Diego
Arreseigor y Susan Shaw, durante el encuentro en Madrid Crédito: Gentileza
Viviana Arreseigor
Por
Teresa Sofía Buscaglia
Luego
de 37 años, el militar y veterano de Malvinas, Diego Arreseigor, logró cumplir
una misión que le quedó pendiente desde el final de la guerra: devolver el
casco de un paracaidista inglés, que encontró durante su misión de desminado en
Malvinas cuando era prisionero de guerra. En los primeros años, cuando lo
invitaban a charlas en los colegios, a reuniones con compañeros o a actos en conmemoración
por los caídos, lo llevaba con él para mostrarlo como un trofeo de guerra.
Sentía mucho dolor por la derrota.
Pero
a medida que los años fueron pasando y el dolor cediendo, el casco empezó a
resonar en él con tristeza. Pertenecía a otro caído en Malvinas, como
cualquiera de sus compañeros. En su interior ya no estaba claro el límite entre
aliados y enemigos y sintió que todos éramos iguales ante el horror de la
guerra y de la muerte. Pensó en la familia de ese soldado que quizás recibió la
noticia de su muerte, en sus amigos. Conjeturó que quizás tuviera esposa, hijos
y algo cambió en él para siempre. Prefirió pensarlo vivo e imaginarse un
encuentro con él donde pudiera devolverle lo que le pertenecía.
Empezó
a rastrear en las redes su nombre, Alexander Shaw, que había quedado escrito en
el interior del casco, como si lo hubiera hecho a las apuradas, con una fibra y
en una letra cursiva muy desprolija. Pasó muchas noches frente a su computadora
y un día encontró lo que no quería encontrar: había muerto en combate. En un
artículo en el blog que los veteranos de la Brigada 3 de Paracaidistas publican
para ellos, un compañero suyo describía su caída, la noche del 13 de junio, en
Monte Longdon.
"Para
mí fue un golpe fuerte ver la foto de su tumba, con su nombre y también otra
foto, en la que está sonriente, saludando desde el barco en el que zarpaba a
Malvinas. Yo hubiera querido encontrarlo, escribirle y decirle: 'Che, tengo tu
casco' y después poder encontrarnos para dárselo", dice Arreseigor.
Durante
el encuentro hubo muchos momentos de emoción Crédito: Gentileza Viviana
Arreseigor
En
abril de este año, LA NACION contó su historia y dejó el final abierto porque
el encuentro con Susan Shaw, la hermana de Alex, estaba cerca. Recién se habían
conocido por las redes y ella se conmovió mucho al conocer todo lo que había
hecho este veterano de guerra argentino para devolverle el casco de su hermano
como una misión personal de respeto y honor. "Susan se cansó de agradecerme
que no lo haya vendido, algo que es muy usual allá, con todo lo que tiene que
ver con la guerra ", recuerda.
Encuentro
en Madrid
El
encuentro entre ambos se fue aplazando por motivos burocráticos y también
personales de ambos. Juicios, enfermedades y muchas otras razones personales
dilataron algo que sucedió, finalmente, hace pocos días, en Madrid.
"Intercambiamos varios mails con Susan desde abril de este año. Pensé en
viajar a Londres y llevárselo. Cuando eso se cayó, la invité a la Argentina y
hasta pensé en ir a Malvinas con ella. Pero todo se fue desvaneciendo y
encontré el momento justo cuando organicé un viaje a Europa con mi mujer",
dice Arreseigor.
Susan
aceptó la propuesta. La cita fue un miércoles de octubre, en un hotel céntrico
de Madrid, a las 10 de la mañana. El veterano argentino y su mujer, Viviana, la
esperaron en la puerta del hotel, parados en la vereda. En su cabeza, Diego se
preparó para este momento muchas veces. Había elegido la ropa con cuidado, las
manos le transpiraban y sentía una emoción que desconocía. "Me estoy
poniendo viejo me parece, pero estoy muy sensible. Antes no me afectaban tanto
estas cosas", confiesa. Viviana lo sostuvo todo el tiempo y, en su casa,
habían comenzado a nombrar a Susan como un miembro más de la familia.
La
vio bajar del taxi, acompañada por su marido, ambos tomados de la mano, mirando
en distintas direcciones para encontrar el hotel. Diego la observaba acercarse
y tenía que convencerse interiormente de que todo esto era real. La guerra, la
posguerra, su paso por Afganistán, América Central, distintas provincias de la
Argentina, el baúl que dejó cerrado en la casa de sus padres, con sus medallas,
su uniforme, el casco y los recuerdos de la guerra se pasearon por su cabeza en
los segundos que tardó Susan en acercarse. Esta mujer de 53 años, con su pelo
rojizo de corte recto y al cuello, su vestido de seda oscuro a la rodilla y su mirada
clara y melancólica venía también a traerle algo a él: reconciliación y paz.
Susan
Shaw con el casco de su hermano Crédito: Gentileza Viviana Arreseigor
"Ella
no me vio hasta que estuvo más cerca. Me señaló con el dedo y me hizo un gesto
como preguntando si yo era quien la estaba esperando. Yo me sonreí y asentí. No
hablábamos. Se acercó y me abrazó muy cálidamente. Fue un abrazo de gente que
se conoce hace mucho tiempo, como de viejos amigos", recuerda Arreseigor.
Entraron al bar del hotel, se sentaron en los sillones y empezaron a hablar
como podían. Susan y su marido no hablan ni una palabra de español, y Diego
maneja un inglés muy básico. Sin embargo, nada impidió que se entendieran.
Botín
de guerra
Al
rato de saludarse y luego de sentarse a charlar en los sillones, Diego
Arreseigor abrió el bolso que tenía a un costado, sacó el casco y se lo entregó
a Susan, mirándola a los ojos. "Esto es tuyo y yo ya no lo tengo que tener
más”, le dijo. Ella se levantó con el casco en la mano para abrazarlo fuerte y
largamente mientras ambos lloraban de emoción. Su marido también se acercó y
ella aprovechó ese rato para apartarse con el casco. Se sentó y se quedó
mirándolo fijamente, como buscando las últimas huellas de ese hermano que
perdió cuando tenía 15 años y que permaneció en la memoria familiar con su
sonrisa jovial de la despedida.
Susan
le contó que ella tenía cuatro hijos y tres nietos. Y que sus padres ya habían
muerto, y nunca lograron recuperarse de la muerte de Alex. Siguieron viviendo
en Crosby y allí murieron. Susan se había quedado cerca de ellos para
cuidarlos. Ambos están enterrados junto a su hijo, en el cementerio del pueblo.
De la viuda y el hijo de Alex no supieron nada más desde que se fueron de Crosby,
a los seis meses de terminada la guerra. Ella se casó con otro militar y se
desvinculó de toda la familia. "Susan estaba muy triste por no conocer a
su sobrino ni saber nada de él, pero prefirió no hablar de lo sucedido",
dice Arreseigor.
El
encuentro duró tres horas y volvieron a verse a los dos días para despedirse.
Se prometieron visitas, mantener el contacto y fotos. Nadie se enteró de este
encuentro. No hubo medios ni instituciones. Fue un encuentro íntimo, de dos
familias que quedaron unidas para siempre.
"Si
tengo que describir lo que sentí, fue un alivio tan grande. -dice Diego-. Era
algo que tuve muchísimo tiempo conmigo. Me acompañó en los distintos lugares a
dónde me destinaban y tenía mucha importancia para mí. Siempre pensaba cuál iba
a ser el destino de esto, para quién quedaría, qué haría yo antes de morirme y
lo que quería era simplemente esto que sucedió. Hoy está en el lugar que tiene
que estar, en las manos de quienes siempre lo tuvieron que tener".
Fuente:
https://www.lanacion.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario