El 28 de septiembre de 1966, un grupo de 16 jóvenes
argentinos tomó un avión DC4 de Aerolíneas Argentinas que se dirigía a Río
Gallegos y lo desvió a las Islas Malvinas. Con ellos, alertado de lo que iban a
hacer, viajaba Héctor Ricardo García, director del diario Crónica y de la
revista Así, que de esa manera consiguió la exclusiva de su vida. A una semana
de su muerte, el recuerdo de esta aventura periodística
Por Eduardo Anguita
Por Daniel Cecchini
El 28 de septiembre de 1966, 18 militantes
nacionalistas secuestraron un avión de Aerolíneas Argentinas, aterrizaron en
las islas Malvinas e izaron la bandera nacional. El dueño de Crónica iba en ese
vuelo preparado para la gran primicia de su vida (Crédito: Héctor Ricardo
García/Diario Crónica)
Se llamó Operativo Cóndor. Lo lideró Dardo Cabo en
septiembre de 1966. Convocó a 16 jóvenes peronistas para secuestrar un avión,
desviarlo a Malvinas y allí izar banderas albicelestes.
Gobernaba el dictador Juan Carlos Onganía y Cabo
sabía que terminarían presos. Necesitaban una pluma que contara la aventura:
Héctor Ricardo García, el director de las tres ediciones de Crónica y de la
popular revista Así, aceptó comprar un billete y subirse a ese vuelo sin dar a
conocer lo que sucedería.
Un joven alto, desenfadado y pintón, Dardo Cabo
había mamado peronismo desde la cuna y para él la vuelta de Juan Perón al poder
era más importante que deslumbrar a las mujeres. Sin embargo, un día cayó
seducido por una periodista: María Cristina Verrier, de familia tradicional y
cronista de Panorama, le hizo una entrevista a Cabo y en poco tiempo se
convirtieron en pareja. La nota fue publicada en febrero de 1966. Siete meses
después, se convertiría en la única mujer –además no peronista- que integró el
contingente a Malvinas.
Dardo Cabo había nacido el 1° de enero de 1941 y a
los 19 conoció la cárcel. Fue junto a su padre, Armando Cabo, y a otros miles
de luchadores de la resistencia peronista. Armando era metalúrgico, muy cercano
a Augusto Timoteo Vandor. Una de sus consignas centrales era "ni yanquis
ni marxistas, peronistas". Por eso, la Juventud Peronista estaba más
nutrida de "tacuaras", anticomunistas y nacionalistas, que de
militantes izquierdistas. Sin embargo, sus métodos de lucha se acercaban mucho
a los de los barbudos cubanos. Y para 1965, con la convicción de traer de
vuelta a Perón, los jóvenes peronistas iban al Tiro Federal, a algún descampado
de Quilmes o se disfrazaban de pescadores para hacer prácticas militares en la
laguna de Lobos.
El Comando Cóndor (Crédito: Héctor Ricardo
García/Diario Crónica)
Perón los alentaba: "No intentamos de ninguna
manera sustituir un hombre por otro, sino un sistema por otro sistema. No
buscamos el triunfo de un hombre o de otro, sino el triunfo de una clase
mayoritaria, y que conforma el pueblo argentino: la clase trabajadora. Y porque
buscamos el poder, para esa clase mayoritaria, es que debemos prevenirnos
contra el posible 'espíritu revolucionario' de la burguesía. Para la burguesía,
la toma del poder significa el fin de su revolución. Para el proletariado -la
clase trabajadora toda del país- la toma del poder es el principio de esta
revolución que anhelamos, para el cambio total de las viejas y caducas
estructuras demoliberales".
Ese lenguaje acercaba a esos jóvenes a los
movimientos de liberación africanos y asiáticos que rompían sus lazos con
países colonialistas como Francia o Gran Bretaña. El caso más resonante fue la
independencia de Argelia tras años de cruenta guerra (1954-1962).
Malvinas
El gobierno del radical Arturo Illia también vio la
posibilidad de avanzar en la recuperación de las islas. En diciembre de 1965,
con 94 votos a favor, 14 abstenciones y ninguno en contra, el Comité de
Descolonización de Naciones Unidas daba entidad a los derechos argentinos sobre
el Archipiélago Sur. A criterio del organismo se trataba de "una situación
colonial" e instaba al Reino Unido y a la Argentina a dialogar para
resolverlo.
De inmediato, Dardo Cabo vio una oportunidad y
pergeñó la idea de hacer una ocupación simbólica. Todo subió de tono cuando los
militares echaron al radical Illia y perseguían a comunistas, peronistas y a
cualquiera que tuviera el pelo largo.
Dardo Cabo (fumando un cigarrillo al lado de
Cristina Verrier) pergeñó la idea de hacer una ocupación simbólica a las islas
(Crédito: Héctor Ricardo García/Diario Crónica)
Los jóvenes que se juntaban con Cabo eran tan
variopintos que uno de ellos era Alejandro Giovenco, quien terminó siendo el
jefe militar de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), cuyo blanco
principal eran los militantes de la izquierda peronista, mientras que Cabo se
convertiría en uno de los líderes montoneros. Giovenco moriría en 1974 cuando
una granada le explotó en las manos, y Cabo sería asesinado en enero de 1977,
tras ser sacado de la cárcel "para un traslado". Pero antes de que
los caminos se bifurcaran, ambos estaban en el mismo barco o, en este caso, en
el mismo avión.
Héctor Ricardo García en escena
El martes 27 de septiembre de 1966 sonó el teléfono
en las oficinas de Crónica. Dardo Cabo habló con su director, Héctor Ricardo
García, y en tono conspirativo lo invitó con un café en la confitería El
Ciervo, a dos cuadras de la redacción de Así. Nada mejor que la intriga para
atraer a aquel animal del periodismo.
Héctor Ricardo García a su regreso con la tapa del
diario y la exclusiva de la Operación Cóndor (Crédito: Héctor Ricardo García/Diario
Crónica)
A esa altura de su vida, García ya había marcado
caminos en el periodismo argentino. Reportero gráfico de oficio original, en
1954, cuando tenía apenas 21 años, "inventó" Así es Boca, la revista
deportiva que lo metió en la gráfica. Después la transformó en Así, un
bisemanario que revolucionaría el periodismo con sus fotografías y sus notas
policiales. Para 1966, el diario Crónica, fundado tres años antes, era el más vendido de
la Argentina si se sumaban sus tres ediciones diarias.
Al rato estaban sentados y Cabo no dio detalles,
sólo le habló de una nota sensacional a la medida de Crónica. Tras resistirse
un poco, García aceptó ir a ciegas. Cabo usó pocas palabras y le dejó en claro
que esa misma noche tenía que ir al aeroparque y sacar pasaje en un avión.
La cuestión es que el director de Así, esa
madrugada, subió al DC4 de Aerolíneas Argentinas en el vuelo 648 con destino a
Río Gallegos.
Poco después de despegar, el piloto fue abordado
por Cabo y Giovenco. El hombre, tras pensar que era una broma, les dijo que no
conocía el rumbo a Malvinas y ellos le dieron las cartas de navegación.
Integrantes del comando Cóndor y el periodista con
su cámara colgada cuando aterrizaron en Malvinas en 1966 (Crédito: Héctor
Ricardo García/Diario Crónica)
Tuvo el combustible suficiente como para llegar,
hacer tres pasadas por la pista hasta aterrizar ese frío y ventoso miércoles 28
a las 8.42 en lo que los ingleses llamaban Puerto Stanley, y al que los
cóndores bautizaron "Antonio Rivero" en memoria del gaucho que en
1833 resistió como pudo la ocupación británica.
Dos semanas más tarde, Así publicaba una larguísima
crónica firmada por su director y fechada en Ushuaia, Tierra del Fuego. Se
titulaba "Yo vi flamear la bandera argentina en las Malvinas".
En tierra
Cabo, Giovenco, otros 15 hombres jóvenes y Cristina
Verrier se atrincheraron bajo el avión. Para los kelpers, acostumbrados a las
ovejas y el sonido del viento, eso resultaba incomprensible. Muchos se
agolparon alrededor del DC4 y los argentinos habían tenido la precaución de
llevar panfletos en inglés donde explicaban que era un acto pacífico de
justicia y no un ataque. Sin embargo, algunos –entre ellos el joven jefe
policial local que no portaba armas- fueron tomados como rehenes.
Dardo Cabo y Cristina Verrier (Crédito: Héctor
Ricardo García)
Cabo y Verrier fueron a la casa del gobernador con
un mensaje tan breve como sorprendente para el británico:
-Señor gobernador, como argentinos, hemos venido a
esta tierra para quedarnos, ya que la consideramos nuestra.
-Fuera de aquí, fue la respuesta, ustedes no están
en su casa.
Héctor Ricardo García seguía de cerca todos los
acontecimientos y fotografiaba todo. En el artículo que escribió días después
en Ushuaia, contó que entre los pasajeros estaba el gobernador de Tierra del
Fuego e Islas del Atlántico Sur, almirante José María Guzmán, que no se
mostraba nada feliz de haber llegado al territorio que supuestamente gobernaba.
Más tarde, los cóndores tomaron contacto con el
cura católico de las islas: Rodolfo Roel les dio misa a los participantes del
operativo y, además, alojó a los pasajeros del avión.
La nota de García consignó que, a las seis de la
tarde, los integrantes del Operativo Cóndor se encerraron en el avión. A la
madrugada del jueves 29, un emisario del gobernador inglés les llevó un
mensaje: "Están cercados, si intentan salir del avión los soldados y
policías tienen orden de tirar. No respondemos por vuestras vidas. Es mejor que
se rindan".
Los militantes tomaron rehenes. Los británicos les
dijeron: “Están cercados, si intentan salir del avión los soldados y policías
tienen orden de tirar. No respondemos por vuestras vidas. Es mejor que se
rindan”. (Crédito: Héctor Ricardo García/Crónica)
Aunque al principio se negaron, la nota de García
relata así la rendición: "A las 17 (hora local), todos los componentes,
con el sacerdote y el comandante formaron junto a la bandera argentina que
estaba flameando desde el día anterior y procedieron a arriarla. Luego, con
ella en brazos, entonaron el himno nacional argentino, de viva voz, mientras
atónitos custodios ingleses, sin moverse de sus puestos, pero siempre con armas
listas, seguían con atención la emocionante ceremonia. Media hora más tarde, el
comandante Fernández García recibía sobre su avión todas las armas y entregaba
a los argentinos las mantas y almohadas de la aeronave. A las 18, en varios
jeeps, y luego que las fuerzas locales palparon de armas a uno por uno,
marcharon a la iglesia, y allí fueron alojados hasta el sábado a las 14
horas".
Nada se sabía sobre la suerte de los integrantes
del operativo, ni dónde serían juzgados, si en Argentina o en Inglaterra. Ese
sábado por la mañana, el sacerdote católico les informó que los llevarían a un
puerto argentino. Antes de partir, los cóndores rezaron el Padrenuestro.
La cárcel
Una lancha carbonera llevó a los detenidos hasta el
buque de la Armada Argentina Bahía Buen Suceso. El traspaso se hizo en alta
mar. El destino no fue otro que el penal de Ushuaia.
Dos curiosidades: la primera, el Bahía Buen Suceso,
en 1982, participó durante el conflicto de Malvinas como buque logístico y
terminó hundido en las aguas heladas de ese archipiélago; la segunda, ese penal
había sido clausurado durante el primer gobierno de Perón -durante la gestión
del director penitenciario Roberto Pettinato, padre del conocido músico y
conductor televisivo- y en esa oportunidad reacondicionaron un sector para
alojar a los cóndores.
Los argentinos izaron la bandera en las islas
(Crédito: Héctor Ricardo García/Diario Crónica)
Los 18 cóndores fueron juzgados, la mayoría con
penas leves de nueve meses. Dardo Cabo y Alejandro Giovenco (así como otro
llamado Juan Carlos Rodríguez) tenían antecedentes penales y pasaron tres años
en prisión. Cabo y Verrier se casaron en la cárcel.
Con el tiempo Cabo y Giovenco devinieron enemigos
irreconciliables. El primero formó la agrupación Descamisados que en 1972 se
incorporó a Montoneros. Giovenco quedó como custodio en la Unión Obrera
Metalúrgica (UOM) y estuvo a cargo de los grupos armados de la banda
ultraderechista Concentración Nacional Universitaria (CNU). En 1974 una granada
le explotó en las manos y murió en la sede de la UOM.
Cabo fue detenido un año después junto a Juan
Carlos Dante Gullo y otros dirigentes montoneros. El 1 de enero de 1977 cumplió
37 años en la Unidad 9 de La Plata. Seis días después, lo sacaron para "un
traslado" junto a Rufino Pirles. Al cabo de unas horas fueron fusilados en
la localidad de Brandsen "por intento de fuga".
No hay comentarios:
Publicar un comentario