22 de enero de 2020

LA INTERNACIONAL SOCIALISTA Y LA GUERRA DE MALVINAS




Por Fernando Pedrosa

Resumen: Este trabajo analiza de qué manera la guerra de Malvinas (Falklands) afectó los planes de la Internacional Socialista (IS) para consolidar un esquema de alianzas flexibles entre partidos políticos de distinta procedencia geográfica e ideológica como sostén de su expansión extra europea, en el marco de un entorno internacional cambiante. Se avanza en la caracterización de las posiciones adoptadas por los partidos políticos latinoamericanos y europeos miembros de la IS, profundizando en sus diferentes visiones del conflicto y evaluando qué impacto tuvo en las relaciones interpartidarias y en las estrategias regionales de la IS.

La guerra de las Malvinas (o Falklands, en su versión inglesa) puede considerarse más que una disputa bélica por un territorio cuyo dominio estaba en discusión entre la Argentina e Inglaterra, ya que el impacto político que produjo superó ampliamente las fronteras de los países enfrentados. Este trabajo analiza dicho proceso, exponiendo cómo se extendió trasnacionalmente en el mundo de los partidos políticos, particularmente, entre los afiliados a la Internacional Socialista (IS), afectando sus planes para lograr, por primera vez, una expansión política sistemática más allá del espacio europeo, donde tradicionalmente la socialdemocracia había logrado un gran predicamento.

Desde 1976 la presencia de los socialistas europeos agrupados en la IS se había hecho sentir por todo el mundo, particularmente en América Latina, y en coyunturas importantes para la geopolítica de la época, como las de Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Jamaica, Granada, República Dominicana y, en el Cono Sur, especialmente, en Chile. Allí interactuaban fluidamente con los principales dirigentes locales, a partir de las posibilidades abiertas por la distensión entre los Estados Unidos de América (EUA) y la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y, sobre todo, por medio de un programa común, elaborado para ello desde la misma socialdemocracia europea. Pero también, estos objetivos compartidos, eran coyunturales y ocultaban la existencia de diferencias, sobre todo, entre los líderes y partidos que pertenecían a los países desarrollados y los que provenían del entonces llamado tercer mundo. En las siguientes páginas se presentará, en primer término, un breve, pero crítico estado de la cuestión. Luego, se caracterizarán las posiciones que, sobre el conflicto militar anglo-argentino, fueron adoptadas por la IS y sus integrantes y también de qué modo la guerra influyó en las relaciones interpartidarias, en las estrategias de la IS y sus miembros y en la política internacional de la época.

Todo eso permitirá observar un mapa muy diferente al que suele presentarse en la literatura, donde los partidos políticos son actores ausentes en los estudios sobre los aspectos trasnacionales en los procesos de democratización en América Latina y donde el lugar de la izquierda en esa historia se reduce a sus versiones extremas o armadas. A la vez, ofrecerá una descripción del mundo de la guerra fría, mucho más fluida y vital, donde también aparecen otros actores con proyectos y estrategias alternativas, más allá de los condicionamientos producidos por el ordenamiento bipolar de la geopolítica de la época[1].

LOS PROCESOS DE DEMOCRATIZACIÓN DE LA TERCERA OLA Y LA HISTORIA RECIENTE DE AMÉRICA LATINA

La guerra por las Malvinas ocurrió en una coyuntura mundial cambiante. Casi quince meses antes había finalizado el mandato del presidente norteamericano Jimmy Carter (1977–1981) caracterizado, aun con contradicciones y cuestionamientos, por una distensión en las relaciones bipolares. Esto permitió mayor protagonismo de otros actores que buscaban, a través de la acción trasnacional, evitar la polarización típica de la guerra fría, privilegiando sus propios proyectos e intereses, por sobre los de las entonces llamadas superpotencias. Poco antes de la asunción del republicano Ronald Reagan (1981–1989), esas condiciones comenzaron a cambiar. La renovada polarización dificultó crecientemente las acciones de quienes habían elegido ocupar posiciones alternativas a las de EUA y la URSS. Pero esto no fue lineal.

El aumento del conflicto geopolítico también coincidió con una gran cantidad de cambios de regímenes, de unos autoritarios a otros democráticos, y eso, permitió abrir nuevas oportunidades para que los actores trasnacionales pretendieran continuar su actividad, más allá de los límites que imponía esta segunda guerra fría. Con la apertura de las transiciones de Europa del sur en 1974, comenzó un proceso de instauración de regímenes democráticos en países de Europa, América Latina, África y Asia (Whitehead 2004). La magnitud de los hechos (que Huntington [1994] graficó como la “tercera ola”) también tuvo su correlato en el mundo académico. La Sociología y las Relaciones Internacionales se ocuparon profusamente del tema (Ackerman 2006) pero, posiblemente, haya sido desde la ciencia política donde se originaron algunos de los aportes más sugerentes, convirtiéndose, incluso, en subáreas de la disciplina, como la transitología y la consolidología (Schmitter y Karl 1994). La gran mayoría de estos trabajos pusieron énfasis en las elites nacionales, priorizando sus acuerdos y desacuerdos que, luego, derivaron en los subsiguientes avances o retrocesos en la conformación de gobiernos democráticos. De esta forma, se subestimó la importancia de los aspectos internacionales al mismo tiempo que se los caracterizaba en forma dicotómica (aspectos nacionales– aspectos internacionales)[2].

Al interpelarlos de este modo, no quedaba lugar para observar las interacciones, punto clave para poder revitalizar el conocimiento sobre lo ocurrido. Sólo después de la caída del muro de Berlín comenzaron a revisarse estas ideas.[3]

Pridham (1991) señaló, para las transiciones europeas, que la división de los actores políticos según su nacionalidad podía ser una distinción puramente analítica. Basándose en el concepto de linkage politics, elaborado por Rosenau (1969), advirtió que había existido una activa (y oscura) zona de interacción entre actores de diversas nacionalidades.

Ortuño Anaya (2005) describió detalladamente cómo funcionó esa interacción, develando el papel de los socialistas europeos en la transición española. Sin embargo, estos impulsos no alcanzaron para arrojar luz sobre lo ocurrido en América Latina. Un avance en esta discusión se produjo al aplicarse la idea de política transnacional para describir de manera menos forzada a los procesos de influencia externa sobre los actores domésticos. De este modo, se hacía referencia a las interacciones en el plano internacional donde, al menos uno de los participantes, era de carácter no estatal (Keohane y Nye 1971). La aplicación sistemática de este concepto dio lugar a una prolífica literatura (p. ej. Tarrow 2005; Tallberg y Jönsson 2010) que, esta vez, sí comenzó a extenderse sobre el caso latinoamericano (Farer 1996; Keck y Sikking 1998, 2000; Markarian 2006; Legler, Lean y Boniface 2007).

Se reconocía así que los procesos de democratización habían tenido un marcado carácter global y que, en muchos casos, los actores trasnacionales habían sido importantes en su desarrollo. Sin embargo, estos enfoques no alcanzaron a integrar a los partidos políticos y las redes que ellos conformaron, apuntando generalmente a organizaciones dedicadas a los derechos humanos, mujeres, pueblos indígenas o medio ambiente.

En la última década, mermó considerablemente el interés de las disciplinas antes mencionadas por los procesos de transición de la tercera ola, atraídos por otras agendas de investigación y nuevos problemas abiertos en la cambiante coyuntura latinoamericana. Sin embargo, paralelamente, también se observó una creciente producción desde la historia, anteriormente ausente, y particularmente enmarcada en un novedoso campo disciplinar (auto)denominado historia reciente (Franco y Levin 2007; Mira Delli-Zotti 2010; López, Figueroa y Rajland 2010; Bohoslavsky et al. 2011).

Esta producción —numerosa, ecléctica y de calidad dispar— no continuó en diálogo con la literatura anteriormente producida y que había puesto el eje en la política mirada desde el prisma de la democracia, por lo cual estaba centrada principalmente en las consecuencias de los cambios de régimen político (Lesgart 2002). La historia reciente se postuló a sí misma como un corte radical frente a estas tradiciones académicas (Oberti y Pittaluga 2004–2005) basándose —a veces exageradamente— en la memoria de los protagonistas y poniendo el acento en los problemas vinculados a los hechos traumáticos que caracterizaron al período, como genocidios, dictaduras, crisis sociales, violencia política, el terrorismo de Estado y las diferentes formas de resistencias que encontró en la sociedad (Franco y Levín 2007).

Así, se reforzó el interés en el rol jugado por los organismos de derechos humanos, el sindicalismo, los grupos armados, sus intelectuales y los estudios biográficos de quienes fueron víctimas de la represión estatal. Por ello mismo, también se redujo el universo de la izquierda a aquella que mantuvo posturas radicales y antisistema, en detrimento de otros proyectos de izquierda democrática que, como los socialdemócratas, fueron obviados de la literatura especializada (Pedrosa 2012).

Sin embargo, en este pretendido corte teórico y discursivo, los trabajos enmarcados en la historia reciente —sobre todo los que abordan los países del Cono Sur— también mantuvieron características de la literatura precedente y de la que explícitamente buscaban diferenciarse. Esto se observó tanto en una visión nacional de los procesos históricos, como la inicialmente propuesta por la ciencia política, como en dejar de lado a los partidos políticos y sus acciones trasnacionales como protagonistas de los hechos.

Por ello, profundizar en el estudio sobre las interacciones trasnacionales de las redes partidarias puede aportar a una lectura más completa de los procesos de democratización, como también a los debates actuales sobre la izquierda en la región, ampliando su universo de actores, tradiciones programáticas y la historia de sus heterogéneas estrategias y alianzas. La actividad de los partidos socialdemócratas europeos y de la Internacional Socialista en particular, fue muy importante en los procesos de democratización de la tercera ola en América Latina. Sin embargo, es sólo recientemente que estudios académicos han comenzado a dar cuenta de ello (Camacho Padilla 2007; Muñoz Sánchez 2012; Pedrosa 2012). En ese marco, ampliar los enfoques sobre la guerra de las Malvinas —tradicionalmente reducidos a sus aspectos bélicos— puede mostrar, tanto el amplio marco de relaciones y actividades políticas trasnacionales de los partidos, como también las dificultades que debió enfrentar el proyecto de expansión de la IS para consolidar un espacio de izquierda democrática a nivel mundial. Se vio allí, que las diferentes tradiciones ideológicas e intereses nacionales de los partidos eran una barrera más difícil de superar que lo inicialmente previsto por sus líderes.

LA GUERRA DE LAS MALVINAS

El 2 de abril de 1982 militares argentinos desembarcaron en la mayor de las islas del archipiélago expulsando a las autoridades británicas y enviándolas a Uruguay. Un día después, Inglaterra rompía relaciones diplomáticas y resolvía el envío de tropas en respuesta a la ocupación. Rápidamente, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la resolución 502, que exigía el retiro argentino de las islas y el inicio inmediato de negociaciones. Esta resolución, considerada una derrota diplomática argentina, estuvo en medio de todas las discusiones y negociaciones con el fi n de evitar y, luego detener, la guerra.

LA INTERNACIONAL SOCIALISTA Y LA GUERRA DE MALVINAS

Una semana después, el secretario de estado norteamericano Alexander Haig llegaba a Londres para comenzar una mediación aceptada por ambas partes. Sin embargo, esta implicación de los Estados Unidos sería infructuosa por la intransigencia de los contendientes, estimulada, además, por las públicas disputas dentro del gobierno norteamericano sobre el papel que debían cumplir en el conflicto (Pérez de Cuellar 1997).

El 30 de abril de 1982 la mediación de Haig fue oficialmente finalizada y Reagan formalizó el apoyo norteamericano para Inglaterra. Luego de otras propuestas de mediación (también fallidas) a cargo de Fernando Belaunde Terry, entonces presidente de Perú, y del secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuellar, el conflicto se encaminó hacia una resolución exclusivamente militar.

El 14 de junio de 1982 finalizaba la guerra con la recuperación de las islas por las tropas inglesas. Esto consolidó el poder político de la entonces primera ministra, Margaret Thatcher, ya que la guerra impactó decisivamente en el proceso electoral de 1983, cambiando radicalmente la inicial situación de debilidad del gobernante Partido Conservador (Clarke, Mishler y Whiteley 1990). Del lado argentino, la derrota provocó la caída de la Junta militar y la apertura de una transición que devolvería al país al sistema democrático en 1983.

LA INTERNACIONAL SOCIALISTA EN EL MARCO DE LA GUERRA FRÍA

La IS es una organización que agrupa a los partidos socialdemócratas y afines. Fue fundada en el año 1951 por los principales partidos europeos adoptando de ellos su tradición programática y organizativa. Luego de décadas de auge, para 1973, la situación política de los partidos socialdemócratas europeos distaba de ser sencilla. Las dificultades económicas para sostener los estados de bienestar —sobre todo, a partir de la llamada crisis del petróleo— y las sucesivas derrotas electorales que esta situación originaba, abrieron fuertes debates sobre cómo hacer frente a una coyuntura que ponía en discusión las ideas históricas de los socialdemócratas (Merkel 1994).
En 1976, Willy Brandt asumió la presidencia de la IS[4]. El alemán buscaba proyectar su liderazgo internacionalmente, pero, también, era consciente de la necesidad de construir un espacio de colaboración entre los partidos socialistas democráticos y afines de todo el mundo como un modo de intervenir con mayor peso en la geopolítica de la época. Se iniciaba así una renovación en las estrategias de la organización socialdemócrata que, para 1982, había logrado conformarse en una poderosa red donde interactuaban organizaciones y dirigentes de distinta procedencia geográfica e ideológica[5].

Para los europeos, en medio de una crisis que se adivinaba global, la acción trasnacional junto a actores del tercer mundo resultaba una de las salidas posibles para la crisis política (Evers 1993).

Esto permitía, sobre todo a los oficialistas, eludir las presiones del enfrentamiento bipolar para adherir a alguno de los ejes en disputa. Buscaban así, mantener algún tipo de independencia geopolítica acorde con el histórico discurso socialdemócrata. Al mismo tiempo, ayudaba a mejorar la relación con los países productores de materias primas —sobre todo de petróleo— allí donde partidos afines eran gobierno, como en Venezuela y México.

Además, la acción trasnacional socialdemócrata en coyunturas como las de Nicaragua, El Salvador y Chile, producía un importante rédito en la opinión pública de los países europeos, muy movilizada por esos temas y donde los partidos socialistas tradicionales se veían amenazados electoralmente por las novedosas opciones verdes, eurocomunistas y liberales. La IS resultó una herramienta clave en la lucha por preservar ese electorado. Para concretar los objetivos de expansión, hizo falta primero aumentar la base de sustentación política de la IS.

Para ello hubo que apelar a una mayor flexibilidad en los requisitos para incorporar miembros y aliados. Esto se logró, sobre todo, mediante la elaboración de nuevas bases programáticas que reemplazaron los postulados clásicos de la socialdemocracia, sostenidos en discursos celebratorios sobre los estados de bienestar y la defensa de la democracia y que poca adhesión habían generado en realidades diferentes a las europeas (Brandt, Kreisky y Palme 1974).

Un elemento de suma importancia en este cambio fue el llamado “Informe Brandt” que puede considerarse la base sobre la que se construyó la nueva programática socialdemócrata a partir de proponer una nueva dinámica norte/sur, versus la este/oeste predominante desde el fin de la segunda guerra mundial. Así, las problemáticas de la desigualdad y la pobreza, producto del desequilibrio entre las naciones más poderosas y las subdesarrolladas, reemplazarían a los conflictos políticos militares fruto de la lógica bipolar.

Este cambio no era menor ya que convertía a los países en vías de desarrollo en protagonistas de la geopolítica con sus propias necesidades y no como escenarios de un conflicto ajeno. Si bien la comisión que lo elaboró no pertenecía a la IS, tuvo una gran influencia en su renovación ideológica e impactó significativamente en el pensamiento de la izquierda no marxista, particularmente, en los países del llamado tercer mundo, donde se convirtió en un nuevo paradigma programático[6].

Por aquellos años, la actividad trasnacional estaba a la hora del día. El Movimiento de países no alineados representó un espacio importante de acción política y con mucha influencia en los organismos internacionales. Incluso, dentro del Congreso estadounidense funcionaba el subcomité de Organizaciones Internacionales, dirigido por el demócrata Donald Fraser, que organizó diversas reuniones con las tres internacionales (las IS, la demócrata cristiana y la liberal) por temas relacionados con los derechos humanos en América Latina.

Pero no sólo partidos políticos participaban de esta red socialdemócrata. Distintas organizaciones se vinculaban con ella y le aportaban recursos e interlocución. Esta combinación de recursos incluía el acceso a gobiernos, sindicatos, fundaciones (principalmente a la Friedrich Ebert), organismos y líderes internacionales.

La IS lograba así, actuar fluidamente en el escenario internacional, utilizando la representación que más le conviniese en cada caso. Así, con discursos, intereses y objetivos comunes, se desarrolló una red de organizaciones y dirigentes políticos que, por diferentes motivos, visualizaron a la IS como un espacio que les permitía maximizar su propio capital político (Pedrosa 2012), situación que no parecía tan sencilla en sus organizaciones o en sus países de origen.

Esto ocurría porque los partidos que representaban se encontraban fuera del poder, porque no había democracia en sus países, porque ya habían cumplido sus ciclos biológicos o políticos o porque carecían de otros espacios donde desarrollar su militancia. Había en esta red una importante heterogeneidad la cual se convirtió en una virtud, conducida —y atemperada— por el liderazgo de Brandt. Convivían allí partidos que tradicionalmente se identificaban con sus pares europeos, como Acción Democrática (AD) de Venezuela, el Partido Liberación Nacional (PLN) de Costa Rica, con organizaciones que públicamente no comulgaban con los socialdemócratas (como los liberales colombianos, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de Nicaragua o los revolucionarios granadinos). Todos ellos se sumaron a la IS en busca de recursos y para maximizar su poder, tanto a nivel nacional, como en el escenario internacional.

Algunos, también como una forma más de protección frente a las amenazas que provenían de los Estados Unidos (Heine 1990). Sin embargo, esta comunión comenzó a resquebrajarse con la apertura de la década de los ochenta. La creciente hostilidad del entorno geopolítico, sumado al aumento de los desacuerdos internos, representó un obstáculo que las estrategias de Brandt no habían previsto y que la IS no podría enfrentar sin poner en riesgo la unidad interna trabajosamente elaborada desde 1976.

LA INTERNACIONAL SOCIALISTA Y LAS MALVINAS: ANTECEDENTES Y PRIMEROS PROBLEMAS

La disputa entre Argentina e Inglaterra no era nueva para la IS. En 1977 se reunió en Madrid el bureau de la IS, instancia ejecutiva donde cada partido miembro estaba representado y poseía un voto. Allí, el secretario general del Partido Socialista Popular (PSP) argentino, Víctor García Costa, incorporó en la agenda el tema de las Malvinas (que no había sido debatido en la reunión anterior, a pesar de estar previsto). Sin embargo, tampoco en esa ocasión se trataría, aunque la representación argentina consiguió que la cuestión fuera incorporada en la agenda de la siguiente reunión. Para esto, resultó importante que José F. Peña Gómez, líder dominicano con predicamento en la IS, apoyara enfáticamente la posición argentina.

En esa misma ocasión, la delegación del Partido Laborista Británico (PLB) solicitó una reunión con los socialistas argentinos en la que participaron Ian Mikardo (diputado y secretario internacional del PLB), García Costa y Carlos Parra (del Partido Radical de Chile) como intérprete.

En la reunión, el laborista manifestó su sorpresa porque los argentinos se preocuparan más de las Malvinas que por los derechos humanos en el país. Desde el PSP se le contestó crípticamente que “el problema de la soberanía no admite consideraciones excluyentes”[7].7

Aunque no llegaron a ningún consenso, Mikardo autorizó a que se afirmara que la posición del PLB no era igual a la del gobierno laborista y solicitó a los argentinos que presentaran un documento para buscar un consenso para evitar “una discusión en la que no les era fácil entrar”[8]. El PSP aceptó y pronto envió un documento titulado “La IS solicita al PLB su atención al más urgente reconocimiento de la soberanía argentina en las Islas Malvinas y su inmediata restitución”. Viendo solamente el título quedaba claro que no dejaba margen para un acuerdo y el PLB ni se tomó el trabajo de responderlo.

Este frustrado intercambio fue una muestra de las diferentes concepciones que mantenían ambos partidos pero que también incluía a los restantes integrantes de los colectivos europeos y latinoamericanos. Para los activistas políticos del norte, la limitación de la soberanía nacional era vista positivamente, sobre todo, si estaba vinculada a la defensa de los derechos humanos. Al contrario, los reclamos sostenidos en discursos nacionalistas eran considerados autoritarios y elitistas (Keck y Sikking 1998). En cambio, para los del sur, las doctrinas vinculadas con la soberanía —relacionada con la estatalidad a nivel nacional— y la no intervención extranjera, formaban parte clave de su repertorio ideológico y programático. En momentos de expansión de la IS, estas notables diferencias pasaron desapercibidas, pero, al cambiar las condiciones del entorno, saldrían a la luz rápidamente. Finalmente, la siguiente reunión del bureau de la IS, realizada en Roma, debatió el tema adoptando una posición equidistante y fundada en la resolución 2065 de la ONU de 1965, que abogaba por una salida negociada del conflicto.

Sin embargo, también se consideró que el gobierno argentino no podía ejercer esa soberanía ya que, según la Constitución Argentina, era potestad del Congreso nacional, entonces disuelto por la dictadura militar. De todos modos, la disputa por las islas era una confrontación menor para los intereses de la IS, más involucrada en los puntos calientes de la guerra fría como Centroamérica, Polonia o Sudáfrica. A esto se sumaba que, entrada la década de 1980, la situación de los partidos miembros en Argentina e Inglaterra era muy compleja. No sólo carecían de una posición trascendente dentro de la IS, además estaban divididos y con escasas posibilidades de llegar al gobierno de sus respectivos países. El PSP estaba suspendido y sería pronto expulsado de la IS por una impugnación encabezada por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) vinculada con la división del partido y los intentos de otros sectores por quitarle a García Costa la representación ante la IS.

El PLB, a su vez, se encontraba dividido por la creación del Partido Socialdemócrata, en el que revistaban algunos de sus líderes históricos del ala moderada. Los dirigentes más izquierdistas quedaron a cargo del debilitado partido que debió mantener un frágil equilibrio ante la guerra y, aun así, sufrir un serio retroceso electoral en 1983 (Freeman 1984).

A pesar de contar con más tradición en la IS, el PLB no integró el conglomerado de fuerzas que llevó a Brandt a la presidencia y mantenía una relación tensa con su conducción, especialmente con el secretario general, Bernt Carlsson.

Al iniciarse la guerra en 1982, la IS se encontraba con su rama latino americana en plena ebullición por las disidencias creadas por el rumbo de los conflictos centro americanos.

La situación era particularmente tensa con AD y el PLN que acusaban al FSLN y al salvadoreño Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) de propugnar el modelo cubano. Por esto, exigían una mayor dureza de parte de sus socios europeos, posición que tuvo el respaldo de Felipe González desde el mismo momento en que fue planteada, pero que no era apoyada por los restantes partidos, sobre todo, por suecos y alemanes.

La AD y el PLN se encontraban, además, presionados por procesos electorales en ciernes. Por ello, eran acusados por sus contrincantes y sectores de la prensa, por apoyar la expansión comunista en Centroamérica debido a su alianza con la IS (Mujal León 1989).

La guerra de las Malvinas les abrió una oportuna ocasión para diferenciarse, poniendo el conflicto entre los partidos en el centro de la escena y a la IS en medio de la tormenta.

LA IS Y LA GUERRA: ¿LATINOAMERICANOS VS. EUROPEOS?

Frente al desembarco de las tropas argentinas, la primera declaración del PLB dirigida al escenario internacional no dejaba dudas sobre la caracterización política que realizaba. Se basaba en cuestionar el carácter antidemocrático del gobierno argentino y de la acción llevada a cabo por éste. También reclamaban el derecho a la autodeterminación de los isleños y la necesidad de protegerlos:

“El PLB condena sin reservas las acciones del gobierno fascista de los militares argentinos en la toma por la fuerza de las Falklands [. . .] acoge con beneplácito la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU pidiendo la retirada de la Argentina de la Islas Malvinas”[9].

La estrategia del PLB fue aferrarse a la postura de la ONU, reclamando a Thatcher obedecer la resolución 502 y aceptar un cese el fuego y a la Argentina abandonar las islas inmediatamente[10]. Los laboristas buscaban una posición intermedia que los despegara del conflicto evitando, al mismo tiempo, enfrentarse al gobierno de su país en una coyuntura tan delicada. Sin embargo, internamente estaban divididos acerca de la dureza que debían mostrar frente a Thatcher. La mayoría, liderada por Michael Foot, intentó ganar tiempo, pero sin un plan alternativo por lo cual, finalmente, terminaron arrastrados por el oficialismo.
Un pequeño grupo, liderado por Tony Benn, del sector más izquierdista del partido, mantuvo su oposición en el Parlamento, exigiendo la cesión temporaria de las islas a la ONU e intensificar las sanciones económicas contra la Argentina, si mantenían su actitud beligerante.

En la Argentina los partidos eran activos y unánimes en el respaldo a la acción del gobierno militar. Los socialistas no estuvieron al margen de eso y también movieron sus fichas en el tablero socialdemócrata.

En un cable dirigido a la IS y al PLB, el PSP advertía que tomar partido por el gobierno inglés sería traicionar los principios fundantes de la IS y legitimar un ataque contra América Latina en su conjunto. Los socialistas dejaban claro que no alcanzaba con los esfuerzos pacifistas, también debían contener un reconocimiento expreso de la soberanía argentina[11].

Frente al inicio de las hostilidades, la IS trató de no tomar posiciones drásticas, más allá de apelar a un cese del fuego y al respeto por la ONU. Sin embargo, las cosas tampoco serían fáciles para ellos. Sin consultarlo con las autoridades de la IS, apareció un comunicado del Comité para América Latina y el Caribe de la Internacional Socialista (CALCIS) que puso al conflicto por las Malvinas en el centro de la agenda socialdemócrata.

EL CALCIS era un organismo interno de la IS que agrupaba a los partidos de la región y a sus principales dirigentes y era conducido por el líder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) Peña Gómez, el mismo que en 1976 había sido explícito en su apoyo al reclamo argentino[12].

El documento se adhería a la intervención de la ONU, pero señalaba que Inglaterra había sido la iniciadora del conflicto y afirmaba tajantemente que las Malvinas eran argentinas.

También se asimilaba el interés argentino al de toda Latinoamérica, al mismo tiempo que se obviaban las características no democráticas de su gobierno[13]. El comunicado había sido producto del consenso de los principales líderes latinoamericanos y debía también leerse como una reacción ante la decisión de la Comunidad Económica Europea de aplicar sanciones económicas a la Argentina con el apoyo de los gobiernos socialdemócratas[14].

La declaración del CALCIS llevaba el nombre de la “Internacional Socialista” lo cual le daba una mayor repercusión política y mediática y obligaba a las autoridades de la IS a incorporar forzadamente el tema en la agenda de la organización. Además, fue profusamente distribuida entre los partidos y organizaciones afines por el mismo secretario general, Bernt Carlsson, quien mantenía un viejo encono con el laborismo. Ron Hayward (secretario general del PLB) presentó diversos reclamos a Carlsson mientras que la dirigente laborista Gwyneth Dunwoody, cuestionó en severos términos las posiciones adoptadas por los partidos latinoamericanos, amenazando con retirar al PLB de la IS. Carlsson envió una carta a Hayward desestimando las distintas presiones.

Con referencia a nuestra conversación le escribo para confirmar que la declaración de 27 de abril de 1982 emitida por el CALCIS fue enviada a los partidos miembros en forma de un comunicado de prensa. En cuanto a las alegaciones formuladas por la Sra. Gwyneth Dunwoody en su llamada telefónica de hoy a nuestro Secretariado [afirmando] que los partidos miembros de la IS en América Latina son de carácter fascista y su amenaza de que el PLB va a abandonar la IS prefiero considerar estos comentarios solo como puntos de vista privados[15].

Frente al comunicado, el National Executive Committee (NEC) del PLB emitió una declaración diplomática pero contundente. Comenzaba manifestando que compartía la preocupación del CALCIS, sin embargo, acto seguido, se dedicaba a demoler cada una de sus argumentaciones.

El NEC ha puesto de relieve en su declaración [. . .] que no mantiene ninguna pelea con el pueblo argentino que es víctima de una cruel y sangrienta dictadura cuyo historial en materia de derechos humanos es una vergüenza para el continente americano y el resto del mundo libre [. . .] El NEC no comparte la opinión del CALCIS de que la “actividad de guerra” fue iniciada por la flota británica [. . .] y llama la atención del CALCIS [. . .] que el primer acto de la guerra tuvo lugar cuando la Junta militar Argentina, cuyas políticas han sido a menudo condenadas por la IS, envió fuerzas para invadir las islas y subyugar la población local[16].

Para rebatir la posición del CALCIS, los laboristas reiteraban el carácter antidemocrático del gobierno militar argentino señalando, además, que el excesivo nacionalismo era contrario a las históricas ideas socialistas[17].

Al convertir esta premisa en el eje central de las argumentaciones, se ponían de manifiesto las diferentes concepciones que mantenían acerca de la soberanía nacional, el Estado y la incomprensión derivada de las distintas tradiciones organizativas e históricas de las que provenían. La posición de los europeos había sido favorable a Inglaterra, aunque no unánimemente. El panorama era más variopinto de lo que los propios latinoamericanos parecían reconocer. Los argentinos también sumaban apoyos: Irlanda por las tradicionales diferencias con Inglaterra y España e Italia (ambiguamente), por la relación histórica que mantenían con la Argentina.

En el caso español, además, estaba presente la situación de Gibraltar, por lo cual el apoyo a la posición argentina provino de todo el arco político: tanto del oficialismo de centroderecha, como del PSOE y el Partido Comunista español (PCE). El apoyo europeo a la Argentina, incluso, se observó en la izquierda más radical británica[18] y de parte de organizaciones sindicales internacionales[19].

La rama juvenil de la IS también emitió un comunicado favorable a la posición argentina, aunque con fuertes críticas a su gobierno y salvando a la vez la posición laborista[20].

En ese marco, el partido socialdemócrata alemán —cuyo secretario general era el mismo Willy Brandt— trataba de realizar un difícil equilibrio. Debía mantener activa y unida a la IS pero sin confrontarse con el canciller socialista Helmut Schmidt, de pública vocación atlantista y que había apoyado las sanciones económicas contra la Argentina.

Dentro del SPD (por sus siglas de Sozialdemokratische Partei Deutschl ands) las aventuras tercermundistas de Brandt tampoco eran demasiado populares, aunque muy pocos cuestionaban su ascendiente en la organización. En tanto, el presidente socialista francés, Françoise Mitterrand, apoyó firmemente al gobierno inglés tanto en la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), en el Consejo de Seguridad de la ONU como en las sanciones de la Comunidad Económica Europea. Mitterrand mantenía una compleja relación personal con Brandt[21], y como también ocurrió con los laboristas ingleses, había quedado al margen de la reorganización de la IS a partir de 1976. Por ello, aprovechaba toda ocasión para diferenciarse de la conducción de la organización socialdemócrata[22].

Como lamentaba el comunicado del PLB, los apoyos a la posición argentina provenían de todo el arco político latinoamericano, incluso, de aquellos que mayor rechazo mantenían frente al gobierno militar, pero que aprovechaban la situación para ajustar cuentas con los Estados Unidos con vistas a sus propias realidades. Este podía ser el caso del gobierno cubano, de integrantes del movimiento de países no alineados, de los granadinos o los sandinistas. Pero tampoco era unánime.

Los partidos del Caribe anglófono, de histórica influencia inglesa, apoyaron sin fisuras a este país, a pesar de que algunos, como el oficialista People’s National Party de Jamaica, mantenían un fuerte enfrentamiento con el gobierno norteamericano y el Fondo Monetario Internacional.

Además del CALCIS, otras organizaciones trasnacionales integradas por partidos latinoamericanos dieron su apoyo a la Argentina, por ejemplo, la Confederación de Partidos Políticos Populares de América Latina (COPPPAL) y gran parte de la Organización Demócrata Cristiana de América.

La COPPPAL estaba integrada por partidos de diversas tendencias ideológicas, pero los afiliados a la IS tenían allí una fuerte influencia y, además, mayor flexibilidad que en la internacional socialdemócrata. Había sido creada en 1979 a instancias del Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano —que la presidía— como una forma de aumentar su presencia en Centroamérica (una zona que el gobierno mexicano consideraba bajo su área de influencia) y que estaba convirtiéndose en un espacio donde accionaban numerosos actores con pretensiones geopolíticas, incluida la IS, con quien el PRI mantenía relaciones ambiguas (Pedrosa 2012).

El comunicado de la COPPPAL criticaba duramente las posiciones de norteamericanos e ingleses y sólo al final introducía un reclamo que podía inferirse como un pedido de democratización al gobierno argentino.

El documento mostraba una extraña unanimidad para las organizaciones partidarias de la región, generalmente divididas por los avatares de la guerra fría[23]. La percepción de que América Latina se encontraba sola frente los países desarrollados se había propagado entre los partidos del continente, y esto influyó, incluso, entre quienes no estaban relacionados con la socialdemocracia[24]. Pero, sobre todo, la experiencia vivida en esta coyuntura afectó posteriormente las estrategias que los políticos latinoamericanos adoptarían para resolver conflictos dentro de sus áreas de influencia.

“Contadora, más que una decisión para mediar en un conflicto centroamericano, surge después de la guerra de las Malvinas para tratar de buscar por nosotros mismos solución a nuestras diferencias y problemas”[25].

Ante la ausencia de un líder o partido argentino, Carlos A. Pérez lideró las acciones del bloque latinoamericano y eso se reflejó notoriamente en la prensa argentina y sudamericana. Pérez se encontraba consolidando su liderazgo internacional, como otra forma de aumentar su poder nacional, discutido por una parte importante de su propio partido. Por ello, también estaba confrontando abiertamente con sus socios europeos por el rumbo de distintos procesos regionales, sobre todo en Nicaragua, El Salvador y la zona del Caribe próxima a Venezuela (Gamus 1990).

Pérez advirtió que la nueva coyuntura cambiaría las reglas de juego en las relaciones entre los países de América Latina, Estados Unidos y Europa y buscó aprovecharla para alimentar su liderazgo regional con vistas a lo que vendría.

La guerra había comenzado en un momento inoportuno para los latinoamericanos. A la coyuntura crítica que abordaba el proyecto norte/sur, se sumaban las insalvables diferencias por Centroamérica, los problemas económicos (ese mismo año se desató la llamada “crisis de la deuda”) y el aumento del aislamiento político que los países del tercer mundo sufrían por la creciente polarización de la guerra fría. La guerra de las Malvinas mostraba crudamente la nueva coyuntura que vivía el mundo y, además, llamaba a la realidad a los latinoamericanos sobre su verdadera influencia en el tablero geopolítico. Por esto, impactó en el proyecto que llevaba adelante la IS.

LA GUERRA DENTRO DE LA ORGANIZACIÓN

La reunión del bureau de la IS, prevista para los días 26 y 27 de mayo de 1982 en la ciudad finlandesa de Helsinki, debía dedicarse a Medio Oriente, América Central y al desarme. A pesar de no estar incluida en la agenda, la guerra por las Malvinas fue tratada a propuesta de Carlos A. Pérez, dominando finalmente el desarrollo del encuentro socialdemócrata.

El discurso del venezolano hizo hincapié en los argumentos del CALCIS y fue apoyado por los delegados latinoamericanos. La respuesta estuvo a cargo del delegado inglés, Alex Kitson, quien además de repudiar el uso de la fuerza y condenar a la dictadura argentina, resaltó la tradición anticolonial de Gran Bretaña en África e India. Finalmente propuso tomar en consideración el derecho de autodeterminación de los isleños. Pero fue la intervención del delegado francés Lionel Jospin la que generó la reacción de los latinoamericanos y derivó en un tumultuoso pedido de cuarto intermedio (y en una carta de los socialistas argentinos con duras críticas a la posición francesa[26]).

Según los medios de comunicación, la discusión fue postergada para el día siguiente a solicitud de la delegación británica[27], sin embargo, el clima de división fue tal que el mismo Brandt debió suspender la reunión, encargando a una delegada del PSOE la búsqueda de una solución de compromiso.

Fue uno de los Consejos más duros a los que he asistido y donde el quiebre fue brutal entre Europa y América Latina [. . .] se veía desde el lado europeo que aquello era una dictadura [. . .] y, naturalmente, los latinoamericanos solamente veían la soberanía de las Malvinas por la Argentina. [. . .] me acuerdo que Lionel Jospin fue durísimo con los latinoamericanos, ¡durísimo! Imagínate como estaría que Brandt pidió, “por favor, paremos 15 minutos” [. . .] Entonces (Brandt) me dice “¿Eres capaz de redactar un comunicado que dé satisfacción a las dos partes?” Yo le digo “va a ser un comunicado absolutamente aguado, pero, bueno, lo intentaré”. Así redacté en 15 o 20 minutos un comunicado y eso fue lo que salvó la quiebra en ese momento[28].

Finalmente, un grupo redactor, coordinado por el noruego Thorvarld Stoltenberg, plasmó en una resolución algunos puntos muy generales que incluyeron el rechazo al uso de la fuerza (sin aclarar qué parte la utilizó inicialmente) y apoyar la mediación del secretario general de la ONU. Siguiendo con la forma habitual de resolver los conflictos en la IS, se creó una comisión para evitar que las repercusiones del conflicto golpearan a la organización entera.

La comisión Falklands/Malvinas de la IS —coordinada por el laborismo noruego— se conformó con el fin de supervisar el desarrollo del conflicto y mantener informado al bureau. Estaba integraba por ocho miembros (tres de partidos latinoamericanos, tres europeos más uno del laborismo y un representante argentino a confirmar posteriormente)[29].

La primera reunión fue convocada en París para el 21 de junio de 1982. Sin embargo, la guerra iba más rápido que la comisión y, según las previsiones, todo acabaría antes de que la comisión se lograra reunir siquiera una vez. Entonces, dado el alto nivel de conflicto interno y los reclamos latinoamericanos, se forzó un adelanto, convocando a una reunión previa a la fijada oficialmente. Sin embargo, este apresurado encuentro no se realizó en Helsinki (donde se encontraban presentes todos los delegados de la IS por la reunión del bureau)[30].

Poco después del encuentro en Finlandia, se envió un cable a los miembros de la comisión anunciándoles la realización de una reunión de la comisión en Portugal. El encuentro se organizó de manera caótica y por ello contó sólo con la presencia de los miembros que pudieron viajar de apuro (y la crítica de quienes no pudieron hacerlo)[31].

Dadas las ausencias, la comisión se abstuvo de iniciar discusiones de fondo y se limitó a intercambiar puntos de vista sobre el futuro programa de trabajo. Según los presentes, la comisión debía incluir debates sobre el desarrollo del conflicto, pero concentrarse, sobre todo, en evitar que pudiera perjudicar aún más el futuro de las relaciones entre los partidos miembro de la IS. También se mantuvieron conversaciones informales sobre la representación argentina en la comisión, ya que la IS no tenía partido miembro luego de la expulsión del PSP. Se acordó que el representante argentino debía ser aceptado por todas las fracciones de los partidos socialistas y grupos afines del país y, mientras tanto, informar a todos ellos de las resoluciones adoptadas[32].

Iniciado el mes de junio de 1982, la posición militar argentina era insostenible. Sólo restaba saber cuándo sería el golpe final de las tropas inglesas. La discusión, entonces, era si tenía sentido o no continuar con la comisión y sus actividades. El secretario general de la IS describía la situación en forma significativa, mostrando el problema estructural que vivía la organización y su relación con la guerra. “El momento de la verdad ha llegado para la IS. El confl icto [. . .] ha abierto una brecha entre la mayoría de los partidos de Europa y América Latina [. . .] La Comisión que hemos creado para la crisis de las Malvinas, probablemente no va a hacer mucho para resolver el conflicto. Lo que si podemos hacer es, al menos, evitar que el conflicto se extienda a toda la IS”[33].

Finalmente, el 23 de junio se realizó la primera reunión de la comisión Falklands/Malvinas en Paris[34]. Pero a esa altura, la guerra ya había finalizado. Como era de esperar, los pocos acuerdos que se lograron fueron en base a la repetición de lugares comunes. El texto acordado, además, ya incluía abiertamente referencias a la situación política de la Argentina y al proceso de apertura democrática. Los partidos latinoamericanos comenzaron a hacer hincapié en este tema dejando así de lado las reivindicaciones soberanistas que habían caracterizado la etapa anterior a la rendición de las tropas argentinas[35].

Paradójicamente, los delegados de los países beligerantes jugaban un rol menor en el debate, lo que reflejaba su escaso ascendiente dentro del mapa de poder de la organización.

La delegación del PSP aprovechó la reunión para intentar replantear su situación política luego de la expulsión, mientras que el PLB envió una representación de segunda línea, que mostraba el poco interés que poseían en continuar debatiendo el tema. Uno de los pocos acuerdos alcanzados fue realizar una nueva reunión en la ciudad de Caracas los días 20 y 21 de julio de 1982.

Reunir nuevamente a la comisión parecía no tener sentido, sin embargo, los representantes latinoamericanos eran los más interesados en continuar con sus actividades. Así, buscaban recuperar una influencia dentro de la IS que, como consecuencia de la guerra, había mostrado su real magnitud. La guerra había terminado en las islas, pero, para la IS, continuaba por las consecuencias políticas que había generado en su interior.

Limitar los daños, ese era el verdadero objetivo de la comisión y ello explica que siguiera reuniéndose aun cuando la guerra ya era historia. Con este único objetivo la comisión volvió a reunirse en Caracas. Sin embargo, lo hizo sin el PLB, cuyos dirigentes argumentaron no poseer el dinero para realizar el viaje. Esto fue aprovechado para cerrar un acuerdo sin su presencia y mejorar las relaciones de la IS con los partidos latinoamericanos[36].

Al contrario, la delegación argentina fue numerosa e incluyó representantes de los principales partidos del país, como la Unión Cívica Radical y del peronismo. Los enviados latinoamericanos acordaron con el SPD, algunos de los partidos nórdicos y Carlsson, la elaboración de un comunicado final más favorable a la posición de los latinoamericanos.

En él se pedía la reactivación de las negociaciones y que las Malvinas fueran administradas por la ONU, lo cual implicaba desconocer la presencia inglesa en las islas.

El punto final de la declaración era la clave del acuerdo. En él se solicitaba a las autoridades de la IS aprobaran el documento en forma inusualmente rápida, sin esperar a la reunión del bureau y sin debatir con los restantes partidos miembros de la IS[37]. Este documento, votado por la unanimidad de los presentes, fue un intento de los latinoamericanos de mostrar un triunfo político que no habían logrado en ningún otro ámbito. Al mismo tiempo, mostraba la intención de las autoridades de la IS de otorgar algún tipo de reparación política pública a sus socios de América Latina. Un detalle significativo del documento final es que avanzaba en la cuestión de la democratización argentina, lo que hasta el momento había sido una posición sustentada solamente desde los partidos europeos.

El fin del conflicto y el triunfo inglés ya no daban margen para seguir insistiendo con el cese al fuego o los reclamos soberanistas argentinos.

Luego de la guerra y la renuncia del presidente argentino, Leopoldo Galtieri, los dirigentes latinoamericanos cambiaron el eje del reclamo relacionando la resolución final del conflicto con la inmediata apertura democrática del país. Advertían a la junta militar que no había razones para posponer las elecciones y llamaban a realizar una campaña internacional para presionar en este sentido.

El PLB rechazó el documento y la intención de aprobarlo sin pasar por las instancias colectivas de la IS, donde confiaban en su influencia para bloquear lo decidido por la comisión. En solitario, emitieron una declaración reiterando las críticas a la Junta militar argentina y al uso de la fuerza para resolver los problemas entre Estados. Advertían que esto no se explicitaba en el comunicado y que no era realista convocar a negociaciones cuando las heridas no habían cerrado y el futuro político de la Argentina aún era confuso. Solicitaban, finalmente, que sus puntos de vista fueran incluidos en la declaración final de la Comisión Falklands/Malvinas de la IS[38].

El secretario general de la IS negó el pedido y propuso adjuntar dicha declaración como un despacho de minoría en conjunto con el comunicado oficial[39]. Esto fue rechazado por el PLB que deseaba incorporar sus propios argumentos en la declaración final, para lo que solicitaron un nuevo encuentro de la comisión[40].

Aunque tardíamente, los laboristas tomaron conciencia de que el comunicado final era una derrota política y que así sería expuesta ante la comunidad de partidos socialdemócratas, y hasta en su propio país, donde se abría un complejo proceso electoral en el que debían competir con los conservadores, pero también con sus ex compañeros del Partido Socialdemócrata.

Carlsson respondió que el reclamo era imposible de aceptar y, como posible solución (consensuada con Brandt), sugirió convocar una nueva reunión a principios del año 1983, para ver si entonces las posiciones de ambos bandos podían flexibilizarse[41]. Esto finalmente no ocurrió, en parte porque el conflicto ya era cosa del pasado, pero, también, porque Carlos A. Pérez envió un cable que, en forma terminante, se oponía a dicha posibilidad, dando por cerrado el tema dentro de la IS[42].

Dentro y fuera de la IS el capítulo Malvinas ya era historia. Si bien el resultado del proceso bélico no fue el deseado por los partidos latinoamericanos, lograron obtener algún resarcimiento político que se plasmó en el informe final de la Comisión Falklands/Malvinas de la IS. Sin embargo, la relación entre algunos dirigentes de los principales partidos de América Latina y Europa parecía no tener retorno. La creciente e irresistible polarización de la segunda guerra fría, haría el resto.

CONCLUSIONES

De las páginas precedentes, y en contraposición con la literatura dominante sobre la democratización en América Latina y los más novedosos aportes de la historia reciente de los países del Cono Sur, se desprende un mapa de acciones trasnacionales de gran vitalidad y cuyos protagonistas fueron los partidos políticos.

También muestra que el colectivo de partidos reunidos en torno a la Internacional Socialista, poseía un nivel de organización, liderazgos y movilización de recursos, muy superior a los grupos radicales o armados que, aunque con impacto en el nivel nacional, no podían acceder ni influir con regularidad en el sistema internacional.

A pesar de ello, han sido privilegiados por la literatura académica a la hora de protagonizar la historia de la izquierda en la región.

Las diversas respuestas que generaron los miembros de la IS y sus líderes ante la guerra de las Malvinas fueron una muestra de las diferencias profundas que guiaban el accionar de los partidos políticos europeos y latinoamericanos. Mientras los primeros leyeron el conflicto en clave soberanista y en el eje colonización-descolonización, los europeos lo hicieron en función de la coyuntura democracia-dictadura.

Las distintas tradiciones, los intereses geopolíticos y una opuesta concepción sobre la soberanía nacional, fueron la base de esas diferentes caracterizaciones. La proximidad de los procesos electorales en Venezuela, Costa Rica, República Dominica —y en la misma Inglaterra— restringió aún más los márgenes de maniobra de los partidos afiliados a la IS, que comenzaban a recibir distintas presiones para priorizar sus intereses nacionales por sobre la construcción colectiva trasnacional, erosionando así las bases del proyecto que la IS había encarnado desde 1976 bajo el liderazgo de Brandt.

La asunción de Reagan, y la crisis económica que abrió la década de 1980, no fueron noticias positivas para la organización socialdemócrata.

La IS pasaba así, de un entorno positivo a uno hostil en sus proyectos de expansión geopolítica.

La guerra de las Malvinas dinamitó la posibilidad de una acción trasnacional conjunta coordinada desde la IS y definió a los actores en torno a sus intereses nacionales y en el marco de la disputa este/oeste. Sin embargo, la apertura de los procesos de transición posibilitó un estimulo en sentido contrario, abriendo a los partidos políticos nuevas posibilidades de acción donde las capacidades de integrar redes trasnacionales y las experiencias obtenidas dentro de ellas, resultaron importantes en contextos de alta incertidumbre como transiciones, coyunturas posrevolucionarias y acuerdos de paz.

El conflicto por las Malvinas enfrentó a la Argentina y a Inglaterra pero, por diferentes motivos, sus repercusiones se extendieron más allá de los contendientes, conformándose en un momento clave dentro de la historia de la guerra fría, sobre todo, para los actores políticos de América Latina.

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Fuente: https://www.academia.edu


[1] Este trabajo es parte de una investigación más amplia ya finalizada basada, fundamentalmente, en el archivo de la IS, ubicado en el Internationaal Instituut voor Sociale Geschiedenis (IISG) de la ciudad de Ámsterdam, como en diversas entrevistas personales.
[2] Sobre todo, a partir de la obra de O’Donnell, Schmitter y Whitehead (1994) que influyó decisivamente en los trabajos posteriores. Incluso, Schmitter (2011) sigue afirmando que los factores internacionales jugaron un rol no muy importante.
[3] Whitehead (2002) mismo comenzó a dar importancia a la acción internacional.
[4] Brandt fue el primer canciller socialista alemán luego de la segunda guerra mundial, obtuvo el Premio Nóbel de la paz (1971) y era entonces uno de los dirigentes más prestigiosos del mundo en aquellos años.
[5] . Brandt asumió acompañado por Bernt Carlsson (Suecia) como secretario general, junto a Olof Palme, Françoise Mitterrand, Felipe González, Mario Soares, Bruno Kreisky, Julius Nyerere y Yitzhak Rabin entre otros. Además, participaban líderes latinoamericanos como Carlos A. Pérez, José Figueres, José F. Peña Gómez y Michael Manley, quienes fueron los más involucrados con la organización. También intervenían activamente Omar Torrijos, los sandinistas, el salvadoreño Guillermo Ungo, Daniel Oduber, Anselmo Sule y Leonel Brizola, entre otros.
[6] “Durante dos años he ejercido la presidencia de una comisión independiente establecida para [. . .] elaborar un programa justo de reformas. No se involucró a la IS. Me complace comprobar, sin embargo, que nuestros partidos se han inspirado substancialmente en el Informe de la Comisión Brandt, tanto en el contexto nacional como en el internacional. Y espero que el Congreso de la también IS lo hará” (Brandt 1981, 130).
[7] Carta de Víctor García Costa a Bernt Carlsson, 01/08/1977, IISG.
[8] Ibid.
[9] Comunicado del PLB, firmado por Jenny Little (secretaria de relaciones internacionales), 06/04/82, IISG.
[10] Declaración del PLB, firmada por Michael Foot y Tony Benn (Labour Unity on Falklands), 28/04/1982, IISG.
[11] Comunicado firmado por Néstor Martínez Eraso, secretario de relaciones internacionales del PSP, Buenos Aires, 22/04/1982, IISG.
[12] El CALCIS también estaba integrada por el salvadoreño Héctor Oquelí (secretario ejecutivo) y cuatro vicepresidentes Gonzalo Barrios (AD), Michael Manley, Daniel Oduber (PLN) y Anselmo Sule (Partido Radical, Chile). Había miembros por cada subregión: Carlos A. Pérez y Leonel Brizola (Partido Democrático Trabalhista, Brasil) por América del Sur. Luis Alberto Monge (PLN) por América Central y O’Brian Trotman (Barbados Labour Party) por Antillas y Caribe.
[13] Circular del CALC 3/82, firmada por José F. Peña Gómez, Santo Domingo, 28/04/1982, IISG.
[14] El documento no fue suscrito por los angloparlantes Michael Manley y O’Brian Trotman; carta de José F. Peña Gómez a Bernt Carlsson, adjuntada a la circular del CALC 3/82, IISG.
[15] Carta de Bernt Carlsson a Ron Hayward, “confidencial”, Londres, 06/05/1982, IISG.
[16] Comunicado del PLB, firmado por Ron Hayward, secretario general, dirigido a Bernt Carlsson con copia a Jenny Little y J. E. Mortimer, Londres, 24/05/1982, IISG.
[17] “El NEC ha dejado claro públicamente que lamenta el estado de ánimo chauvinista estimulado por las facciones de extrema derecha en la Argentina y Gran Bretaña. El nacionalismo —incluso cuando se expresa en forma de ‘solidaridad continental’— es un credo estéril, rechazado por todos los verdaderos socialistas, vengan de donde vengan [. . .] La declaración del Comité se refiere a la ayuda ya recibida [. . .] por la Argentina de parte de otros Estados de América Latina. El NEC señala que entre los partidarios de la posición de la Junta se incluyen muchos enemigos jurados del socialismo democrático como se entiende en la IS”. Ibid.
[18] “We detest the Galtieri dictatorship, and we dismiss the notion that the Argentinian seizure of the Falklands is progressive on anti-colonialist grounds. Nevertheless we believe that, in a war between Britain and Argentina, the defeat of British imperialism is the lesser evil. The main enemy is at home” (Hallas 1998, 366–373).
[19] Comunicado de prensa, World Federation of Trade Unions, Praga, 27/04/1982, IISG.
[20] Boletín, International Union of Socialist Youth, no. 43, 06/1982, IISG.
[21] . “¿Reserva, equívocos, mala suerte? [. . .] mis relaciones con Brandt no habían sido siempre fáciles. Confi eso que yo ponía en eso muy poco empeño” (Mitterrand 1982, 185).
[22] Como en ocasión de la llamada declaración franco-mexicana (dos outsiders de la red trasnacional tejida por Brandt) relativa a El Salvador. Esta intervención fue duramente criticada por los partidos latinoamericanos (Mujal León 1989).
[23] La declaración fue acompañada por el Movimiento Electoral del Pueblo (Aruba); Partido del Pueblo Unido (Belice); Movimiento de Izquierda Revolucionaria y Movimiento de Izquierda Revolucionaria (Bolivia); Partido Democrático Trabalhista (Brasil); Partido Radical (Chile); Partido Liberal (Colombia); Partido Izquierda Democrática (Ecuador); Movimiento Nacional Revolucionario (El Salvador); New Jewel Movement (Granada); Partido Socialista Democrático (Guatemala); PRI; FSLN; Partido Revolucionario Democrático (Panamá); APRA; Partido Independentista (Puerto Rico); PRD (República Dominicana); Convergencia Democrática (Uruguay); AD; Movimiento Electoral del Pueblo y Movimiento al Socialismo (Venezuela), entre otras. Declaración de la COPPPAL firmada por Pedro Ojeda Paullada (presidente), México, DF, 13/06/1982, IISG.
[24] “El presidente ecuatoriano, Osvaldo Hurtado, agradeció a (Leopoldo) Calvo Sotelo el apoyo [. . .] en la crisis de las Malvinas con el respaldo prestado por la diplomacia española en esta gran causa latinoamericana [. . .] Calvo Sotelo ha podido comprobar en [. . .] Ecuador, como lo podrá hacer en [. . .] Colombia y Perú, el desencanto sufrido por el mundo latinoamericano ante el apoyo norteamericano a la política británica en Malvinas, que ha abierto un foso en las relaciones de estos países con su vecino del Norte de imprevisibles consecuencias”. Extractado de Carlos Mendo, “Felipe González, Fraga, Suárez y Calvo Sotelo coinciden hoy en la capital de Colombia”, El País (España), 07/08/1982.  
[25] Carlos A. Pérez, en El País (España), 18/08/1986.
[26] “Decir que la Argentina es el agresor es tan absurdo y coloca al compañero [. . .] más cerca de la equivocada posición sostenida durante los conflictos de Argelia e Indochina que de la posición anticolonialista y antiimperialista que debe ser fundamento ideológico del pensamiento socialista”. Documento del PSP Comité Nacional, firmado por Víctor García Costa (secretario general) y Néstor Martínez Eraso (secretario de relaciones internacionales), 31/05/1982, IISG.
[27] Ricardo Moreno, “La guerra en el Atlántico sur: Acuerdo de compromiso en la Internacional Socialista”, El País (España), 28/05/1982.
[28] Entrevista a Elena Flores (delegada del PSOE en la reunión).
[29] Resolution on Falklands/Malvinas, Socialist Affairs, no. 4, 1982, p. 142, IISG.
[30] “Imposible entender por qué la reunión se celebrará en Lisboa el 29 de mayo, cuando todos estaban reunidos en Helsinki el 27 de mayo”, notas de la reunión de Bernt Carlsson con Leonard Larsen, Reiulf Oteen y Thorvald Stoltenberg, Londres, 14/06/1982, IISG.
[31] “Quiero expresar nuestra más profunda decepción por el inaceptable procedimiento de convocatoria de la reunión de los miembros de la comisión Falkland/Malvinas”, Margherita Boniver (International Secretariat, Italian Socialist Party) a Bernt Carlsson con copia al laborismo noruego, Roma, 03/07/1982, IISG.
[32] Circular del laborismo noruego a los miembros de la comisión, firmado por Reiulf Steen, Oslo, 04/06/1892, IISG.
[33] Notas de Bernt Carlsson, Falklands/Malvinas Commission, report from the meeting, 09/06/1982, IISG (original en inglés, traducción del autor).
[34] Concurrieron representantes de Argentina, Inglaterra, Italia, Alemania, Barbados, Noruega, Venezuela y Chile, Socialist Internacional, Falklands/Malvinas Commission, report from the meeting, 09/06/1982, IISG.
[35] “1- evitar más daños al buen funcionamiento entre los partidos de América Latina y Europa. 2- delinear una política respecto a la situación futura de Islas Falkland/Malvinas [. . .] 4- Elaborar propuestas sobre la forma de estimular el desarrollo de un gobierno civil y la democracia en la Argentina”, Falklands/Malvinas Commission, report from the meeting, 09/06/1982, IISG.
[36] Notas de la conversación entre Leonard Larsen y Bernt Carlsson, 09/08/1982, IISG.
[37] Report of the Socialist Internacional working group on the Falklands/Malvinas, Caracas, 21/ 07/1982, IISG.
[38] Comunicado del PLB, carta de J. E.Mortimer (secretario general) a Bernt Carlsson, Londres, 02/ 09/1982, IISG.
[39] Carta de Bernt Carlsson a J. E. Mortimer, Londres, 28/10/1982, IISG.
[40] Carta de J. E. Mortimer a Bernt Carlsson, Londres, 20/10/1982, IISG.
[41] Carta de Bernt Carlsson a J. E. Mortimer, Londres, 28/10/1982, IISG.
[42] Telex enviado por Carlos A. Pérez a Bernt Carlsson, Caracas, 22/12/1982, IISG.



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