Los
hombres de Canberra pusieron, por detrás de sí, todo derecho y ambición,
colocaron el amor a sí mismos y el amor a sus familias a sus espaldas, y lo
reemplazaron por un inmenso amor a Dios y a la Patria, entrega que jamás
publicitaron, ni tampoco exigieron reconocimiento.
El
primer teniente Antonio Mauad, otro de los pilotos con una heroica actuación.
FOTOS: GENTILEZA FUERZA AÉREA ARGENTINA.
Por
Daniel Roca Centurión
Cuando
se relaciona el Conflicto del Atlántico Sur con la Fuerza Aérea, lo primero que
llega a la mente de todos son las imágenes de los A4 y los Dagger lanzando
bombas en el estrecho de San Carlos o en Bahía Agradable.
También
aparecen, en forma más esporádica, las de los Pucará saliendo desde la BAM
Malvinas a combatir al Istmo de Darwin y, un poco menos aún, a los helicópteros
empleados para el rescate en combate en aquellos momentos: los Chinook y los
Bell 212.
Sin
embargo, las operaciones llevadas adelante por los bombarderos BAC (British
Aircraft Corporation) MK62 -Canberra-, fueron también significativas, pero con
menos prensa.
Esta
noble aeronave, el último bombardero puro con que contó la Fuerza Aérea, era de
origen inglés y al momento de su adquisición en 1970, estaba en servicio no
solo en la RAF, sino en otras fuerzas aéreas del mundo en diferentes versiones
y configuraciones.
Este
avión fue protagonista del frustrado ataque a las fuerzas británicas que habían
acorralado a las fuerzas argentinas en Georgias, el 25 de abril de 1982.
Habiendo
sido alertados por un Hércules KC-130 y un Boeing 707 de la FAS (Fuerza Aérea
Sur), se dispuso que tres aeronaves MK62 efectuaran un vuelo de 2.050 Km. desde
Río Grande hasta Georgias, para tratar de dispersar a la pequeña flota que
apoyaba a las fuerzas británicas terrestres en el lugar.
Uno
de los Canberra falló, al querer eyectar los tanques de combustible auxiliares
que llevaban en la puntera de las alas, debiendo regresar al continente en una
configuración asimétrica, extremadamente peligrosa.
La
mala meteorología, junto con la nula visibilidad y la disposición irregular de
la flotilla británica que no se encontraba en la Bahía Cumberland, frustraron
el intento de ataque de nuestros bombarderos, que debieron regresar con su
letal carga en bodega. Ese hubiera sido el bautismo de fuego de la Fuerza
Aérea.
Primeras
misiones
Al
principio del conflicto, 1º de mayo, la falta de experiencia en combate, hizo
que el empleo de este bombardero no pasara desapercibido para los sistemas de
detección de la flota británica, y al tratar de efectuar ataques diurnos a baja
altura fue derribado, por aviones Sea Harrier que empleaban los temibles
misiles Sidewinder, el primer Canberra del conflicto tripulado por el Teniente
De Ibañez y su navegador el Primer Teniente González, quienes a pesar de
haberse eyectado sobre el mar, jamás pudieron ser recuperados. Otro de los
Canberra que salieron en misión ese día, regresó con una de las punteras de plano
desflecado por la onda expansiva de un misil que explotó en su proximidad.
A
partir de ese momento el empleo del Canberra debería hacerse de manera
nocturna, para dificultar la interceptación por aeronaves británicas,
efectuando dos tipos de ataque: o bombardeo de zona a gran altura (por encima
de los 12 km., es decir a más de 40.000 pies) a efectos de evadir los misiles
antiaéreos de mediano y corto alcance lanzados desde buques y/o tropa, o a bajo
nivel (entre los cero y 250 pies, poco más de setenta metros de altura, lo que
permitía el armado de las espoletas haciendo que estallaran al impacto con el
terreno, saliendo de la nube de esquirlas que se proyectan luego de la
explosión, tratando de evitar los montes y adaptándose al relieve de las islas)
con el fin de tener un factor sorpresa considerablemente alto.
De
allí que, a pesar de tener que efectuar lanzamientos solo con lo estimado por
los cálculos del navegador y lo determinado en el radar doppler, sus
operaciones fueron increíblemente efectivas, tanto que en varias oportunidades
el Estado Mayor de las Fuerzas inglesas pudo ser impactado por las bombas de
los temibles Canberra.
La
táctica empleada
Una
táctica empleada por los bombarderos fue guiarse por un grupo de fogatas, que
con rumbo exacto Norte-Sur, prendían en determinados horarios los defensores de
Darwin, lo que les permitía a las aeronaves efectuar una última corrección de
rumbo antes de iniciar la aceleración final para el ataque, al norte de esas
posiciones.
Sabían
que luego de bloquear dicho vertical, llevando una determinada velocidad de
navegación hasta el blanco, impactaban de manera precisa en el punto exacto que
se les había dado por información de inteligencia.
A
su vez la conceptualización de la operación llevo al escuadrón a efectuar la
combinación de las tripulaciones por experiencia y no por jerarquía, es decir,
se combinaban pilotos con vasta experiencia, con navegadores con poca
experiencia y viceversa. En ese contexto muchas veces el piloto era más moderno
que el navegador y le daba órdenes, dentro del marco de la operación de
combate, sin embargo, se operó perfectamente.
Cabe
destacar que, si ponemos lado a lado, un caza Gloster Meteor y un BAC Canberra,
se pueden observar las similitudes de diseño, evidenciando una misma
"estética operativa", sin embargo, la amplitud de la superficie alar
que le permite una gran sustentación a elevadas alturas con gran carga, tanto
en bodega como en puntos externos, le otorga una importante firma radar y una
baja maniobrabilidad a bajas alturas.
Indudablemente,
el poder de fuego de un bombardero Canberra se equiparaba, al de al menos, tres
cazabombarderos de aquel momento, pero ciertamente, la capacidad de
supervivencia también era muy baja.
Recordemos
que, en esas increíbles misiones, un bombardero despegaba con cinco bombas de
mil libras cada una (aproximadamente 500 kg) en su interior, dos tanques
suplementarios de puntera de ala y eventualmente, un tanque ventral central. No
podía superar los 365 nudos (676 Km/h), y recién eyectando los tanques de
puntera de ala, estaba habilitado para alcanzar los 500 nudos (926 Km/h) como
máxima velocidad de ataque.
En
esa época se ponían en marcha con explosión de cargas pirotécnicas
(posteriormente el ingenio argentino ideo un sistema de puesta en marcha por
presión neumática), lo que muestra a las claras lo difícil, o casi imposible,
que era de poner en marcha un motor en vuelo en caso de detención.
A
su vez esa asimetría, acarreaba una dificultad de vuelo delicada, al entrar
fácilmente en tirabuzón y caer descontroladamente. De hecho, la tripulación del
B-101 en su misión del 5 de junio por la noche, al haber tenido una detención
del motor por la combinación de la explosión de un misil antiaéreo que estalló
en su proximidad, sumado al viraje extremadamente cerrado para evitar el
impacto, tuvo que regresar al continente con un solo motor.
Particularmente,
esa aeronave tenía instalado el radar Bendix RDR-1400, lo que había modificado
su configuración de vuelo debido a la protuberancia de este sistema en su parte
delantera. Por su apariencia se lo llamo el Pelicano-1.
Esa
protuberancia, sumada a la falta de uno de sus motores, hizo que al momento del
aterrizaje la aeronave se saliera de pista y terminara barriendo el tren de
aterrizaje de uno de sus lados. Lo importante fue que ambos tripulantes
resultaron ilesos y que la pronta reparación del tren y del motor puso a la
aeronave disponible en poco tiempo. Actualmente esta aeronave se encuentra
restaurada en la Escuela de Suboficiales Córdoba.
La
ultima en combate
El
bombardero Canberra tuvo el honor de ser la última aeronave de combate de la
Fuerza Aérea, que lanzó su armamento sobre las fuerzas británicas la noche del
13 de junio de 1982. En esa lid fue derribado el "Baco 1", indicativo
de la aeronave tripulada por los Capitanes Roberto Pastran (piloto) y Fernando
Juan Casado (navegador).
Fueron
impactados por un misil tierra-aire que les produjo el ingreso en un tirabuzón
incontrolable, cayendo desde los 12.000 metros. En esa oportunidad consigue
eyectarse el piloto aproximadamente a unos 4.000 metros, sin embargo, el
navegador no lo logra, debido a la deformación de la estructura de la aeronave,
producto de la explosión del misil.
No
son las armas, son los hombres que las empuñan
Quiero
compartir un par de infidencias. Tuve la suerte de conocer a finales de los
80" al que era en aquel momento el Mayor Pastran, sobreviviente del último
ataque de la Fuerza Aérea Argentina en Malvinas.
Le
pedí, le rogué, le supliqué, que me contara de primera mano esa última misión,
que había leído en los pocos libros que, sobre la guerra aérea de Malvinas, se
habían escrito hasta ese momento. Han pasado más de treinta años de ese
encuentro y ya Roberto Pastran no está con nosotros.
Lo
que rescato de ese relato, y jamás olvidare -recordó Pastran- que cuando se dio
la reunión previa al vuelo sobre la situación en las islas y se pidieron
voluntarios para la tarea de "atacar a las fuerzas británicas en las proximidades
de Puerto Argentino, a los efectos de permitirle a las fuerzas propias
organizarse, para poder replegarse a posiciones seguras" ya se sabía que
la guerra se había perdido, que esa acción no cambiaría el curso del conflicto
y que era una operación extremadamente riesgosa. Pastran, que era más moderno
que su navegador, Capitán Casado, recibió esta orden: "Pastran
tome el casco. Nosotros vamos".
El
piloto tomando su casco no dijo nada, solo le devolvió una mirada como
diciendo: "¿está usted seguro de lo que vamos a hacer?.
El
relato de la misión es más que conocido, sin embargo, quiero rescatar un
instante crucial del hecho: Luego del impacto del misil que los derriba, al
momento de ir cayendo de manera vertiginosa desde los 12 kilómetros de altura,
Pastran gritaba: "eyéctese, eyéctese, eyéctese", a lo que Casado le
contesta: "no funciona, no puedo, eyéctese usted, es una orden".
Mareado
por la caída, golpeando su cuerpo con la cabina por la fuerza centrífuga,
aferrado a la manija del asiento eyector, Pastran la activa y es despedido del
Canberra que se pierde en la noche oscura, de un mar más oscuro aún.
Finalizado
el relato completo, ese hombre bueno, que abrió su corazón a un joven que lo
tenía, y lo tiene por héroe, sin llorar, pero con los ojos llenos de lágrimas,
lo mira y le dice: "debería haber caído en el avión con él, en cambio
ahora, tengo que seguir viviendo, sin poder olvidarlo".
Poca
gente sabe que el Primer Teniente Siri, navegador de Canberra padecía de cáncer
linfático y que ocultó todo lo que pudo sus dolencias, con el fin de cumplir
con su deber volando en diferentes misiones de combate.
Gente
del escuadrón contaba como lo tuvieron que sacar entre varios del avión, ya que
por los dolores que padecía, no le permitían ni siquiera, desatarse de sus
amarres. En épocas en las cuales exacerbamos los derechos y la libertad, nos
olvidamos de aquellos que, libremente, ponen su propia voluntad al servicio de
la voluntad de otros.
En
realidad, en la escala de las jerarquías humanas, pocas son las personas en el
mundo que obedecen, solamente, a sus propios designios y propósitos.
Ya
el solo hecho de vivir en comunidad implica, que todos debemos respetar los
derechos del otro, y a su vez efectuarlo de manera recíproca. Los hombres de
Canberra pusieron, por detrás de sí, todo derecho y ambición, colocaron el amor
a sí mismos y el amor a sus familias a sus espaldas, y lo reemplazaron por un
inmenso amor a Dios y a la Patria, entrega que jamás publicitaron, ni tampoco
exigieron reconocimiento.
Por
eso verán a algunos de ellos jugando como abuelos buenos con sus nietos, sin
embargo, debajo de esa curtida piel que los envuelve, todavía vive ese corazón
de hierro que, en las sombras del combate sobre Malvinas, hacían resonar sus
motores y su acero sobre las tropas británicas, que no podían entender ni de
dónde, ni cómo, eran atacados en la oscuridad de la noche.
Por
eso, no importa el armamento que usen nuestros hombres, el valor se encuentra
en ellos mismos, ¡¡en lo que llevan inscripto en sus corazones!!.
Fuente:
http://www.laprensa.com.ar
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