Por
Alejandro Horvat
Todo
empezó a armarse en 2009, cuando Julio Mena volvió a las islas Malvinas y se
dio cuenta de que, para él, la guerra era mucho más que un recuerdo austral.
Ahora
camina entre radios militares, tiras de municiones y aviones a escala, en una
de las salas que otros veteranos del Centro de Veteranos de Guerra de Luján y
él armaron "a pulmón". Bajo esa consigna, construyeron este museo que
incluye una vasta colección de objetos similares a los que usaron durante el
conflicto.
Los
veteranos recorren la colección verde militar, una y otra vez. Vuelven a mirar
las fotos que hablan de esos meses de hambre y viento. Caminan la sala como si
fuera un ritual que los une con una parte de su ser, esa que dejaron en aquella
tierra amarillenta y fangosa, donde los sueños de muchos de sus compañeros
quedaron boyando, desde entonces, en el Atlántico Sur.
Oscar
Rodríguez, veterano de Malvinas. Él era mecánico y piloto de aviones. De hecho,
su avión encontró la mancha que dejó el ARA General Belgrano luego de que lo
hundieran Fuente: LA NACION - Crédito: Ricardo Pristupluk
"Para
mí Malvinas era algo que había pasado, algo que ya no era una parte importante
de mi vida o, por lo menos, eso creía -dice Mena-. Pero cuando fui a las islas
en 2009 y vi las tumbas de mis compañeros...". Hasta ahí llega su relato.
Los dedos en los ojos para cortar las lágrimas, un temblor en el pecho. Toma
aire y sigue: "Cuando vi las tumbas pensé que algo teníamos que hacer. Les
dije a los muchachos y a mi mujer que no iba a parar hasta hacer un museo en
honor a los compañeros caídos, y acá está. Ahora hay que enseñarle la historia
a los más chicos, y mostrarles que hubo pibes jóvenes que hicieron un gran sacrificio
por su patria".
Mena
tiene 57 años y a los 19 estuvo en la guerra. Es el presidente del centro de
veteranos y el director de la sala. Junto con otros veteranos invitan a los
colegios de la zona y les enseñan la historia en primera persona. "Los
chicos quedan fascinados. Nos miran impresionados y prestan atención durante
toda la visita, los profesores nos dicen en chiste que tenemos que ir al
colegio porque a ellos no les dan tanta bola", dice Ramón Quarenta, de 57
años, otro excombatiente.
El
grupo de veteranos recibe grupos de distintos colegios y también familias que
se acercan para que les enseñen a sus hijos la historia argentina contada en
primera persona Fuente: LA NACION - Crédito: Ricardo Pristupluk
Las
visitas empiezan a las 8.30 y duran, por lo general, hasta el mediodía. Primero
se iza la bandera y se canta la Aurora o el Himno Nacional, luego forman filas
y entran a la sala. "Les mostramos nuestra cocina de campaña, los llevamos
por el museo y les hacemos un desayuno que lo comen sentados espalda con
espalda, como lo hacen los soldados. Cuando terminan de comer les mostramos un
documental de 25 minutos sobre Malvinas, respondemos preguntas y al final
ponemos un video institucional sobre lo que hace el Centro de Veteranos de
Guerra de Luján", dice Mena.
"Depende
de la edad que tengan los chicos, vamos contando la historia con mayor o menor
crudeza. También evaluamos si contamos o no algunas cosas que vivimos y que son
más chocantes. Pero, igualmente, los chicos recorren la sala y ven las fotos de
los caídos y te preguntan. Y nosotros les decimos la verdad: la realidad es que
la guerra fue dura", agrega.
Una
particularidad es que algunas de las historias que relatan hablan de cómo los
ingleses les brindaban mejor atención médica a algunos soldados argentinos que
quedaban heridos en el campo de batalla. "Acá lo tenemos al Vasco que le
dieron cuatro tiros. Los médicos ingleses le cambiaban las vendas todos los
días y cuando lo trasladaron al barco hospital argentino no le cambiaron la
venda por 15 días. Se le terminó encarnando", relata Quarenta.
"Me
gustan los platos con el barquito", dice Francisca, de 5 años, mientras
mira la muestra. Como es sábado, ella vino a recorrer la sala junto a sus
padres. Cuando dice "barquito", se refiere al ARA General Belgrano,
el crucero de la armada hundido en combate. "Me pareció muy triste esa
historia, me dio ganas de llorar", cuenta Francisca. Para subir los
ánimos, Mena saca un silbato naranja como los que tenían los botes de
emergencia y lo hace sonar. Francisca se tapa lo oídos, sonríe y pasa a otra
cosa. "Esta es la primera vez que venimos, es impresionante, es mejor que
leerlo en un libro", dice Alejo, de 10 años, que está junto a su hermana,
Paloma, de 9.
Julio
Mena, director de la sala, le enseña a los chicos sobre la guerra de Malvinas.
A la derecha, una versión a escala del ARA General Belgrano, el crucero de la
armada hundido durante el conflicto Fuente: LA NACION - Crédito: Ricardo
Pristupluk
En
la sala se ven algunas imitaciones de armas, proyectiles antiaéreos, municiones
de todo tipo. Tienen radios, baterías, bolsas de dormir, paracaídas,
indumentaria, mapas, banderas, butacas de aviones y la lista sigue. Los objetos
son del ejército argentino o de otros países, ya que de las Malvinas casi no
volvió equipamiento. En un costado hay cruces blancas. Iguales a las que están
sobre los cuerpos enterrados de los caídos en combate. Ahí hay un casco colgado
de la punta y flores de plástico "para que estén siempre impecables",
dice Mena.
Una
imitación de las cruces que se encuentran sobre los cuerpos enterrados de los
caídos en combate. Parte de la colección del museo Fuente: LA NACION - Crédito:
Ricardo Pristupluk
La
colección empezó con la cocina de campaña. Esta es una gran caja metálica verde
militar, fabricada en 1943 y restaurada por los veteranos. En el medio tiene un
agujero donde se pone una olla como para hacer 100 litros de mate cocido o 200
porciones de guiso. Calientan la caja a leña y alrededor de la olla hay
glicerina, lo que genera una especie de baño María.
"Nosotros
en Malvinas nos acercábamos a una así y con un cilindro metálico nos poníamos
el guiso para llevárselo al regimiento. Pero entre la oscuridad y los pozos,
llegábamos con la mitad de lo que habíamos agarrado. Después teníamos que
buscar comida hasta entre la basura", explica Mena. "Con esta cocina
hacemos todo el tiempo movidas solidarias, siempre a pulmón, poniendo del
propio bolsillo. Nosotros no le queremos fallar a nadie. Si nos piden que nos
sumemos a algún evento solidario para darle de comer a la gente, llevamos la
cocina y lo hacemos", dice Quarenta.
Julio
Mena de 57 años, director de la sala y presidente del Centro de Veteranos de
Guerra de Luján. Ellos piden un terreno fiscal para poder levantar la sede del
centro de veteranos y poder trasladar la sala que hoy está en el garaje de su
casa. Aún no lo consiguieron Fuente: LA NACION - Crédito: Ricardo Pristupluk
Esta
cocina les permitió empezar a juntar fondos para todo lo vendría después: una
colección de más de 500 fotos e incontables objetos. Vendiendo rifas, porciones
de comida y recaudando fondos en distintos eventos pudieron ir armando el
museo. "Fui comprando todo por Internet. Cada vez que veo algo de Malvinas
lo compro. Hoy Malvinas es mi vida. Esta sala de exposiciones está en el garaje
de mi casa. Acá vengo cuando quiero estar solo. Este es mi lugar, el de mis
compañeros, y el de la gente que quiera visitarlo", cuenta Mena.
El
museo está ubicado en la calle Doctor Merlo 1136, Luján, y la entrada es libre
y gratuita. Hace tiempo que ellos le piden a la municipalidad que les cedan un
terreno fiscal para poder levantar la sede del centro de veteranos y mudar la
sala de exposiciones. "Hemos tenido conversaciones con concejales e intendentes,
pero aún no pudimos conseguir un lugar para establecernos. Yo tengo 57 y
algunos de los muchachos son aún mayores. No nos queda tanta energía para
seguir pidiendo y pidiendo el terreno. Juntamos fondos, armamos rifas y eventos
desde hace mucho tiempo. Estamos cansados. Ya nos sacrificamos mucho para
tratar de conseguir un pedazo de tierra que, hasta el momento, no pudimos
conseguir", concluye Mena.
Fuente:
https://www.lanacion.com.ar
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