El Cabo Roberto Baruzzo quedó solo con su compañero
agonizante, a quien protegió contra decenas de ingleses. Con varias heridas
encima batalló hasta que se agotaron sus municiones y sacó su cuchillo. El
comandante británico, admirado por su valor, decidió perdonarle la vida
basándose en un código de honor
Por Joaquín Sánchez Mariño
El Cabo Roberto Baruzzo en Malvinas, junto a sus
compañeros cuando finalizó la guerra y quedó prisionero de los ingleses en Fitz
Roy
Largo y ancho campo de nieve. Desde el cielo se ve
todo blanco. Todo blanco salvo por una mancha negra pequeña que se va
expandiendo conforme brota la sangre del cuello de Echeverría. No está solo, un
Cabo de 22 años lo abraza y le pide que resista.
El cuerpo de Echeverría recibió cinco disparos y su
sangre, que se ve negra al contacto con la nieve, desespera a su compañero. Ya
no tienen municiones para defenderse, solo le queda un cuchillo. Un soldado
inglés se deja ver, fusil en alto, y comienza a aproximarse. El Cabo desenfunda
el arma y se pone en posición de pelea. No piensa entregarse. El inglés se
acerca un poco más y le toca el brazo con el cañón del fusil. "War is over", le dice, "war is
over". Y lo abraza.
Es una madrugada de junio de 1982 y están en las
Islas Malvinas, más precisamente en Monte Kent. El nombre del Cabo es Roberto
Bacilio Baruzzo. Hoy tiene 59 años y vive en Corrientes, provincia de la que es
oriundo, más precisamente, del pueblo de Riachuelo. Se casó y tiene dos hijas.
Una de ellas se llama Malvina Soledad, como las islas, y la otra Mariana Noemí.
Su historia es una de las tantas historias heroicas
de Malvinas, con una salvedad: Baruzzo es uno de los pocos combatientes en
recibir la Cruz al Heroico Valor en Combate, máxima condecoración a la que
puede aspirar un soldado argentino, junto al Sargento Primero Mateo Sbert,
caído en el combate de Top Malo House; el Teniente Primero Jorge Vizoso Posse,
el Subteniente Juan José Gómez Centurión; el Soldado Conscripto clase 1962
Oscar Poltronieri; Teniente Ernesto Emilio Espinosa y el Teniente Roberto
Estévez.
Baruzzo en la Escuela Sargento Cabral donde se
recibió en 1979
El reconocimiento a Baruzzo no queda ahí: en su
Riachuelo natal tiene una calle con su nombre, y en la ciudad de Corrientes,
donde vive, un busto. Sin embargo, su historia sigue siendo desconocida por
muchos. No le gusta hablar ni participar demasiado en programas de televisión,
aunque alguna vez ha contado su derrotero a Nicolás Kasanzew o en vivo a
Alejandro Fantino en Animales Sueltos.
Derrotero que termina (¿termina alguna vez?) en la
nieve manchada de negro aquella noche de mediados de junio del '82.
Vamos a esas fechas. Baruzzo está apostado en Monte
Kent protegiendo unos helicópteros a la espera de ser trasladado a Darwin. De
pronto, un ataque aéreo inglés los sorprende y la esquirla de una bomba que le
cae cerca provoca que un alambre le atraviese el brazo. Un Capitán da la orden
de cargar los soldados en los helicópteros y llevarlos a Darwin, pero le pide a
Baruzzo que se quede ahí esperando un enfermero. En su estado, con el brazo
destruido, era imposible que mantuviera un combate.
Se repliega y llega hasta Monte Harriet junto a
otro regimiento que se dirige hacia ahí. Tiene el brazo cada vez más hinchado,
pero resiste.
La guerra dejó 649 muertos argentinos, 255 soldados
británicos y 3 civiles (Foto: Telam / Román von Eckstein).
Cuando llegan a Monte Harriet, los ingleses atacan
otra vez. Los soldados corren para todos lados y él los sigue. El cielo se
prende y apaga con los destellos de las municiones. Se genera un descontrol. En
medio de la retirada, algunos soldados caen al suelo, Baruzzo entre ellos. Un
camarada le pisa el brazo y le revienta la herida. El Cabo se levanta como
puede y va hasta la enfermería, necesita parar el dolor de algún modo. No hay
nadie, ningún médico, pero encuentra un frasco de penicilina en polvo. Sin
saber cómo se usa, se suele inyectar mezclado con una solución, se tira ese
polvo directamente sobre la herida. Arde, al principio, pero con los minutos
siente que comienza a sanar, más tarde, volverá a tratarse la herida con azúcar
porque en algún lugar leyó que eso servía.
Cesa el ataque, por unas horas. Esa misma noche
comienzan nuevamente los bombardeos. Los soldados, protegidos en las
trincheras, comienzan a salir a la intemperie conforme las bombas derrumban sus
pozos.
En medio del ataque, Baruzzo ve a un amigo herido.
Es Jorge Echeverría, su superior. Tiene varios tiros en el cuerpo y está
rodeado de soldados ingleses, que le disparan desde todos los ángulos.
Baruzzo derriba a un soldado inglés y le roba su
fusil, mejor que el propio, y su visor nocturno. Con esos dos elementos se
dispone a proteger a su camarada. Se pone el visor y es entonces cuando siente
miedo por primera vez. En medio de la noche más cerrada, en medio de la
oscuridad más negra que vio nunca, descubre que con el visor se ve todo a la
perfección, y distingue a los soldados ingleses de los argentinos, que caen uno
atrás del otro. "Así nos ven", piensa, y se da cuenta de la desventaja.
Levanta entonces el fusil y comienza a cubrir a
Echeverría, que para ese entonces ya tiene cinco impactos de bala. "Agarré
y le maté a uno primero", cuenta Baruzzo. "Después apareció otro y le
maté al otro. Y de golpe del otro lado me empiezan a tirar con municiones
trazantes… no me mataron porque tengo un Dios aparte. Ahí vi que Jorge le
dispara al que me ataca y lo pega. Entonces yo aprovecho y salto y agarro de la
chaquetilla a Jorge y lo llevo atrás de una piedra. Pero el problema es que
éramos dos, y la piedra para dos no era…".
Su compañero intenta pararse, pero no lo logra. Le
dice que no siente el cuerpo. Baruzzo lo apoya contra una piedra y con su
cuchillo le abre el pantalón para curarlo. "Tenía todo negro",
recuerda el entonces Cabo. "Ahí vi los orificios de los tiros. Le saqué el
cordón de la chaquetilla, le até la pierna, le hice el primer torniquete y lo
empecé a arrastrar de la chaqueta".
Después siguió defendiéndose de las balaceras
inglesa y derribando enemigos con el FAL 7,62 del que se había apropiado.
El Cabo de 22 años llegó a Malvinas con el
Regimiento 12 de Infantería de Mercedes
Estaban rodeados de neblina, se veía poco. Baruzzo
ya no sabía si era la bruma natural de la isla o una humareda formada por los
tiros. Sin importarle, avanzó con su compañero a cuestas a través de la nieve.
En un momento se les cruza una silueta que empieza a disparar. "Las balas
se me vinieron encima, pero las ligó Jorge… Entonces yo disparé, lo puse fuera
de combate a ese tipo, y ahí Jorge se desplomó", recuerda Baruzzo.
Le pidió agua, Baruzzo sacó su botella de whisky y
le convidó, como quien le ofrece el último trago a alguien que se despide.
"Se moría. Estaba hecho un colador. Pero tenía una paz… Tenía todo lo que
a mí me faltaba", recuerda Baruzzo.
Echeverría le dice que ya está, que lo deje morir.
"Por favor, abandoname, escapate vos que podés", le pide. Baruzzo no
sabe si va a poder escaparse, pero sí sabe que, si lo abandona y logra salir
vivo, no se lo va a perdonar nunca. "Era de una cobardía total",
dice.
Echeverría insiste: lo agarra de la chaqueta y le
dice: "Robertito, dejame, te lo pido por favor". Baruzzo se quiebra.
Pone su cabeza en el pecho de su compañero y se echa a llorar
desconsoladamente, un llanto sonoro, un llanto de joven militar de 22 años que
acaba de matar y ve morir a su amigo y sabe que también morirá él. Un llanto
largo y entregado, desprovisto ya de toda melancolía y esperanza. Desprovisto
de miedo, miedo jamás.
El encuentro de Roberto Baruzzo y Jorge Echeverría
La mancha de sangre se empieza a expandir sobre la
nieve blanca. "Ese hombre me transmitía paz. Era mi jefe, el jefe que yo
siempre soñé tener. Si me mataban iba a ser una muerte realmente digna",
rememora.
Están solos ya, nadie alrededor queda en pie.
Parado en medio de la nada y cubierto de lágrimas, se queda sin municiones. Se
pone el visor nocturno y comienza a mirar cómo a su alrededor las figuras
inglesas se desplazan en grupos hasta rodearlos. Pirañas en medio de una isla
dispuestas a terminar con ellos.
"Yo sabía que el modo de avanzar de los
ingleses era por escalones, una formación atrás de otra cubriéndose mutuamente.
Lo que no sabía era cuántos escalones había", recuerda.
Es en ese momento cuando Baruzzo asume que lo van a
matar. Saca su cuchillo y se pone en señal de pelea, todavía llorando.
"Vamos a ver cómo morimos", se dice, "vamos a ver cómo
morimos". Y levanta el cuchillo.
Entonces le aparece casi encima la silueta del
primer inglés. Baruzzo se queda duro, en blanco. El hombre se acerca un poco
más. También tiene visor nocturno y está armado. En medio de esa oscuridad, los
dos hombres se están viendo: son una figura verde claro proyectada en una
pantalla pequeña delante de los ojos, como si fuera un juego de realidad
virtual.
Roberto Baruzzo recibió la Cruz al Heroico Valor en
Combate
A Baruzzo le parece extraño que no lo hayan
liquidado todavía, un tiro a distancia y listo, no se requería de mucho. Sin
embargo… el inglés se acerca cada vez más hasta ponerse al lado del argentino
que tiene el cuchillo en la mano.
Lo primero que sintió fue el cañón del fusil sobre
el brazo. Dos pequeños golpes indicándole que se desarme. Soltó el cuchillo y
un segundo después se dejaron ver cuatro o cinco ingleses más. El primero de
ellos baja su arma y lo pronuncia: "War is over". La guerra terminó.
Se acerca al argentino y lo abraza.
"Sigue siendo mi enemigo y lo van a ser
siempre. Yo no me abrazo con ningún inglés, no quiero saber nada con ellos.
Pero en ese abrazo sentí como si fuera mi padre, y me eché a llorar en sus
brazos… Así es, apretado contra él me eché a llorar", recuerda Baruzzo.
A su lado, su compañero se estaba muriendo
desangrado.
El inglés le dijo "Ok Argentino", tomó su
cuchillo ensangrentado, lo limpió en su pantalón, y les habló a sus compañeros.
Todos ellos se acercaron y palmearon a Baruzzo. Le habían perdonado la vida.
Jorge Echeverría no tenía ninguna posibilidad de
salir vivo de ahí. Aun así, lo subieron a un helicóptero británico y lo
mandaron al buque hospital británico HMS Uganda. Lo atendieron y le salvaron la
vida. Hoy vive con su mujer y sus dos hijas en Tucumán. Se considera un hermano
de camarada, a quien le debe la vida.
Junto a su familia en Corrientes. ” Me gustaría que
se resalten el valor y el heroísmo de mis soldados que murieron en Malvinas.
También quiero que se cuente el honor y la valentía de Jorge Agustín
Echeverría, el oficial del Regimiento Cuatro. Él fue para mí un ejemplo en
pleno combate”, pidió
Al día siguiente de esa noche lo ingleses le
pidieron al Cabo Roberto Bacilio Baruzzo que recogiera los cuerpos de los
muertos que él mismo había matado. Eran muchos. Mientras lo hacía, se le acercó
otro inglés y le dijo: "Tuviste suerte, nuestro jefe maneja un código de
honor: al que se lo encuentra en el campo enemigo combatiendo por un camarada
se le perdona la vida".
Cuando se terminó esta nota, Roberto Baruzzo
realizó un único pedido, sin condicionamientos, y con el tono cálido y humilde
típico de los correntinos: "Más que mis misiones, me gustaría que se
resalte el valor y el heroísmo de mis soldados que murieron en Malvinas.
También quiero que se cuente el honor y la valentía de Jorge Agustín
Echeverría, el oficial del Regimiento 4. Él fue para mí un ejemplo en pleno
combate, porque yo le hice los primeros auxilios en medio de millones de balas
trazantes, y gracias a Dios pudo salvar su vida. Lo que yo hice fue solo
aportar mi granito de arena, porque así lo quiso Dios y la patria".
Fuente: https://www.infobae.com
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