11 de enero de 2020

MALVINAS, CAPÍTULO FINAL – GUERRA Y DIPLOMACIA EN LA ARGENTINA (1942-1982)



Por Fabián Bosoer (*)

Introducción

La guerra de Malvinas representó un parte-aguas en la historia argentina de reconocidos alcances y proyecciones nacionales e internacionales. Aquel momento de bisagra, entre abril y junio de 1982, significó la retirada de la última y más feroz dictadura que vivió el país y el inicio del proceso de democratización en todo el Cono Sur latinoamericano.

Fue un hecho de enorme repercusión internacional; un caso testigo que puso en evidencia las contradicciones de lo que por entonces se entendía como Occidente, el respaldo de sus principales potencias, los Estados Unidos y Gran Bretaña, a brutales dictaduras so pretexto de enfrentar, en nombre de la democracia y “los valores tradicionales”, la supuesta penetración del comunismo soviético y las ideas revolucionarias.

Una de esas dictaduras, por razones que han sido y siguen siendo materia de estudio, investigación, controversia y revisión historiográfica, se salió de cauce y pateó el tablero geopolítico de ese entonces, ocupó militarmente el archipiélago de pequeñas islas del Atlántico Sur que eran motivo de antiguo reclamo y puso con ello a prueba el sistema de alianzas establecido desde los años 50 por las potencias vencedoras de la última guerra mundial.

Pero ese acontecimiento imprevisto trajo otras sorpresas: Gran Bretaña, con el apoyo de los EEUU, respondió al desafío poniendo a punto y desplegando todo su aparato bélico para desalojar por la fuerza a los soldados argentinos y convertir el suceso en una resonante muestra de fortaleza. De este modo permitió a los líderes y jefes militares de Washington y Londres adelantar lo que se viviría años más tarde como una victoria, con el fin de la Guerra Fría y la desintegración de la Unión Soviética.

Malvinas podrá tomarse, así como un precedente del tipo de enfrentamiento bélico característico de la posguerra fría, guerras asimétricas, punitivas y mediáticas, que se vería diez años más tarde en la primera Guerra del Golfo.

En una aproximación retrospectiva más amplia, Malvinas puede leerse también como un desenlace final de cuarenta años de turbulentas relaciones de poder cívico-militares en la Argentina, manejo compartido de la política exterior de nuestro país y percepciones distorsionadas de la elite de poder, sobre las amenazas, oportunidades y relaciones con el mundo.

Este libro propone un abordaje específico: el conflicto bélico de 1982 como última secuencia de un ciclo que se inicia en 1942, cuando la Argentina defiende la neutralidad en la Segunda Guerra Mundial, y que tiene como hilos conductores las complejas relaciones entre diplomáticos, políticos y militares. También la incidencia en el proceso de toma de decisiones de la política exterior argentina y los agudos problemas de percepción por parte de éstos acerca de cuál podía y debía ser la inserción más adecuada del país en el contexto internacional. Asimismo, pretende dilucidar la relevancia que tuvo un determinado sistema de creencias fraguado en la sobre-valoración de la amenaza externa y en las disputas internas entre nacionalistas, conservadores y liberales por el control de los resortes del gobierno y la representación del interés nacional, en el modo en que sus dirigentes más connotados enfrentaron los desafíos externos e internos más importantes.

En esas cuatro décadas, pese a la inestabilidad, los antagonismos y las grandes fluctuaciones políticas de los gobiernos, es posible encontrar a una misma clase dirigente en el centro o en las adyacencias inmediatas del manejo de nuestras relaciones con el mundo. En tales círculos, la reivindicación territorial de las Malvinas formó parte de preocupaciones permanentes y de criterios disímiles para encararla. Es aquí donde se sitúa este recorrido por algunos de los laberintos más o menos explorados de nuestra historia en pos de hallazgos curiosos y sorprendentes. La hipótesis que se postula es la existencia de una alta correlación entre la continuidad de una misma elite de poder conservadora, de sus bases constitutivas, modos de funcionamiento y fuentes de inspiración ideológica y la debilidad, discontinuidad o carácter errático de las conductas gubernamentales y decisiones estratégicas adoptadas en materia de política exterior.

Esta aparente contradicción entre permanencia de una misma elite dirigente y falta de una política exterior coherente será una de las pistas centrales que conducirán a los porqués de la guerra en el Atlántico Sur en abril de 1982.

El libro ilustra el análisis con situaciones claves, tratativas y conferencias internacionales, anécdotas sobre encuentros y desencuentros e itinerarios de personajes que tuvieron un papel decisivo en la diplomacia argentina y las relaciones exteriores. Estas caracterizadas personalidades del establishment diplomático cumplieron destacadas misiones en el exterior al tiempo que debieron responder, en el orden doméstico, a los distintos juegos de poder, conspiraciones, golpes de Estado, conjuras e intrigas palaciegas que dominaron la política nacional de aquellos años.

La actuación de Nicanor Costa Méndez y Roberto Alemann, acompañando al General Leopoldo Galtieri en sus dos malogrados desembarcos, en la Casa Rosada y en las islas, y la participación de los Generales norteamericanos Alexander Haig y Vernon Walters en el conflicto, son dos de los ejemplos que se introducen para ilustrar un recorrido de cuarenta años de diplomacias paralelas y complicadas relaciones entre civiles y militares en las esferas de poder.
 
Se escribieron alrededor de un centenar de libros en nuestro país sobre los aspectos históricos, políticos, diplomáticos, militares y socio-culturales implicados en la guerra de Malvinas, y otros tantos en Gran Bretaña. El conflicto del Atlántico Sur es un ejemplo obligado en los manuales de guerra de los principales ejércitos del mundo y ha inscripto un capítulo no precisamente favorable para nuestro país en la historia militar y los grandes acontecimientos del siglo XX. Se hicieron varias películas y numerosos documentales. Roger Waters y Pink Floyd le dedicaron un álbum entero The final cut, subtitulado Réquiem para el sueño de pos-guerra. León Gieco cantó Sólo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente… y la canción se convirtió pronto en un himno que trascendió las fronteras.
 
Un rápido ejercicio de búsqueda/navegación por Internet permite encontrar más de 980 mil menciones colocando Guerra de las Malvinas. Después de un cuarto de siglo de aquella conflagración, la única que el país libró en su vida contemporánea, se nos presenta aquí una suerte de piedra filosofal que nos brinda claves explicativas para entender cómo se construyeron las percepciones dominantes en las relaciones argentinas con el mundo a lo largo del siglo veinte; cómo estas percepciones condicionaron las acciones y comportamientos de quienes condujeron y manejaron estas relaciones, y cómo tales percepciones y acciones encontraron, en el conflicto bélico del Atlántico Sur, su estrepitoso final.

El General y el Canciller van a la guerra

“Les tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras (…)” (Juan López y John Ward, Jorge Luis Borges)


Pese a la mala situación económica y social, a las crecientes movilizaciones de protesta de las organizaciones gremiales y reclamos de los organismos de derechos humanos y al aislamiento internacional, la dictadura militar del Proceso parecía recobrar nuevos bríos a comienzos de 1982. Participarán de este tramo final que se inicia ese año figuras provenientes del liberalismo conservador tradicional, como Roberto Alemann y Amadeo Frúgoli, un nacionalista católico de larga trayectoria como Nicanor Costa Méndez, abogados e intelectuales de derecha con actuación en anteriores gobiernos militares como Lucas Lennon, Cayetano Licciardo, Julio Gancedo y Rodolfo Baltiérrez; dirigentes sectoriales como el ruralista Jorge Aguado; liberales ortodoxos más jóvenes provenientes del ámbito económico empresarial como Manuel Solanet y Jorge Bustamante. Además, se suman dirigentes de partidos provinciales designados como gobernadores como Horacio Guzmán y Leopoldo Bravo, y militares provenientes de familias de tradición anti-peronista, como el Coronel Bernardo Menéndez, el General Mario Benjamín Menéndez y el Almirante Isaac Anaya, junto a otros de filiación más afín al nacionalismo, los que fijaban en el General Leopoldo Galtieri la expectativa de un liderazgo de características populistas que le diera permanencia o desembocadura controlada al régimen militar; una salida, en fin, “por la puerta grande”. No imaginaban al tren que se estaban subiendo.

En su primer mensaje al país, el 22 de diciembre del ’81, el autoproclamado Presidente había reiterado la frase preferida de los militares y sectores duros: “El tiempo de las palabras se ha agotado (…) Es el tiempo de la firmeza y de la acción”, a lo que le añadía algunas precisiones: “En el plano de la política exterior creo conveniente señalar que la situación de la Argentina en el mundo no es compatible con posiciones equívocas o grises susceptibles de debilitar nuestra raíz occidental ni con coqueteos ideológicos que desnaturalicen los intereses permanentes de la Nación”.

El hombre elegido para llevar adelante la política exterior era Nicanor Costa Méndez, una figura claramente identificada con el perfil a la vez nacionalista y pro-occidental que quería imprimirle a su gobierno Galtieri, con el cercano respaldo de Anaya.

Al ex Canciller del gobierno de Onganía le tocará dibujar un último hilo conductor de las relaciones entre civiles y militares en la elite de poder, semejante a los trazados en décadas previas por figuras como Mario Amadeo y Bonifacio del Carril. Sus antecedentes eran difíciles de igualar: abogado de grandes empresas, profesor de las Escuelas de Guerra Naval, Aérea y del Ejército, Presidente de empresas agrícola-ganaderas, integrante del directorio de La Vascongada, Texas Instruments, The Western Telegraph, además de compañías inmobiliarias, financieras y metalúrgicas, Embajador en Chile entre 1962 y 1964 y Ministro de Relaciones Exteriores entre el ’66 y el ’69. Era difícil encontrar un currículum parecido en el seno de la dirigencia argentina que frecuentaba los vínculos con las Fuerzas Armadas. Además, era quien había encarado las más serias negociaciones con Gran Bretaña por Malvinas tras la aprobación de la Resolución 2065.  

Tras su salida del gobierno, entre 1969 y 1982, Costa Méndez no había ocupado cargos públicos, aunque había escrito con frecuencia artículos periodísticos en La Nación y La Prensa y participaría de los mismos círculos intelectuales de consulta de jefes militares y dirigentes de la derecha conservadora. Otras investigaciones registran datos menos conocidos de sus vínculos profesionales y políticos: en los ‘40 el joven Costa Méndez formaría parte del buffet del abogado Jaime Perriaux, otro influyente nexo con sectores militares que atendía los negocios del grupo de empresas de origen alemán Bromberg, fundado por Ricardo Staudt, quien fuera principal nexo entre el gobierno y los fabricantes de armas de la Alemania nazi y los militares argentinos.

Mucho más cerca en el tiempo y hasta su regreso a la Cancillería, se lo ubica a Costa Méndez como Presidente de la Compañía General de Combustibles, integrante de la multinacional petrolera anglo-norteamericana Shell y de la empresa Unitan, ex La Forestal, de capital británico. Entre otras participaciones como hombre de asidua consulta de las jerarquías castrenses había sido uno de los redactores en 1978 del capítulo referido a la política internacional de las Bases políticas de la Fuerza Aérea, uno de los documentos empleados para elaborar el programa político de la Junta Militar. Allí explicaba por qué la inserción de la Argentina en el Occidente cristiano era una definición indiscutible. Costa Méndez era, además, miembro fundador del Ateneo de la República, un influyente círculo del nacionalismo católico, y vicepresidente del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, el CARI, una entidad académica fundada en 1978 y presidida por el Embajador y ex Canciller Carlos Muñiz, que tenía el propósito de constituirse en el más influyente think tank de la política exterior argentina a la usanza del Council of Foreign Relations estadounidense. Por si algo faltaba, había sido también Presidente de la Asociación de Amigos de la Oxford University en la Argentina.

De manera que las referencias, relaciones y viejos y buenos vínculos de Costa Méndez con altos jefes de las tres fuerzas armadas lo presentaban como la figura más acorde con el objetivo de Galtieri de homogeneizar el frente militar y llevar a cabo una política exterior más enfática y asertiva. A los 61 años su regreso al Palacio San Martín se concreta a instancias de quien sería designado Ministro del Interior, el General Alfredo Saint Jean, principal asesor político de Galtieri, a quien Costa Méndez conocía de los tiempos en que el citado militar era Ayudante de Campo y Edecán de Onganía y él, Embajador de Chile primero y luego Canciller de aquella otra dictadura entre 1966 y 1969.

Su nombre circula inicialmente junto al de su colega y amigo Eduardo Roca, otro abogado y asesor de empresas multinacionales que había tenido funciones diplomáticas durante anteriores gobiernos militares, que también participaba de las sesiones y actividades del CARI. Costa Méndez y Roca compartían las mismas ideas nacionalistas y occidentalistas y sabían que finalmente uno de ellos sería el elegido. En tal caso, quien fuera designado Canciller, se comprometieron, designaría al otro como Embajador ante las Naciones Unidas. Lo que no sabían, y para ello no alcanzaron su experiencia, conocimientos y relaciones, era la tarea que les sería encargada y las sorpresas que les iban a tocar en suerte.

Los testimonios autobiográficos de Camilión, Canciller saliente, y Costa Méndez, Canciller entrante, permiten conocer aspectos de la trama personal involucrada en las trayectorias políticas como un factor importante en la formación de las percepciones sobre aliados y adversarios en las relaciones entre civiles y militares dentro de la elite de poder durante esos años. Costa Méndez, según Camilión, “era un hombre adecuado al tono tipo establishment que tomaría el gobierno de Galtieri (...).  Iba a aportar al Ministerio de Relaciones Exteriores la misma condición no profesional que caracterizó su primera gestión (...).  Era un hombre de gran atractivo personal, de una gran simpatía, de muy buenas maneras, pero, la verdad sea dicha, de profesionalismo no tenía absolutamente nada. Fue muy responsable del deterioro de las relaciones con Chile que llevaron finalmente a la solución jurídica que estropeó la posibilidad de una solución política en el tema Beagle y otros. Luego iba a demostrar en el tema Malvinas cuál era su verdadera dimensión en términos de diplomacia eficiente y profesional”.

Costa Méndez, por su parte, relata de este modo el mismo momento y su relación con Camilión:

“Tan pronto asumí el cargo visité, como señala el protocolo, a mi antecesor, el doctor Oscar Camilión. No se trataba por cierto sólo de cumplir un ritual. Me unía una vieja relación. A lo largo de más de veinte años de amistad habíamos tenido, claro está, no pocas disidencias, pero también algunas coincidencias importantes. Nunca militamos en los mismos grupos políticos, pero tampoco, salvo después del 2 de abril, estuvimos radicalmente enfrentados. Nuestros maestros habían sido casi los mismos. Nuestras lecturas, las mías muchos menos numerosas que las suyas, no habían sido demasiado distintas. Nuestro sentimiento nacional no difería mucho. Su actividad política había sido más activa y fervorosa que la mía. Celebré y aplaudí su actuación diplomática en Brasil y escribí en La Nación un artículo elogioso de ella, que él me agradeció. Dinámico, apasionado, seguro en sus juicios, a veces algo esquemático en su pensamiento político, pudo haber sido un gran Ministro de Relaciones Exteriores. No tuvo tiempo para serlo...”.

Galtieri le había encargado a Costa Méndez la misión de resolver los dos temas más sensibles a los intereses geopolíticos de las Fuerzas Armadas, y de hacerlo “por las buenas o por las malas”: la recuperación de las islas Malvinas y una “solución justa” a la disputa limítrofe con Chile que respetara el principio de división bioceánica. Repitiendo una característica del modo de toma de decisiones del régimen militar, el margen de maniobra del designado Canciller se vio sumamente condicionado desde un comienzo. Las crónicas relatan el vano intento de condicionar su aceptación del cargo a una promesa del gobierno militar en el sentido de que no se embarcaría en una guerra con Chile. La lacónica respuesta de Galtieri, según cuentan las crónicas, fue: “Yo llamé a un duro y resulta que ahora vino a verme un blando”. Por esos días Costa Méndez almuerza con dirigentes conservadores amigos en el Círculo de Armas y les anticipa: “voy a ser el Canciller que recuperará las Malvinas”.

Las circunstancias políticas volvían a encontrar al mismo personaje ante un escenario en el que sabía moverse con solvencia incomparable: como en 1966, en su anterior paso por la Cancillería, Costa Méndez debería conciliar posiciones entre el ala considerada “liberal” y las visiones de los jefes militares identificados como halcones.
  
Una de las primeras señales del cambio de óptica oficial fue la creación, en enero de 1982, de una comisión ad-hoc para analizar el eventual retiro de la Argentina del Movimiento de Países No Alineados. Esto respondía a la sugerencia de asesores como el Agregado Militar en los Estados Unidos, General Miguel Ángel Mallea Gil, otra figura clave del entorno de Galtieri y de fluido trato con el General Meyer, jefe del Ejército norteamericano. Mallea Gil era un militar cuyo precoz debut en la política nacional se remontaba a su participación en las jornadas del golpe de septiembre del ‘55 como Teniente Primero, junto al General Eduardo Lonardi.  Ahora, se había convertido en un hombre con mayor peso en Washington que el que formalmente tenía el Embajador Takacs, recién llegado a esa representación, y desde esa posición había recomendado en un informe al Presidente apartarse de No Alineados e “iniciar un desplazamiento hacia la periferia, a fin de despegarse y quedar solamente como observadores” de esa organización.

El camino parecía allanado para que los comandantes del Proceso recuperaran terreno y lograran un clima interno más favorable para quedarse en el poder. Precisaban un gran acontecimiento que galvanizara a la sociedad e hiciera olvidar las heridas económicas y sociales y las violaciones a los derechos humanos que estaban empezando a salir a la luz. Encontrarían la fórmula en un ambicioso plan pergeñado de manera reservada en oficinas de los Estados Mayores de la Armada y el Ejército, alentado por la anuencia de los principales funcionarios civiles que integraban el gobierno y por la percepción de una receptividad favorable por parte del gobierno estadounidense a lo que entendían como una “carta blanca” para llevar adelante ese propósito: la recuperación militar de las Malvinas. Había una fecha tope en las agendas del plan: el 3 de enero de 1983 se cumplirían 150 años de usurpación británica, la Argentina no debía llegar a esa fecha “de brazos cruzados”.

La operación se concebía como un recurso catalizador para crear una atmósfera diplomática favorable para resolver la disputa. Su objetivo no era mantener la ocupación militar por la fuerza y mucho menos confrontar militarmente con las fuerzas de la Armada británica.

La Junta había dispuesto, en efecto, en su última reunión del año ’81, preparativos para la defensa de las posiciones argentinas en el Atlántico Sur que contemplaban una escalada que podía culminar con la ocupación de las islas. La existencia de este plan, sin embargo, es transmitida por Galtieri al Canciller recién el 16 de febrero de 1982, cuando el grupo especial dedicado a su preparación ya había avanzado sobre el mismo. Una intensa campaña de acción psicológica crea las condiciones propicias para el lanzamiento de una gesta patriótica y nacionalista.

Recordaba perfectamente Costa Méndez aquel episodio de los primeros meses de su anterior gestión ministerial de dos décadas atrás conocido como Operativo Cóndor. Se venía de una batalla diplomática exitosa con la aprobación de la Resolución 2065 en la Asamblea General de la ONU, que había reconocido la existencia de una disputa por la soberanía de las Malvinas. Durante la gestión del gobierno radical de Arturo Illia se habían iniciado negociaciones directas con el gobierno laborista británico, que incluyeron una visita del secretario de Relaciones Exteriores, Michael Stewart, a Buenos Aires en enero del ‘66. Todo parecía indicar que podía abrirse un camino para avanzar hacia un acuerdo. Tenía también presente Costa Méndez que, en el Parlamento británico, una de las voces más vehementes de la oposición conservadora era Lord Carrington, el ahora Canciller.

Instalado Onganía en el sillón presidencial en 1966, Costa Méndez debe llevar adelante las negociaciones y preparar su primera presentación ante la Asamblea General, en octubre de ese año. El 28 de septiembre estaba sentado en su banca junto al Embajador Raúl Quijano cuando, momentos antes de pronunciar su discurso, recibe un télex que anunciaba el aterrizaje forzoso de un avión de línea argentino en las Malvinas, organizado por militantes nacionalistas y en el que se sospechaba la mano oculta de los servicios de inteligencia militar. Costa Méndez fue sorprendido por la noticia y debió improvisar alguna alusión al hecho, pidiendo comprensión ante lo que explicó como un síntoma del sentimiento de impaciencia argentino ante las reticencias de la diplomacia británica para avanzar en las conversaciones. Las negociaciones no prosperaron.
A aquel desembarco simbólico del año ’66 en Malvinas siguieron pequeños incidentes como la agresión contra la embajada británica en Buenos Aires en ocasión de una visita del Príncipe Felipe de Edimburgo, que había venido a jugar un partido de polo. Costa Méndez recordará su molestia: “Mis compatriotas en Buenos Aires parecían no tener otro entretenimiento que producir hechos que sobresaltaran a la opinión pública británica”. Dieciséis años más tarde las circunstancias se repetían y encontraban a algunos personajes en los mismos lugares de protagonismo. Pero ahora aquella descabellada idea iba en serio. La paciencia en sostener las estancadas conversaciones con Gran Bretaña se agotaba. La prohibición del recurso al uso de la fuerza, un último bastión de lo que había sido la posición argentina en todos los foros internacionales a lo largo del siglo, caía rendida ante la perspectiva de producir un hecho consumado y lograr un alto rédito interno con bajo costo externo.

La prensa oficialista participa activamente en preparar un clima de opinión en sintonía con un importante sector del poder militar y sus asesores civiles. Un fastuoso asado campestre en ocasión del centenario del pueblo de Victoria, en la provincia de La Pampa, sirve de escenario para que Galtieri se muestre exultante. Días después visita a la selección argentina de fútbol que, bajo la batuta de César Luis Menotti, se preparaba para participar del Mundial en España. En el momento de posar para la foto, un periodista le pregunta si tenía previsto concurrir a algún partido, a lo que Galtieri le responde: “Imposible. Aquí tengo demasiadas tareas”. El diario Convicción, vocero de las posiciones de la Armada, editorializa, el 21 de febrero, a propósito de las últimas conversaciones argentino-británicas: “…Nadie entiende que se sucedan los gobiernos, con ellos los Cancilleres...y que la Argentina siga mansamente perdiendo el tiempo”. Días después, su director Hugo Ezequiel Lezama, escribe: “En estos momentos estamos en óptimas condiciones: nos gobiernan las Fuerzas Armadas; tenemos un Presidente (Galtieri) con empuje y una gran capacidad de decisión, y contamos con un Canciller de lujo (Costa Méndez). Si además de haber ganado la guerra contra el terrorismo se recuperan las Malvinas, el Proceso quedará signado por estos hechos (…) En cuanto al frente interno, la ciudadanía se sentiría tonificada…”.

En Nueva York, las conversaciones argentino-británicas habrían de encallar nuevamente. ¿Era realmente lo que querían sus protagonistas? ¿Estaban las delegaciones diplomáticas de ambas partes interpretando una partitura tan necesaria como inútil y descartada en las respectivas capitales por los supremos decisores? Los días 26 y 27 de febrero se llevó a cabo la última ronda de negociaciones, interviniendo en la delegación argentina los Embajadores Ros y Ortiz de Rozas. Gran Bretaña estuvo representada por los Ministros Luce y Fearn y por el Embajador en la Argentina Anthony Williams, además de dos consejeros de las islas que insistirían en la necesidad de dar prioridad a los deseos de los isleños.

Pese a todo, esa ronda finalizó con la aparente voluntad de la delegación británica de recomendar la aceptación de la propuesta argentina al gobierno británico. Esta presentación, denominada "Propuesta de Reactivación", propiciaba el establecimiento de una "Comisión Permanente negociadora" que debería reunirse todas las primeras semanas de cada mes, alternadamente en cada capital, a fin de mantener la continuidad e impulso de la negociación. El 1º de marzo se emitió un comunicado conjunto, cuyo contenido principal decía: “La reunión tuvo lugar en un clima cordial y positivo. Las dos partes reafirmaron su decisión de hallar una solución a la disputa de la soberanía y consideraron en detalle una propuesta argentina sobre procedimientos para lograr mayores progresos en este sentido. Acordaron informar a sus gobiernos al respecto".

Pero el comunicado ampliatorio argentino del Canciller Costa Méndez, que se publicó al día siguiente en Buenos Aires, tenía otro tono:  "La Argentina ha negociado con Gran Bretaña con paciencia, lealtad y buena fe, durante más de 15 años, en el marco señalado por las resoluciones pertinentes de la ONU, la resolución de la disputa de la soberanía sobre esas islas. El nuevo sistema constituye un paso eficaz para la pronta solución de esa disputa. Por lo demás, si eso no ocurriera, LA ARGENTINA MANTIENE EL DERECHO DE PONER TÉRMINO AL FUNCIONAMIENTO DE ESE MECANISMO Y DE ELEGIR LIBREMENTE EL PROCEDIMIENTO QUE MEJOR CONSULTE A SUS INTERESES".

Este comunicado motivó una respuesta airada del Embajador Williams, pero se condecía perfectamente con el clima existente en las esferas oficiales argentinas. El diario La Prensa había reflotado su prosa nacionalista inflamada de los tiempos de Estanislao Zeballos, que fuera su director un siglo atrás, además de Canciller y autor de un libro emblemático del nacionalismo territorialista, Diplomacia desarmada, en el que la emprendía frontalmente contra la deserción del General Mitre frente al Brasil en la resolución de la Guerra de la Triple Alianza. Emulando mal a Zeballos, su columnista principal, Jesús Iglesias Rouco, revelaba lo que era un secreto a voces en los cenáculos y mentideros políticos: “Este año la Argentina recuperará las Malvinas por la fuerza”, y señalaba la vinculación entre los dos conflictos australes y el interés de los Estados Unidos en la solución pacífica de ambos para establecer una estructura de defensa “más formal y permanente” en el Atlántico Sur. La otra gran pluma de La Prensa, Manfred Shöenfeld, jugaba el rol de un Chesterton de las pampas sudamericanas. Desde las mismas páginas, Shöenfeld subrayaba el carácter vulnerable y decadente de Gran Bretaña como vieja potencia colonialista, con pretensiones anacrónicas frente a una nación joven que estaba ejerciendo un derecho legitimado por la historia: “No se debe seguir negociando con quienes se han dedicado, durante un lapso de alrededor de diez años, a tomarnos literalmente el pelo, como suele decirse, y a hacernos desempeñar el papel de hazmerreír en todo este proceso”.   

En Washington empezaban a inquietarse con las noticias procedentes de Buenos Aires y el clima que se estaba viviendo. El 6 de marzo llega al país el secretario de Asuntos Interamericanos norteamericano Thomas Enders y mantiene una serie de importantes reuniones con el Canciller y el Presidente. Es un viaje para tratar temas bilaterales y sondear las intenciones del gobierno argentino respecto de las dos cuestiones más delicadas, Beagle y Malvinas. Costa Méndez expresa en sus notas personales un sentimiento de admiración no correspondida hacia Enders: “Alto, rubio, atlético y de buena planta, con una excelente formación secundaria, universitaria y de posgrado: Harvard, Yale, París. Enérgico, sutilmente autoritario, todo parece indicar que pertenece a los grupos sociales que en una u otra forma han participado activamente en el ejercicio del poder público en los Estados Unidos desde que la nación comenzó su vida independiente. No es un burócrata de carrera administrativa; forma parte, en cambio, para decirlo, en una palabra, de lo que Wright Mills llamó ‘la elite del poder’”. Y le agrega otro dato que considera importante en la semblanza de su interlocutor: “Su militancia en la fe católica, sumada a la fina sensibilidad y al entusiasmo de su mujer (…) lo condujo a apreciar y valorar ciertos aspectos de Latinoamérica y a abrirse con sinceridad al diálogo con los hombres de España e Iberoamérica”.

En las reuniones con el Presidente y el Canciller, Enders se muestra cauto y prescindente al referirse a los conflictos que la Argentina mantenía con Gran Bretaña y Chile, señalando que la posición de su gobierno en este asunto era hands off (manos afuera). A veces, el modo en que se interpreta una palabra o una frase termina determinando decisiones de enorme significación: Galtieri y Costa Méndez entendieron lo que escuchaban como una señal de que los Estados Unidos no intervendría en contra de los intereses argentinos en caso de agravarse la situación con Gran Bretaña. Enders se fue del país destacando el buen estado de las relaciones bilaterales y las amplias coincidencias “en casi todos los temas tratados”. El día 20 Galtieri recibe al Embajador Roca, que se aprestaba a asumir sus funciones en las Naciones Unidas, y lo sorprende con el anuncio del plan de ocupación, agregando que “no queda otra salida”.

Por esos días Nicaragua denunciaba ante la ONU la intervención de militares argentinos en la preparación de una invasión contra-revolucionaria que se lanzaría desde Honduras, donde actuaba John Negroponte como Embajador norteamericano. El secretario de Estado, Alexander Haig, había admitido ante el Congreso que el gobierno argentino estaba prestando ayuda militar al régimen derechista de El Salvador y el Canciller Costa Méndez confirmaba, el 19 de marzo, la venta de armas argentinas a aquel país. Mientras se ocupaba de las relaciones con Bolivia y Brasil, los problemas en América Central y la mediación papal por el Beagle, la conducción de la política exterior argentina se encaminaba, sin advertirlo claramente, a un rumbo sin retorno en el Atlántico Sur.
  
Es entonces cuando un incidente en las Islas Georgias del Sur, a 1600 kilómetros de Malvinas y 2.300 kilómetros de Río Gallegos, protagonizado por trabajadores argentinos de una empresa de desguace de equipos de pesca de ballenas, la llamada misión Constantino Davidoff (nombre del empresario contratista), aparece como un pretexto en ambas partes para elevar la intensidad de la escalada diplomática. La Junta Militar había dispuesto poner en ejecución la Operación Rosario el 26 de marzo, fijando un Día D tentativo el 1° de abril. Otro acontecimiento, en este caso de la política nacional, acelera la puesta en marcha de los preparativos militares mantenidos en secreto: el 30 de marzo se realiza la más importante movilización de protesta, convocada por la CGT, que converge sobre la Plaza de Mayo y es brutalmente reprimida. No está ausente de las evaluaciones oficiales la oportunidad de superar el mal trance y cohesionar a la sociedad detrás de “una gran causa”.

El mismo viernes 2 de abril es el propio Almirante Massera quien señala en su diario, Convicción: “En materia de soberanía, la acción debe reemplazar a las palabras” y compara la recuperación de las Malvinas, que estaba sucediendo por aquellas horas, con el rechazo a las invasiones inglesas, las guerras de la independencia y la batalla de Vuelta de Obligado. Convocado a esa cita con la historia, el ex Canciller Bonifacio del Carril publica ese mismo día (¿mera casualidad?) un artículo en La Nación titulado Los ataques ingleses a la Argentina recalcando lo infructuosas que resultaron las negociaciones diplomáticas: “La verdad del caso es que Gran Bretaña se ha negado siempre a discutir clara y lealmente (…) El régimen colonial en las islas Malvinas y sus dependencias debe llegar a su fin”.

La noticia, resguardada en el mayor de los secretos, trascendió públicamente poco después de las diez de la noche del jueves 1º, cuando el ex Canciller del gobierno de la Revolución Libertadora, Mario Amadeo, anunció a una decena de periodistas acreditados en el Palacio San Martín, sede de la Cancillería, que el Ministro Costa Méndez le acababa de informar que “se ha resuelto la incorporación de hecho de las Islas Malvinas a nuestro territorio. Ahora todos los argentinos, sin distinción de tendencias, tienen que congratularse por este feliz evento en la historia de la Patria, pues hemos rescatado un pedazo de suelo nacional que siempre fue propio desde el punto de vista del derecho”, se explayó Amadeo. “Por encima de tantas cosas que nos dividen, hay algo que nos une y es el amor a la Patria y la celosa defensa de nuestra soberanía. De este episodio surge claro un triunfo decisivo para la idea de soberanía que se afianza mediante nuestra posesión efectiva de las islas Malvinas”.
El portavoz informal e improvisado de tan trascendente decisión era el mismo veterano intelectual, diplomático y político nacionalista que cuarenta años atrás había acompañado al Canciller Enrique Ruiz Guiñazú a la Conferencia de Río de Janeiro a proclamar la neutralidad argentina en la Segunda Guerra, enfrentado a los Estados Unidos con el guiño de Gran Bretaña y Alemania. El mismo que fuera funcionario de la dictadura del GOU en el ’43, renunciara en desacuerdo con el abandono de la neutralidad y luego se opusiera frontalmente a Perón cuando éste buscó una aproximación con los EEUU. El mismo que acompañó como Canciller al General Lonardi en el ‘55 y renunció dos meses más tarde, objetado por el Departamento de Estado y los militares más antiperonistas, tras la llegada de Aramburu a la presidencia. El mismo que representó a la Argentina en las Naciones Unidas durante el gobierno de Arturo Frondizi y luego fuera uno de los principales asesores civiles del General Onganía. Amadeo llegaba ahora al final de su carrera viendo realizado uno de sus mayores sueños.

También prominente figura del establishment y en contacto permanente con los círculos de poder de Washington y Londres, el Ministro de Economía Roberto Alemann se notificó de lo que se avecinaba el 1º de abril, al regreso de una reunión del Banco Interamericano de Desarrollo en Cartagena. Sus preocupaciones eran otras; el país debía cancelar ese año U$S 7200 millones de su deuda externa. El Presidente del Banco Central, Egidio Iannella, y el secretario de Hacienda, Manuel Solanet, habían tomado nota de lo que ocurriría en la noche del 31. Con celeridad retiraron los fondos argentinos depositados en Londres. Amadeo Frúgoli, Ministro de Defensa, escuchó por primera vez hablar de los preparativos de invasión en un almuerzo informal, en enero, por boca de un periodista. Le llamó la atención lo que acababa de escuchar, pero no fue sino entre el 28 y 29 de marzo que se enteró de que el hecho más importante de la historia militar argentina del siglo XX estaba a pocas horas de desencadenarse. La decisión de invadir se había resuelto el día 26 por la tarde en el edificio Libertador, en una reunión del Comité Militar de la que participaron los tres miembros de la Junta Militar, el Canciller y los Jefes de Estado Mayor.

El Embajador Esteban Takacs vive situaciones igualmente embarazosas en Washington. El propio secretario de Estado norteamericano Alexander Haig, lo convoca el 30 de marzo para hacerle saber que los servicios de inteligencia de los Estados Unidos estaban al tanto de lo que se preparaba y advertirle también que la ocupación de las islas sería un hecho inadmisible para Washington. Ya en conocimiento de la situación, el Embajador Takacs organiza, en su residencia de Dupont Circle, un agasajo a la Embajadora Jeanne Kirpatrick al que asisten importantes funcionarios civiles y militares del gobierno norteamericano. La fecha escogida para la cena no podía pasar desapercibida: también el 2 de abril por la noche. Para los observadores británicos la presencia de tantos miembros de la administración Reagan en la casa del Embajador argentino podría ser vista como una prueba contundente de la confabulación, o al menos de una indiferencia norteamericana ante las decisiones que estaba adoptando el gobierno argentino.
 
El desembarco en las islas había comenzado a las 2 de la madrugada del viernes 2 de abril en un operativo conjunto del Ejército y la Marina bajo las órdenes del General Osvaldo García, comandante del V Cuerpo con asiento en la Patagonia, y el Contralmirante Gualter Allara, quien como subsecretario de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Videla había participado en varias conversaciones diplomáticas con Gran Bretaña y ahora estaba al frente de la Flota de Mar. Aproximadamente cinco mil hombres fueron destinados al cumplimiento de la misión.

Al despertar esa mañana los argentinos resultan sorprendidos por la noticia, de la que se enteran a través de los diarios, la radio y la televisión, al mismo tiempo que muchos altos funcionarios civiles y militares. Un jefe naval norteamericano, el Almirante Thomas Hayward, acababa de llegar a Buenos Aires y cancela abruptamente su visita ante las novedades. El jefe de Inteligencia del Ejército argentino, General Alfredo Sotera, se encontraba en Washington y se entera de los acontecimientos a través del Agregado Militar, General Mallea Gil.

El Embajador en Gran Bretaña, Carlos Ortiz de Rozas, es despertado en la madrugada en Roma por el subsecretario de Relaciones Exteriores, Enrique Ros, quien le comunica la novedad. Ortiz de Rozas se encontraba en Italia tratando la negociación por el conflicto del Canal de Beagle bajo la mediación de Juan Pablo II: tampoco sabía nada hasta ese momento y no compartía la decisión de su gobierno, pero no desconocía la serie de hechos que venían sucediéndose en los últimos meses y de los que había tenido, por otra parte, oportunidad de conversar a comienzos de año con el General Galtieri.

Ya el 7 de enero Costa Méndez lo había llamado para anunciarle que sería reemplazado en la embajada en Londres y enviado a Roma. El plan de la Junta, según Ortiz de Rozas, era colocar allí a un Almirante “para que tuviera la gloria de la recuperación de las Malvinas” idea que no compartía el Canciller. Enterado el gobierno inglés, el Embajador en Buenos Aires, Anthony Williams advirtió a las autoridades argentinas que el envío de un marino no sería bien recibido en Londres. Finalmente, Ortiz de Rozas permanecerá al frente de la embajada, pero se le encarga la negociación en Roma, con lo cual el gobierno argentino prescinde del Embajador de carrera con mayor experiencia en estas misiones diplomáticas justamente cuando éstas se aproximaban a su momento más delicado.

En la mañana del 2 de abril las primeras planas de los diarios están cubiertas con gruesos títulos. La Nación, con una gran foto de Costa Méndez, anticipa que habrá “un giro británico hacia una solución diplomática”. Clarín anuncia “Tropas argentinas desembarcaron en las Malvinas” y añade “Preocupa a los EEUU el conflicto”. En la página de opinión publica un artículo del dirigente conservador Pablo González Bergez invitando a “retornar a la razón, volver al sentido común abandonado y al imperio de la Constitución, restaurar la República”. Sería una de las únicas voces del campo político contrarias a la acción militar y el apoyo entusiasta. El vespertino Crónica titula “Argentinazo: ¡las Malvinas recuperadas!”. El título del otro vespertino, La Razón, reboza de entusiasmo: “Hoy es un día glorioso para la patria. Tras un Cautiverio de un Siglo y Medio una Hermana se Incorpora al Territorio Nacional. EN LAS MALVINAS HAY GOBIERNO ARGENTINO. En un Operativo Combinado Fuerzas de Mar, Aire y Tierra Recuperaron las Islas del Archipiélago”.

Y continúa relatando: “Un operativo combinado de las Fuerzas Armadas permitió recuperar las islas del archipiélago para la soberanía argentina. El desembarco se inició a las 6:30 y hubo enfrentamientos armados en distintos lugares, que provocaron bajas en ambos bandos. A las 10:45, el Gobernador británico se rindió a las fuerzas de Infantería de Marina y fue detenido junto a todos los funcionarios británicos. La población civil se mantuvo ajena a los choques armados, y el General Osvaldo García, comandante de las Fuerzas Armadas en el teatro de operaciones, le dirigió su primer bando. Los efectivos argentinos proceden con firmeza, pero con respecto a la población y los símbolos”.

A los aproximadamente 1.800 habitantes de las islas, informa la Junta Militar, se les garantizarían los mismos derechos y obligaciones instituidos por la Constitución. La Argentina tiene su primer caído en combate en el asalto a la casa del gobernador Rex Hunt: el Capitán Pedro Edgardo Giachino. Gran Bretaña rompe de inmediato relaciones diplomáticas, congela los fondos argentinos en Londres y solicita a sus socios de la Comunidad Económica Europea y los Estados Unidos la imposición de sanciones financieras y un embargo comercial. No eran pocos los que no podían reponerse del asombro. Galtieri se muestra por primera vez en el balcón de la Casa Rosada esa tarde y le habla con lenguaje entre marcial y quijotesco, a una multitud congregada en la Plaza de Mayo, como líder de una nación en armas: “El hidalgo pueblo argentino tiende sus manos al adversario (…), pero no admite discusión sobre sus derechos”.

En horas previas Galtieri había aceptado a regañadientes una conversación telefónica con el Presidente Reagan, convencido por Costa Méndez. Era un último esfuerzo del gobierno norteamericano de disuadir al argentino de seguir adelante con la acción militar. En febriles comunicaciones, las embajadas y aparatos de inteligencia británicos y estadounidenses se recomponen de la sorpresa y comienzan a evaluar la seriedad y las derivaciones del paso que habían dado los militares argentinos. Reagan ofrece la mediación del Vicepresidente George Bush y la Embajadora Jeanne Kirkpatrick: “Usted conoce bien a la Embajadora Kirkpatrick, señor Presidente, y sabe cómo podría trabajar en ese sentido”, le sugiere. Pero Galtieri se mantiene inflexible: “Aprecio su ofrecimiento, señor Presidente, pero deseo que tenga presente que hemos venido negociando infructuosamente a lo largo de 17 años en las Naciones Unidas”.

Reagan insiste y le recuerda: “No escapará a su comprensión, señor Presidente, que un conflicto de esta naturaleza repercutirá en todo el hemisferio y creará una situación de grave tensión. Además, se produciría en un momento en que nuestros comunes esfuerzos por mejorar la relación bilateral están dando frutos, después de la situación difícil por la que atravesó durante la administración Carter. Esa relación especial que existe hoy podría sufrir gravemente. Es necesario, señor Presidente, encontrar una solución pacífica y evitar el uso de la fuerza”. 

El intercambio telefónico se prolonga durante 50 minutos. Reagan no logra sacar a Galtieri de su línea argumental y avanza entonces con la advertencia: “Creo que es mi obligación decirle a usted que Gran Bretaña está dispuesta a responder militarmente a un desembarco argentino. Así me lo ha hecho saber el Reino Unido. Además, la señora Thatcher, mi amiga, es una mujer muy decidida y ella tampoco tendría otra alternativa que dar una respuesta militar. El conflicto será trágico y tendrá graves consecuencias hemisféricas”.

Galtieri responde redoblando la apuesta, ante el desconcierto de Reagan: “La Argentina lamenta realmente esta situación, señor Presidente. Pero la realidad es que la capacidad negociadora y la actitud pacifista de nuestro país tienen un límite. El de las islas Malvinas es uno de los últimos casos de colonialismo en el mundo y, en particular, en el continente americano. No hemos llegado a esta situación sin haber agotado antes todas las instancias negociadoras. No hemos sido responsables de la creación de esta situación. Los ingleses no son, ni han sido nuestros enemigos. Yo deseo pedirle, señor Presidente, que los Estados Unidos brinde todo su apoyo para que esta situación pueda superarse de la mejor forma posible... Mi país y mi gobierno esperan que los Estados Unidos actúe como un amigo de británicos y argentinos por igual para poder superar la presente situación”.

El diálogo concluye y Reagan se queda con la impresión de que su interlocutor no había terminado de comprender el tenor de su mensaje: “Sólo puedo decir que lamento no haber tenido éxito al transmitirle mi preocupación por el efecto de esta situación en el futuro del hemisferio. Intenté persuadirlo de que no recurriera al uso de la fuerza, pero no podía dejar de llamarlo precisamente porque sé cuáles serán las consecuencias de esta acción argentina”.
Así planteada la cuestión, para el gobierno argentino resultaba claro que el conflicto debería encuadrarse en la vigencia del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) de 1947, apelando a la solidaridad hemisférica y al compromiso estadounidense con los intereses continentales. Los EEUU, sin embargo, no iba a poner en juego su alianza con Gran Bretaña, para la que el conflicto se trataba lisa y llanamente de una agresión militar que debía activar de manera automática los acuerdos de defensa de la OTAN y las medidas punitivas previstas por violación de la Carta de la ONU. El TIAR, después de todo, había sido creado pensando en una sola amenaza extra-continental: la de la Unión Soviética. Para Washington, el caso remitía a otro precedente histórico: el Corolario Roosevelt de la Doctrina Monroe: hay derecho punitivo de los países centrales frente a acciones unilaterales de países subordinados.

La Resolución 502 del Consejo de Seguridad, aprobada el sábado 3 se abril, condena el uso de la fuerza y ordena el cese de las hostilidades y la retirada inmediata de todas las fuerzas argentinas de las islas. Esta resolución, en la que la Unión Soviética se abstuvo a pesar de los pedidos de respaldo diplomático, dejaba, desde el vamos, debilitada la posición argentina. La URSS no utilizó el derecho de veto, que hubiera impedido toda acción de Gran Bretaña perjudicial a la Argentina en el foro multilateral.

Esa misma mañana, fuerzas de las Armada habían ocupado las islas Georgias del Sur con el saldo de un suboficial y dos soldados muertos. En Londres el Parlamento celebra una sesión de emergencia: por primera vez en 25 años se reúne un día sábado. La última vez había sido cuando la crisis de Suez en 1956, que había sido también la última ocasión en que Gran Bretaña intervino en un conflicto armado. Más nerviosa que de costumbre, Margaret Thatcher anunciaba allí el envío de una flota naval rumbo al Atlántico Sur.

El gobierno conservador británico también debía contabilizar altos costos políticos por lo que estaba ocurriendo en las lejanas colonias insulares: el Canciller Lord Carrington renuncia en medio del reclamo de la oposición laborista, que pide también la dimisión de la primera ministra “por inoperancia y falta de previsión”. Thatcher responde con vehemencia, designa a Francis Pym en reemplazo de Carrington y ratifica a su Ministro de Defensa John Nott.

En el gobierno norteamericano el cimbronazo se hace sentir saliendo a relucir las distintas líneas internas y posiciones: la Embajadora Kirpatrick jugando su carta por las dictaduras amigas de América latina; el secretario de Defensa, Caspar Weinberger no ocultando su anglofilia y el secretario de Estado Alexander Haig, confiando en acercar posiciones entre gobiernos que después de todo, creía, tenían tantas cosas en común. No será el Vicepresidente George Bush ni la Embajadora Kirpatrick sino el propio Haig quien encarará la tarea de “ablandar” a los Generales aliados del país del Cono Sur, hablando mano a mano, de soldado a soldado. Pero se llevaría un fiasco. Como cuarenta años atrás, cuando se dirimía la neutralidad argentina en la Segunda Guerra Mundial, la conflictiva relación triangular de la Argentina con los Estados Unidos y Gran Bretaña incidía de manera determinante en el curso de la política nacional y trastocaba la rutina de las Cancillerías en Londres y Washington.

Entre los rasgos de ese ciclo encontramos otros datos significativos de índole biográfica; por ejemplo, la estrecha relación entre el General Galtieri y el Almirante Anaya era representativa de los vínculos políticos históricos entre el Ejército y la Armada. Ambos habían transitado a lo largo de sus carreras las aceitadas vinculaciones con los Estados Unidos y Gran Bretaña y cultivado al mismo tiempo amistad y lealtad política. El cuadro no era novedoso: se recuerdan similares relaciones entre el General Ramírez y los Almirantes Saba y Benito Sueyro y su influencia en la gestación y el desarrollo de la revolución del 4 de junio del ’43. Más cerca estaba el recuerdo de los Generales y Almirantes que aprovecharon sus lazos de camaradería para planificar el derrocamiento de Perón, incluyendo la relación entablada entre el General Aramburu y el Almirante Rojas en tiempos previos a la Revolución Libertadora del ‘55, siendo ambos Agregados Militares en la embajada de Brasil.

Otras expresiones del pasado reprimido, en este caso de entusiasmo popular, volvían súbitamente y ofrecían manifestaciones impensadas hasta pocos días antes. Galtieri tendrá, así, su fugaz momento de gloria y sus propias Plazas de Mayo llenas de júbilo. De repente nadie parecía recordar la protesta y la represión a la marcha convocada por la CGT el 30 de marzo. La casi totalidad de los partidos políticos, desde la izquierda a la derecha, dirigentes sindicales, empresarios y mujeres y hombres de la cultura y del campo académico, personalidades públicas de los más diversos ámbitos consultadas por los medios o a través de solicitadas en diarios y revistas, se manifestaban al unísono en apoyo de la recuperación de las islas y de lo que no se dudaba en calificar como una gesta patriótica. Locutores y periodistas de radio y televisión le agregaban dosis adicionales de abundante retórica y fervor nacionalista. José María Muñoz lo hacía desde los micrófonos en sus transmisiones deportivas y José Gómez Fuentes, a cargo del noticiero central del canal estatal ATC, exageraba el tono marcial en sus lecturas de información oficial y comentarios.
 
La Multipartidaria, coalición de las principales fuerzas políticas cuya actividad estaba hasta entonces prohibida, se había expresado en estos términos: "Ante la recuperación de las islas Malvinas por las Fuerzas Armadas de la Nación, esta Multipartidaria Nacional expresa su total apoyo y solidaridad con la acción llevada a cabo, y reitera su decisión de respaldar todas las medidas conducentes a la consolidación de la soberanía argentina. Este pronunciamiento no implica la declinación de las conocidas posiciones por este nucleamiento frente a la política del gobierno en los distintos campos de la vida nacional”.

Los Generales podían tocar el cielo con las manos, reivindicarse ante la historia, corregir los mapas, iniciar un nuevo capítulo de la nacionalidad. El General Mario Benjamín Menéndez asume el 7 de abril como gobernador de las islas en la rebautizada capital malvinense de Puerto Argentino, jurando por la Biblia y el Estatuto del Proceso y rodeado del General Videla, junto a cuarenta dirigentes políticos, sindicalistas y empresarios. De inmediato designa Ministros militares y dicta directivas y ordenanzas, entre ellas el cambio de las reglas de tránsito en la ciudad, que obliga a los conductores kelpers a manejar según las normas argentinas. En declaraciones a la prensa, Menéndez asegura que “no nos van a sacar de las Malvinas” porque los nueve mil soldados acantonados allí “no han venido a pasear, sino que están listos y perfectamente entrenados para repeler cualquier agresión”.

El sábado 10 de abril el secretario de Estado Haig y el Embajador Vernon Walters realizaban sus gestiones mediadoras en Buenos Aires y tenían una prolongada conversación en la Casa de Gobierno con Galtieri y sus principales colaboradores. Al finalizar la reunión, Galtieri no resiste la tentación ante el panorama que brindaba la Plaza de Mayo: vuelve a salir a los balcones y le habla a una multitud calculada entre 100 mil y 300 mil personas ante quienes improvisa una arenga desafiante: “Que sepa el mundo, América, que hay un pueblo con voluntad decidida…(que) va a estar dispuesto a escarmentar a quien se atreva a tocar un metro cuadrado de territorio argentino (…) Si quieren venir, que vengan; les presentaremos batalla”. La Razón titula esa tarde “Haig se lleva de Buenos Aires la inequívoca convicción de que la Argentina no negociará jamás su soberanía”.
Haig no era un hombre desacostumbrado a las emociones fuertes en la política y se ufanaba siempre de su condición de soldado. Sin embargo, confesará la impresión por las horas vividas durante esa jornada en Buenos Aires, comparando las muestras de la muchedumbre enfervorizada con los actos nazis y fascistas de la Europa de entre-guerras: “Mientras viajaba en automóvil hacia la Casa Rosada, aprendí un nuevo significado de la palabra multitud (…) Me hacía recordar a los noticieros filmados en Roma y Berlín en la década del 30”. Aparecen también en su diario personal las mismas percepciones que despertaba desde siempre la Argentina peronista a los ojos estadounidenses: “Durante la noche, el gobierno había transportado desde las provincias a miles de manifestantes, muchos de ellos militantes peronistas; las calles estaban colmadas de masas ondulantes de hombres y mujeres que, al mismo tiempo que cantaban parecían aparecer y desaparecer en un mar de banderas, en una especie de danza tribal”.     

El 15 de abril, pocas horas antes de un nuevo arribo de Haig y su comitiva a Buenos Aires, se concreta un segundo diálogo telefónico entre la Casa Rosada y la Casa Blanca. Nunca antes, con la sola excepción de Kennedy con Frondizi, un Presidente norteamericano le había dedicado personalmente tanta atención a un Presidente argentino. En esta ocasión es Galtieri quien intenta disuadir a Reagan para que interceda ante Londres a fin de detener el avance de la flota británica. Obsérvese cómo vuelven a mezclarse las críticas al colonialismo británico con las advertencias sobre el peligro soviético:

Galtieri. “Las relaciones establecidas entre ambos gobiernos, acentuadas en estos últimos tiempos entre nuestras dos administraciones tan estrechas, es firme deseo nuestro continuarlas en todos los aspectos de la vida internacional y temo que si ... las hostilidades inglesas continúan hacia el Atlántico Sur, se puede ir de las manos y de nuestro control, transformándose en un tema en extremo delicado en todo el mundo. No sé si me ha tomado usted bien, señor Presidente”.

Reagan. “Señor Presidente, lo escuché muy bien... Concuerdo que una guerra en este hemisferio entre dos naciones amigas de los Estados Unidos es cosa impensable; sería una tragedia, un desastre para el mundo occidental; sería un patrimonio amargo para las generaciones futuras ya sean de argentinos o de británicos o de norteamericanos. La única parte que podría beneficiarse en este tipo de conflicto sería la Unión Soviética y sus aliados (...) Deseo que Usted sepa, señor Presidente, que nosotros continuaremos en un rol de neutralidad en este asunto porque si estallara un conflicto naturalmente se produciría un problema muy grave”.
 
Galtieri. “Le agradezco mucho al señor Presidente (...) Solamente le quiero agregar que el pueblo de los Estados Unidos en 1776, allá en el norte del hemisferio, comenzó la lucha contra el colonialismo y logró su independencia. Nosotros acá en el Sur también en el siglo pasado, más tarde que ustedes, hicimos lo mismo, logramos nuestra independencia parcialmente y el 2 de abril, apenas en 1982, tratamos de completarla, un poco más tarde que los Estados Unidos. Deseo que el señor Presidente comprenda ese sentimiento del pueblo argentino”.

Reagan. “Comprendo su preocupación, señor Presidente, y le aseguro que nosotros permaneceremos en nuestro papel para llegar a la solución de esta situación como también para mantener la amistad entre dos naciones del mundo occidental”.

Luego de esta conversación, tal vez Galtieri acentuaba la errónea impresión de que estaba en una posición favorable para imponerle a Gran Bretaña un hecho consumado que la obligara a un reconocimiento de facto de la soberanía argentina. Era todo lo que pedía y no creía que fuera mucho para los ingleses o que fuera improcedente. O tal vez lo que ocurría era que, sencillamente, estaba procediendo del único modo que su esquema mental le permitía, arrastrado por la misma dinámica que lo había llevado hasta ese punto. De uno u otro modo, lo cierto es que nuevamente malinterpretaba al Presidente norteamericano; irá a una colisión directa con Haig y se producirá así el fracaso definitivo de las gestiones mediadoras. “Galtieri nunca comprendió claramente que los Estados Unidos no podía observar una conducta con respecto al uso de la fuerza por parte de sus amigos y otra distinta para la Unión Soviética y sus aliados”, escribirá Haig.

El 19 de abril la Argentina solicita la convocatoria urgente de los Cancilleres americanos para lograr la aplicación del TIAR y poner en marcha los mecanismos de seguridad continental. Haig, en tanto, concluye sus infructuosas tratativas en Buenos Aires y declara en Ezeiza al partir que “la guerra en el Atlántico Sur sería la mayor de las tragedias” advirtiendo con tono sombrío que “el tiempo se está acabando”. Bonifacio del Carril escribe en La Nación que una guerra abierta y cruenta entre Gran Bretaña y la Argentina “no sólo sería un crimen de lesa humanidad sino un verdadero desastre para Occidente, pues sea cual fuera el resultado final, de ella habrá de surgir un inevitable vencedor: Rusia soviética”.

En la reunión de Cancilleres americanos en Washington, Costa Méndez realiza un vibrante alegato contra el imperialismo británico: “Basta recorrer un poco la historia de este y del pasado siglo para advertir la identidad de esta agresión con las de otras protagonizadas por invasiones y los dos bloqueos sufridos por la joven Argentina, el cañoneo contra Venezuela, la agresión a Suez, la opresión de medio continente africano y de gran parte de Asia, para comprobar qué es Gran Bretaña, cómo se conduce”. El discurso despierta la calurosa adhesión de sus pares, entre los que se destaca el Canciller de Nicaragua, el padre Miguel D’ Escoto, y la Argentina logra un amplio respaldo del organismo para convocar al TIAR. La solidaridad latinoamericana, liderada por Perú, es mayoritaria y expresa a los ojos de los observadores de Washington “la herencia hispana”; un orgullo que unificaba a gobiernos tan disímiles como el de Nicaragua y la Argentina en “viejos rencores con un orden internacional inspirado largamente por los intereses anglosajones”. Hay una excepción manifiesta y previsible: la de Chile, cuyo gobierno juega sus fichas secretas en connivencia con Gran Bretaña entregando información estratégica acerca de los movimientos de tropas argentinas.

Adiós al amigo

El gobierno de Reagan da por concluida su relación amistosa con los militares argentinos el viernes 30 de abril; ofrece a partir de entonces de manera explícita todo su respaldo al gobierno británico y anuncia sanciones económicas contra la Argentina sin dejar de manifestar su preocupación por el inminente desenlace bélico. Ese día se iniciaba el bloqueo total, aéreo y marítimo de 200 millas alrededor de las islas declarado por Gran Bretaña. La Junta Militar decretaba la censura previa de toda la información: “Todos los informes y noticias del exterior, cualquiera sea su procedencia y medio utilizado y toda información relacionada con aspectos que hacen al desarrollo de las operaciones militares y de la seguridad nacional, quedan sujetos al control del Estado Mayor Conjunto, previo a su difusión por los medios informativos, sean éstos orales, escritos o televisados”.

Al día siguiente, el sábado 1º de mayo, las fuerzas británicas iniciaban el bombardeo al aeropuerto de Puerto Argentino. La jornada había pasado desapercibida en la Argentina como fecha de celebración del Día Internacional del Trabajo; al filo de la medianoche Galtieri dirige un mensaje por cadena de radio y televisión en el que anuncia que la guerra ha comenzado y advierte: “Pagarán un alto precio por la agresión”. 

Las cosas no habían salido según lo previeron los estrategas político-militares, pero tampoco acertaron sus contrapartes en Londres y Washington. Paradójicamente la recuperación por la fuerza de las Malvinas, pensada como un gran recurso de reconocimiento interno y externo por “el gobierno más pro-occidental que se haya visto desde hace mucho tiempo”, en palabras del experimentado Embajador-General Walters, había obligado a ese régimen a recurrir a todos aquellos recursos, discursos e interpretaciones que había abominado hasta los días previos a desencadenarse el conflicto. El premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, recordará un diálogo mantenido con Costa Méndez en los momentos previos a las tratativas con Haig en Buenos Aires en el que el Ministro le habría dado a entender las diferencias existentes y su imposibilidad de cambiar la situación: “Esto se nos escapó de las manos…, la situación se ha vuelto incontrolable… las decisiones están en manos de los comandantes”.

Los hilos de la trama secreta se habían desatado, las energías liberadas y esa guerra que nunca debía ocurrir se precipita irreversible. Mientras se aproxima la flota británica, el gobierno nacional amenaza con tomar medidas contra residentes y propiedades británicas y redobla las consignas antiimperialistas. Galtieri dice cosas que hubiera resultado imposible escuchar en otros tiempos no lejanos de esas bocas: “el pasado colonial está muerto o convertido en polvo o rezago de la historia (…) Contamos con la comprensión y la adhesión de las naciones no alineadas que han sentido en carne propia el rigor de la lucha anti-colonialista y que comprenden el valor de esa lucha (…) Nuestra causa ha dejado ya de ser un problema argentino, se ha convertido en una causa de América y del mundo”. El Ministro de Economía Roberto Alemann y su equipo de orientación liberal ortodoxa se esfuerzan por limitar los alcances prácticos de la retórica oficial y de la operación militar en pleno desarrollo.

Veterano en estas lides, Alemann había sido veinte años antes Embajador argentino en Washington durante el gobierno de Guido y había participado de las más delicadas misiones ante el gobierno estadounidense. Ahora tenía mayores responsabilidades de gobierno, pero estaba fuera del círculo decisorio más estrecho y su participación pública sucedía en un segundo plano. En el programa Tiempo Nuevo, de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, que se transmitía por el canal ATC y del que era asiduo invitado, Alemann compara la situación con lo vivido dos décadas atrás durante la crisis de los misiles con Cuba, una tensión que, confiaba, terminaría resolviéndose de manera pacífica, y niega en forma terminante que la Argentina enfrente una “economía de guerra”. Se permite analizar, además, las distintas posiciones existentes dentro de los Estados Unidos, especulando sobre las diferencias y contradicciones internas en Washington. Considera que la posición del gobierno norteamericano “no es unívoca”, agrega que el General Haig “está decididamente del lado británico”, que el Departamento del Tesoro “tiene, por lo menos, una actitud más neutral”, que el Congreso “también es pro-británico” pero que el Pentágono “está con la Argentina”.

Alemann quería dar tranquilidad a los mercados, y en verdad la vida económica y social en Buenos Aires no daba signos de grandes alteraciones salvo por la maquinaria de propaganda que acompañará la inminencia de las acciones bélicas con un pronunciado triunfalismo. El lenguaje nacionalista y beligerante que se escucha en los medios de comunicación rememora los tiempos de casi cuatro décadas atrás con los mismos componentes argumentales: la nación argentina, incomprendida por las grandes potencias y enfrentada a lo largo de su historia al imperialismo, defendería con gallardía sus intereses y derechos soberanos irredentos. Pero en esta ocasión, por primera vez, los militares en el gobierno estaban llevando al país a una guerra real, ni más ni menos que contra la alianza militar más poderosa del mundo: la tercera potencia armada con el respaldo de la primera.

Las tropas argentinas desplegadas en las islas ascienden para entonces a 12 mil hombres de las tres fuerzas; 7 mil de ellos concentrados en la defensa de Puerto Argentino. La Fuerza de Tareas enviada por Gran Bretaña llega a disponer de más de 120 naves de distinto tipo, aviones, helicópteros y más de 20 mil soldados preparados para el combate. En su gran mayoría, los soldados argentinos no eran cabalmente aptos para un enfrentamiento armado de semejantes características ni pensaban hasta ese momento que tal enfrentamiento se produciría. La única experiencia de enfrentamiento armado o guerra que habían vivido quienes sí tenían experiencia de combate había sido la guerra sucia, la lucha anti-subversiva, la represión ilegal. Sin ir más lejos, eran los antecedentes del propio gobernador, General Menéndez, que había sido jefe del Operativo Independencia contra la guerrilla del ERP en Tucumán, allá por 1975 y los aún más siniestros del Teniente Astiz (a) “el ángel rubio”. Al referirse a las madres de los soldados, Menéndez recuerda en una entrevista radial que “muchas de ellas en los años de la lucha contra la subversión debieron ver cómo sus hijos expusieron su vida por la Patria y muchos de ellos la dieron. Luego, la posibilidad del conflicto con Chile nos fue fogueando. En esta nueva circunstancia nos encuentra con lógico temor, pero con serenidad (…) con ganas razonadas de entrar en combate”.

Galtieri viaja por única vez a las islas el 22 de abril y arenga a las tropas, exhortando a defender “hasta la última gota de sangre” el territorio recuperado. El domingo 25 de abril, fuerzas aeronavales británicas, después de varias horas de combate, ya habían recuperado las islas Georgias del Sur. Capturaron 200 prisioneros; entre ellos, 39 operarios civiles del grupo que había llegado originariamente con la misión Davidoff. El Teniente de Navío Alfredo Astiz, al mando de los efectivos, firma la rendición sin oponer resistencia. Costa Méndez expresaba, al día siguiente, ante la XX Reunión de la OEA en la que vuelve a conseguir un amplio respaldo, que “la bandera argentina, bandera americana, no será arriada mientras corra una gota de sangre por las venas del último soldado argentino que defiende las islas Malvinas”. El viernes 30 se iniciaron los enfrentamientos en suelo malvinense, con fuertes incursiones aéreas británicas y respuestas de la artillería argentina. El objetivo inglés es destruir la pista de aterrizaje en Puerto Argentino, que es bombardeada durante la madrugada por aviones Sea Harrier simultáneamente a otro ataque aéreo sobre la zona de Puerto Darwin, en la costa occidental de la Isla Soledad.

El hundimiento del crucero General Belgrano con más de mil soldados a bordo, torpedeado por el submarino nuclear Conqueror el domingo 2 de mayo fuera de la zona de exclusión, deja un saldo de 323 soldados muertos y termina de sacudir a los argentinos que aún creían en un paseo, a quienes soñaron con batallas de escritorio y a quienes vivieron hasta entonces el conflicto como una justa deportiva. El trágico final de aquel buque de guerra, el único barco hundido por un submarino nuclear en tiempos de guerra, cerraba otra parábola de cuarenta años de historia militar y diplomática : el USS Phoenix había sido botado por la Armada estadounidense en 1939, sobrevivió al ataque japonés de Pearl Harbor que inició la guerra del Pacífico en diciembre de 1941, formó parte de la flota que participó en la Segunda Guerra contra Japón, fue lugar de asiento del comando del General Mac Arthur en el teatro de operaciones del Pacífico, y en enero de 1943 transportó al secretario de Estado Cordell Hull a la conferencia de Casablanca, en la que Winston Churchill y Franklin Roosevelt sellaron la alianza anglo-norteamericana y acordaron exigir la rendición incondicional de las fuerzas del Eje.

El buque fue vendido a la Armada argentina en 1951 en U$S 7,8 millones; fue rebautizado, a tono con las épocas, 17 de octubre y en setiembre de 1955, con la llamada Revolución Libertadora, tuvo un papel especial: su comandante, el Capitán de Navío Carlos Bruzzone se sumó al levantamiento, consolidó su triunfo en la principal base argentina, Puerto Belgrano, y de ahí partió a Mar del Plata, para asegurar el dominio de la Base de Submarinos, como buque insignia del Almirante Rojas. Rebautizado por éste con su nombre definitivo, cumplía funciones de adiestramiento de cadetes navales y con los años había envejecido. Aunque se habían añadido tecnologías de radar y misiles estaba en malas condiciones de turbinas y no podía alcanzar más de 18 nudos. El 12 de febrero de 1982 se dirigió a Puerto Belgrano para el mantenimiento que cada año se daba al crucero. Pero el 2 de abril toda la tripulación del crucero fue alistada en misión de guerra, completando 1091 soldados y dos civiles que trabajaban en la cantina y que rehusaron dejar el barco (fueron de los primeros en morir cuando el primer torpedo dio en la zona de la cantina). Zarpó el 26 de abril formando parte de la Fuerza de Tareas 79, bajo el mando del Contralmirante Allara (el marino que llegó a ser Vicecanciller), desde el puerto de Ushuaia hacia la zona de operaciones y no regresaría. El viejo crucero de 43 años se fue a pique rápidamente con más de 300 vidas dentro.

Gran Bretaña había asestado un duro y artero golpe a las fuerzas argentinas. Pero, además, había hundido un símbolo de la cooperación militar argentino-norteamericana sobre la que se había asentado el poder de las fuerzas armadas en este país. Cuando los Estados Unidos cedió la nave al gobierno de Perón en 1951, un memorando secreto de Inteligencia advertía que la asistencia militar al país sudamericano podía ser usada “para recuperar las Falklands” (ver pág. XX)

A partir del hundimiento del Belgrano, la Marina argentina retira su presencia en el escenario bélico y ningún alto jefe militar que no estuviera ya destinado allí vuelve a pisar la tierra malvinera. El golpe británico hace fracasar una última propuesta de paz del Presidente del Perú, Fernando Belaúnde Terry y desplaza la atención al teatro de operaciones bélicas. Pero el martes 4 sobreviene el contra-ataque: un misil Exocet disparado desde un avión argentino Súper Etendard hunde al destructor inglés Sheffield cerca de Malvinas, ocasionando veinte bajas británicas y estupor en Londres.

Al día siguiente, el Embajador Eduardo Roca presenta otro fuerte alegato en la reunión del Consejo de Seguridad, con graves acusaciones al gobierno norteamericano: “La obcecación del gobierno británico al buscar desesperadamente un triunfo militar ha cobrado una nueva cuota de preciosas vidas de jóvenes militares (...) Pero hay también otro hecho que, por su importancia singular, por su gravedad y por su perfidia, merece ser expuesto por separado del cuadro cronológico precedente. Me refiero, señor Presidente, a la actitud del gobierno de los Estados Unidos de América que ganó para el Reino Unido el tiempo necesario para que la flota punitiva llegara a su destino y que, una vez logrado ese objetivo, volcó la cara a sus propias promesas de imparcialidad, mintió respecto de nuestra propuesta, engañó a su propia opinión pública y ahora ayuda económica y militarmente al colonialismo agresor”

Roca concluye su discurso citando el párrafo final de la nota de protesta que Costa Méndez le había remitido al secretario de Estado Alexander Haig el 2 de mayo: “No es solamente esa alianza colonial espuria lo que merece nuestra repulsa, sino que ella traiciona una aspiración legítima y denodada por alcanzar la paz. Como dijera mi Canciller, el pueblo argentino no comprenderá ni olvidará que, en una de las horas más críticas de su historia, contrastando con la solidaridad que le llega de todos los rincones del continente, los Estados Unidos hayan preferido tomar el lado de una potencia ajena al hemisferio, cooperando con sus designios agresivos”.

Mientras la revista Gente titulaba en tapa “Estamos ganando”, con nota central dedicada a relatar las hazañas de los aviadores argentinos, las sorpresas e improvisaciones se multiplicarían a medida que avanzaba el conflicto. El Canciller Costa Méndez peregrina por los foros internacionales acompañado por un triunvirato de delegados de la Junta Militar, el secretario de la Presidencia, General Héctor Iglesias, el Brigadier José Miret, secretario de Planeamiento, y el Almirante Benito Moya, ex titular de la Side. El compartimentado proceso de toma de decisiones ayudaba a complicar más las cosas.

Desde los comienzos de la crisis, Costa Méndez informa al Presidente a cada hora sobre todos los sucesos y le hace llegar cables, noticias y declaraciones. El Presidente, a su vez, informa a sus dos colegas de la Junta Militar, Anaya y Lami Dozo. Los tres comandantes, por su parte, recibían individualmente noticias de sus respectivos servicios de inteligencia y directamente de la oficina de cables de la Cancillería, copias de todos los cables que llegaban y se enviaban.

Mientras en la zona de conflicto arrecian los combates y en Gran Bretaña partía desde Southampton el Queen Elizabeth II con tres mil efectivos de refuerzo (incluyendo 650 mercenarios nepaleses conocidos como gurkhas), en Nueva York y Washington se desarrollan intensas negociaciones. Reuniones preparatorias y plenarias, oficiosas y formales, de la OEA, el TIAR, el Consejo de Seguridad, en las que participan los Embajadores Roca, Arnaldo Listre, Quijano y Takacs y el subsecretario de Relaciones Exteriores, Enrique Ros. Pero también estaban los canales militares representados oficialmente por el General Mallea Gil y los otros dos delegados de la Junta, Miret y Moya que respondían a los jefes de sus respectivas fuerzas y no siempre coincidían en sus criterios y agendas. Miret, por ejemplo, se reúne con Henry Kissinger sin participar a sus pares o le sugiere a la Embajadora Kirkpatrick que la Argentina podría llegar a solicitar ayuda a la Unión Soviética en caso de que los Estados Unidos terminara de inclinarse hacia Gran Bretaña, colisión que a toda costa buscaba evitar Mallea Gil.

En un reportaje concedido a la televisión mexicana, el 15 de mayo, Galtieri pronuncia la frase más lapidaria que se oirá durante el conflicto y que dará más argumentos al gobierno británico para su contraofensiva: “El pueblo argentino está dispuesto a perder 4.000 o 40.000 argentinos más, y si es necesario, mantener militarmente esta situación otros seis meses o seis años”. Ese mismo día comandos británicos destruyeron en tierra varios aviones Pucará estacionados en tierra en la base de la isla Borbón y al día siguiente se confirmaba el hundimiento del buque auxiliar Isla de los Estados y el bombardeo de las naves argentinas Río Carcarañá y Bahía Buen Suceso, atacadas por los aviones Sea Harrier que operaban desde portaaviones.

En el campo de batalla, la aviación argentina ocasiona pérdidas importantes a la flota británica y se contabilizan soldados caídos y heridos, fragatas averiadas, aviones y helicópteros abatidos de ambos lados. En Buenos Aires, pasaban otras cosas: el domingo 16 se realiza en el estadio Obras el Festival de la Solidaridad Latinoamericana, un gran concierto de rock que reúne cerca de 60 mil personas, en su mayoría jóvenes, para exigir la paz en Malvinas, recaudar víveres y ropas para los combatientes y agradecer el apoyo de los países latinoamericanos. Participan entre otros Charly García, Luis Alberto Spinetta, León Gieco, Litto Nebbia, Pappo, Miguel Cantilo, Antonio Tarragó Ros, Rubén Rada y Raúl Porchetto.  

Capítulo aparte merecen algunas otras misiones militares y diplomáticas secretas que se llevaron a cabo durante la guerra, como las tratativas con Libia. El Almirante Moya participa de ellas y viaja a Trípoli junto al Comodoro Teodoro Waldner y el Teniente Coronel José Dante Caridi (que llegarían, años más tarde, a conducir sus fuerzas), un sacerdote musulmán profesor de Cultura Oriental en la Universidad Católica Santo Tomás de Aquino de Tucumán y el rector de esa Universidad, fray Aníbal Fosbery. “El primer viaje fue más bien protocolar, recordará Waldner. No nos entrevistamos con Khaddafi, sino con el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas libias, un General de tez oscura que comentó: “Los argentinos deben tener un padrino muy poderoso para lanzarse a una guerra contra Inglaterra, y si no es así, son muy tontos”. Yo le contesté: “General, somos tontos”; mi respuesta lo sorprendió”. El 14 de mayo del 82 viajó una nueva comitiva con una carta del Presidente Galtieri para Khaddafi. “Yo no recuerdo la carta, aclara Waldner, pero volvimos con dos Boeing repletos de armamento”. El Brigadier Miret, en esos mismos días, le habría comentado a su jefe, Lami Dozo: “Mirá Arturo, el estado de Galtieri me ha sorprendido. Pensalo bien, pero creo que estamos en manos de un Ayatollah; pero de un Ayatollah sin religión...”.

Habrá sondeos con la Unión Soviética para convenir algún tipo de ayuda militar y logística y más cerca, Perú ofrecerá el envío de armas y el gobierno sandinista de Nicaragua, voluntarios para combatir. Llegan, incluso, a existir gestiones para traer al país a algunos cuadros de los diezmados comandos de la organización Montoneros que actuaban en el exilio, con la idea de marchar al frente de batalla. Todo esto no haría otra cosa que aumentar la desorientación de la conducción política, militar y diplomática de la guerra.

Al tanto de esos movimientos extraños, el Embajador-General Walters sigue viajando en secreto a Buenos Aires cuando ya habían concluido las gestiones mediadoras y se reúne con Galtieri, Anaya y Lami Dozo buscando disuadirlos de continuar con la batalla, pero sobre todo de cualquier desesperado intento de acudir a la ayuda soviética. El Canciller ni siquiera es notificado de esos diálogos. Además, había emisarios actuando a pedido o por cuenta propia, tal el caso del empresario Wenceslao Bunge, un lobista que era amigo personal del Embajador Takacs, Jeanne Kirpatrick y el subsecretario Thomas Enders y mantenía llegada directa al jefe de la Fuerza Aérea, Brigadier Lami Dozo. Si se suman a ello las delegaciones de dirigentes políticos que viajan para explicar la posición argentina, el apelotonamiento de figuras y la superposición de voces, el cuadro resultante era el menos apropiado para una acción diplomática coherente y efectiva.

También eran manifiestas la falta de unidad de comando y las diferencias de criterio en la conducción militar. La máxima instancia era el Comité Militar integrado por los tres comandantes en jefe, seguidos por el Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, Vicealmirante Leopoldo Suárez del Cerro. Luego había tres comandantes, uno del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS), el Vicealmirante Juan José Lombardo; otro del Teatro de Operaciones Sur, el General Osvaldo García; y el tercero de la Fuerza Aérea Sur, el Brigadier Ernesto Crespo. El General Menéndez estaba al mando de la Guarnición Militar Malvinas y dependían de él otros tres comandantes; de Ejército, el General Oscar Jofré; de la Fuerza Aérea, Brigadier Luis Castellanos; y de la Armada, Contralmirante Edgardo Otero. Estaban, además, el comandante de la Flota de Mar, Contralmirante Güalter Allara y el Centro de Operaciones Conjuntas en Comodoro Rivadavia, creado una vez desatado el conflicto bélico en reemplazo del TOAS. Cada arma desarrollaba su plan en forma independiente, pero dentro de cada una de ellas había además distintas apreciaciones.    

El desembarco

El viernes 21 de mayo por la noche comienza el desembarco británico en las Malvinas con cabecera de puente en Puerto San Carlos, en la zona noroccidental de la isla Soledad. El gobierno argentino acepta una propuesta de paz del Presidente peruano Fernando Belaúnde Terry, que incluye un alto el fuego y el retiro gradual de ambas tropas, pero la iniciativa no prospera debido al rechazo de Thatcher, decidida a llegar hasta el final y desalojar por la fuerza a los argentinos de las islas.

Con todo se obtienen algunos logros, aunque no fueran los que se esperaban originalmente ni alcanzaran para revertir el adverso desarrollo de la batalla. En el terreno militar las tropas argentinas libran una encarnizada lucha en Puerto Darwin manteniendo la defensa de las posiciones durante dos jornadas de combate en las que muere el jefe de las tropas atacantes, el Teniente Coronel Herbert Jones. Pese a la inferioridad de condiciones, las fuerzas argentinas asestan golpes que sorprenden a las fuerzas británicas. Londres confirma el hundimiento del destructor misilístico Coventry, en el que murieron 19 hombres, y del transporte de aviones Atlantic Conveyor, con otros 20 muertos, alcanzados por misiles Exocet disparados desde aviones Súper Etendard. Son derribados además ocho aviones Sea Harrier y averiados al menos una decena de helicópteros. El Grupo de Artillería 3, bajo las órdenes del Teniente Coronel Martín Balza, se destacará en la defensa de las posiciones de Puerto Argentino junto a Comandos de los que formaban parte el Mayor Aldo Rico y el Teniente Coronel Mohammed Alí Seineldín.  

En el terreno diplomático el Consejo de Seguridad aprobaba el 26 de mayo la Resolución 505 por la que se habilitaba al Secretario General, Javier Pérez de Cuellar, a efectuar nuevas tratativas por el plazo de una semana más. El 29, una segunda Reunión de Consulta de Cancilleres americanos, pedida por la Argentina en el marco del TIAR, condena enérgicamente la agresión armada consumada por Gran Bretaña. En los primeros días de junio, Costa Méndez llega a la Reunión de No Alineados que se realiza en La Habana, acompañado del General Héctor Iglesias y los Embajadores Gustavo Figueroa y Federico Erhardt del Campo. Iba en busca de los votos de los países del Tercer Mundo para la reunión del Consejo de Seguridad que debía tratar una resolución instando al cese de hostilidades. Costa Méndez vivirá uno de los episodios que jamás había imaginado en su dilatada carrera como diplomático y político de profundas convicciones anti-comunistas: ser recibido como huésped de honor e invitado preferencial del comandante Fidel Castro, con quien protagoniza muestras de simpatía y un efusivo abrazo.

“La tarea era difícil, confiesa luego. Éramos nuevos, muchos nos recelaban, nuestra posición había sido siempre o casi siempre fría y distante. No habíamos sido considerados ni nos considerábamos genuinos miembros del Movimiento. Era necesario revertir todo eso y a la vez explicar el caso y justificar las acciones emprendidas, así como el objetivo buscado”. Costa Méndez da testimonio de las contradicciones que se precipitaban en su mente en la tarde calurosa del 3 de junio ante el auditorio de Palacio de las Convenciones de La Habana bajo la mirada atenta de Fidel y el centenar de delegados de países de latinoamericanos, africanos y asiáticos:

“Pronuncié mi discurso con el mayor cuidado. Traté de dar a cada párrafo la inflexión y la fuerza que requería. Subrayaba con la voz y el gesto. A veces cambiaba una palabra. A veces, casi en el aire, atrapaba una expresión y la reemplazaba por otra más suave o más fuerte, según fuera el caso. Llegué, creo, al límite de la esquizofrenia. Mientras pensaba y leía, me desdoblaba para tener presente al auditorio de mi patria y a otros amigos dispersos por el mundo”. 

En declaraciones al diario italiano L’Unitá, Fidel Castro señala: “Esta lucha [por las Malvinas] ha creado un sentimiento nacionalista, un patriotismo latinoamericano que nunca antes hemos sentido tan intensamente. Hemos sentido la causa argentina como nuestra causa. Hemos sufrido los muertos argentinos como propios. La victoria argentina es nuestra victoria. La derrota argentina sería nuestra derrota”. Mientras la Asamblea de No Alineados respaldaba a la Argentina, los Estados Unidos se inclinaban por Gran Bretaña en el Consejo de Seguridad y vetaban el proyecto de resolución instando a un cese del fuego: los compromisos de la OTAN prevalecían por sobre el principio de solidaridad hemisférica, piedra angular de las centenarias discordias interamericanas. Mientras Reagan viaja a Versalles para asistir a la cumbre anual de países desarrollados, donde intenta convencer a Thatcher de que la “humillación” de los militares argentinos le haría un flaco favor a “la causa de Occidente”, Costa Méndez, a su regreso de Cuba, hace una escala en Caracas donde se ve en la necesidad de aclarar que “no habrá patria socialista” en su país y sostiene que la participación argentina en dicho foro obedecía a la necesidad de “invertir, modernizar y actualizar” las alianzas del país y revertir el aislamiento externo impuesto por Gran Bretaña, los Estados Unidos y los países europeos.

El Canciller hace esfuerzos por definir a la Argentina como “un país atípico”, que no era estrictamente ni del Tercer ni de un Primer Mundo” que ni nos acepta, ni nos ha aceptado nunca” (así lo dice Costa Méndez). Pero sus palabras no resultaban convincentes. Evidenciaban, más bien, los infructuosos intentos por justificar las razones de un giro adoptado por la fuerza de las apremiantes circunstancias antes que por convicciones principistas. El paradigma globalista de la Guerra Fría, tan fuertemente anclado durante tres décadas en el eje Este-Oeste, viraba bruscamente al eje Norte-Sur, pero quienes timoneaban dicho viraje carecían de credibilidad externa e interna para sostener ese rumbo.

Las erróneas percepciones, extendidas y potenciadas por el cerco informativo, empiezan a resquebrajarse en su choque con la dura realidad del conflicto. El brusco vuelco de los Generales argentinos devenidos repentinos anti-imperialistas rehabilitó a tal punto las desconfianzas y prevenciones de Washington que el Embajador Harry Schlaudeman llega a advertir a sus superiores, en un cable fechado a fines de mayo del ’82, sobre “los peligros de un golpe pro-soviético” luego de la derrota bélica: “En el largo plazo, los argentinos pueden girar hacia los soviéticos en busca de armas”, arriesgó. El subdirector de la CIA, Almirante Robert Ray Imman advertía, también, sobre el riesgo “de que la propaganda soviética sobre el tema Malvinas erosione los esfuerzos norteamericanos por ganar consenso para su causa” mientras otros expertos, en este caso un miembro del Council of Foreign Relations de Nueva York, se preocupaban por el descuido con el que las posiciones de Washington eran explicadas a los gobiernos latinoamericanos: “el Presidente (Reagan) puso tanto el acento sobre la amenaza soviética que el gobierno militar argentino puede muy bien haber concluido que nada más importaba realmente a la hora de decidir la operación militar del 2 de abril”  La decepción y el desengaño se expresarán semanas más tarde en boca del propio Galtieri, aquel General fascinado por el país del Norte apenas unos meses antes, que llegará a calificar a los Estados Unidos como “sorprendentemente enemigo de la Argentina y su pueblo”.

Mientras estas eran las especulaciones en Washington, en Malvinas los soldados argentinos y británicos afrontaban los combates más duros; a los de la Bahía de San Carlos, entre el 21 y el 25 de mayo, le seguirán los de Puerto Darwin y Pradera del Ganso (Goose Green) con bombardeos navales y aéreos, entre el 27 y el 29, y los del monte Longdon y Tumbledown alrededor de Puerto Argentino. Pero los análisis de los comandantes seguían alejados de la realidad y las ideas sobre cómo afrontar las operaciones bélicas chocaban unas con otras. El 9 de junio, el Jefe del Estado Mayor del gobernador Menéndez, General Américo Daher explica en Buenos Aires la afligente situación en las islas y no encuentra otro eco en Galtieri que una reprimenda. Según Galtieri y el Almirante Büsser, también presente en esa reunión, el panorama que pintaba Daher distaba de ser realista y aseguraba que el estado físico y moral de las tropas era excelente. Según Menéndez y Daher, los comandantes no caían en la cuenta de lo que estaba sucediendo. Lo que estaba sucediendo era que las fuerzas argentinas estaban siendo diezmadas y no podrían aguantar muchos días más la ofensiva británica.

El viernes 11 de junio, tres días antes de la derrota, llega a Buenos Aires el Papa Juan Pablo II y permanece durante 48 horas encabezando una multitudinaria misa por la paz en Luján y otra en el Monumento de los Españoles, en Palermo. Allí se dirige a los jóvenes de la Argentina y de Gran Bretaña: “Hagan con sus manos unidas una cadena de unión más fuerte que las cadenas de la guerra”. El Papa Woytila se reúne en dos oportunidades con Galtieri y la Junta de Comandantes, pero no había ya mediación posible. La atención de los argentinos se repartía entre las noticias del desenlace bélico y el Mundial de Fútbol que comenzaba en España ese domingo con un debut frustrante para la Argentina: perdía allí con Bélgica 1 a 0. En Malvinas, el lunes 14 a las 9 de la noche, el General Menéndez firmaba la rendición ante el comandante Jeremy Moore.

Fueron 74 días de ocupación y 45 días de combate. El doble desastre, diplomático y bélico, tendrá como consecuencia inmediata la contabilización de las bajas, 635 soldados argentinos muertos y más de mil heridos. Del lado británico fueron 235 soldados muertos. Teniendo en cuenta que, durante los tres años de la guerra de Corea, Inglaterra perdió 537 hombres, estas bajas en 45 días de operaciones indican la más elevada pérdida de soldados para ese país desde la Segunda Guerra Mundial.

Contra toda evidencia, Galtieri busca mantenerse en el poder y llega a pronunciar un discurso cargado de patetismo por cadena de radio y televisión, al día siguiente de la rendición, como si nada grave hubiera pasado, pretendiendo que se había perdido una batalla, pero no una guerra y quien así no lo entendiera sería considerado traidor. Pero nadie estaba ya dispuesto a escucharlo o sostenerlo. La fulgurante estrella del General majestuoso había sido un cometa fugaz y se había apagado lastimosamente; forzado por sus pares termina renunciando y es reemplazado interinamente por su Ministro del Interior, el General Saint Jean, mientras la Armada y la Fuerza Aérea abandonan la Junta Militar y dejan al Ejército, al mando del General Nicolaides, a cargo de la conducción del último tramo del Proceso. Finalmente se logra colocar un nuevo Presidente para encarar la transición, el General Reynaldo Bignone.

Raúl Alfonsín, cuyo liderazgo renovador despunta en el horizonte, se pronuncia, el mismo día 14, re-significando cada uno de los términos utilizados durante esas semanas y la relación entre las principales fuerzas, actores políticos y sujetos sociales: “Las Fuerzas Armadas no merecen este destino, y el país no merece este Gobierno; por ello debe irse ya, debe cesar la usurpación del poder... Es hora de escuchar la voz del pueblo, ésa es la voz de los oficiales y soldados que lucharon en el frente contra el imperialismo, es la de los obreros y productores que soportan la rapiña sin límites de las riquezas del país, es la voz de los intelectuales y estudiantes que vieron destruida la libertad de pensar, es en fin, la voz de la inmensa mayoría de los argentinos que no quieren ser más usados ni manipulados... es también la voz de los hombres de las Fuerzas Armadas que han visto comprometida su institución y su misión por el manejo de una minoría dispuesta a todo para aumentar su poder... es la hora de recuperar la racionalidad, la realidad y la moral, ya que se han silenciado los cañones y es hora de escuchar la voz del pueblo. Una voz que ya dice basta. Basta de decadencia, de irracionalidad y de muerte”.

La dictadura militar empezaría su retirada definitiva. Lo que había llegado a ser una férrea coalición de poder entre las Fuerzas Armadas y los principales factores de poder económico se resquebraja por los cuatro costados. El ex Ministro de Economía Martínez de Hoz, intentando explicar por qué causa la deuda externa había llegado a 40 mil millones de dólares, respondía que “gracias a ese endeudamiento pudimos lanzarnos a la reconquista de las Malvinas”. El razonamiento decía tanto como insinuaba: habían existido compras de armamento, era evidente, y éstas habían incrementado en los últimos años la deuda con el exterior al más elevado nivel de la historia. No sería fácil, era claro, distinguir cuál era la porción de ese monto que se había ido en esas operaciones. Pero, según algunos indicios, la provisión de armas a la Argentina entre 1978 y 1982 significó un gasto de 16.700 millones de dólares, casi la mitad de lo que representaba hasta entonces la deuda externa. 

Respecto de la errónea evaluación de los asesores y gobernantes argentinos que comandaron la Operación Malvinas estimará el politólogo Joseph Tulchin que “... toda la conducción responsable de las decisiones carecía de la más elemental información sobre el sistema político de los Estados Unidos y las modalidades para la toma de decisiones en ese país. Esta falencia los condujo a interpretar algunos comentarios casuales del asistente legislativo del senador Helms y del emisario personal del secretario de Estado Haig, el General Vernon Walters, como afirmaciones que aseguraban que el gobierno de los Estados Unidos, en retribución por el apoyo prestado en América Central, respaldaría los esfuerzos argentinos por recuperar las Malvinas, aun por la fuerza si era necesario, y que los Estados Unidos garantizarían que la reacción de los británicos no excedería ciertos límites”.

Otra es la interpretación que dará el propio Embajador Walters años después: “Los argentinos invadieron las islas porque el Canciller Costa Méndez le dijo a Galtieri que Thatcher no iba a pelear. Fue un gran error”. Su jefe de entonces, el secretario de Estado Haig, confirma la impresión de que Galtieri estaba seguro de que los ingleses no irían a la guerra, y brinda una imagen bastante acertada del dictador argentino que había caído en desgracia: “El creía que Occidente se había corrompido. Que los británicos no tenían Dios, que los Estados Unidos se había corrompido. Nunca lo pude convencer de que no sólo iban a pelear, que además iban a ganar”.

Galtieri junto a todas las cúpulas castrenses de esos últimos años iniciaría un irreversible ostracismo. Condenado junto a Anaya y Lami Dozo a doce años de reclusión, además de la destitución y baja, por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas en 1986, en fallo que confirmaría en segunda instancia la Justicia civil dos años más tarde, todos ellos fueron indultados por decreto del Presidente Carlos Menem en 1989. Pero Galtieri viviría todavía lo suficiente para ser alcanzado nuevamente por las manos de la Justicia y de la memoria: como muchos de sus pares, consumiría sus últimos años de vida entre la prisión domiciliaria y los tribunales judiciales por las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura. Costa Méndez, “Canoro” para los amigos, “el Cogito” según el apodo que le estampó Fidel Castro aludiendo a su cojera y recordando su singular encuentro en La Habana, tras un fugaz e infructuoso intento de participar en la recomposición de las fuerzas conservadoras con el regreso de la democracia, escribirá sus memorias y se retirará de la vida pública hasta su muerte, que ocurre en 1992.

La primer Ministro británica Margaret Thatcher, principal beneficiaria de la derrota argentina, sería reelecta, al igual que Ronald Reagan, líderes ambos de la marea conservadora que inundó la década de 1980 a 1990, y consagrada como una Reina Victoria de fines del siglo veinte. El General Alexander Haig dejaría su cargo poco después del conflicto del Atlántico Sur maldiciendo la culpa que tuvo en ello el régimen militar argentino. Su camarada de armas, colaborador y socio Vernon Walters, tendría mejor suerte y una nueva misión en el segundo mandato de Reagan, esta vez como Embajador en las Naciones Unidas.

John F. Lehman, secretario de Marina de los EEUU, expondrá ante un subcomité del Congreso de su país sobre las lecciones e implicancias del conflicto de Malvinas al que describirá como “la primera guerra verdaderamente naval desde el conflicto del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial”. La lección esencial, para el alto funcionario norteamericano, es la confirmación experimental de cuán bien habrían estado preparadas las fuerzas estadounidenses en un conflicto potencial con la Unión Soviética en acciones de largo alcance de esta naturaleza en cualquier parte del globo. La gran novedad, sostendrá, es el papel decisivo que adquirirán a partir de entonces las computadoras modernas y las comunicaciones por satélite en los conflictos armados.

Otras serán las lecciones que extraerá el General Martín Balza, como uno de los oficiales con mando de tropa que estuvo en la línea de fuego. Será el primer jefe del Ejército (función que ocupó entre 1992 y 1999) en condenar en forma explícita las violaciones a los derechos humanos cometidas durante el Proceso, romper drásticamente con las doctrinas de la seguridad nacional y el enemigo interno. Pero estas definiciones fueron más que un cambio de discurso: le tocó también terminar, a comienzos de la década del ‘90, con los últimos focos reivindicativos del nacionalismo militarista representados por el fenómeno carapintada, liderado por Rico y Seineldín; con quienes había combatido en Malvinas. Para Balza, “fuimos a una guerra exaltando una tradición maravillosa de éxitos militares del siglo XIX, sin pensar en el compromiso con esa tradición que habíamos abandonado durante la segunda mitad del siglo XX, con un Ejército politizado y con dictaduras militares que afectaron nuestra profesionalidad, agravado todo esto por la instrumentación, por parte de la última de estas dictaduras, de un terrorismo de Estado que cometió crímenes contra la humanidad”.

Hay otros datos biográficos significativos en este ciclo histórico de emergencia, desarrollo y ocaso de una trama de poder militar-civil encarnada por los mismos actores en su ascenso, apogeo y caída. Benito Llambí, el viejo lugarteniente de Perón en el GOU, cuarenta años atrás, luego Embajador encargado de misiones especiales y Ministro del Interior del tercer gobierno peronista, firma una solicitada, dos semanas después de la derrota, junto a cerca de doscientas personalidades políticas vinculadas al nacionalismo católico con el título “Contra la rendición”.

Allí se afirma que “porque algunos hombres se hayan rendido en las Malvinas, no nos vamos a rendir 28 millones de argentinos” y agrega que aceptar la rendición “significaría la liquidación de las fuerzas armadas, que no podrían sobrevivir a la vergüenza” y también “crearía las condiciones internas de la guerra civil. Perdimos la guerra, y ellos se aseguran que también perderemos la paz. Y quedaremos alejados en los planisferios, transformados en un apartado país polar, marginados de los centros de poder, amargados, con poblaciones en acelerada disminución, escapando a este tremendo destino negativo que nos empeñamos en asignarnos una generación tras otra”, concluye la declaración.

Por esa intervención pública, Llambí fue sancionado con cuarenta y cinco días de detención en las instalaciones militares de Campo de Mayo, en su condición de oficial retirado del Ejército. Había declarado también que la Argentina no fue derrotada: “han capitulado algunos mandos débiles y de espada sin vocación heroica, ante el asombro de nuestro pueblo y de los pueblos que habían abierto generoso crédito de confianza a nuestro pueblo”. Por orden del comandante en jefe, el tosco General Cristino Nicolaides se constituye un Tribunal de Honor militar para juzgar su conducta y realiza allí su descargo señalando su orgullo de estar en el mismo banquillo de los acusados “que debió haber ocupado el General Perón y que también ocupó el General Franklin Lucero... esos dos insignes jefes del Ejército argentino”.

El General Benjamín Rattenbach, secretario de Guerra durante la presidencia de José María Guido veinte años atrás, será el encargado de redactar el informe de la Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades políticas y estratégico militares en el conflicto del Atlántico Sur. Allí llegará a pedir las máximas penas para Galtieri y Anaya como principales responsables de la derrota militar (ver anexo). Lo acompañarán en la autoría del Informe otros viejos camaradas retirados que tuvieron en el pasado activa intervención política, pero estaban a resguardo de todo compromiso con las jerarquías del Proceso: el General Tomás Sánchez de Bustamante por el Ejército, el Almirante Alberto Vago y el Vicealmirante Jorge Boffi por la Armada, y los Brigadieres Carlos Alberto Rey y Francisco Cabrera por la Fuerza Aérea.

Los Generales Osiris Villegas y Eduardo Señorans, también protagonistas principales de la línea dura durante los movimientos políticos y armados de los años ’50 y ‘60, oficiarán, ya ancianos, como defensores del malogrado dictador, de quien se consideraban en parte sus mentores, en los juicios seguidos contra el mismo ante la justicia militar primero y, luego, ante la Cámara Federal de Apelaciones.

En 1969 Rattenbach había prologado el libro de Villegas “Políticas y estrategias para el desarrollo y la seguridad nacional”, que reunía los trabajos del CONASE. Allí había realizado una semblanza encomiable del autor por su contribución “a la gran empresa nacional... junto con la propagación de su doctrina” en la que enumeró los puntos que conformaban lo que a su entender debía ser un manual de comprensión de los asuntos internacionales: “... Que los organismos internacionales no cumplen las exigencias para las que fueron creados; que el desarrollo y la seguridad del país deben basarse en sus propias esfuerzos; que todo competidor del país en materia de poder y crecimiento es hábil, disimulado y constantemente agresivo; que los poderosos nunca son fraternales; que el imperialismo siempre subsiste, aunque tiene hoy otra casa; deducciones todas estas que muestran con cuánto realismo aprecia el autor el medio ambiente mundial en que se desenvuelve el país... y con razón, reclama un cambio en la estructura formal del Estado y, sobre todo, un cambio en la mentalidad de la población”.

Los resultados de estas obsesiones geopolíticas estaban a la vista. La pérdida de posición relativa de la Argentina en la estructura de poder mundial y el deterioro de los atributos de poder nacional a que había conducido dicha entente político-militar acaban con el dilema de seguridad, la búsqueda de equilibrio de poder y el predominio del nacionalismo territorialista que guio las relaciones regionales y la rivalidad con los países vecinos desde inicios de los años ‘40. Tales circunstancias convergen en un punto: un ciclo histórico parecía cerrarse definitivamente; y con él, una determinada forma de encarar las relaciones exteriores del país por una misma articulación de grupos y elencos de poder, dominantes dentro de la dirigencia argentina. El inicio del proceso de transición hacia la democracia puede tomarse, así como un desenlace final para cuarenta años de relaciones de poder cívico-militares y manejo compartido de la política estatal.

Un lugar en el mundo

La recuperación de la democracia en octubre de 1983 fue tributaria de la derrota bélica de junio de 1982, a partir de la cual nada sería igual. Habría de remontarse una pendiente desde muy abajo para procesar lo que significó la guerra de las Malvinas, curar las heridas, extraer lecciones y recuperar el camino desandado por aquel descomunal paso en falso.

Una de las primeras medidas tendría que ver con la re-significación simbólica de la fecha, la anulación del feriado nacional establecido por el gobierno militar el 2 de abril y su traslado al 10 de junio, fecha en la que se recuerda la asunción de Luis Vernet como gobernador de las islas. Del mismo modo, muy lentamente vino el reconocimiento y la reparación para los ex combatientes, última carne de cañón de los impulsos filicidas consumados por la violencia revolucionaria, la represión ilegal y el terrorismo de Estado.

Mientras la causa Malvinas parecía naufragar entre la impotencia y la bronca, la cuestión Malvinas volvía por sus fueros al terreno diplomático.

Las administraciones de Raúl Alfonsín y Carlos Menem tendrán distintos criterios sobre la estrategia para lograr una mejor reinserción argentina en el mundo y se irá de la búsqueda de relaciones maduras y el no alineamiento a las “relaciones carnales” con los EEUU, el “alineamiento automático” y la política de seducción hacia Gran Bretaña. Las gestiones sucesivas de Dante Caputo y Guido Di Tella, los Cancilleres que más tiempo duraron en el cargo, entrecruzaron sus líneas con los dilemas y opciones clásicas enarboladas por la diplomacia tradicional.

En 1985, con motivo del 25 aniversario de la Resolución 1514 sobre descolonización, reaparece Bonifacio del Carril con un artículo en La Nación en el que descree de las facultades de los foros internacionales y la ONU para resolver el conflicto. La Argentina no debe continuar engañándose a sí misma, seguirá aconsejando el veterano historiador.

La vía alternativa que sostendrá Del Carril era gestionar directamente con Gran Bretaña un plazo concreto para concluir el proceso de descolonización de Malvinas. Pero esta propuesta, además de desconocer la magnitud del daño infligido al país por la guerra perdida, escondía una variante todavía peor en el horizonte: que Gran Bretaña accediera a descolonizar unilateralmente las Falklands siguiendo el principio de autodeterminación de los kelpers, reconociendo alguna forma de independencia y desconociendo los derechos argentinos. 

Por ese entonces, la fórmula del “paraguas” o “reserva de soberanía” permitió reiniciar el diálogo argentino-británico y avanzar en temas económico-comerciales como la pesca y la exploración de hidrocarburos. Los acuerdos de Madrid, de 1989 y 1990, llevaron al restablecimiento de las relaciones diplomáticas. La pequeña población kelper veía mientras tanto incrementarse como nunca antes su nivel de vida. Y los sucesivos gobiernos del Reino Unido se mantendrían inamovibles en el criterio de irreversibilidad; es decir, el de que el uso de la fuerza por parte de la Argentina y su derrota bélica quitaban a este país el derecho a reclamar por derechos de soberanía.

Pero ello no ocurrirá: Malvinas seguirá siendo un punto fundamental de la agenda de la política exterior argentina, materia de reclamo nacional y regional en los organismos y foros internacionales y quedará inscripto por primera vez en la Constitución Nacional, con la reforma de 1994, en su primera cláusula transitoria:

“La Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional. La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía, respetando el modo de vida de sus habitantes, y conforme a los principios del Derecho Internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino”.

Epílogo

El fin de un ciclo histórico

“Los gobiernos han comprendido ya, que no hay otra fuerza legítima y respetable que la fuerza del derecho y de la justicia; que el abuso no se legitima jamás, e imprime siempre un sello odioso sobre la frente de los que lo consuman” (José Hernández, Islas Malvinas. Cuestiones graves, El Río de la Plata, 26 de noviembre de 1869)

Pese a ser una reivindicación territorial más que centenaria, la principal hipótesis de conflicto que tenían las fuerzas armadas argentinas y la única con una potencia extranjera, el plan para recuperar las islas Malvinas en 1982 fue pergeñado por los comandantes de la última dictadura entre gallos y medianoche: sin consultar a los especialistas y sin evaluar todas sus consecuencias e implicancias. Sin embargo, no estuvieron solos a la hora de emprender esa aventurada y temeraria campaña: principales y connotados miembros del establishment diplomático tradicional acompañaron y respaldaron la decisión, al igual que gran parte de la dirigencia política, empresaria y sindical que vio, sorpresivamente, la oportunidad de salir de su forzado enclaustramiento e hibernación. 

La explicación de esa reacción favorable y entusiasta tiene raíces más profundas. En realidad, ese período final de la última dictadura que vivió el país entre 1976 y 1982 había repetido, en numerosos casos con los mismos elencos de personalidades jugando similares roles, un ciclo semejante de disputas intestinas, alternancias forzadas y rotaciones compulsivas dentro de un mismo gran círculo de voces influyentes. En ese canto del cisne de la elite diplomática y militar prohijada por cuarenta años de rupturas institucionales y continuidades fácticas, se encontrarán, como dice el tango, en un mismo lodo, todos manoseados.

Algunos seguían jugando el mismo juego aprendido a lo largo de las pasadas cuatro décadas sin advertir que el país se había deslizado al despeñadero interno y el ostracismo internacional. Otros se habían apartado, extrañados o espantados por el grado de brutalidad que había alcanzado el régimen militar. Y otros, más comprometidos con la dictadura, participarían con distintos tonos de entusiasmo en su camino de perdición, buscando atenuar o precipitar la caída. Sólo un resultado externo catastrófico, como lo fue la derrota argentina en la Guerra del Atlántico Sur, revierte sobre sus jefes y consejeros liquidando toda posibilidad de permanencia en el poder por parte de dichas elites.
  
Un país que había vivido asaltado por los fantasmas de la guerra a lo largo del siglo XX se encontró finalmente sumergido en una guerra real y concreta; una guerra convencional para la que no estuvo preparado y que, según lo estimaban sus propios mentores y responsables, nunca debía haber ocurrido.

Las estimaciones fallaron por incomprensión y percepciones erróneas sobre cómo reaccionarían los principales jugadores del tablero internacional, Gran Bretaña y Estados Unidos en primer lugar. Pero también por la existencia de diplomacias paralelas, con una diplomacia civil y una diplomacia militar que corrían por carriles autónomos y establecían, o buscaban establecer, canales de vinculación directa con los centros neurálgicos del poder y en las relaciones bilaterales con otros países.

Estas diplomacias paralelas pueden observarse, asimismo, como coexistencia entre una “gran diplomacia” que transita por la dimensión visible de las tratativas, negociaciones, compromisos y acciones de los más altos funcionarios y los diplomáticos profesionales en la representación del país en el exterior y una “diplomacia subterránea”, urdida en base a operaciones, actividades y conspiraciones, que terminarán en más de un momento condicionando, cuando no determinando, las políticas y hasta los propios destinos de los gobiernos.

Pero contrariamente a lo que sucede en otros casos de diplomacias paralelas en la política internacional y en el comportamiento de los estados, que se despliegan oficial y extraoficialmente para alcanzar propósitos previsibles o preestablecidos, en este caso las mismas no tributan a un refuerzo de la política exterior que llevan adelante los gobiernos sino a su debilitamiento, neutralización, pérdida de eficacia o inconsistencia.
A veces ocurrirá al revés: será la diplomacia secreta y silenciosa la que logrará destrabar los atolladeros y enhebrar buenos vínculos que luego se verán entorpecidos o frustrados por las decisiones y arrebatos en los niveles más altos de decisión política. En el desarrollo del conflicto por las Malvinas se ha podido ver en forma fehaciente este doble tablero de juegos diplomáticos y juegos de guerra, en el que las fichas argentinas quedaron libradas a su propia suerte, dejando en evidencia la proyección externa de las distorsiones internas en la estructura de poder.

Se puede comprobar, asimismo, que en medio de la inestabilidad gubernamental y las rupturas institucionales que signaron a la Argentina entre 1930 y 1983 existió una singular continuidad de esa elite conservadora en la dirección política de la diplomacia y su predominio cultural en la formación de percepciones sobre la inserción internacional del país. La constante que se evidencia en su sistema de creencias, y que al mismo tiempo explica las afinidades electivas con distintos interlocutores militares, es una sobrestimación del peligro revolucionario que, bajo diferentes formas, oficiará de justificativo ideológico para las intervenciones, golpes de estado o revoluciones de 1943, 1955, 1962 y 1966. Esta sobrevaloración de la amenaza externa e interna puede explicar, asimismo, la naturalidad con la que los intereses sectoriales, económicos o corporativos de grupos de poder o sectores de la elite tradicional que resultaban afectados fueron identificados con el interés nacional que debía ser salvaguardado.

Si el primer aspecto permite definir esta constante desde su caracterización ideológica, un pensamiento de derecha en sus más diversas variantes: conservadora, liberal, populista, nacionalista, el segundo aspecto remite al proverbial pragmatismo de un grupo dirigente con capacidad para extraer beneficios o minimizar costos de cada crisis política o ruptura institucional.

En las circunstancias internas y externas de 1982, la recuperación militar de las Malvinas pudo aparecer como un plausible y tentador proyecto tanto para quienes seguían pensando en términos de “Tercera Guerra Mundial”, Guerra Fría y lucha contra el comunismo como para quienes buscaban una participación más ventajosa del país en las “ligas mayores” del capitalismo occidental y en sus dividendos económicos. Pero faltaban criterios de realidad sobre lo que verdaderamente estaba ocurriendo en el escenario internacional y sobre cuáles eran los reales márgenes de acción para la Argentina en ese contexto y con ese tipo de régimen. Ello puede atribuirse al anacronismo y la rigidez existentes en las configuraciones mentales de quienes incidían en las decisiones, de quienes decidían y de quienes debían implementar las decisiones tomadas.

Esto podría explicar por qué tanto quienes conducían la diplomacia como los jerarcas del régimen militar estimaron que la vía diplomática estaba agotada y el recurso al uso de la fuerza quedaba habilitado por la mera existencia de razones históricas de derecho y sin atender a las implicancias que tendría tal decisión.

Dicho déficit intelectual también nos remite a los ciclos políticos que signaron las décadas pasadas. Si se observan los momentos de ruptura o de apertura del sistema político como resultado de procesos electorales (tal es el caso del yrigoyenismo en 1916, el peronismo en 1946 y el desarrollismo en 1958, y en menor medida, el radicalismo del ’63 y el peronismo del ‘73), se encontrará que la aparición de nuevas camadas u orientaciones renovadoras en la política exterior, resultó absorbida o neutralizada por los actores, conductas y percepciones conservadoras tradicionales, que no llegaron a perder nunca el dominio de sus resortes y recursos de poder.

Notablemente, los dos principales logros diplomáticos, las Resoluciones 1514 y 2065 de la ONU, se alcanzaron durante los únicos gobiernos civiles electos que hubo entre 1955 y 1973, ambos derrocados por las Fuerzas Armadas. Aun así, quienes tuvieron a cargo llevar a buen puerto las negociaciones y representar al país en el exterior actuaron permanentemente condicionados e influidos por los sectores conservadores más recalcitrantes, tanto civiles como militares.

George Orwell, autor de Rebelión en la granja, explicó que “lo esencial de la regla oligárquica no es la herencia de padre a hijo, sino la persistencia de una cierta manera de ver el mundo y de un cierto modo de vida impuesto por los muertos a los vivos. Un grupo dirigente es tal… en tanto pueda nombrar a sus sucesores (…) No importa quién detenta el Poder con tal de que la estructura jerárquica sea siempre la misma”.

Algo de eso ocurría en la Argentina conservadora y algo de eso siguió ocurriendo en las etapas posteriores. Pero esta permanencia, que en algún sentido se expresa como alternancia en tanto no se trataba de una tradición conservadora homogénea- contrasta nítidamente con la inestabilidad política, los cambios de gobierno y de régimen, los antagonismos entre principios de legitimidad, la debilidad de los gobiernos civiles y las contradicciones internas de los gobiernos de facto y las dictaduras militares que dominaron esta etapa de la historia argentina del siglo veinte.

Tal contradicción entre inestabilidad institucional y permanencia de un mismo conjunto dirigente, o un mismo patrón cultural de conductas y percepciones, puede llevar a replantear hasta dónde dicho conjunto conformó una verdadera elite dirigente o expresaría, más bien, la progresiva vacancia de dicho espacio. Según esta perspectiva, la existencia de una elite no estaría supeditada a que sus integrantes procedan de un origen similar, ni a que resulten producto de un mismo proceso socializador, sino al hecho de actuar en función de acuerdos, expresos o tácitos, en torno de objetivos más o menos similares y a tener capacidades y talentos para receptar las transformaciones y procesos de cambio.

En tal sentido la inestabilidad política argentina se explicaría por una crisis crónica en la conducción política del Estado. Esta última tendría como un trasfondo explicativo la distancia creciente entre el sistema de creencias de su clase política tradicional y los sucesivos ajustes a las realidades externas y domésticas en el ejercicio del gobierno y en la visión de los problemas que se debían enfrentar. En un Estado que, como distintos y diversos estudios lo han planteado, se resiste al análisis clásico del actor racional unitario y se presenta, más bien, como una arena de disputas facciosas, negociaciones extra-institucionales y arreglos gubernamentales. Sobre este denso trasfondo cultural dicha arena pudo identificarse –y confundirse- de manera plausible con la representación de la nación y la sociedad en su conjunto, aun al costo de resolver las fracturas y conflictos a través del exclusivismo elitista y la imposición autoritaria.

La guerra de las Malvinas resume las contradicciones, disociaciones y encerronas de aquella conjunción diplomático-militar; de aquel modo de concebir y conducir los destinos del país y las relaciones con el mundo. Las resume y las lleva al paroxismo hasta provocar su estallido y agotamiento definitivo. Desde entonces, la Argentina se pregunta, y muchos se lamentan, por la ausencia de una clase dirigente lúcida e ilustrada. Se tiende a aludir con ello a los tiempos de nuestra historia reciente, perdiendo de vista el cuadro en el que emergió la posibilidad de recuperar la democracia en 1983. Por contraste, escuchamos y leemos panegíricos de tiempos más lejanos, “edades de oro” y etapas heroicas en las que habrían existido visiones preclaras y proyectos de país, con estadistas en condiciones de llevarlos a cabo. Convendría no olvidar, de igual modo, los claroscuros y extravíos que condujeron en tantos casos a muchos de aquellos hombres cultos y esclarecidos a participar en las más graves frustraciones, desaciertos y tragedias de nuestra historia; sin dejar de detenernos en aquellos instantes o intervalos en los que las cosas podrían haber resultado de otro modo. La Guerra de Malvinas ha sido y es, en tal sentido, una fuente permanente de enseñanzas, la gran lección que la Argentina parece haber aprendido de aquella derrota, pero para la cual no ha encontrado aún alternativas superadoras.


Anexo 1

1983/ Informe Final de la Comisión de Análisis y Evaluación de las responsabilidades en el conflicto en el Atlántico Sur (extractos fundamentales)

Determinación de las responsabilidades (IV Parte)
Capítulo IX - Responsabilidades en el nivel político nacional
*Junta Militar

De acuerdo con lo detallado en los capítulos precedentes, la Comisión considera que sus miembros de la Junta Militar, órgano supremo del Estado (según el Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional) son responsables de:

a. CONDUCIR LA NACIÓN A LA GUERRA CON GRAN BRETAÑA, SIN ESTAR DEBIDAMENTE PREPARADA PARA UN ENFRENTAMIENTO DE ESTAS CARACTERÍSTICAS Y MAGNITUD CON LAS CONSECUENCIAS CONOCIDAS DE NO LOGRAR EL OBJETIVO POLÍTICO Y DE HABER COLOCADO AL PAÍS EN UNA CRÍTICA SITUACIÓN POLÍTICA ECONOMICA Y SOCIAL.

b. NO REALIZAR UNA APRECIACION INTEGRAL DE TODOS LOS FACTORES QUE PODIAN INCIDIR EN LA SITUACION, EN DETRIMENTO DE LOS OBJETIVOS QUE SE PRETENDIAN LOGRAR.

c. CONDUCIR A LAS FF.AA., COMO CONSECUENCIA DE UN PLANEAMIENTO APRESURADO, INCOMPLETO Y DEFECTUOSO, A UN ENFRENTAMIENTO PARA EL CUAL NO SE HALLABAN PREPARADAS NI EQUIPADAS, CONTRIBUYENDO CON ELLO A LA DERROTA MILITAR.

d. NO ADOPTAR EN EL CAMPO DE LA POLITICA INTERNACIONAL LAS NECESARIAS ACCIONES DIPLOMATICAS PRECAUTORIAS Y CONDUCENTES AL LOGRO DEL OBJETIVO POLITICO QUE SE PERSEGUIA, O A LA NEUTRALIZACIÓN DE LOS EFECTOS QUE PREVISIBLEMENTE SE PRODUCIRIAN, EN CASO DE NO LOGRARSE AQUEL.

e. ESCOGER UN MOMENTO INOPORTUNO PARA LLEVAR A CABO LAS ACCIONES DIPLOMATICAS Y MILITARES TENDIENTES AL LOGRO DEL OBJETIVO PROPUESTO, MOSTRANDO ASI UNA ACTITUD EQUIVOCA RESPECTO DE LAS VERDADERAS MOTIVACIONES DE LA DECISION ADOPTADA Y DEL ADELANTO DE SU EJECUCION.

f. Desaprovechar las oportunidades concretas que se tuvieron para lograr una solución honorable factible del conflicto.

La Junta Militar es un órgano colegiado por lo cual las responsabilidades detalladas precedentemente deben ser asignadas en igual forma a cada uno de los integrantes, en su calidad de autores y partícipes de los hechos y omisiones que originan aquéllas, no obstante, la existencia de matices diferenciales entre los mismos.

Poder Ejecutivo Nacional y Gabinete Nacional

En lo que hace al Poder Ejecutivo Nacional y Gabinete Nacional, la Comisión ha evaluado a las autoridades de dicho ámbito y considera que las mismas quedan alcanzadas por las responsabilidades que se señalan a continuación.

Presidente de la Nación
El Presidente de la Nación era, simultáneamente, miembro de la Junta Militar y Comandante en Jefe del Ejército y, además, por su condición de tal, integrante del Comité Militar. Ejerció así una suma de tareas, funciones y responsabilidades, lo que incidió negativamente en el desempeño eficaz de estos importantes cargos.

A juicio de esta Comisión, es responsable de:

a. ASUMIR ATRIBUCIONES QUE COMPETIAN A LA JUNTA MILITAR, EN EL PROCESO DE LA TOMA DE DECISIONES DE POLÍTICA INTERNACIONAL, LAS QUE LUEGO, TENDRIAN INFLUENCIA EN EL DESARROLLO DEL CONFLICTO, AL APROBAR EL COMUNICADO AMPLIATORIO DEL 02 -MAR-82 QUE RESULTO INOPORTUNO A LOS FINES QUE SE PERSEGUIAN Y ALERTO INECESARIAMENTE AL GOBIERNO BRITANICO.

b. ASUMIR ANTE EL PUEBLO DE LA NACION, EN CIRCUNSTANCIAS EN QUE ERA ACONSEJABLE LA MODERACIÓN, COMPROMISOS QUE COARTARON LA LIBERTAD DE ACCIÓN DEL GOBIERNO NACIONAL, CREARON FALSAS EXPECTATIVAS POPULARES Y CONTRIBUYERON A DIFICULTAR LA BUSQUEDA DE UNA SALIDA NEGOCIADA AL CONFLICTO.

c. OMITIR LA CONSULTA Y EL ASESORAMIENTO DE LOS ORGANISMOS ESPECIALIZADOS; QUE PUDIERON HABER CLARIFICADO EL ANÁLISS PREVIO DE LA SITUACIÓN Y EL PROCESO DE LA TOMA DE DECISIONES (SECRETARIA DE PLANEAMIENTO Y CNI); NO OBSTANTE, EL SECRETO IMPUESTO A LA PLANIFICACION PARA LA OCUPACION DE LAS ISLAS MALVINAS.

d. CONFUNDIR UN OBJETIVO CIRCUNSTANCIAL DE POLITICA INTERNA (NECESIDAD DE REVITALIZAR EL PRN) CON UNA GESTA DE LEGÍTIMA REIVINDICACIÓN HISTÓRICA Y DAR LUGAR A QUE SE INTERPRETARA QUE PRETENDÍA CAPITALIZAR PARA SI EL RÉDITO POLÍTICO, EN CASO DE UNA SOLUCIÓN FAVORABLE.

Ministro de Relaciones Exteriores y Culto

La actuación del Canciller en el Conflicto tuvo una importancia relevante y vital, ya que el objetivo político se lo obtendría, fundamentalmente, como corolario de una acción diplomática oportuna y eficaz. Surge de lo actuado que el Dr. Costa Méndez tomó conocimiento anticipado de la intención de la Junta Militar de ocupar las Islas.

Se considera que le caben las siguientes responsabilidades:

a. NO ADOPTAR LAS PREVISIONES PARA PRODUCIR LOS MOVIMIENTOS ADECUADOS DE SU PERSONAL, DE MANERA QUE LOS CARGOS CLAVES PARA UN CONFLICTO DE ESTA NATURALEZA ESTUVIESEN DESEMPEÑADOS POR FUNCIONARIOS DE LA MAXIMA IDONEIDAD Y EXPERIENCIA.

b. NO APRECIAR DEBIDAMENTE LA REACCION INTERNACIONAL QUE PODÍA PRODUCIRSE EN CASO DE OCUPACION DE LOS ARCHIPIELAGOS, EN PARTICULAR POR PARTE DE GRAN BRETAÑA Y ESTADOS UNIDOS PESE A ESTAR ALERTADO ANTICIPADAMENTE DE LA INTENCION DE EFECTUAR DICHA OCUPACION.

c. PRODUCIR, COMO RESULTADO DE LA ÚLTIMA RONDA DE NEGOCIACIONES CON GRAN BRETAÑA (NUEVA YORK, 26/27-FEB-82), UN COMUNICADO AMPLIATORIO QUE RESULTO INOPORTUNO; ADEMAS DE IMPRUDENTE POR LA VELADA AMENAZA DE SU CONTENIDO; LO CUAL ALERTO A GRAN BRETAÑA ACERCA DE LA INTENCION DE LA OCUPACION MILITAR.

d. CONDUCIR INADECUADAMENTE LA CRISIS DE LAS ISLAS GEORGIAS Y, CONTRARIAMENTE A LO QUE EN ESE MOMENTO CONVENÍA -COMO ERA MINIMIZAR EL CONFLICTO-, CONTRIBUIR A PRECIPITAR LOS EFECTOS DE AQUELLA EN PERJUICIO DEL OBJETIVO DE RECUPERAR LAS ISLAS MALVINAS. EL INCIDENTE PUDO HABER SIDO SUPERADO POR LAS VIAS DIPLOMATICAS, SIN COMPLICACIONES QUE PUDIESEN AFECTAR LA DIGNIDAD NACIONAL, A DIFERENCIA DE LO QUE SE PRETENDIO AFIRMAR EN SU MOMENTO.

e. REALIZAR EL DIA 02-ABR-82, ANTE EL GABINETE NACIONAL UNA EVALUACION ERRONEA ACERCA DE LA VOTACION EN EL CONSEJO DE SEGURIDAD, AL CONCLUIR QUE ESTA RESULTARIA FAVORABLE A LA ARGENTINA.

f. NO PRODUCIR LAS ACCIONES OPORTUNAS Y ADECUADAS QUE SUS ALTAS FUNCIONES LE IMPONIAN, RESPECTO DE LAS ALTERNATIVAS DIPLOMATICAS Y MILITARES QUE SE DESARROLLARON, TALES COMO:

1) DADA LA SITUACION IMPERANTE EN LA REGION AUSTRAL, NO ASESORAR AL PEN NI AL COMIL ACERCA DE LOS PELIGROS DE ABRIR UN SEGUNDO FRENTE DE CONFLICTO EN ESOS MOMENTOS.

2) ALERTADO SOBRE LA INTENCION DE RECUPERAR MILITARMENTE LAS ISLAS, NO REQUERIR PROGRESIVAMENTE AL PRESIDENTE, PRECISIONES ACERCA DEL ACCIONAR DE LA JUNTA TENDIENTE AL LOGRO DEL OBJETIVO Y, CONSECUENTEMENTE NO ASESORAR NI CLARIFICAR LAS PROBABLES ALTERNATIVAS QUE PODIAN DERIVARSE COMO RESULTADO DE LA OCUPACION.

3) NO DISCERNIR ACERTADAMENTE LA NATURALEZA DE LAS RELACIONES ENTRE LA ARGENTINA Y LOS EE.UU. INDUCIENDO DECISIVAMENTE A LA JUNTA A LANZAR LA OPERACION, EN EL CONVENCIMIENTO DE QUE ESA POTENCIA NO PERMITIRIA UNA CONFRONTACION BÉLICA, CONTRIBUYENDO CON ESA GRAVE FALENCIA A CREAR EN EL GOBIERNO LA FALSA SEGURIDAD DE UN AMPARO POLITICO QUE EN REALIDAD NO EXISTIA Y AGRAVANDO ASI EL ERROR DE SUPONER QUE GRAN BRETAÑA NO PRODUCIRIA UNA RESPUESTA MILITAR, COMO EFECTIVAMENTE DESARROLLÓ EN REALIDAD.

4) NO EFECTUAR UNA APRECIACION Y EVALUACION DE LA SITUACION MUNDIAL CON LA PROFUNDIDAD NECESARIA, QUE PERMITIERA COMPRENDER NUESTRA UBICACION EN EL MARCO DE LOS ACUERDOS INTERNACIONALES, LA SITUACION DE GRAVE AISLAMIENTO DEL PAIS Y LAS DERIVACIONES INCONTROLABLES QUE EL CONFLICTO PODIA DESATAR.

5) NO SEÑALAR ADECUADAMENTE LA CAPACIDAD DIPLOMATICA DEL REINO UNIDO, NI SUS PROBLEMAS POLITICOS INTERNOS, TALES COMO LA DIFICIL SITUACION DEL PARTIDO GOBERNANTE Y LA PROXIMA DESACTIVACION DE UNA PARTE DE LA FLOTA BRITANICA.

6) PROPICIAR EL ADELANTO DE LA “OPERACION AZUL”, LO CUAL FUE EL INICIO DE UNA SERIE DE IMPROVISACIONES POLÍTICAS Y MILITARES QUE CONTRIBUYERON A LA DERROTA PROPIA.

7) NO EVALUAR ADECUADAMENTE Y EN CONSECUENCIA NO ASESORAR CON JUSTEZA LA DESFAVORABLE SITUACIÓN ANTE EL CONSEJO DE SEGURIDAD, Y NO PRODUCIR LOS HECHOS DIPLOMATICOS POSIBLES Y NECESARIOS PARA EVITAR LA RESOLUCION 502, QUE CONSTITUYO PARA GRAN BRETAÑA EL RESPALDO JURIDICO Y POLITICO PARA EL ENVIO DE LA FUERZA DE TAREAS Y SU POSTERIOR ACTITUD INTRANSIGENTE EN LAS NEGOCIACIONES.

8) NO ENFATIZAR ANTE EL GOBIERNO NACIONAL LA ADVERTENCIA DE LOS EE.UU. SOBRE EL APOYO QUE BRINDARIAN A GRAN BRETAÑA EN CASO DE CONFLICTO, FORMULADA EL DIA 01-ABR-82, Y NO RESALTAR ESTE GRAVE HECHO A LA JUNTA MILITAR, TENIENDO EN CUENTA LA RELACION ESPECIAL Y LOS LAZOS POLITICOS, ETNICOS Y CULTURALES QUE UNEN A LOS EE.UU. CON GRAN BRETAÑA, A DIFERENCIA DE LOS QUE AQUÉL PAIS TENIA CON AMÉRICA LATINA, TODO LO CUAL ANULABA TAMBIÉN EL SUPUESTO SEGURO POLITICO DE LA NEUTRALIDAD DE WASHINGTON EN EL CONFLICTO.

9) ADOPTAR DURANTE LAS NEGOCIACIONES ACTITUDES Y PRESUPUESTOS EFECTISTAS E INCONDUCENTES QUE FUERON CERRANDO LOS CAMINOS PARA UNA NEGOCIACION RAZONABLE.

h. NO HABER ASESORADO NI CONDUCIDO ACERTADAMENTE LAS NEGOCIACIONES, EN LAS OPORTUNIDADES CONCRETAS QUE SE TUVIERON PARA LOGRAR UNA SOLUCION FACTIBLE DEL DIFERENDO.

i. NO ASESORAR DEBIDAMENTE, CON RESPECTO A LA RESOLUCION 502, SOBRE LA CONVENIENCIA DE SU ACATAMIENTO POR VIA DE LA NEGOCIACION OBLIGATORIA, PARA EVITAR UNA CONFRONTACION BELICA EN CONDICIONES ABSOLUTAMENTE DESFAVORABLES.

Aunque escapa al nivel de consideración en cuanto a su análisis evaluación por parte de la Comisión, es deber de ésta señalar la responsabilidad que le cabe al personal superior del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto en su quehacer específico, toda vez que -en General- se advierte una limitada competencia en su asesoramiento especializado y en su labor profesional durante el Conflicto.

Sin perjuicio de lo expuesto, cabe señalar que esta Comisión recibió una denuncia -acompañada de documentación- que vincula al Dr. Nicanor Costa Méndez con Empresas multinacionales, de la cual -por encontrarse ya radicada, por separado, en la Justicia Federal- sólo se informó, oportunamente, a la Honorable Junta Militar.

Ministro de Economía

El Ministro de Economía fue marginado de los estudios previos a la decisión de ocupar las islas, y tampoco tuvo conocimiento oportuno de la resolución adoptada ni recibió directiva concreta alguna del Gobierno respecto de la crisis que se enfrentaría.

La inexistencia de una legislación adecuada que, en caso de guerra, disponga el de las distintas Carteras de Estado y de los principales organismos del Gobierno, otorgó al Ministerio de Economía amplia independencia para conducir la economía nacional durante el transcurso de la crisis. Ello así, obligó a adoptar medidas de emergencia como la de crear la Comisión Nacional de Vigilancia (Ley 22.591) destinada al contralor de la propiedad enemiga, cuyos antecedentes y consideraciones, así como las diligencias desarrolladas por esta Comisión, se incluyen como Anexo IX/l, con la opinión favorable respecto a la conveniencia de que los organismos responsables efectúen una evaluación detallada de su accionar, para determinar el grado de eficiencia logrado en su cometido.

La brevedad del Conflicto no permite apreciar el real acierto de las medidas efectivamente adoptadas en apoyo del esfuerzo de guerra y tampoco existen fundamentos para juzgarlas, en el supuesto de haber sido aquél, en cambio, intenso y prolongado. La posible irregularidad cometida en la esfera del Banco de la Nación Argentina y, en consecuencia, en el ámbito de su responsabilidad ministerial, con motivo de la transferencia de depósitos oficiales de Londres a Suiza, ya ha sido puesta en conocimiento de la autoridad correspondiente.

Otros miembros del Gabinete

La circunstancia de que el Ministro de Defensa, el Secretario de Inteligencia de Estado y el Secretario de Información Pública, hayan sido marginados del quehacer de la conducción de sus áreas correspondientes; en situaciones propias ya de la guerra; moralmente no excusa su responsabilidad por no haber planteado el reclamo de participar, en sus funciones específicas, en la elaboración de las decisiones para la dirección de la guerra, sobre la base de su derecho legal y de la autoridad con que estaban investidos.

Capítulo X - Responsabilidades en el nivel estratégico militar

En el presente Capítulo se analizarán las responsabilidades del Comité Militar y de la Comisión de Trabajo -en cuanto organismos en sí-, de cada uno de los señores Comandantes en Jefe y del Jefe del Estado Mayor Conjunto.

Comité Militar

El Comité Militar, como órgano responsable del planeamiento estratégico militar y de la conducción superior de la guerra, es responsable de:

a. NO DISPONER LA APLICACION DE PAUTAS ESENCIALES EN EL PROCESO DE PLANEAMIENTO, PRODUCIENDO UNA INDEBIDA E IMPROPIA APRECIACION DE LA SITUACION Y UNA PLANIFICACION DEFECTUOSA E INCOMPLETA.

b. NO DISPONER EL PLANEAMIENTO DE LA FASE ULTERIOR A LA OCUPACION DE LAS ISLAS MALVINAS, LO CUAL GENERO GRAVES IMPROVISACIONES Y AFECTO DECIDIDAMENTE LA EFICACIA DE LA CONDUCCION DE LAS OPERACIONES FRENTE AL ENEMIGO.

c. CREAR COMANDOS OPERACIONALES INADECUADOS, CON SUPERPOSICION DE AMBITOS JURISDICCIONALES Y DESPROVISTOS DE LOS COMPONENTES NECESARIOS PARA EL CUMPLIMIENTO DE LA MISION QUE SE LES HABIA IMPUESTOÖ LO CUAL OCASIONO DEFICIENCIAS EN EL QUEHACER OPERATIVO, FRICCIONES ENTRE COMANDOS E INCORRECTA DISTRIBUCION DEL PODER COMBATIVO.

d. ASUMIR Y TRANSMITIR UN INFUNDADO OPTIMISMO RESPECTO DE LAS PERSPECTIVAS DE LOGRAR UNA SOLUCIÓN PACIFICA DEL CONFLICTO, POR MEDIO DE LA NEGOCIACION, PROVOCANDO CON ELLO DEMORAS Y SUPERFICIALIDAD EN LAS PREVISIONES PARA EL COMBATE, Y LUEGO, AL INICIARSE LAS HOSTILIDADES, UNA GRAN CONFUSION Y SORPRESA EN LAS FUERZAS PROPIAS.

e. NO EJERCER EN FORMA UNIFICADA Y PRECISA LA CONDUCCION SUPERIOR DE LA GUERRA, OCASIONANDO CON ELLO QUE SUS COMANDOS SUBORDINADOS NO RESPETARAN LA CADENA DE COMANDO ESTABLECIDA Y SE PRODUJERAN INTERFERENCIAS Y OTRAS ANOMALIAS EN LA CONDUCCION, LO CUAL FUE EN DETRIMENTO DE LA EFECTIVIDAD DEL ACCIONAR CONJUNTO DE LAS FUERZAS PROPIAS.

f. NO HABER ACTUALIZADO LA SITUACION MILITAR PESE A EXISTIR CONSTANCIAS DE QUE LOS SUPUESTOS ASUMIDOS Y LAS CAPACIDADES REMANENTES DEL ENEMIGO ERAN AMPLIAMENTE SUPERADAS POR LA REALIDAD, CONDUCIENDO ASI A LAS FF.AA. A UN ENFRENTAMIENTO DESIGUAL.

g. APROBAR LA SUSPENSION DEL TRAFICO MARITIMO A PUERTO ARGENTINO, OCASIONANDO CON ELLO LA IMPOSIBILIDAD DE ABASTECER ADECUADAMENTE A LOS EFECTIVOS DESTACADOS EN LAS ISLAS, LO CUAL FUE FACTOR IMPORTANTE EN SU DESEMPEÑO MORAL, JUNTO CON OTRAS DEFICIENCIAS DE ORDEN LOGISTICO QUE DEBIO HABER PREVISTO ACABADAMENTE, CONFORME CON LOS DATOS CONOCIDOS DE LA SITUACION INICIAL.

h. APROBAR LA DECISION DE REPLEGAR LA FLOTA A AGUAS POCO PROFUNDAS, POR RAZONES DE SEGURIDAD, DEBIDO A LA AMENAZA SUBMARINA ENEMIGA, EN ESPERA DE UNA ADECUADA OPORTUNIDAD, Y NO EXIGIR Su EMPLEO -LIMITADO PERO POSIBLE- MEDIANTE EL EMPEÑAMIENTO DE UNIDADES DE SUPERFICIE EN OPERACIONES DE DISPERSION O DE DESGASTE DE LA FUERZA DE TAREAS BRITANICA, LA QUE ACTUABA CON TOTAL IMPUNIDAD EN EL MAR.

EN ESA FORMA SE HABRIA CONTRIBUIDO A ALIVIAR LA PRESION DEL ENEMIGO SOBRE LAS ISLAS MALVINAS.

i. VULNERAR ASIMISMO LOS PRINCIPIOS ESENCIALES QUE CONSAGRAN LAS EXPERIENCIAS BALICAS PARA LA ACCION CONJUNTA Y AFECTAR DE ESE MODO LA UNIDAD DE COMANDO Y LA MAXIMA INTEGRACION DE LAS FUERZAS, ASI COMO SU PLENA UTILIZACION Y SU APOYO MUTUO.

j. NO ADOPTAR LAS MEDIDAS NECESARIAS PARA INTEGRAR LA ACCION DE LA TOTALIDAD DE LOS MEDIOS AEREOS QUE ACTUABAN EN EL AREA DE RESPONSABILIDAD DEL TOAS, CUANDO AL REPLEGARSE EL PORTAAVIONES 25 DE MAYO A SU APOSTADERO, SUS AVIONES FUERON ENVIADOS A BASES EN EL CONTINENTE.

CON ELLO SE PRODUJO:

1) DISPERSION DEL ESFUERZO E INCORRECTA DISTRIBUCION DEL PODER COMBATIVO.

2) DESCOORDINACION EN LAS MISIONES DE ATAQUE.

3) AGUDIZACION DE LOS PROBLEMAS PARA EL REAPROVISIONAMIENTO EN VUELO, DADOS LOS ESCASOS MEDIOS DISPONIBLES.

4) FRICCIONES ENTRE COMANDOS OPERATIVOS.

k. NO EJERCER UNA SUPERVISION ADECUADA DE SUS COMANDOS ESTRATÉGICOS OPERACIONALES DEPENDIENTES PERMITIENDO QUE ÉSTOS INCURRIERAN EN ERRORES Y FALTAS DE COORDINACION QUE AFECTARON EL ACCIONAR CONJUNTO.

m. ASIGNAR (DEMIL; 1/82) A LA REM (BR I AEROT IV), UNA MISION DE IMPOSIBLE CUMPLIMIENTO, EN RAZON DE LA DISTANCIA, LOS MEDIOS DISPONIBLES Y LAS CARACTERISTICAS DEL TO. AQUÉLLA CONSISTIO EN LA EXIGENCIA IMPUESTA DE ESTAR EN CAPACIDAD DE EFECTUAR UNA OPERACION AEROTRANSPORTADA (MEDIANTE AERODESEMBARCO Y/O AEROLANZAMIENTO) SOBRE GRYTVIKEN, Y, SIMULTANEAMENTE, LA DE ESTAR EN CONDICIONES DE HACER LO PROPIO SOBRE PUERTO ARGENTINO Y EN EL MARCO REGIONAL. ESTE ERROR SE AGRAVO ULTERIORMENTE AL PREVERSE SU EMPLEO SOBRE EL ENEMIGO YA DESPLEGADO Y EN FUERZA, CONOCIENDO LAS PROPIAS LIMITACIONES PARA EL LOGRO DE LA SUPERIORIDAD AÉREA.

El Comité Militar era un órgano conjunto integrado, por los tres Comandantes en Jefe de las FF.AA., por lo que las responsabilidades detalladas precedentemente deben ser asignadas en forma igual a cada uno de ellos, en calidad de autores y partícipes de los hechos que las determinan

Comandante en Jefe del Ejército

El Comandante en Jefe del Ejército, en su calidad de tal, es responsable de:

a. NO EXIGIR EL CUMPLIMIENTO DE LA DOCTRINA CONJUNTA, LO QUE ES INEXCUSABLE EN LA GUERRA MODERNA, EN LA CUAL LOS OBJETIVOS SOLO PUEDEN SER LOGRADOS CON EFICACIA, MEDIANTE LA ACCION CONJUNTA DE LAS FF.AA.

b. EMPEÑAR AL EJERCITO ARGENTINO, COMO PARTE DEL PODER MILITAR DE LA NACION, SIN LA NECESARIA PREPARACION, EN PARTICULAR PARA LA ACCION CONJUNTA, Y SIN LA ADECUADA INSTRUCCION NI EL EQUIPAMIENTO CORRESPONDIENTE PARA LA LUCHA, EN CONDICIONES RIGUROSAS, CONTRA UN ENEMIGO ALTAMENTE ADIESTRADO, CON EQUIPO Y ARMAMENTOS SUPERIORES Y EFICIENTEMENTE CONDUCIDO, Y CARECIENDO, ASIMISMO, DEL PLANEAMIENTO DEBIDO PARA SU MEJOR EMPLEO.

DURANTE LAS ACCIONES BELICAS DESARROLLADAS, TODO ESTO SE TRADUJO EN GRAVES IMPROVISACIONES Y REDUCIDO RENDIMIENTO DE LOS CUADROS Y TROPAS.

c. NO ADOPTAR LAS MEDIDAS NECESARIAS DE ORDEN LOGISTICO PARA ASEGURAR A LAS TROPAS DESPLEGADAS EN LA ISLAS, LOS SUMINISTROS PARA SU NORMAL FUNCIONAMIENTO.

d. RETENER EN EL CONTINENTE TROPAS ESPECIALIZADAS QUE, POR SU EQUIPAMIENTO Y ACLIMATACION, ERAN LAS MAS APTAS PARA EL TEATRO MALVINAS.

e. ORDENAR, LUEGO DE UNA VISITA AL TEATRO DE OPERACIONES MALVINAS, EL DESPLAZAMIENTO DE UNA BRIGADA DE INFANTERIA ADICIONAL A LAS YA DESPLEGADAS, SIN EL REQUERIMIENTO, OPINION NI ASESORAMIENTO DEL COMANDANTE CONJUNTO MALVINAS, DEL COMANDANTE DEL TOAS, NI DEL EMGE, OCASIONANDO SERIOS PROBLEMAS AL TRANSPORTE AEREO DE MEDIOS A LAS ISLAS, Y GENERANDO INCONVENIENTES A LA CONDUCCION Y UNA INCORRECTA DISTRIBUCION DEL PODER DE COMBATE.

f. ORDENAR EL ENVIO A LAS ISLAS MALVINAS DE LA BRIGADA DE INFANTERIA IIIa., YA DESPLEGADA EN LA PATAGONIA -DESORGANIZADA Y DESGASTADA POR SUCESIVOS REDESPLIEGUES- Y QUE AUN CARECIA DE LA ADAPTACION FISICA Y EL EQUIPAMIENTO ADECUADO PARA SOPORTAR LOS RIGORES DEL CLIMA AUSTRAL.

g RESOLVER, SIN EL DEBIDO ASESORAMIENTO Y COMO RESULTADO DE SU INSPECCION AL DISPOSITIVO PARA LA DEFENSA DE LAS ISLAS, EL REFUERZO DE LOS EFECTIVOS DE LA ISLA GRAN MALVINA, QUIENES FINALMENTE NO CUMPLIERON NINGUN ROL SIGNIFICATIVO, COMPLICANDO CONSIDERABLEMENTE EL TRANSPORTE DE ABASTECIMIENTOS A LUGARES ALEJADOS Y DE DIFICIL TRÁNSITO.

Comandante en Jefe de la Armada

El Comandante en Jefe de la Armada, en su calidad de tal, es responsable de:

a. NO EXIGIR EL CUMPLIMIENTO DE LA DOCTRINA CONJUNTA, LO QUE ES INEXCUSABLE EN LA GUERRA MODERNA, EN LA CUAL LOS OBJETIVOS SOLO PUEDEN SER LOGRADOS CON EFICACIA MEDIANTE LA ACCION CONJUNTA DE LAS FUERZAS ARMADAS.

b. HABER COMPROMETIDO A LA ARMADA EN UN CONFLICTO BELICO CON GRAN BRETAÑA, NO OBSTANTE, LAS LIMITACIONES PARA EL EMPLEO DE LOS BUQUES DE SUPERFICIE Y LA CARENCIA DE LA NECESARIA PREPARACION PARA LA ACCION CONJUNTA, LO CUAL SE TRADUJO EN FALTA DE EFECTIVIDAD PARA DESARROLLAR OPERACIONES EFICACES DURANTE LAS ACCIONES BELICAS.

c. HABER COMPROMETIDO A LA ARMADA EN UN CONFLICTO DE LAS CARACTERISTICAS CONOCIDAS, SIN LOS MEDIOS SUFICIENTES

d. HABER SIDO UNO DE LOS PROPULSORES DE LA IDEA DE RECUPERAR LAS ISLAS Y, NO OBSTANTE, AL PRODUCIRSE LA ACCIÓN BRITANICA, PROPICIAR EN EL COMIL LA DECISION DE NO EMPLEAR EN LA BATALLA LAS UNIDADES DE SUPERFICIE PROPIAS, ADUCIENDO LAS CAPACIDADES DE LA FUERZA SUBMARINA NUCLEAR ENEMIGA. SIN EMBARGO, DICHAS CAPACIDADES HABIAN SIDO YA ANALIZADAS, LLEGÁNDOSE A LA CONCLUSION - EL DIA 30 DE MARZO- DE QUE LAS AMENAZAS SERIAN FUNDAMENTALMENTE NAVALES Y QUE EL COMANDO DEL TEATRO DE OPERACIONES A ESTABLECER DEBIA, POR ELLO, SER EJERCIDO POR EL COMANDANTE DE OPERACIONES NAVALES. ESTE RECLAMO, SI BIEN LOGICO, NO SE COMPADECE CON LA DECISION DE REPLEGAR EL GRUESO DEL PODER NAVAL PROPIO, A LA HORA DEL COMBATE, Y RESULTA INCOMPATIBLE CON SU JERARQUIA E INVESTIDURA.

e. SUSTRAER UN MEDIO ESENCIAL DEL PODER MILITAR DE UN POSIBLE ENFRENTAMIENTO CON EL ENEMIGO, CON LO CUAL SE PRODUJERON LOS SIGUIENTES EFECTOS NEGATIVOS PARA LA SUERTE DE LAS ARMAS PROPIAS:

1) OTORGAR AL ENEMIGO, SIN DISPUTÁRSELO, EL DOMINIO ABSOLUTO DEL MAR.

2) DEBILITAR GRAVEMENTE LAS ACCIONES DE DEFENSA DE LA GUARNICION MALVINAS.

3) DESMORALIZAR AL PERSONAL, TANTO DE LA ARMADA CUANTO DE LAS OTRAS FUERZAS, YA QUE MIENTRAS UNA PARTE ESTABA EMPEÑADA EN EL COMBATE, OTRA ERA SUSTRAIDA DE ESTE.

4) PRODUCIR, EN EL FRENTE INTERNO, UNA SENSACION DE FRUSTRACION Y DESCREDITO, AL ADVERTIR QUE LAS NAVES DE SUPERFICIE PREPARADAS Y SOSTENIDAS PARA LA DEFENSA NACIONAL, NO ERAN EMPLEADAS AL MOMENTO DE COMBATIR, NI AUN EN FORMA RESTRINGIDA.

Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea

El Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea, en su calidad de tal, es responsable de:

a. NO EXIGIR EL CUMPLIMIENTO DE LA DOCTRINA CONJUNTA, LO QUE ES INEXCUSABLE EN LA GUERRA MODERNA EN LA CUAL LOS OBJETIVOS SOLO PUEDEN SER LOGRADOS MEDIANTE EL EMPLEO CONJUNTO DE LAS FUERZAS ARMADAS.

b. HABER COMPROMETIDO A LA FUERZA ARREA EN UN CONFLICTO BELICO CON GRAN BRETAÑA, NO OBSTANTE, LAS LIMITACIONES DE LOS MEDIOS DISPONIBLES Y SIN EL NECESARIO ADIESTRAMIENTO PARA LA ACCION CONJUNTA Y PARA EL TIPO DE OPERACION QUE DEBIO_ ENFRENTAR. SI BIEN SE IMPROVISARON TACTICAS Y ARMAMENTOS QUE PRODUJERON DAÑOS IMPORTANTES AL ENEMIGO, ESTOS PUDIERON SER MAS SIGNIFICATIVOS Y MENORES LAS PERDIDAS PROPIAS, DE NO MEDIAR LO EXPUESTO PRECEDENTEMENTE.

c. LLEVAR A CABO GESTIONES DIPLOMATICAS PARTICULARES, EN PROCURA DE UNA SOLUCION NEGOCIADA DEL CONFLICTO, SIN CONOCIMIENTO DE LA JUNTA MILITAR.

d. NO DESTACAR SUFICIENTEMENTE, DESDE EL COMIENZO DE LAS OPERACIONES, LA IMPORTANCIA DE ALARGAR LA PISTA DE PUERTO ARGENTINO, PARA PERMITIR LA OPERACIONES DE AVIONES DE ATAQUE PROPIOS Y PROLONGAR ASÍ SUS ALCANCES SOBRE LA FLOTA ENEMIGA.

Jefe del Estado Mayor Conjunto

Como Secretario del Comité Militar y titular del máximo organismo de nivel conjunto de las FF.AA. es responsable de:

a. ELABORAR LA DENAC 2/82, SIN HABER EFECTUADO, EN FORMA COMPLETA, LA CORRESPONDIENTE APRECIACION DE LA SITUACION, ARRIBANDO A UNA RESOLUCION IMPERFECTA, QUE NO RESISTE UN ANALISIS LOGICO DE FACTIBILIDAD, Y CON LACUAL SE CONDUJO A NUESTRAS FF.AA. AL ENFRENTAMIENTO CON GRAN BRETAÑA.

b. NO ASESORAR DEBIDAMENTE AL COMITE MILITAR, RESPECTO DE:

1) LA APLICACION CORRECTA DEL SISTEMA DE PLANEAMIENTO, LO CUAL PRODUJO UNA IMPROPIA APRECIACION DE LA SITUACION Y UNA PLANIFICACION ULTERIOR DEFECTUOSA E INCOMPLETA.

2) LA CREACIÓN DE COMANDOS ESTRATÉGICOS OPERACIONALES. ELLO OCASIONO QUE ESTOS ESTUVIERAN DESPORVISTOS DE LOS COMPONENTES NECESARIOS PARA EL CUMPLIMIENTO DE LAS MISIONES IMPUESTAS Y QUE SE PRODUJERA SUPERPOSICIÓN DE SUS AMBITOS JURISDICCIONALES, TODO LO CUAL ORIGINO DEFICIENCIAS EN EL QUEHACER OPERATIVO, FRICCIONES ENTRE COMANDOS E INCORRCTA DISTRIBUCIÓN DEL PODER DE COMBATE.

3) LA ACTUALIZACION DE LAS CAPACIDADES DEL ENEMIGO Y LA CONSIGUIENTE ADECUACION DEL PLANEAMIENTO, AL CONOCERSE EL GRADO DE RESPUESTA MILITAR DEL REINO UNIDO.

c. ACEPTAR, DURANTE EL DESARROLLO DEL CONFLICTO, APRECIACIONES ERRONEAS ACERCA DE LA SITUACION, TALES COMO:

1) NO CONSIDERAR LA UTILIZACION DE LA ISLA ASCENSION COMO ESCALA PROBABLE DEL DESPLIEGUE ENEMIGO, LA CUAL RESULTO FUNDAMENTAL.

2) POSIBILIDAD DE QUE EL ENEMIGO PERDIERA SUPERIORIDAD AEREA (25-MAY).

3) CAPACIDAD DE LOS EFECTIVOS EN DARWIN - PRADERA DEL GANSO, PARA RESISTIR UN ATAQUE ENEMIGO (27-MAY).

d. EN MATERIA DE ACCION PSICOLOGICA, SI BIEN CARECIO DE LOS MEDIOS Y EL TIEMPO SUFICIENTES PARA PLANIFICAR CON EFICACIA ESTE IMPORTANTE COMETIDO, ES RESPONSABLE DE:

1) NO REQUERIR NI EXTREMAR LAS MEDIDAS NECESARIAS PARA:

UTILIZAR ORGANIZADAMENTE CUANTOS MEDIOS IDONEOS EXISTIAN EN EL PAIS, PARA EL MEJOR LOGRO DE LOS FINES PROPIOS DE LA ACCION PSICOLOGICA.

EJERCER LA DEBIDA FISCALIZACION SOBRE ALGUNOS MEDIOS DE COMUNICACION SOCIAL Y PERIODISTICOS PARA EVITAR LA DIFUSION DE NOTICIAS EXAGERADAMENTE EXITISTAS Y DE OTRAS QUE AFECTABAN A LA SEGURIDAD NACIONAL, POR LA NATURALEZA DE SU INFORMACION.

CONTROLAR ADECUADAMENTE LA ACTIVIDAD DEL PERIODISMO BRITANICO EN LA ARGENTINA, QUE TUVO, EN CAMBIO, AMPLIAS FACILIDADES PARA EL USO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACION.

2) NO AGOTAR LAS MEDIDAS PARA INVESTIGAR EL COMERCIO DE INFORMACION QUE, SEGUN FUERA DENUNCIADOR SE HABRIA REALIZADO DU RANTE EL CONFLICTO.

Capítulo XIII - Encuadramiento jurídico de los responsables

Las transgresiones cometidas pueden enmarcarse en diferentes ámbitos, según la índole de las mismas. En ese sentido, esta Comisión aprecia que las conductas antes referidas, son susceptibles de ser examinadas a la luz de los distintos campos que se señalan a continuación: a. En lo político. b. En lo penal. c. En lo penal militar. d. En lo disciplinario militar. e. En el campo del honor.

A continuación, se especificará el alcance individual del encuadramiento que le corresponde a cada uno de los responsables, a tenor de las conductas ya determinadas y de la normatividad aplicable en los distintos campos anteriormente referidos.

a. TENIENTE GENERAL (R) D. LEOPOLDO FORTUNATO GALTIERI

1) En lo político

Su conducta, en carácter de integrante de la Junta Militar y de Presidente de la Nación -y en base a las responsabilidades atribuidas en el Capítulo IX- configura el mal desempeño en el ejercicio de sus funciones, al que se refiere el Art. 45 de la Constitución Nacional, y encuadra incisos b) y c) del Art. 10 del Acta de la Junta Militar, de fecha 18 de junio de 1976. (Acta para considerar la conducta de aquellas personas responsables de ocasionar perjuicios a los superiores intereses de la Nación).

2) Penal militar

Las responsabilidades que se le han atribuido en el Capítulo X, párrafo 806 (excepto las de los incisos k y m) y párrafo 810 (excepto las de los incisos d y g) encuadran en los Artículos 737, 740, 747 y'831 del Código de Justicia Militar.

3) En lo disciplinario militar:

Las responsabilidades que se le han atribuido en el Capítulo X, párrafo 806 incisos k y m, y párrafo 810, incisos d. y 9-, encuadran en el Nº ordm; 331 de la Reglamentación de Justicia Militar para el Comando en Jefe del Ejército (LM 1-I).

b. ALMIRANTE (R) JORGE ISAAC ANAYA

1. En lo político

En su condición de miembro de la Junta Militar y a tenor de las responsabilidades atribuidas en el Capítulo IX- su conducta configura el mal desempeño en el ejercicio de las funciones contempladas en el Artículo 45 de la Carta Magna, y queda alcanzada por los incisos b) y c) del Artículo 1ºordm; del Acta de la Junta Militar, del 18 de junio de 1976.

2) En lo Penal militar:

Las responsabilidades que se le atribuyen en el Capítulo x, párrafo 806 (salvo las de los incisos k y m) y párrafo 811, encuadran en los Artículos 737, 740 y 747 del Código de Justicia Militar.

3) En lo disciplinario militar:

Las responsabilidades que se le atribuyen en el Capítulo X, párrafo 806, incisos k y m, encuadran en el Artículo 277 de la Reglamentación de las leyes de Justicia Militar para la Armada.

c. BRIGADIER GENERAL (R) D. BASILIO ARTURO IGNACIO LAMI DOZO

1) En lo político:

En su calidad de miembro de la Junta Militar -y conforme con las responsabilidades atribuidas en el Capítulo IX- su conducta constituye el mal desempeño en el ejercicio de sus funciones, que prevé la Constitución Nacional en su Artículo 45, encuadrando consecuentemente en el Artículo 10, incisos b) y c) del Acta estatuida, con fecha 18 de junio de 1976, por el referido órgano supremo del Estado.

2) En lo penal militar:

Las responsabilidades que se le han asignado en el Capítulo X, párrafo 806 (con excepción de las de los incisos k y m, y párrafo 812 (excepto el inciso c) encuadran en los Artículos 737 y 740 del Código de Justicia Militar.

3) En lo disciplinario militar:

Las responsabilidades que se le atribuyen en el Capítulo X, párrafo 806, incisos k y m, y párrafo 812, inciso c., encuadran en el 299 de la Reglamentación de Justicia Militar para el Comando en Jefe de la Fuerza Aérea.

d. DOCTOR NICANOR COSTA MENDEZ

En lo político:

Su conducta como Ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación y en base a las responsabilidades atribuidas en el Capítulo IX, párrafo 795, configura el mal desempeño en el ejercicio de sus funciones a que se refiere el Art. 45 de la Constitución Nacional, y encuadra en los incisos b) y c) del Art. 1ºordm; del Acta de la Junta Militar del 18 de junio de 1976.

e. VICEALMIRANTE (R) LEOPOLDO ALFREDO SUAREZ DEL CERRO
En lo penal militar:

Las responsabilidades que se le asignan en el Capítulo X, párrafo 813 (excepto las del inciso d.) encuadran en el Artículo 737 del Código de Justicia Militar.

2) En lo disciplinario militar:

Las responsabilidades que se le atribuyen en el Capítulo X, párrafo 813, inciso d., encuadran en el Artículo 277 de la Reglamentación de las Leyes de Justicia Militar para la Armada.

f. VICEALMIRANTE (R) D. JUAN JOSE LOMBARDO

1) En lo penal militar:

Las responsabilidades que se le han atribuido en el Capítulo XI, párrafo 818 (con excepción de las de los incisos b., d. y e.) y párrafo 826, encuadran en los Artículos 737, y' 751 en concordancia con el 514, del Código de Justicia Militar.

2) En lo disciplinario militar:

Las responsabilidades que se le asignan en el Capítulo XI, párrafo 818, incisos b., d. y e., y párrafo 819, encuadran en el Artículo 277 de la Reglamentación de las Leyes de Justicia Militar para la Armada.

g. GENERAL DE DIVISION (R) D. OSVALDO JORGE GARCIA

En lo penal militar:

Las responsabilidades que se han atribuido en el Capítulo XI, párrafo 826, encuadran en el Artículo 737 del Código de Justicia Militar.

h. BRIGADIER MAYOR (R) D. HELLMUTH CONRADO WEBER

En lo penal militar:

Las responsabilidades que se han atribuido en el Capítulo XI, párrafo 826, encuadran en el Artículo 737 del Código de Justicia Militar.

i. GENERAL DE BRIDADA (R) MARIO BENJAMÍN MENÉNDEZ
1. En lo penal militar:

Las responsabilidades que se le han atribuido en el Capítulo XII, párrafo 833, (con excepción de las de los incisos a., c., d. 10) y que encuadran en los Artículos 736, 737, 740, 742 incisos; 743, 751 y 839 inciso 2 ordm; del Código de Justicia Militar.

2) En lo disciplinario militar:

Las responsabilidades que se le han asignado en el Capítulo XII, párrafo 833, incisos a., c., d. 10) y g., encuadran en el N ordm; 331 de la Reglamentación de Justicia Militar para el Comando en Jefe del Ejército.

j. GENERAL DE BRIGADA (R) D. OSCAR LUIS JOFRE

1) En lo penal militar:

La responsabilidad que se le asigna en el Capítulo XII, párrafo 836, inciso a. 3), encuadra en el Artículo 737 del Código de Justicia Militar.

2) En lo disciplinario militar:

Las responsabilidades que se le atribuyen en el Capítulo XII, párrafo 836, incisos a. l), a. 2) y a. 4), encuadran en el Nº 331 de la Reglamentación de Justicia militar para el Comando en Jefe del Ejército.

k. GENERAL DE BRIGADA (R) D. OMAR EDGARDO PARADA

En lo penal militar:

Las responsabilidades que se le han atribuido en el Capítulo XII, párrafo 837, inciso a., encuadran en el Artículo 737 del Código de Justicia Militar.

l. CORONEL D. JUAN RAMON MABRAGAÑA

En lo penal militar:

La responsabilidad que se le atribuye en el Capítulo XII, párrafo 837, inciso b., encuadra en el Artículo 750 del Código de Justicia Militar.

m. CORONEL D. ERNESTO ALEJANDRO REPOSSI

En lo penal militar:

La responsabilidad atribuida en el Capítulo XII, párrafo 837, inciso c., encuadra en el Artículo 750 del Código de Justicia Militar.

n. TENIENTE CORONEL (R) PIAGGI

La responsabilidad que se le atribuye en el Capítulo XII, párrafo 837, inciso e., encuadra en el Artículo 751 del Código de Justicia Militar.

n. COMODORO D. WILSON ROSIER PEDROZO

En lo penal militar:

La responsabilidad que se le asigna en el Capítulo XII, párrafo 837, inciso e., encuadra en el Artículo 751 del Código de Justicia Militar.

o. CAPITÁN DE CORBETA D. LUIS CARLOS LAGOS

Respecto a la conducta señalada en el Capítulo XII, párrafo 837, inciso f., según comunicación recibida del Comando en Jefe de la Armada, y por el mismo hecho mencionado en el párrafo ante dicho, se instruye el Sumario SGEM, 3TO; 96/83S.

p. TENIENTE DE NAVIO D. ALFREDO ASTIZ

En cuanto a la conducta expresada en el Capítulo XII, párrafo 837, inciso g., la Comisión considera procedente la instrucción del pertinente sumario.

Se deja constancia que del análisis y evaluación efectuados respecto de las conductas y responsabilidades en el nivel de la conducción política y estratégico-militar y, complementariamente, de los Mandos en el nivel operacional y táctico, esta Comisión ha concluido en que aquéllas, estricta y formalmente, encuadran en las normas que rigen en materia y que para cada caso quedan señaladas.

Capítulo XIV - Las lecciones del conflicto

Introducción

Al realizar el análisis y evaluación de lo actuado en el Conflicto del Atlántico Sur, esta Comisión ha advertido y comprobado una serie de circunstancias y hechos que constituyen importantes experiencias de naturaleza política y militar. Una vez elaboradas, podrán proporcionar valiosas enseñanzas, las que contribuirán a perfeccionar la organización integral de la Nación para el logro de sus objetivos políticos en situaciones de conflicto, actualizarán nuestra doctrina para el empleo del potencial de guerra y del poder militar, mejorarán los conocimientos y procedimientos de empleo de medios modernos en el combate, y acrecentarán la aptitud profesional de los mandos, como así también de las tropas de nuestras FF.AA.

Por lo expuesto, esta Comisión se limitará a enunciar los aspectos más trascendentes, toda vez que, a su juicio, ellos deban ser estudiados y procesados en los organismos competentes, a fin de extraer de los mismos las modificaciones rectificadoras que modernicen y perfeccionen el sistema orgánico y jurídico integral de nuestra defensa nacional.

De esta manera, los errores y omisiones cometidos podrán ser aprovechados, luego de imprescindibles sinceramientos de las falencias propias a la ley de verdad y de la realidad conocida, para procurar capitalizar esta experiencia en provecho propio y evitar, simultáneamente, la repetición de los aspectos negativos producidos durante el conflicto.

Ello constituye una obligación moral insoslayable ante la ofrenda de nuestros muertos en batalla, el sacrificio de los heridos y el sufrimiento de los cuadros y de las tropas durante la campana.

Aspectos nacionales

Organización de la Nación para la Guerra
Ha quedado demostrada la falta de preparación y organización del país para caso de guerra, debido a la carencia de una legislación necesaria en materia de defensa nacional, a la deficiencia de las estructuras orgánicas adecuadas y a la falta de procedimientos convenientes que permitan prever, planificar y ejecutar, en forma oportuna y eficaz, la movilización de la Nación para atender las exigencias de una confrontación bélica.

Por otra parte, tampoco se cuenta con un organismo y medios idóneos que, en forma centralizada, elaboren un sistema nacional de planeamiento para conducir integralmente el quehacer de las Fuerzas Armadas dentro de la política nacional, en sus vertientes de seguridad y desarrollo.

En 1966 se promulgó una Ley de Defensa Nacional (16.970) que procuró remediar esta falencia, pero, en forma paulatina, fue dejada de lado. Subsistieron sólo algunos organismos como el COMIL y el EMC, los que no respondieron en forma alguna a las exigencias del conflicto, en razón de sus problemas intrínsecos.

La estructuración del CONASE ha sido el elemento orgánico que más se ha aproximado a las necesidades que reclamar previamente, el estado de guerra. En caso de haberse hallado vigente para el Conflicto del Atlántico Sur, habría permitido evitar las deficiencias observadas, teniendo en cuenta que tampoco la Secretaría de Planeamiento fue debida y oportunamente consultada.

En la actualidad, y en los países más desarrollados, las situaciones bélicas o conflictivas son conducidas por medio de Gabinetes de Crisis que actúan en forma adecuada para atender las necesidades de la conducción del Estado durante la guerra y los cambios político, económico, psico-social y militar, durante el transcurso de situaciones de conflicto. En el campo económico, es conveniente contar con las previsiones necesarias (…)

Política Militar

La República Argentina no posee oficialmente una política militar orgánica, cuyos fines y modos de acción claramente establecidos, armonicen, presupuestos, estructuras y estrategias entre las tres FF. AA., y entre éstas y el conjunto del quehacer político, económico y social del Estado Nacional. Así, por ejemplo, se careció de una armónica política presupuestaria que, debidamente integrada en nuestra real capacidad tecnológica, económica e industrial, atendiera las necesidades de mejorarlos medios aéreos, submarinos, de defensa aérea y electrónicos.

Código de Justicia Militar

Esta Comisión considera que el Código de Justicia Militar conviene que sea actualizado a la luz de la realidad del combate moderno, la incorporación de complejas tecnologías, las experiencias recogidas en la guerra del Atlántico Sur y la confrontación con códigos similares pertenecientes a las potencias que intervinieron en las últimas conflagraciones en el mundo.

Servicio Exterior

El personal que se desempeñaba en los cargos superiores del Ministerio de RR.EE., salvo honrosas excepciones, no acreditó en las tareas de estudio y de asesoramiento correspondiente al campo integral de las relaciones internacionales, el alto nivel de eficiencia profesional que exigía el conflicto.

Tal situación reclama, para ese ámbito, la urgencia de una mejor y más exigente capacitación y selección de los funcionarios para sus promociones y destinos orgánicos. (v.g: Asesoramientos producidos e incluidos en expediente CM VI/38/83).

Inteligencia Estratégica

Las actividades propias de este campo no recibieron el tratamiento que su importancia integral reclamaba, mostrando así graves vulnerabilidades ante la acción enemiga, y limitaciones en la obtención oportuna de la información necesaria y su consecuente elaboración para obtener inteligencia de-diferentes niveles.

Todo ello reclama la constitución y funcionamiento de la real comunidad informativa establecida en la incipiente doctrina de inteligencia que comprende, además de los organismos especializados, los Ministerios más directamente involucrados en el quehacer de la defensa nacional y en el logro de objetivos políticos nacionales (Defensa, RR.EE., Acción Social, Economía, Obras y Servicios Públicos, etc.).

De esta manera se logrará constituir una verdadera y eficaz herramienta de la conducción para asistir, en este campo fundamental del quehacer humano, los responsables de la conducción política y estratégico-militar.

Acción Psicológica

Las falencias en ese campo han sido graves. No hubiese afectado tanto el resultado del conflicto si se hubiese dispuesto de una eficaz acción psicológica antes, durante y después del mismo, lo que habría permitido, al menos evitar el sentimiento nacional de frustración que produjo el desenlace.

La importancia de este especialísimo campo de la actividad humana se evidencia, cuando se considera que la derrota, en última instancia, sobreviene cuando claudica la voluntad de lucha de uno de los contendores. Esto involucra la influencia de un factor de orden psicológico, QUE ES INDEPENDIENTE DEL RESULTADO DE LA BATALLA Y DE LOS POTENCIALES ENFRENTADOS.

De esta forma, la caída de Puerto Argentino, podría haberse convertido en una victoria psicológica de la cual se podrían enorgullecer las generaciones venideras. La dimensión del oponente, la justicia de la causa, y, finalmente, la firme determinación de enfrentar a un enemigo superior, a despecho del inevitable epílogo, eran algunos de los ingredientes más importantes para lograr ese objetivo.

Aspectos institucionales

Las deficiencias observadas en materia conjunta han resultado significativas y reclaman urgente solución. El primer accionar conjunto de las Fuerzas Armadas se produjo en esta guerra con Gran Bretaña.

No se registran, previamente, operaciones de adiestramiento o ejercicios conjuntos de importancia. Ello ha constituido una grave responsabilidad de los conductores del presente conflicto.

En la guerra moderna, sólo la integración a nivel conjunto de las FF.AA. permite el logro de los objetivos militares propuestos. Ello requiere, por consiguiente, un desarrollo armónico, balanceado, racional y adaptado a las necesidades del combate moderno de las tres FF.AA. De nada vale que una fuerza adquiera un potencial o capacidad determinada, si no es acompañada por un desarrollo similar en las otras fuerzas. Gran Bretaña lo demostró, al formar una fuerza de tareas anfibia perfectamente balanceada con las necesidades operativas. De nada le hubiese servido, por ejemplo, disponer de más buques de guerra si no le resultaba suficiente la cantidad de aviones que trasladó al TO. o viceversa. Otro tanto puede decirse de su infantería o de su artillería.

Solucionar este problema, debe constituirse en una responsabilidad primordial de las autoridades de cada fuerza. Será necesario, en primer término, limar asperezas, delimitar ámbitos operacionales, desarrollar doctrinas conjuntas, efectuar ejercitaciones teóricas y prácticas, instrumentar cursos de estado mayor y de conducción conjuntos y, fundamentalmente, hacer comprender a todos y cada uno de los integrantes de un comando operacional, que la misión y la suerte de dicho comando se hallan por encima de toda consideración de orden institucional. Las guerras son ganadas o perdidas- por la fuerza conjunta de una Nación, y no por tal o cuál de ellas. La guerra moderna no admite la posibilidad del triunfo por parte de una fuerza, exclusivamente. En cambio, existe la seguridad de la derrota si ellos actúan en compartimientos estancos.

El Estado Mayor Conjunto es el organismo fundamental para operar esta transformación. Para ello será necesario prestigiarlo, potenciarlo y dotarlo de los hombres más aptos que cada fuerza pueda destinar al mismo, en función de su vocación conjunta, acreditada y oficialmente calificada. Un sistema único de planeamiento, y el curso de guerra conjunto, más la atenta y exigente observación y selección en este sentido, deben ser los primeros pasos.

Debilidades de las FF.AA. en el Conflicto

Este ha sido el único conflicto bélico de la Nación en lo que va del siglo. Si bien la paz es un objetivo nacional permanente de cualquier comunidad civilizada, ella se logra mediante una adecuada preparación para disuadir a los enemigos potenciales de emplear la fuerza en contra propia.

Nuestras FF.AA. demostraron en el conflicto, las siguientes debilidades:

a. Deficiencias en el accionar conjunto, según fue referido en el subtítulo anterior.

b. Falta de desarrollo equilibrado y armónico del equipamiento de cada Fuerza, sujeto ello a las necesidades de la guerra moderna y las hipótesis de guerra existentes.

c. Falta de una fuerza submarina adecuada.

d. Falta de una aviación modernizada para la guerra en tierra y en el mar, y de medios aéreos de exploración y reconocimiento adecuados.

e. Falta de fuerzas terrestres actualizadas profesionalmente, en especial para el combate en horas de oscuridad.

f. Ausencia de una logística organizada y conducida con criterio conjunto.

g. Falta de fuentes diversas para la obtención de armamento y de una adecuada capacidad de autoabastecimiento, por ausencia de tecnología propia y de industrias de guerra suficientes.

h. Falta de adiestramiento suficiente en las FF.AA. para el aprovechamiento integral de la electrónica en todos los ámbitos de la guerra moderna (aire, agua, tierra).

En el aspecto humano, debe enfatizarse el concepto de que el hombre es el elemento decisivo en toda batalla y, como tal, la calidad de los mandos adquiere importancia fundamental. La edad del personal bajo servicio militar obligatorio, cuando estuvo bien instruido y conducido, no constituyó, en sí misma, limitación alguna a su capacidad de combatiente.

Los largos períodos de paz alteran frecuentemente las pautas y los criterios para la formación y selección del personal de cuadros. De esta forma, en los períodos mencionados, prevalecen las aptitudes intelectuales por sobre las de carácter y espíritu militar. El valor -virtud genérica connatural a la profesión de las armas- resulta difícil de ser percibido y evaluado. De allí surge la necesidad de extremar, con severa prolijidad, la selección y formación de los hombres destinados al ejercicio del mando y la conducción superiores. A su vez, y para tener acceso a ese nivel de autoridad, es imprescindible destacar la importancia que poseen las aptitudes armónicamente acreditadas en el mando efectivo de tropas y unidades de combate, antes que en los trabajos de gabinete.

Considerado el conjunto de valores necesarios al militar, la responsabilidad es una de las virtudes superlativas. Su devoción constituye la cualidad más relevante de un comandante, y el hecho de que le corresponda en forma exclusiva, no exime, sin embargo, a los niveles dependientes, del respectivo ejercicio de la suya. Ello obliga, en particular en los niveles de la conducción superior, a exponer y analizar con absoluta lealtad militar aquellas disidencias de fondo que pudieren, eventualmente, afectar las futuras operaciones proyectadas y la suerte de las armas. La independencia de juicio y la honrada y leal franqueza intelectual, constituyen así, una exigencia en las tareas y en las decisiones del Comandante.

Capítulo XV - Conclusiones finales

Los efectos resultantes del bloqueo total de las Islas por parte de Gran Bretaña, caracterizaron la situación y el desempeño de las fuerzas terrestres propias destacadas en las mismas. Ellos afectaron decisivamente las posibilidades de su adecuado refuerzo, del mantenimiento de su capacidad de desplazamiento y de acción táctica de combate frente al enemigo y, finalmente, limitaron en forma casi total, el transporte de abastecimientos desde el continente hacia las Islas -pese al arduo esfuerzo que significó el mantenimiento del puente aéreo-, imponiendo serias restricciones logísticas que afectaron el poder de combate.

Es obvio que haber pretendido -por ejemplo- convertir a la Isla Soledad en una fortaleza, defendiéndola en toda la longitud de su perímetro de 1600 Km, habría reclamado una densidad inaceptable de efectivos, más aún por la proximidad de la aviación británica, embarcada y por la abundancia de sus helicópteros de transporte y combate. Todo ello se concretó en una gran libertad de acción para ejercer la iniciativa y actuar ofensivamente dónde, cuándo y cómo más les favorecía. Así, operaron primero sobre San Carlos, luego sobre Darwin-Pradera del Ganso y, finalmente, sobre Puerto Argentino.

La suerte una vez más estuvo del lado de los Batallones más fuertes. En esa forma, el desenlace de la natural consecuencia de la relación del poder de combate integralmente considerado, lo que también incluye, como es justo expresarlo, la capacidad de los mandos tácticos británicos y el valor y adiestramiento de sus tropas.

Existen numerosos actos de valor extraordinario producidos en todas las FF.AA. y FF.SS. en el teatro de la guerra por quienes, sirviendo a su deber, acreditaron la vigencia de nuestras mejores tradiciones castrenses. Debemos estar orgullosos por la hidalguía con que procedieron las armas de la Patria, las que, en momento alguno, infringieron las normas de la guerra incurriendo en acciones reñidas con la ética de las tropas en lucha, tales como atacar a los combatientes, a las naves y aeronaves afectadas a tareas de salvamento.

Más allá del resultado del conflicto bélico, nuestras FF.AA. pueden estar satisfechas de su actuación durante la contienda, ya que se enfrentaron a una potencia mundial de primera magnitud, apoyada política y logísticamente por EE.UU.

Si en las condiciones mencionadas nuestras FF.AA. supieron infligir daños fuera de toda proporción a la Fuerza de Tareas Conjunta del Reino Unido, a tal punto que éste se vio obligado a desplegar la mayor parte de sus Fuerzas anfibias, podemos afirmar que han cumplido airosamente con su deber.

Las responsabilidades de la conducción superior en los niveles de la política y de la estrategia están ahora establecidas. También ya lo fueron los méritos en campaña y las responsabilidades que pudieron caberle a los mandos tácticos y a los combatientes, en el cumplimiento de sus misiones de combate, logísticas o administrativas.

Las circunstancias propias del epílogo de los acontecimientos militares en las Islas, limitaron la posibilidad de una más rápida obtención, reunión, clasificación y análisis de la documentación sobre las distintas acciones.

Sólo la perspectiva del tiempo otorgará justa proporción y adecuada distancia a los sucesos y a las conductas. Y ya que, desde ahora, están aseguradas la objetividad y la certeza, tampoco la responsabilidad quedará librada al azar, rodando imprecisamente, de mano en mano.

Desde nuestro aquí y nuestro ahora, esta paz, tan grave y tan costosa, debe ser, necesariamente, noble determinación y también valerosa actitud de orden y de rectos propósitos.

Al Reino Unido, vencedor de la contienda, le queda hoy el análisis desapasionado de su conducta durante el conflicto que, más allá de toda consideración sentimental, no se compadece, por sus alternativas, con su ubicación de potencial relevante en nuestro mundo occidental y cristiano.

De este análisis surgirá, y no exclusivamente del hecho intrínsecamente cruel por innecesario, cual fue el hundimiento del Crucero A.R.A. General Belgrano. Su responsabilidad por este acontecimiento, además de otros de menor cuantía, es insoslayable.

Acta de constancia de finalización de las tareas de la Comisión de Análisis y Evaluación de las responsabilidades en el conflicto del Atlántico Sur

En la Ciudad de BUENOS AIRES, sede del CONGRESO DE LA NACION, a los dieciséis días del mes de setiembre del año mil novecientos ochenta y tres, la COMISION DE ANALISIS Y EVALUACION DE LAS RESPONSABILIDADES EN EL CONFLICTO DEL ATLANTICO SUR da por finalizada la tarea que le fuese encomendada por la Honorable JUNTA MILITAR, mediante el Acta del día dos de diciembre de mil novecientos ochenta y dos, procediendo en este acto, a la firma los ejemplares del INFORME FINAL, según el siguiente detalle:

- Ejemplar 01, con destino a la Junta Militar y ejemplares 05, 06 y 07, con destino al Comando en Jefe del Ejército, Comando en Jefe de la Armada y Comando en Jefe de la Fuerza Aérea respectivamente, son rubricados en todos los folios por cada uno de los integrantes de la Comisión, que a su vez firman al pie de la presente para debida constancia.

- Ejemplares 02, 03, 04, 08, 09 y 10, con destino al señor Teniente General (R) D, Benjamín Rattenbach, Almirante D. Alberto Pablo Vago Brigadier General R D. Carlos Alberto Rey, Vicealmirante (R) Carlos Alberto Boffi, General de División D. Tomás Armando Sánchez de Bustamante y Brigadier Mayor D. Francisco Cabrera respectivamente, llevan la firma de todos los integrantes de la COMISION al final de cada uno de los quince capítulos que integran el Informe Final.

Para debida constancia de la finalización de la tarea encomendada y de firma de los ejemplares del Informe Final, de acuerdo a lo expresado precedentemente, los señores integrantes de la Comisión firman de conformidad al pie de la presente.

CARLOS ALBERTO REY
Brigadier General
BENJAMIN RATTENBACH
Teniente General
ALBERTO PABLO VAGO
Almirante
JORGE ALBERTO BOFFI
Vicealmirante
TOMAS SANCHEZ DE BUSTAMANTE
General de División
FRANCISCO CABRERA
Brigadier Mayor
Buenos Aires, septiembre de 1983


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Agradecimientos

A Juan Cortelletti y Federico Merke, por su valiosa contribución, aportes y sugerencias. A Maximiliano Borches, Sergio Bufano, Fabián Calle, María Luisa Mc Kay, Alcira Demaría, Gustavo Druetta, Fabián Echegaray, Javier Franzé, Julio Godio, Natasha Niebieskikwiat, Vicente Palermo, Santiago Senén González, María Seoane y Lucrecia Teixido por los comentarios, estímulos y lúcidas miradas. También, especialmente, a Analía Roffo, María Inés Rodríguez y Claudio Martyniuk, por el interés, las orientaciones y consejos. A Fernando Campodónico y Carlos Lucero por la amistad y el soporte logístico del día a día, en el cultivo del triángulo virtuoso “alma-mente-cuerpo”. Y a la barra de Lavalle, por el aliento constante.

A la Biblioteca del Instituto del Servicio Exterior de la Nación y sus calificadas y siempre eficientes bibliotecarias Analía Trouvé (directora), Graciela Soifer y Marina de la Serna. También al Embajador Horacio Basabe, director del ISEN. Al personal del Archivo del Diario Clarín y de la Biblioteca del Congreso de la Nación.

A Cecilia Rodríguez, porque no hay buenos libros sin buenos coordinadores editoriales.

A mis hijas, mi hermana y mis padres, porque tengo la suerte de contar con ellas y ellos, que soportan bastante bien mis obsesiones y ansiedades.

Y a Lidia, que convierte las tribulaciones y complejidades de la historia, la más vasta y la más cercana, en materia para el conocimiento, el descubrimiento, la creación y el cultivo de los mejores valores, aquí y allá, ahora y siempre.


(*) Licenciado en Ciencia Política (Universidad del Salvador), Master en Relaciones Internacionales (FLACSO), Profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de Belgrano. Fue Becario Fulbright y asesor del PNUD y tiene publicados numerosos artículos en revistas académicas nacionales y extranjeras, capítulos de libros y tres libros en co-autoría con Santiago Senén González sobre sindicalismo y política. Es autor de “Generales y Embajadores. Una historia de las diplomacias paralelas en la Argentina” (Vergara, 2005). Se desempeña desde 1994 como editorialista y editor de Opinión en el Diario Clarín.

Fuente: https://www.academia.edu

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