Por
Julio Piumato (*)
Acto
de Retiro de ex veteranos de guerra (Foto: Thomas Khazki)
José
Hernández había escrito en relación a Malvinas que “si la indiferencia del
pueblo agravado consolida la conquista de la fuerza, ¿quién le defenderá mañana
contra una nueva tentativa de despojo o de usurpación?”, palabras que resultan
a todas luces proféticas respecto a las décadas de políticas desmalvinizadoras
que pesan como una responsabilidad sobre todos nosotros y sobre el porvenir de
nuestra patria. Más si recordamos que Margaret Thatcher había dicho a sus
colaboradores el 2 de abril de 1982: “La culpa de todo esto la tiene Perón”,
quien en 1946 había incorporado a las currículas de todos los niveles
educativos la enseñanza de la soberanía argentina sobre Malvinas, Antártida e
Islas del Atlántico Sur para la Nueva Argentina.
Como
en todas las vísperas del 2 de abril, además del recuerdo agradecido a todos
los soldados y a aquellos militares que, aunados al sentimiento del pueblo
argentino, pelearon heroicamente por la defensa de la soberanía nacional en un
contexto de descomposición de la independencia económica y de la soberanía
política del país, con un Canciller argentino (Nicanor Costa Méndez)
representante de los bancos suizos y una economía dirigida por la Ley de
Entidades Financieras de Martínez de Hoz, me interesa reflexionar brevemente
sobre las encrucijadas del presente.
Porque
el coronavirus irrumpe para alertarnos sobre la vitalidad de uno de los
mandamientos de la doctrina justicialista en relación a la trascendencia del
sentido de comunidad, donde nadie se salva solo, pero además, porque pone sobre
el tapete la ausencia de un proyecto nacional en una Argentina dependiente que
viene condenando desde 1976 a la actualidad a la mitad de sus hijos a no comer
o a lo sumo a comer de la basura en el país rico en recursos naturales y
producción de alimentos, empobrecido y postrado tras el proceso de
extranjerización de su economía, destrucción del aparato productivo y todo el
montaje cultural que lo hizo posible y cuyo corazón se sustenta en la
autodenigración y el complejo de inferioridad neocolonial que, junto al primado
del individualismo, pugnan por mantenernos de rodillas frente a la usura
imperial.
Finalizada
la guerra de Malvinas en junio de 1982 -un capítulo más de dos siglos de luchas
emancipatorias, en la década de 1980 de la mano del establecimiento de la
democracia liberal que mantuvo inamovible el esquema económico heredado de la
dictadura, se impuso la desmalvinización, perfeccionada en los años 90 con la
firma de los Tratados de la infamia y el saqueo nacional (Tratado de Madrid y
su ampliación) que terminaron se sepultar el recuerdo de la Argentina soberana,
industrial, tecnológica, científica, con pleno empleo y dueña de sus recursos
naturales y servicios públicos legada por el peronismo.
Entre
los escombros de una Nación retrotraída a la década de 1930, levantaron el país
raquítico proveedor de granos, transgénico, dependiente y fumigado. Porque hay
que decirlo: fueron entregados el sacrificio y el trabajo de décadas de
generaciones argentinas. Se entregó “casi” todo: el poder energético (Gas del
Estado, YPF, Yacimientos Carboníferos Fiscales, Agua y Energía Eléctrica,
Hidronor, Segba, Comisión Nacional de Energía Atómica), el poder financiero
(Casa de la Moneda, Caja Nacional de Ahorro y Seguro, Banco Central de la
República Argentina), el de los medios de transporte (Empresa líneas Marítimas
Argentinas, Ferrocarriles Argentinos, Subterráneos de Buenos Aires, Dirección
Nacional de Vialidad, Administración General de Puertos, Talleres Navales
Dársena Norte, Aerolíneas Argentinas), el de los medios de comunicación
(Empresa Nacional de teléfonos del Estado, Empresa Nacional de Correos y
Telégrafos, LS 84 TV canal 11, LS 85 TV canal 13, LR 3 Radio Belgrano, LR 5
Radio Excélsior y todos los medios de comunicación administrados por el
Estado), el poder de las materias primas (suspensión de la Junta Nacional de
Carnes, privatización de la Junta Nacional de Granos, Unidades de Campaña silos
de almacenamiento de granos y elevadores de granos, Terminales portuarias), el
de los servicios públicos (Obras Sanitarias de la Nación) y el poder de las
empresas extractivas, de manufacturas y de servicios. Todo el patrimonio
nacional fue transferido a sectores privados, preferentemente a empresas de la
Commonwealth.
Y
valga el sentido del “casi todo” señalado previamente. Porque lo que no
pudieron entregar fue el alma nacional. Porque allí anida y anidará eternamente
viva la memoria de la épica justicialista. Allí vive el espíritu de Malvinas
del nosotros de la solidaridad, del heroísmo en las trincheras con el agua
hasta el cuello, frío y hambre, enfrentando todos los infortunios del agresor
británico. Allí reside la certeza de que recuperar de manera realista nuestras
Islas Malvinas es inverosímil si Argentina no inicia un proceso de restauración
de su poder nacional, esto es, con industrialización y desarrollo donde todos
los argentinos tengan trabajo, con defensa nacional, fabricaciones militares y
capacidad estratégica como para poder afrontar a un imperio como Gran Bretaña.
Fuera de esta convicción, todo lo que se diga termina siendo vacua declamación
romántica. Perón lo sabía muy bien: si nuestra patria quería la paz, debía
prepararse para la guerra y por eso habló de Nación en armas que incluía además
la cultura y la enseñanza de una historia verdadera. En estos días de
cuarentena, bien vale recordar nuestras glorias y sacrificios, las capacidades
colectivas de nuestro pueblo y el país que fuimos y podemos ser. Allí, y en el
cuerpo doctrinario de nuestra revolución nacional inconclusa, reside el sentido
heroico que el General patriota señaló que es lo único que salva a los pueblos.
Que así sea.
(*)
El autor es secretario general de la Unión de Empleados de la Justicia de la
Nación y Secretario de Derechos Humanos de la CGT
Fuente:
https://www.infobae.com
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