A
casi cuatro décadas de la pérdida del crucero insignia de las Armada Argentina,
la mirada del contralmirante retirado de la Armada Gabriel Urchipía.
Por
Gabriel Urchipía
Una
postal de otros tiempos: el imponente ARA General Belgrano, el crucero insignia
de las Armada Argentina. Foto: Archivo DEF.
Entender
a la gente de mar es difícil para cualquier habitante de nuestro planeta.
Arriesgar la vida por un ideal es más difícil aún. En alta mar, el navegante es
su propio sacerdote, padre y salvador; todos sus valores habitan en él,
atravesando la cuerda floja de los opuestos, de renuncias a sueños, de
aislamientos y del gozo a la libertad.
En
alta mar, las imprecisiones, la incertidumbre y el riesgo son las condiciones
naturales de la vida del marino. No enloquece por ello, tampoco pretende
seguridad, buenos vientos o un mar en calma.
En
todas las épocas, existieron personas que, en el peor momento, dieron su mejor
respuesta a pesar de las circunstancias a las que estaban expuestas. En la
tarde del 2 de mayo de 1982, a más de un millar de tripulantes del Crucero ARA
General Belgrano les llegaría el momento de la verdad.
El
ARA General Belgrano fue hundido el 2 de mayo de 1982. Foto: Archivo DEF.
En
pocas horas, quienes habían podido subir a las balsas salvavidas verían
desaparecer de la superficie del mar a una de las naves más importantes de la
Armada Argentina, cuna de formación de marinos a lo largo de varias décadas.
Durante
mucho tiempo, los tripulantes del ARA General Belgrano se habían preparado para
una campaña significativa, la última. Paradójicamente, el Atlántico Sur sería
su fondeadero final luego de haber navegado miles de millas y superado inmensos
riesgos en la gran guerra del Pacífico, antes de su incorporación a la Armada
Argentina.
Los
tripulantes a quienes les había tocado estar en ese lugar y momento histórico
estaban acostumbrados a soportar prolongadas ausencias, a preparase para el
peligro, a dominar sus impulsos, a sacrificarse por el camarada y a prestar
servicio bajo cualquier condición adversa, y si llegase el caso, en el supremo
instante del combate, a actuar con arrojo y valor manteniendo viva la llama del
ejemplo.
Los
sobrevivientes del crucero de la Armada Argentina son hombres a los que “la
eternidad les pertenece”, según Urchipía. Foto: Osvaldo Zurlo.
Fieles
a ese espíritu, la actividad de abordo debió haber sido intensa. El personal de
guardia sabía que tenía que asegurar el son de mar. Los rolidos y cabeceos no
debían ser un obstáculo para cumplir con los servicios de comida, el descanso,
las ejercitaciones y las rutinas propias de la vida a bordo. Si algo se rompía
o alguien se accidentaba, había que solucionarlo con lo que se tenía.
Tal
como relata uno de los sobrevivientes, ese día le tocó defender a la patria,
jugar el partido final del campeonato desde la cancha y no verlo desde la
tribuna. Así lo sintieron todos. Incluso los casi 300 marineros conscriptos que
habían sido llamados al servicio militar obligatorio y que habían aprendido
rápidamente las labores cotidianas sin que se notaran diferencias con el
personal más veterano.
Hoy
la mayoría de la tripulación y todos esos conscriptos son adultos mayores.
Algunos de ellos ya no están entre nosotros. El comandante del crucero, el
capitán de navío Héctor Elías Bonzo, partió a los 74 años en abril de 2009. Él
se preocupó por mantener reunida a la tripulación y, a pesar de la inevitable
dispersión de personas por todo el país, continuaron reuniéndose en un grupo
numeroso todos los años.
El
fallecido Héctor Bonzo, capitán del ARA General Belgrano, en la muestra de
Malvinas organizada por la Editorial TAEDA. Foto: Fernando Calzada.
Pese
al paso del tiempo, también los familiares y amigos de quienes no volvieron los
siguen recordando. Ellos saben que fueron los verdaderos héroes de aquel
momento y no quienes los enviaron a la guerra. En sus mentes, resonarán preguntas
que aún no tienen respuesta: ¿valió la pena el sacrificio?, ¿aprendemos algo
los argentinos cuando repetimos constantemente errores del pasado?
El
recuerdo de la gesta de las islas Malvinas me trae a la memoria a los miles de
profesionales y trabajadores de la salud, fuerzas de seguridad y armadas,
servicios esenciales y tanta otra gente que hoy arriesga su vida en la
cuarentena.
Hoy
en día, ellos y sus afectos más cercanos también se estarán haciendo las mismas
preguntas cuando, en los momentos más oscuros e inciertos de su vida, se
encuentran solos y desamparados ante los infinitos riesgos que enfrentan.
“El
recuerdo de la gesta de las islas Malvinas me trae a la memoria a los miles de
profesionales y trabajadores que hoy arriesga su vida en la cuarentena”, dice
el contralmirante retirado Gabriel Urchipía. Foto: Fernando Calzada.
Y,
como no podía ser de otra manera, la misma pregunta incómoda resurge para
quienes incluso se animan a predecir que el mundo ha cambiado. ¿Cuál es el
verdadero aprendizaje que hacemos de lo que nos sucede? A lo mejor, sería bueno
reconocer que no somos tan solidarios ni tan buenas personas como imaginamos. A
lo mejor, sería bueno aprender quiénes somos, qué valores defendemos y qué país
estamos dispuestos a sostener con el esfuerzo individual y colectivo. A lo
mejor, sería preferible perder un año para ganar un futuro mejor.
Los
sobrevivientes y los 323 marinos que perdieron la vida ese 2 de mayo de 1982
son y han sido parte de la misma sociedad que nos une frente a este nuevo
desafío. Los une también el legado que ofrecieron a las nuevas generaciones.
Para ellos, “no fue ni el reconocimiento ni la gloria lo que los movilizó, sino
el desapego de una vida mejor por una vida digna”.
En
esta cuarentena, a 38 años del hundimiento del General Belgrano, todos volvemos
a estar en alta mar, aunque no nos demos cuenta de ello, esperando el ataque de
ese enemigo invisible que acecha.
Mientras
tanto, a los héroes del Belgrano, la eternidad les pertenece.
Fuente:
https://www.infobae.com
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