Por Loreley Gaffoglio
La fragata misilística HMS Ardent atacada durante
tres embestidas sucesivas en el Estrecho de San Carlos el día que desembarcaron
las tropas británicas en San Carlos.
El 21 de mayo de 1982 el tramo norte del Estrecho
de San Carlos era un neurótico avispero de buques, helicópteros y aviones
ingleses. A las 2 de la madrugada se había producido el primer desembarco
anfibio en tres franjas costeras en San Carlos y los buques enemigos cubrían la
retaguardia para hostigar a las posiciones argentinas en Darwin. Buscaban
frustrar una contraofensiva terrestre y asegurarse las cabezas de playa.
La escala del desembarco había quedado retratada
dentro de un avión Macchi. En vuelo exploratorio y solitario, el piloto naval
Owen Crippa descargó con furia su exiguo armamento contra blancos navales y
helicópteros al acecho y en su audaz huida bosquejó sobre su anotador de
rodilla la distribución de la flota de la Royal Navy.
La certeza documentada de una veintena de buques
enemigos en la boca del Estrecho desató aquella misma jornada y los días
sucesivos una infernal batalla aeronaval. Tan encarnizada, tan a todo o nada,
como en la II Guerra Mundial.
Las incesantes oleadas de fuego aéreo argentino
contra la Task Force embestían sin tregua tanto desde Puerto Argentino como
desde de las distintas bases continentales. De allí el mote inglés de
"Bomb Alley"(Callejón de las bombas) para ese ominoso pasadizo
marítimo, de entre 4 y 22 km de ancho que, como la anatomía de una mariposa con
sus alas desplegadas, separa las islas Gran Malvina y Soledad.
El Estrecho de San Carlos se convertía así en un
cementerio de buques, tripulantes y pilotos de ambos bandos.
Los hundimientos y encalladuras de buques ingleses
y argentinos en el Callejón de las bombas, en el Estrecho de San Carlos
El bombardeo a la Ardent
Por la tarde, desde las bases de Río Gallegos y Río
Grande, tres oleadas sucesivas de cazabombarderos de la Fuerza Aérea y de la
Armada enfilaron hacia aquel enjambre enardecido. Había que neutralizar
piquetes de radar y despedazar a los objetivos navales que encontraran a su
paso.
"La orden era, literalmente, tirarle a lo que
nos encontráramos", describe el Brigadier (RE) Horacio Mir González, uno
de los jefes de las tres escuadrillas que arremetieron contra la HMS Ardent. Se
trataba de una fragata de última generación, tipo 21, pertrechada con misiles
Sea Cat, torpedos y cañones, que continuaba zozobrando al aeródromo de Darwin
desde la bahía Ruiz de Puente, 35 km al sur de San Carlos, cuando parte de la
flota británica ya se había dispersado en el Estrecho.
Los pilotos debían atacar a los objetivos que
encontraran a su paso, dice uno de los pilotos de M5Dagger, Horacio Mir
González, sobre el fatídico y frenético 21 de mayo, en el que se sucedieron
feroces combates aéreos en el Estrecho.
Los ataques debían ser sorpresivos. Se ingresaría
por el sur del Estrecho para avanzar en un barrido ascendente. Se daba por
descontado que, al acercarse a la flota, los Harrier entrarían en acción, con
bajas seguras para los pilotos argentinos.
La primera escuadrilla de Skyhawk A-4B al mando del
capitán Pablo "Cruz" Carballo cepilló el Estrecho, salpicando de sal
los parabrisas. Atacó a un carguero inglés, y en su derrota hacia el norte,
detectó a la Ardent recostada sobre la costa de la isla Soledad. A las 14, Cruz
lanzó con precisión quirúrgica, sus dos bombas MK-82 a horcajadas del casco,
pero no explotaron.
El legendario piloto combate de la Fuerza Aérea,
Pablo Carballo, a bordo de su Skyhawk, uno de los halcones en Malvinas
Cuarenta minutos después, dos secciones, Cueca y
Libra, de Mirage 5 Dagger, las Avutardas Salvajes, lideradas por González,
demolieron con bombas terrestres MK17 retardadas el hangar, un helicóptero Westland
Lynx en cubierta y el lanzador cuádruple de misiles Sea Cat de la fragata. La
cuarta bomba impactada, alojada en popa, tampoco explotó.
En llamas, la Ardent traicionó su nombre y logró
sofocar el incendio. Conservaba intacta su propulsión y, maltrecha, huyó hacia
el noroeste del Estrecho para guarecerse entre la flota. Ninguno de los pilotos
logró auscultar el zumbido de los Harrier, cuando un misil Sidewinder abatió al
1° Teniente Héctor Hugo Luna.
Las imágenes registradas por la cámara del M5
Dagger del líder de escuadrilla, Horacio Mir González, en el preciso momento
del ataque a la fragata inglesa. A la izquierda se ven los misiles que lanza el
buque para derribar a los pilotos.
En lo inhóspito de esa geografía, atravesando fuego
aéreo y naval, el piloto del helos, Alejandro Vergara, divisó unas casas detrás
de un cordón montañoso. Aterrizó y preguntó si allí había un piloto argentino.
Unos kelpers condujeron al médico Fernando Miranda hasta una habitación donde
Luna yacía recostado en una cama. Estaba malherido en una pierna y en un brazo
por las esquirlas de su propio avión al precipitarse en tierra. Luna con su
paracaídas había caído a metros de éste y fue trasladado hasta la BAM (Base
Aérea Militar) de Darwin. Fue el primero de los siete pilotos, 5 de la Fuerza
Aérea, 1 de la Armada y uno británico, rescatados en Malvinas.
El piloto que logró eyectarse, Héctor Hugo “Jote” Luna
y salvó su vida tras el feroz combate aéreo en el Estrecho de San Carlos.
La ventana del aula en Río Grande
"A la base de Río Grande llegaban las
encomiendas con grapa y comida casera que le enviaba su hermana desde San
Rafael y nosotros la comíamos pensando que estaba muerto", evoca González.
Luna falleció en 1991 en la base del Plumerillo, tras realizar maniobras
acrobáticas con un Pampa.
También en Río Grande, a metros del perímetro donde
termina la pista, una maestra de geografía, madre de cuatro hijos, Graciela
Philippi, observaba desde la ventana del aula el despegue de la 3° Escuadrilla
Aeronaval de Caza y Ataque, que hasta el 3 de mayo operaba interceptando
Harrier desde el portaaviones 25 de mayo. Los Skyhawk A4Q y sus pilotos, entre
ellos, su marido, Alberto Philippi, comandante de la escuadrilla, se habían
instalado en la base fueguina para continuar con las misiones de combate.
Philippi, tercero desde la izquierda, en el
portaaviones 25 de mayo, donde actuó como interceptor de aviones ingleses
durante el conflicto del Atlántico Sur.
Graciela contó el despegue de tres aviones y de otros
tres, 10 minutos después. La primera división, liderada por su marido, Capitán
de Corbeta, llevaba como numerales al Teniente de Navío José César Arca y al Teniente
de Fragata Marcelo Gustavo Márquez.
Tras poco más de 50 minutos de vuelo en altura para
ahorrar combustible, descendieron a posición rasante sobre el sur del Estrecho
para evitar ser iluminados por radares enemigos. Sin moros en la costa,
electrónicamente indefensos por ausencia de contramedidas en los A4-Q,
encararon hacia Puerto San Carlos en busca de presas. Al cruzar la Bahía del
Rey, a mitad de camino, detrás de una pequeña isla, asomó nítida a unas 8
millas la arboladura de una fragata. Era la resiliente Ardent, blanco del
asedio argentino.
–Buque a las 11, alertó Arca, con ese lenguaje
neutro y lacónico que caracteriza a los pilotos navales.
–Atacamos, dispuso Philippi.
Ello suponía que el líder giraría primero para
pasar por encima de la fragata y que en los cambios de formación cada uno atacaría
a una altura mínima de 60 metros para el armado de las espoletas y desde un
azimut (ángulo) distinto, para dispersar la atención y la concentración de
fuego.
Philippi lanzó sus 4 bombas MK 85 de 500 libras con
cola retardada arremetiendo de frente; Arca lo hizo por babor y Márquez por
estribor.
–¡Muy bien señor!, soltó Márquez e instantes
después marcó la precisión del tiro de Arca:
–Otra en popa, confirmó.
Alberto Philippi, alias “Mingo” en la base de Río
Grande con uno de los técnicos que preparaban las espoletas de las bombas con
retardo para que las esquirlas no impactaran en los Skyhawk al ser lanzadas
A la Ardent la acunaba una espesa humareda negruzca
cuando una PAC (patrulla aérea de combate) que orbitaba, oculta y silenciosa a 3000
metros, se lanzó en picada como un buitre oteando su carroña.
–Harrier, Harrier, tronó la radio. De nuevo la voz
de Márquez, pero esta vez como vigía de la cola de sus compañeros.
Atacar por detrás es la posición ideal para lanzar
un misil o una ráfaga y en la jerga aérea ese tipo de combate se lo conoce como
"pelea de perros".
Inmediatamente, Philippi ordenó lanzar las cargas
exteriores: los dos tanques auxiliares de cada avión junto con sus lanzadores
de bombas se sumergieron en el Estrecho. Había que alivianar las naves para
enfrentar al enemigo y desplegar maniobras evasivas.
El líder estaba concluyendo su giro a unos 300 m de
altitud cuando un misilazo trituró la cola de su avión. Con la explosión, la
nave corcoveó, levantó la nariz encabritada hacia el cielo y el bastón de mando
se tornó ingobernable. "Me di vuelta y vi que el Harrier estaba a unos 200
m detrás de mí y se acomodaba para rematarme", cuenta Philippi a Infobae.
–Me dieron. Me eyecto. Estoy bien, logró avisar por
radio.
Accionó la manija de eyección entre sus piernas,
sintió una fuerte explosión, su cabeza y su cuerpo se entumecieron por la
presión del aire y se desmayó. La velocidad para la eyección no es recomendable
superados los 250 km/h. Philippi huía a 900 km/h.
Cuando recuperó el conocimiento, colgaba del
paracaídas sobre el Estrecho de San Carlos. A su alrededor los dos Harrier y
los A4-Q se trenzaban en un duelo encarnizado. Otro Sidewinder buscó la cola
del avión de Márquez, que hábil en la maniobra lo esquivó. Pasaron segundos
cuando otra ráfaga de cañones 30 mm finalmente lo alcanzó y atomizó su avión.
El Skyhawk del Teniente de Fragata Márquez, un
marplatense soltero, de 26 años, querido en su escuadrilla por su optimismo y
buena predisposición, prácticamente se desintegró en el aire. Sólo fragmentos
de su nave flotaban en el mar.
Tras lanzar sus cuatro bombas a la Ardent y alertar
a sus compañeros, el Teniente de Fragata Marcelo Gustavo Márquez logró esquivar
un misil, pero fue impactado por los cañones de un Harrier. Su nave se
desintegró en el aire. Tenía 26 años. Cuatro años después de su muerte, su
madre, a instancias de comentarios e informaciones maliciosas, pensaba que
seguía con vida en las islas. Restos de su avión fueron encontrados en la costa
y hoy se exhiben en el Museo Aeronaval de la Base Espora, en Bahía Blanca.
Tras lanzar sus cuatro bombas a la Ardent y alertar
a sus compañeros, el teniente de fragata Marcelo Gustavo Márquez logró esquivar
un misil, pero fue impactado por los cañones de un Harrier. Su nave se
desintegró en el aire. Tenía 26 años. Cuatro años después de su muerte, su
madre, a instancias de comentarios e informaciones maliciosas, pensaba que
seguía con vida en las islas. Restos de su avión fueron encontrados en la costa
y hoy se exhiben en el Museo Aeronaval de la Base Espora, en Bahía Blanca.
Arca continuó en combate. Logró burlar con bruscas
maniobras evasivas otro misil, cuando ya exhaustos de combustible, los Harrier
se replegaron al HMS Hermes. Ahí entró en acción la segunda sección con los
otros 3 Skyhawk rezagados Con asepsia casi quirúrgica y el campo de batalla
despejado, los pilotos Benito Rótolo, Carlos Lecour y Roberto Sylvester
terminaron de masacrar a la Ardent.
De las 24 bombas de 500 libras lanzadas por los seis
aviones, al menos 5 sellaron definitivamente la suerte la fragata. En el último
ataque, el sector de babor quedó diezmado y las llamas consumían la popa cuando
el Capitán Alan West ordenó el abandono. Veintidós de los 170 tripulantes
perecieron.
La tercera EscuadrillaAeronaval de Caza y Ataque
dejó de operar en el portaaviones y se mudó a Río Grande en Mayo 1982. Arriba
(de izquierda a derecha) los pilotos Sylvester, Lecour, Oliveira, Zubizarreta,
Arca, Castro Fox, Róloto y Benitez. Abajo: Medici, Márquez, Olmedo y Philippi.
Con combustible insuficiente para regresar al
continente, Arca enfiló hacia Puerto Argentino. Al encarar la pista, desde la
torre de control le advirtieron que había perdido el tren de aterrizaje izquierdo.
Los Harrier lo habían fumigado. Le ordenaron eyectarse, pero Arca se negó e
insistió con un aterrizaje de emergencia.
"Así no puede aterrizar. Si no se eyecta dejará
la pista sin servicio. ¡Eyéctese!", le impusieron. El piloto buscó un área
alejada del trajín aéreo y obedeció. Cayó al mar y en una maniobra de
profesionalismo excepcional el piloto de un Bell, el Capitán de Ejército
Alberto Svendsen, sin una liga para arrojarle y levantarlo, ubicó el patín de
aterrizaje de su helicóptero debajo del piloto y prácticamente lo pescó en
medio de un oleaje furibundo.
Herida de muerte, y fiel a su nombre, la fragata
ardió hasta la madrugada. Y en un movimiento suave y acompasado terminó de
zambullirse en el Estrecho, a las 04:30 del 22 de mayo.
“Bomb Alley”, óleo del pintor ingles Robert Grant Smith
sobre el bombardeo del 21 de mayo a la Ardent, una pintura icónica que retrata
la ferocidad de los ataques de ambos bandos.
"Me concentré en mi supervivencia"
De origen alemán, cerebral hasta la médula, y con
muy buen adiestramiento militar, mientras caía en el mar Philippi observó que
su bote de supervivencia no se había inflado. Recordó que sólo dos asientos
eyectables de los 8 aviones A4-Q no estaban vencidos.
"Así que me concentré en mi supervivencia y la
prioridad era llegar hasta la costa sólo con mi salvavidas", recuerda.
El impacto sobre el agua fue brutal. Pero tuvo
suerte, ya que, al zambullirse, su paracaídas le pegó un tirón, se recostó y el
viento permanente del oeste lo arrastró a escasos 100 metros de la costa.
En el tramo final para alcanzar la orilla, una pared
de kelps, las densas algas que colonizan las islas, frenó su avance. Se
desenganchó del paracaídas y con un cuchillo cortó la maraña de sargazos. La
faena se tornaba interminable y lo dejaban exhausto. Las algas continuaban
enredándose en su equipo de supervivencia. El corazón le palpitaba en la
garganta. Descansaba haciendo la plancha y al recuperar energías continuaba
luchando contra las plantas acuáticas.
En la lucha por sobrevivir los borbotones de
adrenalina actuaban como un escudo protector del frío, ayudado por su traje
antiexposición. Philippi en ningún momento se desmoralizó. Detrás de su temple,
estaban sus largas horas de adiestramiento.
Cuando finalmente alcanzó la costa, miró su reloj.
Eran las 16:00 hs habían transcurrido 60 minutos desde el ataque y faltaba
media hora para que anocheciera. Buscó refugio para guarecerse de los latigazos
del viento y de una lluvia intermitente. Eligió el médano más reparado y cavó
un pozo de zorro con su cuchillo: un regalo para su hijo menor, Manfred, de dos
años, que se llevó a préstamo del hogar.
Intentó pasar allí la noche, pero el frío acentuaba
la vigilia. Para entrar en calor cavaba aún más profundo el hoyo. En la
oscuridad de una noche encapotada, de golpe el cielo se iluminaba con ráfagas
de cañoneo naval de un buque enemigo que no llegaba a divisar. Pero los
estruendos, graves, retumban cerca y los tiros, cortos, caían a su alrededor.
Creyó que se prolongaba el desembarco británico. Como lo último en sus planes
era caer prisionero de los ingleses, levantó sus bártulos a las 02:00 am y
caminó hacia el sur ayudado por una brújula. Sabía que allí el Ejército
Argentino ocupaba posiciones.
La familia Philippi en Medio oriente en 1979, donde
el aviador fue agregado naval
Los trayectos no eran rectos sino en zigzag. Se desplazaba de una elevación del terreno a otra para intentar emitir con éxito la señal de emergencia con su radio de supervivencia. Alguien la recibiría y acudiría en su auxilio.
Cuando amaneció trepó a un promontorio y al mirar
hacia atrás en la Bahía del Rey, sabía exactamente dónde estaba porque había
estudiado en detalle la cartografía de las islas, divisó al buque de transporte
Río Carcarañá escorándose, envuelto en una inexpugnable humareda negruzca.
"Alberto no volvió"
En Río Grande, el comandante de la escuadrilla, Capitán
de Corbeta Rodolfo Castro Fox llamó a la mujer de Philippi. Graciela había
visto desde su escuelita el despegue de seis Skyhawk y el regreso de tres.
—Mirá, Alberto no volvió. En Puerto Argentino Arca
dijo que vio un paracaídas, pero no pudo determinar si era el de Alberto o el
de Márquez, le informó.
Luego, ensayó un consuelo sincero:
—Conociéndolo a Alberto, si es que llegó en
paracaídas a tierra, sabemos que va a aparecer.
Graciela y Alberto Philippi delante del avión del
piloto.
Graciela abrazó a sus cuatro hijos, de entre 15
hasta 2 años, y entre ahogados sollozos, se aferró a la esperanza.
Mientras tanto, a 650 km de Río Grande, en uno de
los dos bolsillos de su equipo de supervivencia, Philippi encontró elementos de
primeros auxilios. En el otro, las raciones de emergencia, con chocolates,
caramelos y otros alimentos calóricos. No tenía dudas de que sobreviviría
mientras pudiera caminar hasta las filas argentinas entre la hierba corta,
resistente y húmeda de una turba colonizada por piedras. Se trataba de un
terreno conocido, idéntico al que trajinaba todas las tardes en la estancia de
los Menéndez Behety en Río Grande: su amistad con los encargados le permitía en
sus horas de esparcimiento cazar ciervos y pumas o pescar truchas con mosca.
"Ayúdate y Dios te ayudará"
Al tercer día de infatigable caminata sintió
hambre. A lo lejos escudriñó ovejas mansas pastando. Seleccionó un corderito y
con su Smith & Wesson .38 la acorraló y le disparó. Experimentado cazador,
supo cómo eviscerarlo y cuerearlo a la perfección. Pero la humedad le impedía
encender la turba con fósforos, preservados en el traje antiexposición. Extrajo
una de las bengalas de su chaleco y produjo un fuego importante para el festín.
Continuó su derrotero al sur reeditando la misma
coreografía: emitía la señal de emergencia y enseguida volvía a apagar la radio
para preservar la batería hasta la próxima elevación. Sabía que, por la
cantidad de aviones caídos, las fuerzas buscarían náufragos y tripulantes
perdidos. Pero más allá de su racionalidad y previsión, en la vida de Philippi,
protestante luterano y muy creyente, hubo siempre tres párrafos de la Biblia
que signaron su temple y guiaron sus acciones: "Ayúdate y Dios te
ayudará", "Ni una hoja cae si no es la voluntad del señor" y
"Jehová es mi pastor, nada me faltará. Aunque ande en el valle de sombras
de muerte, no temeré mal alguno, tú estarás conmigo…".
Philippi, alias Mingo, meses antes de combatir en
Malvinas, delante de un Skyhawk.
Reconfortado por esas palabras, siguió su marcha
venciendo al vozarrón del viento, el frío, la intemperie de la incertidumbre,
la soledad. A lo lejos vislumbró un movimiento de vehículos. Asumía que eran
los jeeps Mercedes Benz del Ejército Argentino, aunque no lograba
identificarlos con claridad. Los iluminó con su espejo de señales. Y cuando el
grupo se acercaba vio que se trataba de un Land Rover y dos tractores con un
carro para transportar ganado. Esa escena lo puso en guardia. Uno de los hombres
se bajó del Jeep, saltó el alambrado y encaró hacia él. Creyó que era un
comando dispuesto a liquidarlo. Philippi sacó sigilosamente la bengala de su
revólver y la cambió por munición de plomo. Ocultó el arma en su cintura. El
hombre, robusto, se acercó con una sonrisa. Y sin otros preámbulos, aquel 24 de
mayo de 1982 Philippi habló en perfecto inglés.
Philippi y Tony Blake en Bahía Blanca en Marzo de
2007
—Soy un piloto argentino que cayó el día 21, dijo,
la barba de tres días, su ropa húmeda y embarrada, y tengo intención de volver
con mi gente. Si nos ponemos de acuerdo, bien, y si no, sigan su camino que yo
continúo con el mío.
La respuesta del granjero Tony Blake, un kelper
neozelandés, administrador de más de 100.000 hectáreas de la estancia North
Arm, lo sorprendió.
—Mire, ante todo usted es un hombre con suerte,
porque nosotros venimos a este sector sólo una vez cada seis semanas a hacer
recambio de ovejas y carneros y hoy nos tocó. Sabemos que hay muchas
tripulaciones caídas en la isla, pero a nosotros la guerra no nos interesa. Lo
vamos a ayudar, dijo Blake.
Ahí mismo se sentaron en la turba y compartieron
entre todos los alimentos que traían: sopa, tartas, sándwiches, chocolates y
tortas, que Philippi devoró.
Blake lo alojó en su casa y le ofrendó el mejor
cuarto, mientras su mujer Linda le preparaba el baño y le extendía ropa limpia,
de algodón, y un sweater de lana.
Al salir de la ducha, el aroma a scons recién
horneados embriagó al piloto. La familia se aprestaba a tomar el té y lo
invitaron a la mesa. Ansioso por comunicarse con su gente, Blake le explicó que
sólo de 10 a 11 de la mañana los kelpers tenían permitido usar la radio en el
canal Medical Aid, (de ayuda médica).
—Mañana a esa hora contacto a su gente, prometió.
Exhausto, Philippi se fue a descansar. Pero antes
elogió los scons de Linda.
Estaba profundamente dormido, cuando Tomy, el hijo
de la pareja, lo despertó.
—Dice mi padre que te espera abajo, soltó.
Blake lo convidó con un whisky. Evitaron hablar del
conflicto, ya que no se pondrían de acuerdo. El kelper sólo esbozó: "Su
gobierno y el mío están locos en hacer esta guerra". Y en la conversación
afloraron los intereses comunes: ambos cazadores y pescadores de truchas con
mosca; golfistas, radioaficionados y amantes de la fotografía.
Así pasaron horas hablando de calibres, de fusiles,
de miras telescópicas, de cañas, de reeles, de señuelos y cámaras de fotos y de
las señales distintivas de. Ambos tenían la misma: una Canon1. Y ambos eran
también protestantes. Prácticamente almas gemelas separadas por el Atlántico,
por un litigio de soberanía y por una guerra.
"Tenía más en común con Tony Blake que con el
98% de los oficiales de la Armada Argentina", dice Philippi.
Al día siguiente, 25 de mayo, tras cumplir con su
promesa de informar por radio que estaba vivo, Blake le mostró la estancia y
los galpones de esquila.
El capataz era famoso en la isla por su sentimiento
antiargentino. Cuando Blake los presentó, observó que manoteaba algo de entre
sus ropas y temió por la vida del piloto.
—Hoy hay dos motivos para festejar, dijo el capataz
con voz áspera y ceremoniosa. Exhibió una petaca y propuso un brindis por
"el día nacional de los argentinos" y por la supervivencia del
piloto. Blake respiró aliviado.
Otro helicóptero UH-1H de la FAA, que realizaba
relevos de observadores terrestres, aterrizó en la estancia North Arm y buscó
al piloto.
Al momento de la despedida Tony, Linda y Philippi
se les aflojó la garganta y lagrimearon.
Blake le entregó un camioncito amarillo en
miniatura para Mandred, el hijo menor de Philippi, que hoy ocupa un lugar de
honor en sus biblioteca y Linda le extendió un sobre cerrado para su esposa
Graciela. Adentro contenía la receta de sus scons.
El piloto permaneció dos días en Darwin y abordó el
último helicóptero hacia Puerto Argentino antes de que aquel bastión fuera
tomado por las tropas británicas.
Otros dos pilotos de Dagger, heridos y abatidos por
Harrier, lo acompañaron en el viaje: uno era Héctor Luna que lo precedió en el
ataque de la Ardent; el otro era Gustavo Piuma que aquel fatídico 21 se trenzó
en otra "pelea de perros” y recibió un misilazo en el Estrecho.
Tony Blake visitó a Philippi en su casa de Bahía Blanca
en Marzo 2007. Sobre la mesa hay dos testimonios de su amistad. Una carta y un
camioncito de colección
Philippi y Blake permanecieron en contacto después
de la guerra. Hablaban por radio, se saludaban para navidad e intercambiaban
noticias sobre sus familias.
En 1998 un cáncer terminal se llevó a Graciela;
meses después murió Linda. Blake insistía con que Philippi lo visitara en las
islas. "Vos también podés venir. Acá no hay restricciones de
ingreso", le dijo el piloto. Dos veces Blake lo visitó y se alojó en su
casa, en Bahía Blanca. La primera fue en 2003, cuando Blake lo sorprendió con
un trozo de chapa del fuselaje del avión de Márquez, que hoy se exhibe en el
Museo de la Aviación Naval de la Base Espora. La última, fue dos años atrás.
Bailaron tango, jugaron al golf, salieron de pesca, volvieron a recorrer el
museo y Blake hasta se subió a un Súper Etendard.
Blake y Philippi en Bahía Blanca. Allí recorrieron
el museo naval y recordaron a los 355 tripulantes muertos del Crucero General
Belgrano. El piloto nunca más regresó a
las islas, a pesar de la insistencia de su amigo. “El día que regrese, quiero
hacerlo por la puerta grande”, le dijo a Infobae.
En 37 años, nunca permitieron que la guerra y el
conflicto irresuelto por la soberanía de Malvinas se interpusieran en su
amistad.
El granjero y el piloto naval delante del cuadro
emblemático que retrata al Callejón de las bombas, con el ataque a la Ardent
que lideró en una de las oleadas Philippi.
Fuente: https://www.infobae.com
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