Por
Fernando Pedrosa
Resumen:
Este trabajo analiza de qué manera la guerra de Malvinas (Falklands) afectó los
planes de la Internacional Socialista (IS) para consolidar un esquema de
alianzas flexibles entre partidos políticos de distinta procedencia geográfica
e ideológica como sostén de su expansión extra europea, en el marco de un
entorno internacional cambiante. Se avanza en la caracterización de las
posiciones adoptadas por los partidos políticos latinoamericanos y europeos
miembros de la IS, profundizando en sus diferentes visiones del conflicto y
evaluando qué impacto tuvo en las relaciones interpartidarias y en las
estrategias regionales de la IS.
La
guerra de las Malvinas (o Falklands, en su versión inglesa) puede considerarse
más que una disputa bélica por un territorio cuyo dominio estaba en discusión
entre la Argentina e Inglaterra, ya que el impacto político que produjo superó
ampliamente las fronteras de los países enfrentados. Este trabajo analiza dicho
proceso, exponiendo cómo se extendió trasnacionalmente en el mundo de los
partidos políticos, particularmente, entre los afiliados a la Internacional
Socialista (IS), afectando sus planes para lograr, por primera vez, una
expansión política sistemática más allá del espacio europeo, donde
tradicionalmente la socialdemocracia había logrado un gran predicamento.
Desde
1976 la presencia de los socialistas europeos agrupados en la IS se había hecho
sentir por todo el mundo, particularmente en América Latina, y en coyunturas
importantes para la geopolítica de la época, como las de Nicaragua, El
Salvador, Guatemala, Jamaica, Granada, República Dominicana y, en el Cono Sur,
especialmente, en Chile. Allí interactuaban fluidamente con los principales
dirigentes locales, a partir de las posibilidades abiertas por la distensión
entre los Estados Unidos de América (EUA) y la ex Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS) y, sobre todo, por medio de un programa común,
elaborado para ello desde la misma socialdemocracia europea. Pero también,
estos objetivos compartidos, eran coyunturales y ocultaban la existencia de
diferencias, sobre todo, entre los líderes y partidos que pertenecían a los
países desarrollados y los que provenían del entonces llamado tercer mundo. En
las siguientes páginas se presentará, en primer término, un breve, pero crítico
estado de la cuestión. Luego, se caracterizarán las posiciones que, sobre el
conflicto militar anglo-argentino, fueron adoptadas por la IS y sus integrantes
y también de qué modo la guerra influyó en las relaciones interpartidarias, en
las estrategias de la IS y sus miembros y en la política internacional de la
época.
Todo
eso permitirá observar un mapa muy diferente al que suele presentarse en la
literatura, donde los partidos políticos son actores ausentes en los estudios
sobre los aspectos trasnacionales en los procesos de democratización en América
Latina y donde el lugar de la izquierda en esa historia se reduce a sus
versiones extremas o armadas. A la vez, ofrecerá una descripción del mundo de
la guerra fría, mucho más fluida y vital, donde también aparecen otros actores
con proyectos y estrategias alternativas, más allá de los condicionamientos
producidos por el ordenamiento bipolar de la geopolítica de la época[1].
LOS
PROCESOS DE DEMOCRATIZACIÓN DE LA TERCERA OLA Y LA HISTORIA RECIENTE DE AMÉRICA
LATINA
La
guerra por las Malvinas ocurrió en una coyuntura mundial cambiante. Casi quince
meses antes había finalizado el mandato del presidente norteamericano Jimmy
Carter (1977–1981) caracterizado, aun con contradicciones y cuestionamientos,
por una distensión en las relaciones bipolares. Esto permitió mayor
protagonismo de otros actores que buscaban, a través de la acción trasnacional,
evitar la polarización típica de la guerra fría, privilegiando sus propios
proyectos e intereses, por sobre los de las entonces llamadas superpotencias. Poco
antes de la asunción del republicano Ronald Reagan (1981–1989), esas
condiciones comenzaron a cambiar. La renovada polarización dificultó
crecientemente las acciones de quienes habían elegido ocupar posiciones
alternativas a las de EUA y la URSS. Pero esto no fue lineal.
El
aumento del conflicto geopolítico también coincidió con una gran cantidad de
cambios de regímenes, de unos autoritarios a otros democráticos, y eso,
permitió abrir nuevas oportunidades para que los actores trasnacionales
pretendieran continuar su actividad, más allá de los límites que imponía esta
segunda guerra fría. Con la apertura de las transiciones de Europa del sur en
1974, comenzó un proceso de instauración de regímenes democráticos en países de
Europa, América Latina, África y Asia (Whitehead 2004). La magnitud de los
hechos (que Huntington [1994] graficó como la “tercera ola”) también tuvo su
correlato en el mundo académico. La Sociología y las Relaciones Internacionales
se ocuparon profusamente del tema (Ackerman 2006) pero, posiblemente, haya sido
desde la ciencia política donde se originaron algunos de los aportes más
sugerentes, convirtiéndose, incluso, en subáreas de la disciplina, como la
transitología y la consolidología (Schmitter y Karl 1994). La gran mayoría de
estos trabajos pusieron énfasis en las elites nacionales, priorizando sus
acuerdos y desacuerdos que, luego, derivaron en los subsiguientes avances o
retrocesos en la conformación de gobiernos democráticos. De esta forma, se
subestimó la importancia de los aspectos internacionales al mismo tiempo que se
los caracterizaba en forma dicotómica (aspectos nacionales– aspectos
internacionales)[2].
Al
interpelarlos de este modo, no quedaba lugar para observar las interacciones,
punto clave para poder revitalizar el conocimiento sobre lo ocurrido. Sólo
después de la caída del muro de Berlín comenzaron a revisarse estas ideas.[3]
Pridham
(1991) señaló, para las transiciones europeas, que la división de los actores políticos
según su nacionalidad podía ser una distinción puramente analítica. Basándose
en el concepto de linkage politics, elaborado por Rosenau (1969), advirtió que
había existido una activa (y oscura) zona de interacción entre actores de
diversas nacionalidades.
Ortuño
Anaya (2005) describió detalladamente cómo funcionó esa interacción, develando
el papel de los socialistas europeos en la transición española. Sin embargo,
estos impulsos no alcanzaron para arrojar luz sobre lo ocurrido en América
Latina. Un avance en esta discusión se produjo al aplicarse la idea de política
transnacional para describir de manera menos forzada a los procesos de influencia
externa sobre los actores domésticos. De este modo, se hacía referencia a las
interacciones en el plano internacional donde, al menos uno de los
participantes, era de carácter no estatal (Keohane y Nye 1971). La aplicación
sistemática de este concepto dio lugar a una prolífica literatura (p. ej.
Tarrow 2005; Tallberg y Jönsson 2010) que, esta vez, sí comenzó a extenderse
sobre el caso latinoamericano (Farer 1996; Keck y Sikking 1998, 2000; Markarian
2006; Legler, Lean y Boniface 2007).
Se
reconocía así que los procesos de democratización habían tenido un marcado
carácter global y que, en muchos casos, los actores trasnacionales habían sido
importantes en su desarrollo. Sin embargo, estos enfoques no alcanzaron a
integrar a los partidos políticos y las redes que ellos conformaron, apuntando
generalmente a organizaciones dedicadas a los derechos humanos, mujeres,
pueblos indígenas o medio ambiente.
En
la última década, mermó considerablemente el interés de las disciplinas antes
mencionadas por los procesos de transición de la tercera ola, atraídos por
otras agendas de investigación y nuevos problemas abiertos en la cambiante
coyuntura latinoamericana. Sin embargo, paralelamente, también se observó una
creciente producción desde la historia, anteriormente ausente, y
particularmente enmarcada en un novedoso campo disciplinar (auto)denominado
historia reciente (Franco y Levin 2007; Mira Delli-Zotti 2010; López, Figueroa
y Rajland 2010; Bohoslavsky et al. 2011).
Esta
producción —numerosa, ecléctica y de calidad dispar— no continuó en diálogo con
la literatura anteriormente producida y que había puesto el eje en la política
mirada desde el prisma de la democracia, por lo cual estaba centrada
principalmente en las consecuencias de los cambios de régimen político (Lesgart
2002). La historia reciente se postuló a sí misma como un corte radical frente
a estas tradiciones académicas (Oberti y Pittaluga 2004–2005) basándose —a
veces exageradamente— en la memoria de los protagonistas y poniendo el acento
en los problemas vinculados a los hechos traumáticos que caracterizaron al
período, como genocidios, dictaduras, crisis sociales, violencia política, el
terrorismo de Estado y las diferentes formas de resistencias que encontró en la
sociedad (Franco y Levín 2007).
Así,
se reforzó el interés en el rol jugado por los organismos de derechos humanos,
el sindicalismo, los grupos armados, sus intelectuales y los estudios biográficos
de quienes fueron víctimas de la represión estatal. Por ello mismo, también se
redujo el universo de la izquierda a aquella que mantuvo posturas radicales y
antisistema, en detrimento de otros proyectos de izquierda democrática que,
como los socialdemócratas, fueron obviados de la literatura especializada
(Pedrosa 2012).
Sin
embargo, en este pretendido corte teórico y discursivo, los trabajos enmarcados
en la historia reciente —sobre todo los que abordan los países del Cono Sur—
también mantuvieron características de la literatura precedente y de la que
explícitamente buscaban diferenciarse. Esto se observó tanto en una visión
nacional de los procesos históricos, como la inicialmente propuesta por la
ciencia política, como en dejar de lado a los partidos políticos y sus acciones
trasnacionales como protagonistas de los hechos.
Por
ello, profundizar en el estudio sobre las interacciones trasnacionales de las
redes partidarias puede aportar a una lectura más completa de los procesos de
democratización, como también a los debates actuales sobre la izquierda en la
región, ampliando su universo de actores, tradiciones programáticas y la
historia de sus heterogéneas estrategias y alianzas. La actividad de los
partidos socialdemócratas europeos y de la Internacional Socialista en
particular, fue muy importante en los procesos de democratización de la tercera
ola en América Latina. Sin embargo, es sólo recientemente que estudios
académicos han comenzado a dar cuenta de ello (Camacho Padilla 2007; Muñoz
Sánchez 2012; Pedrosa 2012). En ese marco, ampliar los enfoques sobre la guerra
de las Malvinas —tradicionalmente reducidos a sus aspectos bélicos— puede
mostrar, tanto el amplio marco de relaciones y actividades políticas
trasnacionales de los partidos, como también las dificultades que debió
enfrentar el proyecto de expansión de la IS para consolidar un espacio de izquierda
democrática a nivel mundial. Se vio allí, que las diferentes tradiciones
ideológicas e intereses nacionales de los partidos eran una barrera más difícil
de superar que lo inicialmente previsto por sus líderes.
LA
GUERRA DE LAS MALVINAS
El
2 de abril de 1982 militares argentinos desembarcaron en la mayor de las islas
del archipiélago expulsando a las autoridades británicas y enviándolas a
Uruguay. Un día después, Inglaterra rompía relaciones diplomáticas y resolvía
el envío de tropas en respuesta a la ocupación. Rápidamente, el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la resolución 502, que exigía el
retiro argentino de las islas y el inicio inmediato de negociaciones. Esta
resolución, considerada una derrota diplomática argentina, estuvo en medio de
todas las discusiones y negociaciones con el fi n de evitar y, luego detener,
la guerra.
LA
INTERNACIONAL SOCIALISTA Y LA GUERRA DE MALVINAS
Una
semana después, el secretario de estado norteamericano Alexander Haig llegaba a
Londres para comenzar una mediación aceptada por ambas partes. Sin embargo,
esta implicación de los Estados Unidos sería infructuosa por la intransigencia
de los contendientes, estimulada, además, por las públicas disputas dentro del
gobierno norteamericano sobre el papel que debían cumplir en el conflicto
(Pérez de Cuellar 1997).
El
30 de abril de 1982 la mediación de Haig fue oficialmente finalizada y Reagan
formalizó el apoyo norteamericano para Inglaterra. Luego de otras propuestas de
mediación (también fallidas) a cargo de Fernando Belaunde Terry, entonces
presidente de Perú, y del secretario general de la ONU, Javier Pérez de
Cuellar, el conflicto se encaminó hacia una resolución exclusivamente militar.
El
14 de junio de 1982 finalizaba la guerra con la recuperación de las islas por
las tropas inglesas. Esto consolidó el poder político de la entonces primera
ministra, Margaret Thatcher, ya que la guerra impactó decisivamente en el
proceso electoral de 1983, cambiando radicalmente la inicial situación de
debilidad del gobernante Partido Conservador (Clarke, Mishler y Whiteley 1990).
Del lado argentino, la derrota provocó la caída de la Junta militar y la
apertura de una transición que devolvería al país al sistema democrático en
1983.
LA
INTERNACIONAL SOCIALISTA EN EL MARCO DE LA GUERRA FRÍA
La
IS es una organización que agrupa a los partidos socialdemócratas y afines. Fue
fundada en el año 1951 por los principales partidos europeos adoptando de ellos
su tradición programática y organizativa. Luego de décadas de auge, para 1973,
la situación política de los partidos socialdemócratas europeos distaba de ser
sencilla. Las dificultades económicas para sostener los estados de bienestar
—sobre todo, a partir de la llamada crisis del petróleo— y las sucesivas
derrotas electorales que esta situación originaba, abrieron fuertes debates
sobre cómo hacer frente a una coyuntura que ponía en discusión las ideas
históricas de los socialdemócratas (Merkel 1994).
En
1976, Willy Brandt asumió la presidencia de la IS[4].
El alemán buscaba proyectar su liderazgo internacionalmente, pero, también, era
consciente de la necesidad de construir un espacio de colaboración entre los
partidos socialistas democráticos y afines de todo el mundo como un modo de
intervenir con mayor peso en la geopolítica de la época. Se iniciaba así una
renovación en las estrategias de la organización socialdemócrata que, para
1982, había logrado conformarse en una poderosa red donde interactuaban
organizaciones y dirigentes de distinta procedencia geográfica e ideológica[5].
Para
los europeos, en medio de una crisis que se adivinaba global, la acción
trasnacional junto a actores del tercer mundo resultaba una de las salidas
posibles para la crisis política (Evers 1993).
Esto
permitía, sobre todo a los oficialistas, eludir las presiones del enfrentamiento
bipolar para adherir a alguno de los ejes en disputa. Buscaban así, mantener
algún tipo de independencia geopolítica acorde con el histórico discurso
socialdemócrata. Al mismo tiempo, ayudaba a mejorar la relación con los países
productores de materias primas —sobre todo de petróleo— allí donde partidos afines
eran gobierno, como en Venezuela y México.
Además,
la acción trasnacional socialdemócrata en coyunturas como las de Nicaragua, El
Salvador y Chile, producía un importante rédito en la opinión pública de los
países europeos, muy movilizada por esos temas y donde los partidos socialistas
tradicionales se veían amenazados electoralmente por las novedosas opciones
verdes, eurocomunistas y liberales. La IS resultó una herramienta clave en la lucha
por preservar ese electorado. Para concretar los objetivos de expansión, hizo
falta primero aumentar la base de sustentación política de la IS.
Para
ello hubo que apelar a una mayor flexibilidad en los requisitos para incorporar
miembros y aliados. Esto se logró, sobre todo, mediante la elaboración de
nuevas bases programáticas que reemplazaron los postulados clásicos de la
socialdemocracia, sostenidos en discursos celebratorios sobre los estados de
bienestar y la defensa de la democracia y que poca adhesión habían generado en
realidades diferentes a las europeas (Brandt, Kreisky y Palme 1974).
Un
elemento de suma importancia en este cambio fue el llamado “Informe Brandt” que
puede considerarse la base sobre la que se construyó la nueva programática socialdemócrata
a partir de proponer una nueva dinámica norte/sur, versus la este/oeste
predominante desde el fin de la segunda guerra mundial. Así, las problemáticas
de la desigualdad y la pobreza, producto del desequilibrio entre las naciones
más poderosas y las subdesarrolladas, reemplazarían a los conflictos políticos
militares fruto de la lógica bipolar.
Este
cambio no era menor ya que convertía a los países en vías de desarrollo en
protagonistas de la geopolítica con sus propias necesidades y no como escenarios
de un conflicto ajeno. Si bien la comisión que lo elaboró no pertenecía a la
IS, tuvo una gran influencia en su renovación ideológica e impactó significativamente
en el pensamiento de la izquierda no marxista, particularmente, en los países
del llamado tercer mundo, donde se convirtió en un nuevo paradigma programático[6].
Por
aquellos años, la actividad trasnacional estaba a la hora del día. El
Movimiento de países no alineados representó un espacio importante de acción
política y con mucha influencia en los organismos internacionales. Incluso,
dentro del Congreso estadounidense funcionaba el subcomité de Organizaciones
Internacionales, dirigido por el demócrata Donald Fraser, que organizó diversas
reuniones con las tres internacionales (las IS, la demócrata cristiana y la
liberal) por temas relacionados con los derechos humanos en América Latina.
Pero
no sólo partidos políticos participaban de esta red socialdemócrata. Distintas
organizaciones se vinculaban con ella y le aportaban recursos e interlocución.
Esta combinación de recursos incluía el acceso a gobiernos, sindicatos,
fundaciones (principalmente a la Friedrich Ebert), organismos y líderes
internacionales.
La
IS lograba así, actuar fluidamente en el escenario internacional, utilizando la
representación que más le conviniese en cada caso. Así, con discursos,
intereses y objetivos comunes, se desarrolló una red de organizaciones y
dirigentes políticos que, por diferentes motivos, visualizaron a la IS como un
espacio que les permitía maximizar su propio capital político (Pedrosa 2012),
situación que no parecía tan sencilla en sus organizaciones o en sus países de
origen.
Esto
ocurría porque los partidos que representaban se encontraban fuera del poder,
porque no había democracia en sus países, porque ya habían cumplido sus ciclos
biológicos o políticos o porque carecían de otros espacios donde desarrollar su
militancia. Había en esta red una importante heterogeneidad la cual se
convirtió en una virtud, conducida —y atemperada— por el liderazgo de Brandt.
Convivían allí partidos que tradicionalmente se identificaban con sus pares
europeos, como Acción Democrática (AD) de Venezuela, el Partido Liberación
Nacional (PLN) de Costa Rica, con organizaciones que públicamente no comulgaban
con los socialdemócratas (como los liberales colombianos, el Frente Sandinista
de Liberación Nacional (FSLN) de Nicaragua o los revolucionarios granadinos).
Todos ellos se sumaron a la IS en busca de recursos y para maximizar su poder,
tanto a nivel nacional, como en el escenario internacional.
Algunos,
también como una forma más de protección frente a las amenazas que provenían de
los Estados Unidos (Heine 1990). Sin embargo, esta comunión comenzó a
resquebrajarse con la apertura de la década de los ochenta. La creciente
hostilidad del entorno geopolítico, sumado al aumento de los desacuerdos
internos, representó un obstáculo que las estrategias de Brandt no habían
previsto y que la IS no podría enfrentar sin poner en riesgo la unidad interna
trabajosamente elaborada desde 1976.
LA
INTERNACIONAL SOCIALISTA Y LAS MALVINAS: ANTECEDENTES Y PRIMEROS PROBLEMAS
La
disputa entre Argentina e Inglaterra no era nueva para la IS. En 1977 se reunió
en Madrid el bureau de la IS, instancia ejecutiva donde cada partido miembro
estaba representado y poseía un voto. Allí, el secretario general del Partido
Socialista Popular (PSP) argentino, Víctor García Costa, incorporó en la agenda
el tema de las Malvinas (que no había sido debatido en la reunión anterior, a
pesar de estar previsto). Sin embargo, tampoco en esa ocasión se trataría,
aunque la representación argentina consiguió que la cuestión fuera incorporada
en la agenda de la siguiente reunión. Para esto, resultó importante que José F.
Peña Gómez, líder dominicano con predicamento en la IS, apoyara enfáticamente
la posición argentina.
En
esa misma ocasión, la delegación del Partido Laborista Británico (PLB) solicitó
una reunión con los socialistas argentinos en la que participaron Ian Mikardo
(diputado y secretario internacional del PLB), García Costa y Carlos Parra (del
Partido Radical de Chile) como intérprete.
En
la reunión, el laborista manifestó su sorpresa porque los argentinos se
preocuparan más de las Malvinas que por los derechos humanos en el país. Desde
el PSP se le contestó crípticamente que “el problema de la soberanía no admite
consideraciones excluyentes”[7].7
Aunque
no llegaron a ningún consenso, Mikardo autorizó a que se afirmara que la
posición del PLB no era igual a la del gobierno laborista y solicitó a los
argentinos que presentaran un documento para buscar un consenso para evitar
“una discusión en la que no les era fácil entrar”[8].
El PSP aceptó y pronto envió un documento titulado “La IS solicita al PLB su
atención al más urgente reconocimiento de la soberanía argentina en las Islas
Malvinas y su inmediata restitución”. Viendo solamente el título quedaba claro
que no dejaba margen para un acuerdo y el PLB ni se tomó el trabajo de
responderlo.
Este
frustrado intercambio fue una muestra de las diferentes concepciones que
mantenían ambos partidos pero que también incluía a los restantes integrantes
de los colectivos europeos y latinoamericanos. Para los activistas políticos
del norte, la limitación de la soberanía nacional era vista positivamente,
sobre todo, si estaba vinculada a la defensa de los derechos humanos. Al
contrario, los reclamos sostenidos en discursos nacionalistas eran considerados
autoritarios y elitistas (Keck y Sikking 1998). En cambio, para los del sur,
las doctrinas vinculadas con la soberanía —relacionada con la estatalidad a
nivel nacional— y la no intervención extranjera, formaban parte clave de su repertorio
ideológico y programático. En momentos de expansión de la IS, estas notables
diferencias pasaron desapercibidas, pero, al cambiar las condiciones del
entorno, saldrían a la luz rápidamente. Finalmente, la siguiente reunión del
bureau de la IS, realizada en Roma, debatió el tema adoptando una posición
equidistante y fundada en la resolución 2065 de la ONU de 1965, que abogaba por
una salida negociada del conflicto.
Sin
embargo, también se consideró que el gobierno argentino no podía ejercer esa
soberanía ya que, según la Constitución Argentina, era potestad del Congreso
nacional, entonces disuelto por la dictadura militar. De todos modos, la
disputa por las islas era una confrontación menor para los intereses de la IS,
más involucrada en los puntos calientes de la guerra fría como Centroamérica,
Polonia o Sudáfrica. A esto se sumaba que, entrada la década de 1980, la
situación de los partidos miembros en Argentina e Inglaterra era muy compleja.
No sólo carecían de una posición trascendente dentro de la IS, además estaban
divididos y con escasas posibilidades de llegar al gobierno de sus respectivos
países. El PSP estaba suspendido y sería pronto expulsado de la IS por una
impugnación encabezada por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE)
vinculada con la división del partido y los intentos de otros sectores por
quitarle a García Costa la representación ante la IS.
El
PLB, a su vez, se encontraba dividido por la creación del Partido Socialdemócrata,
en el que revistaban algunos de sus líderes históricos del ala moderada. Los
dirigentes más izquierdistas quedaron a cargo del debilitado partido que debió
mantener un frágil equilibrio ante la guerra y, aun así, sufrir un serio
retroceso electoral en 1983 (Freeman 1984).
A
pesar de contar con más tradición en la IS, el PLB no integró el conglomerado
de fuerzas que llevó a Brandt a la presidencia y mantenía una relación tensa
con su conducción, especialmente con el secretario general, Bernt Carlsson.
Al
iniciarse la guerra en 1982, la IS se encontraba con su rama latino americana
en plena ebullición por las disidencias creadas por el rumbo de los conflictos
centro americanos.
La
situación era particularmente tensa con AD y el PLN que acusaban al FSLN y al
salvadoreño Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) de propugnar el
modelo cubano. Por esto, exigían una mayor dureza de parte de sus socios
europeos, posición que tuvo el respaldo de Felipe González desde el mismo
momento en que fue planteada, pero que no era apoyada por los restantes
partidos, sobre todo, por suecos y alemanes.
La
AD y el PLN se encontraban, además, presionados por procesos electorales en
ciernes. Por ello, eran acusados por sus contrincantes y sectores de la prensa,
por apoyar la expansión comunista en Centroamérica debido a su alianza con la
IS (Mujal León 1989).
La
guerra de las Malvinas les abrió una oportuna ocasión para diferenciarse,
poniendo el conflicto entre los partidos en el centro de la escena y a la IS en
medio de la tormenta.
LA
IS Y LA GUERRA: ¿LATINOAMERICANOS VS. EUROPEOS?
Frente
al desembarco de las tropas argentinas, la primera declaración del PLB dirigida
al escenario internacional no dejaba dudas sobre la caracterización política
que realizaba. Se basaba en cuestionar el carácter antidemocrático del gobierno
argentino y de la acción llevada a cabo por éste. También reclamaban el derecho
a la autodeterminación de los isleños y la necesidad de protegerlos:
“El
PLB condena sin reservas las acciones del gobierno fascista de los militares
argentinos en la toma por la fuerza de las Falklands [. . .] acoge con
beneplácito la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU pidiendo la
retirada de la Argentina de la Islas Malvinas”[9].
La
estrategia del PLB fue aferrarse a la postura de la ONU, reclamando a Thatcher
obedecer la resolución 502 y aceptar un cese el fuego y a la Argentina
abandonar las islas inmediatamente[10].
Los laboristas buscaban una posición intermedia que los despegara del conflicto
evitando, al mismo tiempo, enfrentarse al gobierno de su país en una coyuntura
tan delicada. Sin embargo, internamente estaban divididos acerca de la dureza
que debían mostrar frente a Thatcher. La mayoría, liderada por Michael Foot,
intentó ganar tiempo, pero sin un plan alternativo por lo cual, finalmente, terminaron
arrastrados por el oficialismo.
Un
pequeño grupo, liderado por Tony Benn, del sector más izquierdista del partido,
mantuvo su oposición en el Parlamento, exigiendo la cesión temporaria de las
islas a la ONU e intensificar las sanciones económicas contra la Argentina, si
mantenían su actitud beligerante.
En
la Argentina los partidos eran activos y unánimes en el respaldo a la acción
del gobierno militar. Los socialistas no estuvieron al margen de eso y también
movieron sus fichas en el tablero socialdemócrata.
En
un cable dirigido a la IS y al PLB, el PSP advertía que tomar partido por el
gobierno inglés sería traicionar los principios fundantes de la IS y legitimar
un ataque contra América Latina en su conjunto. Los socialistas dejaban claro
que no alcanzaba con los esfuerzos pacifistas, también debían contener un
reconocimiento expreso de la soberanía argentina[11].
Frente
al inicio de las hostilidades, la IS trató de no tomar posiciones drásticas,
más allá de apelar a un cese del fuego y al respeto por la ONU. Sin embargo,
las cosas tampoco serían fáciles para ellos. Sin consultarlo con las
autoridades de la IS, apareció un comunicado del Comité para América Latina y
el Caribe de la Internacional Socialista (CALCIS) que puso al conflicto por las
Malvinas en el centro de la agenda socialdemócrata.
EL
CALCIS era un organismo interno de la IS que agrupaba a los partidos de la
región y a sus principales dirigentes y era conducido por el líder del Partido
Revolucionario Dominicano (PRD) Peña Gómez, el mismo que en 1976 había sido
explícito en su apoyo al reclamo argentino[12].
El
documento se adhería a la intervención de la ONU, pero señalaba que Inglaterra
había sido la iniciadora del conflicto y afirmaba tajantemente que las Malvinas
eran argentinas.
También
se asimilaba el interés argentino al de toda Latinoamérica, al mismo tiempo que
se obviaban las características no democráticas de su gobierno[13].
El comunicado había sido producto del consenso de los principales líderes
latinoamericanos y debía también leerse como una reacción ante la decisión de
la Comunidad Económica Europea de aplicar sanciones económicas a la Argentina
con el apoyo de los gobiernos socialdemócratas[14].
La
declaración del CALCIS llevaba el nombre de la “Internacional Socialista” lo
cual le daba una mayor repercusión política y mediática y obligaba a las
autoridades de la IS a incorporar forzadamente el tema en la agenda de la
organización. Además, fue profusamente distribuida entre los partidos y
organizaciones afines por el mismo secretario general, Bernt Carlsson, quien
mantenía un viejo encono con el laborismo. Ron Hayward (secretario general del
PLB) presentó diversos reclamos a Carlsson mientras que la dirigente laborista
Gwyneth Dunwoody, cuestionó en severos términos las posiciones adoptadas por
los partidos latinoamericanos, amenazando con retirar al PLB de la IS. Carlsson
envió una carta a Hayward desestimando las distintas presiones.
Con
referencia a nuestra conversación le escribo para confirmar que la declaración
de 27 de abril de 1982 emitida por el CALCIS fue enviada a los partidos
miembros en forma de un comunicado de prensa. En cuanto a las alegaciones
formuladas por la Sra. Gwyneth Dunwoody en su llamada telefónica de hoy a
nuestro Secretariado [afirmando] que los partidos miembros de la IS en América
Latina son de carácter fascista y su amenaza de que el PLB va a abandonar la IS
prefiero considerar estos comentarios solo como puntos de vista privados[15].
Frente
al comunicado, el National Executive Committee (NEC) del PLB emitió una
declaración diplomática pero contundente. Comenzaba manifestando que compartía
la preocupación del CALCIS, sin embargo, acto seguido, se dedicaba a demoler
cada una de sus argumentaciones.
El
NEC ha puesto de relieve en su declaración [. . .] que no mantiene ninguna
pelea con el pueblo argentino que es víctima de una cruel y sangrienta
dictadura cuyo historial en materia de derechos humanos es una vergüenza para
el continente americano y el resto del mundo libre [. . .] El NEC no comparte
la opinión del CALCIS de que la “actividad de guerra” fue iniciada por la flota
británica [. . .] y llama la atención del CALCIS [. . .] que el primer acto de
la guerra tuvo lugar cuando la Junta militar Argentina, cuyas políticas han
sido a menudo condenadas por la IS, envió fuerzas para invadir las islas y
subyugar la población local[16].
Para
rebatir la posición del CALCIS, los laboristas reiteraban el carácter
antidemocrático del gobierno militar argentino señalando, además, que el
excesivo nacionalismo era contrario a las históricas ideas socialistas[17].
Al
convertir esta premisa en el eje central de las argumentaciones, se ponían de
manifiesto las diferentes concepciones que mantenían acerca de la soberanía
nacional, el Estado y la incomprensión derivada de las distintas tradiciones
organizativas e históricas de las que provenían. La posición de los europeos
había sido favorable a Inglaterra, aunque no unánimemente. El panorama era más
variopinto de lo que los propios latinoamericanos parecían reconocer. Los
argentinos también sumaban apoyos: Irlanda por las tradicionales diferencias
con Inglaterra y España e Italia (ambiguamente), por la relación histórica que
mantenían con la Argentina.
En
el caso español, además, estaba presente la situación de Gibraltar, por lo cual
el apoyo a la posición argentina provino de todo el arco político: tanto del
oficialismo de centroderecha, como del PSOE y el Partido Comunista español
(PCE). El apoyo europeo a la Argentina, incluso, se observó en la izquierda más
radical británica[18]
y de parte de organizaciones sindicales internacionales[19].
La
rama juvenil de la IS también emitió un comunicado favorable a la posición
argentina, aunque con fuertes críticas a su gobierno y salvando a la vez la
posición laborista[20].
En
ese marco, el partido socialdemócrata alemán —cuyo secretario general era el
mismo Willy Brandt— trataba de realizar un difícil equilibrio. Debía mantener
activa y unida a la IS pero sin confrontarse con el canciller socialista Helmut
Schmidt, de pública vocación atlantista y que había apoyado las sanciones
económicas contra la Argentina.
Dentro
del SPD (por sus siglas de Sozialdemokratische Partei Deutschl ands) las
aventuras tercermundistas de Brandt tampoco eran demasiado populares, aunque
muy pocos cuestionaban su ascendiente en la organización. En tanto, el
presidente socialista francés, Françoise Mitterrand, apoyó firmemente al
gobierno inglés tanto en la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico
Norte), en el Consejo de Seguridad de la ONU como en las sanciones de la
Comunidad Económica Europea. Mitterrand mantenía una compleja relación personal
con Brandt[21],
y como también ocurrió con los laboristas ingleses, había quedado al margen de
la reorganización de la IS a partir de 1976. Por ello, aprovechaba toda ocasión
para diferenciarse de la conducción de la organización socialdemócrata[22].
Como
lamentaba el comunicado del PLB, los apoyos a la posición argentina provenían
de todo el arco político latinoamericano, incluso, de aquellos que mayor
rechazo mantenían frente al gobierno militar, pero que aprovechaban la
situación para ajustar cuentas con los Estados Unidos con vistas a sus propias
realidades. Este podía ser el caso del gobierno cubano, de integrantes del
movimiento de países no alineados, de los granadinos o los sandinistas. Pero
tampoco era unánime.
Los
partidos del Caribe anglófono, de histórica influencia inglesa, apoyaron sin fisuras
a este país, a pesar de que algunos, como el oficialista People’s National
Party de Jamaica, mantenían un fuerte enfrentamiento con el gobierno
norteamericano y el Fondo Monetario Internacional.
Además
del CALCIS, otras organizaciones trasnacionales integradas por partidos
latinoamericanos dieron su apoyo a la Argentina, por ejemplo, la Confederación
de Partidos Políticos Populares de América Latina (COPPPAL) y gran parte de la
Organización Demócrata Cristiana de América.
La
COPPPAL estaba integrada por partidos de diversas tendencias ideológicas, pero
los afiliados a la IS tenían allí una fuerte influencia y, además, mayor flexibilidad
que en la internacional socialdemócrata. Había sido creada en 1979 a instancias
del Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano —que la presidía— como
una forma de aumentar su presencia en Centroamérica (una zona que el gobierno
mexicano consideraba bajo su área de influencia) y que estaba convirtiéndose en
un espacio donde accionaban numerosos actores con pretensiones geopolíticas,
incluida la IS, con quien el PRI mantenía relaciones ambiguas (Pedrosa 2012).
El
comunicado de la COPPPAL criticaba duramente las posiciones de norteamericanos
e ingleses y sólo al final introducía un reclamo que podía inferirse como un
pedido de democratización al gobierno argentino.
El
documento mostraba una extraña unanimidad para las organizaciones partidarias
de la región, generalmente divididas por los avatares de la guerra fría[23].
La percepción de que América Latina se encontraba sola frente los países
desarrollados se había propagado entre los partidos del continente, y esto influyó,
incluso, entre quienes no estaban relacionados con la socialdemocracia[24].
Pero, sobre todo, la experiencia vivida en esta coyuntura afectó posteriormente
las estrategias que los políticos latinoamericanos adoptarían para resolver
conflictos dentro de sus áreas de influencia.
“Contadora,
más que una decisión para mediar en un conflicto centroamericano, surge después
de la guerra de las Malvinas para tratar de buscar por nosotros mismos solución
a nuestras diferencias y problemas”[25].
Ante
la ausencia de un líder o partido argentino, Carlos A. Pérez lideró las
acciones del bloque latinoamericano y eso se reflejó notoriamente en la prensa
argentina y sudamericana. Pérez se encontraba consolidando su liderazgo
internacional, como otra forma de aumentar su poder nacional, discutido por una
parte importante de su propio partido. Por ello, también estaba confrontando
abiertamente con sus socios europeos por el rumbo de distintos procesos
regionales, sobre todo en Nicaragua, El Salvador y la zona del Caribe próxima a
Venezuela (Gamus 1990).
Pérez
advirtió que la nueva coyuntura cambiaría las reglas de juego en las relaciones
entre los países de América Latina, Estados Unidos y Europa y buscó
aprovecharla para alimentar su liderazgo regional con vistas a lo que vendría.
La
guerra había comenzado en un momento inoportuno para los latinoamericanos. A la
coyuntura crítica que abordaba el proyecto norte/sur, se sumaban las
insalvables diferencias por Centroamérica, los problemas económicos (ese mismo
año se desató la llamada “crisis de la deuda”) y el aumento del aislamiento
político que los países del tercer mundo sufrían por la creciente polarización
de la guerra fría. La guerra de las Malvinas mostraba crudamente la nueva
coyuntura que vivía el mundo y, además, llamaba a la realidad a los
latinoamericanos sobre su verdadera influencia en el tablero geopolítico. Por
esto, impactó en el proyecto que llevaba adelante la IS.
LA
GUERRA DENTRO DE LA ORGANIZACIÓN
La
reunión del bureau de la IS, prevista para los días 26 y 27 de mayo de 1982 en
la ciudad finlandesa de Helsinki, debía dedicarse a Medio Oriente, América
Central y al desarme. A pesar de no estar incluida en la agenda, la guerra por
las Malvinas fue tratada a propuesta de Carlos A. Pérez, dominando finalmente
el desarrollo del encuentro socialdemócrata.
El
discurso del venezolano hizo hincapié en los argumentos del CALCIS y fue
apoyado por los delegados latinoamericanos. La respuesta estuvo a cargo del
delegado inglés, Alex Kitson, quien además de repudiar el uso de la fuerza y
condenar a la dictadura argentina, resaltó la tradición anticolonial de Gran
Bretaña en África e India. Finalmente propuso tomar en consideración el derecho
de autodeterminación de los isleños. Pero fue la intervención del delegado
francés Lionel Jospin la que generó la reacción de los latinoamericanos y
derivó en un tumultuoso pedido de cuarto intermedio (y en una carta de los
socialistas argentinos con duras críticas a la posición francesa[26]).
Según
los medios de comunicación, la discusión fue postergada para el día siguiente a
solicitud de la delegación británica[27],
sin embargo, el clima de división fue tal que el mismo Brandt debió suspender
la reunión, encargando a una delegada del PSOE la búsqueda de una solución de
compromiso.
Fue
uno de los Consejos más duros a los que he asistido y donde el quiebre fue
brutal entre Europa y América Latina [. . .] se veía desde el lado europeo que
aquello era una dictadura [. . .] y, naturalmente, los latinoamericanos
solamente veían la soberanía de las Malvinas por la Argentina. [. . .] me
acuerdo que Lionel Jospin fue durísimo con los latinoamericanos, ¡durísimo!
Imagínate como estaría que Brandt pidió, “por favor, paremos 15 minutos” [. .
.] Entonces (Brandt) me dice “¿Eres capaz de redactar un comunicado que dé
satisfacción a las dos partes?” Yo le digo “va a ser un comunicado
absolutamente aguado, pero, bueno, lo intentaré”. Así redacté en 15 o 20
minutos un comunicado y eso fue lo que salvó la quiebra en ese momento[28].
Finalmente,
un grupo redactor, coordinado por el noruego Thorvarld Stoltenberg, plasmó en
una resolución algunos puntos muy generales que incluyeron el rechazo al uso de
la fuerza (sin aclarar qué parte la utilizó inicialmente) y apoyar la mediación
del secretario general de la ONU. Siguiendo con la forma habitual de resolver
los conflictos en la IS, se creó una comisión para evitar que las repercusiones
del conflicto golpearan a la organización entera.
La
comisión Falklands/Malvinas de la IS —coordinada por el laborismo noruego— se
conformó con el fin de supervisar el desarrollo del conflicto y mantener
informado al bureau. Estaba integraba por ocho miembros (tres de partidos
latinoamericanos, tres europeos más uno del laborismo y un representante
argentino a confirmar posteriormente)[29].
La
primera reunión fue convocada en París para el 21 de junio de 1982. Sin
embargo, la guerra iba más rápido que la comisión y, según las previsiones,
todo acabaría antes de que la comisión se lograra reunir siquiera una vez.
Entonces, dado el alto nivel de conflicto interno y los reclamos
latinoamericanos, se forzó un adelanto, convocando a una reunión previa a la fijada
oficialmente. Sin embargo, este apresurado encuentro no se realizó en Helsinki
(donde se encontraban presentes todos los delegados de la IS por la reunión del
bureau)[30].
Poco
después del encuentro en Finlandia, se envió un cable a los miembros de la
comisión anunciándoles la realización de una reunión de la comisión en
Portugal. El encuentro se organizó de manera caótica y por ello contó sólo con
la presencia de los miembros que pudieron viajar de apuro (y la crítica de
quienes no pudieron hacerlo)[31].
Dadas
las ausencias, la comisión se abstuvo de iniciar discusiones de fondo y se
limitó a intercambiar puntos de vista sobre el futuro programa de trabajo.
Según los presentes, la comisión debía incluir debates sobre el desarrollo del
conflicto, pero concentrarse, sobre todo, en evitar que pudiera perjudicar aún
más el futuro de las relaciones entre los partidos miembro de la IS. También se
mantuvieron conversaciones informales sobre la representación argentina en la
comisión, ya que la IS no tenía partido miembro luego de la expulsión del PSP.
Se acordó que el representante argentino debía ser aceptado por todas las
fracciones de los partidos socialistas y grupos afines del país y, mientras
tanto, informar a todos ellos de las resoluciones adoptadas[32].
Iniciado
el mes de junio de 1982, la posición militar argentina era insostenible. Sólo
restaba saber cuándo sería el golpe final de las tropas inglesas. La discusión,
entonces, era si tenía sentido o no continuar con la comisión y sus
actividades. El secretario general de la IS describía la situación en forma significativa,
mostrando el problema estructural que vivía la organización y su relación con
la guerra. “El momento de la verdad ha llegado para la IS. El confl icto [. .
.] ha abierto una brecha entre la mayoría de los partidos de Europa y América
Latina [. . .] La Comisión que hemos creado para la crisis de las Malvinas,
probablemente no va a hacer mucho para resolver el conflicto. Lo que si podemos
hacer es, al menos, evitar que el conflicto se extienda a toda la IS”[33].
Finalmente,
el 23 de junio se realizó la primera reunión de la comisión Falklands/Malvinas
en Paris[34].
Pero a esa altura, la guerra ya había finalizado. Como era de esperar, los
pocos acuerdos que se lograron fueron en base a la repetición de lugares
comunes. El texto acordado, además, ya incluía abiertamente referencias a la
situación política de la Argentina y al proceso de apertura democrática. Los
partidos latinoamericanos comenzaron a hacer hincapié en este tema dejando así
de lado las reivindicaciones soberanistas que habían caracterizado la etapa
anterior a la rendición de las tropas argentinas[35].
Paradójicamente,
los delegados de los países beligerantes jugaban un rol menor en el debate, lo
que reflejaba su escaso ascendiente dentro del mapa de poder de la
organización.
La
delegación del PSP aprovechó la reunión para intentar replantear su situación
política luego de la expulsión, mientras que el PLB envió una representación de
segunda línea, que mostraba el poco interés que poseían en continuar debatiendo
el tema. Uno de los pocos acuerdos alcanzados fue realizar una nueva reunión en
la ciudad de Caracas los días 20 y 21 de julio de 1982.
Reunir
nuevamente a la comisión parecía no tener sentido, sin embargo, los
representantes latinoamericanos eran los más interesados en continuar con sus
actividades. Así, buscaban recuperar una influencia dentro de la IS que, como
consecuencia de la guerra, había mostrado su real magnitud. La guerra había
terminado en las islas, pero, para la IS, continuaba por las consecuencias
políticas que había generado en su interior.
Limitar
los daños, ese era el verdadero objetivo de la comisión y ello explica que
siguiera reuniéndose aun cuando la guerra ya era historia. Con este único
objetivo la comisión volvió a reunirse en Caracas. Sin embargo, lo hizo sin el
PLB, cuyos dirigentes argumentaron no poseer el dinero para realizar el viaje.
Esto fue aprovechado para cerrar un acuerdo sin su presencia y mejorar las
relaciones de la IS con los partidos latinoamericanos[36].
Al
contrario, la delegación argentina fue numerosa e incluyó representantes de los
principales partidos del país, como la Unión Cívica Radical y del peronismo.
Los enviados latinoamericanos acordaron con el SPD, algunos de los partidos
nórdicos y Carlsson, la elaboración de un comunicado final más favorable a la
posición de los latinoamericanos.
En
él se pedía la reactivación de las negociaciones y que las Malvinas fueran
administradas por la ONU, lo cual implicaba desconocer la presencia inglesa en
las islas.
El
punto final de la declaración era la clave del acuerdo. En él se solicitaba a
las autoridades de la IS aprobaran el documento en forma inusualmente rápida,
sin esperar a la reunión del bureau y sin debatir con los restantes partidos
miembros de la IS[37].
Este documento, votado por la unanimidad de los presentes, fue un intento de
los latinoamericanos de mostrar un triunfo político que no habían logrado en
ningún otro ámbito. Al mismo tiempo, mostraba la intención de las autoridades
de la IS de otorgar algún tipo de reparación política pública a sus socios de
América Latina. Un detalle significativo del documento final es que avanzaba en
la cuestión de la democratización argentina, lo que hasta el momento había sido
una posición sustentada solamente desde los partidos europeos.
El
fin del conflicto y el triunfo inglés ya no daban margen para seguir
insistiendo con el cese al fuego o los reclamos soberanistas argentinos.
Luego
de la guerra y la renuncia del presidente argentino, Leopoldo Galtieri, los
dirigentes latinoamericanos cambiaron el eje del reclamo relacionando la
resolución final del conflicto con la inmediata apertura democrática del país.
Advertían a la junta militar que no había razones para posponer las elecciones
y llamaban a realizar una campaña internacional para presionar en este sentido.
El
PLB rechazó el documento y la intención de aprobarlo sin pasar por las
instancias colectivas de la IS, donde confiaban en su influencia para bloquear
lo decidido por la comisión. En solitario, emitieron una declaración reiterando
las críticas a la Junta militar argentina y al uso de la fuerza para resolver
los problemas entre Estados. Advertían que esto no se explicitaba en el
comunicado y que no era realista convocar a negociaciones cuando las heridas no
habían cerrado y el futuro político de la Argentina aún era confuso.
Solicitaban, finalmente, que sus puntos de vista fueran incluidos en la
declaración final de la Comisión Falklands/Malvinas de la IS[38].
El
secretario general de la IS negó el pedido y propuso adjuntar dicha declaración
como un despacho de minoría en conjunto con el comunicado oficial[39].
Esto fue rechazado por el PLB que deseaba incorporar sus propios argumentos en
la declaración final, para lo que solicitaron un nuevo encuentro de la comisión[40].
Aunque
tardíamente, los laboristas tomaron conciencia de que el comunicado final era
una derrota política y que así sería expuesta ante la comunidad de partidos
socialdemócratas, y hasta en su propio país, donde se abría un complejo proceso
electoral en el que debían competir con los conservadores, pero también con sus
ex compañeros del Partido Socialdemócrata.
Carlsson
respondió que el reclamo era imposible de aceptar y, como posible solución
(consensuada con Brandt), sugirió convocar una nueva reunión a principios del
año 1983, para ver si entonces las posiciones de ambos bandos podían flexibilizarse[41].
Esto finalmente no ocurrió, en parte porque el conflicto ya era cosa del pasado,
pero, también, porque Carlos A. Pérez envió un cable que, en forma terminante,
se oponía a dicha posibilidad, dando por cerrado el tema dentro de la IS[42].
Dentro
y fuera de la IS el capítulo Malvinas ya era historia. Si bien el resultado del
proceso bélico no fue el deseado por los partidos latinoamericanos, lograron
obtener algún resarcimiento político que se plasmó en el informe final de la
Comisión Falklands/Malvinas de la IS. Sin embargo, la relación entre algunos
dirigentes de los principales partidos de América Latina y Europa parecía no
tener retorno. La creciente e irresistible polarización de la segunda guerra
fría, haría el resto.
CONCLUSIONES
De
las páginas precedentes, y en contraposición con la literatura dominante sobre
la democratización en América Latina y los más novedosos aportes de la historia
reciente de los países del Cono Sur, se desprende un mapa de acciones
trasnacionales de gran vitalidad y cuyos protagonistas fueron los partidos
políticos.
También
muestra que el colectivo de partidos reunidos en torno a la Internacional
Socialista, poseía un nivel de organización, liderazgos y movilización de
recursos, muy superior a los grupos radicales o armados que, aunque con impacto
en el nivel nacional, no podían acceder ni influir con regularidad en el
sistema internacional.
A
pesar de ello, han sido privilegiados por la literatura académica a la hora de
protagonizar la historia de la izquierda en la región.
Las
diversas respuestas que generaron los miembros de la IS y sus líderes ante la
guerra de las Malvinas fueron una muestra de las diferencias profundas que
guiaban el accionar de los partidos políticos europeos y latinoamericanos.
Mientras los primeros leyeron el conflicto en clave soberanista y en el eje
colonización-descolonización, los europeos lo hicieron en función de la
coyuntura democracia-dictadura.
Las
distintas tradiciones, los intereses geopolíticos y una opuesta concepción
sobre la soberanía nacional, fueron la base de esas diferentes
caracterizaciones. La proximidad de los procesos electorales en Venezuela,
Costa Rica, República Dominica —y en la misma Inglaterra— restringió aún más
los márgenes de maniobra de los partidos afiliados a la IS, que comenzaban a
recibir distintas presiones para priorizar sus intereses nacionales por sobre
la construcción colectiva trasnacional, erosionando así las bases del proyecto
que la IS había encarnado desde 1976 bajo el liderazgo de Brandt.
La
asunción de Reagan, y la crisis económica que abrió la década de 1980, no
fueron noticias positivas para la organización socialdemócrata.
La
IS pasaba así, de un entorno positivo a uno hostil en sus proyectos de
expansión geopolítica.
La
guerra de las Malvinas dinamitó la posibilidad de una acción trasnacional
conjunta coordinada desde la IS y definió a los actores en torno a sus
intereses nacionales y en el marco de la disputa este/oeste. Sin embargo, la
apertura de los procesos de transición posibilitó un estimulo en sentido
contrario, abriendo a los partidos políticos nuevas posibilidades de acción
donde las capacidades de integrar redes trasnacionales y las experiencias
obtenidas dentro de ellas, resultaron importantes en contextos de alta
incertidumbre como transiciones, coyunturas posrevolucionarias y acuerdos de
paz.
El
conflicto por las Malvinas enfrentó a la Argentina y a Inglaterra pero, por
diferentes motivos, sus repercusiones se extendieron más allá de los contendientes,
conformándose en un momento clave dentro de la historia de la guerra fría,
sobre todo, para los actores políticos de América Latina.
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Fuente:
https://www.academia.edu
[1] Este trabajo es parte
de una investigación más amplia ya finalizada basada, fundamentalmente, en el
archivo de la IS, ubicado en el Internationaal Instituut voor Sociale
Geschiedenis (IISG) de la ciudad de Ámsterdam, como en diversas entrevistas
personales.
[2]
Sobre todo, a
partir de la obra de O’Donnell, Schmitter y Whitehead (1994) que influyó
decisivamente en los trabajos posteriores. Incluso, Schmitter (2011) sigue afirmando
que los factores internacionales jugaron un rol no muy importante.
[3]
Whitehead (2002)
mismo comenzó a dar importancia a la acción internacional.
[4] Brandt fue el primer
canciller socialista alemán luego de la segunda guerra mundial, obtuvo el
Premio Nóbel de la paz (1971) y era entonces uno de los dirigentes más
prestigiosos del mundo en aquellos años.
[5] . Brandt asumió
acompañado por Bernt Carlsson (Suecia) como secretario general, junto a Olof
Palme, Françoise Mitterrand, Felipe González, Mario Soares, Bruno Kreisky,
Julius Nyerere y Yitzhak Rabin entre otros. Además, participaban líderes
latinoamericanos como Carlos A. Pérez, José Figueres, José F. Peña Gómez y
Michael Manley, quienes fueron los más involucrados con la organización. También
intervenían activamente Omar Torrijos, los sandinistas, el salvadoreño
Guillermo Ungo, Daniel Oduber, Anselmo Sule y Leonel Brizola, entre otros.
[6]
“Durante dos
años he ejercido la presidencia de una comisión independiente establecida para
[. . .] elaborar un programa justo de reformas. No se involucró a la IS. Me
complace comprobar, sin embargo, que nuestros partidos se han inspirado
substancialmente en el Informe de la Comisión Brandt, tanto en el contexto
nacional como en el internacional. Y espero que el Congreso de la también IS lo
hará” (Brandt 1981, 130).
[7] Carta de Víctor
García Costa a Bernt Carlsson, 01/08/1977, IISG.
[8] Ibid.
[9] Comunicado del PLB,
firmado por Jenny Little (secretaria de relaciones internacionales), 06/04/82,
IISG.
[10] Declaración del PLB, firmada por Michael Foot y Tony Benn (Labour Unity
on Falklands), 28/04/1982, IISG.
[11] Comunicado firmado
por Néstor Martínez Eraso, secretario de relaciones internacionales del PSP,
Buenos Aires, 22/04/1982, IISG.
[12] El CALCIS también
estaba integrada por el salvadoreño Héctor Oquelí (secretario ejecutivo) y
cuatro vicepresidentes Gonzalo Barrios (AD), Michael Manley, Daniel Oduber
(PLN) y Anselmo Sule (Partido Radical, Chile). Había miembros por cada
subregión: Carlos A. Pérez y Leonel Brizola (Partido Democrático Trabalhista,
Brasil) por América del Sur. Luis Alberto Monge (PLN) por América Central y
O’Brian Trotman (Barbados Labour Party) por Antillas y Caribe.
[13] Circular del CALC
3/82, firmada por José F. Peña Gómez, Santo Domingo, 28/04/1982, IISG.
[14] El documento no fue
suscrito por los angloparlantes Michael Manley y O’Brian Trotman; carta de José
F. Peña Gómez a Bernt Carlsson, adjuntada a la circular del CALC 3/82, IISG.
[15] Carta de Bernt
Carlsson a Ron Hayward, “confidencial”, Londres, 06/05/1982, IISG.
[16] Comunicado del PLB,
firmado por Ron Hayward, secretario general, dirigido a Bernt Carlsson con
copia a Jenny Little y J. E. Mortimer, Londres, 24/05/1982, IISG.
[17] “El NEC ha dejado
claro públicamente que lamenta el estado de ánimo chauvinista estimulado por
las facciones de extrema derecha en la Argentina y Gran Bretaña. El
nacionalismo —incluso cuando se expresa en forma de ‘solidaridad continental’—
es un credo estéril, rechazado por todos los verdaderos socialistas, vengan de
donde vengan [. . .] La declaración del Comité se refiere a la ayuda ya
recibida [. . .] por la Argentina de parte de otros Estados de América Latina.
El NEC señala que entre los partidarios de la posición de la Junta se incluyen
muchos enemigos jurados del socialismo democrático como se entiende en la IS”.
Ibid.
[18]
“We detest the Galtieri dictatorship, and we dismiss the
notion that the Argentinian seizure of the Falklands is progressive on
anti-colonialist grounds. Nevertheless we believe that, in a war between
Britain and Argentina, the defeat of British imperialism is the lesser evil.
The main enemy is at home” (Hallas 1998, 366–373).
[19]
Comunicado de prensa, World Federation of Trade Unions, Praga,
27/04/1982, IISG.
[20]
Boletín, International Union of Socialist Youth, no. 43,
06/1982, IISG.
[21] . “¿Reserva,
equívocos, mala suerte? [. . .] mis relaciones con Brandt no habían sido
siempre fáciles. Confi eso que yo ponía en eso muy poco empeño” (Mitterrand
1982, 185).
[22] Como en ocasión de la
llamada declaración franco-mexicana (dos outsiders de la red trasnacional
tejida por Brandt) relativa a El Salvador. Esta intervención fue duramente
criticada por los partidos latinoamericanos (Mujal León 1989).
[23]
La declaración
fue acompañada por el Movimiento Electoral del Pueblo (Aruba); Partido del
Pueblo Unido (Belice); Movimiento de Izquierda Revolucionaria y Movimiento de
Izquierda Revolucionaria (Bolivia); Partido Democrático Trabalhista (Brasil);
Partido Radical (Chile); Partido Liberal (Colombia); Partido Izquierda
Democrática (Ecuador); Movimiento Nacional Revolucionario (El Salvador); New
Jewel Movement (Granada); Partido Socialista Democrático (Guatemala); PRI;
FSLN; Partido Revolucionario Democrático (Panamá); APRA; Partido
Independentista (Puerto Rico); PRD (República Dominicana); Convergencia
Democrática (Uruguay); AD; Movimiento Electoral del Pueblo y Movimiento al
Socialismo (Venezuela), entre otras. Declaración de la COPPPAL firmada por
Pedro Ojeda Paullada (presidente), México, DF, 13/06/1982, IISG.
[24]
“El presidente
ecuatoriano, Osvaldo Hurtado, agradeció a (Leopoldo) Calvo Sotelo el apoyo [. .
.] en la crisis de las Malvinas con el respaldo prestado por la diplomacia
española en esta gran causa latinoamericana [. . .] Calvo Sotelo ha podido
comprobar en [. . .] Ecuador, como lo podrá hacer en [. . .] Colombia y Perú,
el desencanto sufrido por el mundo latinoamericano ante el apoyo norteamericano
a la política británica en Malvinas, que ha abierto un foso en las relaciones
de estos países con su vecino del Norte de imprevisibles consecuencias”.
Extractado de Carlos Mendo, “Felipe González, Fraga, Suárez y Calvo Sotelo
coinciden hoy en la capital de Colombia”, El País (España), 07/08/1982.
[25] Carlos A. Pérez, en El País (España), 18/08/1986.
[26] “Decir que la
Argentina es el agresor es tan absurdo y coloca al compañero [. . .] más cerca
de la equivocada posición sostenida durante los conflictos de Argelia e
Indochina que de la posición anticolonialista y antiimperialista que debe ser
fundamento ideológico del pensamiento socialista”. Documento del PSP Comité
Nacional, firmado por Víctor García Costa (secretario general) y Néstor
Martínez Eraso (secretario de relaciones internacionales), 31/05/1982, IISG.
[27] Ricardo Moreno, “La
guerra en el Atlántico sur: Acuerdo de compromiso en la Internacional
Socialista”, El País (España), 28/05/1982.
[28] Entrevista a Elena
Flores (delegada del PSOE en la reunión).
[29]
Resolution on Falklands/Malvinas, Socialist Affairs, no. 4,
1982, p. 142, IISG.
[30] “Imposible entender
por qué la reunión se celebrará en Lisboa el 29 de mayo, cuando todos estaban
reunidos en Helsinki el 27 de mayo”, notas de la reunión de Bernt Carlsson con
Leonard Larsen, Reiulf Oteen y Thorvald Stoltenberg, Londres, 14/06/1982, IISG.
[31] “Quiero expresar
nuestra más profunda decepción por el inaceptable procedimiento de convocatoria
de la reunión de los miembros de la comisión Falkland/Malvinas”, Margherita
Boniver (International Secretariat, Italian Socialist Party) a Bernt Carlsson
con copia al laborismo noruego, Roma, 03/07/1982, IISG.
[32] Circular del
laborismo noruego a los miembros de la comisión, firmado por Reiulf Steen,
Oslo, 04/06/1892, IISG.
[33] Notas de Bernt
Carlsson, Falklands/Malvinas Commission, report from the meeting, 09/06/1982,
IISG (original en inglés, traducción del autor).
[34] Concurrieron
representantes de Argentina, Inglaterra, Italia, Alemania, Barbados, Noruega,
Venezuela y Chile, Socialist Internacional, Falklands/Malvinas Commission,
report from the meeting, 09/06/1982, IISG.
[35] “1- evitar más daños
al buen funcionamiento entre los partidos de América Latina y Europa. 2-
delinear una política respecto a la situación futura de Islas Falkland/Malvinas
[. . .] 4- Elaborar propuestas sobre la forma de estimular el desarrollo de un
gobierno civil y la democracia en la Argentina”, Falklands/Malvinas Commission,
report from the meeting, 09/06/1982, IISG.
[36] Notas de la
conversación entre Leonard Larsen y Bernt Carlsson, 09/08/1982, IISG.
[37] Report of the
Socialist Internacional working group on the Falklands/Malvinas, Caracas, 21/
07/1982, IISG.
[38] Comunicado del PLB,
carta de J. E.Mortimer (secretario general) a Bernt Carlsson, Londres, 02/
09/1982, IISG.
[39] Carta de Bernt
Carlsson a J. E. Mortimer, Londres, 28/10/1982, IISG.
[40] Carta de J. E.
Mortimer a Bernt Carlsson, Londres, 20/10/1982, IISG.
[41] Carta de Bernt
Carlsson a J. E. Mortimer, Londres, 28/10/1982, IISG.
[42] Telex enviado por
Carlos A. Pérez a Bernt Carlsson, Caracas, 22/12/1982, IISG.
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