En
1982 los dos tenían 18 años. Cuando Héctor Pereyra estuvo prisionero, Andy
Damstag le prestó su casco en medio de los bombardeos. El cabo tuvo que
entregar el suyo. Al final de la guerra el argentino herido alcanzó a
devolvérselo, pero el suyo quedó en poder de su custodio. Cuatro décadas
después la historia tuvo un final de redención y amistad
Por
Adrián Pignatelli
Dos
soldados que intercambiaron sus cascos, Héctor Pereyra y Andy Damstag, son otra
vez protagonistas de una conmovedora historia de redención a cuatro décadas de
la guerra de Malvinas
Durante
el 9 y 10 de junio, los ataques ingleses sobre las posiciones argentinas habían
recrudecido. El 11 de junio el fuego británico barría la ladera del Monte
Harriet, defendido por 390 hombres, la mayoría del Regimiento de Infantería 4.
El enemigo disponía de una superioridad de cuatro a uno.
Parapetado
en una de las rocas estaba el cabo enfermero Héctor Pereyra, de 18 años. Unos
meses antes el joven cursaba en la Escuela de Suboficiales General Lemos los
estudios de su especialidad. Una vez conocida la recuperación de las islas, el
2 de abril de 1982, le dieron las jinetas de cabo y lo asignaron a la Compañía
Comando y Servicio perteneciente a la III Brigada de Infantería. El 25 de abril
ya estaba en Malvinas.
Durante
cinco días, permaneció junto a su unidad en el aeropuerto. Luego, hasta el 11
de mayo, ocupó posiciones en un viejo puerto. Los tremendos bombardeos que los
ingleses efectuaron el 1 de mayo, lo enfrentó por primera vez a la sangre que
se derrama en una guerra: tuvo que asistir a sus compañeros heridos.
El
Cabo Héctor Pereyra en 1982, Malvinas
Hoy,
37 años después y desde Gualeguaychú, donde reside, Héctor recuerda aquellos
días frente a Infobae: “El 11 de mayo dividieron a la compañía en dos: una
parte iría a Puerto Howard y la otra a Monte Kent".
Las
batallas ya eran cruentas, y luego de la caída de Pradera del Ganso, Pereyra
revela que "quedamos un poco solos, ya que todos se replegaban en
dirección a Puerto Argentino. Nosotros lo hicimos hacia Monte Harriet”.
Y
es donde comenzó esta historia.
Ataque
al Monte Harriet
El
12 de junio, Monte Harriet era un verdadero infierno. Los ingleses avanzaban en
el terreno escarpado de la ladera, tenazmente defendida por los argentinos. En
una de las trincheras, se encontraba Héctor Pereyra.
Uno
de los británicos que participaba del ataque era Andy Damstag. “Encontramos una
feroz resistencia de las posiciones argentinas; sus ametralladoras de 50 mm no
dejaban de disparar con mucha puntería. Nuestro avance se vio obstaculizado aún
más por el fuego de armas de menor calibre”, relata a Infobae desde su casa en
Bolton, Reino Unido.
Andy
Damstag, tenía 18 años y pertenecía al 42 Commando de los Royal Marines
Damstag,
con sus 18 años, se había enlistado en los Royal Marines ni bien terminó sus
estudios secundarios, a los 16. Fue a la guerra como uno de los miembros del
equipo de armas anti tanque. Integraba la Compañía Lima de los 42º Commando de
los Royals Marines. Sólo tenía una vaga idea de dónde quedaban las islas, y
cuando desembarcó el paisaje le hizo recordar a Dartmoor, una localidad en
Devon, donde su unidad tenía su base y dónde se había entrenado.
A
dos horas de iniciada la batalla, las secciones de avanzada británicas estaban
inmovilizadas a pocos metros de las trincheras argentinas. Damstag remarca que
“estábamos lo suficientemente cerca como para que ambos bandos pudiésemos
lanzar granadas”.
Los
británicos decidieron neutralizar la resistencia argentina disparando un
proyectil anti tanque contra las trincheras que tenían enfrente, a escasos 30
metros.
Un
explosivo cayó en la posición que Pereyra ocupaba con el cabo Carlos López.
Pereyra fue gravemente herido: fractura de tibia y peroné, heridas en la mano y
hasta el duvet se le incendió. Comenzó a perder sangre.
Los
argentinos iniciaron el repliegue. No habían advertido que dejaban en el campo
a dos cabos heridos. Entonces, el soldado Clemente Bravo volvió sobre sus
pasos. En medio del fuego enemigo, tomó a Pereyra y comenzó a subirlo. Alcanzó
a llevarlo unos metros, cuando se percataron que tenían a los ingleses
demasiado cerca.
El
inglés precisó que “vi por el rabillo del ojo a dos soldados argentinos
desplomados contra la pared de la trinchera a solo un metro de distancia con
las manos en alto. Tomé mi fusil y me lancé al suelo, apunté con mi arma hacia
ellos, con el dedo en el gatillo y comencé a gritarles que no se movieran”.
“Después
de un par de minutos de un completo pandemonio, recuperamos el control de
nosotros mismos y avanzamos para buscar a los dos soldados; descubrimos que
ambos estaban heridos, llamamos al médico que vino rápidamente”.
Revisaron
a los heridos. Les quitan el correaje, la pistola reglamentaria. Y el casco.
“Quedé
desprotegido sin el casco”, remarcó Pereyra. Alguien de sanidad inglés, no sabe
si fue un médico o un enfermero le cortó la hemorragia, y lo dejaron junto a
otro herido bajo custodia de dos británicos. Uno de ellos era el propio Andy
Damstag. Era de noche y había comenzado a nevar.
Héctor
Pereyra tenía 18 años y era cabo enfermero durante la guerra
Como
se seguía combatiendo y continuaba disparando la artillería argentina, el
propio Damstag arrastró a Pereyra hasta detrás de una roca grande para
protegerlo y le dio su casco, que lo llevaba enganchado en su correaje. Ese día
los británicos pelearon con sus boinas verdes para reconocerse entre ellos.
“Con
mucho esfuerzo, comenzamos a hablar –cuenta hoy Andy-. Dialogamos sobre la
guerra, de fútbol y la familia, mientras fumábamos e intercambiábamos dulces
por cigarrillos y compartíamos agua de nuestras cantimploras”.
El
soldado inglés quiso llevarse un recuerdo. Tomó el casco del argentino y lo
enganchó en su correaje.
Fue
en ese momento en que se produjo una gran explosión proveniente de la
artillería argentina, y soldados de ambos bandos se zambulleron al piso. Andy
quedó debajo de un grupo de argentinos. Una intensa lluvia de tierra y metralla
los cubrió.
Dos
horas más tarde, el combate había finalizado y los ingleses bajaban de la cima
del cerro con más argentinos prisioneros. Se improvisaron camillas. En una de
ellas, colocaron a Pereyra quien, antes que se lo llevaran, se quitó el casco y
se lo devolvió a su dueño. Damstag acotó que “cuando nos despedimos, nos dimos
la mano, fue un momento emocionante”.
Nunca
más se verían.
La
vida continuó
Pereyra
fue trasladado a un hospital de campaña en Fitz Roy y de ahí a Darwin, donde le
extrajeron una esquirla. Finalmente, en el buque Uganda lo operaron de la doble
fractura. Junto con otros 200 heridos, fue trasbordado al Bahía Paraíso.
En
1985 Pereyra, que había nacido en San Isidro y se había criado en Pilar, se
casó y formó una familia en Gualeguaychú. Cuatro hijos –dos varones y dos
mujeres- y ocho nietos. “Llevo una vida tranquila, con una gran compañera”,
afirma.
Héctor
junto a su familia en Gualeguaychú
Hace
un par de años se retiró como Suboficial Principal Enfermero y además de la
jubilación, cobra la pensión de veterano de guerra. Su esposa aporta a la
economía familiar con un negocio de artículos de librería.
Mate
en mano, le cuenta a Infobae: "No soy un activo malvinero; fui convocado
para la guerra, y era mi obligación hacerlo”.
El
llamado
Pero
esos sentimientos le dieron un vuelco la noche del domingo 1 de septiembre
pasado, cuando recibió el siguiente Whatsapp:
“Hola,
Héctor, mi nombre es Andy cuando era un joven Royal Marine, te conocí a ti y a
tu amigo durante la batalla del Monte Harriet en las Malvinas, si recuerdas,
intercambiamos cascos (porque quería un recuerdo de nuestra reunión) cuando
vinieron a despegar la montaña, me devolviste el casco, ahora me gustaría
devolverte el casco. Un amigo mío dice que son valiosos para los
coleccionistas, pero te lo presté hace treinta y siete años. Así que ahora
quiero que lo recuperes”.
Acompañaba
el mensaje con una fotografía del casco.
Andy
con el casco de Héctor. Pudo encontrarlo ya que el cabo argentino había anotado
su nombre en el interior del mismo
Inmediatamente,
Héctor le respondió:
“Gracias
por contactarme, amigo. Estoy muy feliz de verte lucir bien, han pasado más de
treinta y siete años desde la última vez que nos vimos y me alegra poder hablar
como amigos (a pesar de que hablamos diferentes idiomas), por favor manténgase
en contacto, así puede devolverme el casco que me dejaste la primera noche que
nos conocimos… es increíble verte y hablar contigo”.
Se
contaron de sus vidas como viejos camaradas, de los años de servicio y de estos
años en que eligieron la calma y la paz. “Bendito sea Dios que me permitió
encontrarte y tenerte como amigo. Serviste bien a tu país y ahora merecés una
vida pacífica”, cerró Andy. Y hubo lágrimas de los dos lados les océano.
“El
casco vuelve a casa”
Durante
los años que Damstag sirvió en el ejército en distintos puntos del mundo, llevó
consigo el casco argentino. Le confiesa a Infobae una duda que lo persiguió
durante casi cuatro décadas: “Durante años me pregunté que habrá sido de aquel
joven soldado, si había sobrevivido, si tenía familia, qué había sido de su
vida... y un montón de interrogantes que creía nunca tendría respuestas”.
Damstag
junto a Adriám Venis y el Capitán Moretto, funcionarios de la embajada
argentina en Londres, el día que entregó el casco
Damstag
dejó el ejército y hace años trabaja en el departamento de reciclaje en el
ayuntamiento de Bolton, la ciudad donde nació, en el noroeste de Gran Bretaña.
Con su esposa Liz tuvieron tres hijos –dos varones y una mujer- y ya es abuelo
de cuatro nietos.
La
historia que Héctor desconocía es que Marta Ransanz, que se define como
“malvinera por pasión” es una abuela, ya viuda, que abrazó la causa de Malvinas
y despliega una vasta actividad en redes sociales. Un inglés, Rick Strange,
amigo de Andy, le pidió que lo ayudase a ubicar a un tal Pereyra. Ella pudo
conseguir los datos para que ambos veteranos se contactasen. “Es un trabajo que
tengo orgullo de llevar adelante”, aclaró sobre su pasión por Malvinas.
Finalmente,
el día llegó. Damstag, acompañado por su esposa Liz, concurrió a la embajada
argentina en Londres. “Fui atendido por Adrián Vernis y el Capitán Moretto y en
un sencillo acto devolví el casco. Fue un momento emocionante”, recordó.
El
último adiós. Andy Damstag se despide del casco argentino que guardó durante 37
años.
Antes
de despedirse de aquella pieza de guerra, que fue trofeo y amuleto, Andy besó
el casco. Y sorprendió a los funcionarios argentinos. El marine lo explica así:
“Cuando llegó el momento de irme, besé el casco por última vez porque sabía que
era la última vez que lo vería, lo había atesorado durante treinta y siete
años, pero ahora finalmente se iba a casa”.
Héctor
ya tiene planes para cuando en los próximos días se lo entreguen. Lo colocará
en una suerte de pecera de vidrio, junto con su chapa de identificación, para
que todos puedan apreciarlo: “La guerra fue horrible, pero es bueno que se
conozcan estas cosas”.
Fuente:
https://www.infobae.com
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