Aunque
se suspendió la vigilia del 2 de abril en San Andrés de Giles, dialogamos con
uno de sus organizadores y con otros veteranos de guerra sobre cómo revivir la
gesta en este tiempo de cuarentena. Además, presentamos una selección de
imágenes de la muestra itinerante “Malvinas, retratos de un sentimiento”, de la
editorial TAEDA, que iba a ser parte del evento.
Por
Patricia Fernández Mainardi
Llegada
de los soldados a Malvinas: rostros atentos, algunas sonrisas y, entre ellos,
la bandera argentina. Foto: AFP.
Desde
1982, todos los 2 de abril comienza un período especial para los veteranos y
familiares de los caídos en la guerra de Malvinas; un período que se extenderá
hasta el 14 de junio y que recorrerán con orgullo y con dolor. “Es la temporada
malvinera”, resume el Coronel Esteban Vilgré Lamadrid, veterano de Malvinas del
Regimiento de Infantería 6. “Los recuerdos de los veteranos se encuentran a
flor de piel. Se recuerda que muchos hicieron un gran sacrificio por su patria,
encerrados en su trinchera, por un país mejor”.
Este
año, en plena cuarentena obligatoria por la pandemia del COVID-19, el 2 de
abril se vive de una manera particular. “No puedo dejar de comparar estos
difíciles momentos con la guerra del año 82”, dice Alberto Puglelli, que
preside el Centro de Combatientes de la ciudad de San Andrés de Giles. Exsoldado
conscripto, Puglelli también participó en la guerra con el Regimiento de
Infantería 6. Junto a otros veteranos, organiza todos los años una vigilia en
las horas previas al 2 de abril en aquella localidad de la provincia de Buenos
Aires para recordar y rendir homenaje a nuestros héroes. “El objetivo del
encuentro es que todos los veteranos de guerra y sus familias estén juntos y, a
la medianoche, encender 649 antorchas (el número de caídos argentinos en la
guerra) y entonar las estrofas del himno nacional a capela, como se hizo el 25
de mayo en las islas o como lo hicieron los sobrevivientes del General Belgrano
cuando se hundía su crucero”, describe Puglelli.
Aunque
la vigilia de este año se suspendió en atención a los riesgos para la salud
pública que podía conllevar, la tradicional actividad convirtió a San Andrés de
Giles en la “capital de la malvinización”, como les gusta decir a sus
organizadores. Posiblemente, el evento se lleve a cabo más adelante, una vez
concluida la cuarentena, y contará con la exposición de la muestra itinerante
“Malvinas, retratos de un sentimiento”, de la Editorial TAEDA, que exhibe
imágenes tomadas por los fotorreporteros argentinos que cubrieron la guerra
(algunas de ellas acompañan esta nota).
Un
soldado argentino con su ametralladora antiaérea esperando por la llegada de
los Harrier. Foto: Télam.
Malvinas
en el espejo
En
el marco de la pandemia que atraviesa el país y el mundo en estos días, es
imposible no preguntarles a diferentes veteranos sobre su experiencia en
momentos difíciles y de aislamiento. “Hoy, como en Malvinas, está presente la
incertidumbre”, reconoce Vilgré Lamadrid, quien además fue, durante varios años,
director del Centro de Salud de las Fuerzas Armadas “Veteranos de Malvinas”.
“Normalmente, en la vida diaria, uno se mueve en un mundo grande, en el
trabajo, el transporte y otras cosas. Y, de repente, nos vemos circunscriptos a
un mundo pequeño en el que descubrimos cosas que antes no mirábamos: la
familia, el contacto directo, el hecho de compartir un plato. De la misma
manera, en Malvinas, nuestro pequeño mundo era la trinchera, el camarada, la
comida o el peligro que podíamos compartir. Eso es algo positivo de este
ambiente en el que estamos sumergidos. Entonces, debemos frenar la locura y
pasar a un mundo donde nosotros, nuestra vida y nuestra salud sean lo
importante”, dice. Para Vilgré Lamadrid, los lazos que nos unen en este
contexto son los que harán que, al final, uno pueda ser capaz de dar mucho más
por el grupo. Por su parte, el coronel mayor VGM (R) Lautaro Jiménez Corbalán
señala que la guerra no es otra cosa que una crisis llevada a su máxima
expresión. “Esta pandemia que nos asola obligó también a los diferentes
organismos del Estado a desarrollar estrategias, adoptar previsiones y actuar
en forma acelerada. Por otro lado, la población, sin disponer de toda la
información necesaria, debe acatar las órdenes emanadas que, en muchos casos,
resultan incómodas y molestas, exactamente igual que en una guerra”, compara el
veterano del Regimiento de Infantería 4.
En
un alto de sus actividades, los soldados argentinos leen los periódicos
nacionales. Foto: Román Von Eckstein.
Jiménez
Corbalán también se refiere al accionar de la sociedad en general: “En 1982,
eran las muestras de aliento, la algarabía en todo el país, las cartas a los
soldados e, incluso, las donaciones que se hacían en forma masiva. Hoy ese
apoyo tiene varias caras, uno es el esfuerzo económico que realizan muchos
sectores que acatan las medidas con seriedad y conciencia solidaria. Por otro
lado, están quienes siguen produciendo todo aquello necesario para que la vida
continúe y se sostengan las acciones adoptadas. También podemos incluir los
aplausos que, espontáneamente, la sociedad les ofrece a los que están en la
primera línea. Esto, que parece algo menor, es fundamental para mantener alta
la moral de quienes más se exponen”, manifiesta.
En
diálogo con DEF, el General (R) del Ejército Argentino José Navarro, veterano
de Malvinas de Grupo de Artillería Aerotransportada 4, describe que el ambiente
de abril de 1982 se asemeja al actual en ciertos aspectos: “Muchos de los
actores y las instituciones que estaban en primera línea en 1982 lo vuelven a
hacer ahora, en 2020. Me refiero a las Fuerzas Armadas y de seguridad, y al
personal de sanidad. Con desinterés, se han puesto en manos del Estado para
poder ayudar a sus conciudadanos, poniendo en riesgo su vida y su salud”. Según
Navarro, ambos contextos nos demuestran que el argentino, cuando se enfrenta a
graves problemas y la nobleza de la causa lo amerita, permanece unido. “Son muestras
de un profundo amor hacia la Patria y hacia el prójimo. Patriota es el
conductor de un colectivo que hoy sabe que se arriesga y, sin embargo, por amor
a sus conciudadanos, sigue haciendo su trabajo sin buscar excusas. Como lo es
también el operario que está en un centro de distribución logística para que,
gracias a su esfuerzo, nosotros podamos disponer de los recursos necesarios
para enfrentar la cuarentena. Cuando escucho los aplausos, se me cruzan por la
cabeza no solo los médicos, sino también quienes atienden un supermercado,
aquellos que transportan mercadería, los que la distribuyen, todos, al igual
que en 1982, están poniendo su granito de arena para hacer más grande la patria
y más llevadero el esfuerzo y sacrificio que conllevan estas situaciones tan
extremas como la guerra y la pandemia”, remarca.
Ante
la alerta roja, los soldados corren a sus puestos por Ross Road. Foto: Eduardo
Farre.
La
fe, los sentimientos y los recuerdos
“Si
bien es cierto que quienes están en la primera y segunda línea entregan mayor
cuota de sacrificio y abnegación, la sociedad toda contribuye en la lucha
contra este flagelo invisible pero letal. Si el sacrificio, el esfuerzo
patriótico y la solidaridad son compartidos, las posibilidades de salir mejor
parados como sociedad, después de esta pandemia, darán sus frutos”, destaca
Jiménez Corbalán.
Puglelli
también trae al presente lo vivido con su compañero de carpa, Carlos Dupuy, en
una ocasión en la que este último presentaba un cuadro febril: “Decidí ir al
puesto sanitario por alguna medicina. El medicamento fue la típica pastilla
blanca tan efectiva para todo. Cansado de tanto caminar, llegué a la posición,
le suministré el remedio como me lo indicaron y, a las dos horas, le di la
segunda dosis. El tardío amanecer nos encontró sin carpa, el viento nos la
había volado; estábamos empapados por el agua de la lluvia, pero contentos,
porque había nacido una amistad que perdura hasta estos días”. El veterano recuerda
esa historia para señalar que es en estos momentos cuando hay que dejar las
mezquindades de lado, compartir y cuidar.
Un
helicóptero Chinook de la Aviación de Ejército sobrevuela la zona de Puerto
Argentino. Foto: Archivo DEF.
Jiménez
Corbalán recuerda lo vivido el 3 de mayo de 1982, cuando se encontraba en el
monte Harriet. Como Subteniente, estaba a cargo de una sección de Infantería:
“Esa tarde, a las 15 aproximadamente, llega un estafeta anunciando que debía
apersonarme al puesto de comando del jefe de la compañía, el entonces Teniente Primero
Carlos Alberto Arroyo. Cumplí la orden y asistí. Al ingresar a la carpa, saludé
y de inmediato noté un ambiente apesadumbrado y tedioso. Arroyo, con frases
bien pensadas pero dramáticas, nos contó que el día anterior, en horas de la
tarde, habían hundido el crucero ARA General Belgrano; habían muerto 323
valerosos marinos. Nuestros rostros se transformaron y nuestras cabezas se
sacudían sin entender. Lo cierto era que la guerra ya no tenía vuelta atrás y,
desde ese instante, todos sentimos que ayer habían sido ellos y que, mañana,
seguirían otros o quizás nosotros mismos”. Esa anécdota, sostiene, le recuerda
que es en esos instantes cuando la convicción de lucha, la preparación
espiritual interior, el adiestramiento y el equipamiento disponible nos dan las
herramientas necesarias para no sucumbir y sentir que podemos enfrentar lo que
sea necesario.
Cargado
con bombas y cohetes, un Pucará sobrevuela el malecón de Darwin. Busca tropas
inglesas en Pradera del Ganso. Foto: Télam.
El
Coronel Vilgré Lamadrid recuerda que, en la guerra, se hablaba mucho de Dios y
del patriotismo, “pero, en la medida en que se acercaban los combates finales,
todos esos valores, expresables en una charla, se iban perdiendo. Al final, en
el combate, uno pelea por el que está al lado”. En ese contexto, rescata la
anécdota de los soldados Adorno y Balvidares. Era uno de los combates finales,
en la madrugada del 14 de junio: “Adorno fue herido en dos partes e intentaba
replegarse en medio de los tiros. Balvidares regresó, buscó a Adorno y se
replegó con él, apoyado en su hombro, mientras los tiros le caían cerca. Lo
llevó hasta el puesto de socorro y volvió al lugar donde estaba la sección.
Recuerdo que me pidió munición y, a los pocos segundos, nos alcanzaron unas
ráfagas; él murió con un tiro en el cuello. Hablando de estos pequeños mundos,
seguramente Balvidares no pensó en el momento en que dejaba a Adorno que debía
estar haciendo algo heroico. Él obró como sentía, sus camaradas estaban en
peligro y él no concebía estar separado”. Tal como decía en una entrevista con
DEF en 2019 otro veterano de Malvinas, Mauricio Fernández Funes, general
retirado del Ejército y director ejecutivo de la Fundación Criteria, “el miedo
a la muerte, tan natural, es nada al lado del horror de fallarle al amigo o a
la patria”.
Así
quedó un Harrier abatido por la artillería argentina. Foto: Eduardo Farre.
“Lo
que más me acerca Malvinas a estos tiempos son mis 44 días como prisionero de
guerra”, recuerda José Navarro, y continúa: “A mí me tocó estar encerrado entre
camarotes y habitaciones estrechas sin ver la luz del día, sin poder mirar la
hora, ni saber en qué fecha estaba. Estuve sin poder comunicarme con mi familia
para transmitirles que estaba vivo. Éramos 12 prisioneros que convivimos y
llevamos adelante una profunda amistad a través de los años, producto del
esfuerzo y de la entereza que tuvimos en aquellos días de encierro. No son
malos recuerdos, al contrario, veo lo positivo de esas circunstancias. La
camaradería y el amor de uno hacia el otro, rezando juntos, compartiendo las
comidas o golosinas, fortaleció enormemente a ese grupo humano”.
La
Fragata Antelope no pudo sobrevivir a las acciones combinadas de los aviones de
la Fuerza Aérea y la Armada. Foto: AFP.
La
patria somos todos
“Lo
cierto es que en Malvinas hubo héroes que dieron la vida por todos y actos
heroicos que la gente aún desconoce a causa de la ‘desmalvinización’. Héroes,
como lo son hoy el personal de sanidad, el de las fuerzas de seguridad y todos
aquellos trabajadores y profesionales que luchan contra la pandemia”, concluye
Puglelli.
A
la vieja usanza de la Segunda Guerra Mundial, un suboficial pinta en el costado
del A4BC-239 la silueta de la Fragata Brilliant, atacada el 12 de mayo de 1982.
Foto: Fuerza Aérea Argentina.
“Al
haber servido muchos años en nuestro querido Ejército, conozco de la entrega y
la abnegación del personal militar, del policía, del gendarme, del prefecto,
del bombero y de muchos otros. Ellos, siendo muchas veces ignorados, e incluso
despreciados, siguen y seguirán dando entrega por nosotros, porque ese es su
deber y es el sentimiento solidario por el que juramentaron a la patria”,
asegura Jiménez Corbalán, quien, desde hace algunos años, comenzó una cruzada
personal a la que denominó “el gracias”. “Todo surgió ante el incremento
alevoso de asesinatos a policías. Pensaba si alguien alguna vez les había
dicho: ‘¡Gracias!’”, relata Jiménez Corbalán. La idea es acercarse al personal
de seguridad, a los médicos de emergencias y a los bomberos y darles las
gracias. Confiesa que algunos se sorprenden y, otros, le preguntan por qué lo
hace. La respuesta siempre es la misma: “Porque estás dispuesto a dar la vida
por mí y te lo digo ahora, porque mañana, quizás, sea demasiado tarde”, dice el
general retirado.
Estoico,
casi solitario, el soldado custodia la entrada de la Base Militar Malvinas.
Foto: Eduardo Farre.
Un
deseo
“Mi
deseo es que, después de esta calamidad, quedemos fortalecidos como sociedad
para enfrentar la vida, como lo hizo la guerra”, expresa el veterano de San
Andrés de Giles. “Hoy hay una primera línea que son los médicos y las fuerzas
de seguridad y Armadas apoyándolos. No hay actos heroicos. Hay acciones propias
de la profesión que elegimos para vivir en sociedad. Me gustaría que esto nos
sirva para recuperar valores. Que los dirigentes políticos entiendan que están
al servicio de su pueblo. Ni el dinero ni el confort detienen a este virus, por
eso, cuidar de nosotros y de nuestras familias es lo más importante”, añade
Vilgré Lamadrid, quien también comparte el deseo de que, cuando el virus pase y
nos toque jugar “el segundo tiempo”, seamos mejores personas y mejor país.
El
desenlace se acerca: los soldados avanzan para defender una posición en Puerto
Argentino. Foto: Eduardo Farre.
Para
Vilgré Lamadrid, es el momento de recordar acciones heroicas de ciudadanos
comunes que, en algún momento de su vida, hicieron algo extraordinario por el
país.
“Me
gustaría que este 2 de abril pongamos una bandera en las ventanas para poder
sacarla el 14 de junio, cuando ya seguramente el coronavirus habrá superado su
pico y estaremos volviendo a nuestra vida cotidiana”, desea Esteban Vilgré
Lamadrid.
El
fin: en fila india y desarmados, estos conscriptos caminan en fila india hasta
donde quedarán acantonados. Foto: AFP.
En
estos días, para Navarro, es importante permanecer unidos. Él entiende que la
entrega individual produce una fuerza colectiva. En ese sentido, y teniendo en
cuenta los aniversarios vinculados a Malvinas que se vivirán hasta el 14 de
junio, manifiesta que el mejor símbolo de respeto es el silencio, el aplauso o
simplemente el recuerdo de nuestros caídos: “Tener presente a los padres que
quedaron sin un hijo, a los hijos que quedaron sin un padre. A los argentinos
–oficiales, suboficiales y soldados– que murieron en combate con la esperanza
de recuperar nuestras islas con total entrega, convicción y profundo sentido de
amor y respeto. No comparto cuando se dice que fue una guerra inútil, no lo fue
en la medida en que hemos demostrado al mundo, y a nosotros mismos, que somos
capaces de luchar por una causa justa y noble. Este 2 de abril me gustaría un
fuerte aplauso y un “Viva la Patria” desde lo más profundo del ser. Para que
nuestros verdaderos héroes entiendan que no los olvidamos y que nos sentimos
orgullosos de su entrega”, concluye.
Fuente:
https://www.infobae.com
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