina, hubiese sido otra. A
pesar de ello, durante el desarrollo del Conflicto, los escuadrones aéreos
involucrados en esta operación, demostraron sobradamente la valentía de sus
tripulaciones, hecho que fue públicamente reconocido por los propios ingleses.
Sin saberlo, aquel vuelo del TC-69, se constituiría en el primer antecedente
de los célebremente conocidos como “Vuelos Locos”, realizados durante todo el
conflicto y que llevarían al triste derribo del TC-63, ocurrido el 1 de junio
de 1982.
Tripulantes del KC-130 TC-69
Comandante de aeronave: Capitán D. Eduardo SENN
Copiloto: Mayor D. Roberto BRIEND
Navegador: Vicecomodoro D. Eduardo Rafael GOMEZ
Primer mecánico: Suboficial
Mayor Vianey Modesto CUFRÉ
Segundo Mecánico: Cabo Principal
Carlos Antonio GOLIER
Primer OSEA: Suboficial
Auxiliar Héctor Antonio SOSA
Segundo OSEA: Suboficial
Principal Julio Jesús LASTRA
Pararrescate: Suboficial
Ayudante Luis Oscar MARTÍNEZ
Fotógrafo: Cabo Primero Eduardo Domingo BORDENAVE
Tripulantes del Boeing 707 TC-92
Comandante de aeronave: Vicecomodoro D. Jorge RICARDINI
Copiloto: Vicecomodoro
D. Rubén MONTENEGRO
Navegador: Vicecomodoro
D. Adrián SPERANZA
Mecánico: Suboficial
Principal Armando ROSALES
OSEA: Suboficial
Mayor Miguel DIAP
Tripulantes de los Canberras MK 62
B-105
Piloto: Mayor
D. Ramón VIVAS
Navegador: Mayor
D. Aldo ESCUDERO
B-109
Piloto: Primer
Teniente D. Mario BAEZA
Navegador: Primer
Teniente D. Jorge CARDO
B-108
Piloto: Primer
Teniente D. Ricardo SPROVIERO
Navegador: Primer
Teniente D. Hugo Alberto MORENO
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