La madrugada del 21 de mayo de 1982 las tropas británicas
ingresaban en el estrecho de San Carlos. Allí, un Equipo de Combate de más de
60 hombres enfrentó el desembarco masivo con heroísmo y bravura. La historia de
los festejos de sapucai y los 21 días de marcha de la sección “Gato”
Por Milton Del Moral
En el desembarco de San Carlos, las bajas de las fuerzas
británicas se estimaron en más de diez y cuatro helicópteros fueron anulados:
dos destruidos y dos averiados
Carlos Daniel Esteban nunca había sentido nada parecido. No
recuerda exactamente cuánto le duró el efecto. Sabe que nunca, antes y después
de ese viernes, había experimentado un impulso así. Estaba en el puesto de
comando hablando por radio con el comandante de la III Brigada de Infantería,
el general Parada, emplazado en Puerto Argentino y describiendo lo que veían
sus ojos. La bruma se había disipado y el 21 de mayo de 1982 amanecía
intrépido. Los nervios lo invadían, no lo dominaban. La comunicación, serena y
pormenorizada, retrató lo que estaba por suceder: el desembarco masivo de las
tropas británicas en las Islas Malvinas.
Eran las ocho de la mañana en el Atlántico Sur. Uno de los
soldados observadores bajó corriendo de los sitios de altura, agarró una caja
de fósforos marca Fragata y le juró que acababa de ver uno igual, pero real,
ingresando por el estrecho de San Carlos. El por entonces Teniente Primero a
cargo del Equipo de Combate Güemes tomó los binoculares, al soldado Gabriel
Massei y se dirigió a su puesto de observatorio. Comprobó que el Canberra era
algo más majestuoso que el navío que decora la caja de fósforos y que aquello
para lo que se habían preparado era inminente.
“Cada uno exterioriza lo que le pasa a su forma. Yo, cuando
estaba hablando con el comandante, tenía una pierna que se me movía y no la
podía controlar. Massei y yo éramos los únicos que habíamos visto la magnitud
de lo que se venía. Nunca me pasó que una parte del cuerpo me temblara así. Era
una sensación muy extraña, como si me hubiese agarrado Parkinson en una
pierna”, relató. Luego, aprendió que ese estremecimiento es habitual, pasajera
y se denomina “pata de conejo”. Su cuerpo había somatizado la agitación y el
miedo del instante más trascendente de su carrera militar.
Carlos Daniel Esteban fue condecorado con la medalla de
"La Nación Argentina al Valor en Combate" por "ejecutar al
frente de una fracción de su compañía acciones de combate ante enemigo con
superioridad material, en la zona de San Carlos, al que ocasionó importantes
bajas"
El Teniente Primero lo describe como una escena de película.
“Una mini Normandía”, explicó. La niebla que se retiraba dejaba entrever la
ofensiva británica, 49 días después del arribo de las tropas argentinas a las
islas. Había destructores, fragatas, cerca de catorce buques, decenas de
helicópteros, lanchones desplegándose y en el medio la silueta imponente del
Canberra. La relación de fuerzas era ampliamente desfavorable: una flota de 6000
hombres contra una modesta compañía de 42 combatientes.
El 15 de mayo se habían desplazado hacia la Bahía de San
Carlos, el estrecho marítimo entre la Isla Gran Malvina y la Isla Soledad. Las
tropas británicas ya habían consolidado un cerco aéreo y naval alrededor del
archipiélago. Por la geografía natural del lugar y por las advertencias del
equipo de inteligencia, las probabilidades de desembarco eran altas. La primera
opción era el ataque directo frente al Puerto Argentino. “Pero finalmente
decidieron atacar por líneas interiores -contó-. Nosotros teníamos protección
natural con las alturas que nos rodeaban, pero sabíamos que nos podían atacar
primero por ahí”.
La resistencia se nutría de un Teniente, dos Subtenientes y
64 soldados del Regimiento de Infantería 25: más de 40 provenían del sur de la
provincia de Córdoba y un cuerpo de 20 infantes habían nacido en Corrientes.
Eran tiradores más un equipo de apoyo con tan solo 45 días de adiestramiento
militar. Tenían el encargo de tres misiones en San Carlos: dar alerta temprana
del desembarco, mantener bajo control la población kelper de la ciudad e
impedir el acceso de buques enemigos por el estrecho.
“Lanzaron el desembarco sin haber hecho una exploración
previa porque pensaban que allí no había nadie -interpretó el Teniente Primero-.
Ese fue un pequeño triunfo nuestro. Habíamos aplicado medidas de velo y engaño:
los isleños seguían arriando el ganado, las chimeneas humeaban y les habíamos
sacado las radios a todos”.
Es mayo de 1982, apenas unos días antes del desembarco
inglés en el estrecho de San Carlos. Una unidad de comandos de la Compañía 601,
al mando del Mayor Mario Castagneto, aborda un helicóptero para controlar los
alrededores del estrecho. Uno de los comandos carga en su espalda un misil
tierra-aire Blow Pipe con el que fueron derribados varios aviones y
helicópteros ingleses (Eduardo Farré)
Los soldados argentinos les habían quitado las 110 radios y
los pocos vehículos a los habitantes. Asumieron también el cargo en los puestos
de control del agua y la electricidad para evitar sabotajes. Los británicos
debían pisar las islas para traducir su poderío en tierra. “No hay ejemplos en
la historia militar de una fuerza que haya triunfado en una zona insular sin
tener superioridad marítima y aérea”, escribió el ex jefe del Ejército
Argentino y veterano de la Guerra de Malvinas, Martín Balza. Esteban acredita
esa apreciación: “Siempre tuve en claro desde el día en que desembarcamos es que,
si le dábamos tiempo a llegar, entrábamos en guerra. Inglaterra no iba a
permitir ese cachetazo. Estaba seguro de que, si venían, la isla tarde o
temprano caía, pero no se lo iba a decir a los soldados”.
Ese viernes bisagra, a las ocho de la mañana, a sus 28 años,
con su hijo Santiago de seis meses en su casa y en su conciencia, el Teniente
primero estaba en la víspera de su bautismo de fuego. Al comandante en Puerto
Argentino le recreó la ofensiva que avanzaba por la boca norte del estrecho y
le pidió desesperadamente el apoyo de la fuerza aérea. “Rompo las
comunicaciones y procedo a defender el lugar”, impartió. Para el Teniente Primero
Esteban, la guerra ya se estaba jugando. “Ellos pensaron que iban a bajar y
empezar a caminar y que nosotros íbamos a replegarnos automáticamente. No para
pintar una postura sanmartiniana, pero en ese momento no teníamos la idea de la
rendición. Aunque en una situación tan desfavorable, lo único lógico era
rendirse”, expresó.
Se desplegaron en sus posiciones preparadas y empezaron a
escuchar los helicópteros acercarse. Las lanchas ya habían depositado en tierra
firma a los primeros ingleses. Habían pasado tan solo cinco minutos desde el
avistamiento. Cuando distinguen al primer Sea King, ordenó “¡fuego libre!”.
“Comenzaba la acción”, recordó. No significa ese el retazo más significativo de
su memoria. Lo era el despliegue descomunal del enemigo desde su puesto de
altura y la epifanía de su final. “Yo sabía que era una misión suicida”, dijo.
Pero no todos lo sabían.
El Subteniente Reyes, en su repliegue táctico, dijo haber
divisado al menos 17 buques británicos en las inmediaciones de la boca norte
del estrecho de San Carlos
“Mi compañía comenzó a combatir a lo que veía, y solo veían
los helicópteros”, narró. Él y el soldado Massei eran los únicos que sabían lo
que había detrás de los puestos a resguardo. El primer helicóptero, con tropa y
municiones, aterrizó averiado con incendios internos. Primera micro-proeza. El
fuego reunido atacó un Gazelle que se dirigía a sus posiciones: derribado, se
hundió en la bahía. Repitieron la concentración de los disparos en otro
Gazelle, que cayó en llamas a una distancia de diez metros. Un tercer Gazelle
los ubica en una nueva posición en altura, donde se había replegado: los
soldados responden, el helicóptero se incendia y el piloto logra maniobrar el
descenso.
“En la compañía teníamos unos correntinos que no sabían nada
de lo que yo había visto. Cada vez que caía un helicóptero, escuchaba unos
sapucai y unos gritos de alegría”, contó el Teniente. Los soldados se sentían
invencibles: creían que no se enfrentaban a un enemigo invulnerable. Caía fuego
cruzado de artillería naval mal dirigido ya sin la orientación de los
helicópteros. El Equipo de Combate Güemes percibía una tensa calma: ya no
tenían más nada que hacer ahí.
Sin ninguna baja y con la algarabía de haber debilitado la
capacidad del enemigo, emprendieron un repliegue sigiloso. El jefe de la
compañía decidió marchar hacia Puerto Argentino. “No me olvido más. Rumbo grado
81”, dijo. A los tres días, encontraron la Estancia Douglas Paddock, donde
decidieron recluirse y encender la radio para comunicarse con el comandante de
la brigada. El 25 de mayo de 1982, en medio de la ofensiva británica, los 42
hombres formaron para celebrar el aniversario de la Revolución de Mayo ante la
mirada de los kelpers. Al día siguiente, siete helicópteros los recogieron para
regresar a la base.
El 25 de mayo de 1982, los 42 hombres del Equipo de Combate
"Güemes" formaba para celebrar la Revolución de Mayo en un paraje de
las Islas Malvinas durante el conflicto bélico
La altura 234 y la marcha de 21 días
Lo que al Equipo de Combate Güemes le demandó tres días de
marcha y un vuelo en helicóptero, a la sección “Gato” le costó 21 días y la
rendición. Tras su arribo al área de San Carlos, el Teniente Primero Daniel
Esteban dispuso un elemento adelantado para alertar y emboscar un potencial
desembarco inglés. El martes 18 de mayo, el Subteniente Roberto Oscar Reyes
debía relevar al Subteniente José Alberto Vásquez en la denominada altura 234 o
Fanning Head, según la cartografía británica. La sección “Gato” se componía de
cuatro suboficiales y 15 soldados: el grupo de 21 infantes marcharon 14
kilómetros hacia la punta del estrecho con la misión de “dar alerta temprana a
la Fuerza y, reforzados con armas pesadas, emboscar a las fuerzas inglesas que
pudieran ingresar por el canal”.
“La noche previa se presentaba como las anteriores, es decir
helada y con poca visibilidad, no se veía a dos metros”, relató Reyes, quien
por entonces tenía 25 años y cuatro de entrenamiento militar. Media hora antes
de que el jueves se hiciera viernes, un soldado alistado en un puesto de
seguridad le informó que escuchaba ruidos en el canal: eran conversaciones en
inglés y señales acústicas que provenían desde la punta del estrecho. El Subteniente
ratificó la sospecha: embarcaciones navegaban en silencio y con luces apagadas
en dirección a San Carlos.
El cuerpo de soldados disponía de dos morteros 81 mm y dos
cañones sin retroceso 105 mm para operar la emboscada. Reyes impartió órdenes
de apresto para el combate y alertó una inminente apertura del fuego. Pero lo
primero que intentó fue entablar comunicación con el Teniente Primero Daniel
Esteban, en puesto de comando de San Carlos. Las baterías de la radio, luego de
tres días a la intemperie del frío, tenían poca carga: la llamada llegaba, los escuchaban,
pero no podían ser recibidos. “Aquí Gato, aquí Gato”, decían sin suerte.
"Algunos decían que los ruidos que escuchaban eran los
ingleses atacando a los hombres de Reyes, otros decían que las bombas provenían
de un combate cercano. De todas maneras, era inevitable que desembarcaran en
San Carlos. Nosotros ni siquiera éramos una compañía, éramos una sección
reforzada", dijo el Subteniente Roberto Reyes
Minutos después de las dos de la mañana del viernes 21 de
mayo, el bautismo de fuego. Los buques estaban al alcance de los morteros, pero
la visión era casi nula. “Se apreciaban algunas luces indebidas en cubierta y
la nitidez de algunas conversaciones que por el agua se propagaban, la flota
continuaba sigilosa y al parecer no nos habían detectado”, describió Reyes.
Ordenó abrir fuego con los morteros empleando proyectiles de iluminación para
determinar la ubicación exacta y mejorar la eficiencia de los cañones. Pero la
estrategia no funcionó y el efecto sorpresa se desperdició: los proyectiles no
iluminaron la trayectoria y quedaba expuesta su posición por la deflagración
del disparo.
“Desde que comenzó el fuego hasta las tres de la mañana
aproximadamente ordené varios cambios de posición hasta agotar la munición de
morteros. A partir de allí la reacción enemiga fue más intensa”, reprodujo el Subteniente
en un escrito personal. El fuego enemigo empezaba a acertar la ubicación de los
soldados argentinos. Era hora de la retirada: “Ordené iniciar los preparativos
para el repliegue. Estaba convencido que habíamos cumplido con la misión de
alertar a nuestras fuerzas y emboscar a los ingleses”.
En perfecto español, desde una patrulla terrestre inglesa un
vocero los intimidaba a entregarse. “Nos decían que eran parte de un Batallón
que había desembarcado y que no nos harían daño si nos rendíamos, que nos
encontrábamos rodeados y que no podríamos salir del lugar, que debíamos
entregar las armas. Esta acción psicológica de los ingleses generó en todos
nosotros lo contrario, es decir, el deseo de desprendernos, replegarnos y poder
reunirnos con nuestras fuerzas en San Carlos”, relató Reyes. Fueron más de tres
horas de ataque discontinuo y variado pero sostenido.
La flota británica tenía 6.000 hombres. Los combatientes
argentinos en San Carlos eran apenas más de 60
De los 21 combatientes, quedaron solo 11. Los heridos y
desaparecidos en el fragor del repliegue y la contraofensiva habían sido
capturados como prisioneros de guerra: ninguno había muerto. Los seguían
buscando y estaban tan cerca que les resultaba increíble que no los vieran. Les
quedaban una munición de 40 tiros por hombre. Su escondite fue platea
preferencial para observar el despliegue aéreo de los aviones argentinos contra
la flota británica de 17 buques.
A la primera noche emprendieron marcha rumbo sudeste hacia
Puerto Argentino: emplearon el método “línea de costa”. Caminaban de noche
cerca de 3 kilómetros diarios. “No contábamos con más abrigo que la ropa
puesta. La bruma húmeda y espesa estaba siempre presente, por momentos se
confundía con una llovizna fina y helada”, narró el Subteniente. El miedo y el
principio de subsistencia escondían el hambre y la angustia. Para huir de una
fracción de 15 soldados ingleses, debieron cruzar un brazo de mar con soldados
que no sabían nadar. Perdieron fusiles, el Cabo Hugo Godoy casi se ahoga, pero
lo peor fue saldo posterior: la ropa mojada y la garantía de un frío
permanente.
El pie de trinchera y la gangrena avanzaban rápidamente en
tres soldados. Godoy, Moyano y Cepeda necesitaban asistencia médica con urgencia.
Quedaron a cargo de Clot, el que mejor estado físico tenía, con comida para dos
días, un maletín de primeros auxilios y la orden de demorar un día la búsqueda
del enemigo para darle tiempo a los siete combatientes restantes de seguir con
su proeza.
La flota británica fue sometida a bombardeos por la Fuerza Aérea
Argentina en vuelos rasantes. Pudieron cumplir la misión Sutton de asegurar una
cabeza de playa en San Carlos, pero perdieron varias embarcaciones y
helicópteros
Tras una marcha de 5 noches, llegaron a un caserío
identificado como New House, aparentemente deshabitado. “Conformábamos un grupo
realmente lastimoso. Las ropas hechas jirones, enfermos, el rostro deformado
por los sufrimientos. Ninguno tenía más de 25 años, pero aparentábamos ser un
grupo de ancianos vagabundos”, contó Reyes. En el día 21 de la epopeya para
llegar a las propias líneas, los despertó una sección completa que había
trazado un cerco sobre su posición: un kelper oculto en la finca los había
delatado.
“Desde una posición en el galpón, tenía apuntado a un soldado
inglés y les pedí a mis hombres que hicieran lo mismo con otros, pero que no
dispararan hasta que yo lo indicara”, describió. Reyes se denomina un
“profesional de la guerra”: “Estaba preparado para lo peor y si hubiese
ordenado abrir el fuego, esos soldados que estaban en las últimas lo habrían
hecho. Pero me di vuelta y los vi, habíamos perdido la aptitud para combatir,
estábamos sin capacidad para resistir el menor ataque y salir de la
instalación. Consideré que este era el final de nuestra guerra, había llegado
el momento de entregarme, caminé hacia afuera y dejé el arma”.
La sección “Gato” nunca pudo regresar a Puerto Argentino ni
reencontrarse con el Equipo de Combate Güemes. Era el 11 de junio de 1982: 3
días después terminaría la Guerra de Malvinas. El desembarco en San Carlos es
motivo de orgullo para el Teniente Primero Carlos Daniel Esteban y para el Subteniente
Roberto Oscar Reyes. Poco importa que la maniobra haya sido exitosa para las
tropas británicas. Síntomas de una guerra inverosímil.
Fuente: https://www.infobae.com
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