La sorprendente historia de un libro que permitió a
los pilotos de la Aviación Naval asestar un duro golpe a la marina británica en
la guerra de 1982.
Por Adrián Luciani
A medida que pasan los años, cada vez más hechos
demuestran no sólo el valor y el profesionalismo con el que combatieron
nuestros pilotos de la Aviación Naval en Malvinas, sino también doctrinas de
combate propias utilizadas, en inferioridad de medios, para sorprender la
abrumadora cantidad de tecnología disponible en el bando enemigo.
El caso de la Tercera Escuadrilla de Caza y Ataque,
unidad nacida en la Base Espora a comienzos de los 70, que para 1981 había
alcanzado el límite de vida útil en sus jets monoplazas reactores Skyhawk A4Q,
es uno de estos ejemplos.
Ocho aviones se encontraban con posibilidad de
vuelo, pero varios presentaban fisuras a consecuencia de la operación en
portaaviones y requerían el recambio de las alas para seguir volando.
Los cañones no funcionaban, salían dos o tres
disparos y se trababan dejando al caza indefenso ante un hipotético combate
aéreo contra otro caza enemigo. A esto había que agregarle que los cohetes en
los asientos eyectables estaban vencidos, poniendo en peligro la vida del
piloto al quedar atrapado dentro de la cabina.
Sin embargo, los pilotos conocían cada avión, cada
uno de ellos volaba diferente y cada uno tenía un A4Q preferido.
El 21 de mayo de 1982 no fue un día más para los
aviadores navales y mucho menos para los británicos. Esa jornada la Tercera
Escuadrilla de Ataque iba a entrar en la historia al hundir a la fragata clase 21
“HMS Ardent” en la bahía de San Carlos.
Eso forma parte de una historia ampliamente
difundida. Sin embargo, detrás de la escena, hubo otra historia desconocida y
no menos apasionante: la de los apuntes de la UNS que permitieron semejante
proeza militar cargada de alto profesionalismo.
Los hechos, que se remontan al conflicto con Chile,
fueron rescatados del olvido por el escritor bahiense Claudio Meunier y
formarán parte de un nuevo libro.
“Gerardo Agustín Sylvester, matemático estadístico
bahiense y profesor titular del Departamento de Matemática en la UNS; escribió
una obra de estudio y consulta que se llamó Montecarlo, aplicación en las
Empresas y las Fuerzas Armadas, que se editó en 1970. Copias de esta obra se
pueden encontrar en el Conicet o hasta en Mercado libre.
Durante la guerra las fotocopias de esa obra
estaban en el kiosquito de apuntes del departamento de Matemáticas de la
universidad a disposición de los alumnos y son esas mismas páginas las que el
MI5 del servicio británico de Inteligencia debió haber rastreado pues en el
final del libro se publica un ejercicio de estadística clave.
Allí se detalla un supuesto ataque a un buque de
guerra con una clase específica de avión en cuanto a sus características, con
uso de determinado armamento, formas de atacarlo y se precisan también, a
través de la estadística, los resultados del ataque.
“Por ejemplo, mencionaba que dos grupos de tres
aviones cada uno, seis en total con un total de 24 bombas (cuatro cada uno),
lanzadas en reguero (una tras otra separada por fracciones de milisegundos) y
cruzando el objetivo desde diferentes ángulos, podían impactar de lleno al
buque hundiéndolo u horquillándolo, es decir haciendo explotar las bombas a sus
costados y ocasionándole serias averías.
“También precisaba que en la acción se iba a perder
el 50% del grupo de atacante. Esa es la estadística a la que habían llegado en
el departamento de Matemática de la UNS el Profesor Sylvester con un núcleo de
docentes muy capacitados que lo acompañaron en este trabajo único”, señala
Meunier.
“El ataque del 21 de mayo de 1982, con la misión de
los Skyhawk de la Aviación Naval Argentina, estuvo basado en las fotocopias de
un libro de la UNS. Es decir que si los británicos querían saber cómo los iban
a atacar sólo tenían que ir al kiosco y fotocopiarlo”, agrega.
Para llevar a la práctica la teoría del matemático
local, la escuadrilla adquirió bombas americanas Mk 82 con cola retardada.
El personal terrestre, clave en el mantenimiento de
los Skyhawk a través de su departamento de armas, conocía el manejo de ellas
por el alto grado de adiestramiento.
De esta forma la escuadrilla entraba en la historia
de la aviación mundial al ser la única en el mundo preparada para combatir a
buques de guerra enemigos con doctrina propia y armamento especial para este
cometido.
No fue ninguna sorpresa cuando el 21 de mayo seis
Skyhawk partieron con sus cuatro bombas para producir daños en el desembarco inglés.
Sin embargo, el primer vuelo de la mañana retornó con su armamento al desviarse
de la zona de ataque por un problema en el sistema de navegación instalado días
antes, el cual no permitió que los pilotos lograran, bajo la presión del
combate, la preparación correcta.
En el segundo vuelo participaron seis aviones
divididos en dos grupos de tres. El líder del primer grupo era el del Capitán
de Corbeta y vecino bahiense Alberto Philippi, quien solicitó que le dieran un
avión sin ese equipo de navegación ya que lo haría como siempre había volado.
El segundo grupo tuvo dos aviones con navegador
provisto de los valores correctos, en tanto el restante debía volar a la vista
de los otros dos para no perderse en el retorno.
“La escuadrilla se preparó para atacar a los
buques. No era como el Súper Etendard, que lanzaba el misil fuera del horizonte
del enemigo y se volvía. Los Skyhawk navales debían llegar hasta el blanco
volando rasante, bajo fuego antiaéreo, esquivando misiles, sin poder disparar
sus cañones, elevarse a 50 metros de altura exponiéndose aún más al fuego
enemigo y lanzar las bombas pasando por encima del buque”, refiere Meunier.
“Como los Skyhawk no tenían intervalómetro para
lanzar las bombas unas detrás de otra, emplearon un método criollo local:
utilizaron los lanzadores de sonoboyas que tenían los aviones Grumman Tracker
de lucha antisubmarina. Fue realmente una obra maestra lo que hicieron para
lanzar en reguero esas bombas americanas de 250 kilos con cola retardada. Estas
se frenaban en el aire permitiendo que el avión pudiese escapar y no ser
alcanzado por la onda expansiva”.
Pero esa historia tuvo un capítulo más, no exento
de dramatismo, ya que el hijo del profesor Gerardo Agustín Sylvester, el Teniente
de Navío Roberto Gerardo Sylvester, era uno de los seis pilotos que ese 21 de
mayo se preparó para atacar al desembarco británico en San Carlos.
“El padre lo llamó la noche anterior, estaba
preocupado, su hijo se encontraba en esa lotería del 50 por ciento de pérdidas.
Es decir, un ejercicio que él fabricó le toco vivirlo a su hijo, lo que resultó
algo terrible para él”, comenta Meunier.
La mañana del día del ataque, agregó, Sylvester se
subió a su automóvil Opel K 180 y se fue a la Base Espora a escuchar en los
equipos de radio el ataque a los buques. Seguramente escuchó al Capitán
Philippi decir: “Soy Mingo, me eyecto, me dieron, estoy bien” y también el
grito de alerta del Teniente de Fragata Marcelo Márquez diciendo “Harrier,
Harrier”. Segundos más tarde su voz se apagaba cuando uno de los Sea Harrier
piloteado por John Leeming lo alcanzaba con una salva de cañones esparciendo su
Skyhawk en el firmamento luego de explotar su turbina.
“Luego escuchó al Teniente de Navío José César
Arca, con su avión averiado, informando que se trababa en combate con un
Harrier para luego eyectarse en Puerto Argentino. Así. una de las máximas del
libro del profesor Sylvester, se cumplía: la mitad del grupo atacante era
derribado. Márquez murió y Philippi y Arca lograron eyectarse. El primero fue
tomado prisionero y el segundo fue rescatado por un helicóptero del Ejército
Argentino.
El matemático vivió momentos muy difíciles,
escuchar a su hijo yendo al combate volando en el segundo grupo. Los Tenientes
de Navío Benito Rotolo, Sylvester y Carlos Lecour, alertados por las voces de
los primeros tres pilotos que estaban siendo atacados, emplearon lo practicado
una y mil veces: acercarse al blanco volando bajo estricto silencio de radio.
Uno detrás de otro, en fila india, los tres Skyhawk
se acercaron a una velocidad de casi mil kilómetros por hora llevando un regalo
impensado para los británicos, practicar con ellos la parte final del ejercicio
de ataque incluido en el libro, que algunos poseían en fotocopias.
Al llegar a la bahía de San Carlos, Rotolo observó
a la fragata “Ardent” humeando profusamente, una bomba del Capitán Philippi y
una del Teniente Arca habían dado de lleno en la popa ocasionándole incendios
de magnitud.
Rotolo la señaló y los tres pilotos fueron tras la
castigada fragata que en horas de la mañana había sido blanco de los Dagger de
la Fuerza Aérea Argentina basados en Río Grande.
Las bombas de Rotolo explotaron a cada lado del
buque, Lecour la alcanzó con una de nuevo en la popa, destrozándola por
completo. Esa fue la estocada, el golpe de gracia.
Sylvester, impresionado por la explosión delante
suyo, apuntó a la “Ardent” y lanzó su carga con resultados dantescos para el
buque británico que pocas horas después se hundía producto de las averías.
En la base Espora, Gerardo Agustín Sylvester,
respiró profundo y hondo, volviendo a la vida cuando escuchó la voz de su hijo
y sus compañeros llamándose entre ellos e iniciando el retorno a Río Grande.
Los tres pilotos sobrevivientes formaron parte de
la estadística Montecarlo, lograban retornar a su base y ser el otro 50% que
salía con vida.
“Es decir que se cumplieron los parámetros de
hundimiento, uso de bombas, lanzamiento y pérdidas, fue a mi entender el
ejercicio de estadística más peligroso que creó este notable matemático de
nuestro medio”, concluyó Meunier.
Fuente: https://www.lanueva.com
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