Sus
cuidados trajeron de regreso a nuestros veteranos y los testimonios de los que
cayeron heridos resignifican su trabajo, ¿qué tienen para contar estos
profesionales sobre el trabajo de la sanidad militar en la guerra?
Por
Patricia Fernández Mainardi
El
doctor Cucchiara y una imagen que refleja la habilidad de los médicos para
atender a los heridos en tiempos de guerra. Foto: Gentileza Juan Cucchiara.
Hacia
el final de la guerra, los británicos buscaron el control de las alturas. Las
unidades militares desplegadas en los montes cercanos a Puerto Argentino fueron
las más afectadas. En ese contexto, los heridos eran evacuados –a oscuras, a
pie y desde las alturas– a Puerto Argentino. Finalmente, también serían
atendidos en el Busque Hospital ARA “Bahía Paraíso” o en el rompehielos
“Almirante Irízar”. Los veteranos Daniel Orfanotti y Manuel Villegas describen
el ambiente en el que debieron atender los médicos cuando ya la guerra estaba
por llegar a su fin. Ellos, al igual que muchos otros, cayeron heridos en los
combates decisivos.
Orfanotti,
soldado clase 63 del Regimiento de Infantería 1 “Patricios”, cruzó a las islas
con un rol definido: apuntador de ametralladora. Su compañero, el abastecedor,
no era otro que el soldado Claudio Alfredo Bastida, héroe de esta histórica
unidad del Ejército. Ambos se encontraban juntos en el monte Longdon, en apoyo
a los infantes del Regimiento 7. “Escuché una explosión, había empezado el
combate. Te puedo asegurar que fue una locura: griterío, bengalas, tiros,
balas, bombas… me puse el casco, salí y agarré la ametralladora”, describe.
“Alrededor
de las tres de la mañana, se sintió una explosión que nos cayó a dos o tres
metros. No sé si yo estaba vivo, me fui de este mundo... al rato, reaccioné,
todo cubierto de tierra y piedras, sentía un zumbido en el oído y del cuello me
caía sangre”, cuenta. Inmediatamente, fue a la carpa en busca del equipo de
primeros auxilios. Claudio Bastida, tan solo a unos pocos centímetros de él
durante el ataque, había fallecido. Herido, comenzó a caminar hacia Puerto
Argentino. Al llegar, lo llevaron al hospital militar: “Vino un subteniente
médico, me sacó el apósito que yo me había colocado y me dijo que tenía la
esquirla adentro. En eso, unos soldados venían trayendo a uno en una manta. Ese
herido gritaba ‘No me quiero morir’. Lo ubicaron detrás del médico, que se
dirigió a mí y me dijo: ‘No mires. Quedate acá, ya vuelvo’. Yo vi: el de la
manta tenía una herida a la altura del abdomen, se le veían las vísceras”.
Mientras
ese médico operaba al recién llegado, otro curó a Orfanotti, quien, finalmente,
fue trasladado al hospital civil de Puerto Argentino. Esa noche se libraban los
combates finales y se esperaba la llegada de más heridos. Tras la rendición, el
soldado patricio fue llevado al Irízar. De ahí, a Campo de Mayo, donde, tras
ser dado de alta, pudo regresar a su hogar.
Los
soldados de Patricios Daniel Orfanotti y Claudio Bastida en Malvinas. Foto:
Daniel Orfanotti.
Otro
testimonio que describe el trabajo de los médicos en la guerra es el del Sargento
Ayudante (retirado) Manuel Villegas, quien, con el grado de Sargento, fue a
Malvinas con el Regimiento de Infantería 3. Orgulloso de sus soldados, relata
que el 13 de junio de 1982 debieron trasladarse para realizar un contrataque
sobre Wireless Ridge a fin de reforzar las posiciones del Regimiento 7. Lo que
nunca imaginaron es que no había comunicaciones y se había dado la orden de
abandonar el lugar: “Cuando llegamos, los ingleses se llevaron la sorpresa de
ver aparecer gente de nuevo y nosotros nos llevamos la sorpresa de encontrarnos
con los ingleses directamente”. Al ver esta situación, Villegas decidió salir,
pero al querer cambiar su posición individual, llegó a ver unas trazantes
luminosas antes de caer herido. “Le pedí al soldado Esteban Tries que tirase en
dirección a las piedras, él me contestó que no podía hacerlo porque yo estaba
en el medio. Quiero estirar la mano para agarrar mi fusil y, en ese momento,
recibo otro disparo en la muñeca. Eso fue fuerte, porque me doy cuenta de que
el inglés no me mató porque no quiso”, narra. Finalmente, los soldados Tries y
José Luis Cerezuela se arriesgaron y fueron en busca del Sargento.
Ya
al cuidado de su tropa, recuerda que le pidió a Tries que le avisase a su
familia que él iba a quedarse en Malvinas: “Que les diga a mi vieja y hermanas
que las quise mucho y que le pida perdón a mi mujer por no haberme casado. En
ese momento, pensé en mi hija y recordé las ganas que tenía de abrazarla, me
largué a llorar como una criatura. El verme así creo que lo hizo reaccionar, me
cargaron y me empezaron a llevar hacia Puerto Argentino”. Caminaron varios
kilómetros para salvar a su jefe, una verdadera hazaña que habla del espíritu
de cuerpo, la solidaridad y la camaradería que había entre este suboficial y
sus soldados.
Al
llegar al hospital, Villegas recuerda que el suelo estaba lleno de catres;
había muchos pacientes. “Le conté a un médico lo que me había pasado: un tiro
en la mano y una herida en el abdomen. De repente, apareció el Capitán médico
Lázaro, muy serio. Le preguntó al médico que estaba conmigo qué me pasaba y
este último respondió que me quedaba poco”. Villegas lo relata con humor, pues
no tomó conciencia de la gravedad de su herida hasta mucho tiempo después.
Lázaro ordenó que lo operaran, y así fue. Horas después, cuando despertó de la
anestesia, fue testigo de la entrada de los ingleses al hospital. Su cara de
asombro fue tal que un enfermero se le acercó para decirle que ya había
terminado la guerra con la rendición. “Esa fue la segunda vez que me largué a
llorar; sentía dolor por la derrota”, concluye.
El entonces Sargento Villegas, junto a parte de sus compañeros en las Islas. Foto:
Gentileza Manuel Villegas.
Villegas
fue enviado al Irízar, donde estuvo en una sala de terapia. Luego, fue al
hospital de Comodoro Rivadavia, donde pudo reencontrarse con su esposa. Y,
finalmente, lo trasladaron al hospital militar de Campo de Mayo. Allí,
volvieron a aparecer los médicos para revisarlo: “¿Quién venía a la cabeza? El
doctor Lázaro. Siempre serio. Me empecé a dar cuenta de que, mientras el resto
hablaba de cosas banales, a él no se le movía una pestaña. Finalmente, por el
trato casi permanente, empezamos a entablar una especie de amistad. Yo le conté
que me lo había cruzado en Malvinas y que no lo podía ni ver. Fue él quien me
cerró la operación. Los médicos trabajaron con lo indispensable. Su tarea fue
admirable. A ellos, les debemos muchas de las vidas”, finaliza.
“La
sanidad es esperanza”
El
Coronel médico Rubén Juan Cucchiara describe que, tras egresar, fue destinado
al Regimiento de Infantería 4, en la localidad correntina de Monte Caseros.
Recién casado, llegó con su esposa en enero de 1982. “Yo tenía 27 años. Nadie
pensaba que íbamos a movilizarnos. Un día, en una vía de ferrocarril muerta que
solía utilizarse para llevar alfalfa para los caballos cuando el regimiento era
hipomóvil, vimos que entró una locomotora que tiraba chorros de fuego para
quemar la maleza. Recuerdo que pensé que eso no era una buena señal”, relata.
Efectivamente, las vías se usaron para trasladar los elementos que irían con
ellos a la Patagonia.
“Para
mí, era el día a día. Me acuerdo de que mi mujer, pensando que íbamos al sur,
cruzó a Brasil y me compró barras de chocolate, que terminaron en Malvinas; las
compartíamos todas las noches con los soldados de la sección sanidad”, agrega.
Al referirse a su esposa, Rubén detalla que durante la noche previa a cruzar a
las islas le escribió para decirle que se quedara tranquila, no le dijo adónde
iba porque “no quería que se asustara”. De todos modos, confiesa, ella lo sospechó.
“Le escribí la noche antes de partir, así que no tenía modo de enviar esa
carta. Antes de embarcar, vi a un oficial. Me le acerqué: ‘Permiso, mi Mayor,
vea, yo estoy por cruzar a Malvinas y querría que esta carta llegue a mi
familia. Yo no lo conozco, pero le pido a usted si la puede enviar’. La carta
llegó”, cuenta, al tiempo que se lamenta por no saber el nombre de aquel
oficial.
Villegas
posa junto a sus dos auxiliares, los soldados Esteban Tries y Fernando
Santurio. Foto: Gentileza Manuel Villegas.
Recién
arribado, lo enviaron al pie del monte Wall para recibir a los que iban
llegando: “Típico día malvinero: llovizna fuerte, niebla, viento… armamos una
pared con unas latas de dulce de batata, nos tiramos los ponchos plásticos y
nos quedamos a cobijo del viento hasta que llegó la gente. Venían agotados.
Había que darles de comer, así que ordené que les abrieran las latas y les
cortasen pedazos de dulce para salir del paso. Tengo la imagen de los soldados
agrupándose alrededor de las latas. Yo venía del continente, me quebré un poco
al vivir esa situación”.
Tras
la caída de Darwin, el regimiento de Monte Caseros fue dividido en dos: una
mitad se fue al monte Harriet y la otra, al Dos Hermanas. Cucchiara permaneció
en el primero, mientras que al otro enviaron al Teniente Primero médico
Alejandro Steverlynck. “Por ahí, llegaban heridos y había que evacuarlos. Yo
estaba preocupado porque, cuando uno enviaba al camillero, también podían
herirlo. ¡Hay que darle la orden a una persona de que vaya a un lugar adonde lo
pueden matar! Nosotros los curábamos y, si era más complejo, los mandábamos a
Puerto Argentino. De ser así, los bajábamos al camino y de ahí –con vehículo
propio– lo llevábamos”, indica. El oftalmólogo militar señala que son momentos
en los que hay que tener la mente fría, porque tienen que llevar tranquilidad:
“La sanidad es esperanza. Para ellos, el médico ahí era suficiente, sabían que
si los herían se los podía curar o darles un calmante”.
“En
la guerra, se ve de todo”, agrega y recuerda que, durante una noche, les
empezaron a tirar. Se escuchaban voces en inglés alrededor de la enfermería,
señalizada con la cruz roja. Eran los ingleses que habían entrado por
retaguardia. Mientras continuaba el combate, los llevaron como prisioneros. Sin
embargo, le permitieron seguir atendiendo. Él y los heridos fueron trasladados
al hospital británico de Fitz Roy: “Me recibió el director del hospital, el Teniente
Coronel médico británico John Robert, que me pidió que colaborara con los
heridos argentinos. Se comportaron muy bien porque entraba la gente a quirófano
de acuerdo con cada caso, yo vi entrar primero a argentinos que a ingleses
porque estaban más graves”.
El
doctor Rubén Cucchiara, días antes de embarcar a Malvinas. Foto: Gentileza Juan
Cucchiara.
Como
prisioneros, los médicos Cucchiara y Steverlynck estuvieron juntos en Fitz Roy.
Finalmente, los subieron a un ferry, donde permanecieron algunos días hasta
poder regresar al continente. “El hecho de haber ido a Malvinas me unió a la
Fuerza, como los metales cuando hacen una aleación”, afirma Rubén, al tiempo
que insiste en que la guerra le dejó el “amor” por la sanidad militar.
La
medicina en tiempos de guerra
El
hoy General médico (retirado) Juan Carlos Adjigogovic se encontraba destinado
en el Regimiento de Infantería 12, con asiento en Mercedes, Corrientes, cuando
comenzó la guerra. Fue trasladado con la unidad para asistir a sus camaradas en
las posiciones que ocuparon en Pradera del Ganso y Darwin. Cuenta que, en las
“instalaciones de sanidad que compartía con la Fuerza Aérea, se atendía al
personal militar por sus heridas y enfermedades. Además, se controlaba la
pérdida de peso y se instruía sobre la prevención del pie de trinchera. También
se atendían los problemas de salud de la población del lugar”. “En el combate
final, pudimos atender a nuestros heridos y muchos fueron asistidos por la
sanidad británica”, describe, al tiempo que reconoce que no se equivocó al
elegir al Ejército para desarrollar su actividad profesional.
El
doctor Alejandro Steverlynck junto el médico militar británico James Ryan durante
un curso en Argentina. "Nosotros atendimos a sus heridos en las Invasiones
Inglesas", agrega el Veterano. Foto: Gentileza Alejandro Steverlynck.
En
esa línea, también se expresa el Coronel médico Alejandro Steverlynck, quien
tras asistir a los heridos del ataque del 1º de mayo, atender en el hospital
civil de Malvinas y hacer evacuaciones en helicóptero, fue voluntariamente a la
primera línea, acompañando a una parte del Regimiento de Infantería 4 en el
monte Dos Hermanas. “Mi trabajo es curar y ayudar al buen morir”, explica
mientras recuerda que le tocó trabajar bajo bombardeo permanente. “Todos
nuestros movimientos de noche eran complicados. La montaña era húmeda y estaba
llena de piedras, con lo cual, cuando bajabas, te pegabas más de un golpe”, refiere.
“Cuando
llega el combate, como médico, toca recoger a los heridos y llevarlos a un
puesto de socorro. Ahí te convertís en alguien que, cuando lamentablemente el
paciente está más allá, lo ayuda al buen morir”, explica y agrega que hubo un
instante que jamás podrá dejar de lado. “A un soldado, le había entrado una
esquirla en el hígado. Cubierto de sangre, su cara era de dolor y horror. Me
acuerdo de que me acerqué, le puse una compresa, le di morfina y le dije que
iba a poder ver el Mundial, bien calentito. Estuve unos minutos, se le había
ido la cara de dolor. Se me murió con una sonrisa, nunca la voy a olvidar”,
reflexiona.
Tras
esos episodios, cayeron prisioneros. Alejandro describe el dolor por la
derrota: “Yo tenía un herido y me acuerdo de que, cuando nos rendimos, él me
decía que quería seguir”. Para Steverlynck, los combatientes “eran hombres
hechos y derechos”. Él fue testigo de sus llantos mientras tiraban el fusil
tras la rendición. “Vi a nuestros soldados, suboficiales y oficiales morir en
primera línea. Con el tiempo, entendí que fue una derrota digna. Hicimos más de
lo que los ingleses esperaban”.
El
doctor Adjigogovic en el consultorio que ocupaba antes de partir a Malvinas.
Foto: Gentileza Juan Carlos Adjigogovic.
Steverlynck
también menciona una lección que le dio un oficial inglés. Cuando cayeron
prisioneros, un royal marine le preguntó si podían hacer un responso por los
caídos de todos: “Yo estaba llorando y él me abrazó. Me dio una palmada y me
dijo: ‘Buen trabajo. Nos costó mucho’. Yo le contesté que los muertos que
estaban allí los habían hecho ellos. Y él respondió, en español: “Cuando la
pelea se acaba, el profesional no odia. Si nos vemos en otra guerra, respétanos
como yo los respeto a ustedes”.
“No
me gusta hablar de mí, porque volví. Mucha gente quedó allá, otros volvieron y
sufrieron. A mí, la experiencia me ayudó muchísimo a nivel humano. Llevo 40 años
en el Ejército y la paciencia de mis camaradas fue inconmensurable. Me llena de
orgullo ser médico militar”, cierra.
Fuente:
https://www.infobae.com
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