Por
Catalina Bontempo
Se
acuerda del frío y del hambre. De la tierra fangosa, los bombardeos nocturnos y
su uniforme manchado. No olvida que cuando volvió tuvo insomnio. Entre sus
recuerdos australes también está el de una mujer que, en 1982, en plena guerra
y siendo isleña, le dejaba una botella de leche con dos panes cada mañana.
Francisco
La Regina tenía 19 años cuando le tocó luchar en Malvinas, y debió esperar casi
cuatro décadas para completar su historia y reencontrarse con la lechera que le
entregaba comida para que su estómago estuviera "menos vacío".
Hoy
tiene 57 años y pasa algunos días en el Museo de Veteranos de Guerra de
Malvinas en Lanús, junto a otros excombatientes, como Carlos Azuaga, el primer
argentino en casarse en las islas y también el eslabón necesario que permitió
unir a Francisco con la isleña.
Carlos
Azuaga y Francisco La Regina son amigos y se juntan en el Museo de Veteranos de
Guerra de Malvinas de Lanús Fuente: LA NACION - Crédito: Rodrigo Néspolo
Ellos
pudieron volver al continente, pero dejaron atrás a 649 compañeros, que
perdieron la vida en las islas del Atlántico Sur.
Pasaron
38 años desde aquel día en el que sonó en todas las radios del país un himno
inconfundible: "Tras su manto de neblinas, no las hemos de olvidar".
En cada casa argentina se oyó al locutor oficial que anunciaba que las Islas
Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur se habían recuperado para "el
patrimonio nacional".
Guerra
de Malvinas, Comunicado Nº1 de la Junta Militar, 1982
Francisco
recuerda bien ese día. Su número de sorteo había sido el 753 y estaba en
Comodoro Rivadavia cuando escuchó la noticia en la radio. No entendía nada.
"¿Qué pasa que está la canción?", preguntó a su superior.
-
"Soldado, hemos recuperado las Malvinas"
Francisco
La Regina (el segundo de la derecha) junto a compañeros de su batallón en las
Islas Malvinas Fuente: LA NACION - Crédito: Rodrigo Néspolo
Unos
días después, en el medio de la noche, lo subieron junto a su batallón a un
avión Hércules. Llegó a la isla el 10 de abril de 1982. Pertenecía al Batallón
Logístico IX y su tarea era trabajar con el armamento y abastecer con alimentos
a los que estaban en primera línea. Su estadía en la isla estuvo marcada por
los repliegues. Pasó 20 días en Moody Brook, el excuartel de los Royal Marines,
pero el avance inglés era rápido y resistir era difícil. Así que junto a su
compañía se retiraron hasta unas canteras que estaban a cuatro kilómetros de
Puerto Argentino. "Nos metimos ahí e hicimos los primeros pozos de zorros
donde dormíamos de a dos, pero se llenaban de agua y teníamos que hacer otros
nuevos. Era todo muy precario".
Después
de 20 días más, y como los británicos seguían avanzando, se replegaron en
Puerto Argentino, la capital del archipiélago y donde se calcula que, al
momento del conflicto, vivían 150 isleños. La comunidad kelper y los soldados
argentinos no tenían contacto. "Ellos no querían. Nos tenían miedo y nos
veían con recelo. Manteníamos una distancia", sostiene Francisco.
Imagen
actual. Fue en el pueblo donde Francisco conoció a la lechera Fuente: Archivo -
Crédito: Rodrigo Néspolo / LA NACION
Allí
se quedaron 10 esperando el final de la guerra, que llegó el 14 de junio ,
cuando el gobernador militar argentino, el general Mario Benjamín Menéndez,
firmó la rendición ante los funcionarios ingleses. Las tropas argentinas ya no
tenían municiones ni capacidad para sostener el combate.
Comunicado
165: el fin de la guerra de Malvinas (1982)
Fue
ahí, en el pueblo, donde Francisco conoció a la lechera.
Sin
mediar palabra, recibía una botella de leche y dos pancitos
No
la recuerda del todo, pero sí se acuerda de sus ojos. "Había un gesto de
bondad. Era rubia y muy blanca", narra Francisco. Todas las mañanas, a las
8.30 se subía a una pequeña camioneta y hacía el reparto de la leche y el pan
en las casas de los civiles ingleses.
En
el pueblo Francisco dormía junto a su unidad en una herrería inglesa.
"Habíamos cavado las trincheras para hacer las guardias y custodiar a los
que estaban descansando", detalla. Cada guardia se hacía de a dos, duraba
toda una noche hasta la mañana siguiente y estaba prohibido dormirse.
Francisco
volvió con 15 kilos menos a su casa tras la guerra
Fuente:
LA NACION - Crédito: Rodrigo Néspolo
"Por
la mañana, a las 8.30, la veíamos a la señora hacer la repartición y ella nos
veía a nosotros hacer las guardias. Yo observaba que dejaba pan y leche en cada
puerta y le decía a mi compañero que quería ir a buscar la comida. Miraba, pero
nunca sacaba ", confiesa.
Era
fines de mayo cuando la mujer comenzó a dejar en una esquina, sin que nadie la
viera, uno o dos panes y una botella de leche. Francisco cree que tal vez ella
sentía lástima por el soldado argentino y que los veía débiles, con hambre y frío.
"Fue así durante un montón de días, sin que ella me dijera nada. Dejaba
todo en silencio y se iba", describe.
Ambos
corrían riesgo. Ella, por ayudar al argentino mientras su nación mantenía una
guerra, y él, porque ningún superior podía saber que recibía comida del
"enemigo". Era un pacto tácito, implícito. Y también, era a escondidas.
"Yo
estaba agradecido de la vida", insiste Francisco, quien calcula que
alrededor de 40 soldados argentinos que se turnaban para cumplir esa guardia
recibieron la leche.
Así
se ve en la actualidad Puerto Argentino Fuente: Archivo - Crédito: Mauro
V.Rizzi / LA NACION
Durante
los dos meses y medio que duró la guerra, Francisco comía una sola vez por día.
"A las 15 recibía una marmita con guiso, pan si había y mate cocido o
agua", rememora. Cuando terminó la guerra, Francisco volvió a la Argentina
en el buque Ara Bahía Paraíso. Pesaba 15 kilos menos.
Como
tantos recuerdos de la guerra que quedaron en la isla, el de la mujer que
repartía la leche quedó en el olvido. Francisco nunca le contó la historia a
nadie hasta que se la encontró sin buscarla.
Ella
no tiene nombre, pero es la madre de Phyllis Gouth, una kelper que le regaló la
torta de casamiento a Carlos, el primer argentino en casarse en las islas.
El
primer matrimonio argentino en casarse en las Islas Malvinas y el regalo de la
torta de bodas
Era
el año 2009 y Carlos Azuaga había decidido volver a las islas. No las pisaba
desde 1982, y se quiebra al contar que durante los últimos días de la guerra él
llegaba hasta la primera línea y escuchaba a los combatientes decir:
"Carlos, no me dejes. Carlos, llevame a mí”. Sobre él caía la decisión de
elegir a quién llevar ocho kilómetros en camilla de lona hasta Moody Brook, el
primer asfalto y de ahí trasladarlo en vehículo hasta el hospital militar.
Hasta
ahí llega su relato e inmediatamente explica: "Quería reencontrarme con
Malvinas, pero no desde la angustia. Porque a mí la guerra me causó mucho dolor
".
Carlos
Azuaga junto a sus compañeros en la guerra
Así
que tomó una decisión osada y decidió casarse en las Malvinas. "Quería
reivindicar nuestra soberanía. Casarme en mi tierra, en mi país, en el lugar
donde vine a ofrecer mi vida y donde está la vida de mis compañeros".
Si
bien asegura que, en su momento, la Cancillería argentina lo alentó para sentar
precedente, en la actualidad ni Ushuaia, la capital argentina de las Islas
Malvinas, ni ninguna otra jurisprudencia del país dio el aval para inscribir el
matrimonio en actas nacionales. Especialistas le dijeron que no debería haberse
casado porque ponía en riesgo la soberanía y la diplomacia entre la Argentina e
Inglaterra. Él sólo espera que su acto sea reconocido por el Estado argentino.
Carlos
Azuaga fue el primer argentino en casarse en las Islas Malvinas Fuente: LA
NACION - Crédito: Rodrigo Néspolo
Carlos
y su esposa se casaron el 16 de noviembre de 2009 en las Islas Malvinas. Una
mujer que vivía en el archipiélago les preparó una fiesta sorpresa en su hogar.
"Iba llegando cada vez más gente a su casa y, de golpe, veo atravesar por
la puerta a una señora que venía con una especie de castillo", precisa
Carlos.
"¿Y
eso?", le pregunta a la anfitriona.
-"Esa
es la torta de tu casamiento. Phyllis te la regala".
Phyllis
se acerca, lo abraza y se pone a llorar. "No entendí qué pasaba y me
tradujeron que ella me quería agradecer, porque veía reflejado en mí al soldado
que le había salvado la vida a su hermanito cuando fue la guerra".
Tropas
del Ejército Argentino avanzan por la Avenida Ross, luego del desembarco y
ocupación militar de las Islas Malvinas, 2 de abril de 1982 Fuente: Archivo
Una
noche de 1982, en plena guerra, su hermanito sufrió una peritonitis y su madre
salió en busca de ayuda. Unos militares argentinos que custodiaban el pueblo
los llevaron hasta el hospital militar donde lo operaron y le salvaron la vida.
"Esta chica, Phyllis, me hizo una torta en gratitud por tener a su hermano
vivo gracias a nosotros", explica.
Lo
que en ese momento Carlos no sabía era que la madre de Phyllis colocaba la
botella de leche y el pan para los soldados argentinos.
El
reencuentro entre el veterano y la lechera
En
2017 la Municipalidad de Lanús llevó a las Islas Malvinas a cuatro veteranos de
guerra. Francisco y Carlos fueron sorteados para volver. Sus nombres salieron
rifados al azar.
Fue
un viaje de una semana y ya casi al final, Phyllis se enteró de que Carlos
estaba en Puerto Argentino y pasó a saludarlo junto a una mujer de 80 años.
-"Te
presento a mi madre".
-"Hola,
encantado señora".
-"Ella
era la que ponía la botella de leche con el pan".
Carlos
respira hondo y sigue. "Para mí, fue terriblemente emocionante. Su madre
nos daba la leche y el pan. Y Phyllis me había regalado la torta".
Carlos
Azuga, Francisco La Regina, la lechera y Phyllis durante el reencuentro en 2017
Pasaron
35 años para que la lechera y Francisco pudieran reencontrarse.
"Cuando
la vi, me acordé de ella. Ella me miró y se sorprendió. Era yo", describe
Francisco. Se abrazaron y él sólo quiso agradecerle por haberle “matado el
hambre”. Pero no pudo hacerlo. Me quedé mudo", detalla.
Aunque
es imposible saber qué pensó esa mujer en aquel momento, Francisco no lo duda:
"Debe haber sentido que no fue en vano arriesgarse a hacer algo que no le
correspondía".
Con
el firme tono de su voz, se emociona al recordar el reencuentro. Los diez
minutos que duró le dejaron sabor a poco. "No hubo diálogo. No pudimos
decir ni una palabra, porque es un momento en el que uno no piensa nada".
Ni
Carlos ni Francisco creen que su historia haya sido pura casualidad Fuente: LA
NACION - Crédito: Rodrigo Néspolo
El
tiempo no alcanzó ni para preguntarle el nombre, pero quedó grabado en una
única foto, algo borrosa. "Me gustaría volver a Malvinas y compartir con
ella un té y pasar un largo rato. Le preguntaría por qué lo hacía, qué sentía
por nosotros. Qué le pasaba por la cabeza. Si nos veía como buenos o
malos", se lamenta Francisco.
Para
los excombatientes nada es obra de la casualidad.
"No
tiene una explicación lógica todo lo que nos pasó sin querer, porque si hubiera
ido a las islas sin Carlos, nunca nos hubiéramos reencontrado. ¿Viste cuando
algo no te lo esperás?", reflexiona Francisco.
Fuente:
https://www.lanacion.com.ar
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