25 de noviembre de 2018

LOS ACUERDOS DE 1971 Y LA MISIÓN DE LOS REPRESENTANTES ARGENTINOS EN MALVINAS


Inglaterra y la Argentina firmaron el 1 de julio de 1971, luego de haber realizado varias rondas de negociaciones, un acuerdo conocido como Declaración Conjunta de Buenos Aires; posteriormente, el 5 de agosto, nuestro país aceptó también la “Nota Reversal”, redactada por el gobierno inglés.

Como consecuencia de ese acuerdo, se tomaron varias medidas: la construcción de un aeródromo, la implementación de un servicio aéreo argentino a las islas, la creación de un documento especial para los viajeros de ambos países “White card” (Cedula blanca). Se incrementó el comercio y las comunicaciones postales, telefónicas y telegráficas. Se instaló una agencia de Líneas Aéreas del Estado (LADE), a cargo de la Fuerza Aérea Argentina, donde trabajaban tres argentinos y dos malvinenses. El Ministerio de Educación, por su parte envió dos profesores de lengua española.

Argentina construyó también una planta para YPF y envió a tres especialistas para su atención. Gas del Estado proveía garrafas y cilindros que eran llevados a Malvinas a través de transportes navales de la Armada Argentina, que cumplían un servicio regular cada tres meses. Esos buques también transportaban alimentos para ganado y comestibles diversos.

Todas las acciones que incluían estos acuerdos mejorarían notablemente la vida de los malvinenses, aunque ellos no quisieran reconocerlo de inmediato y, a su vez, permitieron un acercamiento argentino a las islas.

Obviamente quienes comercializaban todos aquellos productos, cada vez más demandados, era la Falkland Islands Company

Ese mismo año, y para controlar la correcta implementación de estas medidas, se designó un Representante Argentino ante la Comisión Consultiva Especial residente en las islas Malvinas. Cumplieron esa función los Vicecomodoros César Alberto de la Colina, Carlos Felipe Bloomer Reeve, Rodolfo Abel Carnelli, Eduardo Julián Canosa sucesivamente. En enero de 1980, llegó a Puerto Stanley para desempeñarse en tal cargo el Vicecomodoro Héctor Ricardo Gilobert.

Funcionalmente dependía del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, orgánica y administrativamente de LADE y mantenía sus vínculos institucionales con el Departamento Políticas de la Jefatura III Operaciones del Estado Mayor General de la Fuerza Aérea Argentina.

Sus funciones eran estudiar, analizar y solucionar, conjuntamente con el Representante británico, los problemas operativos o de interpretación que surgieran de la aplicación de los Acuerdos de 1971. Debía, asimismo, coordinar las actividades de todos los organismos que el Estado Argentino había establecido en las islas.

Héctor Gilobert y su familia se adaptaron inmediatamente a la vida en Malvinas. Deportistas y amantes de la naturaleza, el frío no los asustaba, ya que vivían con todo confort y con mucha tranquilidad. Para su esposa, Teresita, profesora de inglés, vivir en una comunidad angloparlante era un sueño hecho realidad. En ese lugar, que parecía tan inhóspito, ella, mujer valiente, pudo concretar otro anhelo, después de tres varones tuvo una hermosa niña.

Gracias al dominio del idioma, pudieron comunicarse y entenderse perfectamente con los malvinenses cosa que no era muy fácil pues como en su mayoría eran descendientes de escoses, galeses e irlandeses desconfiaban tanto de los argentinos como de los ingleses. Los niños entablaron sólidos lazos de amistad con sus compañeros de escuela que hasta el momento perduran. Socializaron sin dificultad con los isleños y con las nuevas autoridades inglesas que también acababan de llegar a las islas: el Gobernador, el Secretario de Gobierno y el Pastor anglicano.

Gilobert, el Gobernador Rex Hunt y su Secretario trabajaban en estrecha cooperación resolviendo con toda rapidez los problemas que se presentaban cada día. La predisposición que presentaban las autoridades británicas era indudablemente favorable al fortalecimiento de las relaciones entre malvinenses y argentinos, a pesar de la presión que ejercían grupos opositores, liderados por los miembros de la Falkland Islands Company

Las hostilidades quedaban a nivel de ese grupo y de los gobiernos de los respectivos países. Ni el tema de la soberanía ni el tema territorial afectaban su desempeño ni sus relaciones, entendían que para ambas partes era mejor llevarse bien y solucionar los problemas que afectaban a toda la población.

De pronto, Inglaterra comenzó a dar muestras de querer solucionar la disputa por las islas. Para ello proponían el Lease back, o sea arrendar las islas por un largo período. “Cuando un alto funcionario del Foreign Office viajó a las islas, sin dudas estaba convencido de que su propuesta sería rápidamente aceptada, ya que desde el punto de vista de un observador desapasionado lucía como lógica y conveniente para todas las partes”.

Obviamente a los integrantes de la Falkland Islands Company, que se enriquecían manejando la economía de las islas, no tenían ningún interés en esta postura.

De nada sirvió que YPF proveyera de petróleo, gas oíl y nafta a todos los malvinenses, tampoco los conmovió que les trajeran semanalmente en los vuelos de LADE encargos de todo tipo sin costo alguno (desde medicamentos hasta arreglos de zapatos)

Tampoco contribuyó que Gilobert organizase los vuelos de LADE para que los malvinenses pudieran viajar desde Puerto Stanley a Ezeiza y, sin pernoctar, continuaran el vuelo a Londres

La Argentina becaba a los adolescentes para que pudieran estudiar en colegios británicos en la Argentina beneficio que luego se extendió al Liceo Aeronáutico Nacional, en Rosario. El joven que la obtuvo, Paul Betts, terminó su carrera, se casó con una argentina y nunca más regresó a Malvinas.

El funcionario argentino intuía que la generación de adultos no quería dejar de depender de Inglaterra, pero confiaba que, con medidas adecuadas, paulatinamente las próximas generaciones se sentirían más inclinadas hacia la Argentina.

Cuando Mr. Rowland llegó a Malvinas con la propuesta del Lease back, la mayoría de la población lo recibió con disgusto y pancartas que decían: “Vete con la propuesta del Lease back a otro lado”.

La audiencia pública que se realizó con ese funcionario y los habitantes de Puerto Stanley, fue a puertas cerradas y sin la presencia de la autoridad argentina. El fracaso fue total para el inglés. La negativa a la propuesta que traía fue rotunda. Los kelpers querían solamente “relaciones comerciales” con los argentinos.

¿Cómo se supo todo esto?, porque el desarrollo de la asamblea se transmitió por radio local para que todos los habitantes del interior supieran lo que se estaba tratando.

Obviamente los argentinos de las islas escucharon toda la transmisión. Gilobert inmediatamente mandó un informe a las autoridades de Buenos Aires, quienes con Galtieri a la cabeza comenzaron a urdir un plan.

Pocos días después en una cena, Hunt le transmitió a Gilobert su inquietud por las medidas que pudiera tomar el gobierno militar encabezado por Galtieri, a quien no le tenía mucha simpatía.

Posteriormente en la cena de despedida del Representante argentino, el Gobernador volvió a manifestar su desconfianza, pero el oficial de la Fuerza Aérea lo tranquilizó asegurándole que sus dudas eran infundadas.

Terminada su misión, y ya de regreso en Buenos Aires el Vicecomodoro fue llamado a una reunión en el Estado Mayor de la Fuerza Aérea. El Brigadier Sigfrido Plessl le informó sobre la decisión de recuperar las Islas Malvinas y le pidió que guardara el máximo secreto. Siguieron luego otra serie de reuniones con oficiales del Ejército y Armada.

Por el conocimiento que poseía de las islas y de sus habitantes, por su buena relación con las autoridades británicas le asignaron la tarea de mantener informado al Estado Mayor sobre la situación en Malvinas, efectivos, grado de conocimiento, apresto, actitud de la población y todo aquello que resultara útil antes del desembarco; en vísperas del desembarco, comunicarme con la Fuerza de Tareas Naval para aportar la información que pudiera haber recogido y organizar, con el personal argentino, una patrulla para infiltrarse en la zona del aeródromo y desde allí apoyar el asalto aéreo mediante el señalamiento y guiado.

Arribó a Puerto Stanley el 30 de marzo de 1982, con la excusa de que venía a evaluar el estado de las oficinas de LADE, que habían sufrido un atentado.

Al día siguiente fue recibido por las autoridades que en ese momento estaban muy preocupadas y analizando un mapa de las islas. Hunt reiteró sus sospechas de un posible conflicto. Obviamente los ingleses tenían espías en Buenos Aires que transmitían los planes argentinos. Ese mismo día, a las 1900 horas, por la radio local se difundió la noticia que la flota argentina navegaba hacia Puerto Stanley.

Gilobert y Gamen, su sucesor en el puesto de Representante, se instalaron en la casa de este último a planificar sus actividades.

El 1 de abril, los dos fueron invitados a cenar a la casa del meteorologista del aeropuerto, una manera cortes y elegante de mantenerlos vigilados. Mientras tanto la tensión era palpable en la ciudad, se había bloqueado la pista y colocado guardias en las casas de los argentinos. Al regreso de la cena se encontraron con cuatro hombres armados alrededor de la casa. Los habían puesto tácitamente bajo arresto domiciliario.

En vano trataron de comunicarse con las fuerzas navales, pero luego de escuchar el ruido de las armas supieron que el asalto anfibio había comenzado.

Con el palo de una escoba y enarbolando un repasador blanco, a manera de improvisada bandera de tregua, Gilobert se dirigió, en medio del fuego, hacia la casa del gobernador, distante a unos trescientos metros. Consiguió llegar y entrar al vestíbulo, fue recibido por el Mayor Norman, luego por Hunt y Baker. La sala mostraba un enorme desorden y había un denso humo producido por documentación que estaban tratando de quemar.

“Hunt le increpó: ¡Héctor, tome contacto con su comandante y dígale que, en nombre de la Corona, exijo el inmediato cese del fuego y el retiro de las tropas invasoras... y continuó como si recitara una fórmula”.

Trató de hacerle entender que por lo desproporcionado de las fuerzas la situación en que se encontraban era insostenible, le expresó además que las tropas argentinas tenían instrucciones de no producir, dentro de lo posible, bajas entre los efectivos británicos y que el todo personal sería tratado con todo respeto.  Aquellos argumentos no convencieron a Hunt de aceptar la capitulación, pero ante la desigualdad de las fuerzas, el inglés no tuvo más remedio que aceptar la capitulación. Gilobert y Baker se dirigieron entonces hasta la radio local y allí el argentino explicó, primero a los malvinenses sobre lo que estaba pasando y les infundió tranquilidad; luego se dirigió al Jefe de la flota, Contraalmirante Busser, para que se encontraran en un punto de la ciudad e ir juntos desde allí a la casa del gobernador. En ese momento aterrizaba un Hércules, el jefe de policía presente exclamó: “Todo ha terminado”.

El encuentro entre el marino argentino y el gobernador inglés fue muy breve y terminó con la rendición de Hunt y un apretón de manos entre ambos contendientes.

De inmediato, en un clima de total confusión, Hunt dijo: “Hay heridos que debemos socorrer. Corrieron hacia la parte de atrás de la casa, donde estaban caídos los cuerpos de algunos combatientes argentinos. A todo esto, las tropas bajaban en tropel desde la colina y se mezclaban con los soldados ingleses, sin saber qué hacer ni entender lo que pasaba.

Ayudado por el Mayor de los Marines, Gilobert cargó a uno de los heridos en un vehículo Land Rover y partieron velozmente hacia el hospital. Posteriormente se enteraría que se trataba del Capitán de Corbeta Pedro E. Giachino, quien falleció pocos minutos después.


En esos momentos la confusión era alarmante, ya que de todas direcciones convergían hacia la casa de gobierno, tanto las tropas argentinas como las británicas, sin tener en claro cuál era la situación; agotados pero muy nerviosos se cruzaban con sus armas cargadas y amenazantes”.

Ese 2 de abril amaneció claro y soleado, a las 08.30 horas se procedió al izamiento de la bandera argentina en el mástil de la casa de gobierno. El comandante de las fuerzas terrestres exigió que se repitiera la ceremonia de rendición, esta vez en el Town Hall, con la presencia de la prensa. Gilobert, que hasta ese momento había actuado como traductor oficial, fue desplazado de la escena y reemplazado por un marinero (la foto debía ser histórica y él no tenía previsto un lugar en ella).

Esta vez Hunt rechazó la diestra que le ofrecía el General García, en esas circunstancias públicamente no podía estrecharle la mano al enemigo. Entre el ofuscamiento de uno y la tozudez del otro que repetía lacónicamente la fórmula para que se retiraran las tropas argentinas, se produjo una situación muy tensa. Finalmente, el gobernador fue deportado esa misma tarde.

El día 7 de abril arribó a Puerto Argentino el General de División Mario Benjamín Menéndez, quien había sido designado para cumplir las funciones de Gobernador Militar de las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur. Ese mismo día, el General de División Osvaldo Jorge García, procedió a ponerlo en posesión del cargo. El Acta correspondiente fue firmada por un grupo de prestigiosas personalidades representantes de todos los sectores políticos y de la sociedad argentina que viajaron especialmente a Puerto Argentino para avalar el acto de posesión.

Después del 2 de abril, Gilobert permaneció en Puerto Argentino integrando el Estado Mayor del Componente Aéreo Malvinas al mando del Brigadier Luis Guillermo Castellano. Fue hecho prisionero de guerra y regresó al continente el 15 de julio de 1982. Alcanzó la jerarquía de Brigadier; desempeñó distintas funciones en el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas. Fue Comandante de Operaciones Aéreas. Solicitó su pase a situación de retiró el 2 de diciembre de 1992. Actualmente vive en Córdoba. Su espíritu intrépido y deportista no ha decaído en absoluto; en el año 2009 cruzó la Cordillera de los Andes a pie y en el año 2010, junto a su esposa, lo hizo a caballo.

Fuente: Fundación Malvinas, Malvinas Historias Ocultas de la Guerra, Ediciones del Boulevard, 2012

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