A
37 años de la Guerra del Atlántico Sur, ¿cómo es vivir hoy en las Islas
Malvinas? Aunque los malvinenses
prefieren no hablar del conflicto, sus vestigios permanecen a la vista.
Por
Gabriel Esbry
A
pesar de ser la capital del archipiélago, Puerto Argentino (Stanley para los
isleños) sigue siendo un pequeño poblado de casas bajas, de madera, con techos
a dos aguas, en donde el gobierno, el idioma y la cultura son ciento por ciento
británicos.
Aunque
en los últimos años han recibido una ola inmigratoria de varios países del
mundo (principalmente, chilenos y filipinos que llegan para trabajar), la
población total en las Islas no supera los 3.500 habitantes, de los cuales 3.200
viven en la capital. El promedio de edad es de 36 años. Unos 15 residentes
permanentes son argentinos.
La
inmensa mayoría (el 58,5 por ciento) se desempeña en la actividad productiva
principal de las Islas: la pesca marítima. El ingreso medio ronda las 22.500
libras al año, lo que equivale a unos 2.500 dólares por mes (155 mil pesos).
En
los últimos años, el gobierno local viene haciendo una apuesta importante para
posicionar a las Islas como un destino turístico internacional, de perfil
“exótico”. El nuevo vuelo semanal que une Malvinas con San Pablo (Brasil), con
una escala mensual en Córdoba, es para ellos un claro avance en ese sentido, ya
que mejora sustancialmente la conectividad de las Islas con el mundo.
La
otra fuente de ingresos para los isleños es la agricultura, principalmente la
cría de ovejas, con más de 40 mil animales en la actualidad.
De
todos modos, el animal emblemático de Malvinas es el pingüino. Su imagen está
en casi todos los logos de las empresas que operan localmente, y su nombre es
el nombre de decenas de comercios. Hasta el periódico local se llama Penguin
News. Hay cinco especies diferentes de pingüinos en las Islas.
Puerto
Argentino es un poblado sencillo, pero con una infraestructura urbana
relativamente moderna. Tiene hospital, escuela para los niños, un banco, varios
supermercados, una estación de servicio, museos, bares, hoteles y hosterías,
una cárcel, y muchos, muchos autos (se estima que hay entre dos y tres
vehículos por habitante, principalmente, camionetas 4x4).
El
clima de las Islas es hostil. En invierno prevalecen las temperaturas bajo cero
(entre -7 y -15 grados), y en verano las máximas no superan los 15 grados. El
viento es omnipresente, con ráfagas permanentes, día y noche, que reducen
considerablemente la sensación térmica.
Ello
hace que haya muy poca gente caminando en las calles o andando en bicicleta, y
que casi no se vean mascotas en los patios de las casas. Tampoco hay muchos
niños jugando en la calle. Todo el mundo trabaja “de corrido”, entre las 8 y
las 17. Después, a casa o a tomar cerveza a la taberna.
Por
dentro, todas las viviendas tienen calefacción central, alimentada con calderas
a querosén o gasoil, combustibles que almacenan en depósitos de 100 o 200
litros en la parte de afuera. El barrio humilde de la capital se llama
Teaberry, y está compuesto por pequeñas casas de madera que el gobierno
arrienda a las familias de menores recursos.
Como
buenos ingleses, los isleños son extremadamente puntuales y de una personalidad
más bien seria y reservada, casi distante, característica esta última que se
exacerba ante la presencia de un argentino.
La
Voz visita las Islas Malvinas por invitación de Latam, que hizo esta semana el
primer vuelo desde San Pablo, con conexión en Córdoba.
Este
primer vuelo entre Córdoba y Malvinas estuvo a punto de suspenderse luego de
que una abogada argentina presentara una denuncia en contra del Gobierno nacional,
cuestionando el acuerdo que había habilitado la nueva ruta entre el continente
y las Islas. Sobre la hora, el juez Luis Rodríguez lo autorizó.
El
ingreso a una playa está vedado porque podrían quedar minas en el lugar.
1982
A
los habitantes de Malvinas no les gusta demasiado hablar de la guerra. Aseguran
que quieren dar vuelta la página, y mirar hacia delante.
No
obstante, basta recorrer la ciudad para darse cuenta de que el conflicto bélico
de 1982 todavía es parte del presente.
El
monumento más importante de la ciudad es el memorial con los nombres de los
soldados británicos muertos en combate, ubicado sobre la avenida principal de
la ciudad. A metros de allí, un busto de la ex primera ministra inglesa
Margaret Thatcher “mira” hacia el mar. Los monumentos a Thatcher no se terminan
allí: una importante calle lleva su nombre.
Muchos
vehículos tienen pintada la bandera británica en sus puertas o techos, con una
clara leyenda alusiva a la soberanía inglesa sobre las Islas: “The Falklands
are british”. La misma inscripción se observa en las ventanas de muchas
viviendas.
Una
cabina telefónica bien "british", en el ingreso al Museo de Malvinas.
La
Globe Tavern, el principal pub del pueblo, tiene tapizado su techo con banderas
inglesas y armas de guerra colgando como trofeos en las paredes.
Varias
playas están vedadas a la presencia humana debido a la presencia de minas
personales. En los últimos años las están desactivando gracias a un equipo de
trabajadores especiales llegados desde la lejana Zimbabue.
El
aeropuerto principal de las Islas (Mount Pleasant) está emplazado en el corazón
de una base militar, con un número indeterminado de efectivos gestionando la
seguridad del lugar.
En
los últimos años, tanto el gobierno de Malvinas como los propios isleños
celebraron la gestión del presidente Mauricio Macri, reconociendo que lograron
acuerdos diplomáticos que mejoraron sus condiciones económicas.
Ahora,
con la inminente asunción de Alberto Fernández, temen que Argentina vuelva a
tener lo que ellos consideran una actitud hostil y de bloqueo hacia las Islas,
tal como sucedió –dicen– durante la presidencia de Cristina Kirchner.
Una
vieja iglesia, con la construcción típica de la isla: madera y techo a dos aguas.
Fuente:
https://www.lavoz.com.ar
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