Por
Mariano C. Bartolomé (*)
El
Conflicto del Atlántico Sur (CAS) que protagonizaron la Argentina y Gran
Bretaña en 1982 sigue siendo, a tres lustros de acontecido, objeto de debates y
disensos. De tales polémicas
no están exentas sus causas primigenias de ocurrencia, respecto de las cuales
las principales ópticas existentes son sistematizables en dos grandes grupos.
El primero, o de causas endógenas, nuclea aquellas posturas que consideran que
el conflicto respondió principalmente a causas inherentes al sistema político
vigente en ese entonces en nuestro país. Por el contrario, el segundo grupo, o
de causas exógenas, pretende ubicar al CAS dentro del sistema político
internacional existente en ese momento, entendiendo que pueden haber existido
causas cuyas génesis se encuentran fuera de nuestro país.
La
postura endógena presenta abundantes contradicciones y deja sin aclarar
diversas cuestiones de importancia; además, incurre en reduccionismo histórico
al justificar un conflicto interestatal únicamente a partir de elementos de
política interna. La restante línea de pensamiento es la menos estudiada hasta
el momento, aunque sus principales referentes efectúan una lectura errónea de
la situación del sistema político internacional, que lo condiciona y limita al
resultado final de la pesquisa. Por este conjunto de razones, la presente
investigación[1]
explorará la corriente exógena, que suele partir del supuesto de la escasa o
inexistente relevancia estratégica del Atlántico Sur, apreciación que
no compartimos.
La
importancia estratégica del Atlántico Sur
Hacia
los inicios de la década del 80 el marco estratégico mundial se encontraba caracterizado
por un sistema político internacional de estructura bipolar vigente desde hacía
más de tres décadas, con los EE.UU. y la URSS como polos. En sus orígenes el
mismo derivó en la conformación de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN) y el Pacto de Varsovia (PV), unidades diseñadas con fines
defensivos para actuar en el hipotético caso de que un conflicto entre ambos
líderes hegemónicos con status de superpotencia derive en una escalada al plano
militar.
La
OTAN se autolimitó operativamente al presumible teatro de enfrentamiento
interbloque: el territorio continental europeo y las aguas del Atlántico Norte
y sus mares adyacentes, por lo cual estableció el trópico de Cáncer como
frontera meridional. Soslayó así el hecho de que el poderío económico de las
naciones aliadas estaba fundamentalmente condicionado al libre acceso a fuentes
de materias primas y mercados de ultramar o por adecuadas Líneas de
Comunicación Marítima (LCM); estas fuentes, mercados y rutas quedaban fuera del
área de seguridad aliada.
En
los primeros años de la bipolaridad, la URSS no se preocupó por mantener bases
extraterritoriales fuera del mencionado teatro hipotético de enfrentamiento,
postura que la
llevó a carecer totalmente de las mismas hasta mediados de la década del 50. En
esos momentos
asume la titularidad de la Armada roja el Almirante Sergei Gorshkov, claro partidario
del aumento del poder naval y la presencia militar permanente de la URSS en
todo el mundo.
Simultáneamente,
el Kremlin alteró su perspectiva del sistema político internacional. Ante el XX
Congreso del Partido Comunista (PCUS), Nikita Krushev mencionó por primera vez
la existencia de un Tercer Polo de naciones que, aunque no alineados tras ninguno
de los bloques hegemónicos, era un potencial aliado de la comunidad socialista y,
por ende, un nuevo objetivo de la política exterior soviética. Esto significó
la reorientación de la URSS al incremento de su presencia internacional
mediante la obtención de nuevos Estados adscriptos, manteniendo vigente en
tanto la puja interbloques.
La
nueva conducta externa soviética fue explicada en Occidente de diversas
maneras: como una geopolítica de espacios vacíos orientada a obtener posiciones
estratégicas de alto valor en el conflicto bipolar en zonas desatendidas por la
OTAN; como la reducción territorial
y poblacional del área de blanco enemiga, eliminando de la misma a los nuevos Estados
clientes; como envolvimiento gradual a la OTAN implantándose en su periferia; y
como una geoestratégica del contra cerco, orientada a neutralizar la doctrina
de la contención diseñada por los EEUU en base a las ideas del “heartland” de
Mackinder y las “tierras-orillas”
de Spykam, mediante el logro de presencia política y militar en las tierras-orillas
mismas o más allá de ellas[2].
La
coincidencia de objetivos entre Kruschev y Gorshkov se potenció con la crisis
de los misiles cubanos en 1962, hecho a partir del cual la URSS aceleró el
fortalecimiento de su poder naval con el objeto de poder ejecutar en todas las
aguas una variedad de funciones ofensivas y defensivas. Entre ellas ocupaba una
posición preponderante la interdicción de las LCM del oponente, como lo
corroboró el ya citado jefe naval en 1967: “La interceptación de las líneas de
comunicación oceánica, arterias especiales que alimentan las potencias militares
y económicas de los países imperialistas agresivos, ha seguido siendo una de
las misiones de la Marina de Guerra”[3].
Los
principales vectores de expansión del poder naval soviético fueron Oriente
Medio, obteniendo facilidades navales y aeronavales en Egipto, Somalía, Siria y
África, donde luego de fracasar en sus acercamientos a los regímenes de Ghana,
Malí y Sudán, en 1969 el Kremlin obtuvo su primer resultado positivo cuando
Guinea lo autoriza a que sus unidades navales empleen la base de Conakry, en el
golfo que da nombre al país. Por aquel entonces, submarinos soviéticos,
comienzan a navegar el paso interoceánico Atlántico Sur-Índico, en el área del
cabo de Buena Esperanza[4],
hecho que constituyó un punto de inflexión en el uso del poder naval en la zona
africana por la URSS, el que deja de vincularse únicamente con cuestiones
disuasorias para incluir también a la interdicción de la principal LCM de
Occidente.
De
acuerdo con una fuente cercana a la OTAN, este status era el resultante de tres
factores generados por el cierre del Canal de Suez en 1967: una menor extensión
comparativa que las LCM alternativas del Canal de Panamá y el Cabo de Hornos;
que el empleo de la ruta del Canal de Panamá implicaría el uso del Estrecho de
Malaca, un área climáticamente inestable y con presencia militar soviética;
finalmente, que aun si Suez estuviese abierto, el mismo no era empleable para
cargueros con un desplazamiento mayor de 70 mil toneladas, que operaban con
costos favorables a Buena Esperanza, de U$S 40 por barril frente a U$S 60 para
Suez.
El
mayor éxito de la proyección soviética en la ribera occidental de África
ocurrió en 1976, cuando Moscú patrocinó en Angola el acceso al poder del
Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA). Tras ese hecho, la URSS
accedió a facilidades aeronavales en el Atlántico Sur, en los puertos angoleños
de Luanda, Lobito y Mocamedes; en ellos colocó una docena de buques de guerra,
entre los cuales se contaban tres o cuatros destructores, una nave anfibia y un
número indeterminado de submarinos nucleares, amén de bombarderos de largo
radio de acción Backfire y aviones TU-95[5].
La
importancia de la presencia soviética en Angola fue maximizada por la “crisis
del petróleo” de 1973, cuando la Organización de Países Exportadores de
Petróleo (OPEP) aplicó a Europa embargos selectivos y aumentos superiores al
70% en el precio de los hidrocarburos, como castigo a su resistencia a aplicar
sanciones a Israel durante la guerra de Yom Kippur. La crisis ejemplificó la
dependencia europea de los insumos que le llegaban por vía marítima, que en una
proporción aproximada al 90% empleaban la LC; del Cabo, área por donde cada 24
horas transitaban 55 buques con este fin. Según un estudio publicado en esos
momentos, “tres meses, e incluso menos, bastarían para que Europa tuviera que
ponerse de rodillas, si se le cortara ese cordón umbilical, a través del cual
recibe sus materias primas y su energía”[6].
Al
petróleo mesoriental se agregaban los minerales que Occidente importaba de la
República Sudafricana (RSA) y que eran transportados hasta sus centros de
consumo por vía marítima. Entre esas compras se incluían platino, cromo,
manganeso, vanadio, oro, fluorita, asbesto, titanio y diamantes industriales.
Las proporciones en que la RSA abastecía de minerales escasos al Oeste en esos
momentos alcanzaban el 75% de sus necesidades de oro, 27% del platino, 23% del
cromo, 21% del antimonio 18% del vanadio y 10% del manganeso. De esta manera,
la ruta que transportaba a Europa hidrocarburos desde Medio Oriente y minerales
sudafricanos fue dada en ser llamada, por su importancia, “la yugular de
Occidente”; en tanto, la mencionada percepción de vulnerabilidad generaría una
nueva tipología de conflicto, denominada “guerra económica” o “guerra de los
recursos”.
De
la siguiente manera se refería al primer concepto un prestigioso jurista
argentino[7]:
“El
medio empleado en este nuevo tipo de guerra carece de las sutilezas técnicas de
la guerra electrónica o de la guerra química. Se funda en la necesidad que
tiene la sociedad actual de un recurso de escasas reservas (…) innova en la
concepción hasta entonces vigente de la guerra, incorporando una táctica basada
en la negativa de suministrar un material crítico de vital importancia para la el
mantenimiento de la estructura industrial de los países desarrollados, y cuya
carencia puede ocasionar la alteración de todo el sistema económico y social de
los mismos”.
Claramente,
los medios aeronavales de la URSS destacados en el Atlántico Sur estaban orientados
a desarrollar una guerra económica contra Occidente en su yugular. Recordemos
que en 1975 la Armada soviética participó en una suerte de repetición de los ejercicios
“Okean” realizados en todo el mundo en 1970; en el marco del Okean-75, la Aviación
Naval practicó la vigilancia aérea de esa vía marítima mediante sus aviones
basados en Conakry[8].
Pese
a tal importancia, no se observaba en la región presencia militar de país
alguno de la
OTAN o aliado de esta organización, situación producida básicamente por el
establecimiento del trópico de Cáncer como límite operativo meridional de la
misma, por la falta de una política de los EEUU orientada a consolidar y
expandir sus relaciones con los países africanos y por el deterioro de las
relaciones entre la RSA y los países de la Alianza, lo cual se tradujo en forma
directamente proporcional en el campo de la cooperación militar.
La
confiabilidad de la RSA para la OTAN y su autodesignación del rol de “bastión
de la seguridad militar occidental en la región del océano Índico y del
Atlántico Sur” desembocaron en 1955 en los llamados acuerdos de Simonstown. Los
mismos ponían permanentemente las instalaciones de esa base naval, considerada
por la marina sudafricana como uno de los principales enclaves estratégicos de
Occidente y un trampolín para las operaciones en el Atlántico Sur, a
disposición de los navíos ingleses en tiempos de paz o guerra. Empero, los
acuerdos fueron rescindidos unilateralmente por Gran Bretaña en 1975, en
protesta por la política de discriminación racial desarrollada por el gobierno
de Pretoria, que gozaba de amplia reprobación en Occidente. La decisión
británica llevo al gobernó de la RSA a deslindar responsabilidades en la
defensa de las LCM, concentrándose en sus propios asuntos (como el apoyo
angoleño a la guerrilla separatista namibia) y circunscribiendo sus actividades
navales al ámbito costero.
Ese
“vacío estratégico” producido por la ausencia militar de Occidente en el
espacio sudatlántico favoreció en forma inversamente proporcional a la URSS,
revalorando esa área de interdicción en detrimento de otras dos: la porción
septentrional del Atlántico Sur a lo largo de la costa africana bañada por el
océano Índico, por donde discurre la ruta en su primera fase. La primera se
halla en proximidad de la zona de la OTAN, quedando situada dentro del alcance
de los medios aeronavales basados al norte del trópico de Cáncer, no obstante,
lo cual, Cabo Verde brindaba a Moscú facilidades navales en la Isla San Vicente
y para aviones en la Isla de Sal.
La
situación del océano Índico era completamente diferente a la del Atlántico Sur
debido a la importante presencia militar de ambas superpotencias. La flota de
la URSS usaba bases de Yemen del Sur, Irak, Etiopía, India, Sri Lanka, Isla
Mauricio, Vietnam y Mozambique. Los EEUU lo hacía en la Isla Diego García, la
Isla de Vacao, Kenia, Somalía, Pakistán, Singapur, Filipinas y Barein. En el
Índico occidental se destacaba por su importancia Maputo, cuyo uso por la URSS
tuvo lugar tras la toma del poder por el pro marxista Frente de Liberación de
Mozambique (FRELIMO) en 1975. Sus instalaciones ampliadas permitieron que en el
mismo recalara una flota soviética compuesta por una docena de unidades,
encabezada por el flamante portaaviones Minsk, en abril de 1979.
Por
otro lado, algunos estudios incorporaban a Maputo a un esquema triangular de
interdicción de LCM que apuntaría al área focal del Cabo, siendo sus otros
vértices Luanda en Angola y la base Antártica soviética de Novolazareviskaya[9].
La
primera conclusión
En
síntesis, desde la década del 50 la URSS amplió su poder naval, adquirió bases
extraterritoriales e incorporó entre sus minorías la interdicción de las LCM de
Occidente. Al lograr acceso a instalaciones en el Atlántico Sur, primero en
Guinea y sobre todo a través de Angola, logró la capacidad de interferir las
más importantes LCM de Occidente, la que transportaba petróleo y minerales
críticos desde Medio Oriente y Sudáfrica, respectivamente; desde el punto de
vista occidental, esa presencia soviética se veía agravada por la ausencia de
fuerzas propias.
Nuestra
primera conclusión, entonces, es la siguiente:
Desde
la década del 70 el océano Atlántico Sur era estratégicamente importante para Occidente,
debido tanto a que por él discurría su LCM más importante, cuanto a la presencia
militar soviética en el mismo, debido a la citada presencia se encuadraba en esa
puja interhegemónica.
¿Cuál
es la valoración que a inicios de la década del 80 se efectuaba en Occidente
con respecto a la capacidad soviética de interdicción de la LCM del Cabo en el
Atlántico Sur?
Para
develar esa hipótesis, conviene constatar cuáles eran las percepciones vigentes
en occidente
con respecto al poder naval y a la situación sudatlántica.
Las
percepciones occidentales
Las
valorizaciones occidentales sobre el poder marítimo, vigente a inicios de la
década del 80, otorgaban un lugar preponderante a la protección de las LCM.
Esta cuestión se encuentra presente en las tres principales escuelas de
estrategia naval de Occidente: la británica,
con Cyprian Bridge y Julian Corbett; la francesa, con los Almirantes Aube, Castex
y Gretton; y la estadounidense, con los postulados de Alfred Tayer Mahan y sus modificaciones
ulteriores.
Tomando
a la norteamericana como caso de estudio, debido a la jerarquía de
superpotencia de ese país, Mahan postulaba que la capacidad para usar el mar
como medio de transporte afecta directamente a la prosperidad nacional, por lo
cual, la necesidad de una Armada “aparece con la existencia de la navegación
pacífica y desaparece con ella”.
Este
pensamiento orientó la estrategia naval de los EEUU durante todo el presente
siglo, y
así la bibliografía militar norteamericana suele remitirse a la Segunda Guerra
Mundial para
destacar que la eliminación aliada de la amenaza submarina alemana en el
Atlántico tuvo una importancia decisiva en el curso de la guerra, así como el
dominio del Mediterráneo en la caída ítalo-germana en el norte de África o el
cierre de las rutas marítimas japonesas al Pacífico Sur en la derrota del
Imperio del Sol Naciente. Los mismos textos señalaban que era evidente que una
victoria en la guerra logística era la clave
de la victoria en la guerra total[10].
Hacia
fines de los años 60, debido al crecimiento experimentado por la Marina
soviética y
a la paridad nuclear registrada entre las superpotencias, los EEUU revalorizó
la guerra convencional
para retardar tanto como sea posible el empleo de las armas atómicas y privilegiar
la ventaja tecnológica del armamento convencional de la OTAN frente al del PV.
Esta situación revitalizó la importancia del poder naval, y por esa razón un
estudio de la USN pronosticaba que en el corto y mediano plazo la Guerra Fría
se libraría en áreas periféricas al Hemisferio Norte, a las cuales ambos
actores podían acceder solamente por mar. Entre los espacios marítimos a través
de los cuales se accedería a las mencionadas áreas se incluía a los océanos
Índico y Atlántico Sur, consignándose que en los mismos debía esperarse una
expansión de la presencia militar soviética.
Con
esta perspectiva, el análisis sugería que el poder marítimo de los EEUU y sus
aliados debía
asegurar las fuentes de abastecimiento del Oeste y el movimiento seguro de
tales suministros por mar, beneficiando a aquellas naciones democráticas cuyo
bienestar económico dependía de rutas marítimas libres[11].
Los dos proyectos diseñados por la USN en estas nuevas circunstancias
privilegiaban, aunque con diferencias de matices, la protección a las LCM: el
“High-low.mix” del Almirante Elmo Zumwalt proponía la división de la flota
norteamericana en dos categorías básicas, una formada por buques de alta
sofisticación que llevaría a cabo misiones ofensivas contra las naves de la
URSS, y la restante, afectada a la protección de las LCM; el “All-hight” del
Almirante Rickover, por su parte, consideraba que los aliados de los EEUU
debían cobrar crecientes cuotas de responsabilidad en la protección de las LCM,
para que la USN pudiera concentrarse en misiones ofensivas.
Otros
aportes teóricos a la estrategia marítima norteamericana fueron efectuados por los
Almirantes Stansfield Turner y Thomas Hayward. Turner, luego director de la
Agencia Central de Inteligencia (CIA), clasificaba las misiones de la USN en
una tetralogía: disuasión oceánica, proyección de poder, presencia y dominio
del mar. Dominar el mar implicaba asegurar el despacho de las materias primas
que necesita la economía americana y escoltar los convoyes de refuerzo y
aprovisionamiento con destino a los teatros de operaciones europeo y de Extremo
Oriente, importantes en caso de guerra prolongada.
Por
su parte, en su carácter de Comandante de operaciones navales de la USN,
Hayward se
dirigió de la siguiente manera a la Comisión de Servicios Armados de la Cámara
baja de
su país, a fines de 1979[12]:
“Nuestros
intereses estratégicos abarcan los continentes y los océanos que los
interconectan. Virtualmente nos hallamos separados de todos nuestros aliados
por agua. Nuestra vida económica depende cada vez más del acceso a mercados y
productos de ultramar; nuestra dependencia de los mares aumenta, nunca
disminuye.”
Estos
aportes teóricos desde la estrategia naval tuvieron su correlato en el ámbito
de las Relaciones Internacionales, donde merecen una atención especial Colin
Gray, James Schlessinger, Saúl
Cohen y Ray Cline[13]:
Gray,
del Hudson Institute, analizó en 1977 la expansión naval soviética, señalando
la capacidad de la URSS para desarrollar con éxito una guerra de recursos e
indicando las falencias de la OTAN en los océanos Índico y Atlántico Sur.
Schlessinger,
Secretario de Defensa y Energía con los gobiernos de Nixon y Carter respectivamente,
llamo la atención en 1980 con su “Geopolítica de la Energía” sobre las
alteraciones del poder mundial que conllevaron las diversas crisis petroleras,
sin obviar la debilidad de las LCM entre los EEUU y los centros productores de
materias primas de ultramar.
Saúl
Cohen dividió geopolíticamente el planeta en un Mundo Marítimo con centro en los
EEUU y dependiente del comercio, que un Mundo Continental Euroasiático con centro
en la URSS y un Mundo Índico en formación; entre tales mundos identificó “cinturones
de quiebra” (shatterbelts), zonas de tensión y conflicto que los separan y
donde las superpotencias intentan consolidar su hegemonía. Según un estudioso argentino,
el Atlántico Sur era para Cohen un cinturón de quiebra entre los mundos marítimo
y continental euroasiático, debido a las LCM que lo atravesaban.
Ray
Cline, quien fuera director de la CIA, publicó en 1979 su trabajo “Las rutas
del mar meridional y la seguridad del mundo libre”, en el cual destacó que la
Guerra Fría se había trasladado al Medio Oriente y África Meridional, áreas
donde la URSS pretendía vedar el acceso de Occidente a sus materias primas más
indispensables; que los EEUU y sus aliados debían proteger sus LCM en los tres
océanos (Índico, Atlántico y Pacífico, los dos últimos en su totalidad) con
fuerzas navales y aéreas, especialmente en los pasajes marítimos que
facilitarían el hostigamiento al tráfico, finalmente, que la Alianza debía
incluir por lo menos un punto fuerte en cada zona de la periferia euroasiática
y en el hemisferio meridional.
En
cuanto a la importancia asignada desde la OTAN al Atlántico Sur, rastrear sus
indicios lleva
a identificar un primer hito, en la década del 50. Por ese entonces el General
Norstad, en su calidad de Comandante Supremo Aliado en Europa (Supreme Allied
Commander Europe, en adelante SACEUR), y Henry Spaak, Secretario General de la
organización, demandaban con insistencia la inclusión de la margen atlántica
africana en los planes militares de la entidad. Esta propuesta, de estériles
resultados (probablemente por la ausencia de fuerzas soviéticas en el área),
fue apoyada por Francia, Bélgica y Portugal, naciones que aspiraban a obtener
un aval de los EEUU a sus políticas coloniales mediante la colocación de bases
en sus enclaves africanos[14].
Las
revalorizaciones del Atlántico Sur comenzaron a incrementarse hacia fines de la
década siguiente, en forma coincidente con el inicio de la presencia permanente
de la URSS en África. Así, entre 1969 y 1972, quien fuera Comandante Militar de
la OTAN, William Walker, criticaba la ausencia militar de Occidente en la zona
en cuestión, sugiriendo solamente una estrategia global de fuerzas integradas
multinacionales, prontas para entrar en acción rápidamente, frenaría las
ambiciones expansionistas de los soviéticos.
Ese
último año la Asamblea de la organización formuló al Consejo dos
recomendaciones: por un lado, que se contemplara la necesidad de una mayor
vigilancia en Atlántico Sur y, llegado el caso, de proteger hasta 32 convoyes
por mes en la zona del Cabo de Buena Esperanza; por otro, que se diera al
Comandante Supremo Aliado en el Atlántica (SACLANT) la directiva de estudiar la
protección de las LCM en esa zona[15].
Los
acontecimientos petroleros de 1973 repercutían en la visión de la OTAN sobre el
Atlántico Sur. En esos momentos, opiniones provenientes del Reino Unido
sugerían que las
naciones aliadas colocaran en el área una fuerza antisubmarina conjunta,
integrada por
cada país en proporción al número de sus unidades mercantes que utilizan la
ruta del Cabo; concretamente se proponía una fuerza integrada por doce fragatas
complementadas por unidades aéreas[16].
Luego
de la interferencia soviética en Angola, las preocupaciones de la OTAN se
incrementaron. En 1976, el Almirante Peter Hill Nortin, presidente de su Comité
Militar, afirmó que existía un peligroso vacío en áreas marítimas próximas a
África Meridional.
Un
año después Sir Neil Cameroon, perteneciente al Estado Mayor de la Defensa Gran Bretaña,
expresó en una reunión de la OTAN que la misma podría verse obligada a entrar
en guerras periféricas para garantizar su participación en los recursos
mundiales, en alusión a la seguridad de las LCM frente a la URSS; también en
1977 el Comité de Planes de defensa de la entidad examinó las posibilidades de
un fortalecimiento de sus fuerzas en el Atlántico Sur, debido a que la
presencia soviética representaba una creciente amenaza para la seguridad de las
rutas del petróleo. Esto último fue informado por el presidente de la
mencionada comisión, el noruego Zeiner Gundersen[17].
Ese
año, el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) de Londres,
considero que
África había dejado de ser una zona de interés estratégico marginal y que el
Kremlin pretendía
cambiar radicalmente el equilibrio mundial de poder, asegurándose posiciones en
los flancos del continente africano y desde allí interferir las LCM vitales
para el funcionamiento de las economías capitalistas. Conceptos similares
emitió al año siguiente el Almirante Isaac Kidd de los EEUU, al abandonar el
cargo de SACLANT:
“Nuestras
deficiencias más graves en materia de reabastecimiento tienen su origen en el
problema del control de los mares fuera de la zona de la OTAN, es decir, al sur
del Trópico de Cáncer”[18].
Ya
en 1980 se encuentran tres elementos de utilidad a los efectos de este
análisis. El primero es un artículo de la revista de la OTAN, publicación
oficial que expresaba que los países del Oeste debían garantizar tanto su
acceso al petróleo y las materias primas que
importaban, cuanto la integridad de las LCM de las cuales dependía ese
suministro.
Respecto
de esto último se expresaba que eran necesarias bases y una presencia naval amistosa
en áreas clave, siendo una de ellas el litoral atlántico de África. Asimismo,
se hacía referencia a la necesidad de ejercitarse en los océanos Índico y
Atlántico Sur, donde se debía establecer una presencia militar efectiva además
de mostrar y demostrar la necesidad y el derecho a permanecer en el área.
La
manera de materializar este proyecto sería a través del establecimiento de una
fuerza naval
permanente semejante a la Fuerza Naval Permanente del Atlántico (STANAVFORLANT)
para el Atlántico Sur o Índico. La misma estaría integrada por una fragata
aportada por cada uno de los países miembros. Si este plan no era viable se
planteaban como alternativas, la aplicación del modelo de cooperación
angloamericana de Diego García en nuevos enclaves, o que Gran Bretaña,
poseedora de territorios en las regiones mencionadas, desarrollara sus
intereses marítimos de ultramar, mientras los otros miembros de la Alianza
asumían parcialmente su responsabilidad en el Atlántico Nororiental.
El
segundo elemento de consideración era la exigencia originada en algunos
círculos de la
OTAN para restablecer contactos militares con Sudáfrica, dada la ubicación
crecientemente estratégica de este país. Entre otros, sostenía este punto de
vista el Almirante Train, SACLANT, quien, ante el Comité del Atlántico Europeo
de la Cámara de los Comunes del Reino Unido expreso, en julio de 1980, que los
jefes militares aliados deseaban volver a utilizar Simonstown en el marco de
una estrategia destinada a contener la creciente intervención soviética en la
zona.
Como
tercer elemento de consideración, también en 1980 el Instituto Real de
Servicios Unidos
(RUSI) organizó en Londres un seminario europeo sobre estrategia marítima, cuyo
informe final se difundió recién en febrero de 1982. El mismo reafirmó la
dependencia de la Comunidad Europea (CE) del petróleo y las materias primas
transportadas por agua desde sus fuentes de ultramar, así como vulnerabilidad
de sus rutas con África y el Golfo Pérsico, sugiriéndose a las naciones
europeas desplegar coordinadamente sus fuerzas navales al sur del trópico de
Cáncer para asegurar las LCM del Atlántico Sur e Índico[19].
En
1981 la Alianza adopto una actitud que no se había registrado en años
anteriores, considerándose que en este hecho influyó la orientación del nuevo
Gobierno que había asumido
el poder en los EEU.: en la reunión de ministros de Defensa del mes de mayo, se
habló de la posibilidad de enviar fuerzas allende las fronteras noratlánticas
“para desanimar una invasión o responder a pedidos de ayuda”. Que este nuevo
giro incluía al Atlántico Sur se comprueba en los ejercicios Safe Pass 82 (Pase
seguro), realizados en marzo del año siguiente en el mar Caribe, una zona que
desde el punto de vista de la OTAN corresponde al Atlántico Sur, al estar
situada por debajo del trópico de Cáncer[20].
En
el contexto de esta nueva visión de la OTAN donde se relativizaban sus límites
geográficos históricos, se debatía el ingreso de España al organismo,
posibilidad que dio lugar a diversos análisis sobre el beneficio que la
incorporación reportaría a este último.
En
este marco se consideraba que la principal contribución española sería, desde
el punto de
vista marítimo, el empleo de sus facilidades en las Islas Canarias en el marco
de una nueva
zona naval a crearse, denominada “Iberlant”. Dado que las citadas islas están
frente a la costa africana, se aducía que las mismas servirían tanto para la
protección de las LCM que fluían hacia la zona desde el Atlántico Sur, como
para una eventual escala en un despliegue de fuerzas hacia otros teatros[21].
No
obstante, políticamente siguió vigente la postura de que todo despliegue
militar en el Atlántico Sur no correspondía oficialmente a la OTAN. Puede
comprenderse así la nueva negativa que recibió a comienzos de 1982 el ya
mencionado Almirante Train, SACLANT, al abogar nuevamente por una extensión de
las responsabilidades de su Comando hacia el Atlántico Sur y el Índico.
Idéntica respuesta obtuvo Joseph Luns, Secretario General del Organismo, ante
similar requerimiento[22].
Específicamente
en lo que atañe a los EEUU, su percepción respecto de las capacidades de interdicción
adquiridas por la URSS en Atlántico Sur fue, desde el comienzo de la misma, de
preocupación. Sin embargo, al igual que en el caso de la OTAN, esa situación no
se tradujo en medidas concretas. Sólo merece destacarse la política de la
administración Nixon de colaborar con Portugal, antes de que este último país
perdiera sus colonias sobre la ruta del Cabo desde Angola y se remitiera la
información reunida a la OTAN.
La
preocupación del gobierno norteamericano con respecto a la situación en el
Atlántico Sur aumentó lógicamente luego de la caída de Angola en poder del MPLA
y el Almirante Shear, delegado de los EEUU a la VIII Conferencia Naval
Interamericana llevada a cabo en 1976, declaraba en ese foro lo siguiente[23]:
Si
bien el Atlántico Norte y sus líneas de comunicación entre Este y Oeste siguen
siendo lazos vitales para la OTAN, cada vez es más evidente que los océanos del
mundo no existen en aislamiento, sino que, por el contrario, sirven de enorme
carretera interconectada. El negar el uso de una parte de esa carretera,
particularmente de una parte que confiere acceso a zonas y recursos de tanta
importancia como los que proporciona el Atlántico Sur, podría ser perjudicial
para el bienestar económico, y en última instancia, para la estabilidad
económica de Europa Occidental”.
En
general, la administración Carter tuvo similitudes con la Nixon, al expresar su
preocupación al respecto de la presencia de la URSS en el Atlántico Sur sin
adoptar medidas concretas al respecto. Empero, en sus postrimerías tal conducta
pareció modificarse hacia la búsqueda de alguna acción de contención, en
condiciones con la OTAN, tal cual se desprende de la siguiente alocución
presidencial en la Universidad Wake Forrest en 1978: “Nuestra Alianza se centra
en Europa, pero nuestra vigilancia no puede estar limitada a ese continente. En
los últimos años el poderío soviético en expansión se ha adentrado cada vez más
allá del Atlántico Norte. Mientras estoy hablando aquí, las actividades de la
URSS y Cuba en África prosiguen”. Un año después, los EEUU habría creado (no se
especifica ubicación) en el Atlántico Sur un Comando Electrónico de Seguridad
con mando separado y con capacidad para inferir o destruir las comunicaciones
soviéticas[24].
La
segunda conclusión
Resumiendo,
todo lo antedicho nos permite arribar a nuestra segunda conclusión, que queda
planteada de la siguiente forma:
Los
EEUU individualmente y la OTAN en su conjunto, asignaron durante la década del
70 y hasta inicios del siguiente decenio una creciente importancia a la presencia
soviética en el Atlántico Sur, existiendo indicios (declaración de Wake
Forrest, creación del Comando Electrónico de Seguridad, realización de los
ejercicios Safe Pass y la visión de la OTAN de que aquellos miembros que
estuviesen en capacidad debían fortalecer su presencia en el Atlántico Sur) de
la búsqueda de una alteración a esa desfavorable situación.
Llegado
este punto se plantea, en forma interrogante, el punto nodal de esta
investigación:
¿A
comienzos de la década del 80 se aspiraba en los EEUU o la OTAN, incluso
extraoficialmente, a contar con algún tipo de instalaciones militares en el
Atlántico Sur?
Pese
a que la información pública existente no permite contestar en forma inapelable
esta pregunta, puede efectuarse una serie de aproximaciones a la misma,
analizándose otras
tres cuestiones: en primer término, si el enfrentamiento Este-Oeste persistía
con un grado de conflictividad tal que justificara la modificación de la
situación estratégica sudatlántica; segundo, conocer la opinión de los EEUU,
líder hegemónico, respecto de la mencionada
puja Este-Oeste y a la situación del citado espacio marítimo; en tercer lugar, establecer
si existía en el Atlántico Sur alguna posición geográfica apta para albergar instalaciones
desde las cuales efectuar, llegado el caso una proyección de poder sobre el área
donde operaría la URSS.
El
Atlántico Sur y el conflicto Este-Oeste en los 80
A
principios de la década del 80 había recrudecido el antagonismo interbloques,
con la pérdida de importantes posiciones por parte de los EEUU tras consolidar
con apoyo cubano su influencia en África y en Nicaragua, donde había
monopolizado el poder el Frente sandinista de Liberación Nacional (FSLN), la
URSS invadió Afganistán en diciembre del 1979, llevando a cabo su primera
intervención militar directa fuera del ámbito del PV.
El
referido antagonismo no mostraba perspectivas de decrecimiento en el corto
plazo. Estudios realizados en los EEUU incluían como principales objetivos
estratégicos soviéticos para la década, la reducción o eliminación de la
influencia global de los EEUU y Occidente, en el marco de una puja por la
hegemonía mundial; la consolidación del liderazgo del socialismo internacional
y la transformación de Europa Occidental en “rehén”, aclarándose que la mejor
manera de lograrlo era privarla del petróleo proveniente del Golfo Pérsico.
Otro análisis concluía que el Kremlin mantendría una estrategia ofensiva a
través de conflictos locales o regionales, agregando que en caso de un
conflicto armado Occidente exhibía una importante vulnerabilidad a los cortes
de suministros vitales para la manutención del esfuerzo bélico, sea por
privación de sus fuentes en el Tercer Mundo o por bloqueo de las LCM[25].
Prueba
de ese recrudecimiento, la URSS había iniciado la instalación en territorio del
PV de
los vectores móviles SS-20 con cabezas múltiples orientadas al Oeste,
reemplazando simultáneamente
sus armas nucleares tácticas (Frog, Scud Scalebroad) por los sistemas de
vanguardia SS-21, 22 y 23 que carecían de correlato en Occidente. En el ámbito
naval se
registraba una situación similar: la Unión había incorporado su tercer
portaaviones clase Kiev y construía aceleradamente su primer portaaeronaves
nuclear; el nuevo crucero tipo Kírov superaba en sofisticación al Aegis norteamericano;
se habían botado las primeras unidades del crucero Blackcom-I y, en lo
referente a fuerzas submarinas, se incorporaban al inventario de la Armada las
clases portamisiles Oscar y Thyphoon, de propulsión
nuclear. Los Oscar eran los submarinos más veloces del mundo, con más de 40
nudos en inmersión, en tanto los Thyphoon no tenían parangón en cuanto a su
desplazamiento, de 25 mil toneladas.
Con
este contexto y el expreso mandato ciudadano de revertirlo asumió la
presidencia estadounidense Ronald Reagan, quien designó como Secretario de
Estado al General Alexander Haig, ex-SAUCER. Debe tenerse en cuenta que en
momentos en que ejercía ese cargo militar, Haig había advertido en más de una
ocasión que la OTAN descuidaba la
penetración soviética en África y Medio Oriente a costa de su propia seguridad;
esta línea de pensamiento la reafirmó en su nuevo puesto político, declarando
en 1981: “Siempre pensé que nuestra (de los EEUU) capacidad y voluntad de
intervención en el Tercer Mundo, fuera del marco formal de la OTAN, es de
hecho, un trabajo que incumbe a la Alianza porque incumbe a la seguridad de
todos los países miembros”[26].
Para
arribar a sus objetivos de contención la Casa Blanca adopto como primera medida la
instalación de 516 misiles Pershing y Tomahawk en Europa, como respuesta a los
SS-20 de la URSS. Sin embargo, al menos dos elementos permitían esperar que
también se intentara contener el expansionismo soviético en espacios marítimos
periféricos al área de la OTAN, entre ellos el Atlántico Sur; el primero de
ellos era la continua actividad de la URSS en la zona; y segundo, las
percepciones que esta situación generaba en funcionarios y asesores de la
administración republicana.
Con
respecto al primer elemento, en el bienio 1980-1981 se había iniciado la
construcción de sendas bases navales soviéticas en Cabo Verde y en la
desembocadura del río Geba en Guinea Bissau, incrementándose la presencia de
buques de guerra de esa nacionalidad en el espacio sudatlántico. Con
anterioridad al año 1982 el último episodio de significación protagonizado por
la URSS en la zona tuvo lugar en noviembre de 1981, cuando una nueva fuerza
naval de ocho unidades se instaló en Luanda.
En
cuanto a lo segundo, una objetiva dimensión de la preocupación que esta
situación generaba en los EEUU surge de cuatro testimonios de lo más elocuentes[27].
El primero de ellos es el informe Santa Fe I, elaborado para el presidente
Reagan por un grupo de analistas
de política exterior nucleados en un autodeterminado Comité de Santa Fe, que alude
en forma clara e implícita al Atlántico Sur de la siguiente manera: “Los EEUU
deben tomar la iniciativa o morir (…) la URSS, actuando en base a su creciente
superioridad militar, está estrangulando a los países industrializados en
Occidente por la interdicción de sus recursos de petróleo y minerales (…) nunca
nuestro país se encontró en una situación tan arriesgada en relación a su
flanco Sur”.
El
informe presentado el 15 de diciembre de 1981 por Fred Ikle, Subsecretario de
Planeamiento del Departamento de Estado, ante la Comisión de Relaciones
Exteriores del Senado, constituye el segundo testimonio. El mismo daba cuenta
de que entre 1970 y 1980 los buques de guerra soviéticos habían incrementado
sus días de navegación en el
Atlántico Sur de 200 a 2.600, agregando que, en función de esa presencia, las
LCM sudatlánticas eran en esos momentos mucho más vulnerables que una década
antes o cuando se produjo la crisis de los misiles cubanos.
El
tercer testimonio corresponde al Almirante Hanks, para quien la costa
sudatlántica de África no sólo estaba interdicto a Occidente, sino que se había
transformado en una región de dominio naval y aeronáutico soviético donde las
fuerzas occidentales operaban con una marcada, sino, fatal inferioridad. El
cuarto y último testimonio surge de la comunicación que el Pentágono entregó a
las FF. AA. de los EEUU para ser utilizada como guía
en el planteamiento fiscal del año 1983, documento que incluye entre sus
objetivos generales
de defensa las líneas marítimas del Caribe y el Atlántico Sur y el acceso a
materias primas estratégicas, incluidas las fuentes de energía.
Plataformas
sudatlánticas de proyección de poder
Analizar
la viabilidad de una proyección de poder sobre la ruta del Cabo desde otros puntos
del Atlántico Sur remite automáticamente a sus escasas islas, entre las cuales
se destacan
Ascensión, Santa Helena, Tristán de Cunha, Gough, Malvinas y Georgias del Sur.
Las cuatro primeras, de soberanía británica, carecen la capacidad para albergar
importantes contingentes navales, debido a la carencia de ensenadas y
fondeaderos naturales. Las Malvinas y Georgias del Sur sí cuentan con esa
capacidad, aunque muchos estudiosos
la consideran (y en especial a las Malvinas) demasiado alejadas de paso Índico-Atlántico
como para proyectar poder hasta el mismo.
Sin
embargo, este argumento es rebatible al estudiar la zona a través de
cartografía con centro
en el Polo Sur, en lugar de recurrir a la difundida proyección Mercator donde más
se alteran las distancias cuanto mayor es el alejamiento del ecuador.
En
este marco, un análisis efectuado en 1970, cuando la presencia en el Atlántico
Sur apenas comenzaba, indicaba lo siguiente[28]:
“Existe una ruta de aproximación austral desde el Extremo Oriente que permite
el ingreso al Atlántico Sur desde el este, entre los hielos antárticos y las
Islas Kerguelen. Si bien por el momento no se puede predecir la importancia
futura de este acceso, su consideración no debe destacarse; para su defensa la
ubicación relativa de las Malvinas tiene valor estratégico (…) las Islas
Malvinas en un conflicto mundial tienen valor para la estratégica naval,
particularmente en el ámbito de la estrategia operacional con objetivos defensivos
de las LCM aliadas.”
Debido
a la evolución de la importancia estratégica del Atlántico Sur, más de una
década después, el valor de las Islas Malvinas y Georgias del Sur continuaba
vigente. Los estudiosos Mercado Jarrin y Cortines, de Perú y Argentina
respectivamente, avalan esta apreciación
con sus propias evaluaciones; el primero de ellos consideraba a las Malvinas como
el vértice ideal de un arco de seguridad del Atlántico Sudoccidental, que se
completaría con los archipiélagos Georgias y Sandwich del Sur y que tendría
como función primordial el control del paso interoceánico situado entre la
Antártida y las Islas Crozet.
Con
similar objetivo, aunque reemplazando a las Sándwich del Sur por la Isla
Bouvet, Cortines sugería un “puente de puntos de apoyo de la OTAN”[29].
Figura 1.
Percepciones
de este tenor sobre Malvinas trascendían a nuestra región. Un estudio de Carlos
Escudé demuestra que los EEUU había reparado en el valor estratégico de esas
islas desde la década del 50, cuando el Departamento de Defensa elabora el
dossier CCS-381 Western Hemisphere, calificado como “Top Secret”, en diferentes
párrafos ese documento otorga importancia estratégica al Estrecho de
Magallanes, considerando útil la eventual participación de las FF.AA. británicas
basadas en Malvinas en la defensa de ese paso interoceánico[30].
Casi tres décadas más tarde el interés de Washington por ese archipiélago no
sólo no había decrecido, sino que se había incrementado, aunque seguía prefiriendo
un control británico sobre el mismo.
Así
se desprende el “Plan para los Océanos libres” (Free Oceans Plan), un documento
aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional de los EEUU en enero de 1980. El
mismo, no contemplado en anteriores análisis sobre el conflicto y de una
importancia tal que es incluido en la historiografía oficial soviética sobre el
CAS, señala[31]:
“Aun
cuando los EE.UU. pueden contar con un apoyo efectivo y duradero de la Unión
Soviética y de la República de Chile y eventualmente de la Argentina, que
facilita la ejecución de sus planes para el extremo Sur de los tres océanos, es
indispensable contar con el apoyo de Gran Bretaña. Esta debe ser nuestra
principal aliada en esa área, no sólo porque es nuestra amiga más confiable en
el orden internacional sino porque todavía ocupa diversas islas en el Atlántico
Sur que en caso de necesidad podrían convertirse en bases aeronavales, de
acuerdo con el modelo de Diego García, o en puntos de apoyo logístico como la
Isla Ascensión. Gran Bretaña debe ser alentada a mantener aquellas islas bajo
su soberanía ante cualquier circunstancia, incluso en los casos que la
Argentina reclama para sí, como las Falkland, las Sándwich y las Georgias del
Sur…”
Los
contenidos de este documento serían reafirmados meses después por el antecesor
de Lehman como secretario de Marina de los EEUU, Hidalgo, quien declaró
públicamente que las islas eran una real preocupación para su país, agregando
que eran dos fantásticos portaaviones[32].
El
valor del Free Oceans Plan y las declaraciones del secretario Hidalgo tienen
una lógica completa con el aporte que realizó Arturo Frondizi, ex presidente
constitucional argentino (1958-1962) a la comprensión del conflicto
sudatlántico. En tres oportunidades durante el año 1989 ese político efectuó
declaraciones de gran importancia sobre la cuestión Malvinas. Las mismas se
realizaron en un claustro académico, en la TV y ante la prensa escrita
respectivamente[33],
y fueron las siguientes: en el año 1981 lo había visitado un General
norteamericano, quien le había pronosticado que los EEUU propiciaría un
desembarco argentino en las Islas Malvinas; los EE.UU. apoyaría nominal y
fácticamente a Gran Bretaña en la recuperación del archipiélago, a efectos de congelar
el pleito de la soberanía; el motivo de tal actitud sería la necesidad de
instalar una base militar en las islas; finalmente, que su país no podía contar
con la Argentina, porque era considerado poco confiable por su falta de
estabilidad política.
La
importancia de esas declaraciones motivó la realización de una entrevista con
el ex mandatario[34],
ocasión en que el mismo ratificó lo antedicho y agregó que el militar norteamericano
en cuestión era el General Vernon Walters, cuya presencia en la Argentina durante
1981 está por demás constatada. En una de esas investigaciones, Roberto Rusell detectó
que uno de esos viajes tuvo lugar en el mes de abril, en tanto el estudioso
británico Tam Dalyell aseguró que Walters habría visitado nuestro país en forma
intermitente entre octubre de 1981 y febrero de 1982; en esas ocasiones habría
planteado la necesidad de establecer un dispositivo de defensa en el Atlántico
Sur que incluyera instalaciones militares en las Islas Malvinas operadas por
las FF. AA. argentinas. Un tercer autor, Edgardo Semberoiz, también identificó
a Walters como el negociador de un apoyo argentino a la estrategia de
contención a la URSS que en esos momentos articulaba Reagan[35].
La
tercera conclusión
Lo
analizado en esta parte de la investigación confirma que en los inicios de la
década del 80 el conflicto Este-Oeste había recrudecido, con una URSS
particularmente activa en su política expansionista y un nuevo gobierno en los EEUU,
decidió a contener las aspiraciones del Kremlin; en ese contexto estratégico,
el Atlántico Sur seguía incorporando al conflicto interbloques, por sus
posibilidades de interdicción a las LCM aliadas y como escenario de contención
a la URSS. Para efectivizar tal contención gozaban de alta importancia las
islas sudatlánticas y muy especialmente las Islas Malvinas, al extremo de contemplarse
la instalación de bases militares en las mismas.
Nuestra
tercera conclusión, obtenida de manera indirecta mediante aproximaciones, es entonces
la siguiente:
Es
posible y probable que a comienzos de la década del 80 los EEUU y la OTAN
aspiraran, aun extraoficialmente, a contar con algún dispositivo de defensa
hasta ese momento inexistente, en el Atlántico Sur; registrándose en el caso
norteamericano particular interés por las Islas Malvinas como lugar de
ubicación de tal dispositivo.
Esta hipótesis de instalación demandaría,
como requisito previo, la resolución de la disputa que en torno a la posesión
de esas islas y sus dependencias sostenían la Argentina y el Reino Unido.
Evidentemente, este diferendo debía ser solucionado a favor de la Corona
británica (dada la desconfianza que generaba que nuestro país no aceptaría).
Así,
la única alternativa posible para Gran Bretaña, los EEUU y la OTAN era proceder
a un congelamiento unilateral del diferendo, curso de acción que implicaba una
escalada en el conflicto diplomático anglo-argentino que podría desembocar, de
acuerdo con la respuesta argentina, en el uso de la fuerza militar.
Dicho
de otro modo, la estrategia de Londres para arribar al congelamiento de la
soberanía, paso previo a la militarización de las Islas Malvinas, no debía
descartar la ocurrencia de una guerra limitada contra la Argentina.
¿Estaría
dispuesta Gran Bretaña a protagonizar esa escalada del conflicto y,
eventualmente, una guerra limitada?
Este
interrogante se halla íntimamente vinculado con cuatro elementos: la
predisposición de Londres a emplear sus FF. AA. en el Atlántico Sur; la obtención
de beneficios concretos que justifiquen los costos de la empresa; la
disponibilidad de medios y una estrecha relación con los EEUU, líder
hegemónico.
La
posición de Gran Bretaña
En
primer lugar, el interrogante de la predisposición británica a utilizar su
capacidad militar en el Atlántico Sur se inserta dentro de otra cuestión de
alcances más vastos, que es el uso de esa capacidad fuera del ámbito de la
OTAN. Sorprendentemente, existía disposición
de Londres para desarrollar actividades militares fuera de la Alianza, como lo corroboraba
el presupuesto de Defensa de 1980 al confirmar la certeza gubernamental de
que las FF.AA. debían estar capacitadas para operar eficazmente fuera de la
zona de la
OTAN sin reducir su compromiso con la misma. El documento agregaba que con ese objetivo
se estaban tomando en consideración ciertos adelantos en la capacidad mundial de
las FF.AA[36].
Existen
numerosas evidencias de que en el trienio 1979-1981 estas ideas se llevaron a la
práctica[37]:
El
envío al Océano Índico en 1979 de una Fuerza de Tareas compuesta por una
defensa de buques y liderada por el destructor Norfolk, la que desarrolló
ejercicios conjuntos con un grupo naval norteamericano encabezado por el
portaviones Midway.
El
envió al Golfo Pérsico en 1980 de los buques de guerra Coventry, Antrim,
Birmingham, Avenger,
Apolli y Ardent,
El
inicio de negociaciones para emplear con fines militares el puerto de Mombasa, en
Kenia.
La
utilización de la Infantería de Marina en Hong Kong y Nuevas Hébridas, para controlar
inmigraciones ilegales e intentonas independentistas, respectivamente.
El
Atlántico Sur también se incluía como escenario de la actividad global que
estaba dispuesta a efectuar la Armada Real, lo cual es entendible si se tiene
en cuenta que, de acuerdo
con un alto jefe naval británico, en el Reino Unido existía en esos momentos una
creciente toma de conciencia acerca de las amenazas contra las LCM en distintas
áreas, incluido el espacio sudatlántico.
En
este contexto, en junio de 1981 el titular de la cartera de Defensa británica
hizo pública la decisión de enviar un importante grupo de tareas navales en una
larga misión de visitas y ejercicios al Atlántico Sur. Corroborando este
anuncio, para ese año el total de la Flota Real se había dividido en tres
fuerzas que “mostrarían el pabellón” en distintas partes
del mundo; una de las referidas flotillas tenía previsto visitar las Islas
Malvinas[38].
En
segundo término, un análisis de los potenciales beneficios que reportaría al
gobierno británico la ocurrencia de un conflicto que podría llegar a una guerra
limitada con la Argentina indica que los mismos no hubieran sido económicos,
sino políticos.
Económicamente[39],
la utilidad de las Islas Malvinas se limitaba a una ganadería ovina que no
tenía posibilidades de mejoría, dadas las adversas condiciones climáticas y la
mala calidad de los pastos; los recursos ictícolas no eran explotados por los
malvinenses y las únicas capturas (de 10 a 15 mil toneladas anuales,
principalmente de merluza, calamar y polaca austral) corrían por cuenta de
buques argentinos; los nódulos polimetálicos, por su parte, eran de explotación
antieconómica debido a sus altísimos costos de extracción y procesamiento.
El
caso del petróleo no era muy distinto. Entre las Islas Malvinas y el Arco de
Dúngenes se extiende la llamada “Cuenca de las Malvinas”, donde YPF había
comprobado la existencia de hidrocarburos; sin embargo, a pesar de que diversas
fuentes, desde el U.S. Geological
Survey a la CIA, consideraban a esta cuenca como una de las más ricas del planeta,
no se habían registrado intentos concretos de explotación, por dos causas
principales: primero, como lo consignara el Informe Shackleton I de 1976
(reafirmado por el Informe Shackleton II de 1982), la vigencia de la disputa
anglo-argentina impedía el
empleo de las facilidades logísticas continentales cercanas; segundo, las
condiciones geográficas y climáticas del lugar tornaban oneroso cualquier
emprendimiento, máxime en
momentos en que Gran Bretaña era prácticamente autosuficiente. Respecto de esto último,
la explotación intensiva de los yacimientos del Mar del Norte llevó a Gran Bretaña
a producir 100 millones de m3 de petróleo en 1981, equivalente al 3,3% de la producción
mundial de entonces.
El
ámbito donde sí se podían registrar beneficios concretos era el político
interno. El gobierno conservador de Margaret Thatcher, iniciado el 4 de mayo de
1979, implementó a
poco de asumir un programa de desregulación económica y reducción del aparato
del Estado
que elevó la tasa de desocupación a 3 millones en 1981, la más alta del período de
posguerra; el Producto Bruto Interno cayó 2,5% en 1980 y 1,3% al año siguiente;
también en ese bienio el Producto Bruto Industrial caía un 10% y la espiral
inflacionaria trepaba
al 20% anual. Esta situación tornó impopular al Gobierno, que sufrió una fuerte
derrota electoral en los comicios legislativos del 8 de mayo de 1981, mientras
a fin del mismo mes padecía en Trafalgar Square la mayor manifestación popular
de oposición en casi cuatro décadas.
El
Laborismo, claro vencedor de la jornada cívica de mayo de 1981, volvía a
perfilarse como probable triunfador de las elecciones de 1983, cuando podría
recuperar el poder.
Al
comienzo de su gestión, Thatcher contaba con el 47% de respaldo del electorado,
mientras en diciembre de 1981 esa tasa había caído al 25% y continuaba en
descenso, previéndose que fluctuaría entre un 10% y 20% en 1983. El beneficio
potencial de una guerra
limitada, obviamente victoriosa, era nada menos que el repunte de la
popularidad del
gobierno conservador y, en consecuencia, la supervivencia del mismo.
Tercero,
la cuestión de los medios. Los mismos existirían hasta tanto se materializara la
reducción de la flota de superficie que había anunciado en junio de 1981 el
secretario de Defensa, John Nott, en el marco de una reasignación de fondos al
programa de misiles balísticos embarcados en submarinos Tridente II, sucesor
del Polaris, aprobado un año antes y con un costo de U$S 2.500 millones. Entre
sus contenidos relevantes esa reducción afectaba a una decena de destructores y
fragatas; a los portaaviones “sky jump” Hermes e Invencible, y a las naves
anfibias Fearless e Intrepid.
Finalmente,
la relación con los EEUU, claramente, el advenimiento de Ronald Reagan a la
Casa Blanca redundó en un fortalecimiento de los tradicionales sólidos lazos
existentes entre los gobiernos de Washington y Londres. Tal fortalecimiento se
basaba en una coincidencia ideológica y estratégica entre conservadores
británicos y republicanos estadounidenses, fundamentalmente en cuanto al
pensamiento económico y en la necesidad de contener el expansionismo soviético.
La siguiente frase de Margaret Thatcher, emitida en 1980, prueba la naturaleza
especial de la relación bilateral[40]:
“Cuando
los norteamericanos enfrenten dificultades debemos decir con claridad: estamos
con ustedes. Esta colaboración debe ser desarrollada aún más para oponerse a
problemas producidos fuera de Europa”.
Esta
afinidad ideológica y estratégica en la esfera militar, le permitió obtener de
la contraparte el sistema de armas Trident II, Gran Bretaña había sido el
primer país en acceder a la instalación en su suelo de nuevos misiles
norteamericanos destinados a equilibrar la amenaza que suponían los vectores
soviéticos SS-20; además, Londres gestionaba un mayor acceso de los EEUU a
facilidades militares en Omán y Kenia, lugares donde la influencia británica
seguía siendo considerable. Algo poco conocido es que el Reino Unido también
proveía a los EEUU de armamento convencional, como el avión V/STOL Harrier (que
daría lugar a la versión estadounidense AV-8), lanchas rápidas y misiles
Rapier; este rubro podía ampliarse a los blindados Scorpion, la bomba JP-233 y
una versión mejorada del avión Hawk.
La
cuarta conclusión
La
disposición de Gran Bretaña a protagonizar una escalada del conflicto
diplomático que sostenía con lo Argentina en torno a la soberanía de los
archipiélagos en disputa, que pudiera desembocar en una guerra limitada, se
vinculaba con su predisposición a emplear el poder militar en el Atlántico Sur;
la obtención de beneficios concretos que justifiquen los costos de la empresa;
la disponibilidad de medios y una estrecha relación
con
los EEUU.
Se
ha comprobado que el gobierno británico no descartaba el empleo de sus FF.AA. fuera
del territorio de la OTAN, incluido el Atlántico Sur; que el beneficio concreto
que podría reportarle tal acontecimiento era de naturaleza política,
concretamente, su permanencia en el poder; que disponía, aunque por escaso
tiempo, de los medios materiales que requeriría tal proyección de poder:
finalmente, la relación con los EEUU era sólida y se basaba en postulados
ideológicos y estratégicos compartidos. Accesoriamente a esto último, podía
decirse que la permanencia de Thatcher en el poder beneficiaría el proyecto
estadounidense de instalar nuevos misiles en Europa.
En
este punto, podemos arribar a nuestra cuarta conclusión, que quedó formulada de
la siguiente
manera:
Puede
suponerse que a principios de la década del 80 Gran Bretaña estaba en capacidad
y dispuesta a generar una crisis que escalara el conflicto diplomático vigente
con la Argentina, contexto en el cual congelaría indefinidamente las
negociaciones, asumiendo el riesgo de ocurrencia de una guerra limitada.
En
este panorama, sólo restaba la ocurrencia de una crisis que pudiera ser
escalada al punto de congelar el pleito soberano, dándose por descontado que si
la misma desembocaba en una guerra limitada, Gran Bretaña contaría con el
respaldo de los EEUU y la OTAN.
La
crisis y su escalada
En
esencia, los orígenes del “caso Davidoff” se remontan a 1978, cuando el
empresario Constantino
Davidoff comenzó a gestionar la compra y posterior desguace de las
instalaciones balleneras que poseía la compañía escocesa Salvensen en las
Georgias del Sur.
Estas
negociaciones llegaron a término en septiembre de 1979 y, tras algunos viajes
preparatorios, en marzo de 1982 Davidoff arribó a esas islas para iniciar sus
tareas, con la documentación (“Tarjetas Blancas”) en regla y conocimiento
previo de la Embajada británica en Buenos Aires. La normal operación comercial
devino en crisis el 20 de marzo cuando
la citada representación diplomática informó que la Argentina había
desembarcado en las Georgias personal militar, el cual había izado el pabellón
nacional, agregando que su Gobierno tomaría las acciones que considerara
necesarias si quienes habían desembarcado en ese archipiélago no abandonaban el
lugar en forma inmediata.
Pese
a que la evaluación efectuada en esos momentos por el gobierno británico
concluía que
el desembarco argentino en las Georgias no había sido planificado por el
gobierno argentino, casi inmediatamente se despachó hacia el lugar al buque
Endurance con una dotación
de Infantes de Marina para desalojar a los obreros argentinos. La única
alternativa al desalojo o a la retirada voluntaria de los obreros era, a juicio
de Londres, el sellado de los pasaportes del personal argentino por parte del
personal científico británico destacado en el lugar, un acto de soberanía
inadmisible para un territorio en litigio.
En
el lapso de una semana, del 23 al 31 de marzo, el Gobierno ratificó la orden de
desalojo dada al Endurance; impulsó con resultado favorable una resolución
parlamentaria para estacionar permanentemente en el área de crisis unidades de
la Royal Navy; consideró unilateralmente culminadas las negociaciones con la
Argentina con respecto a la soberanía de los archipiélagos sudatlánticos y
despachó hacia el lugar unidades de superficie y submarinos nucleares. En
función de estos hechos, la Argentina decide ocupar los archipiélagos en
disputa, como única alternativa de continuación de las negociaciones, decisión
que consuma el 2 de abril de 1982.
Con
la ocupación militar argentina se inicia formalmente el Conflicto del Atlántico
Sur. Oficialmente la posición del gobierno británico ante esta iniciativa fue
de sorpresa, tal cual consta en el Informe Franks. El máximo responsable de la
cartera de Relaciones Exteriores británica, Lord Carrington, presentó su
renuncia indeclinable, mientras comenzaba a planificarse el envío de fuerzas al
espacio marítimo sudatlántico.
Sin
embargo, numerosos indicios permiten suponer que la respuesta militar británica
a las acciones argentinas del 2 de abril ya había sido planificada e,
inclusive, su ejecución había comenzado con anterioridad a esa fecha. Entre
esos indicios cabe mencionar los siguientes[41]:
Al
momento de la recuperación argentina de los archipiélagos sudatlánticos, el
ejército británico no contaba, como era habitual, con un batallón disponible
para actuar inmediatamente en caso de necesidad, sino con dos, ambos con sus
pertrechos cargados en bandejas de transporte aéreo (pallets) de antemano.
Semanas
antes del 2 de abril fue dejada sin efecto la radiación de servicio de los
buques de asalto Fearless e Intrepid, convenida el año anterior.
La
notable cantidad de combatientes británicos empleados en el conflicto que
hablaban correctamente castellano también sugeriría un período de preparación
superior reconocido.
Los
portaaviones Hermes e Invencible estuvieron preparados para participar en la
contienda en cuestión de horas, partiendo hacia el Atlántico Sur el 4 de abril,
siendo que el
primero estaba en vías de desguace.
Varios
de los buques británicos enviados al Atlántico Sur fueron sometidos a
modificaciones estructurales imposibles de realizar en el lapso consignado por
la Armada Real,
de dos a cinco días; entre esas modificaciones se incluyen la transformación de
superestructuras e instalaciones de cubiertas de vuelo en diversos buques,
conversión de remolcadores en dragaminas, instalación de equipos especiales de
navegación y comunicaciones, instalación de tanques suplementarios de
combustible, colocación de plantas productoras de agua dulce, ampliación de las
comodidades debido al aumento de las tripulaciones, colocación de depósitos de
agua dulce para lavado de aviones en buques transformados en portaaeronaves;
colocación de sistemas de comunicaciones puente-cubierta de vuelo y equipos
contra incendio, e instalación de quirófanos completos y facilidades de internación
en los buques-hospital.
A
todos estos indicios debe agregarse que los corredores aéreos entre Gran
Bretaña y Ascensión estuvieron abiertos desde el 2 de abril y un día después
los aviadores británicos comenzaron a utilizarlo el mismo, siendo que el
acuerdo angloamericano para empleo de esas facilidades establece (inciso “a”,
acápite “i”) un preaviso de 72 horas para grupos de dos o más aviones, lo que
retrotrae la fecha del pedido al 30 de marzo por lo menos[42].
La
conducta de los EEUU y la OTAN
La
posición estadounidense frente al Conflicto del Atlántico Sur puede dividirse
en tres partes. La primera abarcó la fase inmediata anterior al 2 de abril: la
segunda se extendió desde
ese día hasta fines de mes y la tercera desde principios de mayo hasta la
finalización de la contienda.
Antes
del 2 de abril, y tal cual lo había anticipado Vernon Walters a Frondizi, los EEUU
hizo saber extraoficialmente a la Argentina, a través de cuatro canales
diferentes[43],
que mantendría
una postura neutral si se producía un conflicto armado entre nuestro país y
Gran Bretaña. En el primer caso por intermedio de Thomas Enders y el General Mc
Emery, Secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos y titular del
Consejo Interamericano
de Defensa respectivamente, quienes visitaron Buenos Aires a comienzos del mes
de marzo y, tras escuchar la posición argentina en relación al diferendo
austral, señalaron su convicción de que la recuperación de las Islas Malvinas
por la Argentina constituía una condición sine qua non para el establecimiento
de una adecuada estructura defensiva en el Atlántico Sur.
El
mencionado Enders, aunque en forma individual, constituyó el segundo canal
extraoficial de transmisión de la posición norteamericana. Ya detonada la
crisis de Georgias le comunicó personalmente al canciller argentino Nicanor
Costa Méndez que, en caso de una ocupación de las Islas Malvinas por parte de
nuestro país, Washington asumiría una posición two hands off (“manos fuera”, es
decir, no compromiso). El tercer canal fue el Almirante Hayward, Comandante de
Operaciones Navales de la Armada estadounidense, quien arribó a nuestro país el
29 de marzo y ratificó la neutralidad que observaría la Casa Blanca ante un
conflicto armado anglo-argentino. Finalmente, Galtieri también había
interrogado a Walters sobre la postura de la Casa Blanca frente a una
hipotética recuperación argentina del archipiélago de marras; según el informe
de Van Sant Hall, el embajador itinerante estadounidense dejó traslucir que
Washington podría mantener una posición de neutralidad si en la operación
militar no se registraban bajas británicas o kelpers.
Entre
los días 2 y 30 de abril, los EEUU intentó mediar entre los gobiernos británico
y argentino, conformando un equipo diplomático a cuyo frente se colocó a
Alexander Haig.
La
negociación le insumió al equipo dos viajes a cada una de las capitales
comprometidas, culminando su gestión en la presentación de una propuesta que
sería rechazada por la Argentina en función de cinco factores: se anulaba la
participación argentina en un cogobierno de las Islas; se incluía la voluntad y
los deseos de los isleños en la evolución de las negociaciones; se anulaba el
concepto de integridad territorial entre continente y archipiélagos
sudatlánticos, así como toda referencia a resoluciones previas emitidas por las
Naciones Unidas; se restauraba el mandato británico en las islas sin límite de
tiempo; finalmente, no se explicitaba una fecha límite para las negociaciones.
El
rechazo argentino motivó la finalización de las negociaciones y el apoyo
oficial de los EEUU a Gran Bretaña, país ante el cual Reagan asumió
públicamente el compromiso de brindarle, de allí en más, el apoyo militar que
necesitara. Lo que suele ignorarse es que tal apoyo militar ya se había
iniciado confidencialmente el mismo 2 de abril existiendo numerosas pruebas de
ello.
Por
ejemplo, en el documental británico “An Ocean Apart”, editado en 1988, Lord
Lewin, Jefe
de Estado Mayor de Defensa británico durante el conflicto, dice textualmente:
“Creo que
ya desde el primer día telefoneé a mi colega al otro lado diciendo que quería
una evaluación de la eficiencia operativa de las FF.AA. argentinas, sabiendo
que ellos hacían ejercicios en conjunto regularmente, y me envió un libro que
me resultó extremadamente útil, en particular sobre sus tácticas de
submarinos”. De la misma fuente se extraen los siguientes conceptos de John
Lehman, por ese entonces Secretario de Marina de los EEUU: “Todo empezó cuando
se ordenó la partida de la Fuerza de Tareas (…) simplemente mucha gente del
Gobierno no sabe lo estrecha que es la relación entre las Marinas de los dos
países y no sabrán entonces qué estaba pasando por esos canales en forma de
apoyo directo para las Falkland. No hubo necesidad de establecer una nueva
relación porque ésta siempre existió, se trataba solamente de levantar el
volumen”[44].
Declaraciones
como las precedentes, así como otras similares, han llevado a muchos estudiosos
a considerar que el verdadero objetivo de la mediación de Haig era la obtención
de tiempo a favor del gobierno británico. Que esto ha sido efectivamente así lo
demuestra el mismo jefe de la diplomacia estadounidense, quien se refirió a su
primera visita a Londres en el marco de la mediación de la siguiente manera:
“…No vine a Londres con la idea de urgir a la señora Thatcher un compromiso
sobre principios. Mi propósito era precisamente el opuesto. Vine a asegurarle
que tenía el apoyo de los EEUU en el concreto curso de acción. Estoy en Londres
para ayudar a los británicos (…) somos plenamente sensibles a los sentimientos
británicos con relación a las Falkland”.
Analizando
en forma retrospectiva su mediación, Haig agregaría que la misma había
construido claramente a la capacidad de Thatcher para mantener la unidad
nacional durante el crítico periodo de la movilización de su poder militar[45].
De
acuerdo con diferentes fuentes,[46]
la ayuda que los EEUU proveyó fue de sistemas de armas, apoyo logístico e
información e inteligencia. El primer rubro incluyó misiles aire-aire
SideWinder AIM-9L, misiles tierra-aire Stinger, equipos de comunicaciones,
superficies artificiales para armar pistas de aterrizaje para aviones Harrier,
equipos para recuperación
de material hundido, los que fueron instalados en el buque Stena Inspector, cañones
antimisil Phalanax, que no llegaron a utilizarse, aviones tanque, bombas con guiado
laser Paveway II, municiones altamente explosivas, algunas utilizables mediante morteros,
visores nocturnos, misiles antirradar Shrike AGM-45, cohetes aire-tierra cal.
50 mm y sistemas de software para guerra electrónica.
El
apoyo logístico incluyó el transporte del material bélico transferido a sus
nuevos avances mediante aviones Galaxy y buques de carga propios, casi la
totalidad del combustible aéreo y naval empleado por el Reino Unido en el
conflicto y, lo que fue de capital importancia, las facilidades del aeropuerto
Wideweake en la Isla Ascensión, equidistante entre la metrópoli británica y las
Islas Malvinas.
Entre
abril y junio de 1982 los británicos efectuaron desde ese aeródromo diez mil
vuelos hacia
el foco de conflicto, empleando accesoriamente sus instalaciones como depósito de
repuestos para la Fuerza de Tareas y centro logístico general de todo el cuerpo
expedicionario. Amén de ceder las instalaciones a Gran Bretaña, los EEUU montó
un oleoducto de 4,2 km entre las mismas y el fondeadero, amplió la longitud de
sus pistas para facilitar su uso por los bombarderos estratégicos Vulcan e
instaló una estación de radar en la cima de Monte Verde[47].
La
colaboración de los EEUU en materia de inteligencia fue igualmente vital. Las
redes de la CIA en la Argentina transfirieron constantemente información a sus
pares británicos del MI-6; se recolectaron fotos satelitales de alta resolución
a través de ingenios Big Bird, lanzados el 11 de mayo; se interceptaron las
comunicaciones militares cifradas argentinas a través de un satélite lanzado
desde California mediante un vector 3D-Titan, decodificándolas
en instalaciones de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA); además, se
cubrieron las brechas en tiempo y espacio entre los barridos satelitales sobre la
Argentina y el Atlántico Sur con aviones espía Blackbird SR-71[48].
En
modo alguno lo arriba descripto constituye la totalidad de la colaboración
estadounidense al Reino Unido durante el Conflicto del Atlántico Sur. Sin
embargo, Lehman, Secretario de Marina de los EEUU dice: “Gran Bretaña hubiera
tenido que retirarse de las Malvinas si los EEUU no le hubieran proporcionado
ayuda”[49].
En
cuanto a la OTAN, su postura también fue de total apoyo al gobierno de
Thatcher. Hasta los primeros días del mes de mayo ese respaldo fue tácito y
consistió en el consentimiento para el Reino Unido destinara a sus operaciones
en el Atlántico Sur medios aéreos, terrestres y navales asignados a los teatros
europeos, así como el uso de instalaciones de la Alianza. Esos medios incluían
2 portaaviones, 5 destructores, 7 fragatas, 2 o 3 submarinos nucleares, 2
buques de asalto, 5 buques de desembarco logístico, vehículos blindados y
artillería, aviones de reaprovisionamiento Víctor y toda la brigada del 3er Comando
de Infantería de Marina. En lo referente a instalaciones aliadas, se incluyó en
este rubro la base portuguesa de Lajes, en las Islas Azores[50].
Desde
comienzos de mayo y hasta la finalización del conflicto sudatlántico, ese
respaldo tácito
se tornó explícito. El respaldo institucional a Gran Bretaña fue el tema
principal de las reuniones que sostuvieron los miembros europeos de la Alianza
(el llamado Eurogrupo) el 6 de mayo y los ministros de Defensa un día después;
en este último cónclave sus protagonistas admitieron que a sus países podría
serles requerida asistencia en operaciones militares exteriores al ámbito
geográfico de la organización, opinión ratificada por Joseph Luns, Secretario
General de la misma. Idénticas manifestaciones de apoyo a las acciones
británicas tuvieron lugar en la reunión de cancilleres de la OTAN celebrada el
17 de mayo en Luxemburgo y en la Asamblea General celebrada el 31 de ese mismo mes
en Funchal, Madeira.
El
modelo de colaboración que la OTAN debía prestar a uno de sus miembros,
involucrado en un conflicto fuera de los límites aliados, planteado por Luns en
el encuentro del 7 de mayo, incluía la asunción temporal de las
responsabilidades correspondientes a unidades normalmente asignadas a la
organización, si las mismas eran afectadas a emergencias en otras latitudes.
Esto efectivamente se llevó a cabo en 1982 ya que el Almirante Train, Saclant,
cubrió con aviones KC-135 y destructores de los EEUU el envío de aeronaves
Víctor y fragatas británicas al Atlántico Sur.
La
quinta conclusión
La
conducta del gobierno de Margaret Thatcher a partir de la operación comercial
iniciada por obreros argentinos en las Georgias del Sur colocó a su homólogo
argentino ante dos alternativas mutuamente excluyentes. La primera consistía en
aceptar el desalojo compulsivo de los operarios argentinos por parte de las
FF.AA. británicas, el congelamiento unilateral y definitivo de las
negociaciones y la instalación de fuerzas militares permanentes en el área por
parte de Gran Bretaña. La segunda era ocupar las islas en disputa, para forzar
al Reino Unido a continuar las negociaciones.
La
adopción de la segunda alternativa provocó la guerra limitada conocida como
Conflicto del Atlántico Sur, el cual no pudo ser desescalado debido a la
intransigencia del gobierno británico, que contó en todo momento con el
respaldo político y material de los EEUU y la OTAN. Así, formulamos nuestra
quinta conclusión de la siguiente manera:
En
1982 el gobierno británico generó una crisis y escaló voluntariamente su
conflicto diplomático con la Argentina, congelando unilateralmente las
negociaciones en forma definitiva, conducta que llevó a nuestro país al empleo
del poder militar y a la generación de una guerra limitada en la cual venció el
Reino Unido con la colaboración de los EEUU y la OTAN.
Resta
comprobar si finalizada la contienda se generó una situación en la cual los
actores involucrados
obtuvieron los réditos esperados, es decir, una presencia militar de miembros
de la Alianza en el Atlántico Sur y la obtención de beneficios en el marco
político interno por parte del gobierno británico.
La
situación posbélica
Iniciada
la etapa posbélica a mediados del mes de junio de 1982, durante su transcurso pudo
corroborarse que la importancia estratégica del Atlántico Sur para las naciones
industrializadas de Occidente y los miembros de la OTAN no había decrecido: en
1984 circulaban 2.300 buques mensuales por la ruta del Cabo de Buena Esperanza,
entre ellos, 600 petroleros provenientes de Medio Oriente, lo que llevaba a las
naciones de la Organización a satisfacer por esa vía el 80% de sus necesidades
de hidrocarburos y minerales estratégicos, esta dependencia fue puesta de
relieve tiempo después por un informe de la Oficina de Recursos Estratégicos
norteamericana que confirmaba sus profundas implicancias en la formulación de
políticas y programas estratégicos de Seguridad Nacional de los EEUU[51].
Estas opiniones se emparentaban en forma directa con la presencia naval
soviética en el área.
En
1983 se estimaba que Moscú planeaba agregar a sus clásicas flotas de guerra
(del Pacífico, Mar Negro, Báltico y Septentrional) una nueva, basada en Guinea,
generándose en el seno de la OTAN opiniones del siguiente tenor: “La Unión
Soviética, con el envío de unidades de su flota al Atlántico Sur y la
consecución de bases de apoyo en la costa africana, ha dado un gran paso
adelante con miras a amenazar también desde el Sur a las Marinas de las fuerzas
de la OTAN”.
Estas
percepciones no eran desacertadas, obrando como ejemplo del continuo interés de
la URSS en el área la visita que en 1985 efectuará al puerto angoleño de Luanda
una flota
compuesta por las unidades más modernas de su Armada, encabezada por el crucero
nuclear Kirov[52].
La
presencia militar británica en las Islas Malvinas
Dentro
del descripto panorama estratégico, las Islas Malvinas mantuvieron una
importancia relevante, observándose un incremento cualitativo y cuantitativo de
la presencia militar británica en las mismas. Lo destacable es que tal valoración
comenzó a esbozarse antes de finalizada la fase armada de la crisis, en Gran
Bretaña y los EEUU.
Poco
después del 2 de abril, el diputado Winston Churchill (h) expresaba que ambas naciones
deberían construir una base en las Malvinas para garantizar la seguridad del tráfico
marítimo occidental frente a la amenaza soviética; en igual sentido, el 31 de mayo
se publicaron en Nueva York versiones según las cuales los EEUU pretendía, en caso
de necesidad, lograr una presencia militar en las islas, reiterándose que las
mismas eran una plataforma ideal para el control sudatlántico en momentos en
que crecía la presencia soviética en ese espacio marítimo.
Las
versiones surgidas en Nueva York se repetían del otro lado del océano. Desde
esos momentos
y hasta las postrimerías de la contienda, los comentarios en Londres aseguraban
que en el más alto nivel del gobierno de Thatcher se discutían diferentes
opciones respecto del empleo militar del archipiélago: una base de la OTAN,
instalaciones británicas
o una base de los EEUU empleable también por la Corona, en este último caso
siguiendo el modelo aplicado en Ascensión[53].
Tras
la finalización de las hostilidades recrudecieron las versiones sobre la
incorporación de las instalaciones militares malvinenses al esquema defensivo
de las naciones occidentales. Un listado no exhaustivo de ejemplos en este
sentido[54]
indica que en diciembre de 1982, John Nott, sucesor de Lord Carrington al
frente del Foreign Office, calificó a las Malvinas como un portaaviones
inhundible de la OTAN y una base clave en su retaguardia; en septiembre de 1983
el ex ministro de Defensa británico, Michael Haseltine, expresó en Washington
que la base militar de Malvinas estaba preparada para ser utilizada en defensa
del “mundo libre” y en el marco del conflicto Este-Oeste; iguales apreciaciones
formularía la Primer Ministro en dos oportunidades, el 20 de junio de 1983, en
una entrevista concedida a la revista Time y en el discurso efectuado ante los
legisladores del Capitolio el 20 de febrero de 1985.
En
un segundo nivel de la elite política británica, durante los dos años
posteriores a la finalización del conflicto armado se registraron evaluaciones
de similar tenor. Lord Buston vinculó la importancia de las Malvinas con la
constante expansión mundial de la Armada soviética; en el Comité de Defensa del
Parlamento británico las islas fueron descriptas como un atractivo punto de
recalada que podría utilizarse, en tiempo de guerra, como asiento útil para
enfrentar agresiones soviéticas en el área; el parlamentario Bruce George
afirmó que la presencia británica en el lugar se justificaba no sólo a los
fines nacionales, sino también a los de la OTAN; finalmente, la baronesa Elles consideró
que la base malvinense tenía un significado estratégico especial frente a las actividades
sudatlánticas de la URSS.
Existen
dos maneras de corroborar el fundamento de estas apreciaciones. La primera es
analizando la evolución de la presencia militar británica en las Islas Malvinas
desde mediados de 1982, y la restante es comprobando si desde el seno de la
OTAN se emitieron declaraciones o ejecutaron acciones que permitan deducir un
probable empleo de
tales instalaciones militares por parte de la misma.
La
presencia militar del Reino Unido en las Islas Malvinas nos introduce de lleno
en la cuestión de la llamada “Fortaleza Malvinas”: contingentes militares
destacados en ese archipiélago que, por sus dimensiones, excedían el mero rol
disuasivo frente a posibles, a
potenciales agresiones argentinas. La evolución cualitativa y cuantitativa de
esta presencia se observa en la Figura 2.
Después
de 1985 se registró una importante reducción de efectivos y medios en las Islas Malvinas,
lo que obedeció a la inauguración del aeropuerto de Mount Pleasant, tras
inversiones estimadas en U$S 500 millones. Su pista principal de 2.600 metros
le permitía establecer vuelos directos a la metrópoli con aeronaves de gran
porte Tristar y, consecuentemente, reforzar las Islas Malvinas con una brigada
aerotransportada completa en un período máximo de hasta 36 horas[55].
Como
se observa, efectivamente la Fortaleza Malvinas excedía la mera función
disuasoria frente a nuestro país, punto de vista con el cual coincidían no sólo
algunos analistas argentinos, sino también muchos isleños y el dirigente británico
Tony Benn. Muchos isleños malvinenses opinaron ante el periodista español
Andrés Ortega, que visitó el archipiélago en 1987, que Mount Pleasant era una
base de la OTAN; la probabilidad de un uso aliado de esas instalaciones fue
ratificada a la prensa brasileña, por la misma fecha, por el responsable
financiero de las Islas, Harold Rowlands[56].
El mencionado político laborista, en tanto, declararía públicamente que el
verdadero propósito de la actuación británica en el espacio sudatlántico, así
como del apoyo de Reagan a Thatcher, era el establecimiento de una base en la
zona[57].
Accesoriamente,
conviene destacar la opinión de algunos estudiosos, según los cuales, la Fortaleza
Malvinas no sólo tendría utilidad para los EEUU y la OTAN en sí misma, sino también
en el marco de un hipotético sistema defensivo occidental de forma triangular, cuyos
restantes vértices serían las islas Ascención en la zona septentrional del
Atlántico Sur
y Diego García en el Océano Índico.
Respecto
de la emisión de declaraciones o adopción de decisiones desde la OTAN, que permitan
deducir su probable empleo de la Fortaleza Malvinas, existen tres elementos a
tener en cuenta. El primero se vincula con la llamada “Cumbre de Bonn”, de
Jefes de Gobierno de los países miembros de la Organización, realizada en la
capital germana inmediatamente después de culminada la fase bélica del
conflicto anglo-argentino. En la misma se reconoció que la crisis del petróleo
(1973), la ocupación soviética de Afganistán (1979), la revolución islámica de
Irán (1979) y el conflicto de las Malvinas eran hechos que demostraban que la
política de seguridad de la OTAN no podía restringirse, y en lo sucesivo no lo
haría, a los límites geográficos que le imponía su texto fundacional[58]. Las Malvinas se
incluían así en la política de seguridad atlántica.
Figura
2.
Evolución
de la presencia militar británica en las Islas Malvinas
El
segundo elemento está constituido por las declaraciones formuladas por el
General griego Kostas Konstantinidis durante una visita a Buenos Aires en 1987.
Este militar, que había ocupado importantes puestos en la OTAN, aseguró que lo
sucedido en las Islas Malvinas era un ejemplo de la voluntad de la Alianza de
expandir sus límites de acción; confirmó la consideración del triángulo
Malvinas-Ascención-Diego García por parte de la organización, agregando
eventualmente a este esquema a la isla chilena de Pascua, en el océano Pacífico;
por último, ratificó que la principal utilidad militar de las Malvinas en caso
de conflicto Este-Oeste se vinculaba con el control de los pasos marítimos
interoceánicos[59].
Finalmente,
el tercer elemento alude a las sugestivas características de un conjunto de ejercicios
militares relacionados con los archipiélagos sudatlánticos, destacándose los
denominados “Purple Venture” y “Fire Focus”. El primero se desarrolló en junio
de 1988 en Ascención, hasta donde se trasladaron diversas unidades militares,
aproximadamente la mitad de ellas correspondientes a la Tercera Brigada de la
Infantería de Marina. Según un
informe del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, el hecho de que esa
brigada esté afectada a la OTAN y no pueda ser movilizada sin su autorización
permitía comprobar que la Organización estaba comprometida en esas prácticas;
además, su focalización en Ascención le permitía a Gran Bretaña (y la OTAN)
proyectarla sobre Malvinas y el Atlántico Sur en general, incluyendo África.
Tres
meses antes de estos hechos, en el ejercicio “Fire Focus” se habían destacado a
las Islas
Malvinas medio millar de efectivos, así como numeroso material bélico, de la
mencionada Tercera Brigada asignada a la OTAN[60].
Repercusión
del Conflicto del Atlántico Sur en la política interna de Gran Bretaña
El
desenlace favorable que tuvo el conflicto sudatlántico repercutió positivamente
en el índice
de popularidad que tenía Margaret Thatcher entre el electorado británico. Tras
el fin
de las acciones militares, su imagen particular alcanzó al 60% de adhesión y su
fuerza política
el 51% de las intenciones de voto, cifras que nunca más pudo igualar, ni
siquiera en
los momentos de apogeo de mediados de 1987. Electoralmente, este repunte
comenzó a brindar dividendos en los comicios municipales del 6 de mayo de 1982,
realizados días después del desembarco británico en San Carlos; en esa jornada
el Partido Conservador mejoró su performance de 1978, obteniendo 18 municipios
adicionales y consolidándose como la fuerza política mayoritaria de Gran
Bretaña, con 39% del caudal de votos.
Los
resultados obtenidos en esa instancia llevaron a Thatcher a convocar a
elecciones generales anticipadas, obteniendo en las mismas el 42,4% de los
sufragios contra el 27,6% de los laboristas y reteniendo el poder: el 9 de
julio de 1983, la Primer Ministro inició su segundo mandato, el que se prolongó
hasta 1987, cuando es nuevamente reelegida, consolidándose en el poder hasta
noviembre de 1990, en que dimite.
Durante
su segundo mandato, Thatcher apoyó decididamente a los EEUU para que instalara
sus nuevos misiles en Europa. Finalmente, la administración Reagan logró instalar
Pershing en Alemania Federal y Tomahawk en Gran Bretaña, Alemania Federal,
Italia, Bélgica y Holanda. Con 160 unidades, Gran Bretaña absorbió la mayoría
de los misiles Tomahawk.
La
sexta conclusión
Al
término de la fase armada del conflicto sudatlántico, pudo comprobarse la
conformación de una situación en la cual la Alianza logró consolidar, a través
de las instalaciones militares británicas en las Islas Malvinas, una presencia en
un espacio marítimo sudatlántico estratégicamente importante para Occidente.
Paralelamente, el desenlace del conflicto generó efectos inmediatos en el marco
político interno británico, incrementando la popularidad del gobierno
conservador de Margaret Thatcher y permitiendo su permanencia en el poder.
La
permanencia de Thatcher en el poder contribuyó decisivamente a la instalación
en suelo europeo de nuevos misiles estadounidenses, en el marco de la
estrategia de la Casa Blanca de contención de la URSS. Finalmente, nuestro país
vio congelada la factibilidad de ver plasmados sus reclamos por la soberanía de
los archipiélagos sudatlánticos.
Estas
comprobaciones permiten dar término a la serie de conclusiones que se
obtuvieron a lo largo de este trabajo, arribando a una conclusión general que
se plantea de la siguiente manera:
No
puede descartarse que el Conflicto del Atlántico Sur acontecido en 1982 haya
sido el resultado de la deliberada creación de una crisis, susceptible de ser
escalada al plano bélico, por parte del gobierno británico con el apoyo de los
EEUU y la OTAN, con los objetivos no declarados de asegurar el liderazgo
político del primero y facilitar la presencia de los restantes en la región, en
el marco del conflicto Este-Oeste.
Epílogo
Desde
1982 la mayor parte de la información sobre este conflicto fue mantenida en
secreto por parte del gobierno británico, mediante las Actas de Secretos
Oficiales. En 1984 Thatcher amplió, sin dar explicaciones al respecto, la
duración de la clasificación de los documentos sobre el conflicto sudatlántico
de treinta años a noventa años[61].
Paradójicamente,
tiempo después Lord Carrington, quien había abandonado el Foreign Office el 2
de abril de 1982, por la aparente imprevisión de ese hecho por la cartera a su cargo,
asumió como Secretario General de la OTAN con el apoyo de Thatcher y el consenso
de los demás socios de la Alianza.
Como
final de este epílogo, vale la pena tener en cuenta las palabras de Nicanor Costa
Méndez en 1992, sobre las cuales lamentablemente no se explayó en ningún trabajo
posterior, falleciendo poco después: “Después de años de estudio llego a la
conclusión de que fue realmente Gran Bretaña la que nos llevó a la situación de
ocupar las islas (…) surge de la documentación que leí y de la intuición de
haber conocido los hechos”[62].
(*)
El doctor Mariano César Bartolomé es analista estratégico.
Publicado
en el BCN 786 abril/junio 1997
[1] La presente
investigación se basa en el trabajo “El Conflicto del Atlántico Sur: nuevas
lecturas para sus probables motivaciones”, realizado en la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad del Salvador entre 1989 y 1993, y en la obra propia
El Conflicto del Atlántico Sur: una perspectiva diferente, recientemente
publicada por la Biblioteca del Oficial del Círculo Militar. El autor desea
agradecer el apoyo y asesoramiento que en su momento le brindó el hoy
desaparecido Capitán de Navío José María Cohen.
[2]
Los postulados
estratégicos y geopolíticos mencionados constan en Aguirre, María Cecilia: A
política de poder la historia do Atlántico Sul, A defensa nacional N.° 729, Río
de Janeiro, 1987; Conflict Studies N° 4/77: “El poder naval soviético y la
falsa apariencia de la flota de apoyo”; De Castro, Terezinha: El Atlántico Sur:
sus imperativos geopolíticos y geoestratégicos; en Dallanegra Pedraza, Luis, et
al.: Geopolítica y Relaciones Internacionales, Editorial Pleamar, Buenos Aires,
1981; Marini, José: El conocimiento geopolítico, versión actualizada, Círculo
Militar, Buenos Aires, 1983.
[3] Agozino, Adalberto.
“El Atlántico Sur en el conflicto Este-Oeste”; en Cirino, Julio A., et al.:
Conflictos internacionales, Editorial Tekne, Colección Temas de Estrategia,
Buenos Aires, 1986
[4] Botha, Piether. The strategic importance of south Africa, Ckommando, march 1970.
[5]
Agozino, óp.cit.
[6]
Datos publicados
en “Defense Nationale” de junio de 1974 por el Almirante Marc de Joybert, Jefe
del Estado Mayor de la Armada de Francia; en Leost, A.: “Amenazas contra la
isla Europa”, de La Revue Maritime en RPN N.° 595, Buenos Aires, 1975.
[7] Halajczuk, Bohdan y
Moya Dominguez, María: Derecho Internacional Público, complemento de
actualización a la 2da edición, sección XXVII: “Guerra”. Editorial Edial,
Buenos Aires, 1978.
[8]
Cohen, José
María. “Las opciones occidentales. El caso sudatlántico”, Boletín del Centro
Naval (BCN) N° 724, Buenos Aires, 1980.
[9]
Meira Mattos,
Carlos y Decastro, Terezinha. “A problemática do Cone Sul”, a Defensa Nacional
N.° 734, Río de Janeiro.
[10] “Lecturas selectas de
Geografía militar”, texto especial LR 20-4, Escuela de las Américas, Fort
Gulick, Zona del Canal de Panamá.
[11] “El poder marítimo y
la supervivencia de EE.UU.”, de Prodeedings en RPN N.° 544, Buenos Aires, 1962.
[12]
Coutau-Begarie,
Herve. El poder marítimo, IPN, Colección Estrategia, págs. XX y XXI, Buenos
Aires, 1988; Till, Geoffrey (Comp.). Estrategia marítima y la era nuclear, pág.
214, Instituto de Publicaciones Navales (IPN), Colección Estrategia, Buenos
Aires, 1988.
[13]
Etchepareborda,
Roberto. “Estado de la ciencia geopolítica en los EE.UU. intento de balance”,
geopolítica N° 22, Buenos Aires, 1981; Ceresole, Norberto. “Argentina: sobre
transiciones y decadencias”, pág. 20, Prensa y Ediciones Latinoamericanas,
Colección El Dorado, Biblioteca Hispanoamericana, Madrid, 1987; Cline, óp. cit.
[14] Till, óp. cit., pág.
80.
[15] De Castro, óp. cit.;
Cohen, óp. cit.
[16] Galmarini, Emilio:
“Sudáfrica: singularidad geoestratégica”, Estrategia N.° 27, Buenos Aires,
1974.
[17] Llaver, María del
Carmen. “Atlántico Sur: su relevancia económica geopolítica y geoestratégica”,
Geopolítica N° 24, Buenos Aires, 1982; Llaver, María del Carmen y Ricci, María
Susana. “El Atlántico Sur en la estrategia mundial”, Armas y geoestratégica N°
7, Buenos Aires, 1983; Quagliotti De Bellis, Bernardo: Atlántico Sur: poder
marítimo y economía”, geopolítica N.° 9/10, Buenos Aires, 1977.
[18] Paradiso, José. La
era de las superpotencias, Editorial Foro Sur, pág. 408, Buenos Aires, 1983;
Wall, Patrick. ¿Una estrategia marítima o continental?, de Sea Power en RPN N.°
613, Buenos Aires, 1980. También en Wall,
Patrick.
“El plan para la destrucción de Occidente”, RPN N° 613, Buenos Aires, 1980.
[19] Llaver y Ricci, óp.
cit.; Parker, Robin. Una brecha en la defensa: el Atlántico Sur, de Navy
International en RPN s/f,Buenos Aires, 1981; Cohen, José María. “Estrategia en
el Atlántico Sur”, revista de la Escuela de Defensa Nacional N.° 33, Buenos
Aires, 1983.
[20] Nudler, Julio: “La
expansión de la OTAN”, Clarín, 15/05/82.
[21] Alford, Jonathan:
“España y la OTAN”, de revista Internacional de Defensa N ° 4/82 en RPN N.°
622, Buenos Aires, 1982.
[22] Cohen, José María.
“Estrategia…”, óp. cit.; Cout-Begarie, Herve. Geoestratégica del Atlántico Sur,
IPN, Colección Estrategia, Buenos Aires, 1988.
[23] Aráoz de Lamadrid,
Sergio. “Importancia estratégica del Atlántico Sur, su seguridad y defensa ante
la presencia comunista en África”, Mimeo, Buenos Aires, 1986.
[24] Paradiso, óp.cit.,
pág. 410; Bravo, Andrés. “Política de defensa, poder nacional y decisiones
políticas”, Geopolítica N.° 25, Buenos Aires, 1982.
[25] Collins, Robert.
“Objetivos estratégicos soviéticos para los años 80”, Military Review, edición
en español octubre 1982; Insulza, José María. “El programa de expansión militar
de la administración Reagan y el balance de poder con la URSS”; en Maira, Luis
(Comp.). “¿Una nueva era de hegemonía norteamericana?”, GEL, programa RIAL,
Buenos Aires 1985, pág. 201.
[26] Nudler, óp. cit.
[27] Las fuentes de estos
testimonios son “Amenaza para la seguridad en el Caribe y América Central”,
testimonios de Fred Ikle ante la subcomisión de Asuntos Hemisféricos
occidentales de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, Washington DC,
15 de diciembre de 1981, en RPN N° 622, Buenos Aires, 1982; TILL, óp. cit.,
pág. 82; Prina, Edgard. “Nuevas directivas en la política referente al Caribe
en cuanto a la
venta de armas”, Sea Power, Aug. 81.
[28] Cosentino, Benjamín:
“El valor estratégico de las Islas Malvinas”, Estrategia N.° 6, Buenos Aires,
1970.
[29] Mercado Jarrin,
Edgardo: “Malvinas: un cambio geopolítico en América Latina”, Geopolítica N.°
24, Buenos Aires, 1982; Cortines, José: “El Conflicto de las Malvinas:
implicancias de una crisis”, revista de la EGN N° 19/83, Buenos Aires, 1983.
[30] Escudé, Carlos.
“Revelación histórica”, La Nación, 27/07/88.
[31] Quagliotti De Bellis,
Bernardo. “El Atlántico Sur en la historia”, Nexo N.° 11, Buenos Aires, 1987.
También citado en Varios Autores: La crisis de las Malvinas (Falklands):
orígenes y consecuencias, Redacción Ciencias Sociales Contemporáneas, Academia
de Ciencias Sociales de la URSS, Moscú, 1983, edición en español.
[32] Miquelarena, Pedro.
“Interés estratégico”, La Nación, 15/08/85.
[33] Alocución del doctor
Frondizi en el acto homenaje que le organizara la Escuela del Graduados de la
Universidad Argentina John F. Kennedy, en el colegio Estados Unidos de esa
institución el 22 de abril de 1989; declaraciones ante el periodista Bernardo
Neustadt en el programa Tiempo Nuevo del 5 de septiembre de 1989, emitido por
Canal 2; declaraciones Formuladas al diario La Prensa y publicadas el 10 de
septiembre de 1989. Los conceptos expuestos fueron reiterados en su conferencia
“La Alianza para el Progreso del presidente
Kennedy y la iniciativa para las
Américas del presidente Bush”, Salón Honor y Patria de la ciudad de Buenos
Aires, 17 de mayo de 1991, reproducidos en Genta, Horacio. “Los norteamericanos
ordenaron el desembarco en Malvinas”, EIP, 24 de mayo de 1991.
[34] Entrevista del autor
con el doctor Arturo Frondizi efectuada el 29 de septiembre de 1989.
[35] Rusell, Roberto. “Las
relaciones Argentina-EE.UU.: del alineamiento ortodoxo a la recomposición
madura”; en Hirst, et al.: “Continuidad y cambio en las relaciones América
Latina-EE. UU.”, pág. 30, GEL, Bs. As. 1987; Cardoso, Kirschbaum y Van Der
Kooy. Malvinas: la trama secreta, Sudamericana, Buenos Aires, 1984, pág. 24-27;
Semberoiz, Edgardo. “Malvinas: técnicas de una agresión”, Manual de
informaciones N° 6/88, Buenos Aires, 1988.
[36] Wettern, Desmond:
“¿Hacia una política marítima?”, de Navy International N.° 2/81, en RPN N.°
617, Buenos Aires, 1981.
[37] Ibídem, Till, óp.cit.
pág. 254; Whitehead, T. “Los soldados del mal de Gran Bretaña”, de Proceedings,
Nov. 81.
[38] Smeeton, Richard.
“Buques de guerra o camellos”, de Navy International en RPN N.° 167, Buenos
Aires, 1981; Cable, James. “El conflicto de las Malvinas”, de Proceedings, Sep.
82; en RPN N.° 623, Buenos Aires, 1982; Coote, John. “Manden al Victorius”, RPN
N° 625, Buenos Aires, 1983.
[39] Una descripción
pormenorizada de las posibilidades económicas de las Islas Malvinas, tanto en
recursos renovables como no renovables, consta en dos trabajos de nuestra
autoría. Ver al respecto Bartolomé, Mariano: “Conflictos en Atlántico Sur en
los 90’s”, Revista Geopolítica N.º 43, Bs. As. septiembre de 1991, pág. 56 a 68
y Bartolomé, Mariano. “La conservación de los recursos pesqueros en el
Atlántico Sudoccidental”,
ponencia
presentada a través de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad del
Salvador en el “V Simposio de Estudios Estratégicos
Argentina-Brasil-Uruguay-Paraguay”, Montevideo, julio de 1991. Salvo mención expresa,
lo consignado en esta investigación se basa en esos análisis.
[40] Wall, Patrick.
“Consejo de un aliado”, de Sea Power, JAN 82, en RPN s/N.°, Buenos Aires.
[41] Los indicios
consignados se obtuvieron de Trotter, Neville. “Las Malvinas y el largo
arrastre”, de Proceedings Jun. 83 en RPN N.° 629, Buenos Aires, 1984; Gueritz,
A. “Malvinas: justificación de la guerra conjunta”, de RUSI, Sep. 82 en RPN N.°
629, Buenos Aires, 1984; De Martini, Siro. “Notas y comentarios a la
conferencia del Almirante Train”, BCN N.° 748, Buenos Aires, 1987; Sohr, Raúl.
“Habla un periodista chileno”, Todo es Historia N.° 191, Buenos Aires, 1983;
Deudero Alorda, Antonio. “Las fuerzas navales de apoyo logístico británico en
la crisis de las Malvinas”, RPN N.° 628, Buenos Aires, 1984.
[42] “Defense: use of wideweake Airfield in Ascension Island by United
Kingdom Military Aircraft”, Agreement effected by Exchange of notes signed at
Washington, August 29, 1962. Treaties and other international acts, series
5148, Departament of State, United States of America. Las referencias al empleo
de Ascensión por parte de Gran Bretaña constan en Fieldhouse, John. “Así
vencimos”, de Defensa N.° 62/83 en RPN N.° 627, Buenos Aires, 1983 y Deudero
Alorda, óp. cit.
[43] Las evidencias de
esta maniobra de los EEUU constan en La Prensa, 04/03/82; Informe CAERCAS,
punto 72; “La crisis diplomática que llevó a la guerra”, informe especial
Gaceta Marinera 13 de septiembre de 1982; “No lo pudimos evitar”, reportaje a
Vernon Walters en “Malvinas”, informe especial Página 12, 2 de abril de 1992,
pág. 18-19.
[44] “Malvinas hoy”,
transcripción de los párrafos principales de “An Ocean Apart”. Suplemento
especial de El Cronista Comercial, 02/04/89.
[45] De Haig, Alexander. Ceveat, Macmillan Publishing Co., New York, 1984, pág.
273; en Costa Méndez, Nicanor: “El papel de EE.UU. en el conflicto del
Atlántico Sur (2da parte)”, Revista Argentina de Estudios Estratégicos N° 8,
Buenos Aires, 1986.
[46] Las fuentes
consultadas han sido “Malvinas Hoy”, óp. cit.; The Wall Street Journal,
04/06/82; Stanglini, Ruggero. “Malvinas: las lecciones de una guerra inútil”,
de Panorama Difesa, Apr. 83; en RPN N.° 627, Buenos Aires. “Los ingleses no
hubieran podido triunfar sin los EEUU”, informe de la agencia AFP en “El
Cronista Comercial”, 26/01/88; Ceron, Sergio. “El periodismo después de Malvinas”,
Revista Militar N.° 712, Buenos Aires, 1984; FOWLER, William: Beattle for the
Falklands, Vol.1 (“Land forces”) y Vol. 3 (“Air forces”), by R. Braybook,
Osprey, London, 1982; García Enciso, Isaías. “Estado actual y posible evolución
del problema Malvinas”, Revista Militar N.° 712, Buenos Aires, 1983.
[47] Deudero Alorda,
Antonio. “La crisis del Atlántico Sur”, de Revista General de Marina, Nov. 82;
en RPN N.° 624, Buenos Aires, 1983; Feldman, David. “El gran equívoco: el papel
de los EEUU en la crisis de las Malvinas”, Revista Argentina de Estudios
Estratégicos N.° 5, Buenos Aires, 1985, en su Nota N.° 6.
[48] De Martini, Siro.
“Notas y comentarios a la conferencia del Almirante Train”, BCN N.º 748, Buenos
Aires, 1987; “La crisis diplomática…”, óp. cit.; “La crisis de las Malvinas
(Falklands): orígenes y consecuencias”, óp. cit.; Stockholm International Peace
Research Institute (SIPRI), Yearbook 1982, pág. 89; La Razón, 05/05/82;
“Malvinas: la CIA enviaba informes a Gran Bretaña”, El Cronista Comercial,
07/10/87; “CIA: le grand deballage”, L’Express, 16/10/87, pág. 13.
[49] Castro, Jorge.
“Malvinas, el Teniente Lawrence y John Lehman”, La Nueva Provincia, 03/06/88.
[50] Whitehead, óp. cit.; Mc Geoch, Ian. “La operación Malvinas. Problemas,
consideraciones, lecciones”, de NATO’s Fifteen Nations, Nov. 82, en RPN Nº 625,
Buenos Aires, 1983; Deudero Alorda, óp. cit.
[51] Ullmann, Jörg: “La
situación estratégica e importancia del Atlántico Sur”, de Ibero Club, May 84;
en RPN N.º 631, Buenos Aires 1984; “Minerales críticos: un dilema para los
EEUU”, Perfil Sudafricano Nº 8 (edición en español), República Sudafricana,
1988.
[52] Merino, Toribio. “El
mar de la decisión”, de Proceedings, Mar. 83; en RPN N.º 628, Buenos Aires
1984; declaraciones del Capitán de Navío Peter Rosch, de Alemania Federal, en
Europeische Wehrkunde; en Ceresole, óp. cit.; “La problemática geopolítica y
estratégica argentina”, conferencia del General José Teófilo Goyret en el
“Seminario sobre Geopolítica y Estrategia” del Instituto Argentino de Altos
Estudios Estratégicos y Políticos, Buenos Aires, octubre de 1987.
[53] “Diplomacia”, La
Prensa (UPI) 01/06/82; ASSEFF, Alberto. “Inglaterra quería la independencia de
las Malvinas”, Geopolítica Nº 24, Buenos Aires, 1982; “Nubarrones en el
horizonte”, La Razón (DYN) 11/06/82.
[54] Las declaraciones
consignadas constan en: Standford, Peter. “Situación actual de la marina
británica”, de Proceedings Mar. 84; en RPN N.º 633, Buenos Aires, 1985; Cohen,
José María: “Seguridad del área estratégica Atlántico Sur”, 2do Simposio de
Estudios Estratégicos ArgentinoBrasileño, EMCFFAA-EMFA, San Pablo, 1988;
Nudelman, Ricardo. “Malvinas: Argentina y Gran Bretaña después de la guerra”,
Vuelta Sudamericana Nº 2, Buenos Aires, 1988; Miquelarena, óp. cit.; Terragno,
Rodolfo. óp. cit.; “El futuro del Atlántico Sur”, Clarín, 30/05/84.
[55] Fast and furious for the Falklands, International Construction,
september 1985, pág. 50; Peatbog to airport in 16 months, International
Construction, september 1985, pág. 64.
[56] Ortega, Andrés: “La
Fortaleza Malvinas”, El País, 05/11/87; “Altas inversiones de Londres para
retener el archipiélago”, La Prensa (UPI), 02/03/88.
[57] The Guardian, march
18, 1989.
[58] Ullman, óp. cit
[59] Vollalonga, Julio.
“El fantasma atómico en los mares del sur”, El Periodista de Buenos Aires N.º
165, 13/11/87.
[60] Informe del Centro de
Estudios Unión para la Nueva Mayoría, en La Prensa, 19/06/88; La Nación, 17 al
19/03/88.
[61] Información brindada al autor por José María Cohen y
confirmable en Gamba, Virginia. El peón de la reina, pág. 183, Sudamericana,
Buenos Aires, 1984.
[62] “Cometí muchos
errores”, reportaje a Nicanor Costa Méndez en “Malvinas. Memoria de la guerra y
de la paz”, informe especial Clarín, 2.da Sección, pág. 9, 29-03-92.
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