Esta es la historia de dos personas que no se
conocían, Pedro y Amanda, pero que estaban unidas por esos lazos que la vida
teje sin que nos demos cuenta. Cada uno sabía de la existencia del otro y cada
uno de ellos sabía por qué: la guerra de Malvinas les había dado y les había
quitado, todo al mismo tiempo. A 37 años de la guerra, Infobae los reunió por
primera vez
Por Adrián Pignatelli
Pedro
Pedro Francisco Adorno es clase 62, nacido en Luján
un 26 de junio. Nos recibió en su casa, en un barrio a escasos dos kilómetros
del centro de la Basílica. Es imposible no ubicar dónde vive: el frente de su
casa exhibe dibujos que remiten a la guerra de Malvinas, cuidadosamente
pintados por manos amigas.
No falta en esa pared ningún símbolo, de esos que
él guardó todos estos años en su memoria: el escudo del Regimiento 6, los
montes malvinenses, la turba, el cóndor, que quiso que estuviera como algo
autóctono, además de siluetas de soldados, aviones y buques. Y la Bandera Argentina,
bien grande, sobre la puerta de entrada.
Pedro habla tranquilo, pausado, sin tutear. Se
indigna cuando escucha que alguien cuenta mal alguna historia de su Regimiento.
Relata que antes de la guerra vivía con sus padres y sus siete hermanos en el
campo y que también había sido camionero. Fue a la escuela algunos años, pero
pronto conoció lo que eran las duras tareas rurales, donde toda la familia
debía colaborar para poder salir adelante.
Pedro Adorno en su casa con los murales que evocan
la guerra de Malvinas (Foto: Diego Barbatto)
Le tocó ir a Malvinas con el Regimiento 6, aunque recién
se enteró que iba a la guerra cuando el avión estaba aterrizando en las islas,
luego de un largo periplo que había comenzado en el Regimiento 3 de La Tablada,
luego en El Palomar de donde volaron a Río Gallegos y de ahí a Puerto
Argentino.
"Durante dos días nos ocupamos en descargar
materiales de los aviones, y después nos llevaron para el Cerro Dos Hermanas.
Mi jefe era el Subteniente Esteban La Madrid, con quien casi teníamos la misma
edad. Era un compañero más", recuerda Pedro.
Tuvo varios compañeros muy queridos, como el Negro
Guanes y Horacio Balvidares. Con todos compartirían las semanas en las
trincheras hasta aquel fatídico 14 de junio.
Amanda
Cuando ocurrió la guerra de Malvinas, Amanda
"Coca" Calbín, la mamá de Horacio Balvidares, ya vivía en Chivilcoy.
Había nacido en Puente Alsina y había sido criada en la barriada de Villa
Caraza, en Lanús. Conoció lo que fue crecer de golpe. El papel de su madre
enferma era suplido por el padre, que había asumido ambos roles. Pero cuando
Amanda contaba 14 años su papá falleció en un accidente y ella y su hermana de
15 debieron salir a trabajar. Se empleó en una fábrica de tejidos y su hermana
en un taller metalúrgico.
Amanda con la foto de su hijo, Horacio (Foto: Diego
Barbatto)
A los 18 años, aprovechando unos días de
vacaciones, viajó a Suipacha a casa de una familia amiga. En el pueblo
conocería a quien sería su marido, y el padre de Horacio y de todos sus
hermanos. Sin embargo, la suerte volvería a serle esquiva. Cuando Horacio tenía
13 años, se separó. Había decidido terminar con un matrimonio de años de
maltratos y egoísmos. Un día, cuando su esposo salió a trabajar, armó un bolso
y con sus hijos se mudó a Chivilcoy, siempre apoyada por Horacio.
Según ella cuenta, "él era mi sostén. No sabía
lo que era salir o tener novia, porque siempre decía “mamá, vos te quedás sola”.
Horacio no tuvo vida, porque cuando podía disfrutar, el destino se le paró
adelante".
La manta que era de su hijo Horacio y con la que
Amanda se abriga durante los inviernos: “Es como tenerlo a él conmigo” (Foto:
Diego Barbatto)
De Malvinas, Horacio le escribió dos cartas a su
madre que, en los avatares de las mudanzas, se perdieron. Recuerda que una fue
el 14 y la otra el 26 de mayo. Repite casi de memoria el contenido de la
segunda, en la que le decía que iban a parar a los ingleses, que se quedara
tranquila, que estaba bien. "Vieja, como viene la cosa, a mediados de
junio estoy de vuelta en casa con la libreta firmada", le escribió. Y
Amanda resignada cuenta que "hasta el año pasado, yo lo esperaba, como
hacía todos los mediados de junio".
Tumbledown
Pedro Adorno recordó que "la noche del 13 de
junio, en Tumbledown, un cerro cercano a Puerto Argentino, nevaba mucho y hacía
frío. No veíamos nada. De pronto, los ingleses tiraron una bengala de
iluminación y es como si se hubiese hecho de día, y comenzaron a atacarnos por
todos lados. Estaban tan cerca que escuchábamos cuando hablaban".
Cuando trepaban el cerro para cortar el avance
británico, cayó herido el soldado Arturo Pedeuboy, con cuatro disparos en sus
piernas. Adorno se acercó a auxiliarlo y, cuando quiso levantarlo, un tiro le
impactó en su brazo. "Fue como tener un hierro caliente", explica
Pedro.
"Andate vos, andate!”, gritó Pedeuboy.
"Yo no quería dejarlo, pero comencé a
retroceder. Recuerdo ver al soldado Poltronieri cubriéndonos con su ametralladora.
Y el Subteniente Guillermo Robredo Venencia me quitó la cinta de goma que tenía
sujeta al casco, que sostenía una estampita de la virgen de Luján, me hizo un
torniquete y me vendó, y le ordenó a Horacio Balvidares que me llevase al
pueblo. No fue difícil hacerlo. Pesaba 47 kilos".
En la escuela donde trabaja como portero (Foto:
Diego Barbatto)
En la entrada del pueblo salió a su encuentro un
enfermero. Lo llevó a un puesto sanitario. Balvidares, al salir, sólo pudo
recorrer unos cincuenta metros. Una bomba terminó con su vida. El enfermero
entonces le dijo a Adorno: "Mirá, la persona que te salvó la vida, se la
cagó él".
Adorno fue trasladado en helicóptero al buque
Almirante Irízar, luego al hospital en Comodoro Rivadavia y de ahí llevado a
Campo de Mayo, donde saldría con la libreta firmada.
El encuentro
Para Amanda vinieron años de peregrinar para buscar
respuestas sobre qué es lo que había ocurrido con su hijo Horacio. La historia
comenzaría a cerrarse cuando, con recelo, aceptó la propuesta del veterano
Julio Aro y de Gabriela Cociffi, directora editorial de Infobae, de donar
sangre para participar de la causa de la identificación de los restos
sepultados en Darwin como "soldado argentino solo conocido por Dios".
Porque ella, sin tener datos concretos, todos los mediados de junio seguía
esperando que su hijo apareciera por la tranquera blanca de su quinta de
Chivilcoy.
Esa mañana en Chivilcoy se fundieron en un abrazo
(Foto: Diego Barbatto)
Lo único que le quedaba era una vieja frazada de
dos plazas que Horacio se había comprado para trabajar en el campo. Amanda la
usa en su cama para abrigarse las frías noches de invierno. Tiene eso y una
foto suya, amarillenta, esas típicas que se toman para los documentos de
identidad, prolijamente enmarcada.
Cuando finalmente supo que habían sido
identificados los restos de su hijo, dijo haber encontrado paz. Pero aún
restaba lo último. Conocer al soldado, 37 años después, al que su hijo le había
salvado la vida.
Pedro y Amanda compartieron el mate y los recuerdos
en una tarde llena de emociones (Foto: Diego Barbatto)
El pasado 22 de marzo, Infobae los reunió en
Chivilcoy, donde Amanda vive con su pareja y uno de sus nietos, "el
regalón", como lo presenta.
Tan nervioso estaba Pedro, que la noche anterior no
pudo dormir. Es que iba a conocer a la mamá del soldado que le había salvado la
vida.
Los años habían sido duros para Pedro. Ya no tenía
a sus padres, quienes luego de 50 años de casados, habían muerto con una semana
de diferencia. Se había casado, luego de separarse formó por un tiempo una
nueva pareja. Trabajó muchos años de camionero, lo que lo fue alejando de sus
afectos. Tiene ocho hijos y nietos, que muestra orgulloso en fotos. Ahora vive
solo. Hace un tiempo consiguió trabajo como portero en la Escuela 22 José
Hernández, que está en el límite entre Luján y General Rodríguez. Para llegar
toma dos colectivos y camina un kilómetro desde la ruta, pero lo hace feliz.
Hasta pintó un mural sobre Malvinas. Todos los chicos y las maestras le
demuestran cariño. Y él sonríe.
Caminaron de la mano, y Amanda le dijo: “Vos sos mi
otro hijo”. Pedro respondió: “Si, mami” (Foto: Diego Barbatto)
Esa mañana en Chivilcoy primero se fundieron en un
largo abrazo y luego hablaron. Él con sus manos apoyadas en los hombros de
Amanda y ella con las suyas en la cintura de Pedro.
El soldado confesó haberse quitado un peso de
encima: "Yo ahora estoy en paz. El problema era estar bien con
usted".
A Amanda le causó ternura la forma de hablar de
Pedro. Hasta se rió ante el comentario de que "flor de hijo el Horacio
ese, renegado era el petiso".
Entraron a la casa de la mano. Mientras tomaron
mate en la cocina, compartieron lo que ambos querían decirse en esos largos
años de no encontrarse. "Era como que veía la imagen de mi hijo detrás
suyo", remarcó Amanda.
Se despidieron con promesas de visitarse, de no
perderse. "Vos sos mi otro hijo", le dijo ella. "Si, mami".
Y Pedro partió, pero para volver.
Fuente: https://www.infobae.com
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