Antonina
Roxa llegó a las islas en 1830. Fue empleada del comandante, asistió partos,
sobrevivió a la masacre de Puerto Luis, fue granjera y domadora de ganado. Se
ganó el respeto de los argentinos y los ingleses la consideraron una “gaucha
imprescindible”. Con los años, juró para la Corona Británica
Por
Marcelo Beccaceci
Luis
Vernet, primer comandante de las islas Malvinas nombrado por el gobierno de
Buenos Aires en 1829
Cuando
el 10 de junio de 1829, el gobernador de Buenos Aires Martín Rodríguez creaba
por decreto la Comandancia Política y Militar de las islas Malvinas, con sede
en la Isla Soledad y jurisdicción sobre las islas adyacentes al cabo de Hornos
en el Océano Atlántico, designó como comandante a Luis Vernet, empresario de
familia francesa nacido en Hamburgo, con el objetivo de afianzar la presencia
argentina en las islas.
Una
semana más tarde La Gaceta Mercantil publicaba:
“Una
de las medidas más importantes del gobierno actual ha sido la organización
política y militar de las islas Malvinas, y de los terrenos adyacentes al
estrecho de Magallanes. Aunque nuestra marina esté en su infancia, podemos
sacar gran provecho de las islas Malvinas. El territorio es muy fértil, su
clima menos áspero de lo que corresponde a su latitud. Los cuadrúpedos, que los
españoles soltaron allí, se han multiplicado prodigiosamente, y se calcula que
no habrá menos de 40.000 cabezas de ganado, con un sinnúmero de caballos
salvajes”.
Lo
cierto es que Vernet había comenzado cinco años antes con un emprendimiento
comercial que incluía la explotación del ganado vacuno salvaje presente en las
islas y los lobos y elefantes marinos junto a la comercialización de pescado.
El
19 de junio Vernet partió hacia Malvinas en el bergantín Betsy. Lo acompañaban
la esposa, María, y los hijos, Emilio, Luisa y Sofía, además de Emilio, el
hermano, y el cuñado, Loreto. Cerca de cuarenta colonos componían parte del
pasaje. La nave transportaba como carga diversos muebles de la familia Vernet
(incluyendo un piano), además de 36 árboles y 30 ovejas merinas mestizas.
En
agosto la nave llegaba a las islas, y el 30 de ese mismo mes tenía lugar el
acto de posesión, mientras se enarbolaba la bandera argentina en Puerto Soledad
(Puerto Luis, desde ese entonces). Al desafío empresarial se le sumaba ahora a
Vernet la responsabilidad del cargo de comandante político y militar representando
al gobierno bonaerense.
Una
parte de las ruinas españolas fueron reconstruidas, pero se levantaron muchas
edificaciones nuevas de cal y piedra. La casa principal era la sede de la
Comandancia. En total había alrededor de diez casas de piedra y un número mayor
de ranchos dispersos en la zona, además de una docena de puestos y corrales que
cubrían una gran extensión.
La
colonia llegó con el tiempo a superar el centenar de personas. Estaba compuesta
por los miembros de la familia Vernet; 25 gauchos procedentes de Buenos Aires,
Entre Ríos, Santa Fe, Carmen de Patagones y la Banda Oriental; 5 aborígenes
(algunos tehuelches y otros del Litoral); 30 esclavos negros muy jóvenes que
tenían prometida la libertad en pocos años, y de quienes se pueden conocer
algunos nombres como: Gregoria, Julia, Carlota, Domitila, Marta, Pedro,
Mariano, Antonio y Gabino. También había criollos como el ama de llaves de la
esposa de Vernet, llamada Antonia (Antonina) Roxa y las niñeras Victoria y
Elisa. Entre los extranjeros estaba el capataz de los gauchos, de origen
francés, Jean Simon; 2 familias holandesas, que se encargaban de ordeñar las
vacas y fabricar manteca; una pareja alemana, responsable del huerto; 2 o 3
ingleses; un matrimonio español y otro portugués, entre otras tantas
nacionalidades. Tres cuartas partes de la población había sido traída por
Vernet y el resto procedía de las tripulaciones de los barcos visitantes
quienes, por alguna circunstancia, decidían quedarse a vivir allí.
Los
gauchos eran empleados en la captura y domesticación de ganado alzado y en la
construcción de corrales y ranchos. Vivían en casas hechas de turba con poco
mobiliario en su interior.
Puerto
Luis, sitio donde se estableció la sede de la Comandancia de Vernety las
viviendas de los colonos
A
pocos kilómetros de la colonia, entre cerros y extensas turberas, el ganado
salvaje se reproducía sin límites. Por ese entonces se estimaba que había
20.000 vacunos, 3000 caballos y 5000 cerdos. Desde 1826 y hasta 1831, habrían
de consumirse 5553 cabezas de ganado, exportándose 2000 cueros de vacas y
toros. Para los gauchos, el trabajo en el campo implicaba largas jornadas en
busca del ganado cimarrón que con el tiempo se fue haciendo más arisco. Para
lograrlo era esencial contar con caballos resistentes para poder atravesar los
suelos pantanosos de turba y los pedregales, y arrear los animales que, en su
mayoría, eran muy corpulentos.
Antonina
había llegado a la colonia en 1830 a la edad de 23 años y rápidamente se ganó
la confianza de María Vernet quien la nombró ama de llaves. Antonina (Antonia
era su verdadero nombre) era una mujer criolla cuyo origen está inmerso en
ciertos mitos ya que se la menciona en algunos escritos como hija directa de un
cacique de una tribu salteña. Lo cierto es que Antonina sumó a su trabajo la
asistencia en los partos que comenzaron a producirse en la población incluyendo
los de las esclavas como Carmelita quien a lo largo de su vida habría de dar a
luz a tres hijos varones: José Simón, Manuel Coronel y Richard (Ricardo) Kenny
(nacidos en 1831, 1834 y 1837). Respecto a los primeros nacimientos es
interesante destacar que en Diciembre de 1829 había nacido un varón llamado
Daniel, hijo de la esclava Francisco y padre desconocido, y el 5 de Febrero de
1830 habría de llegar al mundo Matilde Vernet y Sáez (apodada Malvina), hija de
María y Vernet, quienes serían los primeros argentinos isleños nativos.
Mientras
tanto, el optimismo agrícola-ganadero, contrastaba con los graves problemas que
ocasionaban los loberos y balleneros extranjeros, especialmente ingleses y
norteamericanos, que iban diezmando los recursos naturales de las islas y del
Atlántico Sur. A pesar de los pedidos de Vernet al gobierno de Buenos Aires de
contar con al menos un buque de guerra y personal militar, estos pertrechos
nunca llegaban.
Las
reglamentaciones impresas que entregaba Vernet a los cazadores caían en saco
roto, por lo cual en el invierno de 1831 emitió un documento en el que
certificaba que su lugarteniente, el inglés Matthew Brisbane, estaba autorizado
a abordar cualquier buque que ingresara a la jurisdicción de la Comandancia.
Tres barcos norteamericanos iban a ser los primeros en sentir los efectos de
estas medidas: las goletas Harriet, Superior y Breakwater. Los procedimientos
llevados a cabo por Vernet incluían la participación de gauchos que, armados
con sus facones, llegaban a abordar algunas naves para reducir a los
tripulantes.
El
27 de julio, un desertor de la primera nave contó en detalle a Vernet todas las
depredaciones que se habían hecho en la isla de los Estados y en las propias
Malvinas (incluyendo matanza de crías de lobos) por orden del capitán Davison.
Se le pidió entonces al capitán que entregara el diario de a bordo y al negarse
se le incautó la nave el 1 de agosto. Finalmente, en septiembre de 1831 se tomó
la decisión, consensuada con los capitanes, de enviar a la nave Harriet a
Buenos Aires con toda la documentación de los casos, y permitir a la Superior
partir a la costa del Pacífico (lo que el capitán Congar no cumplió). En estas
circunstancias, Vernet decidió regresar con su familia a Buenos Aires.
El
7 de noviembre partía la goleta Harriet, llevaba al díscolo capitán y a Vernet
junto con su familia. Ninguno de ellos regresaría a las Malvinas.
Mientras
tanto, Antonina junto a un puñado de gauchos y mujeres se quedaba en las islas
sin saber que una tragedia se estaba avecinando.
En
el continente, apenas la nave arribó al puerto, y mientras Vernet se dirigía
presuroso a reunirse con las autoridades de Buenos Aires con el fin de
presentar la documentación de los procedimientos, el capitán Davison llegaba a
la legación norteamericana para exponer sus quejas al cónsul George Slacum.
Este, lejos de pedir disculpas al gobierno local, consideró que no había
ninguna razón para haber detenido al ciudadano de su país y demandó la
inmediata devolución de la Harriet a su capitán. Al mismo tiempo, se ponía en
contacto con el capitán Silas Duncan, de la nave de guerra estadounidense
Lexington fondeada en Montevideo. Duncan tuvo el descaro de exigirle al
ministro de Relaciones Exteriores, en aquel momento Tomás Anchorena, que
castigara a Vernet por piratería y robo, y decidió al mismo tiempo viajar a las
islas sin esperar la resolución judicial del conflicto.
Aún
quedan testimonios de la presencia de gauchos rioplatenses en los grandes
corrales de piedra y turba que se hallan dispersos por las islas. (Foto: M.
Beccaceci del libro Gauchos de Malvinas)
El
9 de diciembre salió pues hacia las Malvinas acompañado de Davison quien,
burlando a las autoridades locales, se embarcó en el puerto de Montevideo.
Mientras tanto, el cónsul Slacum se reunía con el representante de la legación británica,
Woodbine Parish, para hacer causa común en el no reconocimiento de la autoridad
argentina sobre las islas.
El
31 de diciembre la Lexington ingresó a Puerto Luis enarbolando la bandera
francesa a modo de distracción. Enseguida capturaron la goletilla Águila y se
dirigieron con ella a la playa donde apresaron a Brisbane y a Enrique Metcalf,
un almacenero francés. Al mismo tiempo Duncan y varios hombres ingresaban a las
viviendas, donde saquearon y destruyeron todo a su paso, mientras tomaban muchos
prisioneros.
Davison
por su parte se apropió de los cueros incautados de la Superior y de todo
aquello que encontró en el almacén. Duncan se encargó de informar a los
habitantes que no se iba a permitir que hubiera límites a la pesca y que, si
Vernet regresaba, sería ahorcado. De la voracidad de este comandante no se
salvó el ganado, que no pagó, ni los cueros, muebles y ropa de los colonos. La
Lexington arribó finalmente a Montevideo a principios de febrero de 1832
llevando a varios colonos, esclavos y siete prisioneros (Brisbane y seis de sus
empleados). En la Argentina, este suceso vandálico producido en Malvinas causó
una gran conmoción, y se interrumpieron las relaciones diplomáticas con los
Estados Unidos.
En
las islas habían quedado 25 personas, entre gauchos y mujeres que lograron huir
al interior durante el ataque de Duncan. Para ellos, los meses que siguieron a
la partida de la Lexington, fueron un auténtico infierno.
Antonina
trataba de infundir ánimo a las mujeres ya que reinaba la confusión y la
incertidumbre. Los loberos extranjeros, conociendo el desamparo en que se
hallaba la colonia, aprovechaban para incursionar en la zona dando muerte a
vacas, ovejas, cerdos, y hasta les disparaban a los caballos mansos, dejándolos
muertos o heridos. Frecuentemente, tripulantes de distintos navíos,
desembarcaban y exigían carne gratis amenazando al capataz Simon y a los
gauchos con armas de fuego. Si se encontraban con alguna negativa, ellos mismos
daban muerte al ganado y se llevaban lo que querían.
Mientras
el total descontrol reinaba en Puerto Luis a causa de los continuos saqueos de
los loberos, el gobierno de Buenos Aires despachó una nave de guerra, la
Sarandí, cuyo comandante, José María Pinedo, habría de transportar al jefe
militar de las islas, el sargento mayor de Artillería José Francisco Mestivier
y a su tropa para tomar el control. Por su parte, Pinedo patrullaría el litoral
de las islas, en tareas de prevención y control de los buques loberos. Por esa
época también Vernet embarcaba a un puñado de empleados, incluyendo a Brisbane
y a Enrique Metcalf, con precisas instrucciones para la reconstrucción del
establecimiento.
La
presencia de gauchos argentinos y uruguayos en las islas Malvinas se extendió
por medio siglo. (Ilustración de William Dale del libro Gauchos de Malvinas)
Finalmente,
el 10 de octubre de 1832 se efectuó la ceremonia de asunción de Mestivier como
Comandante Militar y Político de las islas en nombre de la República Argentina.
A los pocos días la Sarandí comenzaba los patrullajes costeros, regresando el
29 de diciembre a Puerto Luis.
Antonina
y el resto del grupo que había huido durante el ataque norteamericano ya habían
regresado a Puerto Luis confiando en que todo volvía a la normalidad. De hecho,
en estos días Antonina incluso habría de formar pareja con un soldado de la
dotación. Pero la armonía en el poblado duraría muy poco.
Apenas
arribado, Pinedo se enteró de que el 30 de noviembre anterior un motín entre
los soldados había originado el asesinato de Mestivier. Pocos días más tarde,
el capataz Simon junto a un grupo de marinos de una nave francesa en el lugar y
acompañado de los gauchos apresaban a los amotinados y los confinaban en la
goleta inglesa Rapid a la espera de la llegada de la nave argentina. El
comandante de la Sarandí se hizo cargo de la situación y puso orden en el
lugar. La paz reinaba nuevamente en Puerto Luis, hasta que el 2 de Enero de
1833 incursionó en la zona el navío de guerra inglés, Clio. Su llegada habría
de cambiar el curso de la historia hasta nuestros días.
Esta
nave, al mando del capitán inglés John James Onslow, expulsó a Pinedo y a la
mayoría de los habitantes de Puerto Luis no sin antes asegurarse la permanencia
de algunos paisanos que aseguraran la economía de las islas y la provisión de
carne a las futuras tripulaciones de los barcos que visitaban el lugar. De
hecho, la Clio partiría diez días más tarde, quedando las islas desprovistas de
guarnición inglesa durante un año.
Solo
12 gauchos y algunos pocos colonos serían por un largo tiempo sus únicos
habitantes. Nuevamente Antonina decidió quedarse (su pareja sería luego
ejecutado en Buenos Aires debido al amotinamiento). Era una mujer valerosa que
enfrentaba cada desventura con valor y gran fuerza de voluntad.
En
este censo realizado en 1848 se registra a Antonina Roxa de profesión granjera
y Milkwoman (mujer que produce y vende leche) y se deja constancia que arribó a
las islas en 1830 (Archivos Jane Cameron. Islas Malvinas)
Pocos
meses los empleados de Vernet que habían quedado, faltando al compromiso de
pagarles a los gauchos en moneda metálica y no con pagarés a ser abonados en el
continente, como era costumbre, habrían de terminar asesinados el 26 de agosto
de 1833, en una revuelta organizada por el gaucho Antonio Rivero junto a José
María Luna y Juan Brasido y la ayuda de 5 aborígenes (Luciano Flores, Manuel
Godoy, Felipe Salazar, Manuel González y un tal Latorre).
Ese
día cayeron Matthew Brisbane, el argentino Ventura Pasos, el capataz Jean
Simon, el despensero William Dickson y Anton Vaihinger, un alemán integrante de
las primeras partidas de colonos. Solo sobrevivió Thomas Helsby, el empleado
inglés de Vernet. Los demás pobladores escaparon a los islotes cercanos. Eran
13 hombres y 3 mujeres con 2 niños, uno recién nacido. Ocho eran argentinos: el
gaucho Manuel Coronel, su compañera de color llamada Carmelita, el pequeño
Manuel hijo de ambos, otro hijo de esta mujer de 3 años llamado José Simón,
Santiago López, Pascual Diez, la negra Gregoria Madrid y la criolla Antonina
Roxa. Nuevamente sería ella quien liderara las tareas de las mujeres en la
búsqueda de alimentos que les ayudara a sobrevivir.
No
tardarían en llegar los ingleses quienes habiendo realizado algunas batidas
(con la ayuda del gaucho Luna, ya arrepentido y oficiando como baqueano)
habrían de obtener la rendición de Rivero el 18 de Marzo de 1834.
Pero
el gobierno británico tenía como objetivo prioritario reforzar su presencia
militar en las islas, la sola presencia del teniente Smith con su personal a
cargo no era suficiente. Mientras tanto Smith había logrado reorganizar en
parte las actividades ganaderas gracias a las instrucciones escritas de Vernet
que poseía Brisbane y que él halló. Con la ayuda de los gauchos Coronel y Luna,
logró mantener un plantel de 200 vacunos mansos lo que le permitía faenar y
tener carne fresca disponible, además de criar cerdos y gallinas. En estos
menesteres contaba con la ayuda de Antonina Roxa, ya que además de ser partera
y granjera era una habilidosa domadora de ganado.
Ella
hizo un trato con Smith en 1834 para continuar convirtiendo parte del ganado
salvaje de las islas en animales mansos, con la condición de quedarse para sí
con uno de cada dos vacunos amansados y establecer un tambo propio. Este
acuerdo con el teniente Smith resultó ser un movimiento astuto, devengando en
un gran rebaño de ganado, cosa que preocupó a los comandos navales británicos.
Un capitán llegó a enviar varias notas al Almirantazgo Británico, preocupado
por el crecimiento económico de Antonina. La polémica llegó hasta el posterior
gobernador de Malvinas Richard Moody quien dijo que ella debía mantener su
ganado. En su informe a Londres, afirmó: “He considerado aconsejable emplearla
como gaucho en el campo, ya que es una persona activa, que anda a caballo como
un hombre y es habilidosa en el uso del lazo”.
A
pesar del acuerdo original, Antonia recién habría de cobrar lo establecido en
1840, es decir seis años después.
La
tumba de Antonina Roxa en Puerto Argentino es una de las pocas de paisanos
argentinos que se hallan en buen estado
El
trabajo de Antonina garantizaba también la provisión de leche y manteca
constante para el asentamiento. Era considerada “gaucha” por las autoridades
inglesas y fue fundamental para generar la recuperación de la actividad
ganadera. Sin embargo, a los argentinos se los obligaba a firmar un
reconocimiento de que el ganado era propiedad de la reina de Gran Bretaña. Además,
no podían ir a capturar animales al campo por cuenta propia y debían solicitar
permiso a las autoridades para poder obtener cueros para lazos, cinchas o
boleadoras.
Poco
tiempo después, en enero de 1841 la “gaucha” Antonina Roxa, a quien se seguía
considerando imprescindible según las autoridades británicas, prestaría su
juramento a la Corona.
El
cuadro estadístico de 1842 registra a Roxa como dueña de 6 perros, 17 vacas, 6
terneros, 7 bueyes, 6 gallinas y una cabaña de piedra de dos habitaciones.
Además, el censo del año siguiente informa que Antonia es propietaria de un
sexto de un acre, varias casas, diez vacas y cuarenta ovejas.
Cuando
en 1843 el gobernador Richard Moody trasladó la sede de su gobierno a Port
Stanley, se registró a Roxa como dueña de una parcela de tierra y propiedad por
valor de 30 libras esterlinas, siendo una de las primeras residentes del nuevo
poblado.
A
finales de la década de 1840, Antonina se desempeñaba como enfermera y niñera
empleada por el funcionario británico Sulivan, pero por su afición a la bebida,
terminaría perdiendo el empleo.
La
vida sin embargo le volvería a dar revancha. En 1847 habría de llegar la
segunda “oleada” de gauchos argentinos y uruguayos desde Montevideo, esta vez
como parte del emprendimiento comercial de explotación de ganado del empresario
inglés Samuel Fisher Lafone con residencia en Montevideo. En noviembre de ese
año llegaba desde esa ciudad, en la nave Paloma, el primer grupo de gauchos
enviados por Lafone; y en mayo de 1847, en el navío Napoleón, arribaba Richard
Williams, su administrador y hombre de confianza, junto a ciento tres
pasajeros. La mayoría del pasaje eran trabajadores de diversas nacionalidades,
además de 12 gauchos argentinos, cuatro con sus esposas, y un niño. Los gauchos
eran Silverio Ponce, Santiago Morales, Cipriano Gómez, Rumaldo Martínez, Cirilo
Almeida, José Álvarez, Andrés Vidal, Claudio Ramírez, Sebastián Ríos, Celestino
Gómez, Francisco Brume y José Ponce, todos ellos dirigidos por el capataz
Lorenzo Fernández.
Este
emprendimiento en gran escala estableció su cuartel general en Hope Place en el
sitio llamado Saladero y hacia allí fue Antonina a encontrarse nuevamente con
su idioma y su cultura. En 1851 consiguió empleo allí y con sus ahorros
arrendó, en nombre propio, una propiedad de 2428 hectáreas por 5 libras
esterlinas anuales en Punta del Medio, al norte de San Carlos. Fue en ese
tiempo que conoció al gaucho uruguayo Pedro Varela, diez años más joven que
ella con quien se casó. Hasta ese momento y a pesar de sus éxitos comerciales,
Antonina no había tenido la misma suerte en sus relaciones sentimentales. A la
frustrada relación con el soldado argentino amotinado contra Mestivier, le
siguió un personaje poco conocido que fue asesinado en las islas. Luego habría
de casarse con el norteamericano Kenny del cual se divorció legalmente (el
primer caso en las islas) en 1838. No tuvo hijos con ninguno de ellos.
Falleció
de cáncer en 1869 a los 65 años y está enterrada en el cementerio de la capital
isleña. En su lápida, una de las poquísimas de paisanos argentinos que aún se
conservan se lee:
ANTONINA
VERELA (en lugar de VARELA) / Anteriormente ROXA / Esposa de Pedro Verela
nativo de Sudamérica / Arribó en 1830 y sobrevivió a la masacre de Puerto Luis
de 1833
Palabras
que alguien decidió grabar en el mármol pero que se quedan cortas ante la
enorme personalidad de la primera “gaucha” de Malvinas.
(“Gauchos
de Malvinas” de Marcelo Beccaceci- Editorial SOUTH WORLD. 2017)
Fuente:
https://www.infobae.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario